CAPÍTULO 9: LA PRIMERA PIEDRA

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—Después de besarnos frente al mar por segunda vez, fuimos hasta su auto, sacamos una manta larga y la extendimos en la arena. Nos limitamos a sentarnos en ella (no se dijo ni una palabra más) y contemplamos al imperioso océano. Sin embargo, nuestros dedos sí se tocaban suavemente y, sin darme cuenta de ello, ahora eran nuestras manos las que se estaban acariciando... —hice una pausa completamente extasiada. No encontraba los vocablos adecuados para expresar aquella sensación electrizante— Nunca había sentido esto con tanta intensidad, doctora.

—¿Ni con Peter?

El escuchar su nombre en la conversación me instaló una pesada roca en el pecho, ahogándome. Me molestó que lo mencionara..., pero no tardé en entenderlo: Mi exnovio era el único punto de referencia que había tenido en mi vida, por lo que resultaba lógico que los comparara.

—Ni con Peter —confesé nerviosamente.

Ese hecho me devolvió a la realidad: ¿Cómo demonios Edwin había logrado emanar esta sensación tan vibrante, hambrienta de deseo, en mí?, ¿por qué con mi exnovio nunca experimenté este desborde de pasión? Yo sabía muy bien cuáles eran las respuestas a esos cuestionamientos, sólo que nunca me había atrevido a convertirlas en palabras, pero ya era el momento.

—¿Por qué crees que sea así si siempre has dicho que Peter fue el amor de tu vida? —cuestionó Kaur, incitándome a gritarlo.

—Porque nuestros sentimientos siempre estuvieron reprimidos —declaré sin más. Sarisha arqueó una ceja— por Jade, por mi exnovio y por la estabilidad de nuestro grupo siempre los suprimimos... Hubo varios brotes de ellos en el pasado, pero nada se compara al desborde que tuvimos el miércoles anterior.

—Eso me parece bastante creíble —comentó Sarisha.

Y aquella era la cruda verdad. Entre más lo niegas, el deseo se vuelve más incontrolable.

—Emily —retomó la psiquiatra—, ¿estás enamorada de Edwin?

Sentí un nudo en la garganta y un hormigueo me invadió el pecho. Las mariposas comenzaron a molestar mi estómago.

—Creo que sí —musité, sintiéndome completamente vulnerable.

Mis ojos querían empañarse... y no supe por qué.

—Entonces díselo —aseguró Kaur— o por lo menos intenta aclarar todo entre ustedes para evitar roces en su amistad.

Pasé saliva. Por más que me costara admitirlo, la doctora tenía razón. Ya no podíamos posponer más la charla sobre nuestros abrumantes sentimientos. El tiempo de suposiciones y engaños había expirado, y eso resultaba de lo más atemorizante.


El timbre sonó, causando que mi corazón temblara. De seguro se trataba de él. Había invitado a Edwin a venir a mi departamento con intenciones de charlar; por supuesto, no le había mencionado mis planes. Tuve miedo de que se negara si le mencionaba lo del beso, por lo que pensaba abordarlo inesperadamente. Esta decisión se debió a que después de aquel momento apasionado en la playa y nuestras caricias en la arena, no hablamos para nada en el camino de vuelta a Londres. Sin embargo, eso no fue lo peor, si no que no nos habíamos visto desde aquella tarde y nuestras conversaciones por el celular se habían secado. Mi sesión con la doctora ayer resultó ser mi esperanza: Me llenó de valor para tomar cartas en el asunto y aclarar qué fue lo que sucedió. Lo que menos quería era perder a mi mejor amigo.

Acomodé los libros y las revistas de la mesita frente al televisor en un acto de plena ansiedad. Después pasé saliva, mirando hacia el umbral que aguardaba su apertura, y dándome cuenta de los nervios que revoloteaban en mi estómago y me presionaban la garganta con ímpetu. Respiré profundo, eso me ayudó a caminar hasta la puerta sin titubear. Al estar frente a ella vacilé por mi vibrante corazón. Volví a tragar saliva, y justo en el instante en el que mi pecho me dio una descarga de electricidad, giré la manija y jalé el umbral abruptamente. Cuando mis ojos divisaron esa mirada color azabache, las mejillas comenzaron a hormiguearme. Me obligué a cerrar mi boca, que no sabía qué decir. Mi vista se hundió por presenciar la suma de todas las partes de Edwin.

