CAPÍTULO 10: ESTIGMA

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Cuando mi novio abrió la puerta, lo miré con apatía y una gota de nostalgia. Ingresé a su hogar con la vista agachada. Todo el cuerpo me pesaba y la espalda me dolía como si estuviera cargando una piedra sobre mis hombros. Caminé hacia la sala y me dejé caer en el sillón exhausta. En otras circunstancias me habría avergonzado ingresar de una forma tan intrusiva, pero la verdad no estaba de humor para ser cortés. Suspiré y empecé a masajearme las sienes con mis manos. La ropa formal comenzaba a incomodarme.

—Esta fue la vigésima —enuncié en voz alta sin fijarme dónde se hallaba la atención de Edwin—. La número veinte y estoy segura de que también me rechazarán por las mismas razones de siempre —bufé cabreada.

Mi novio se sentó junto a mí, pero yo no lo observé. Los sutiles comentarios llenos de odio e ignorancia ya me habían sacado de mis casillas.


—¿Buscas formar una familia en un futuro próximo?


—¿Podrás lidiar con el trabajo bajo tu... condición?

—Sí, aquí le traigo cartas de mi psiquiatra y terapeuta, asegurando que puedo laborar.

—Sí, ya las vi; pero lo que tú tienes es de por vida, ¿no? Mejor dedícate a escribir, para eso no importa si estás mal o no; ya ves lo que dicen: La genialidad y la locura van de la mano.


—¿Estás embarazada?

—¿Disculpe, pero eso qué tiene que ver con que pueda traducir un libro?


—Perdona mi franqueza, ¿pero cómo es tu carácter?

—No comprendo.

—Sí, ¿eres peligrosa?


—No te daremos el trabajo, no queremos que tu condición empeore por el estrés.

—Pero puedo hacerlo. Mis doctoras lo indican en las cartas. Llevo cuatro meses sin ningún malestar grave...

—Es por tu bien.


 —¿Tienes hijos?

—No.

—¿Un esposo?, ¿un novio?


¡Estaba harta! En la mitad de los empleos me habían negado por la esquizofrenia, y en la otra mitad, por ser mujer. Me daban ganas de vomitar cada vez que salía de una entrevista; parecía que ni siquiera importaba el hecho de que era egresada de Oxford, sabía hablar tres idiomas, había participado en múltiples proyectos durante mi estadía en la universidad ¡y había ganado un concurso literario con una novela que no había bajado del ranking diez de los libros más vendidos del país! Los imbéciles sólo me preguntaban sobre mi vida personal.

¡Ser una mujer esquizofrénica era como una especie de maldición! No interesaba todo el trabajo que había realizado antes, a ellos sólo les concernía si tenía novio, hijos o si era un riesgo. ¿Quiénes se creían para definir mis límites? ¿Acaso no puedo ser madre y una excelente editora? ¿Cómo demonios un embarazo podría distraerme de mi labor? ¿No saben que los que padecen algún trastorno psiquiátrico pueden ser muy funcionales cuando están bajo tratamiento?

Injuriaba a Cordelia en silencio. Si aquella mujer no hubiera gritado a los cuatro vientos mi padecimiento para hacer más publicidad, los idiotas de las entrevistas jamás habrían notado que tengo esquizofrenia... Era como una mancha que no podía desaparecer, una marca que le permitía a los demás discriminarme por su evidente ignorancia. Ojalá jamás hubiera desarrollado esta putrefacta enfermedad, me lamenté en silencio, conteniendo toda mi ira en el pecho y mirando fijamente al suelo. ¡Estoy cansada de vivir en este mundo!, quiero huir..., esconderme en una caja oscura y nunca regresar.

—Entonces tampoco lo aceptaré —comentó mi amigo, apartándome de mi furia.

Lo observé con rudeza.

—Edwin, no puedes rechazar cada puesto que te ofrezcan por mí —le recriminé.

