CAPÍTULO 12: MI ANTIGUA VIDA

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A lo lejos sólo se escuchaba el bullicio de las personas, pero los tres estábamos en completo silencio. El rostro de Edwin se encontraba descompuesto, agachaba la cabeza sumido en sus pensamientos. Yo sentía cómo mi corazón violento quería salirse de mi blusa y un fuerte nudo me aplastaba la garganta. En cuanto a Evelyn..., supongo que había decidido quedarse callada para respetar a nuestros cuerpos nerviosos, que aguardaban en mares de sudor a que Dylan arribara y nos llevara a la nueva oportunidad de trabajo que se nos había presentado. Mi amigo rubio nos había conseguido dos vacantes a mi novio y a mí en un lugar que no era tan nuevo para nosotros, sin embargo, primero teníamos que asistir a la famosa entrevista para que nos aceptaran.

Me hallaba muy ansiosa, los prejuicios no podían arruinarme esta oportunidad como lo habían hecho antes... No, esta vez tenía que funcionar... Si hay rechazos, por favor que sean por mi nula preparación y no por mi género o padecimiento, rogaba en silencio. Mi templanza no podría soportar otro no por situaciones meramente personales.

—Tranquilos —habló Evelyn por primera vez desde que habíamos llegado—; conozco a Ravena, es muy buena persona y se caracteriza por ser intolerante a comportamientos que atentan contra la dignidad de las personas, por lo que todo su equipo de trabajo es igual de profesional que ella —nos aseguró, pero eso no mejoró la situación; ya no confiaba en nadie.

—Hablemos de otra cosa —sugerí, poniendo mis manos sobre la mesa para tratar de ignorar al monstruo de la inseguridad que deseaba devorarme.

—De acuerdo —contestó mi amiga, poniéndose en la misma posición dispuesta—. Y bien..., ¿cómo les va en su noviazgo? —soltó de repente.

La penetré con mis ojos. De soslayo vi que Edwin había alzado la cabeza para cuestionarla con la mirada. ¿Cómo se le ocurre preguntar eso en este momento?, pensé, Sin duda, ahora nuestras preocupaciones son otras. No obstante, ya sospechaba por qué había planteado lo anterior.

—¿Qué pasa entre Dylan y tú, Evelyn? —inquirió Edwin con brusquedad, expresando mi opinión.

A mi novio le había platicado de mis teorías —sobre lo que recientemente ocurría entre los dos rubios— hace unos días; a él le pareció curioso, pero no imposible.

—¿De qué hablas? —espetó ella, poniéndose a la defensiva.

Edwin y yo intercambiamos miradas de sinceridad, por lo que intenté relajar el tono para que Evelyn se sintiera confianza de abrirse con nosotros.

—He visto desde hace unos meses que miras a Dylan de una forma diferente... y te molestas por cosas que antes no te importaban —expresé con cautela, esperando una rabieta.

Sin embargo, sólo suspiró.

—Es cierto —confesó, lanzando un resoplido—. Todo inició en enero cuando Jade y Peter no pudieron salir con nosotros en una ocasión, así que nos quedamos solos. No hubo burlas, sarcasmos, bromas o ironías; sólo conversamos como dos personas normales... —su mirada se encontraba más allá de nosotros, fuera de esta cafetería, en el lugar donde el enamoramiento se esparce por toda la carne como una enfermedad— De repente, nuestras manos comenzaron a tocarse, como si se tratara de un juego. Cuando me percaté de lo que estaba sucediendo, los nuevos sentimientos ya me habían golpeado con gentileza en el pecho.

Abrí mucho los ojos, ablandando mi expresión y sonriendo con ternura. Así es cómo siempre sucede: Cuando por fin te das cuenta, ya caíste demasiado profundo por esa persona.

—¿Y Dylan lo sabe? —preguntó Edwin con una sonrisa llena de gentileza igual que la mía.

—¡Por supuesto que no! —exclamó la rubia, alterándose. Mi novio y yo dimos un pequeño respingo— Es muy confuso, ¿saben? A veces parece que sí le gusto, pero en otras ocasiones me trata igual que antes. Le preguntaría qué siente, sin embargo, temo mucho que esa cuestión ponga en riesgo nuestra fuerte amistad.

—Entonces lo interrogaremos nosotros —dije, de inmediato, motivada.

