CAPÍTULO 14

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Para Natasha, los domingos estaban hechos para quedarse dormida hasta avanzada la tarde con los rayos del sol atravesando su ventana, los pajarillos revoloteando fuera, sin molestias, sin preocupaciones y sin ver el operado rostro de su jefa. Un día para respirar el aire de libertad, un día para... Su teléfono sonó sobre el buró.

Alargó un brazo para buscarlo a tientas, terminando por arrojar al suelo el reloj despertador. Cuando por fin se decidió a levantarse abriendo apenas un ojo, tomó el aparato entre sus manos y contestó sin detenerse a mirar el nombre del contacto.

— ¿Hola?— preguntó a ojos cerrados y con voz adormilada.

— ¡Arriba, Romanoff! Es hora de aprovechar la mañana, estoy en tu apartamento en media hora. — ella abrió los ojos de golpe y se alejó para observar la pantalla con claridad.

— ¿Qué demonios, Rogers? ¡Son las ocho!

— Y estamos demasiado tarde. — agregó como si fuera lo más obvio.

— Por supuesto que no, la gente normal se levanta a las nueve o quizá hasta más. Ahora, ¡Déjame dormir, si no es mucho pedir!

— ¡Alto ahí!— gritó a través del teléfono y ella se mareó un poco. Sus cinco sentidos aún no iban en una misma dirección del todo—. Prometiste una cena de domingo, ¿Recuerdas? Me dijiste que pase por tí.

— Cierto...— aceptó en voz baja—. ¡Pero eso es muchísimo más tarde! ¿No tienes otras cosas que hacer, aparte de torturarme tan temprano?

— Es para eso te quiero despierta. Hubo un cambio de planes, espero no te moleste almorzar con Anne, Olive y unos amigos más a los que es posible que veas una vez en tu vida. Al menos la mayoría. —Natasha juraba que se había encogido de hombros y tenía una sonrisa inocente de "yo no fui" aun sabiendo que tenía toda la intención de despertarla.

— Oh, Dios, necesito una vida...—masculló para sí— Bien, ¿Qué se supone que deba ponerme? ¿Será algo muy elegante? Porque no quiero terminar por hacer el ridículo.

— Busca tu mejor vestido playero, nos vamos a los Hamptons.

Sin más, cortó, y ella cayó de espaldas sobre la cama; resoplando con resignación y maldiciendo entre gruñidos al entusiasmo de Steve. Luego de unos minutos decidió arreglarse para verse decente y tomó un bolso amplio para guardar todo lo necesario antes de salir y aguardar afuera.

— Hace un día fabuloso para ir a la playa, ¿No crees?

Él bajó el cristal del auto y rió cuando la vio rodar los ojos. Natasha estaba de brazos cruzados, vistiendo un simple vestido blanco y sandalias bajas que la hacían lucir aún más pequeña y además dejaban entre ver sus graciosos dedos de los pies pintados con barniz rosa, los cuales removía con ansia; para Steve ese simple gesto le bastaba, era mil veces mejor que verla en su faceta de chica de oficina. Se estiró para quitar el seguro y ella subió a su lado.

— ¿Dónde están Olive y Anne?

— Sam las llevó, tú y yo debemos ir de compras antes. ¿Trajiste la cámara?

— Es un objeto esencial, ¿Cómo se te ocurre que pude haberla olvidado? Además tengo una lista de cosas para recordar por si me falta algo.

— Muy bien, solo no empieces a recitarme los efectos secundarios de no llevar protector solar.

— ¡Rayos, el protector solar!

— ¡Ah, sabía que no podía ser tan perfecta esa lista tuya!— celebró para sí— Descuida, compraremos de camino.

Una vez que él arrancó hacia el supermercado y llegaron sin haberse puesto las manos al cuello, Natasha había tomado una cesta y Steve llevaba diez minutos tratando de recordar que necesitaban.

— ¿Ya dije protector solar?—preguntó él otra vez, desesperándola.

— Unas cinco veces, y solo porque yo te dije que necesitaba uno.

— ¿Champaña?

— ¿No es mejor el vino?

— Llevamos los dos.

— Estamos perdiendo el tiempo.

— Eres muy impaciente.

— Se pegan las malas costumbres— bromeó—. Andando, Rogers lo haré yo.