—No es sólo por ti —atacó, poniéndose de pie—, no quiero trabajar en un sitio que discrimina a las personas —bufé, pero ya no le reproché nada. En su lugar, volví a observar la alfombra—. El empleo donde no te hagan a un lado por la esquizofrenia o el género será el que tomaré.

Sonreí sin alzar la mirada. Su sentido de justicia me tranquilizó bastante. Sin embargo, no podía ignorar lo evidente.

—Nunca lo conseguiremos —sentencié bruscamente.

—Claro que sí... —comenzó él.

—¡No, no! —exclamé, parándome con agresividad e intentando mediar mi enojo— Si no tenemos trabajo, no podremos ahorrar el dinero que nos hace falta para comenzar bien la editorial...

—No importa cuánto tiempo nos tardemos, Emily —me interrumpió—, vamos a lograrlo. No interesa si es en un año, en cinco o en quince, lo conseguiremos.

Su amena voz sosegó a mis nervios de punta, permitiéndome volver a respirar. Asentí torpemente con ganas de llorar. Ninguno de los dos se movió de su sitio, sino que nos miramos a los ojos sin máscaras. Los pozos profundos y negros me centraron de una manera reparadora, haciéndome sentir segura de mis convicciones. Él tenía razón, lo lograríamos. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, agradeciéndole a Edwin por estar aquí. Él me respondió de la misma manera, llenando de miel mi corazón.

Antes de que alguno de los dos pudiera agregar algo más, mi celular sonó dentro de mi saco. Tardamos unos cuantos segundos en reaccionar, ya que se nos hizo imposible apartar la vista del otro. Letargada, tomé el móvil de mi bolsillo y me dispuse a contestar, dándome cuenta de que se trataba de Jane.

—¿Hola? —le hablé al auricular.

—¡Emily!, ¿qué tal la entrevista? —preguntó mi hermana con un excelente humor.

—Del asco, como todas las demás —contesté secamente.

—Oh, lo lamento —dijo, cambiando su tono a pena—. Pronto te aceptarán en uno, ya verás —intentó animarme, pero no le hice caso.

—¿Llamabas sólo para eso? —la corté, sonando grosera.

No tenía ganas de aceptar huecos deseos de superación; sólo quería hundirme junto a mi novio en su cama y abrazarnos sin decir una palabra, mientras mi cabeza se recuperaba de esa fastidiosa entrevista. Tal vez lloraría un poco..., sí, lo necesitaba.

—No, no —respondió Jane—. Estás con Edwin, ¿no? ¿Puedes ponerme en altavoz?, quiero hablar con ambos.

No sabía de qué se trataba esto, pero me encontraba muy poco dispuesta a darle vueltas al asunto, por lo que la obedecí inmediatamente. Aparté el celular de mi oreja, le piqué al botón verde y me acerqué a mi amigo.

—Ya estás en altavoz —le anuncié.

Edwin se acercó con cautela a mí sin tener idea de lo que estaba ocurriendo.

—Bien... —contestó mi hermana— ¿Edwin, estás ahí?

—Sí, Jane, aquí estoy —respondió él, aproximándose más a mí hasta que nuestros cuerpos se rozaron.

El centro de mi pecho hormigueó cuando nuestras piernas se tocaron y un hoyo grande se formó en mi estómago. Tuve que contener la respiración.

—Perfecto —dijo mi hermana—. Bueno, hoy me dieron cuatro boletos gratis para mi concierto del viernes, ¡es el gran estreno! Ya le di dos de ellos a un par de amigos y los que quedan quiero obsequiárselos a ustedes, me quiero asegurar de que sí asistan a mi evento, ¿aceptarán?

Mi novio y yo habíamos esbozado una enorme sonrisa ante esas palabras. Nuestros ojos reflejaban orgullo mientras las bocas deseaban reírse por el comentario de Jane.

