CAPÍTULO 12

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Eleanor parpadeó tras sus enormes gafas, apreciando al joven alto y apuesto que acompañaba a su nieta para la hora de la cena, por supuesto que no le había pasado desapercibido el repentino nerviosismo de ambos como si de pronto su silencio los matara de ansiedad.

— ¿Abuela? —Natasha preguntó una vez más.

— ¡Querida! Pasen, pasen; hay mucho espacio y mucha comida.— abrió los brazos para recibirla con más entusiasmo que otras veces, aunque para ser sincera la mayoría del tiempo la muchacha llegaba hecha un desastre y solía quejarse con frecuencia de su jefa. No la culpaba, lo haría también de tener una igual. Luego, Eleonor se fijó en el hombre reservado que estaba dos pasos más atrás y se acercó sin problema para envolverlo.

Steve sentía que no podía respirar, a lo que Natasha soltó una risita por lo bajo. En su defensa, no estaba acostumbrado a fraternizar con extraños. Sin embargo se sorprendió, porque solo bastaron unos segundos para sentir la calidez de la mujer, y lo que fue más asombroso aún, de la casa apenas pudo un pie dentro de ella.

— Steve, ella es mi abuela; Eleanor. Abuela, este es Steve Rogers...mi ex supervisor. — ella dijo bajito, y Eleanor abrió tanto los ojos y la boca que parecía haber recordado un hecho tan importante como el día de la independencia. Ahora estaba confundida como la primera vez que Natasha pintó sobre uno de los lienzos de su padre.

— Seguro, querida. Un gusto Steve, adelante, por favor.

Dejó que el chico ingresara a la sala de estar, y antes de que la pelirroja diera un paso más, la tomó del brazo para detenerla de golpe en el pasillo.

— Es muy guapo — Chilló como si volviera a tener diecisiete.

— Oh, no, no vas a empezar — señaló con tono acusador—. Sé que te dije que al principio nos llevamos mal, de hecho aún estoy tratando de asimilarlo, pero somos una especie de...— se detuvo a pensarlo por unos segundos mientras chasqueaba los dedos —Compañeros. Eso. Nada más.

— Piénsalo, estaría llena de bisnietos hermosos. — respondió con una sonrisa tan grande como el gato Cheshire. A veces Eleonor daba miedo.

— Abuela, basta. Terminaremos por asustarlo.

— No seas exagerada, Natasha— restó importancia con un bufido—. Aún no conoce a toda la familia...

Cuando terminaron la plática, los tres enteraron a la cocina donde Steve percibió el olor de una tarta de arándanos tan delicioso que le recordó a las que hacía Anne, y una escena que le puso los pelos de punta y lo dejó estático por un largo momento. Vio a una chica con la blusa levantada justo desde donde empezaba a crecer su vientre y el hombre que estaba de rodillas en el piso llevaba consigo un marcador.

Ambos reían, se veían felices, tenían toda esa vibra e ilusión que se crean los padres primerizos cuando un hijo está por llegar. Eso lo puso incómodo, y ciertamente, algo nostálgico.

— Hola, Barnes, ¿Listo para saldar cuentas?

— ¿Planeas cobrarle a mi esposo antes de felicitarme?— Wanda dijo, en lo que bajaba el largo de su blusa. Natasha corrió hacia ella murmurando palabras de orgullo, acariciando su cabeza y dejando un beso sobre su mejilla. Momentos después, cuando todos estuvieron enternecidos lo suficiente, extendió la mano con dirección al hombre de la casa. James depositó cincuenta dólares y articuló unas gracias sin emitir sonido. No era que no estuviese feliz por su hermana, pero apuestas son apuestas, y le divertía hacer enojar al padre de su futura sobrina.

— ¡No puedo creer que sea una niña! ¡Te lo dije! Yo siempre acierto, James.

— Sea como sea, la voy a amar igual, Nat. Eso ya deberías saberlo— clavó su mirada en la esquina de la cocina y sonrió con curiosidad— ¿Quién es tu amigo? No nos conocemos. — comentó atrayendo la atención de Wanda y haciendo enrojecer las mejillas de Steve.

— Oh, claro. Él es Steve Rogers; Steve, ellos son Wanda y James Barnes.

— Un placer— se acercó para estrechar sus manos, a lo que James correspondió con un apretón amistoso— Y felicidades, por cierto.

— Gracias, amigo, fue sorpresivo para todos. Aunque con Natasha a tu lado, seguro ya te has enterado con detalles— murmuró lo último con algo de pena.

— Sí, ella... gritó un par de veces cuando le dijeron que era niña.

— Bueno, no le he contado desde el momento en que te enteraste, solo los hechos recientes.— Natasha dijo.

— Más te vale, Romanoff— sonrió de vuelta y él y Steve tomaron asiento—. ¿Sabes? Me agradas. Deberías venir por aquí más seguido, como podrás notar soy la única presencia masculina en esta casa.

— Sí, entiendo el sentimiento — rió complacido de que alguien lo comprendiera al menos en ese aspecto.