Edwin me vio con el ceño fruncido, sorprendido por querer entrometerme. No obstante, tal vez era necesario; confesarle amor a una persona siempre es difícil porque nos han enseñado que es signo de debilidad. Algo erróneo, por supuesto: Alzar la voz nos protegerá de tristezas y enojos desbordantes. Ahora, en el caso de Evelyn, todo resultaba más complicado porque la persona de la que se había enamorado era su mejor amigo.

—¡No, no! —me pidió la rubia—, yo lo solucionaré —aseguró, bajando más la voz. Lo analicé por un segundo: Sí, era mejor que ella se encargara; no podía negarle el aprender sobre aquella próxima experiencia. Sin embargo, eso no significaba que yo no fuera a investigar por mi cuenta...—. Ahora, basta de hablar —ordenó en un susurro—, Dylan acaba de entrar a la cafetería.

Mi novio y yo nos enderezamos para fingir serenidad mientras mis ojos buscaron al rubio en el umbral. Sus vestiduras eran igual de formales que las nuestras. Mi amigo nos sonrió con calidez, alzando la mano para saludarnos. Los tres le devolvimos el gesto y esperamos a que se sentara con nosotros.

—Hola —dijo con euforia—. ¿Están listos?

—Claro —respondí con ansiedad, comprimiendo mi abdomen para calmarme.

De reojo vi que Edwin había asentido con la cabeza.

—Perfecto —contestó Dylan—. No se preocupen, todo saldrá bien. En la mañana hablé con Ravena, se encuentra muy impresionada con ustedes dos, por lo que está contenta que quieran trabajar con nosotros.

Apenas pude escuchar sus palabras porque las manos habían comenzado a sudarme y mi cuerpo se había enfriado por completo, molestándose con el toque de mis zapatos y ropa.

—Es alentador escuchar eso —dijo Edwin con el rostro más pálido que de costumbre.

—Además, Dylan y yo estaremos ahí cuando salgan —agregó Evelyn—; no hay nada qué temer.

Ninguno de los dos contestamos. Mi corazón había vuelto a latir rápidamente.

—Bien —comenzó mi amigo rubio—, vámonos —indicó, levantándose de su silla con entusiasmo.

Ya habíamos pagado las bebidas, por lo que nos limitamos a salir del lugar.

El vehículo arcaico de Dylan nos transportó a los cuatro hasta el destino. La verdad no puse atención al parloteo de mis tres amigos, ya que mi cabeza no dejaba de decirme que esta entrevista se trataba de mi ultimátum... No sé qué más haría si no conseguía este trabajo. Ya habían sido demasiados rechazos, mi corazón no podría soportar ni uno más sin hundirme en la amargura.

Por otra parte, debo mencionar que había decidido tomar esta oferta de empleo porque algo dentro de mí quería trascender el dolor que sentí al verme abandonada en mi adolescencia. Los adultos nunca me protegieron de aquellos agresores..., mis agresores. Sin embargo, eso no significaba que quería que mi historia se repitiera en aquel sitio. Deseaba hacer las cosas diferentes desde mi trinchera; brindarles distintas herramientas para expresarse, traer temas importantes a la mesa y no ignorar cualquier comportamiento abusivo. Ellos estaban en la edad indicada para replantearse muchas cosas y cambiar, ser mejores que sus antepasados.

La doctora Sarisha y Jane se habían mostrado alegres con mi nuevo proyecto. No obstante, ahora lo que me faltaba era ser aceptada en la institución..., en la boca del lobo. Gracias a esta renovadora esperanza fue que bajé con decisión del auto cuando llegamos al ancho edificio. Hace poco más de un mes me había prometido nunca regresar a este sitio, sin embargo, aquí estaba una vez más, frente a mi antigua secundaria; lista para reparar lo que otros habían roto.

No nos detuvimos a contemplar las instalaciones, simplemente apresuramos el paso para recorrer el gran patio e ingresar a ellas. El viento no ayudaba mucho a mi piel congelada por el nerviosismo, pero por lo menos pude caminar para llegar a la entrada. Posteriormente nos aventuramos por los corredores vacíos, ya que aún eran vacaciones de verano. Me dediqué a agachar la cabeza para mantener mi mente clara y evitar los recuerdos.

Por otra parte, se preguntarán cómo fue posible que Dylan nos presentara para las dos vacantes que ahora tenía mi antigua escuela; pues bien, si yo hubiera puesto atención en todas esas charlas que habían tenido lugar con el grupo —antes de que los rubios se enteraran del regreso de Edwin—, en lugar de aislarme en silencio y enojarme, habría sabido que Dylan trabajaba en nuestra vieja secundaria desde hace un año como supervisor de la planeación académica. De esta manera, cuando se enteró de que Edwin y yo estábamos buscando empleo, le habló a Ravena de nosotros y le enseñó nuestros currículos.

