Capítulo 50

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Siempre era de noche en aquel lugar, y aun así, la temperatura era cálida y agradable. La luna creciente acompañada de miles de estrellas brillaba en todo su esplendor. De pronto, me pareció escuchar voces en la lejanía, así que comencé a andar en esa dirección y en cuestión de minutos, llegué al invernadero. Pronto comprendí lo que sucedía. La niña estaba de espaldas a mí, mientras que el niño la miraba de frente. Él vestía pantalones oscuros cortos desgastados y una camisa blanca holgada ligeramente manchada de tierra. Me fijé en que llevaba las rodillas raspadas y que escondía los brazos detrás de su espalda.

—¿Quién te lo ha hecho?—dijo ella con voz firme.

—Ya te he dicho que me he caído—sacudió la cabeza y la inclinó hacia el suelo.

—¿Te han hecho daño porque han descubierto que somos amigos?—preguntó y cerró sus manos en dos puños.

Tras unos segundos de silencio absoluto, él le respondió.

—La gente del pueblo dice cosas malas de vosotras.

—¿Qué cosas?

Otro silencio.

—Somos amigos—continuó ella y se acercó hasta colocar su mano alrededor de la de él—.Sabes que puedes contármelo todo. No me enfadaré contigo.

—Ellos dicen que las mujeres con las que vives son monstruos...—su voz tembló y su cuerpo se estremeció.

—¿Tú les crees?—preguntó ella sin soltar su mano.

—Claro que no. Solo intentan asustarnos.

—¿Y si te dijera que tienen razón?—hizo una pausa—¿No querrías ser mi amigo si fuera una bruja?

Él dejó caer sus brazos hacia delante, molesto por lo que ella estaba diciendo. Se negaba a aceptarlo. No le gustaba que bromeara sobre ese tema tan serio. Ella no podía ser aquello que todo el mundo temía.

—¡Las brujas no existen!

La niña decidió que lo mejor era dejar de mentir. Si la quería y confiaba en ella, se quedaría a su lado a pesar de todo.

—¡Sí existen!

En ese momento, él la cogió de ambas manos para obligarla a mirarlo.

—Las brujas son malvadas. La ge...gente dice que están detrás de las desapariciones.

—Eso es mentira—susurró—. No le hemos hecho daño a nadie.

—Sabes que yo puedo ayudarte si estás en peligro.

Ella retrocedió con brusquedad. Sus piernas temblaron haciéndole perder el equilibrio y sus rodillas golpearon el suelo con un golpe seco. Me dolió presenciar cómo la inocencia de dos niños empezaba a ser corrompida por las malas lenguas del pueblo. Yo también lo había visto todo. Las marcas en su cuerpo no fueron provocadas por una caída inocente, pero sus palabras teñidas por el miedo se me clavaron como dagas.

Abandoné mi escondite entre aquellos árboles y avancé hacia ellos, sin saber muy bien lo que haría a continuación, pero no llegué muy lejos. En ese instante, una mano me rodeó la muñeca derecha y tiró de mí hacia atrás.

—¿Se puede saber adónde vas?—la voz de Jared, aparentemente molesto, me dio la bienvenida. En un abrir y cerrar de ojos, todo lo que podía ver era él. Mi espalda quedó apoyada contra el árbol y Jared se colocó justo en frente de mí. Una de sus manos se apoyó a pocos centímetros de mi rostro mientras que la otra todavía rodeaba mi muñeca. Cuando logré reaccionar, traté de zafarme de su agarre.

—¿Se puede saber qué haces?—dije molesta—. Me has asustado—clavó sus ojos negros en los míos y me estremecí ante el torrente de emociones que me invadió al ser conciente de lo cerca que estábamos.

—Suéltame—siseé. Frunció el ceño y finalmente, liberó mi muñeca.

—¿Te duele?—dijo con voz ronca—. Déjame ver.

Rápidamente movió su mano y envolvió la mía, girándola con cuidado. Únicamente nos iluminaban unos pocos rayos de luz de luna que se colaban entre las ramas. Jared levantó con cuidado la manga de mi camiseta y descubrió el tono rojizo que la rodeaba. Chasqueó la lengua y arqueó las cejas. Lo observé mientras lo hacía y noté cómo mi cuerpo reaccionaba ante él, aunque estaba molesta por cómo se había ido la noche anterior.

—¿Cómo te has hecho esto?—dijo mirándome de nuevo. Las motas doradas de sus ojos vibraron—. ¿Ha sido alguien de la academia?

—No te importa—retiré la mano y él ladeó la cabeza. Entonces, dio un paso hacia delante. Estaba tan cerca que casi todas las partes de nuestros cuerpos se rozaban. Necesitaba apartarlo antes de que mis pensamientos se nublaran por completo—. ¿Sabes lo que es el espacio personal?

