CAPÍTULO 20: NUNCA ESTUVO DESTINADO A SER

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Cuando abrí los párpados, Geneviève había desaparecido; sin embargo, poco me importó, ya había dejado muy en claro su mensaje. Ahora dependía de mí vencer a las voces. Descendí de la pequeña pendiente y me reuní con mis amigos sin prestarle atención a ninguno de ellos. Alguno sugirió cenar antes de llegar al hotel a descansar, así que eso hicimos. La verdad es que no supe de qué charlaron durante el resto de la tarde, mi mente me había aprisionado con la conversación entre la adolescente y yo.

Al contemplar los últimos destellos del domingo, bebiendo limonada fresca en el restaurante pequeño —con la charla de mis acompañantes como música de fondo— decidí que esta era la noche. Hoy el noviazgo entre Edwin y yo terminaría, no podía seguir permitiendo que sus sentimientos reprimieran los míos; necesitaba liberarme, huir.

Aunque mis ideas reflejaban empoderamiento, los ojos se me cristalizaron. Temí mucho llorar ahora, no quería meter a nuestros amigos en esto, así que intenté no parpadear aunque mis ojos se ahogaran en agua. Me aterrorizaba perder a Edwin de forma permanente. El simple pensamiento de que él continuara en la vida de los demás —con su tierna sonrisa y ojos brillantes— y desapareciera de la mía, ató un nudo muy apretado entre mis pulmones. ¿Pero qué me quedaba?, ¿dejarlo ser feliz por una mentira mientras yo me amargaba? No, como bien lo había dicho Geneviève, esa alternativa era demasiado inmadura e innecesariamente dramática. Mejor llorar ahora que siempre.

Cuando nos retiramos del local para reposar, mi cuerpo ya temblaba. Mis amigos se reían de quién sabe qué, pero yo me perdí en el futuro, viendo las luces de la avenida y abriendo mucho los ojos. Ingresar al hotel casi causó mi desmayo, el alma se me había enfriado y mi corazón palpitaba con violencia. Las sonrisas seguían, el amor continuaba y la luz envolvía el ambiente... Pronto acabaría con todo eso.

Mi mejor amigo se despidió de nuestros acompañantes cuando nos separamos para entrar a las recámaras, yo simplemente quería llegar al cuarto para respirar hondo y confesar la verdad. Al abrir la habitación me llené de aire, tuve que tomarme unos segundos para recuperar la compostura. Giré cuando ya estaba lista, mi novio cerraba nuestra puerta con un gesto deslumbrante en la cara. Voy a romperlo... Mi piel se había erizado y una piedra se instaló en mi abdomen, ahora sólo contaba con la fuerza de mi cuello para hablar.

—Edwin... —musité, me sorprendió que me oyera—, ¿te puedes sentar en la cama junto a mí? —tomé asiento en los pies del lecho, palmeando el sitio donde quería que se sentara—, necesito decirte algo importante.

—¿Estás bien, amor?, tiemblas mucho —comentó antes de hacerme caso.

Intenté que amor no me afectara, pero fue inútil. Traté de calmar mis tambaleos apretando las manos, sin embargo, me encontraba muy fría.

—No me llames amor, por favor, harás esto más difícil —le supliqué.

Tal vez fui muy insensible, pero fue lo mejor que pude dar en ese instante. La frase lo puso a la defensiva, alejando su torso y observándome fijamente. Sólo lo vi de reojo y agaché la cabeza para iniciar.

—Otra vez no estoy bien —lo miré atentamente de nuevo para expresarle mi sinceridad. Su rostro se había descompuesto por completo—, los sedantes que me dio nuestra relación dejaron de funcionar... Ahora sé que el remedio no está en las personas que quiero, sino que se encuentra en mí —esperé a que dijera algo, pero se había quedado mudo—. No puedo tener un novio en este momento, no estoy estable para ello. Quiero a mi amigo de vuelta.

—Yo puedo ser lo que deseas: tu amigo y tu novio —balbuceó abruptamente, aferrándose a lo que ya no existía.