Steve tomó la cesta de compra mientras ella dejaba todo lo necesario dentro de ella y la iba observando con atención a medida que lo hacía, parecía interesado en tener una idea de cómo hacer esa clase de cosas. Por momentos pensaba que sería inútil sin la ayuda femenina, la que hacía las compras en casa era Anne; pero no podía negar que ahora podría pasar un poco más de tiempo en algo que no sea el trabajo, y resultaba que Natasha era su distracción perfecta, aún si parecían no soportarse más de quince minutos.

Cuando llegaron a la fila tuvieron que aguardar otro largo rato, Natasha estaba incómoda por las miradas de los tipos sobre ella y de la muchachita tras el cajero pestañeándole a Steve. No le importaba si le ofrecía una cita con tal de salir rápido, estaba empezando a irritarse.

No era la única, por supuesto, los que iban casi al final estaban quejándose de la pésima atención.

— Venir aquí fue una terrible idea.

— Solo me aseguraba de que no olvidáramos nada.

— Querrás decir que yo lo hice.

— ¿Te han dicho lo molesta que eres?

— No sería molesta si no lleváramos casi media hora aquí. —le gruñó entre dientes y Steve elevó las manos en señal de paz, pensando que "podría morder".

— Déjame arreglar el asunto. — pidió con calma y se adelantó entre los abucheos de la gente hasta llegar a la muchacha para llamar su atención. Se inclinó para leer su placa y le dedicó una sonrisa de comercial.

— Hey, Helen, ¿Cómo estás? Oye, quería pedirte un favor; pero antes debo saber si estás dispuesta a cumplirlo. Verás, la gente allá atrás está furiosa y te agradeceríamos que adelantaras un poco, ya sabes, el proceso.

— Sí...— suspiró, embelesada casi al instante por el carisma del hombre.— ¿Te gustaría pasar primero?

— Eres un sol, Helen— guiñó y llamo a Natasha que se acercó a regañadientes para por fin pagar las cosas, aún si la turba enfurecida del fondo seguía refunfuñando—. Vendré más seguido por aquí, me agradas.— le dijo cuando acabó de pagar.

— ¡Puedo ofrecerte un descuento!— gritó cuando ya estuvo cerca de la salida.

Su compañera pelirroja bufó y negó como si ya hubiera visto venir todo el número que había montado.

— ¿Y ahora que hice?— preguntó cansado y suponiendo que algo no le había gustado...como casi todo.

— Más bien por qué no lo hiciste más rápido. Pudiste habernos ahorrado todo ese tiempo de pie.

— Tranquila, Romanoff, tienes aún dos horas para disfrutar del mullido asiento en mi auto.

— Qué prometedor.

— Sin sarcasmos.

Una vez dentro encendió la radio a todo volumen; ella se recostó y él condujo buena parte del tramo disfrutando del silencio. Al voltear la encontró con los ojos cerrados, Natasha tenía el sueño pesado y el cabello le estaba cayendo sobre el rostro como una cortina; iba tan pacífica que le apenaba despertarla. Pudo parar, tomar la cámara y sacarle una fotografía; pero no lo hizo, guardaría el momento.

— Si crees que no siento tu mirada sobre mí, te equivocas, Rogers.

— Pensé que dormías. Eso da miedo.— miró al frente, evitándola apenas comenzó a despertar. Había sido raro. Bastó con que ella soltara una risa, divertida del asunto, para que se aligerara el ambiente.

— Lo hacía, hace cinco minutos.

—Lo lamento, estaba algo aburrido y pensé que querrías platicar.

— Cuéntame algo.

— ¿Cómo qué?

— Lo que sea; tu número favorito, lugar favorito, una película que te guste, cuántos hijos piensas tener... Lo que se te venga en mente, siempre es bueno discutir sobre algo.

— ¿Discutir?— elevó una ceja.

— De todo lo que menciones, es posible me guste lo contrario. — explicó.

— ¿Por qué asumes que somos tan opuestos?— inquirió curioso.

— ¿No es así?

— Bueno, eres cínico, gruñón e inaguantable.

— Y tú una sabelotodo reprimida. —apuntó casi a la defensiva.

— Supongo que me gusta tu sinceridad. — fingió sonreír con los dientes apretados.

— Supongo que me gusta ganarte.

— ¡Anda ya! Cuéntame un poco antes de que me lance del auto en movimiento y debas pagar los gastos de mi funeral— se acomodó mejor, sin perder detalle de su perfil— ¡Oh, espera!— se movió hacia atrás, retorciéndose entre los asientos para traer la cámara y enfocarlo—. Ahora sí.