—Hermana, es el gran estreno —hablé con un tono muy distinto al que había usado hace unos minutos, este estaba lleno de ánimo—, ¿por qué crees que nos perderíamos un momento tan especial para ti?

—Bueno, es que a ambos siempre se les tiene que rogar para que acepten una invitación donde vaya a haber más personas que no sean ustedes dos, por eso lo dudé.

Edwin y yo estallamos a carcajadas ante esa explicación.

—Obviamente iremos, Jane —dijo mi novio—. Muchas gracias por las entradas, te las pagaremos más tarde.

—No, no... —comenzó ella.

—¡Sí! —exclamé— Es tu trabajo, por supuesto que te pagaremos.

—Está bien..., gracias —dijo gratamente—. El concierto es a las ocho de la noche. Deben ir bien vestidos, de gala. Yo me iré a las cinco de la tarde del departamento porque tengo que estar antes, ustedes no lleguen tarde —pidió.

—Claro que no, hermana —contesté sumamente feliz. Mi pecho se había hinchado y no podía relajar mi sonrisa—. ¡Estoy muy orgullosa de ti!

—Yo también, Jane —añadió Edwin.

—Gracias —pronunció y yo me la imaginé sonriendo de oreja a oreja del otro lado de la línea—. Nos vemos al rato.

—Nos vemos —contestó mi novio.

—¡Adiós! —me despedí también y luego colgué.

Las lágrimas amenazaban con inundarme, pero no era por la repugnante entrevista y nuestros sueños inciertos, sino que esta vez se trataba de lo orgullosa que estaba por mi hermana. ¡Qué mujer tan talentosa, fuerte y resiliente!

—¿Y qué dices?, ¿desempolvamos nuestros mejores atuendos de gala? —le inquirí a Edwin.

Su respuesta fue una coqueta sonrisa de complicidad, con eso me bastó.


Caminaba hacia el baño con mi toalla en la mano cuando intercepté a Jane. Ella portaba un vestido negro, su maquillaje era discreto y se había alzado el cabello. Se acomodaba una manga del ligero suéter cuando se percató de mi presencia.

—Tengo que irme ahora para el teatro —anunció—. Por favor, no lleguen tarde —me pidió por enésima vez en el día como evidencia de su creciente nerviosismo.

—Ya te dije que no será así —señalé, apretando la prenda contra mi estómago.

—Bien, bien... —musitó.

Luego desvió la vista, encaminándose para cruzar el pasillo distraídamente. Hasta su andar era descoordinado y tembloroso, sin duda se hallaba muy ansiosa.

—Todo saldrá bien, hermana —le hablé, intentando calmarla. Tardó unos segundos en darse cuenta de que me dirigía a ella, pero al final giró hacia mí—. Has ensayado noche y día para este momento —continué—, y tendrás a tus compañeros junto a ti para apoyarte; ahora no dudes de tus habilidades y será un concierto estupendo.

Sonreí para transmitirle confianza.

—Es-stá bien —tartamudeó.

Su rostro había palidecido por completo, consiguiendo que se destacaran sus ojeras. Juro que podía escuchar la violencia de su corazón desde el lugar donde me encontraba.

—Las veces que tuve que conversar sobre mí en las presentaciones del libro también me llenaban de pavor —confesé—. Temía enormemente decir alguna tontería, que la gente me viera de forma extraña por la esquizofrenia o que a alguien se le ocurriera hacer una pregunta demasiado personal sobre mi enfermedad... Claro que nada de eso sucedió, los miedos sólo vivían en mi cabeza; sin embargo, aun así, no dejaban de aparecer en las siguientes presentaciones para hacerme titubear. Todo se apaciguó poco a poco cuando recordé algo que mamá alguna vez nos compartió en sus días de actriz; tal vez tú no te acuerdes de su consejo —agregué rápidamente, recordando que Jane había perdido a su madre a los cuatro años y que probablemente no se acordaba de muchas cosas respecto a Sarah—, pero era algo así: Abraza al miedo, no lo niegues. Sólo reconociendo su presencia podrás enfrentarlo propiamente, y estaba en lo correcto, Jane —su expresión aún no se recobraba del todo—. Antes de subir al escenario, si aún sientes mucho temor, dedícate unos segundos a decir: Sí, tengo miedo, pero a pesar de él, daré lo mejor de mí allá arriba.