Fue entonces cuando el silencioso llanto comenzó a acariciar mis pómulos con sutileza. A pesar de ello, pude continuar.

—No, Edwin; ya no encuentro la chispa... —entonces se me cortó la voz, presioné mi pecho para no descontrolarme. Cuando lo volví a ver, él también ya estaba llorando; parecía que se esforzaba en no hacerlo, pero no lo conseguía— ¡Lo necesito de regreso! —gimoteé— Por favor, que vuelva mi mejor amigo —intenté tocarlo, pero él se apartó.

Una cuchilla muy filosa rasgó mi pecho, dejándome una herida gigante que desbordaba sangre. Ya no se dijo más, sino que ambos chillamos hundiéndonos en nuestro propio dolor. Iba a odiarme eternamente y ese pensamiento me enfurecía. Al parecer las palabras Priorizar la amistad nunca tuvieron mucho valor.

—De-debemos empacar —tartamudeó un poco más calmado, varios minutos después—. Tú y yo no podemos pasar la noche juntos.

Sabía que eso era un hecho, pero, aun así, me lastimó su voz fría y distante. No respondí, sólo me dispuse a levantarme de la cama y guardar mis cosas en silencio mientras me ahogaba en lágrimas calientes. No quise verlo ni cruzarme con él, deseaba alejarme de Edwin lo más que se pudiera.

Fue hasta que estábamos en el pasillo, con nuestras maletas, que presencié cómo su llanto aún no se detenía... igual que el mío. Se supone que él debía llamar al cuarto de los hombres, y yo, al de las mujeres; pero nos detuvimos en los umbrales opuestos sin hablar del tema. Necesitábamos sumergirnos en los primeros brazos que nos sostuvieron. Peter y Jade abrieron casi al mismo tiempo. Edwin se lanzó sobre ella sin pensarlo, haciéndome llorar más. Peter nos miró con preocupación, captando lo que había pasado; cuando sus ojos se posaron en los míos, me sentí acogida.

—¿Qué sucedió? —cuestionó Jade angustiada y apretando a su exnovio contra su pecho.

En ese instante, Evelyn y Dylan se asombraron por las puertas. Abrieron mucho los ojos con tristeza.

—¿Puedo dormir contigo? —le preguntó Edwin a la pelirroja, ocultando más la cara.

Cada segundo que transcurría, una nueva aguja se enterraba en mi alma. Hice mis valijas a un lado para acercarme a él y acariciarle la espalda —el hecho de que yo fuera quien le estaba causando mucho dolor me desquiciaba—, sin embargo, Peter me detuvo sutilmente antes de que mis yemas lo tocaran. Pensar que mi mejor amigo no soportaba mi tacto me hundió más, secándome la cara y ahogando a los lloriqueos.

—Por supuesto —murmuró Jade—, Dylan y Evelyn se pueden ir a la otra habitación, y tú y Emily se quedan con Peter y conmigo.

Los rubios asintieron y Edwin siguió chillando con sigilo en el hombro de Jade.

—Ven —dijo ella, jalándolo para que entrara a su recámara.

Cuando la pelirroja cerró la puerta, el corazón se me fracturó. La ira y la nostalgia se mezclaban dentro de mi pecho. Por otro lado, Peter me observó con cariño, lo cual agradecí mucho porque justo ahora me sentía mala y rechazada; necesitaba algo de comprensión. Sólo tuvo que estirar los brazos para que yo me lanzara sobre su pecho, temblando y llorando nuevamente.

Aunque mi primer amor me hizo compañía el resto del viaje, no sentí absolutamente nada. A pesar de que nos hallábamos más cerca de lo que habíamos estado en años, no me entusiasmé. Mi mente se encontraba inmersa en una pregunta: ¿Perdí a Edwin para siempre? Cuando visitábamos el paraíso verde y el aire salvaje de Versalles, que fue nuestra última parada antes de regresar a Londres, mi supuesto mejor amigo me respondió aquella interrogante: Ignorarme todo el día fue suficiente para adivinar nuestro destino.

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