Mi comentario debió parecerle gracioso porque una de las comisuras de sus labios se levantó. Finalmente, y tras lo que pareció una eternidad, retrocedió dejando una distancia considerable entre él y yo.

—Gracias—suspiré aliviada.

Jared iba vestido completamente de negro, pero a diferencia de otras veces, llevaba una sudadera que le cubría el cuello y los brazos.

—Deberías vendarte esa muñeca. La tienes bastante inflamada y seguramente esté dislocada—más que una sugerencia, sonó como una orden.

—No creo que te importe lo que me pase o me deje de pasar—lo miré y él alzó la barbilla, estudiándome. Quizás resultaba infantil que me comportara de esa forma, pero quería que supiera que sus palabras y sus acciones me hirieron.

—Te equivocas.

—No lo parece.

—¿Cómo dices?—dio un paso hacia delante y cuando retrocedí, mi espalda volvió a posarse contra la áspera madera del árbol.

—Que no lo parece—repetí—.No actúas como si te importara.

Un músculo se tensó en su mandíbula.

—¿Crees que estoy haciendo esto por diversión?—nos miramos a los ojos sin apartar la vista ni un segundo. Saltaban chispas entre nosotros—. Si no me importaras, no hubiese hecho un trato contigo. No estaría aquí ahora.

—¿Y por qué no me dices la verdad y acabas con esta farsa de una vez?—sentí que la paciencia comenzaba a abandonar mi cuerpo—¿Piensas que esto me resulta divertido a mí?, ¿crees que no estoy poniendo nada en juego al estar aquí contigo?—rompí el contacto visual—. Si Morgan descubre lo nuestro, no volveré a verte.

Cuando lo conocí, quise aferrarme a la mano que me estaba ofreciendo, pero no quería seguir andando con una venda sobre mis ojos. No podía decirme que estaba dispuesto a ayudarme para después tratar de alejarse de mí.

—Estoy cansada—dije con un hilo de voz—. Cansada de mí, de ti y de un trato que no nos lleva a ninguna parte—volví a mirarlo—. Si de verdad te importo, muéstrame una cara que sea real. Sé tú mismo, por favor. Sabes que no voy a juzgarte. Fuiste tú el que me trajo aquí y mira dónde estoy ahora. Estoy aquí contigo, Jared—la expresión de su rostro me era imposible de descifrar. ¿En qué pensaba mientras le decía cómo me sentía?—.No puedes fingir ser una persona en la que puedo confiar para que un segundo después me apartes sin darme una explicación—cada vez me costaba más hablar—¿Acaso crees que si no me importaras estaría aquí?

Decirlo en voz alta me quitó un gran peso de encima, porque era algo con lo que cargaba desde hacía tiempo. Sin embargo, era algo que no lograba entender del todo. ¿Por qué me sentía así cuando apenas lo conocía?

Era él quién me había llevado ahí y aun así, no quería que se alejara de mí.

—Olvida todo lo que te he dicho—comencé a apartarme—-. A partir de ahora seguiremos con nuestro trato y dejaremos las emociones a un lado—si no lo miraba, dolería menos—.Pero si consideras que es demasiado arriesgado para ti, no seguiremos adelante—reuní todas mis fuerzas para mantenerme firme en ese momento—.No quiero ponerte en peligro, pero yo sí seguiré luchando porque quiero vivir sin temor al mañana. Quiero ser libre, ¿tú no?

Di nuestra conversación por terminada y me alejé, pero no transcurrió ni un segundo cuando, de pronto, mi espalda volvió a estar apoyada contra el árbol mientras que Jared cubría todo el espacio que nos separaba. Entonces, inclinó la cabeza hacia abajo, mirándome directamente a los ojos y colocó uno de sus brazos alrededor de mi cintura. Su mirada me encogió el corazón y sentí que podía echarme a llorar en cualquier momento.

—Lo siento—colocó una mano en mi mejilla y la acarició con suavidad—.Seguiré ayudándote para que puedas recordar quién eras—limpió mi primera lágrima con extrema delicadeza—. No llores, por favor. Ellas están a salvo y yo haré todo lo posible para que vuelvas a casa sana y salva.

Mi cuerpo tembló cuando me rodeó con sus brazos y posó sus manos sobre mi espalda. Las lágrimas siguieron cayendo, pero no me importó. No sentí frío, y tampoco vergüenza. Deseé poder permanecer así durante mucho tiempo.

—No me abandones, por favor—susurré.

No estaba segura de si habría podido oírme, pero un instante después, me abrazó con más fuerza.

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