Finalmente, una sonrisa se dibujó en su cara. Los ojos se le habían cristalizado un poco.

—Tienes razón..., no importará cuál sea el resultado si esta noche doy lo mejor de mí —concluyó con firme seguridad.

No me sorprendió que se recuperara tan pronto de sus temblores, Jane siempre había tenido el espíritu de una guerrera.

—Así es, y quiero que sepas que yo no necesito de ningún concierto para afirmarte que estoy orgullosa de ti y de tu trabajo —admití, sintiendo a la ventisca acariciar sutilmente a mi corazón expuesto.

—Gracias, Emily —finalizó sin borrar su bella sonrisa—. Nos vemos al rato —se despidió, disponiéndose a continuar con su camino.

—Nos vemos —terminé, deseando haberla ayudado a calmar al feroz monstruo nervioso.

Escuché cómo sus pasos se alejaron de mí y después vino el cierre de la puerta principal. Sonreí con suficiencia contenta por haberme sentido útil y ayudar a mi hermana, ya que últimamente parecía que ella sólo me apoyaba a mí sin reciprocidad de mi parte. Con aquel sentimiento reconfortante, me dirigí al baño y comencé a alistarme para el evento que me ofrecía esta noche esperanzadora.


Me ponía brillo labial en la comisura superior cuando tocaron el timbre. Ese sonido hizo que mi corazón vibrara, mandando una descarga eléctrica a todo mi cuerpo. Fruncí los labios para untar propiamente el líquido por mi boca, después metí el objeto en mi pequeña bolsa y miré la hora. Eran las siete de la noche, Edwin había sido puntual como siempre.

Marché con inseguridad para abrir el umbral. Tenía mucho tiempo que no me arreglaba tan formalmente para algo, por lo que la opinión de los demás me importaba mucho aunque sabía que no debía ser así. Cuando cedió el seguro, mi novio apareció en la entrada. Su cabello lucía más impecable que de costumbre y su rostro daba la impresión de suavidad porque se había rasurado los rastros de barba. El aroma de su loción se metió hasta lo profundo de mi cuerpo, erizándome la piel.

—Hola —saludó con su gutural voz, que me derretía por dentro.

Sonreí como respuesta.

—Hola. Pasa, por favor —le pedí. Edwin ingresó al departamento y me siguió hasta la sala—. Los boletos están en mi cuarto, sólo voy por ellos y nos vamos.

Él asintió distraído. Cuando ingresé a mi oscura recámara abruptamente y tomé las entradas del mueble, pude procesar por qué Edwin se había mostrado despistado: Me estaba observando de pies a cabeza con una mirada vivaz. Mis pómulos se acaloraron ante tal acción, las hormigas descendieron de mi pecho a mi estómago para molestarme y sonreí con satisfacción. No podía culparlo por actuar de esa manera; la verdad es que me encantaba el vestido negro que había decidido usar para esta noche, entornaba mucho mi figura. También me había fascinado maquillarme y arreglarme el cabello, me resultó muy entretenido. Además, esa tarde en particular, el maquillaje ya no había desatado todas mis inseguridades —como solía hacerlo antes—, sino que me subió el estima. Por lo que, definitivamente sí, esta noche me sentía preciosa.

Regresé a la sala con intenciones de realizar una acción en específico, pero Edwin habló antes de que pudiera llegar hasta él.

—¿Cómo viste a Jane antes de que se fuera? —preguntó casualmente.

