xxviii. bad blood

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xxviii.
mala sangre








Acurrucada tras una lápida, a tan solo unos metros de Harry, Brigid aún trataba de comprender qué había sucedido. Sujetaba la varita de Cedric con la mano derecha, apretándola con tanta fuerzas que los nudillos se le habían puesto blancos.

El pecho le dolía, provocándole que respirar fuera complicado. Temblaba de pies a cabeza, pero se mantenía arrodillada contra el frío mármol, presenciando el macabro espectáculo que en el cementerio estaba teniendo lugar.

El lado derecho de la cabeza le pinchaba una y otra vez, debido a la herida que ahí tenía, pero ese dolor comenzaba a desaparecer, aunque lentamente.

Haberse visto a sí misma morir había sido escalofriante, pero tener todavía a la vista su propio cadáver, en el suelo junto al de su hermano, era mucho peor.

Brigid intentaba por todos los medios no mirar en esa dirección. Su cerebro aún trataba de procesar lo sucedido en los últimos minutos: Cedric recibiendo la maldición asesina, Harry salvándola de morir, Harry siendo apartada de él, aquella mujer apresándola pero luego dejándola ir, ver cómo aparecía una réplica exacta de ella a pocos metros de distancia suya, que era asesinada poco después...

Brigid había sentido el aire más frío a su alrededor y había reaccionado. Quería ayudar a Harry, pero Felicity había aparecido junto a ella, con una expresión de urgencia en la cara, y le había obligado a ocultarse. Tras repetirle varias veces que no se moviera de allí, que esperase a su regreso, había desaparecido de nuevo.

Brigid había tenido que hacer un gran esfuerzo por no atacar a Colagusano o Maya cuando le vio acercarse a Harry con la daga en la mano.

Y luego, había sido testigo del regreso de lord Voldemort.

La persona, si a eso se le podía llamar persona, que había salido del caldero no tenía apenas rastros de la naturaleza humana.

Voldemort deslizó una de aquellas manos de dedos anormalmente largos en un bolsillo de la túnica, y sacó una varita mágica. También la acarició suavemente, y luego la levantó y apuntó con ella a Colagusano, que se elevó en el aire y fue a estrellarse contra la tumba a la que Harry estaba atado. Cayó a sus pies y quedó allí, desmadejado y llorando. Su compañera soltó una carcajada cruel y se arrodilló ante el resurgido mago. Voldemort volvió hacia Harry sus rojos ojos, y soltó una risa sin alegría, fría, aguda. Brigid se asomó un poco más, queriendo por todos los medios intervenir, pero sabiendo que sería un suicidio.

Aguarda, escuchó. Su cuerpo se tensó, pero obedeció.

La túnica de Colagusano tenía manchas sanguinolentas, pues éste se había envuelto con ella el muñón del brazo. Maya ni siquiera se preocupó por su compañero. Brigid trataba de no recordar el hecho de que se había cortado la mano para revivir a Voldemort.

—Señor... —rogó con voz ahogada —, señor... me prometisteis... me prometisteis...

—Levanta el brazo —dijo Voldemort con desgana.

—¡Ah, señor... gracias, señor...!

Alargó el muñón ensangrentado, pero Voldemort volvió a reírse. La risa hizo que Brigid se estremeciera.

—¡El otro brazo, Colagusano!

—Amo, por favor... por favor... —Voldemort se inclinó hacia él y tiró de su brazo izquierdo. Le retiró la manga por encima del codo, y Brigid vio algo en la piel, algo como un tatuaje de color rojo intenso: una calavera con una serpiente que le salía de la boca, la misma imagen que había aparecido en el cielo en los Mundiales de quidditch: la Marca Tenebrosa.

Voldemort la examinó cuidadosamente, sin hacer caso del llanto incontrolable de Colagusano. Maya chasqueó la lengua, impaciente.

—Podéis usar mi Marca si lo deseáis, mi señor —dijo—. Me llena de orgullo saber que he estado presente en vuestro renacer y sería un gran honor para mí ser el medio por el que mis compañeros conozcan de su regreso.

—Me has servido bien, Maya —respondió Voldemort, lentamente, volviendo sus ojos viperinos a la mujer cuyo rostro seguía oculto por la capucha—. Aceptaré concederte ese honor.

Brigid se estremeció como si hubiera sido a ella a quien había tocado Voldemort cuando éste rodeó la muñeca de Maya con su mano pálida.

—Ha retornado —anunció con voz suave—. Todos se habrán dado cuenta... y ahora veremos... ahora sabremos...

Apretó con su largo índice blanco la marca del brazo de Maya.

Colagusano dejó escapar un nuevo alarido. Voldemort retiró los dedos de la marca de Maya, y Brigid vio que se había vuelto de un negro azabache.

Con expresión de cruel satisfacción, Voldemort se irguió, echó atrás la cabeza y contempló el oscuro cementerio.

—Al notarlo, ¿cuántos tendrán el valor de regresar? —susurró, fijando en las estrellas sus brillantes ojos rojos—. ¿Y cuántos serán lo bastante locos para no hacerlo?

Comenzó a pasear de un lado a otro ante Harry, Maya y Colagusano, barriendo el cementerio con los ojos sin cesar, pasando tan cerca de Brigid que ella contuvo la respiración, temiendo ser escuchada. Era consciente de que la magia de Harry ya no la protegía, de que la ilusión que le había hecho desaparecer no estaba ya. Bastante esfuerzo debía estar costándole a Harry seguir proyectando la imagen de su cadáver.

No poder ayudar a Harry le producía una sensación casi de dolor físico. Si no hubiera sido por la voz en su cabeza, que repetía aguarda una y otra vez, sin cesar, Brigid hubiera tratado ya de desatar a Harry y huir del cementerio. No comprendía por qué no llegaba Felicity. Por qué Selena no aparecía.

Después de un minuto, Voldemort volvió a mirar a Harry, y una cruel sonrisa torció su rostro de serpiente.

—Estás sobre los restos de mi difunto padre, Harry —dijo con un suave siseo—. Era muggle y además idiota... tan estúpido como tu querida madre. Pero los dos han tenido su utilidad, ¿no? Tu madre murió para defenderte cuando eras niño... A mi padre lo maté yo, y ya ves lo útil que me ha sido después de muerto.

