CAPÍTULO 11: CUATRO DE SEIS

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—Supongo que ya no iremos a bailar —musité en el oído de Edwin.

Su respuesta fue un movimiento de garganta por pasar saliva.

Dylan y Evelyn nos analizaban de pies a cabeza, viendo cómo temblábamos como unos pequeños niños que habían sido descubiertos en medio de una travesura. El corazón quería salirse de mi pecho; y los pies se me habían congelado, podrían haberse comparado con los de un cadáver. Todo mi ser se contenía, esperando el momento para gritar.

—No se preocupen, nos aseguramos que Peter y Jade se largaran con sus novios para hablar con ustedes —comentó Evelyn, relajando su acusadora expresión.

Edwin y yo dejamos de aferrarnos al otro —con tanta agresividad— cuando escuchamos aquellas palabras. Mi novio se estiró el saco y yo sacudí la cabeza, deshaciéndome de la amargura que estuvo a punto de ahogarme hace unos segundos.

Mis ojos se concentraron en los dos rubios. Pensé que su expresión sería sombría e inquisitiva, sin embargo, sus miradas se habían llenado de brillo y sonreían completamente extasiados con lo que presenciaban. Después me percaté de lo evidente: Edwin. Llevaban más de dos años sin ver a su mejor amigo, por lo que, de seguro, sus almas bailaban sobre miel en ese instante; o bueno, eso era lo que reflejaban sus caras.

Cuando Evelyn mostró completo entusiasmo, desprendiendo unos sonidos extraños de su boca, fue que Dylan no pudo más y rompió el espacio personal de Edwin para estrecharlo contra su cuerpo. La chica se tapó la boca para no dejar que se escaparan sus chillidos aunque los ojos se le habían cristalizado. Por otra parte, Dylan apretaba tanto a mi novio, que él pedía aire sofocantemente mientras el hombre se reía con inocencia; esos eran los mejores abrazos de mi amigo: Aquellos que te dejaban sin aire.

Sonreí con felicidad a punto de que el llanto empapara mis mejillas. ¿Cómo se me había ocurrido pensar antes que contarles a los rubios sobre el regreso de Edwin era mala idea? Ellos siempre habían estado de nuestra parte; nunca mintieron ni engañaron para su propio beneficio, sólo deseaban saber dónde se encontraba su mejor amigo.

—No sabes qué genial es verte, Bridgerton —comentó Dylan con la voz ronca, soltando a Edwin y dándole palmadas en el hombro—. Te ves más demacrado que antes, pero está bien: Mejora tu imagen de poeta incomprendido.

Yo estiré los labios hasta que los pómulos me dolieron y mi novio se rio con ese comentario.

—Deberías haberme visto hace un año, parecía drogadicto —añadió Edwin, sonriendo con su perfecta dentadura.

La conversación amena no continuó porque Evelyn se lanzó a los brazos de mi novio.

—¿Dónde has estado? —gimoteó.

Después pellizcó sus pómulos, le plantó un beso en la mejilla y dio un paso atrás.

—Es una larga historia —respondió Edwin, resoplando.

—Pues tenemos toda la noche —estalló Dylan, alzando los hombros con entusiasmo. Fruncí el ceño, contemplando la feliz inocencia que expresaban sus rostros. Si supieran que el relato de Edwin involucra a una Jade mentirosa y manipuladora, no estarían tan contentos, pensé—. Además, ¿qué es esto? —cuestionó, señalándonos a mi novio y a mí sin perder el tono alegre. No obstante, el nerviosismo regresó para devorarme el estómago— ¿Cuándo ocurrió...? ¡Un segundo! Anderson, ¿él era tu novio misterioso? —finalizó, abriendo mucho los ojos.

Quise desvanecerme ahí mismo y no tener que responder a su pregunta ni a ninguna otra que se me fuera a cuestionar esta noche. ¿Cómo explicar la conexión que siempre había tenido con Edwin? ¿Cómo podrían entender que me enamoré de mi mejor amigo? ¿Acaso creerían posible que nosotros no sólo teníamos ojos para Peter y Jade? ¿Lo aceptarían o nos considerarían traidores por desear a las exparejas de nuestros amigos? Evelyn estalló a carcajadas.