Nos encontrábamos a unos pasos de ingresar a la oficina principal, así que me concentré en aquella puerta de madera por la que había entrado hace unos seis años para denunciar a Dayron y Alison. La piel se me erizó y un nudo ajustó mi garganta por el recuerdo. Dylan tocó la puerta y de inmediato una voz le permitió pasar.

Ravena tenía el cabello oscuro, lacio y recogido hacia atrás. Unos pequeños lentes reposaban sobre su nariz morena y su vestimenta era glamurosamente formal. Ella ocupaba actualmente el puesto de directora en la escuela. Hace dos años Morrison se había retirado, permitiendo que una mujer joven pudiera hacerse cargo de la que fue mi secundaria; las cosas habían mejorado un poco desde aquel entonces, según la historia de Dylan.

—¡Hola! —saludó con euforia, levantándose de su silla giratoria— Por favor, adelante —nos pidió.

Frente a su escritorio sólo había dos sillas, así que supuse que eran para los que iban a ser entrevistados. Mi teoría se comprobó cuando los rubios se quedaron atrás. La directora estiró la mano, por lo Edwin se la estrechó de forma vigorosa.

—Edwin Bridgerton —se presentó con nerviosismo—. Un placer conocerla, directora Casares.

—El placer es mío, Edwin —contestó Ravena.

Después ella y yo entrelazamos nuestras manos.

—Emily Anderson, directora; muchas gracias por darnos esta oportunidad —expresé de una manera increíblemente segura.

No supe exactamente qué sucedió, pero ver a Ravena como una simple humana me relajó bastante; aunque todavía sentía cómo las sobrevivientes hormigas seguían picándome las entrañas.

—Emily —comenzó Casares, estrechándome fuertemente la palma y sonriendo de oreja a oreja—, es un honor para nosotros que quieras trabajar aquí.

Su cumplido me incomodó bastante, no estaba acostumbrada a ser el centro de atención. Finalmente, Ravena me soltó.

—Necesitamos urgentemente profesores que inspiren a los estudiantes, por lo que ustedes son perfectos para esa tarea —después de aquella oración, la directora tomó asiento. Por lo tanto, mi novio y yo hicimos lo mismo—. Cuando finalizó el tercer trimestre, la profesora Jones se retiró; se acuerdan de ella, ¿no?, Dylan me mencionó que les dio clases cuando estudiaban aquí —asentimos sin emitir ni un sonido, jamás me hubiera atrevido a interrumpir a esta mujer—. Bueno, en fin, ella daba Literatura en todos los años, por lo que rápidamente tuve que conseguir maestros que la reemplazaran. Actualmente muy pocos se quieren dedicar a una sola cosa, por lo que ninguno obtuvo la plaza de más de dos materias. Sólo me hacía falta un profesor para el cuarto año, pero, de repente, mi maestro de Francés renunció, así que la misión se volvió más complicada —relató con fluidez—. Por suerte, el profesor Reynolds me hizo llegar la noticia de que los dos estaban buscando trabajo, así que aquí estamos.

No me atreví a agregar algo más, por lo que sólo sonreí con amabilidad. El silencio se apoderó de la sala hasta que Ravena continuó.

—Les agradezco mucho que quisieran regresar a su escuela para hacer las cosas diferentes; ya les habrá mencionado Dylan que nuestros protocolos contra violencia de género y el acoso escolar, al igual que los programas de tolerancia, están mejor diseñados y aplicados que los que utilizó mi antecesor, por lo que ha habido muchas mejoras en esta institución educativa.

—Sí, lo que han construido en esta escuela desde que nos fuimos se escucha reconfortante —opiné amenamente.

—Así es —contestó la directora, sonriendo—. Bien, les devuelvo sus currículos para que se los den al entrevistador cuando ingresen a la habitación —dijo, estirando dos sobres hacia nuestra dirección—. Si todo sale bien, Edwin será nuestro maestro de Francés Avanzado; y Emily, nuestra profesora de Literatura en el cuarto año.

Después se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta. Los dos la seguimos con la mirada.

—En el siguiente pasillo están las oficinas de las personas que los entrevistarán —indicó, abriendo el umbral e invitándonos a salir de su despacho—. Edwin, por favor ingresa en la puerta de la izquierda; Emily, tú ve a la de la derecha.