— Steve vive con su...

— Mi madre y mi hija. — confirmó.

Natasha asintió cuando supo que se refería a ellas como algo más que simples inquilinos en su casa, había sido testigo del cariño con el que él las trataba y estaba bien para un primer comienzo.

— Bueno— continuó un tanto más ansioso—, Anne es mi nana desde que tengo memoria, y adopté a Olive hace un tiempo. — resumió sin dar mayor explicación.

Los demás parecieron volver a respirar con normalidad, ni siquiera se supo cuando dejaron de hacerlo, y Natasha fulminó a la mayoría de presentes con un simple movimiento de ojos.

— ¿Y hace cuánto que tú y Natasha salen?

— ¡James!— reprendieron las mujeres, aunque dos de ellas, estaban tan interesadas en el tema como él.

— Solo es una pregunta casual. ¡Anda hombre! Estamos en confianza.

— Natasha y yo solo somos amigos— explicó con calma—. Trabajamos juntos hace muy poco, en realidad.

— Así es, deja de asumir tonterías, ¿Quieres?— se quejó ella.

— No me culpes, Nat, no traes un chico a casa desde que cumpliste los diecinueve.

— ¡James!—lo reprendió otra vez. El tipo era más indiscreto que las ancianitas del club de bingo.

— ¿Lo siento?

Steve sonrió más relajado al oír eso; el tipo era gracioso sin llegar a incomodarlo, al contrario; hacia enfadar a Natasha y aquello lo reconfortaba aun si después la mujer pelirroja lo atacara mil veces más.

— Discúlpalo, Steve, está emocionado porque ha dejado de ser el único hombre en la casa.—la esposa de James intervino con una mirada de advertencia.

— Wanda, cariño, tu sabes que las amo...

— Pero detestas las pláticas de chicas. — concluyó Wanda, con un firme asentimiento.

— Bueno, si te hace sentir mejor, cada que llego del trabajo hay un " me hice un peinado nuevo" o " puedes trenzarme el cabello" u "hoy fuimos de compás", y ya sabes, luego mencionan esa larga lista. Lo curioso es que estoy familiarizado con ello casi tanto como con los esmaltes de uñas, así que no oír nada relacionado en una plática al llegar a casa, sería extraño.

Eleanor tomó asiento junto a él y lo observó con atención, juntando las manos debajo del mentón. "La pose juzgona" como Natasha la llamaba.

— Parece que te gustan los niños.—dijo la mujer mayor.

"No los niños, solo Olive" pensó él, aun así, afirmó.

— ¿Y cómo se siente?

Ahora Natasha miró de reojo la cara de bobo de Rogers al soltar la pregunta, en verdad interesado por saber cómo lidiar con la responsabilidad de aquí a uno años. Parecía, aunque no quisiera admitirlo, una plática de padres dedicados. Colocó las dos rebanadas de tarta en un plato, una para ella y una para Steve, tomando asiento justo frente a él.

Pateó con disimulo su pierna por debajo de la mesa y él le devolvió el gesto en un intento de confirmar que aún estaba con todos ellos. Se había quedado callado por un momento, pero era solo porque estaba en un lugar donde apenas lo conocían y ya se había convertido en el centro de atención; pero había algo entre la familia de Natasha y los extraños de fuera o el trabajo, y era que ellos en verdad le agradaban. Bueno... Solo los tres, Natasha era un caso aparte, uno que le costaba definir por momentos, aunque justo ahora estaba cómodo y animado, y ella lo hacía sentir bien.

— Anda Steve, cuéntale a James un poco de tu vida como padre. — supo que Steve se la cobraría luego por la manera en como tamborileo los dedos sobre la mesa y sonrió ladeado, echándole una mirada rápida de ojos entrecerrados.

— Pues, verás, a veces es todo un reto; sobre todo si es una niña. La hora del baño es complicada, tal y como ves en televisión, tardan siglos en la bañera. Cuando Olive tuvo su primer baño me daba miedo romperla— recordó con nostalgia la primera vez que Thomas la colocó entre sus brazos porque él debía ir a una junta importante, y estaba tan nervioso que temblaba como una hoja—, luego te acostumbras. Elegir cada pequeño conjunto también es un lío, por suerte tienes a Wanda. Yo no sabía cómo cambiar pañales— Tom tampoco—, es una tarea de alto riesgo, por cierto. No sabía que debía darle de comer o a cuánto debía estar la temperatura de la fórmula. Cuando Olive llegó yo era un desastre porque no tenía una idea de lo que era cuidar a una niña tan pequeña, pero con el tiempo...aprendes, y es reconfortante y divertido a veces. Solo debes mirarla a los ojos para notar lo feliz que es, y darte cuenta de que es lo único que basta para que lo seas también. Pronto, ellas crecen y empiezan a hablarte de lo que hicieron, que vieron, a dónde fueron, cuál es la muñeca con más probabilidades de ser el juguete perfecto y de lo mucho que odian los guisantes. Te pedirá que le leas un cuento y que le ayudes con las tareas o la lleves al parque los fines de semana. No importa cuál, sabes que terminarás haciéndolo. Si antes no te llamaba la atención o no te imaginabas en esa posición, descubrirás que es donde siempre has querido estar. Y la vas a amar.