—No lo puedo creer —expresó, doblándose de la risa—, por fin los dos mejores amigos se enamoraron.

Después se siguió carcajeando escandalosamente, atravesándome con sus ruidos descabellados; no sabía cómo interpretar su comportamiento. Por otra parte, Dylan había perdido el brillo en sus ojos y nos observaba atentamente, frunciendo los labios sin saber qué agregar.

—Suficiente —pidió Edwin, calmando a Evelyn. Sin duda le agradecí que tomara el control de la situación porque yo me había quedado sin habla—. Salgamos de aquí para que podamos charlar.

No sabía si lo lograría. Su expresión inicial había sido conmovedora, pero los ojos acusadores de Dylan y la risa histérica de Evelyn me daban un mal presagio de cómo reaccionarían ante todo lo que les había estado ocultando.


Cada uno tenía en su poder un vaso lleno de agua; sin embargo, ningún recipiente tenía marcas porque nadie había tocado tan siquiera el cristal. Estábamos sentados a la mesa redonda de la cocina en mi departamento, viéndonos fijamente. Evelyn y Dylan habían tomado asiento de un lado; y mi novio y yo, del otro. La alegría, las risas y los abrazos habían desaparecido, ahora sólo reinaba la tensión y el enojo. Había una bomba en la habitación y tarde o temprano explotaría.

—No puedo creerlo —declaró Dylan, evitando el contacto visual—, no de ella.

—Yo me sentía igual... —empecé.

—No, Emily, no lo entiendes —el rubio me interrumpió—. Ella no es así, jamás manipularía todo para que las cosas se tornaran a su favor.

—¡Pues lo hizo! —exclamé, golpeando la mesa porque su actitud pasiva me había molestado— ¡Me alejó de mi mejor amigo, inventando boberías sobre mi estado!; ¡¿y para qué?! —vociferé, poniéndome de pie, a punto de pronunciar mi verdad— ¡Sólo para que siguiera pretendiendo incluir a su amiga enferma cuando lo cierto es que ya la habían reemplazado desde hace tiempo!

—Emily... —murmuró Edwin, tomándome del brazo para calmarme, pero yo me solté.

—¿Qué dices? —atacó Evelyn, parándose de su asiento, frunciendo el ceño— Emily, creo que es más que evidente que eres irreemplazable —añadió, tratando de no perder el control.

No obstante, yo estaba fuera de mí. Quería escupirles en la cara cómo me había sentido en su compañía desde que los había visto en la comida de mi hermana.

—¿Ah, sí? —continué con mi enojo— Pues díganle eso a su amiga pelirroja y al castaño de ojos verdes —mi ira quería destruir todo a su paso—; y no estoy hablando de sus relaciones de pareja, no, la verdad es que no me importa si se aman eternamente, lo que me saca de quicio es que ellos tomen la posición de Edwin y mía en el grupo, que fue como una familia para todos por cuatro años.

—¡Por supuesto que ellos no ocuparon sus lugares! —sentenció Dylan, poniéndose también en pie— Oh..., bueno, tan siquiera no para nosotros dos —agregó, relajando su tono—. Tú lo dijiste, Anderson —me señaló—, nosotros somos una familia. Sí, Daniel y Maddie resultan agradables, pero no son tan divertidos, dramáticos y tercos como ustedes. No sé qué pretendían Jade y Bennet al meterlos tanto en el grupo, pero para nosotros siempre estará incompleto si Anderson y Bridgerton no están en él.

—Y, aun así, dices que es imposible que Jade nos alejara de Edwin —le recriminé.

—A lo que me refería con eso es que no la creía capaz de algo así, ella sabe lo mucho que nos importa Bridgerton, pero me equivoqué, ¿está bien? —refutó completamente vulnerable.