Había puesto sus manos detrás de su espalda, lo que hizo que me diera cuenta de su nerviosismo. Me coloqué frente a él, acariciando con mis palmas sus tensos hombros.

—Muy nerviosa; aunque es normal, es la primera vez que va a participar en un concierto tan grande —contesté—. Intenté tranquilizarla, espero que funcionara.

Mi novio simplemente se limitó a asentir porque yo ya había acercado mucho su rostro al mío. Nuestros torsos se rozaban ansiosamente y pude sentir su aliento sobre mi boca. Sin más preámbulos, alimenté al deseo y lo besé con violencia. Mi cuerpo entero explotó, acelerando mis ritmos cardíacos y electrificando mi vientre.

La forma en la que mi amigo me correspondió, apretándome contra su abdomen, influyó exponencialmente en cómo el hormigueo se instaló más hondo en mi pelvis. Me costaba respirar, pero eso poco importaba junto al hecho de que un simple beso de Edwin me estaba destrozando de placer por completo.

Al final no quedó más remedio que apartarnos, no quería llegar tarde al gran momento de Jane. Nos limitamos a sonreír sin decir ni una palabra más respecto a esto, nuestros cuerpos ya habían hablado por nosotros.

—¿Nos vamos? —preguntó mi novio, ofreciéndome su mano.

—Claro —respondí, tomándosela.

Salimos del departamento, cerré la puerta con la llave y nos dirigimos afuera del edificio, donde la ventisca fresca con olor a lluvia me acarició la piel cariñosamente.

El carro de Edwin estaba aparcado casi enfrente del umbral, por lo que no nos costó trabajo subirnos a él y aventurarnos por las calles londinenses. Las charlas dentro del vehículo se limitaron al tráfico, a Sam y a Jane; y los silencios se inundaron de la música que emitía la radio del automóvil. Ese momento fue perfecto; viendo a Edwin conducir; moviendo mis dedos al ritmo de la música; riéndonos de nuestra familia por cosas inofensivas; y sintiéndome en sincronía con mi mente, cuerpo y alma.

Cuando llegamos al teatro, una ráfaga de angustia me invadió por ver a tantas personas en la entrada de cristal. Descendimos del carro y yo me adelanté un poco para darle una repasada veloz al tumulto que esperaba ingresar al teatro. De repente, mi corazón se detuvo y mi espalda se congeló; estuve a punto de caer por el temblor que invadió mis piernas. A mitad de las numerosas escaleras, de mi lado derecho, mis amigos de la secundaria estaban reunidos en círculo junto a sus parejas. Aparté la vista de inmediato para no llamar su atención. Después quise gritarle a Edwin con pánico para que se escondiera, pero me reprimí. Giré violentamente a verificar si mi novio había visualizado lo mismo que yo, pero él estaba muy ocupado entregándole las llaves del carro a la chica del servicio de paracoches. Cierta irritación apretó mi pecho, anhelando que Edwin dejara de lado lo que estaba haciendo para observar el verdadero problema que teníamos en frente.

Maldita Jane, rugió mi cabeza, ¿Por qué no me dijo que ellos iban a venir? Sentí cómo mi cuerpo se preparó para huir ante lo que había calificado como un peligro inminente, sin embargo, no podía ejecutar tal acción si Edwin no se reunía conmigo. Cuando lo vi acercarse a mí, me apresuré a retroceder para comunicarle que nuestra noche tranquila había tenido un cambio de planes.

—¿Qué sucede? —me cuestionó, percatándose de mi rostro descompuesto.

—A mis espaldas, de tu lado derecho, están los cuatro: Jade, Peter, Evelyn y Dylan —los ojos de Edwin se movieron rápidamente para localizar el objetivo; y cuando así fue, su mirada se llenó de una dureza firme—. No tenía idea de que iban a venir, Jane nunca me lo comentó —musité.

Su rostro se relajó, la ferocidad de sus ojos ya había desaparecido cuando volvió a observarme.