Natasha no sabía cuáles habían sido las razones exactas para que Steve se llevara la custodia de la niña, pero estaba segura de algo: Del modo en que sea, Steve era un gran padre y lo admiraba por ello.

— Eso fue muy bello. — Wanda dijo, colocando sus manos sobre las de James, que acariciaban su vientre con ternura.

— Solo hablo por mi experiencia, de seguro ustedes lo harán mucho mejor.

— No, no. ¿Qué dices muchacho? Tú ya eres un padre estupendo, ¿O no Natasha? Es un perfecto material de esposo. ¿Es que tienes novia, Steve?

Ni ella ni él se veían capaces de contestar a la pregunta. Natasha se removió incómoda y engullo cucharada tras cucharada, mientras que Steve apenas revolvía el tenedor sobre el plato.

— No, yo no tengo.

— ¡Qué casualidad! Natasha tampoco tiene ni un solo pretendiente.

— ¡Abuela!

— Linda, solo hacia un comentario, no te alarmes. Eres muy guapo, Steve, debes saberlo.

— Gracias, señora Romanoff.

— No agradezcas. Ahora ¿Quién quiere jugar charadas?

Steve no estaba muy seguro de que pensar al principio cuando la mujer cambio el tema, pero luego de un rato, cuando daba descripciones erróneas solo para ver a Natasha tratando de adivinar sin ganar ninguna ronda, se permitió relajarse y divertirse. No recordaba el tiempo en el que había reído de ese modo, era como vivir al máximo la experiencia en familia; cosa que solía compartir con las dos mujeres que la esperaban en casa, y esto era viendo alguna película. Quizá debería pasar por el supermercado y comprar uno de esos juegos solo para probarlo por iniciativa propia.

Natasha lo veía reír y lo veía charlar con el resto sin problema, adaptándose como si fuera uno más de ellos. Tenía que admitir que era bueno y que nadie nunca la había dejado tan destrozada en una partida; pero siendo Steve, le reconfortaba traer algo de alegría a su vida. Para ser honesta, él lo había hecho con ella también. Era como aprender de a pocos, enseñándose cosas nuevas y desconocidas el uno al otro, quejándose algunas veces como otras solo se limitaban a divertirse. Era irónico lo bien que se la estaba pasando con alguien a quien odiaba desde el primer instante en que lo vio.

Con disimulo tomó su cámara y una vez más sacó una fotografía sin que él lo notara.

Las horas pasaron rápido y a Steve lo esperaban en casa, cuando llegó el momento se despidió de Eleanor, de James y de Wanda.

— Espero verte pronto, querido. — dijo la abuela de Natasha.

— Fue un gusto conocerlos, y felicidades otra vez.—se despidió de todos con más energía que cuando llegó.

Natasha estaba junto a él en el asiento del copiloto esbozando sonrisa de oreja a oreja, él lo había notado, pero no había dicho nada; se limitó a hacer lo mismo mientras la música sonaba. Su paz la rompió la carcajada que ella soltó apenas minutos después y la siguió sin problema. La situación era un tanto cómica, después de todo.

— Admite que ha sido bueno.

— La próxima será el domingo, yo tuve un día de Romanoffs, tú tendrás un día de Rogers.

— Es justo— asintió— ¿No te ha asustado la abuela?— él rió otra vez, teniendo que parar de conducir cuando llegaron al edificio de Natasha.

— Tu abuela ha sido la mejor parte. Ella es fantástica.

— Gracias, muchas gracias. Solo ten cuidado la próxima vez, puede que ahora que le dijiste que estás soltero quiera usar sus "gracias" contigo.

— Lo tendré en cuenta.

— Bueno...— lo contempló en silencio mientras él acomodaba su camisa y corbata más de lo que ya estaba—, yo ya debo irme. Buenas noches, Rogers.

— Hasta mañana, Romanoff.

Natasha salió del auto y corrió hasta encerrarse en su habitación, arrojó "colocó con cuidado" los zapatos sobre la alfombra, tomó su cámara y su portátil, en un segundo bajó la última foto, abrió la mensajería y buscó su nombre.

Steve aún se mantenía abajo, inmóvil en su asiento cuando la luz de su teléfono se encendió y vio un mensaje de su compañera.

"A veces puedes ser agradable, Rogers".

J.M.

Se quedó admirando la fotografía y el como ella había capturado su esencia; alegre, libre, relajado y sin preocupaciones. Había sido una buena noche, a pesar de haber invocado el recuerdo de Thomas sin intención. Se dijo que tenía a alguien esperándolo, alguien que, al llegar a casa y cruzar la primera habitación del pasillo, ya estaba bajo las mantas.

— Descansa, Olive.

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