Voldemort volvió a reírse. Seguía paseando, observándolo todo mientras andaba, en tanto la serpiente describía círculos en la hierba. Brigid sabía que Harry hubiera gritado a cualquiera que se atreviera a hablar así de su madre. Debía estar demasiado debilitado para replicar. Porque en su expresión no leía tan solo temor, también decisión.

Brigid comprendió que eso último era porque había decidido que ella saliera de allí. Por eso no replicaba, por eso se esforzaba en seguir manteniendo la ilusión.

Quería sacarla con vida. Pero Brigid no iba a abandonarle.

—¿Ves la casa de la colina, Potter? En ella vivió mi padre. Mi madre, una bruja que vivía en la aldea, se enamoró de él. Pero mi padre la abandonó cuando supo lo que era ella: no le gustaba la magia.

»La abandonó y se marchó con sus padres muggles antes incluso de que yo naciera, Potter, y ella murió dándome a luz, así que me crié en un orfanato muggle... pero juré encontrarlo... Me vengué de él, de este loco que me dio su nombre, Tom Ryddle.

Siguió paseando, dirigiendo sus rojos ojos de una tumba a otra.

—Lo que son las cosas: yo reviviendo mi historia familiar... —dijo en voz baja—. Vaya, me estoy volviendo sentimental... ¡Pero mira, Harry! Ahí vuelve mi verdadera familia...

Brigid siempre había sabido que Voldemort era un loco genocida, pero después de unos minutos escuchándole, cada vez estaba más convencida de lo de loco.

El aire se llenó repentinamente de ruido de capas. Por entre las tumbas, detrás del tejo, en cada rincón umbrío, se aparecían magos, todos encapuchados y con máscara. Uno apareció tan cerca de Brigid que ella estuvo a punto de gritar, pero se las arregló para mantener los labios apretados.

Uno a uno se iban acercando lenta, cautamente, como si apenas pudieran dar crédito a sus ojos. Voldemort permaneció en silencio, aguardando a que llegaran junto a él. Entonces uno de los mortífagos cayó de rodillas, se arrastró hacia Voldemort y le besó el bajo de la negra túnica.

—Señor... señor... —susurró.

Los mortífagos que estaban tras él hicieron lo mismo. Todos se le fueron acercando de rodillas, y le besaron la túnica antes de retroceder y levantarse para formar un círculo silencioso en torno a la tumba de Tom Ryddle, de forma que Harry, Voldemort, Maya y Colagusano, que yacía en el suelo sollozando y retorciéndose, quedaron en el centro. Dejaban huecos en el círculo, como si esperaran que apareciera más gente.

Voldemort, sin embargo, no parecía aguardar a nadie más. Miró a su alrededor los rostros encapuchados y, aunque no había viento, un ligero temblor recorrió el círculo, haciendo crujir las túnicas.

Brigid sintió aquel viento rodeándola, casi adentrándose en ella. Un efecto similar al frío que sentía cuando los dementores se acercaba, solo que aquel era diferente.

Eso no le garantizaba que fuera mejor.

—Bienvenidos, mortífagos —dijo Voldemort en voz baja—. Trece años... trece años han pasado desde la última vez que nos encontramos. Pero seguís acudiendo a mi llamada como si fuera ayer... ¡Eso quiere decir que seguimos unidos por la Marca Tenebrosa!, ¿no es así?

Echó atrás su terrible cabeza y aspiró, abriendo los agujeros de la nariz, que tenían forma de rendijas.

—Huelo a culpa —dijo—. Hay un hedor a culpa en el ambiente.

Un segundo temblor recorrió el círculo, como si cada uno de sus integrantes sintiera la tentación de retroceder pero no se atreviera.

—Os veo a todos sanos y salvos, con vuestros poderes intactos... ¡qué apariciones tan rápidas!... y me pregunto: ¿por qué este grupo de magos no vino en ayuda de su señor, al que juraron lealtad eterna?

Nadie habló. Nadie se movió salvo Colagusano, que no dejaba de sollozar por su brazo sangrante.

—Y me respondo —susurró Voldemort—: debieron de pensar que yo estaría acabado, que me había ido. Volvieron ante mis enemigos, adujeron que habían actuado por inocencia, por ignorancia, por encantamiento...

»Y entonces me pregunto a mí mismo: ¿cómo pudieron creer que no volvería? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que sabían las precauciones que yo había tomado, tiempo atrás, para preservarme de la muerte? ¿Cómo pudieron creerlo ellos, que habían sido testigos de mi poder, en los tiempos en que era más poderoso que ningún otro mago vivo?

»Y me respondo: quizá creyeron que existía alguien aún más fuerte, alguien capaz de derrotar incluso a lord Voldemort. Tal vez ahora son fieles a ese alguien... ¿tal vez a ese paladín de la gente común, de los sangre sucia y de los muggles, Albus Dumbledore?

A la mención del nombre de Dumbledore, los integrantes del círculo se agitaron, y algunos negaron con la cabeza o murmuraron algo.

Voldemort no les hizo caso.

—Me resulta decepcionante. Lo confieso, me siento decepcionado...

Uno de los hombres avanzó hacia Voldemort, rompiendo el círculo. Temblando de pies a cabeza, cayó a sus pies.

—¡Amo! —gritó—. ¡Perdonadme, señor! ¡Perdonadnos a todos!

Voldemort rompió a reír. Levantó la varita.

¡Crucio!

El mortífago que estaba en el suelo se retorció y gritó. Brigid pensó que los aullidos llegarían a las casas vecinas. Dirigió su mirada a Harry.

Fue una mala idea. Verlo ahí, atado, con el rostro contraído de dolor, le hizo olvidar su cautela. Se movió un poco, consciente de que podía ser oída aunque fuera invisible.

Hubiera avanzado hasta Harry si una figura borrosa no se hubiera aparecido frente a ella, con expresión urgente.

—¡Aguarda un poco más, te descubrirán!

Brigid se quedó anonadada ante la aparición. El fantasma —tenía que ser un fantasma— no tenía nada que ver con aquellos que había visto en Hogwarts, ni tampoco con Felicity.