Mi novio y yo nos levantamos torpemente de nuestras sillas para seguir sus indicaciones. Ravena realmente sabía tomar el control de las situaciones usando sus palabras. Edwin me dejó salir primero mientras de soslayo veía cómo Dylan y Evelyn nos sonreían con complacencia. Cuando la directora cerró la puerta a nuestras espaldas, de inmediato escuché cómo una conversación amistosa surgía entre mis amigos y Casares.

Edwin y yo nos observamos sin decir ni una simple palabra; no obstante, lo que mi vista recibió y expresó fue apoyo envuelto en unos dulces ojos. Después caminamos en silencio hacia el otro corredor para hallar los dos umbrales de los que Ravena nos había hablado. Mi novio y yo nos paramos frente a ellos. Mis pupilas examinaron a aquella puerta verdosa que resguardaba a la persona que determinaría si trabajaba aquí o no. Respiré profundamente para alinear todo mi ser y, sin más preámbulos, entré a la habitación.


Después de dos días de aquella entrevista, el secretario llamó a mi casa para decirme que había sido aceptada para el puesto. Si soy sincera, no pude fingir tranquilidad al teléfono cuando escuché aquella nueva; tuve que pedirle al hombre que me repitiera la noticia dos veces para creérmelo. Mi cuerpo se quería desbordar del entusiasmo mientras me comunicaban la demás información sobre el nuevo año escolar, por lo que tuve que morderme el labio y aguantarme las ganas de vociferar con euforia. Sin embargo, al colgar, el departamento se llenó de mis exclamaciones, bailes ridículos y alegría plena. ¡Lo había conseguido!, ¡por fin iba a trabajar! Pensé de inmediato que debía contarles a todos, pero decidí seguir disfrutando de mi felicidad efímera un rato más.

La primera llamada que recibí fue la de Edwin, preguntándome si me habían admitido. Ni siquiera pude fingir seriedad para hacerle una broma, sino que casi le grité por el auricular para decirle que sí. Por fin íbamos a tener un nuevo trabajo. Ambos festejamos mientras mis pies seguían moviéndose de manera descontrolada. Simples palabras como Felicidades, amor me alzaron más hacia la gloria del momento. Mi novio realmente me encantaba.

Después le marqué a Jane para anunciarle las buenas nuevas, por lo que sonreí un rato más al escucharla emocionarse conmigo. Más tarde recibí llamadas de Evelyn y Dylan, congratulándome por haber obtenido el empleo.

Me sentía libre y llena, una verdadera mujer que había dejado de ser un títere y que a partir de ahora se haría cargo de su futuro. Ya no más destinos imparables, ahora yo estoy a cargo, pensé con orgullo aquella vez. La independencia, fuerza y suficiencia se unieron en mi pecho con suma rectitud.

Por otra parte, para septiembre sólo hacían falta dos semanas, por lo que era imperativo que Edwin y yo comenzáramos a planear las clases. Nuestras citas románticas fueron sustituidas por juntas para darnos retroalimentación de nuestras presentaciones y actividades que cubrirían el programa escolar. Comenzamos a beber más café y Edwin empezó a fumar más, pero no me quejé porque yo estaba igual de alterada. Hace unos meses literalmente me acostaba todo el día en mi sala, deprimida y sin saber qué hacer, pero ahora el trabajo me había sacado de esa horrible rutina. Tal vez piensen que me había arrepentido, no obstante, la verdad es que me encontraba muy contenta por sentirme útil. El hecho de que pronto estaría frente a adolescentes imperfectos, donde habría una enseñanza mutua, me aceleraba el corazón.

El primer día de clases me desperté muy temprano por la excitación, así que me preparé un buen desayuno y cociné mi almuerzo para el periodo libre. Luego me metí a bañar para llegar fresca. Posteriormente me coloqué unos pantalones negros, una blusa blanca con botones y un saco oscuro; al igual que me puse unos tacones ligeramente altos. Este vestuario me hizo sentir fuerte e impecable cuando me miré al espejo; después me sonreí, sintiéndome orgullosa de mí misma. Cuando Edwin me llamó, avisándome que ya estaba abajo, tomé mi bolso y papeles para salir de mi recámara. Jane aún estaba desayunando con la pijama puesta.

—Éxito —me deseó, llevándose el jugo de naranja a los labios.

—¡Gracias! —exclamé muy contenta mientras metía mis llaves al bolsillo— Nos vemos, ¡qué tengas bonito día!