Mi mejor amigo me observaba, reservándose tiernamente. Sus piernas no podían estarse quietas, tenía los pómulos algo rojos y sus palmas se hallaban resguardadas en los bolsillos de su pantalón. Su completa imagen me produjo más nerviosismo.

—Adelante, pasa —pronuncié, nunca supe cómo pude hablar en medio de toda esa conmoción.

Me hice a un lado para que entrara. Él ingresó al departamento sin mirarme y esa acción me alteró, no podía perderlo. Edwin sólo se trasladó unos pasos dentro de la casa, por lo que tuve que incitarlo a tomar asiento en la sala para que se moviera. Todo esto me resultó muy extraño; normalmente, cuando venía, se paseaba por aquí a sus anchas sin miedo alguno. Sin embargo, ahora era evidente que no nos encontrábamos en una situación cotidiana. La supervivencia de nuestra amistad, tal y como la conocíamos, pendía de un hilo.

Me senté junto a él en el sillón más grande sin despegar las manos de mis jeans. Los dos nos distanciamos preocupantemente, él estaba en un extremo del sofá, y yo, en el otro. Debía hacer algo, ya no soportaba esta incomodidad y las sentencias horrorosas de mi ansiedad acerca de nuestra relación precaria. No obstante, lo único que pude articular fue:

—¿Te gustaría ver televisión?

Mi ser entero explotó, recriminándome por mi falta de valor.

—Sí —respondió Edwin secamente.

Esa contestación golpeó más a mi frágil compostura, pero me obligué a fingir que no me había importado. Tomé el control de la mesita y prendí el aparato. Comencé a cambiar el canal para hallar algún programa que a los dos nos gustara..., esa búsqueda se tornó infernal. Constantemente miraba de soslayo al perfil de mi mejor amigo mientras ejecutaba la acción anterior, enfureciéndome cada vez más por su expresión de indiferencia y sus nulas intenciones de aclarar lo que estaba sucediendo entre nosotros.

—¡Ya no puedo! —exclamé de repente, quebrantando el silencio criminal, apagando el televisor y soltando el control en el sofá. Edwin me observó con el ceño fruncido— ¿Cómo puedes comportarte así? ¡Nuestra amistad está en peligro y tú no dices nada! —bufé y, en ese instante, la sabia luz me golpeó fuertemente la cabeza; abrí mucho los ojos— Aguarda aquí —musité, levantándome del sillón rápidamente sin ponerle atención a su respuesta.

Mi mente sólo pensaba en aquella pequeña caja dentro de mi ropero. Irrumpí a mi cuarto con estruendo y, con muy poca delicadeza en mis movimientos, me dirigí al armario. Al deslizar su puerta, lo primero que mis ojos divisaron fue aquello que quería. Me hinqué y destapé la cajita. Mis dedos se resbalaron con agilidad, vislumbrando todas esas fechas y las palabras impresas o escritas a mano...; y de repente, la encontré. París, Francia, a: miércoles, 8 de mayo del 2013 se leía en la hoja.

Regresé a la sala con cautela, releyendo lo que había en el papel. Los nervios me carcomieron el estómago, pero necesitaba hacerlo. Pude sentir cómo mi mejor amigo me observaba con una mezcla de curiosidad, reserva y terror. Sin embargo, no dejé que sus ojos me intimidaran. Me senté en el sofá con lentitud todavía repasando los vocablos impregnados en el papel. La verdad es que ya había leído la hoja como cuatro veces desde que salí de mi habitación, pero prefería continuar fingiendo a enfrentarlo. Tomé asiento con mi cuerpo orientado hacia su dirección, no obstante, ocupé el lugar extremo del sillón como antes. No podía ser completamente valiente..., no cuando estaba por admitir algo de lo nunca me había atrevido a hablar en toda mi vida. Alcé la cabeza con cautela, percatándome pausadamente de su expresión. Sus pozos negros brillaban de confusión y su cuerpo también se encontraba direccionado hacia mí.