Ante esa oración, la paz sucumbió en el lugar. De repente pude volver a respirar, percatándome de que nunca había estado sola: Al parecer, Jade y Peter jamás influenciaron las mentes de Evelyn y Dylan. Relajé los hombros y los miré a ambos a los ojos. Sus miradas eran sinceras y leales.

Después observé a mi novio —era el único que no se había puesto de pie en la calurosa discusión— su rostro y posición desabrida reflejaban cansancio. Sí, bueno, yo también estaba cansada de las mentiras, y tarde o temprano tendría el valor de espetarles a Peter y a Jade lo mucho que me habían lastimado con sus acciones.

—Estamos de su lado, chicos —finalizó Evelyn—, siempre hemos estado de su lado. Somos familia y ni Jade ni Peter podrán cambiar lo que sentimos por ustedes.

Esas palabras me hicieron aflojar con una sonrisa. Evelyn estiró los brazos, así que no hicieron falta palabras para que Edwin se levantara de su asiento y abrazara a la chica que había sido su amiga desde los catorce. Yo lo secundé, juntándome a ese gesto que prometía el fin de sentirme rechazada por los que representaron mi mundo cuando tenía quince años. Poco después, Dylan se nos unió, protegiéndonos del frío de la noche. Mi alma entera se sentía alineada y llena de algo bueno.

—Tenemos que irnos, ya es tarde; pero hablemos mañana —indicó Evelyn, interrumpiendo aquella muestra de amor puro.

—Está bien —dijo Edwin, soltándola para darle pie a que todos nos separáramos del otro.

Luego de sonrientes despedidas, y abrazos calurosos y cortos, ambos desaparecieron por la puerta de mi casa justo cuando Jane ingresaba al departamento. Mi hermana lucía radiante y despeinada. La reunión de los cuatro en un mismo sitio la hizo abrir mucho los ojos.

—¿Qué demonios...? —musitó.

—Nos vemos, Jane —dijo Dylan.

—Buenas noches, Jane —mencionó Evelyn—. Gran concierto.

Mi hermana aún no relajaba el ceño. En el momento que cerraron el umbral, nos miró estupefacta.

—¿Cuándo se reconciliaron? —preguntó casi sin aire.

—A la próxima no los invites a un concierto tuyo sin antes avisarme —comenté, riéndome con mi novio.

Después él pasó una mano por mi espalda y nos dirigimos al pasillo oscuro.

—¡Alto! —exclamó Jane en la mitad del camino, reuniendo todas las piezas. Ambos volteamos hacia ella—, ¿Edwin se va a quedar?

—Sí —respondí cortantemente.

—Está bien —dijo, acercándose a nosotros—, pero nada de sexo —advirtió seriamente y las mejillas se me coloraron—; no quiero que extraños ruidos me despierten en la noche.

Mi rostro se descompuso por la incomodidad y Edwin lanzó risitas nerviosas. Jamás se me habría ocurrido hacer eso con ella en la casa. Además, nunca me había planteado conscientemente la idea de tocar a mi mejor amigo, pero ahora Jane había despertado esa cuestión en mí...; no me resultaba tan mala idea, sería interesante.

—No te preocupes por eso —dije abruptamente, escondiendo mi nuevo deseo—, estamos igual de cansados; y es pertinente mencionar ahora que jamás pensaría hacerlo si sé que tú estás aquí.

—Está bien —afirmó—, te creo —concluyó petulantemente—. Buenas noches —se despidió y después se encerró en su cuarto con rapidez.

Cuando escuché que cerró la puerta, miré a Edwin con reserva. Sus labios se habían fruncido sin saber qué añadir. Por lo tanto, antes de que la tensión aumentara, entrelacé nuestros dedos y lo guié hasta mi recámara. El silencio dominó el momento en que entramos a la habitación, por lo que decidí quitarme los tacones y reunir mis cosas con agilidad.

—Iré a cambiarme al baño —anuncié casi como una autómata, evitando verlo a los ojos.

—De acuerdo —dijo en voz baja.