No le hice mucho caso a su contestación porque la emoción no dejaba de invadirme, aunque mi cuerpo helado era un signo de que también estaba muy nerviosa. Cerré la puerta a mis espaldas y di saltitos por las escaleras para descender hasta la planta baja. Al abrir la puerta del edificio, el aire previo a otoño me empujó con mucho vigor hacia el frente. El viento rugía con fuerza, erizándome toda la carne.

Mi novio esperaba afuera de su carro, cruzado de brazos por el frío a pesar de su vestimenta elegante. Me dio mucha ternura verlo tan pulcro y recién afeitado, su carita seguía pareciéndose a la de ese muchacho de dieciocho años. Me acerqué a él, y sin emitir un sonido, besé sus rosados y carnosos labios.

—Hoy será un gran día —dije cuando me separé de él.

Una linda sonrisa estaba impregnada en su rostro.

—Supongo que sí —me respondió, untándome su aliento con aroma a cafeína.

Sin más coqueteos, nos subimos al vehículo. Estaba muy inquieta en el camino por saber con seguridad de qué se trataba enseñar. Todo hubiera sido perfecto en ese momento... si no fuera porque una voz me recalcó algo que no encajaba con mi reciente sensación de independencia.

—No he conducido desde mi accidente del 2012 —admití, disimulando mi angustia—; y la verdad, creo que debo volver a hacerlo —Edwin me miraba de soslayo, expresando completa disposición—. Me parece dulce que Jane y tú se ofrezcan a llevarme a todas partes, pero necesito volver a tomar el volante de mi vida; ya no puedo seguir comportándome de forma tan destructiva e infantil, tengo que ser una mujer, una adulta.

Lo cierto es que desde que Dylan había mencionado que mi novio y yo podíamos ser profesores de secundaria, me había estado replanteando mucho mi comportamiento. Me encontraba cansada de tenerme tanta lástima. Sí, había tenido una infancia difícil; mi adolescencia no había sido lo que esperaba; padecía esquizofrenia; había estado encerrada ocho meses en un psiquiátrico por ver a una niña que dudo mucho que fuera real —y analizándolo bien, parecía ser más un reflejo mío en un momento donde me había sentido muy vulnerable en vez de ser una verdadera persona—; mi compañera de cuarto se había suicidado; y yo había intentado matarme: Aun así, ya estaba harta de verme como una víctima a la que la vida podía golpear cuando se le antojara. No..., deseaba sentirme fuerte, libre..., suficiente. Quería volver a manejar.

—Está bien —respondió Edwin con calma—; entonces mañana, cuando pase por ti, tú conducirás hasta la escuela... porque aún tienes licencia, ¿no?

Su respuesta me dejó sin habla. Mi expectativa era que él simplemente me contestara: Perfecto, hazlo; fue inesperado que quisiera acompañarme en el proceso de recuperar la confianza para volver a estar tras el volante.

—Sí, aún la tengo —musité, completamente embobada por este ser humano que se hacía llamar mi novio.

Casi después aparcamos frente al colegio. Los adolescentes se acumulaban por todo el patio y en la entrada principal, haciéndome sentir abrumada. Caminé junto a Edwin, aparentando rectitud, pero la verdad estaba asustada. Cuando por fin me atreví a mirarlos dentro del edificio, la añoranza me golpeó fuertemente. No hace mucho tiempo yo había tenido su edad y brincaba de felicidad por reunirme con mi novio y mis amigos después de las vacaciones. Era absolutamente hermoso ver cómo esos jóvenes se saludaban entre ellos, creyendo que lo sabían todo sobre el mundo. Mis ojos se separaron de los adolescentes por la llegada de Dylan.

—¡Hola! ¿Todo bien? Ya saben cuáles son sus salones, ¿no? —cuestionó con un tono que yo desconocí.

Apenas me estaba acostumbrando a sus vestuarios formales, por lo que su voz algo alta para hacerse escuchar entre el bullicio de pubertos y sus ojos de tiburón, vigilando el pasillo, me sacaron de contexto.

—Sí, estamos bien —musité, siguiendo su mirada.

Esta se movía con mucha velocidad..., hasta que detectó un problema.

—¡Stevenson, deja ese balón! ¡Esta no es una cancha! —exclamó y, sin despedirse, se alejó de nosotros para detener a ese chico.

Edwin y yo nos reímos con disimulo. Ver a Dylan del otro lado de la historia era muy divertido. Después seguimos andando a nuestros salones un poco más tranquilos. La reacción del rubio realmente había sosegado mis nervios. Justo cuando Edwin y yo nos íbamos a separar, contemplamos a la directora transitar por el corredor; pero estaba demasiado ocupada echándole el ojo a los alumnos, por lo que nos ignoró aunque intentamos saludarla.