Cuando él giró, motivado por la curiosidad, el flash se disparó y ella se retorció en su lugar cuando notó la mueca desorientada que Steve traía.

— No vuelvas a hacer eso, harás que me desvíe.

— Habla, o harás que me duerma. — ella le exigió y él rodó los ojos sin rastro de molestia.

— Mi número favorito es el cuatro porque es el número de mi cumpleaños, mi lugar favorito es mi estudio, me gusta psicosis, y dos en total.

— ¿Dos?

— Niños. Aunque nunca lo he pensado demasiado, es algo que solía estar en mi cabeza hace mucho tiempo y ahora me doy cuenta de que lo hay sentido.

— ¿Por qué?

— Larga historia. Tú turno.

— El cinco, el edificio treinta y siete del Uptown, toda la saga de Harry Potter, y no lo sé...—ella no pensó en discutirle la pregunta anterior.

— Bueno, quizá si tenías razón, no coincidimos— asumió, cabeceando un par de veces y un tanto asombrado. Incluso a su mente vino una canción de Billy Joel cuando se lo mencionó— ¿Qué hay en el treinta y siete?

— Tal vez algún día te lo cuente. — miró por la ventana, evitándolo de pronto. Steve frunció el ceño y siguió con su camino en silencio; temiendo decir algo más que pueda tornar la situación más incómoda. Al llegar se estacionó frente a una gran casa playera de fachada de piedra. Natasha quedó sorprendida con tal lujo, no era costumbre pisar lugares como aquellos tan llenos de fotografías y de esculturas exquisitas en miniatura adornando los aparadores.

— ¿Qué te parece?

— ¿Es tuya? — soltó con asombro.

— Ahora sí. Antes fue de mi hermano; pero él se fue y...dejó esto para mí. — admitió nostálgico.

Los pasos apresurados llegaron hasta ellos y Olive corrió a sus brazos sin ninguno haberlo previsto. A Natasha aún le resultaban extrañas aquellas muestras de afecto; pero podría acostumbrarse a verlo envuelto en su papel de padre perfecto.

— ¿Dónde están los demás, linda?— Steve le preguntó.

— El tío Chris y tía Jane están con Anne en el patio. Bruce y Betty charlan con Sam.

— Correcto— sonrió—. Como lo he prometido, Natasha se queda.

—¡Genial!— exclamó con entusiasmo— tienes que jugar frisbee con nosotros, el tío Sam es muy malo.

Natasha dejó que tomara de su mano y la arrastrará hacia adentro con Steve siguiéndoles el paso. Al llegar, los rostros nuevos la escrutaron de pies a cabeza; se sintió un tanto incómoda por un momento, hasta que Anne la abrazó por los hombros, haciéndola pegar un salto en su lugar.

— ¡Natasha, que bueno verte otra vez! Steve dijo que no tardarían, estaba a punto de llamarlo.

— Bueno, nos detuvimos en el supermercado. Sabes que suele perderse un poco.

— Yo diría que ese lugar es como un laberinto para él.

— Ustedes dos congenian para sacar a relucir mis defectos, ¿No es así?—interfirió, indignado. La verdad era que le daba algo de vergüenza admitirlo frente a ella.

— Tonterías, y no dejes a la muchacha ahí parada, preséntala, anda.

Steve aclaró su garganta y haciéndole caso a Anne, tomó de su muñeca ganándose los gestos de intriga cuando se acercó al grupo. Natasha pareció encogerse un poco en su lugar cuando las dos mujeres allí comenzaron a evaluarla. Lucían elegantes, muy delgadas y... perfectas. Ni siquiera parecían de las estiradas odiosas, ¡Se veían agradables! Eso la dejó fuera de órbita.

— Steve, por poco y te damos por perdido.

— Muy gracioso, Bruce— entrecerró los ojos con diversión—. ¡Ven acá, hermano, no te veo hace tanto tiempo!— se envolvieron en un abrazo fraternal y luego él dio un paso hacia atrás, acercándola—. Quiero presentarles a alguien. — ella quiso negarse e ir junto a Olive solo para sentirse más segura, hasta que el agarre de Steve pasó de su muñeca a su mano; dando un apretón suave y dejándola delante de él.

— Esta es Natasha Romanoff, mi compañera de trabajo...y amiga.