—En mis días en el manicomio te escribí una última carta, que nunca leíste, ya que nos habían negado la comunicación sin saberlo. La redacté porque pensé que, de cierta manera, me habías abandonado... otra vez —ese otra vez hizo que su semblante se aflojara melancólicamente—. Claro, ignoraba que me estaban mintiendo y que era yo la que nunca te había respondido. En fin, quisiera leértela ahora —finalicé, preparando el papel.

Su mirada mostró miedo..., supuse que sabía a qué deseaba llegar con todo esto. Lo vi pasar saliva nervioso.

—Adelante —agregó con una voz tranquila y muy distinta a lo que su cuerpo entero reflejaba.

Realmente me impresionó que no mostrara resistencia a que yo prendiera la mecha que cambiaría nuestra relación para siempre. Dirigí mis ojos a la hoja; inhalé profundo; sostuve fuertemente el papel, empapando un poco la página con el sudor de mis manos; y exhalé para revelar lo que siempre había sido verdad.

París, Francia, a: miércoles, 8 de mayo del 2013 —empecé a leer, intentando guardar la calma a pesar de que un nudo socavaba mi garganta—. Querido Edwin: He vuelto a desplomarme. Soy sumergida en el océano de la desesperanza y en poco tiempo dejaré de respirar. Me estoy ahogando y no puedo hacer nada para impedirlo. El suelo hiela mi piel, causando que todos mis sentidos desaparezcan. Caigo de espaldas, mirando a la luz que cada vez está más lejos —de repente, las sensaciones destructivas y podridas, que eran dueñas de mi cuerpo en el momento en que había escrito la carta, me invadieron. Saboreé a la muerte en mi boca, pero no me detuve; él tenía que saberlo—. No sé cuándo llegaré al fin, parece que esto se está alargando mucho más de lo que me gustaría. Sin embargo, lo peor de todo es que tú no estás aquí —me pude dar cuenta de cómo su pecho se contrajo frente a mí ante la última oración—. ¿Dónde estás, Edwin?, ¿por qué no he tenido noticias tuyas en tres semanas?, ¿es que acaso ya te has cansado de mí? Es comprensible, los desastres suelen ser irritantes. Sólo quería decirte que en serio anhelaba volverte a abrazar en ese reencuentro que jamás se llevó a cabo —casi se me quiebra la voz y no supe por qué—. Eras lo único que me mantenía de pie y ahora ya no te tengo. Es increíble cómo pierdo a tantas personas a mi alrededor y no me doy cuenta hasta que ya no están. Eres mi mejor amigo, Edwin Bridgerton; así que te necesito. Necesito tus sabios consejos —respiré profundamente. Ya no podía, iba a llorar—. Necesito tus palabras de aliento. Necesito que seas mi confidente. Necesito que seas mi interlocutor. Necesito tus brazos, enrollando mi cuerpo. Necesito tu voz, penetrando mis oídos. Necesito tus labios, besando mi frente. Necesito tu calor, o me moriré de frío —cerré los párpados fuertemente y me mordí el labio inferior, sintiendo cómo las cálidas lágrimas acariciaban mis mejillas—. Te necesito junto a mí. Te ama, Emily.

El silencio inundó la habitación y yo me dediqué a doblar la hoja sin atreverme a mirarlo. Después de finalizar con la tarea, dejándola encima de la mesita, fue que lo observé. Me veía de una manera completamente vulnerable con los ojos brillantes, el ceño fruncido y la boca entreabierta, como si quisiera decir algo, sólo que no encontraba las palabras para hacerlo. Mi corazón latía violentamente, anhelando saber lo que pensaba, ansiando escuchar lo que él opinaba de nosotros. Sin embargo, lo que sus labios expresaron, me rompió.

—Emily, no podemos... Tú y yo... Bennet y Jade... —ni siquiera podía concretar sus ideas.