—Nos vemos en el almuerzo —dijo Edwin, despidiéndose con una sonrisa.

—Éxito en tus clases —respondí.

Después de alejarnos lentamente, continué mi marcha hacia el aula. Por increíble que parezca, no me sentía como una adolescente en su primer día de clases. Habían ocurrido muchas cosas en mi vida desde que había estudiado aquí, sin duda ya no era esa niña de quince y dieciocho años que se aventuraba en estos corredores. No, todo había cambiado para mí. La universidad, el psiquiátrico, mi ruptura con Peter y mi noviazgo reciente con Edwin me habían cambiado... Y de repente, el tiempo se acomodó en mi cabeza: Hoy, hace diez años, ingresabas a esta institución por primera vez; descubrirías que Peter estaba en tu salón de clases y conocerías a tus cinco amigos. Hoy la historia se transformaría por completo. Con ese antiguo y reparador recuerdo pude ingresar al salón, donde hace una década había tomado mi primera clase de Literatura con la profesora Jones.

Al ver a los adolescentes platicando en pequeños grupos, me apaniqué al instante. Sin embargo, no dejé que eso me ganara. Me limité a pasar saliva y respirar profundo. Ninguno de los chicos se percató de mi tambaleo, lo cual agradecí mucho. Dejé mis cosas en el escritorio del maestro. Por un segundo, la idea de escribir mi nombre en el pizarrón me atacó, pero después me recalqué que no era necesario hacerlo. Ignorando mi desasosiego y miedo, me dispuse a seguir con la misión: Formar un círculo con las bancas en lugar de que todo fuera en filas, esa idea tradicional nunca me gustó. Había una razón por las que me sentía tan segura en los grupos de apoyo: Al encontrarnos en círculo, todos estábamos en igualdad. Con destreza, comencé a girar los asientos vacíos. Cuando llegué al primer tumulto de jóvenes, tuve que hablar.

—Hola —saludé con calma, no supe cómo pude fingir tanta serenidad. Ellos apagaron su charla de inmediato—, ¿me pueden ayudar a cambiar sus sillas para que estén en círculo, por favor?

—Claro —respondió una chica negra.

Su contestación fue el impulso para que su grupo me ayudara a volcar sus mesas y que los demás adolescentes también lo hicieran sin que les pidiera apoyo. Con mayor velocidad, pude terminar mi tarea. Esta vez me sentía con un poco más de autoridad.

Cuando sonó la campana, los jóvenes restantes que ingresaron al salón se impresionaron un poco por la forma que estaban acomodadas las bancas, así que me ahorré el pedir silencio. Tomé la silla del profesor y la cargué al espacio vacío que cerraría el círculo, llevándome sólo un bolígrafo y un pequeño cuaderno conmigo. Me acomodé entre dos estudiantes, imponiendo más sigilo. Carraspeé antes de empezar.

—Buenos días —dije en voz alta—. Por favor, tomen asiento.

No tardaron en hacerme caso, quedándose callados y muy atentos con sus ojos en mí. Luego apareció otra preocupación: El saber el nombre de todos ellos; por suerte, era buena recordando caras, así que me los aprendería conforme fuera transcurriendo la semana.

—Muy bien, comencemos: Me llamo Emily Anderson, yo impartiré su cuarto curso de Literatura. En este ciclo leeremos a algunas autoras que realzan voces previamente silenciadas por la Historia, y es por eso que este curso también está enfocado en la creación literaria... Queremos que expresen lo que sea que deseen decirle al mundo. Todo será válido. Cuando de escritura creativa se trata, las reglas que les han enseñado vigorosamente sobre cómo estructurar un párrafo, quedan en segundo plano.

Después de mi discurso introductorio, dos manos se agitaban en el aire. La muchacha negra que me había ayudado en la mañana y una chica con el cabello dorado me pedían la palabra. Señalé a la primera joven.

—Tu nombre y tu pregunta, por favor —pedí.

—Soy Priscilla —contestó—. Específicamente, ¿qué libros leeremos este año? —inquirió con emoción.

—Les mandaré la lista de los textos esta tarde por correo electrónico —respondí con firmeza—, pero se los adelanto de una vez: La mayoría relatan el movimiento feminista desde el siglo XVIII hasta nuestros días.