—No importa —mencionó, negando con la cabeza—. A estas alturas, poco me interesa si nos ven juntos; ¿y a ti?

Sus palabras me dejaron sin aliento. Había estado tan concentrada en encubrirlo, que nunca me había puesto a pensar seriamente si a mí me importaba que nos vieran tomados de las manos; y la verdad es que la mirada de Peter sobre nosotros me pondría de rodillas por el nerviosismo. No obstante, supuse que tarde o temprano tendría que acostumbrarme a ella; al igual que él ya se había acostumbrado a mi expresión cansina —que escondía un remolino de sentimientos— cada vez que besaba a Maddie frente a mí.

—Puedo vivir con ello —fue lo que contesté.

Él me sonrió de lado y me ofreció su mano para continuar con nuestra travesía hasta nuestros asientos dentro del teatro. Yo se la tomé, fingiendo serenidad; pero realmente tenía la carne de gallina y mi estómago se desgarraba por el temor. Nos desplazamos un poco hacia la izquierda para no ascender junto a ellos hasta la puerta de cristal y así evitar una mala escena. Sin embargo, antes de partir, le dediqué una última mirada al grupo que nos había hecho a un lado; pude jurar que los ojos claros de Evelyn nos habían observado con incredulidad, pero no detuve a Edwin para confirmarlo.

Él me guio hasta la cima de las escaleras y después ingresamos por la puerta de cristal sin más preámbulos. En la recepción nos formamos para ingresar al teatro. Transcurrieron unos minutos hasta que llegamos al frente de la fila; y en lo personal, ese lapso de tiempo estuvo lleno de tensión, donde no dejé de voltear hacia la entrada para asegurarme que ellos no se aparecieran por ahí. Fue hasta que estábamos en nuestros asientos, que Edwin intervino en mi ansiedad.

—No te angusties, Emily —me pidió, tomándome sutilmente del brazo cuando revisaba por enésima vez quién ingresaba al teatro—. Olvídate de ellos, estamos aquí por tu hermana. No dejes que su presencia opaque el momento de Jane —aconsejó.

Yo sólo asentí con la cabeza, tenía razón. Ya no volví a verificar quién ya estaba reunido en la sala, pero fue inevitable no percatarme cuando Jack tomó asiento casi hasta el frente del lugar junto a su novia. Lo bueno es que no me vi obligada a saludarlo a él ni al resto de la familia que hubiera decidido presenciar el concierto de mi hermana, por lo que nunca supe realmente quién había ido y quién no.

Cuando las luces se apagaron y el reflector iluminó el escenario, tuve que presionar mis palmas contra mis muslos para controlar mi entusiasmo. La sutileza de los violines afinando inundó el teatro y el telón se levantó, dejando ver a la orquesta de Jane. Con agilidad visualicé a mi hermana, concentrada en su instrumento y evitando ver al público. Sonreí.

Inmediatamente después ingresó la directora, por lo que todos aplaudimos para recibirla. Ella se inclinó ante nosotros al llegar al proscenio central del escenario y nos dio la espalda para coordinar a la banda. Después de unos agresivos movimientos con su batuta, el concierto dio inicio.

La música sonaba tan profética y mística, que me sumergí por completo en una hipnosis mecedora al borde mi asiento. No sé si comencé a alucinar o simplemente fueron ideas que brotaron de mí para construir la trama que más adelante se convertiría en una de mis historias. Mi vista se nubló mientras mi mente tejía a aquella bruja, a esa reina destinada a vencer a un Dios a pesar de ser la más pequeña de sus tres hermanos. Cascos de caballos, el mar, las montañas, la guerra, los seis reinos, la magia, los reyes y reinas, los Dioses...; todo se cernía dentro de mí, pidiéndome que le diera una voz...