—¡No! —interrumpí su tartamudeo— Ya me harté de siempre tener que pensar en ellos cada vez que salgo contigo. Peter que sea feliz con Maddie, y Jade, con Daniel. Yo quiero intentar... —esta vez no pude completar la oración— Yo quiero estar contigo —musité, sintiéndome expuesta—. Mira, cuando escribí la carta me encontraba muy confundida, no le ponía atención a lo que había estado creciendo durante meses... Aquella vez en Burdeos, después de tanto tiempo de no vernos, me recordaste lo que era quererte: Siempre estar al borde de caer y enamorarme. Sin embargo, ahora puedo decirte firmemente que ya no estoy en la cuerda floja: Me solté hacia el abismo, me estampé contra el suelo y tus ojos negros me atraparon. Estoy enamorada de ti, Edwin, y necesito saber qué es lo que tú sientes.

Mi alma por fin pudo descansar... Había cargado con esto desde hace mucho tiempo, mucho más del que se imaginan. No obstante, ahora mi corazón vibrante esperaba por la respuesta del otro corazón por el que se moría.

—Emily —comenzó él—, siempre me hiciste sentir alguien especial, ¿sabes? Antes de conocerte nunca me creí parte de algo, jamás pensé que fuera tan importante; pero llegaste tú y me hiciste ver que alguien como yo sí valía la pena después de todo, experimenté la compañía leal y sin condiciones junto a ti. Siempre eres así con las personas que te rodean: Tratas de protegerlas, las incluyes —sonreí con calidez, enrojeciéndome tontamente—. Incluso, me atrevería a decir que tú fuiste la razón por la que los seis nos hicimos amigos. Tú unes. Tu corazón es tan bueno, que tarde o temprano brillas por tu amabilidad e inteligencia —él se deslizó en el sofá para acercarse a mí, sonriéndome con ternura—. Creo que es por eso por lo que, muy profundamente, una parte de mí siempre estuvo enamorado de ti —y eso fue todo lo que necesité para que mi pecho se desprendiera de aquella pared que me había resguardado por tanto tiempo—. Aquella vez, cuando te besé en esa fiesta a los dieciocho años, recuerdo que estuve toda la noche pensando si había hecho lo correcto. Deseaba decirte Emily, algo dentro de mí realmente te quiere con mucha intensidad; pero esas simples palabras traerían consecuencias muy graves. Habría sido muy egoísta; no era justo para ti, no en ese momento donde por fin habías descubierto lo que había ocurrido con Bennet. Además, tú estabas enamorada de él..., por eso no lo hice. Luego, conforme fueron pasando los días...

—Los sentimientos volvieron a suprimirse —concluí por él, sabiendo perfectamente a qué se refería—, ¿cierto?

—Sí, pero ya no quiero esconderlos más. Cuando te vi en Burdeos, todo regresó, intensificándose con las cartas y el hecho de jamás pude verte en persona. Después vino el beso en la playa y te juro que no puedo más, ya no quiero ocultar nada —finalizó con hartazgo, moviendo mucho las manos.

En ese instante me percaté de que no me molestaba que se encontrara tan cerca de mí.

—Yo tampoco, Edwin —contesté—. Tu compañía me llena más que cualquier terapia, que cualquier fármaco, que cualquier grupo de apoyo, que cualquier amigo... —admití con completa sinceridad, sintiendo el viento a flor de piel— Me haces sentir que hay esperanza. Me haces sentir que no estoy luchando sola contra los monstruos. Me haces sentir viva. Provocas que el fuego de mi pecho se desprenda, causando que, todo lo podrido en mi alma, renazca. Junto a ti, ya no tengo miedo de vivir... —jamás había experimentado tanta vulnerabilidad como ahora. Me estaba abriendo totalmente, permitiéndole que me lastimara si quería. Aunque, si me mostraba así, era porque confiaba plenamente en él— En serio quiero estar contigo —ratifiqué.

—Yo también, Emily. Quiero besarte. Quiero seguir hablando contigo de cualquier cosa. Quiero que continuemos adelante con lo de la editorial. Quiero que salgamos a todos los sitios posibles. Quiero aprender junto a ti. A tu lado me olvido de la idea de que soy un desastre y simplemente veo todo con claridad. Sin embargo, tengo miedo de arruinar nuestra amistad. Como verás, es de las cosas más preciadas que tengo.