Me retiré del cuarto para encerrarme en el sanitario. Después de quitarme el maquillaje, lavarme la cara y cepillarme el cabello; me quité el vestido y el sostén, colocando en su lugar una blusa blanca, holgada y larga que me llegaba hasta los muslos. Después cambié mis calzoncillos como había acostumbrado desde niña. Luego me dispuse a ponerme el pantalón grueso y pesado para cubrirme las piernas —parecido al que usaba en mis días en el psiquiátrico—, pero cuando lo volví a pensar, llegué a la conclusión de que no se me antojaba. Hoy dormiría con mi novio por primera vez y cuando me acurrucara junto a él quería que sus suaves manos me acariciaran directamente las piernas, por lo que me acostaría en bragas. Ese hecho no me ponía nerviosa, sino que acentuaba mi seguridad; sentía que tenía el control sobre mi cuerpo.

Me lavé los dientes, luego recogí todas mis cosas y caminé con mis pies descalzos hacia el cuarto. Cuando llegué, descubrí que Edwin sólo se había quitado la corbata, los zapatos y calcetines, y se había desabotonado un poco la camisa. Suprimí mi resoplido de decepción, limitándome a cerrar la puerta, y dejar mi ropa y productos sobre una silla.

Luego, sin emitir ni un sonido, destendí la cama, sintiendo cómo la vista de mi novio me perforaba, analizándome de pies a cabeza. Después me metí al lecho, ocupando el lado más próximo al armario y lo observé. Se encontraba de pie y estático con una mirada suave.

—Acuéstate aquí —le pedí, dándole palmaditas al sitio junto a mí—; claro, después de que apagues la luz.

No respondió, sólo se movió para llegar al interruptor.

—¡Espera! —exclamé, hincándome en la cama— ¿Te vas a dormir así?, ¿con tanta ropa puesta? —su contestación fue un ceño fruncido y ojos brillantes. Por primera vez, el nerviosismo me invadió el pecho— Digo, ¿no será incómodo para ti? Mejor quítate la camisa —opiné, aunque admito que era más una petición que una sugerencia.

Él sonrió de una forma tan encantadora y pícara, que electrificó mi corazón por completo. Se tomó su tiempo desabotonándose la prenda, sin quitar aquella cara de engreído que me revolvió la cabeza. Cuando terminó, miré por primera vez su torso. Un nudo se tejió en mi garganta y todo dentro de mí se derritió. No había terminado.

—Hace mucho calor, ¿no te parece? —comenté, fingiendo inocencia y abanicándome con la mano. Sus ojos negros me observaron fijamente, penetrándome— Yo te recomiendo que también te quites el pantalón —finalicé sin perder mi tono dulce.

Él volcó la mirada y después sonrió otra vez, electrocutando mi pelvis. Esta vez tuve que pasar saliva, intentando tranquilizarme. Edwin se quitó lentamente el cinturón para deshacerse de sus pantalones oscuros. Cuando por fin lo tuve en ropa interior, me acerqué a él —sin bajarme de la cama— y le planté un suave beso en los labios; después me alejé con calma. Mi novio se quedó viéndome con los ojos entrecerrados y una expresión sedienta. Luego me dio la espalda y apagó la luz.

Me acosté en el lugar que más me acomodaba dormir, esperando a que él tomara su sitio en la cama. Cuando lo sentí llegar, en mi rostro se dibujó una sonrisa, por lo que no tardé en abrazarlo, subiendo mi pierna sobre su muslo. Edwin no tardó en acariciar mi piel desnuda con sus finos dedos. La carne se me erizó y el deseo aumentó, pero tuve que contenerme. Nunca lo haría si Jane estaba en casa.

Mis ojos no tardaron en adaptarse a la oscuridad, y visualizar las grandes y chinas pestañas de mi novio. Su rostro era la ternura encarnada.

—Cuando Jade me dijo que iba a casarse nunca me imaginé que Daniel se vería así —confesó Edwin, acalorándome con su dulce aliento.

Acaricié sus suaves mejillas con delicadeza.

—¿Cómo te lo imaginabas?

—Perfecto —respondió—, creí que era todo lo que yo nunca había podido ser...; pero, al observarlo hoy, me di cuenta de que no es así: Se trata de un simple humano..., una persona con la que se veía más feliz.