Era como Selena.

Era una mujer, de no más de veintiún años. Medía varios centímetros más que Brigid, además de que flotaba a corta distancia del suelo, haciéndola más imponente. Brigid se quedó boquiabierta observándola.

El rojo fuego de su pelo casi brillaba, no de la misma forma que el de Felicity en las noches, pero parecía dejar pasar la luz. Sus ojos esmeralda se veían asustados, pero con una atenazante decisión.

—¿Cuánto más se supone que tengo que esperar? —susurró.

Harry se movió un poco y Brigid supo que había escuchado su voz. Se obligó a bajar aún más el tono.

—No puedo quedarme aquí, acabarán matándolo.

—Te matarán también a ti si intervienes ahora —respondió el fantasma. Ella no se preocupó por bajar la voz. Era evidente que solo Brigid sabía de su presencia allí—. Voldemort quiere un espectáculo. No matará a Harry así como así. Tendréis que aprovechar ese momento para huir. Nosotros ayudaremos en lo posible.

—¿Nosotros? —repitió Brigid, sin comprender.

La mujer simplemente sonrió.

Voldemort había estado hablando con sus mortífagos mientras Brigid conversaba con la mujer fantasmagórica. Cuando ella lo notó, trató de seguir el hilo de la conversación, aunque pronto notó que no se había perdido nada importante.

Voldemort asentía después de hablar con un mortífago. Continuó su camino por el interior del círculo, mientras Maya Carrow giraba la cabeza hacia Lucius Malfoy. Incluso a través de la máscara de mortífago que se había puesto, Brigid distinguió su mirada de satisfacción.

El fantasma junto a ella murmuró algo que no llegó a entender, pero que no sonaba precisamente amable.

—Y aquí —Voldemort llegó ante las dos figuras más grandes— tenemos a Crabbe. Esta vez lo harás mejor, ¿no, Crabbe? ¿Y tú, Goyle?

Se inclinaron torpemente, musitando:

—Sí, señor...

—Así será, señor...

—Te digo lo mismo que a ellos, Nott —dijo Voldemort en voz baja, desplazándose hasta una figura encorvada que estaba a la sombra del señor Goyle.

Michael y Theodore Nott. Brigid recordó vagamente sus nombres.

—Señor, me postro ante vos. Soy vuestro más fiel servidor...

—Eso espero —repuso Voldemort.

Llegó ante el hueco más grande de todos, y se quedó mirándolo con sus rojos ojos, inexpresivos, como si pudiera ver a los que faltaban.

—Y aquí tenemos a seis mortífagos desaparecidos... tres de ellos muertos en mi servicio. Otro, demasiado cobarde para venir, lo pagará. Otro que creo que me ha dejado para siempre... ha de morir, por supuesto. Y otro que sigue siendo mi vasallo más fiel, y que ya se ha reincorporado a mi servicio.

Los mortífagos se agitaron. Brigid vio que se dirigían miradas unos a otros a través de las máscaras.

—Ese fiel vasallo está en Hogwarts, como hasta hace poco lo estaba Maya, y gracias a sus esfuerzos ha venido aquí esta noche nuestro joven amigo...

Brigid apretó los labios. Ese debía haber sido el mortífago que le había atacado. Él y Maya, probablemente. Sentía la furia bullir en su pecho, pero se quedó escondida, con el fantasma junto a ella.

—Sí —continuó Voldemort, y una sonrisa le torció la boca sin labios, mientras los ojos de todos se clavaban en Harry—. Harry Potter ha tenido la bondad de venir a mi fiesta de renacimiento. Me atrevería a decir que es mi invitado de honor.

Se hizo el silencio. Brigid miró a Harry, asustada, pero la mujer negó con la cabeza. Aún no.

El mortífago que se encontraba a la derecha de Colagusano avanzó, y la voz de Lucius Malfoy habló desde debajo de la máscara.

—Amo, nosotros ansiamos saber... Os rogamos que nos digáis... cómo habéis logrado... este milagro... cómo habéis logrado volver con nosotros...

—Ah, ésa es una historia sorprendente, Lucius —contestó Voldemort—. Una historia que comienza... y termina... con el joven amigo que tenemos aquí.

Se acercó a Harry con desgana, y ambos fueron entonces el centro de atención. La serpiente seguía dando vueltas alrededor de Harry.

—Naturalmente, sabéis que a este muchacho lo han llamado «mi caída» — dijo Voldemort suavemente, clavando sus rojos ojos en Harry; Brigid vio que el rostro del chico se contraía de dolor—. Todos sabéis que, la noche en que perdí mis poderes y mi cuerpo, había querido matarlo. Su madre murió para salvarlo, y sin saberlo fue para él un escudo que yo no había previsto... No pude tocarlo.

Voldemort levantó uno de sus largos dedos blancos, y lo puso muy cerca de la mejilla de Harry.

—Su madre dejó en él las huellas de su sacrificio... esto es magia antigua; tendría que haberlo recordado, no me explico cómo lo pasé por alto... Pero no importa: ahora sí que puedo tocarlo.

Brigid no fue capaz de ver cómo Voldemort tocaba el rostro de Harry, ver el dolor que seguramente aparecía en las facciones de éste último. Cerró los ojos, lo que resultó una pésima idea.

Cuando los abrió, no estaba en el cementerio. O, al menos, no en el que ella conocía.

El cementerio ya no era oscuro a la luz de la noche. Era blanco, completamente blanco. Todo a su alrededor era del blanco más puro que había visto en su vida. Después de la oscuridad en el cementerio, el color casi le dañó la vista.

A su alrededor, había varias decenas de personas mirándola, expectantes. La mujer pelirroja estaba a su lado, aunque ya no parecía un fantasma, sino una persona normal. O, mejor dicho, viva.

—Lo ves, ¿no? —preguntó la mujer pelirroja junto a ella. Volvía a sonreír—. Los ves a ellos.

—Sí —dijo, lentamente—. ¿Qué es esto?

—Estás a medio camino entre la vida y la muerte, Brigid. —Ante su mirada de pánico, añadió—: No es que vayas a morir, cariño. Es solo que has accedido a este sitio. Estar rodeada de tanta muerte como hay en el cementerio te lo ha permitido.