Ese sí era un gran problema. Lo peor que podría suceder no era que suprimiéramos nuestros sentimientos por el resto de nuestros días, sino que nuestra amistad se destruyera por fallar en nuestro intento de tener una relación amorosa.

—Podemos ir lento... —se me ocurrió— y hay que prometernos no romper todo si esto no funciona. Nuestra amistad será la prioridad antes que nada, ¿está bien?

—Está bien, ¿pero podemos besarnos si vamos lento? — preguntó inocentemente y yo casi me echo a reír. Su cuestionamiento hizo que mi corazón latiera con agresión—; te juro que no he podido dejar de pensar en aquella tarde en la playa, ese beso tuyo casi me deja sin alma —concluyó al borde del carcajeo nervioso.

No pude contenerlo más, así que me reí por no sé qué, pero me reí. Casi después, él se unió a mí, conteniendo un poco las carcajadas.

—Por supuesto que podemos besarnos —contesté entre risas.

Él sonrió felizmente al mismo tiempo que yo.

Luego de que los carcajeos se calmaron, el silencio se extendió por la sala, aguardando a que le cumplieran su capricho. Nos miramos fijamente, deseando hacerlo sin miedos y con nuestros sentimientos más claros que nunca. Entreabrí la boca, anhelando que esos carnosos y secos labios jugaran con los míos. Aquella imagen perfecta se entretejía letalmente en mi cerebro, electrizándome la pelvis.

Como si pudiera descifrar mis deseos —y sin decir ni una palabra—, Edwin me tomó dulcemente la mejilla y juntó nuestros labios con lentitud, desesperándome más por saborearlo. El calor se apoderó de mi cuerpo y yo no tardé en tocar sus pómulos para devolverle el beso de forma demencial. Algo fuera de la racionalidad y la esquizofrenia se apoderó de mí en ese instante, no quería que se apartara. Mi pecho vibrante y la electricidad en mi entrepierna anhelaban sentir su cuerpo junto al mío.

Los besos cada vez se volvieron más intensos, tambaleando mi estabilidad. Su boca sabía un poco a nicotina, pero me dio igual. La sensación arrebatadora que emanaba de mi piel recompensaba todos esos detalles burdos. Cuando me di cuenta, ya estaba sentada encima de sus muslos, enrollando mis dedos en su cabello negro con vehemencia mientras él me tomaba por la cintura con demasiada fuerza. El roce de nuestras piernas me tentó más que nunca a perder el control y hundirme en mi excitación.

De repente, él se apartó despacio, mordiéndome el labio inferior hasta separarse por completo. Después me observó de una manera que me resultó muy familiar: Esa misma mirada, de sufrimiento y amor, era la que había expresado antes de besarme en aquella fiesta a los dieciocho años. Yo le sonreí en el ahora y lo vi con añoranza, acariciándole el cabello. Luego volví a acercarme lentamente y junté su nariz con la mía. Nuestra respiración se hallaba agitada, pero, aun así, no dudé en volverlo a besar. Esta vez los besos fueron más dulces, más tranquilos, lo que hizo que la piel se me erizara más. Delicadamente, deslizó mi chaqueta por mis brazos para quitármela, mientras su boca se dirigía a mi mejilla derecha y posteriormente a mi cuello. No tardó en regresar a mis labios para besarme con frenesí. Ya no podía más... Mi corazón, mi cuerpo y mi alma habían vivido sin amor por una eternidad, así que el contacto de su piel con la mía se sintió como la redención misma.

Estaba dispuesta a ver hasta dónde llegarían nuestros sentimientos suprimidos recién revelados, pero el sonido de unas llaves se hizo presente fuera del departamento. De un santiamén, el calor se volvió en frío por el miedo, así que me bajé de sus piernas, me acomodé la chaqueta y me puse junto a él, aparentando normalidad; Edwin se sentó correctamente y prendimos otra vez la televisión para fingir que la veíamos.

—Hola —dijo Jane al entrar.