— Creí que no tenías muchas amigas, Steve. — la castaña de ojos marrones trató de molestarlo, elevando ambas cejas como si estuviera sorprendida.

— Jane, tan adorable como siempre. Y sí, es de las pocas que tengo, si eso te incluye.

— Jane Foster. — acercó su delicada mano con perfecta manicura francesa, la cual lucía un aro brillante y debajo un sencillo diamante —, y él es mi esposo, Thor.

— Encantada. — murmuró.

— Ellos son Bruce Banner y su esposa Betty, y el de allá es Samuel Wilson; mi amigo del que te hablé, mejor conocido como Sam— ella asintió haciendo memoria y Steve se dirigió otra vez al resto de los invitados—. Volveremos pronto, le mostraré a Nat la casa.

Volvió a llevarla puertas adentro, sin prestar atención a las muecas cómplices de todos los invitados. Natasha no perdió detalle de todo lo que le iba mostrando; miraba hacia las vigas de madera en el techo, la forma asimétrica de cada espacio en el que entraban, las fotografías en las columnas; donde halló una de Steve y otro tipo más junto a Sam. Asumía que era Thomas; su hermano. Luego subieron a la segunda planta y quedaron frente a una habitación amplia. Ella giró sobre sus talones con mirada interrogante y él respondió:

— Puedes dejar tus cosas aquí, o cambiarte si quieres. Es mi habitación, las demás están algo ocupadas, al menos no nos quedamos hasta mañana.

— Es una lástima que debamos volver al trabajo. — dejó el bolso sobre la cama y se balanceó sobre sus pies como si estuviera a la espera de algo.

— ¿Sucede algo?— preguntó al verla tan callada y mirándolo con fijeza.

— Pues no me gustaría quitarme el vestido delante de todos ahí abajo, así que esperaba que tú...te dieras la vuelta.

— ¡Oh! Bueno, yo iré al baño, tú puedes quedarte aquí.

— Eso suena bien. —respondió tan nerviosa como él, sintiéndose extraña por primera vez frente a él, haciendo de la situación una cosa incómoda.

Natasha dejó que cerrara ambas puertas y cuando estuvo segura de que nadie la vería, levantó la tela fina de su vestido, dejando un bonito traje de baño amarillo. Se observó un par de veces frente al espejo quedando satisfecha con el resultado, tomó algo para cubrirse y una toalla. Mientras, Steve iba saliendo. Ambos quedándose estáticos en el momento en que se vieron.

Él llevaba solo el bañador y ella tenía la cintura al descubierto. No era incómodo, sino una parte de ellos que no querían apreciar por miedo a cambiar su manera pensar, como en ese instante. De repente ahí estaba ese hormigueo extraño que subía desde la planta de sus pies y se acumulaba en la base de sus vientres y hacía que sus mejillas se volvieran rojas cual ataque de fiebre.

Steve reaccionó primero y la invitó a salir al patio. Por ningún motivo se acercó demás, sentía que si daba un paso en falso ella le arrancaría la cabeza o algo parecido.

Olive los vio llegar y pidió con ansias ir a la playa, Sam los acompañó; no era como si las otras parejas estuviesen muy interesadas.

A Natasha no le parecieron desagradables, eran tipos concentrados en sus asuntos y alguien solitario como ella no compartía sus mismos intereses. Sam, por otro lado, resultó mucho más agradable y tan malo jugando frisbee como Olive había dicho. De hecho, con lo divertido que era y su brutal sinceridad, de algún modo hasta sería una buena opción para María. A su amiga no le gustaba tener demasiadas citas, a menos que pareciera valer la pena.

— ¡Tío Sam, a tu izquierda!

— No otra vez— palmeó su rostro—. ¡Me rindo! Soy terrible en esto.

— Yo jugaré contigo, Olive. — Natasha se inclinó para recoger el disco e hizo un tiro perfecto por el que la niña tuvo que salir corriendo.

— De largo alcance— murmuró el moreno a Steve, quien se había quedado observando en silencio y sin querer—, no está nada mal.

— Es simpática.

— Ya lo creo. Algo te traes entre manos, Rogers.

— No. Ella es mi amiga, quiero suponer, trabajamos juntos y no me cae tan mal como al comienzo.

— Jamás aceptas nunca nada de lo que te dice, ¿Verdad?

— ¿Qué habría que aceptar?

— Quizá el que te agrada un poco más de lo que piensas.

— Natasha es cambiante y somos totalmente opuestos, por si te lo preguntas.