—¿To-todos vosotros estáis enterrados en ese cementerio? —preguntó Brigid.

—Ellos sí —respondió la mujer, señalando a la muchedumbre de muertos a su alrededor—. Pero yo he sido enviada para vigilarte.

Brigid la contempló fijamente, tratando de ubicar la sonrisa que ella seguía teniendo grabada en el rostro. Había algo en ella que le daba la sensación de haber visto antes.

—¿Te conozco? —acabó preguntando Brigid.

—Lo dudo —fue su respuesta—. Pero creo que sí conoces a Selena. Puede que hayas visto fotos de mi época de estudiante.

Brigid frunció el ceño, confundida, y entonces comprendió.

—Eres Lily —murmuró—. Lily Evans.

La mujer sonrió. Brigid no se sorprendió cuando Selena apareció junto a ellas, simplemente se preguntó dónde había estado todo ese tiempo.

Lo primero que hizo fue unir su mano con la de Lily.

—Estaremos esperando tu señal, Brigid —dijo Selena, mirándola con seriedad—. Solo aguarda al momento preciso. Y no te arriesgues antes de tiempo.

El grito de Voldemort la regresó al cementerio oscuro y frío donde ella y Harry seguían atrapados.

¡Crucio!

Los ojos de Brigid se llenaron de lágrimas y tuvo que hacer todo cuando estuvo en su mano para no gritar. Harry chilló de dolor, mientras su cuerpo se estremecía al recibir la maldición. La carcajada de Voldemort la hizo querer lanzarle la peor maldición que conocía.

Fueron segundos que se le hicieron eternos, mientras escuchaba los gritos de Harry y las risas de Voldemort y sus mortífagos, que se unieron a su amo a los pocos segundos. Brigid no sabía cuánto más hubiera aguantado viendo eso sin intervenir, pero por suerte el Señor Tenebroso detuvo la maldición sobre Harry.

Su cuerpo quedó colgado, sin fuerzas, de las cuerdas que lo ataban a la lápida del padre de Voldemort, y miró aquellos brillantes ojos rojos a través de una especie de niebla. Las carcajadas de los mortífagos resonaban en la noche.

Brigid notó con mudo horror que la ilusión se había desvanecido. Solo el cuerpo de Cedric estaba en el suelo.

Aquella visión le dio ganas de vomitar. No había tenido tiempo de asimilar aún lo sucedido. No iba a poder hacerlo mientras estaba en el cementerio.

Porque, si lo hacía, se derrumbaría. Y no podía permitirse aquello, no con la vida de Harry en peligro.

—Creo que veis lo estúpido que es pensar que este niño haya sido alguna vez más fuerte que yo —dijo Voldemort—. Pero no quiero que queden dudas en la mente de nadie. Harry Potter se libró de mí por pura suerte. Y ahora demostraré mi poder matándolo, aquí y ahora, delante de todos vosotros, sin un Dumbledore que lo ayude ni una madre que muera por él. Le daré una oportunidad. Tendrá que luchar, y no os quedará ninguna duda de quién de nosotros es el más fuerte. Sólo un poquito más, Nagini —susurró, y la serpiente se retiró deslizándose por la hierba hacia los mortífagos—. Ahora, Colagusano, desátalo y devuélvele la varita.

Colagusano se acercó a Harry, que intentó sacudirse su aturdimiento y apoyar en los pies el peso del cuerpo antes de que le desataran las cuerdas.

Colagusano levantó su nueva mano plateada, le sacó la bola de tela de la boca, y luego, de un solo golpe, cortó todas las ataduras que sujetaban a Harry a la lápida.

Durante una fracción de segundo, Harry podría haber pensado en huir, pero la pierna herida le temblaba, y los mortífagos cerraban filas, tapando los huecos de los que faltaban y formando un cerco más apretado en torno a Voldemort y él. Colagusano se dirigió hacia el lugar en que yacía el cuerpo de Cedric y Brigid se temió lo peor.

El hombre advirtió que ahí faltaba un cadáver.

—Mi señor —dijo, con voz temblorosa—. La chica ha desaparecido.

Todas las miradas se volvieron hacia él. Maya abrió mucho los ojos tras las rendijas de la máscara.

—¡No es posible! —exclamó—. ¡Yo misma la maté!

Voldemort no pareció darle excesiva importancia.

—Buscadla —declaró—. No habrá ido demasiado lejos. Que presencie el duelo de su amigo. Puedo que eso anime a Harry a dar lo mejor de sí mismo. El apoyo de una amiga es fundamental, ¿no crees, Harry?

Él escupió a los pies de Voldemort. Brigid no tuvo tiempo para impresionarse por su audacia: los mortífagos habían comenzado a desperdigarse para buscarla, Maya con más decisión que ningún otro.

Correr era ponerse en el blanco de todos los hechizos que podrían lanzarle. Quedarse escondida era dejar que la atraparan. Enfrentarse a ellos era simplemente imposible.

Brigid observó la varita de Cedric en su mano y decidió que la mejor forma era ocultar que tenía un arma. Se la ocultó en el interior de la camisa, pegada al costado izquierdo. Era consciente de que cualquier mortífago la iba a encontrar en cuestión de segundos.

Alguien la sujetó con excesiva fuerza por el brazo, haciéndole gritar, y la arrastró fuera de la lápida tras la que se había ocultado. Brigid trató de parecer insignificante; teniendo en cuenta cómo se sentía, no era difícil.

—¡La encontré, mi señor! —anunció Lucius Malfoy, su captor.

Maya le lanzó una mirada venenosa a ambos. Brigid fue arrastrada hasta Voldemort. Lucius le dio un empujón y la hizo caer de rodillas frente a él.

—¿Cómo te llamas, niña? —exigió Voldemort.

Brigid no necesitó fingir que temblaba. Estaba asustada. Muerta de miedo. No podía siquiera mirar a Harry.

—B-Brigid.

—¿Cómo?

—Brigid Diggory, mi señor —dijo Maya, que se había mantenido tras ella. La miraba con desprecio—. Su hermano es el chico que hemos matado antes.