—Hola —saludamos mi amigo y yo casi al unísono.

Debo admitir que nuestras voces se escuchaban culpables.

—¿Qué ven? —preguntó mi hermana, acercándose a nosotros.

—Nada —contestamos en coro mientras yo le cambiaba de canal.

—Claro —se quejó Jane, sabiendo que esa siempre sería nuestra respuesta—. Bueno, me retiro a practicar —anunció y poco después la oí cerrar su recámara.

Edwin y yo nos miramos cuando ya la habíamos escuchado asegurar su puerta. La expresión de mi mejor amigo se hallaba al borde de la risa al igual que la mía. Finalmente, no pudimos contenernos más y dejamos salir a las carcajadas mientras me sentí otra vez como una dichosa adolescente.


Edwin y yo nos encontrábamos enrollados en una cobija bastante esponjosa en la alfombra de su departamento —con las palomitas frente a nosotros—, viendo El Conjuro 2. Yo me dedicaba a usar la colcha como protección y a taparme los ojos constantemente en las partes de suspenso. Por el otro lado, Edwin se burlaba de mis gritos después de advertirme cuando se aproximaba un susto.

Jamás había visto esta película, ya que nunca me había atraído mucho el terror porque era muy miedosa. Sin embargo, admito que, desde que mi mejor amigo había regresado a mi vida, ver estos filmes con él era uno de mis pasatiempos favoritos. Entre sus carcajadas y comentarios, el pánico se amortiguaba completamente.

En la escena donde Lorraine raya la Biblia fue cuando abracé el torso de Edwin, ya nunca más me solté de él durante toda la película. Cada vez que me quería resguardar, me protegía los ojos del peligro con su camisa negra. Mi mejor amigo nunca apartó su brazo de mi espalda y a veces me acariciaba, marcando círculos sobre mi dorso; aquello provocaba que la carne se me erizara aún más. No obstante, lo que me fascinó fue sentir cómo su pecho y su abdomen se contraían para reírse; esa sensación me hizo sentir parte de él. Al finalizar el filme, Edwin se levantó, apagó el televisor y prendió la luz de la sala.

—¿Qué te pareció? —me preguntó, regresando a su lugar junto a mí.

—Está entretenida, pero esa monja sí asusta —opiné asqueada.

Lo que obtuve como respuesta fue otra carcajada. Cuando se sentó a mi lado otra vez, me volví a acurrucar junto a él, abrazándolo con mucha fuerza y cariño. Su boca emanó un ruidito tan lindo, que se me derritió el corazón. Estuvimos así un buen rato: Edwin me acariciaba la cabeza y yo mantenía los ojos cerrados, recargándome en su torso.

—Hay que hacer lo de la editorial —soltó de repente.

Aquellas palabras abrieron mis ojos. Me incorporé para mirarlo.

—¿Sigues creyendo que lo lograremos, verdad? —le cuestioné.

—Por supuesto —dijo—. Costará mucho trabajo, pero lo conseguiremos —hizo una pausa. La verdad, yo aún no me hallaba convencida—. ¿Te lo imaginas? Editorial E&E.

Mis labios se curvaron en una sonrisa, dejando escapar unas inofensivas risitas.

—Lo has estado pensando mucho —comenté.

—¡Claro! —exclamó.

Por su semblante supe que hablaba en serio. ¿Podríamos hacerlo?, ¿podríamos fundar una editorial de la nada? ¿Podríamos lograr que durara? ¿Podríamos sobrevivir a las gigantes editoras que no ansiaban más que monopolizar el mundo de las letras? No lo sabía, sin embargo, en ese instante mi alma flamante me incitaba a descubrirlo. Quería sentirme poderosa.

—Está bien, sólo hay que acordar algo —empecé.

—¿Sí? —quiso saber él, de su ser emanaba curiosidad y mucho entusiasmo.

—Este negocio es independiente de nuestra relación —afirmé. Edwin asintió convencido—. Eso significa que, si terminamos o nos enojamos siendo novios o amigos, ese hecho no puede afectar la editorial.