— Se nota. Aunque hay un dicho que afirma que los opuestos se atraen.

— No me aplica.

— ¿Y Sharon si?

— ¿Crees que es un buen momento para hablar de eso?

— Sí. ¿Me recuerdas por qué rayos le pediste matrimonio?

— Olvídalo, Sam. Iré con Nat y Olive.

— ¡Piénsalo!

— ¡Ni en tus sueños!

La verdad era que había analizado a su compañera más de lo que debería. Pronto ya no estaban jugando al frisbee, ahora Olive y él disfrutaban de las olas.

Natasha se había vuelto un caso aparte y acababa de untarse bloqueador solar. Ella escucho una voz tras de sí llamar su atención y un dedo insistente sobre su hombro; picándolo y hundiéndose en su piel.

— Disculpa linda, ¿Puedo ayudarte?

Natasha no sabía si dejarlo o no, nunca se confiaba demasiado en tipos como ese. El problema era que tenía la mirada dulce... No iba a resistirse a eso, ¿verdad?

— Claro. Espárcelo en la espalda, por favor. — le dijo con amabilidad y él estaba a punto de tomar la botellita, hasta que una mano lo detuvo y era más que obvio que no era la de ella.

Steve llevaba rato observando como los tipos alrededor miraban a la chica. Lo admitía, había motivos; pero Natasha venía en su compañía, y de cualquier modo, era su deber alejarlos.

— La señorita ya tiene quien la ayude, gracias. — su tono grave y la mirada oscura, hicieron que el hombre se pusiera de pie con ambas manos arriba como si fingiera inocencia.

— Lo siento amigo, creí que estaba libre.

— Ya lárgate. — le espetó él, y Natasha se extrañó de su actitud territorial inusual y se enfurruñó en su lugar; cruzándose de brazos.

— ¿Qué se supone que haces, Rogers?

— Alejarte de los idiotas. —respondió obvio.

— ¿Te incluye?

— Para tu mala suerte, no. ¿Me dejas?— señaló el frasco de protector solar y ella asintió mordiendo su labio inferior sin que se notara demasiado. Por supuesto que no solo mirada sus ojos, sino también las gotitas de agua que resbalaban por su pecho hasta el abdomen desnudo de Steve. Sus manos se quedaron quietas un momento cuando fueron a parar a su espalda. Se sentían cálidas y pesadas sobre ella masajeando aquí y allá; relajándola.

— Eso se siente bien.

— Qué bueno, porque ahora vendrás con nosotros.

— ¿Cómo dices?— giró con brusquedad para mirarlo a la cara.

— Olive quiere que vengas al mar con nosotros.

— No sé nadar, Steve. — habló en serio.

— Yo te ayudo.

La pequeña había llegado hasta ellos, empapada de pies a cabeza y colocando las manos en la cintura como si contemplara sus opciones.

— ¿Qué dices, Olive? ¿Llegó el turno de Nat?

— Linda, no creo que sea apropiado, pero puedo sacarle un par de fotos a tu tío y a ti divirtiéndose un poco.— intentó convencerla.

— ¡Oh, no! yo ya me divertí bastante, es tu turno. Me agradas, y creo que el tío Steve debería enseñarte justo como a mí. Así pierdes el miedo.

— No lo creo, cariño. Me quedaré aquí. — sentenció.

A ninguno de los dos rubios pareció agradarles la idea, se vieron a los ojos intercambiando un mensaje silencioso, y cuando Natasha menos lo pensó, Steve la había tomado por la cintura y ahora la tenía sobre su hombro para llevarla directo al agua. Anne al ver de lejos, fue hasta la niña que ya sostenía la cámara entre sus manos; divertida y bastante interesada en como terminaría aquel lío.

— ¿Qué está pasando? ¿Por qué Steve se la lleva como si fuera un neandertal?

— Parece que va a enseñarle algunas clases de natación. — se encogió de hombros.— ¿No te parecen adorables?

— ¡Steve Rogers! ¡Bájame en este instante! — demandó, golpeando su espalda.

— Como ordene, madame. — dejó que sus pies tocaran el agua fría y ella volvió a aferrarse a él con brazos y piernas.

— Está fría, Steve.

— Eso es un hecho, Natasha. Te acostumbrarás pronto.

— No quiero hacerlo.

— Iremos poco a poco, ¡Que asustadiza eres!

— ¡Claro que no!

— Entonces déjate llevar.