Brigid se quedó en silencio, temblorosa, esperando a que aquello acabara. La matarían, probablemente. No era para tanto. Podría estar con Cedric. Estaría bien.

Se giró para mirar a Harry y se encontró los ojos azules derrotados del azabache que la miraban como si quisiera pedirle perdón.

Brigid tragó saliva.

—Dale la varita a Potter, Colagusano, y preparémonos para el duelo. Maya, sujeta a la chica. Que sea testigo de esto.

Colagusano le puso con brusquedad la varita a Harry en la mano, sin mirarlo, para volver luego a ocupar su sitio en el círculo de mortífagos. Maya sujetó a Brigid con más fuerza que antes y la obligó a ponerse de pie y luego retroceder.

—No sé cómo sigues viva, mocosa, pero no dudes en que no seguirá así por mucho más —le susurró Maya, haciendo que Brigid se estremeciera.

Harry la miró, al tiempo que se ponía de pie lentamente. El agotamiento le debilitaba, Brigid lo notaba. Se preguntó si era un buen momento para dar la señal.

Aún no. Es demasiado arriesgado. Aguarda.

¿A qué? ¿A que ambos murieran? Brigid se sentía desesperada.

—¿Te han dado clases de duelo, Harry Potter? —preguntó Voldemort con voz melosa. Sus rojos ojos brillaban a través de la oscuridad.

Brigid gimió al darse cuenta de que Voldemort planeaba humillar a Harry antes de matarle.

—Saludémonos con una inclinación, Harry —dijo Voldemort, agachándose un poco, pero sin dejar de presentar a Harry su cara de serpiente—. Vamos, hay que comportarse como caballeros... A Dumbledore le gustaría que hicieras gala de tus buenos modales. Inclínate ante la muerte, Harry.

Los mortífagos volvieron a reírse. Brigid sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas de impotencia. Quiso gritar, pero Maya le lanzó la maldición enmudecedora al notar sus intenciones.

Sus brazos la sujetaban con fuerza y de su boca no podía salir ni un sonido. La sensación de déjà vu la invadió. Parecía volver a estar en los Mundiales. Solo que aquella vez, Harry no iba a poder ayudarla.

La boca sin labios de Voldemort se contorsionó en una sonrisa. Harry no se inclinó. No iba a permitir que Voldemort se burlara de él antes de matarlo... no iba a darle esa satisfacción...

—He dicho que te inclines —repitió Voldemort, alzando la varita.

Los mortífagos rieron más que antes cuando Harry fue obligado a inclinarse.

—Muy bien —dijo Voldemort con voz suave—. Ahora da la cara como un hombre. Tieso y orgulloso, como murió tu padre...

»Señores, empieza el duelo.

Voldemort levantó la varita una vez más, y, antes de que Harry pudiera hacer nada para defenderse, recibió de nuevo el impacto de la maldición cruciatus. Harry gritó más fuerte de lo que Brigid había escuchado nunca antes. Ella misma quiso gritar, mientras trataba de zafarse del agarre de Maya. Lloraba y se sentía inútil, pero era consciente de que no podía hacer nada. Volvió a preguntar si era el momento y la respuesta fue negativa de nuevo.

Y luego todo cesó. Harry se dio la vuelta y, con dificultad, se puso en pie. Temblaba tan incontrolablemente como Colagusano después de cortarse la mano. En su tambaleo llegó hasta el muro de mortífagos, que lo empujaron hacia Voldemort. Brigid consiguió soltarse de Maya lo suficiente como para alcanzar a Harry y ayudarle a mantener el equilibrio. Ambos se quedaron de pie, uno contra otro, delante de los mortífagos y frente a Voldemort.

—Bree... —escuchó murmurar a Harry, con voz temblorosa.

—Un pequeño descanso —dijo Voldemort, dilatando de emoción las alargadas rendijas de la nariz—, una breve pausa... Duele, ¿verdad, Harry? No querrás que lo repita, ¿a que no? No querrás que se lo haga a ella tampoco, ¿me equivoco?

—Házselo a ella y no habrá ritual que te traiga de vuelta —escupió Harry, entre jadeos.

Brigid sabía que ambos iban a morir. Aquellos ojos rojos despiadados se lo estaban diciendo: iban a morir, y no podía hacer nada para evitarlo.

—Ah, ¿con que esas tenemos? —El tono de Voldemort era divertido. Divertido y peligroso—. Muy bien, dejaremos a Brigid para más tarde. ¿No querrás tampoco que la repita contigo?

Brigid era consciente de que Harry no iba a doblegarse ante Voldemort. No iba a permitir que se siguiera burlando de él.

Aún no, queda poco.

¿Para qué? ¿Para nuestra muerte?

No obtuvo respuesta.

—Te he preguntado si quieres que lo repita —dijo Voldemort con voz suave —. ¡Respóndeme! ¡Imperio!

Brigid quiso gritar que le dejaran en paz, mientras sentía a Harry, a quien sostenía entre sus brazos, tener una lucha interna entre su voluntad y la de Voldemort. Sabía que Harry estaba agotado, que no podría aguantar mucho más. Tampoco ella.

Iban a morir, pero si eso lo tenía tan claro, también sabía que no iba a morir en silencio. Sacó su varita discretamente y trató de recordar lo poco que había escuchado a Cedric hablar de hechizos no verbales.

¡Finite Incantatem! ¡Finite Incantatem! ¡Finite Incantatem!

La voz de su cabeza se unió a la de ella misma en su mente. Sintió la presión alrededor de su garganta desaparecer. El silencio al que Maya la había obligado irse.

—¡NO LO HARÉ!

Y estas palabras brotaron de la boca de Harry. Retumbaron en el cementerio, y la somnolencia desapareció tan de repente como si le hubieran echado un jarro de agua fría.

Brigid miró a Harry, con los ojos muy abiertos. Casi sonrió. Él tomó su mano con fuerza.

—¿No lo harás? —dijo Voldemort en voz baja, y los mortífagos no se rieron aquella vez—. ¿No dirás «no, por piedad»? Harry, la obediencia es una virtud que me gustaría enseñarte antes de matarte... No me gustaría pensar que mi descendencia se ha desviado tanto. ¿Tal vez con otra pequeña dosis de dolor?