No me incomodaron sus palabras porque lo entendía completamente, esa idea siempre me invadía cuando me hallaba cerca de Peter y Maddie.

—¿Y cómo te hace sentir eso? —inquirí, blandiendo mi expresión.

—Insuficiente —musitó, resoplando. Fruncí el ceño, no me esperaba esa contestación—. Hace que me pregunte constantemente el motivo de su engaño —hizo una pausa en la que no supe qué añadir—. ¿El amor que me tenía no fue tan grande como la distancia que nos separaba? Porque yo atesoré nuestra relación siempre, preocupado por no verla tantas veces como me habría gustado —suspiré, sintiendo su decepción—; y no es que las relaciones a distancia no funcionen, Bennet y tú le dieron la prueba a todo el mundo de que sí lo hacen, ¿entonces por qué Jade me engañó?

—Creo que debes preguntárselo —solté con serenidad, volteando hacia el techo.

Dentro de mí, mi pecho comenzaba a convertirse en piedra por la ira. Estaba muy molesta con la pelirroja por haberme alejado de mi mejor amigo y pronto ya no podría ocultarlo más.

—Nunca lo hice —contestó—. Jamás quise saber la respuesta, sabía que me lastimaría.

De soslayo visualicé que él también había girado hacia arriba.

—Pues te lo adelantaré: Sea cual sea su contestación, te dolerá; no obstante, es importante que le preguntes o las suposiciones nunca te dejarán tranquilo.

El silencio inundó la oscuridad. Me sentía liviana, pero llena de veneno por dentro; deseando escupir mi rabia a la persona correcta.

—Supongo que tarde o temprano le preguntaré —comentó—. Sin embargo, no prometo que me mantendré calmado: El hecho de que me haya mentido para alejarme de ti me tiene muy molesto.

—A mí también.

Luego no se dijo nada más. No obstante, ambos nos quedamos quietos, mirando hacia el techo. Mi pecho se alzaba y descendía tranquilamente mientras que mis oídos escuchaban cómo Edwin respiraba..., vivía junto a mí. ¿Cómo fue que llegamos aquí?, ¿tú queriéndome a mí, y yo, a ti, mientras ellos son felices con otras personas?, formuló mi mente.

Después de no sé cuánto tiempo, los brazos de Edwin me enrollaron con ternura y fuerza. Su cabeza quedó sobre mi hombro, por lo que mi nariz se drogó hasta el éxtasis con su caluroso aliento. Lo abracé con vigor y cariño, cerrando los ojos mientras agradecía su retorno. 


Llegué abruptamente a la mesa para sentarme entre Evelyn y Dylan. Había transcurrido una semana desde el concierto de Jane..., desde que los rubios se enteraron de la verdad; y por si fuera poco, esta era la primera vez que salía con el grupo desde los hallazgos recientes de mis amigos, así que estaba a la defensiva, cuestionándome si Dylan y Evelyn encararían a Jade.

—Llegas tarde, Anderson —comentó la rubia mientras yo tomaba asiento.

Los ojos de los seis me atravesaron como estacas, por lo que evité a toda costa mirarlos.

—Lo siento —musité—, perdí la noción del tiempo.

—¿Qué?, ¿no podías dejar de besar a tu novio? —se burló Dylan.

Cuando estuve acomodada, lo vi con los ojos muy abiertos furiosa. La piel se me había erizado. Claro, ahora que sabía quién era mi misterioso novio, no dejaría de molestarme con eso: muy típico de él.

—¿Esto es lo mejor que tienes ahora que lo sabes todo?, ¿en serio? —le recriminé con hastío sin importarme que Peter, Jade y sus novios nos estuvieran escuchando; los secretos ya me tenían sin cuidado.

Dylan se quedó sin habla. Sonreí con satisfacción.

—¿Que lo sabes todo? —citó Jade—, ¿eso qué significa? — preguntó, frunciendo el ceño.

Había tenido una mala mañana, así que no pude esconder mi desprecio cuando mis ojos se posaron en ella.