Al final tuve que parpadear muchas veces para salir de mi estado somnoliento y aplaudir junto a los demás. Sin previo aviso, las lágrimas escurrieron por mis mejillas. Me sentía libre y fuerte para comenzar de nuevo..., para darle sentido al mundo que sólo busca destruir. En ese instante estaba dispuesta a abrir una página en blanco y empezar una novedosa aventura. Por fin quería volver a escribir. Me levanté de mi asiento para homenajear mejor a la orquesta y a mi hermana, ellos me habían orillado a sembrar los cimientos de un nuevo libro.

Edwin y el resto del público estaban extasiados al igual que yo. Ambos lanzamos un par de gritos de emoción, aplaudiendo más fuerte. Yo me levanté de puntillas para ver mejor a mi hermana y su sonrisa radiante. Les había salido impecable. Las ovaciones continuaron a pesar de que el telón ya había cerrado, la gente estaba muy satisfecha con su magnífico trabajo. Después de que los aplausos se apagaron paulatinamente, las personas comenzaron a retirarse de la sala.

—Le preguntaré a Jane si no quiere ir a algún lado a celebrar —le comuniqué a mi novio entre el bullicio—, aunque estoy casi segura de que se irá con sus amigos.

Mi novio asintió con una sonrisa imborrable, sin duda también había pasado un buen momento. Poco después de que envié el mensaje, mi hermana me respondió lo que suponía: Se iría con sus compañeros de la orquesta a festejar. La gente había abandonado rápidamente el lugar, por lo que ya había pocas personas cuando Edwin y yo nos retiramos de nuestros asientos con los dedos entrelazados. Mi corazón brincaba de alegría y deseaba ponerme a danzar de lo bien que me sentía. Por fin estaba de regreso en el juego.

—Me fascinó —comentó mi novio mientras ascendíamos a la entrada del teatro—. Logré adentrarme por completo en la música, te juro que estaba embobado.

—¡Yo también! —estallé de luz— Realmente me transportaron a otra parte —de repente se me ocurrió proponerle mi inquietud—. ¿Oye, te gustaría ir a bailar ahora? Tengo muchas ganas de celebrar hasta que me duelan los pies.

Edwin me miró, sonriendo con ternura.

—Me encantaría ir a bailar contigo, amor —contestó, derritiendo a mi corazón por completo como si fuera una goma. Edwin jamás me había llamado amor; y ahora que lo había escuchado pronunciar esa palabra, ya quería que me lo dijera siempre. Me hizo sentir en mi hogar, a salvo de todo—. ¿Y a qué se debe este deseo? —preguntó amablemente justo cuando salíamos de la sala.

El aire fresco que sobrepasaba la puerta gigante de cristal me endulzó la nariz.

—Pues verás, hay buenas noticias, por fin pude...

—Hola —dijo una voz lejana, interrumpiéndome.

Mi novio y yo apartamos la mirada del otro para concentrarnos en el hombre que había hablado. Mis ojos lo localizaron del otro lado de la estancia y pronto descubrimos que no estaba solo, sino que una acompañante, de más baja estatura que él, se hallaba a su lado.

Mi corazón hormigueó y mis ojos se abrieron mucho para no perder ningún detalle de lo que vislumbraran. Por otro lado, el cuerpo de Edwin se tensó; sentí cómo su pecho contuvo la respiración. Ambos nos quedamos helados en nuestro sitio, por lo que los dos rubios tuvieron que caminar para alcanzarnos. La mujer se aproximó con una postura recta sin quitarnos su mirada seria de encima. No obstante, Dylan se acercó con una mano en el bolsillo del pantalón, encorvándose un poco y dejando que la joven manejara la situación. Detuvieron la marcha cuando ya se encontraban a una distancia razonable de nosotros sin invadir nuestro espacio personal. Tragué saliva atemorizada por lo que iba a suceder a continuación.

—Es tiempo de aclarar algunas cosas, ¿no creen? —mencionó Evelyn severamente, desbaratándonos con sus muy característicos ojos acusadores.

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