Mi propósito fue examinar las reacciones ante esa última oración. La mayoría de las chicas sonrió de inmediato, algunos muchachos se mostraron inexpresivos y otros torcieron el gesto. Ravena me había dado libre cátedra con tal de que cumpliera los objetivos de aprendizaje, así que había elegido llenar el programa escolar con libros violetas. Lo que no les enseñarían en sus clases de Historia, lo aprenderían aquí. Después le cedí la palabra a la chica con cabello rubio.

—Hola, soy Mariela —se presentó con mucho entusiasmo—. Como bien dijo, profesora, este año nuestro curso está enfocado en la escritura creativa; usted nos dará consejos para ello, ¿no? ¿Cómo será el ritmo de las clases?, porque algunos aquí somos muy imaginativos y otros no.

Ante sus palabras algunos rodaron los ojos, impacientes.

—Sí —contesté—, yo les ayudaré con algunos ejercicios y demás. Por otra parte, es cierto que algunos tienen mayor facilidad para inventar historias que otros, pero yo no voy a pedirles que me presenten una novela como proyecto o algo así, no, nada de eso; sólo busco que sepan expresarse mejor con las palabras, ya sea creando un cuento o un simple poema —algunos abrieron más los ojos, por lo que intenté explicarme mejor—. Sé que cuando piensan en poesía, de inmediato los invaden términos como métrica, ritmo y verso; pero gracias a la revolución dadaísta, los esquemas de cómo debe ser un poema se han roto por completo..., ya llegaremos ahí a su debido tiempo —concluí—. Ahora, antes de pasar a un ejercicio, ¿alguna otra pregunta?

Ninguno habló, así que proseguí.

—Perfecto, para iniciar este curso haremos una actividad de escritura directa en cinco minutos. ¿Esto que quiere decir? Bueno, por cinco minutos escribirán lo que se les ocurra en su cuaderno; no importa que sea algo disparatado, el punto es no dejar de escribir y permitir que el inconsciente hable por sí solo, ¿está bien? —todos asintieron, sacando sus cuadernos de la mochila. Me levanté de mi lugar para ir al escritorio, sacar mi computadora y abrir Spotify—. ¿A qué artista quieren que escuchemos mientras escriben? —pregunté.

—Radiohead —contestó un chico de inmediato.

—Está bien.

Tecleé el nombre de la banda y puse en aleatorio la primera lista que apareció. Después busqué un cronómetro en internet.

—¿Están listos? —pregunté, alzando la voz para hacerme escuchar encima de Creep. La mayoría asintió con la cabeza— Bien, ¡empiecen! —ordené, dándole click al reloj.

Mientras transcurrían los cinco minutos, me dediqué a observar a cada uno de los alumnos. Algunos expresaban estrés y otros a veces se detenían por un segundo a replantearse las cosas. Cuando terminó el tiempo, les pregunté quién estaba dispuesto a compartir sus palabras con la clase y me alegró mucho ver varias manos levantadas, por lo que anoté el nombre de cada participante en el pizarrón para no perder el orden. Luego me volví a sentar en mi lugar en medio de ellos para la lectura de sus textos, a los que después les dimos retroalimentación entre todos.

—Debo decirles que la mayoría de lo que escribieron era poesía en prosa —dije al final de la hora— y estuvo bastante bien para su primera vez en este ejercicio —los alenté, sonriendo con orgullo.

La mayoría me contestó el gesto de la misma manera.

—Ahora —puntualicé para terminar con la clase—, como tarea necesito que se consigan un diario de escritura: Una libreta, de preferencia pequeña y que puedan transportar a todas partes, en la que hagan este ejercicio por lo menos una vez al día. Yo sólo revisaré que sí estén cumpliendo con la tarea, hojeando su cuaderno, ya que se trata de algo personal, pero esa revisión será parte de su nota final, ¿entendido? Esto ayudará a que la escritura se vuelva un hábito para ustedes y puedan expresar cada vez mejor sus emociones.

Algunos respondieron , otros asintieron con la cabeza. Después sonó la campana justo a tiempo. Me llenó de euforia ver cómo la mayoría se retiraba satisfecha del salón.


Cuando finalmente fue mi período libre, pude convivir con Edwin y Dylan en la sala de maestros. La verdad me creía capaz de ponerme a bailar con seguridad en los pasillos de la escuela por lo bien que me había ido en mis primeras clases, realmente me sentía útil y poderosa.

—Regresar a esta institución ha sido de las mejores decisiones que he tomado —les comentaba a mis amigos mientras saboreaba mis trozos de manzana picada—. ¡Es muy divertido trabajar con adolescentes!