Voldemort levantó la varita, pero aquella vez Harry estaba listo y Brigid preparada para seguirle: se echaron al suelo a un lado. Rodaron hasta quedar a cubierto detrás de la lápida de mármol del padre de Voldemort, y la oyeron resquebrajarse al recibir la maldición dirigida a Harry. Brigid sacó por completo la varita de Cedric, que había mantenido oculta hasta el momento.

—No vamos a jugar al escondite, Harry —dijo la voz suave y fría de Voldemort, acercándose más entre las risas de los mortífagos—. No puedes esconderte de mí. ¿Es que estás cansado del duelo? ¿Preferirías que terminara ya, Harry? ¿Preferirías que matara a Brigid antes de a ti? Planeaba darte el placer de saber que te habías ido del mundo y ella seguía viva, tal como tu padre murió pensando de ti y de tu madre, pero puede que cambie de opinión.

Harry apretó los puños, furioso.

—Quédate aquí, pase lo que pase —ordenó Harry.

—No vas a ir solo —replicó Brigid—. ¿No te das cuenta? Vamos a terminar por morir los dos si no pasa algo. No importa si me quedo aquí o no.

—Puedes llegar hasta el traslador si yo te doy tiempo.

—No con los mortífagos preparados para saltar sobre mí como buitres —dijo Brigid, tratando de que su voz no temblara—. Tenemos que hacer algo.

Yo tengo que hacer algo.

Aguarda un poco más, cariño. Confía en mí. Ambos saldréis de ahí.

Brigid no supo qué, pero algo le hizo confiar.

—Sal, Harry... sal y da la cara. Será rápido... puede que ni siquiera sea doloroso, no lo sé... ¡Como nunca me he muerto...!

Ambos se miraron en silencio, encogidos tras la tumba, dándose la mano y muy pálidos. Harry parecía haber tomado una decisión.

—Si vamos a morir, quiero decirte que nunca hubiera encontrado a alguien tan especial como tú, Bree —dijo, en voz baja.

Ella asintió, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas.

—Eres la mejor persona que podría haber conocido, Harry —respondió ella, apretando su mano sobre la de él—. Me alegra haber podido llamarte amigo.

Él asintió también. Ambos se miraron y supieron que habían decidido lo mismo: no iban a morir ocultos. Iban a morir de pie. Como los padres de Harry habían hecho.

Antes de que Voldemort asomara la cabeza de serpiente por el otro lado de la lápida, ambos se habían levantado; agarraban firmemente la varita con una mano, mientras mantenían las manos aún unidas, y se lanzaban al encuentro de Voldemort para enfrentarse con él.

Brigid sabía que era Harry quien debía ir contra él. Pero ella se ocuparía de guardarle las espaldas.

Voldemort estaba listo. Al tiempo que Harry gritaba «¡Expelliarmus!», Voldemort lanzó su «¡Avada Kedavra!».

De la varita de Voldemort brotó un chorro de luz verde en el preciso momento en que de la de Harry salía un rayo de luz roja, y ambos rayos se encontraron en medio del aire. Brigid, que se había preparado para lanzar un encantamiento protector, se quedó de piedra, aún sujetando firmemente la mano de Harry.

Un estrecho rayo de luz que no era de color rojo ni verde, sino de un dorado intenso y brillante, conectó las dos varitas, que no dejaban de vibrar.

Y entonces los pies de Harry se alzaron del suelo, lo que casi hizo caer a Brigid, que había estado aferrando su mano como si su vida dependiera de ello. Tanto él como Voldemort estaban elevándose en el aire, y sus varitas seguían conectadas por el hilo de luz dorada. Se alejaron de la lápida del padre de Voldemort, y fueron a aterrizar en un claro de tierra sin tumbas. Los mortífagos gritaban pidiéndole instrucciones a Voldemort mientras, seguidos por la serpiente, volvían a reunirse y a formar el círculo en torno a ellos. Algunos sacaron las varitas. Brigid vio aparecer a Selena y a Lily a su lado, ambas con expresión tensa.

Hubiera tenido oportunidad de huir. Pero no podía dejar a Harry allí. Alguien le sujetó del hombro y tiró de Brigid.

Los dedos de Maya se aferraron con fuerza a su brazo, mientras la mortífaga mantenía la mirada fija en su señor.

¿Ahora?, quiso saber Brigid.

Ya casi está.

Brigid trató de escapar. Sus piernas no respondieron. Todo su cuerpo estaba inmóvil.

—¿Qué me has hecho? —preguntó, en un susurro, a Maya.

Juraría que la mortífaga sonrió al otro lado de la máscara.

—Mi familia tiene una habilidad especial que somete a la tuya, querida —dijo, con cierto tono de diversión—. ¿No te parece sorprendentemente afortunado?

El dolor fue tan súbito que la mandó al suelo sin siquiera poder decir palabra. Brigid quiso chillar, pero no tenía fuerza suficiente para ello.

El dolor era demasiado para ella.

Brigid sollozó en silencio, pero se obligó a volver a ponerse en pie.

Eres fuerte, cariño. Aguanta un poco, no queda nada.

—Nada de eso, niña.

Brigid se desplomó de nuevo, con las mejillas empapadas en lágrimas. Quiso gritar, pero ningún sonido salía de su garganta. Cada parte de su cuerpo ardía, abrasaba por el dolor. Hasta respirar comenzaba a ser difícil.

Tengo que hacer algo.

Brigid nunca supo de dónde sacó la fuerza. Su brazo se extendió. Sus labios formaron con dificultad el conjuro.

Maya se desplomó sobre el suelo.

Tras ella, con los ojos muy abiertos, un hombre observaba a Brigid. Un mortífago. Bajó lentamente la varita que habían sostenido contra la espalda de Maya.

Brigid trató de arrastrarse, alejarse lo posible de él. El hombre miró a su alrededor, sus ojos moviéndose con pánico tras las rendijas de la máscara.

—Sal de aquí ya, niña —soltó, antes de alejarse con rapidez hacia el resto del grupo de mortífagos.

Brigid no cayó en la cuenta hasta segundos después de que aquel hombre había dejado inconsciente a Maya al mismo tiempo que ella. Le había ayudado.