—Te pedimos una limonada, como nos dijiste por teléfono —Evelyn intentó desviar mi atención hacia la bebida, pero mis ojos no pudieron apartarse de la pelirroja.

Jade no tenía idea de qué sucedía..., aunque quién sabe.

—Evelyn y Dylan conocieron a mi novio el viernes pasado, después del concierto de Jane, a eso nos referimos —espeté sin tacto.

De soslayo pude ver que los dos rubios se tensaron junto a mí, en cambio, el rostro de la pelirroja se iluminó.

—¡Eso no es justo!, ¿verdad? —dijo con entusiasmo.

Buscó la mirada de Maddie, que la secundó.

—¡Sí!, ya te habíamos dicho que nosotros también queríamos conocerlo —insistió la novia de Peter.

Ni siquiera me molesté en observar la expresión del castaño de ojos verdes, mi pecho estaba ardiendo de rabia. Sonreí con ironía y alcé mi limonada de la mesa para llevármela a los labios.

—No se preocupen, pronto lo conocerán —aseguré, dándole un trago a la bebida.

Realmente me refresqué, aclarando mis ideas por completo. Los acontecimientos de la mañana habían dejado una capa de niebla en mi cabeza. Cuando dejé el vaso sobre la mesa, mis ojos se sumieron en la brillantez que reflejaba el cristal contra la luz, sintiéndome desahuciada.

—Por cierto, Emily —la voz de Daniel rompió la hipnosis. Lo miré, parpadeando mucho para alejarme de la ceguera—, dile a tu hermana que la felicito por el concierto del viernes pasado: Estuvo magnífico.

—¡Sí! —estalló Maddie de emoción—, realmente me transportó a otro mundo.

Sonreí con sequedad.

—A mí también —agregué, viéndola. Después mis ojos giraron hacia Daniel—. Le pasaré tus felicitaciones, gracias.

Luego de sonrisas complacientes, me volví a sumergir en la negrura de mis pensamientos, ignorando las conversaciones que siguieron después. Jamás lo lograríamos. Si continuaban rechazándome, nunca conseguiríamos los fondos, y sin dinero, no habría sueño. No sé cuánto tiempo estuve repasando suposiciones catastróficas como un disco rayado; pero, para suerte mía y la de Edwin, alguien hizo que exteriorizara mi pesar, cambiando el rumbo de esta historia.

—¿Emily, estás bien? —Peter me sacó del remolino de palabras enredadas, enfocándome en el presente.

Lo miré a los ojos confusamente. Su rostro se hallaba relajado y lleno de dulzura. Inmediatamente pude soltar las oraciones ante esa expresión, como siempre había sucedido en el pasado. Suspiré. Todos habían guardado silencio para escuchar qué me aquejaba.

—Hoy tuve una entrevista de trabajo —comencé con tranquilidad, ignorando los sonidos de sorpresa; exceptuando a mi novio, que se mantenía apacible como de costumbre—, fue la número veintidós y en esta tampoco me aceptarán —aparté la vista de Peter para confesar lo siguiente—. Una mujer esquizofrénica no es un buen antecedente para la mayoría. No importa que hable tres idiomas, que haya ido a Oxford y que tenga un libro publicado; ellos sólo ven a la mujer esquizofrénica —confesé con desaliento a punto de llorar.

Me tapé el rostro con mis palmas para calmar al llanto, sin embargo, mis oídos se mantuvieron abiertos para los consejos. Desafortunadamente, sólo hubo palabras vanas de Daniel, Jade y Maddie: Ay, Emily, Lo conseguirás, Sigue tratando. Nada de eso era lo que deseaba escuchar. Más bien, creo que ni siquiera quería opiniones; sólo anhelaba un abrazo y me rompió el corazón que Peter no se levantara a dármelo.


Después del almuerzo, las dos parejas se largaron, por lo que caminé en medio de Dylan y Evelyn para llegar a la parada del autobús. Aún estaba sensible; si me tocaban, de seguro me desvanecería en agua. La falta de empleo, la hipocresía de Jade y la ausencia del abrazo de Peter habían podido conmigo.