Dylan lanzó una carcajada irónica.

—Habla por ti, ciertos niños de este lugar a veces me sacan de quicio de forma impresionante —comentó amargado.

Mi novio y yo nos reímos con soltura.

—Creo que es karma, amigo mío —expresó Edwin, agarrándose el abdomen para controlar la risa.

—Finalmente te están regresando el favor —añadí sin preocuparme por mis carcajeos.

Dylan nos dedicó una mirada severa.

—Pues no creo que tú vayas a tener problemas con ellos alguna vez, Anderson —dijo el rubio—, esos pubertos te respetan.

—¿A qué te refieres? —cuestioné, poniéndome muy seria.

—La noticia de que una escritora reconocida iba a dar Literatura en cuarto año estuvo en boca de todos —contestó.

—Yo no soy reconocida —ataqué, frunciendo el ceño—, sólo he publicado un libro.

—Sí, una novela que continúa en el top diez de este país y cuya promoción está fuertemente vinculada con el hecho de que su autora estuvo casi un año en un hospital psiquiátrico —refutó el rubio.

—¡Dylan! —exclamó mi novio con rigidez.

Sin embargo, yo no me había molestado.

—Tranquilo, Edwin —le dije a mi novio, acariciándole el hombro—; tiene razón. Cordelia se encargó de que mi novela se vendiera por un tabú en nuestra sociedad.

Mi amigo rubio me apuntó con su tenedor, dándome la razón.

—Pero eso no quita que sea muy bueno —agregó Edwin, intentando respaldar su punto.

—Eso sí, es adictivamente envolvente desde la primera página —dijo Dylan—. Evelyn y yo hicimos un círculo de lectura para comentarlo con algunos conocidos —explicó, yo abrí mucho los ojos impresionada y completamente halagada—; ya sabes, es importante hablar sobre la salud mental en la educación de los niños...

—Qué lindo —comenté, sonriendo de oreja a oreja con los ojos cristalizados.

—Qué tierno que lo organizaras con Evelyn —se burló Edwin.

Gracias a ese comentario fue que mi necesidad de desenmascarar a los rubios regresó. Dylan se había quedado mudo con las mejillas rosadas.

—Sí, Evelyn... —retomé con indiscreción— Oye, ¿y qué pasa entre ustedes exactamente?

—¡Nada! ¡Absolutamente nada! —espetó, remarcando muy bien las palabras.

—Oh, vamos, es muy obvio que ya no sólo sientes amistad por ella. He visto cómo finges demencia para ocultar la verdad —ataqué.

Una vez más esperé que la pusiera difícil, pero no resultó así.

—¿Tan evidente es? —cuestionó con el rostro descompuesto— Estoy atemorizado, ¿saben? No quiero que me guste, es mi mejor amiga, pero los sentimientos sólo se están haciendo más fuertes —confesó.

—Pues se volverán desbordantes si no lo admites de una vez —intervino Edwin, después me clavó la mirada—, te lo digo por experiencia.

No pude evitar sonrojarme. Sin embargo, Dylan sólo continuó quejándose en voz baja.

—Deberías decírselo —agregué con calma.

El rubio estalló con comicidad.

—¡No lo haré! —vociferó— Además, ¿quiénes son ustedes para hablarme de sinceridad? —nos atacó— Yo sigo esperando que se enfrenten a Peter y Jade —ese comentario me hizo borrar la sonrisa de mi cara.

Una fuerte roca me golpeó el pecho, endureciéndome.

—¿Por qué deberíamos hablarles sobre nuestro noviazgo? —espeté muy enfadada— No necesitamos de su permiso ni bendición, a ellos no les incumbe.

Mi rostro estuvo a punto de enrojecerse de ira.

—Al igual que a ustedes no les incumbe lo que pase entre Evelyn y yo —me devolvió el golpe—. El día en que sus exnovios se enteren de su relación, será cuando me cuestione si debo admitirle a Evelyn mis sentimientos —declaró firmemente.

De soslayo pude ver que Edwin lo miraba con seriedad, tampoco mi reciente rabia desaparecía aún.

Lo siguiente sonará una coincidencia... o como si ese día Dylan hubiera profetizado el futuro: No fue hasta que la explosión entre Peter, Edwin, Jade y yo tuvo lugar, que mis amigos rubios decidieron abrazar su creciente enamoramiento con mucho cariño. La bomba ya había pintado el cielo de negro y pronto no le quedaría más que estallar.

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