Pero no tenía tiempo para pensar en aquello. No cuando seguían tratando de sobrevivir.

Mientras tanto, el rayo dorado que conectaba a Harry y Voldemort se escindió. Aunque las varitas seguían conectadas, mil ramificaciones se desprendieron trazando arcos por encima de ellos, y se entrelazaron a su alrededor hasta dejarlos encerrados en una red dorada en forma de campana, una especie de jaula de luz, fuera de la cual los mortífagos merodeaban como chacales, profiriendo gritos.

Brigid quedó fuera de la vista de Harry.

—¡No hagáis nada! —les gritó Voldemort a los mortífagos.

Tenía los ojos completamente abiertos de sorpresa ante lo que estaba ocurriendo y forcejeaba en un intento de romper el hilo de luz que seguía uniendo las varitas. Harry agarró la suya con más fuerza utilizando ambas manos, y el hilo dorado permaneció intacto.

—¡No hagáis nada a menos que yo os lo mande! —volvió a gritar Voldemort.

Y, entonces, un sonido hermoso y sobrenatural llenó el aire... Procedía de cada uno de los hilos de la red finamente tejida en torno a Harry y Voldemort.

Nunca había oído un sonido así. Era un sonido de esperanza... lo más hermoso y acogedor que había oído en su vida. Sentía como si el canto estuviera dentro de ella en vez de rodearla.

—¡No rompas la conexión! —gritó Felicity, apareciendo súbitamente a su lado.

Harry asintió.

—Lo sé —le dijo—, ya sé que no debo.

Los guijarros de luz que se iban formando a su alrededor se acercaron a ambos.

—¿Dónde estabas? —preguntó Harry, con los dientes apretados por el esfuerzo.

Felicity brillaba tanto como la luz que las rodeaba.

—Es demasiado complicado de explicar —dijo ésta, en voz baja—. Hacía tiempo que sentía que algo iba mal. No creí qué sería esto, pero...

—¿De qué hablas?

—Creo que tenemos peores problemas ahora mismo.

La varita de Voldemort había entrado en contacto con uno de los guijarros de luz. Prorrumpió al instante en estridentes alaridos de dolor. A continuación (los rojos ojos de Voldemort se abrieron de terror) una mano de humo denso surgió de la punta de la varita y se desvaneció: el espectro de la mano que le había dado a Colagusano.

Más gritos de dolor, y luego empezó a brotar de la punta de la varita de Voldemort algo mucho más grande, algo gris que parecía hecho de un humo casi sólido. Formó una cabeza... a la que siguieron el pecho y los brazos: era el torso de Cedric Diggory.

El espeso espectro gris de Cedric Diggory (¿era un espectro?, ¡parecía corpóreo!) salió en su totalidad de la punta de la varita de Voldemort como de un túnel muy estrecho. Y aquella sombra de Cedric se puso de pie, miró a ambos lados el rayo de luz dorada, y habló:

—¡Aguanta, Harry! —dijo.

La voz resonó distante. Oyó los apagados gritos de terror de los mortífagos, que rondaban fuera de la campana dorada.

Harry no podía casi apartar la mirada de Cedric, pensando en Brigid en todo momento, mientras dos nuevos espectros salían de la varita de Voldemort. El anciano al que había visto morir en sueños, hacía meses. Y Bertha Jorkins. Dirigieron palabras tanto a Harry como a Voldemort, pero éstas quedaron casi olvidadas para el chico al ver aparecer al siguiente espíritu.

Harry había comprendido qué significaba que la varita de Voldemort estuviera dejando ver los hechizos realizados anteriormente. Había estado esperando algo así desde que vio aparecer a Cedric.

Su miraba mostró algo de desconcierto al reconocer la figura.

La sombra de humo de una mujer joven de pelo largo cayó al suelo, se levantó y lo miró... y Harry, con los brazos temblando furiosamente, devolvió la mirada al rostro fantasmal de su tía.

—Lo estás haciendo muy bien, cariño. Cuando la conexión se rompa, desapareceremos al cabo de unos momentos... —le decía Aura— pero te daremos tiempo... Tienes que alcanzar el traslador, que te llevará de vuelta a Hogwarts. ¿Has comprendido, Harry?

Era indudable el parecido que Vega y Nova compartían con ella.

—Sí —contestó éste jadeando, haciendo un enorme esfuerzo por sostener la varita, que se le resbalaba entre los dedos.

—Harry —le cuchicheó la figura de Cedric—, lleva mi cuerpo, ¿lo harás? Llévales el cuerpo a mis padres...

—Lo haré —contestó Harry con el rostro tenso por el esfuerzo.

—¿Y cuidarás de Bree? —añadió, en voz baja—. ¿Lo harás?

—Lo prometo —murmuró Harry.

El espectro de Cedric asintió.

—Dile a Vega que lo siento —terminó diciendo, apartándose un poco de él.

—Dile que yo también —susurró la voz de Aura Potter, mirándole con fijeza—. Prepárate. Prepárate para correr... Tendrás que sacar a Brigid de aquí... ahora...

—¡YA! —gritó Harry.

Al mismo tiempo que Harry gritaba aquello, la voz habló dentro de la cabeza de Brigid.

¡YA!

—¡YA! —bramó Brigid, desde el suelo, haciendo un gran esfuerzo por ponerse de pie.

Algo pareció estallar dentro de su pecho. Al tiempo que gritaba, todo a su alrededor desapareció ante sus ojos. Las sombras se elevaron a su alrededor. Los fantasmas también.

Gritó, sintiendo la fuerza salir de ella. La magia de muerte la rodeaba. La temperatura del lugar pareció descender varios grados.

Brigid se irguió, con los ojos muy abiertos. El celeste había quedado empañado por un gris plata. Las sombras parecían congregarse a su alrededor.

Los muertos rodeaban todo. Los mortífagos gritaban, aterrados, y trataban de defenderse con hechizos que no tenían ninguna utilidad contra ellos. Voldemort parecía no saber cómo manejar la situación. Harry corría hacia ella.

Todo parecía ir muy lentamente. Brigid gritó. Sobre sus hombros parecía llevar la carga más pesada del mundo. Pensó que iba a desmayarse de dolor, pero respiró hondo.