—No sé cómo lo conseguías —comentó Evelyn, haciendo que alzara la cabeza—, fingir que no sabes nada es agotador; hasta te sientes excluida —se sinceró—. Lamento que hayas tenido que soportar esto sola por tantos meses.

Esas simples palabras de simpatía me sacaron del mundo de las sombras; así que, cuando la rubia me miró, la sonrisa esbozada en mi cara era auténtica.

—¿Cómo lo logras, Anderson? —soltó Dylan, de la nada, sin despegar la vista de enfrente—, ¿no te resulta raro besar a Bridgerton? Es tu mejor amigo y tu novio, ¿eso no es extraño?

Inmediatamente me sonrojé. La verdad es que aún no lo comprendía muy bien, pero funcionaba.

—Es que debe ser así, ¿no creen? —comencé, llegando a mis propias conclusiones en voz alta. Volteé a ambos lados para analizar sus expresiones. Dylan continuaba viendo hacia adelante sin inmutarse; no obstante, el rostro de Evelyn se había endurecido, parecía que se esforzaba mucho en no gritar— Un novio es como tu mejor amigo: Le puedes contar todo sin problemas, te ríes con él, a veces se burlan el uno del otro (conociendo los límites de lo sano); pero todo está bien porque cuando deben ser serios para algo que les importa, lo son con el fin de apoyarse mutuamente. La única diferencia entre los novios y los mejores amigos es que a los novios no te incomoda besarlos... ni tocarlos.

La primera noche en la que Edwin durmió conmigo me asaltó, consiguiendo que recordara la sensación entre mis piernas en el instante que acarició mi piel desnuda. ¿Cuándo mi cuerpo y mi mente estarían de acuerdo para atreverme a dar el siguiente paso?

—Pero no deja de ser raro —añadió Dylan, estremeciéndose.

Bruscamente, Evelyn se puso delante nuestro y miró al rubio con sus ojos asesinos.

—¿Qué tiene de malo, Reynolds? —escupió enfurecida— Emily y Edwin han sido amigos desde los quince años, así que se conocen muy bien; de hecho, lo que a mí sí me parece extraño es que no haya sido hasta ahora que sus sentimientos salieron a la luz —espetó—, ¿o acaso para ti es imposible que dos personas, que son amigos desde los quince, se enamoren? Digo, ¡qué genial que tu mejor amigo también sea tu novio! —ahora estaba gritando con nerviosismo— ¡Ojalá ese fuera mi caso! —finalizó, dándose la vuelta y alejándose de nosotros.

Dylan volteó a mirarme muy confundido por lo que acababa de suceder. No sé si él fingía o no, ya que a mí me resultó muy evidente lo que Evelyn intentó decirle..., pero bueno, algún día ambos estarían listos para hablar al respecto.

—Después de tantos años de amistad ya me había acostumbrado a sus explosiones, pero últimamente me han estado desorientando —fue lo único que agregó y de inmediato supe que se encontraba en un estado de negación—. Por cierto —añadió rápidamente para no seguir conversando sobre el asunto—, acerca de tu búsqueda de empleo, ¿has considerado todas tus opciones?

Mi espalda se erizó ante esa pregunta, causando que un escalofrío se extendiera desde mis cervicales hasta mi coxis.

—¿Qué quieres decir? —le cuestioné.

Abruptamente se colocó frente a mí, deteniendo nuestra marcha. Su rostro estaba invadido por una mezcla de complicidad y picardía. Pequeños hielos afilados me perforaban las vísceras.

—Sé dónde hay una vacante... Es un trabajo donde podrás aplicar todo lo que sabes y a los jefes no les importará el género o la enfermedad, es más, estarán honrados de tener a alguien de veinticuatro años con un currículum tan impresionante como el tuyo —finalizó, alzando las cejas.

No mencionó nada más, sino que se dio la vuelta para correr y alcanzar a Evelyn, dejándome enterrada en el piso y con la profunda intriga de a qué empleo se refería. 

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