Él se adentró un poco más en el agua, y a ninguno le importó estar tan cerca del otro como en ese momento en que sus cuerpos rozaban tan íntimamente, de todos modos para Natasha, aquello representaba una técnica de supervivencia. Ella tenía el rostro escondido en su cuello cuando el agua llegó a su cintura. Steve, sin medirlo, acarició sus hombros para soltarla.

— No temas, Romanoff, no dejaré que te ahogues. — susurró sobre su mejilla.

— Que amable de tu parte. — ironizó, intentando calmar sus repentinos nervios; pero sentía que flotaba sobre el agua aún si él no había dejado su cintura, no se sentía mal en lo absoluto, después de un rato ya no necesitó de su agarre y se estabilizó por su cuenta hasta que él le hizo una propuesta.

— ¿Lista?

— Eso creo.

— A la de tres. — empezó a contar en voz alta. Ambos tomaron aire y se sumergieron en el agua a la vez. Steve halló sus manos y las tomó con fuerza cuando ella dejó de parecer lo bastante segura, Natasha abrió sus ojos bajo el agua y notó que él los tenía tan abiertos como los de ella, como si lo quisiera perderse ningún detalle; manteniéndose quietos e incluso perdiendo la noción de quién se encontraba allá afuera.

Cuando salieron a la superficie, ella rió melodiosa y se aferró a su cuello; fundiéndose en un abrazo.

— Podríamos hacerlo de nuevo.

— Me gusta ayudar aunque creas que no. Podríamos llamar a Olive— propuso del mismo modo— ¡Olive!, ¡Ven aquí!

La niña dejó la cámara en su lugar y fue corriendo hacia ellos. Natasha la atrapó de un salto y la niña salpicó agua al rostro de Steve, lo que desató una pequeña guerra.

Lejos, Anne no perdía detalle bajo la sombrilla, y murmurando en voz baja le pidió a Thomas, en donde quiera que esté, que su hermano recibiera más seguido un poco de esa felicidad.

Al llegar la tarde, todos comieron entre risas y platicas amenas. Chris resultó ser un empresario irlandés y llevaba casado tres años, mientras que Bruce era un científico y conoció a Betty en la universidad. Sam... Era Sam, un tipo interesante con intenciones de conocer el mundo, y ella solo estaba feliz, se sentía bien y se había divertido. Cuando llegó la noche, Olive y Anne volvieron a la camioneta de Sam, y ella subió al lado del copiloto en el auto de Steve.

Reían por tonterías, en ocasiones ella le tomaba una que otra foto estando desprevenido; sabía que al llegar al trabajo al día siguiente volverían a discutir por cualquier cosa irrelevante, pero ahora lo estaban disfrutando.

Cuando llegaron a su destino, ella bajó corriendo con dirección a su apartamento, solo que al llegar pareció olvidar algo. Meditó tan solo un par de segundos; estática en su lugar, antes de volver y tocar la ventanilla del conductor. Steve bajó el cristal y elevó una ceja; intrigado. Sin pedir permiso ella se inclinó para dejar un beso sobre su mejilla, que no les supo para nada mal.

— Gracias por levantarme un domingo temprano, Rogers. Fue un buen día.

— También me he divertido. Nos vemos mañana, Romanoff.

— Descansa, Rogers.

Steve llegó tarde a su casa ese día, dejó las llaves sobre la mesita e inspeccionó el lugar que lucía vacío. Esperaba encontrar a Anne y a Olive en la cama, pero dio con la sorpresa de que solo una estaba en el mundo de los sueños cuando subió a la planta donde se encontraban las habitaciones.

Anne estaba despierta y temblorosa; tenía una mano cubriendo parcialmente su mejilla y se notaba muy preocupada, respiraba con irregularidad y las lágrimas bordeaban sus ojos. Él no esperaba que después de un buen día algo malo pudiera suceder, aunque dada sus experiencias pasadas, no debería de sorprenderle. Solo que en ese momento, parecía serio en calidad de perjudicial.

— ¿Por qué esa cara?

— Encontré esto en la entrada. — le extendió un sobre blanco completo, donde solo en una esquina llevaba pulcra una letra conocida. Al ver el remitente lo abrió con desesperación. Los ojos bañados en angustia de Anne le imploraban que le dijera que contenía. Él negó sin poder Creerlo.

— ¿Qué es?

— Una carta notarial. Mi madre pide la custodia de Olive...

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