Eres capaz de hacerlo.

Cada músculo de su cuerpo se volvió de fuego. Era como si los huesos se le estuvieran derritiendo. Quería gritar, pero no tenía fuerzas ni para abrir la boca. Empezó a ceder poco a poco. El peso le aplastaba.

¡Resiste! ¡No te rindas!

Duele.

Puedes con ello, sé que puedes.

La visión se le hacía borrosa. Todo estaba teñido de rojo y negro. Diferentes imágenes cruzaron su mente. Una chica rubia gritando en mitad de una multitud. Un chico de pelo oscuro rodeado de un espero humo verde.

Su cuerpo entero parecía arder. Los muertos seguían saliendo, sin detenerse. Rodeaban el lugar al completo. Brigid no sabía hasta cuándo debería seguir haciéndolos salir.

Invocar a los muertos dolía horrores. Brigid supo que no podría sola. No podría sostener aquello, era demasiado fuerte para ella.

El grito de atascaba en su garganta, el peso la aplastaba. La magia que salía de ella comenzaba a debilitarla.

Notó como un hilo que tiraba de su pecho, que le arrastraba. Y trató de tirar de él de vuelta, con tanta fuerza como pudiera. Lo aguantó ahí, acercándolo a ella, con la esperanza de que no se rompiera.

Juraría que escuchó el sonido de cristales al fragmentarse.

Harry le puso la mano en el hombro, tratando de ayudarla. Las chispas saltaron cuando él entró en contacto con el aura negra que había comenzado a rodear a Brigid. El aura de la muerte. Harry era la vida. No era una buena mezcla.

Brigid gritó en silencio, reunió tanta fuerza como pudo, levantó los brazos y una ola aún mayor de muertos se levantó. El cementerio estaba lleno hasta los topes. Los mortífagos chillaban, completamente rodeados.

—¡Aguanta, Bree! —escuchó decir a Harry, como si gritara desde lejos—. ¡Sé que puedes!

Brigid resistió y resistió. Fueron los segundos más eternos de su vida. Más muertos seguían surgiendo. Y, entonces, la voz le dijo que ya podía parar. Brigid trató de incorporarse pero se cayó, mareada de dolor. Harry la alcanzó antes de que se estrellara contra el suelo. Apretando los dientes, echaron a correr.

Brigid corrió como nunca lo había hecho en su vida, golpeando junto a Harry a dos mortífagos atónitos para abrirse paso.

Corrieron en zigzag por entre las tumbas, notando tras ellos las maldiciones que les arrojaban, oyéndolas pegar en las lápidas: fueron esquivando tumbas y maldiciones, dirigiéndose hacia el cuerpo de Cedric y la copa, olvidado por completo del dolor que sentía en cada parte de su cuerpo, concentrado con todas sus fuerzas en lo que tenía que hacer.

Los muertos hacían retroceder a los mortífagos. Para sorpresa de Brigid, eran capaces de tocar a éstos, no les atravesaban como pasaría con fantasmas como los de Hogwarts.

El alivio de saber que los mortífagos y Voldemort no tenían nada que hacer contra los muertos casi le mareó más de lo que ya estaba.

Iban a salir de allí.

—¡Aturdidlos! —oyó gritar a Voldemort.

¡Impedimenta! —gritó Harry, apuntando con la varita por encima del hombro a los mortífagos que los perseguían.

Los muertos los rodearon cuando Brigid, preguntándose si saldría bien, trató de llamarles. Salió bien: un gran grupo se interpuso entre ellos y los mortífagos que perseguían a los jóvenes.

Ambos saltaron sobre la Copa y se echaron al suelo al oír más maldiciones tras ellos. Nuevos chorros de luz les pasaron por encima de la cabeza.

—¡Ve a la Copa! —gritó Harry, mientras él trataba de alcanzar el cuerpo de Cedric.

—¡Apartaos! ¡Lo mataré! ¡Es mío! —chilló Voldemort.

La mano de Harry había aferrado a Cedric por la muñeca. Entre ellos y Voldemort se interponía una lápida, pero Cedric pesaba demasiado para arrastrarlo, y la Copa quedaba fuera de su alcance. Los rojos ojos de Voldemort destellaron en la oscuridad. Brigid lo vio curvar la boca en una sonrisa, y levantar la varita.

¡Accio! —gritó Brigid, apuntando a la Copa de los tres magos con la varita al tiempo que se aseguraba de estar sujetando bien a Harry.

Más muertos surgieron de la tierra y obligaron a hacer retroceder a Voldemort. La Copa voló por el aire hasta ellos. Brigid la cogió por un asa.

Oyeron el grito furioso de Voldemort en el mismo instante en que sentían la sacudida bajo el ombligo que significaba que el traslador había funcionado: se alejaban de allí a toda velocidad en medio de un torbellino de viento y colores, los dos juntos, y Cedric iba a su lado.

Estaban vivos, por increíble que pareciera. Regresaban.

Brigid se obligó a resistir hasta que notó la tierra bajo ella. Cuando eso sucedió, cerró los ojos y se permitió descansar.

Deseando en lo más profundo de su corazón que todo hubiera sido una horrible pesadilla. Porque ya estaban fuera de allí y podía derrumbarse.

Cedric estaba muerto. Su hermano estaba muerto.

Había salido de vida junto a Harry. Pero no había podido salvar a Cedric. El dolor de la cicatriz le había impedido darse cuenta de lo que iba a suceder.

Su hermano se había ido para siempre y no había nada que pudiera hacer.

Por ello, recibió a la fría oscuridad de la inconsciencia con alivio y espero que todo aquello hubiera terminado cuando despertara.

Porque el dolor ya comenzaba a consumirla y era demasiado para ella.

Descansa, pequeña. Aún te queda mucho por enfrentar.

Brigid aún no había terminado su trabajo aquella noche. Algo la llamaba, llamaba su magia, llamaba a la muerte.

Algo mágico y puro que había aparecido de la forma más inesperada.




















maratón 4/5

la siguiente parte es un extra que es muy importante leer si quieren entender, yo aviso je :)

btw, en serio creyeron que yo podría matar a bree? nah mi niña merece más y si muere será de un modo más espectacular JAJSJ

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