—Estoy completamente de acuerdo —añadió él—. Cuando hablemos de la editorial, tú y yo sólo seremos socios, nada de sentimientos y el profesionalismo reinará nuestra cabeza.

—Así es —aclaré—. ¿Te parece si esta semana reunimos información y la discutimos el domingo?, te invito a comer.

—¡Estupendo! —respondió con euforia; parecía que intentaba contenerse, pero no lo logró.

—Perfecto —comenté—. Que el proyecto E&E comience —finalicé, estirando mi mano hacia su dirección.

Edwin guardó silencio por un instante, desviando sus ojos a mi palma que esperaba el contacto con la suya. Después sonrió con orgullo.

—Que el proyecto E&E comience —repitió y me estrechó la mano.

La semana siguiente me la pasé navegando en la computadora y llamando por teléfono. Busqué cursos de capacitación para pequeñas empresas que se impartieran en Londres. Luego indagué por lugares angostos y rentables para poner la editorial, además de que pregunté por el precio de los materiales que necesitaríamos en mayoreo. También hablé con mis amigos de la universidad para preguntarles si estarían interesados en trabajar en edición y traducciones, recibiendo una afirmación. No obstante, cuando me preguntaron por el sueldo, tuve que retroceder y ponerme de acuerdo con Edwin por el celular; quedamos en que les pagaríamos fijamente casi igual a lo que él recibía en su empleo, su salario podría aspirar a más dependiendo de cuánto trabajaran en la editorial. Posteriormente, busqué las prestaciones que nos podía dar el Gobierno para iniciar con un negocio y fui haciendo cálculos, dándome cuenta de que nos encontrábamos muy justos de dinero. Esperaba que mi mejor amigo hubiera encontrado precios más razonables...

A pesar de que mi investigación fue exhaustiva, sentía que todavía no sabía nada sobre el mundo editorial. Sin embargo, eso no me impidió reunirme con Edwin el domingo. Ya lo esperaba a la mesa del restaurante causalmente formal con mi libreta marrón sobre la madera —donde había apuntado todos mis descubrimientos y propuestas— cuando lo vi ingresar al lugar con un cuaderno negro en la mano. Me relajó el comprobar que se había vestido formalmente, ya que yo también traía prendas fastuosas: Una blusa blanca, tacones crema y un pantalón que combinaba con los zapatos. Mis labios se curvaron en una pequeña sonrisa cuando se sentó junto a mí.

Después de preguntarnos cómo nos había ido en la semana, informarnos que —efectivamente— todos nuestros amigos estaban dispuestos a trabajar en nuestro proyecto y que comiéramos el aperitivo, cada uno abrió su libreta con los cálculos de cuánto necesitaríamos para iniciar este negocio.

—A pesar del préstamo del Gobierno, una parte de mi salario y la fracción que darás tú, proveniente de las ventas de tu libro, es insuficiente —concluyó Edwin con seriedad sin alzar los ojos de su cuaderno, el tono que utilizó sin duda era de decepción—. Creo que tendré que conseguir otro empleo y ahorrar mucho más por una temporada para que nos alcance —comentó, resoplando.

No me agradaron sus palabras, yo también podía contribuir con más.

—Aun así, creo que no alcanzará —añadí—; es mucho dinero, y tú y yo tenemos más gastos: tu sobrino, la tenencia del carro y la renta del departamento; y yo debo pagar esas costosas píldoras, las consultas con la doctora y también mi departamento. Y ni hablemos de la despensa o los servicios que también salen de nuestros bolsillos...

—¿Y qué propones que hagamos? —refutó molesto—, ¿posponerlo hasta nuevo aviso?

—No..., en el futuro de seguro necesitaremos más dinero y este sueño se volverá imposible de comenzar —señalé—. Debemos actuar ahora —es tiempo, Emily, me dije, Tienes que enfrentarlo... ¿Cómo trata la sociedad a una joven que padece esquizofrenia, pero que por el momento se encuentra controlada? Vamos a descubrirlo—. La respuesta es obvia, ¿no crees? —dije después de una pausa, sintiendo cómo un nudo apretado se adueñaba de mi garganta y amenazaba con interrumpirme— Yo también debo conseguir un empleo.

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