CAPÍTULO 21: LA PRÓXIMA REDENCIÓN

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No les voy a mentir, estaba muy ebria. Ver a las personas danzar me mareaba mucho, y más cuando el vestido blanco de Jade daba vueltas por ahí. Desde que Peter y Maddie nos habían dado la noticia de que probablemente en octubre se irían a Nueva York si aprobaban su proyecto, no había dejado de llenarme la copa de champaña. Sentía que lo perdería otra vez; ya había alejado a Edwin, no podía arriesgarme a que desapareciera otra persona de mi vida.

En lo que respecta a Bridgerton, no se había dignado en hablarme desde hace un mes que regresamos del viaje. Al final vino solo a la boda de su exnovia —sin su prima y sobrino— y ahora bailaba animadamente con una mujer..., no sé quién era. A pesar de que mi cuerpo estaba lleno de alcohol, las molestias en mi alma no se esfumaban.

—Pues yo también voy a largarme, idiotas, y van a extrañarme cuando lo haga —espeté, arrastrando las palabras.

El primer paso para huir del país antes de que el nuevo año diera inicio ya estaba hecho: Le había dado mi renuncia a Ravena la semana pasada, alegando que me tomaría un año por cuestiones de salud; por suerte, la mujer se mostró comprensiva. Dylan me cuestionó al enterarse de la noticia, pero yo me excusé diciendo que tenía un nuevo empleo... Claro que eso no era cierto. Le había pedido a mi amigo que no lo contara, mi plan de escape era un completo secreto. Sin embargo, aún tenía muchas cosas que resolver antes de irme. No sabía dónde me alojaría al llegar a la ciudad que había elegido para mi redención. Tendría que conseguir un empleo ahí para seguir aportando mi parte completa a la editorial —que, por cierto, se inauguraba en una semana; Jade iba a posponer su luna de miel para estar en el evento—. Debía platicar con Edwin como socios para decirle que, el primer año de funcionamiento, yo estaría trabajando con modalidad freelance en otro país; no había mucho problema en eso porque Bridgerton había cumplido su promesa de dejar los sentimientos de lado cuando se trataba del negocio, por eso habíamos tenido todo a tiempo para su estreno. Muchas veces yo había intentado hablarle en un tono más amistoso para intentar conectar con quien solía ser mi amigo, pero siempre recibí una bofetada de rechazo en la cara, así que me había rendido. Por otra parte, tenía que despedirme del Programa y mi círculo de apoyo, además de conseguirme otra terapeuta en la ciudad que habitaría y pedirle a la doctora Kaur que nuestras consultas ahora fueran por videollamada... Muchos detalles que arreglar antes de dejar todo y partir.

—¿Dijiste algo, Emily? —cuestionó Evelyn del otro lado de la mesa.

Ella y su novio eran los únicos sentados en el lugar de los mejores amigos de la novia, Peter y Edwin se habían levantado a bailar.

—No —respondí con inocencia.

Ante mi contestación, la rubia se giró para continuar coqueteando con Dylan. Tomé un poco más de champaña para seguir embriagándome, la nula atención de mis familiares y amigos no había estropeado mi miseria personal. Una vez al año no me mataría. Aunado a eso, mis patéticas ganas de destruir todo me habían invadido. Mi furia hacia Edwin se reflejaba en todos los demás, por eso también me había enfadado con Peter y su amenaza de irse. No obstante, por el otro lado, era bueno..., como si la vida acomodara las cartas para que resultara más fácil largarme. Para esta Emily ya no había nada ni nadie que la convenciera de quedarse.

—¡No los necesito! —exclamé sin escrúpulos.

Me levanté de la mesa con mucha dificultad y caminé desbocadamente a la pista de baile. Sólo tuvo que iniciar el nuevo ritmo para que decidiera bailar sola. Sé que había gente ahí, pero no pude reconocerlos, así que los ignoré. Al final de la canción ya ni siquiera podía sostenerme, mi cabeza me dolía como un martilleo y la garganta se me había cerrado. Las náuseas me orillaron a salir de la pista y llegar al baño lo más rápido posible, pero estaba atrapada con mis pies tambaleantes.

Apenas había caminado unos cuantos pasos descoordinados cuando perdí por completo el equilibrio..., sin embargo, una mano me sostuvo. Intenté ponerme de pie por mi cuenta, pero mi cuerpo era de trapo, no podía controlarlo. La necesidad por vomitar se volvió mayor, tuve que taparme la boca para no hacerlo en medio del salón. Aquella persona, que me había agarrado, comprendió lo que que estaba por ocurrir, así que se apresuró a llevarme al sanitario de damas. No sabía quién era, pero le agradecí mucho que llegáramos rápido al cubículo para devolver todo lo que Jade y Daniel habían dado de cenar. El esfuerzo por sacar la comida de mi boca me lastimaba el abdomen; por más que rezaba que se terminara, seguía vomitando. Finalmente, mi cuerpo no pudo más y me tumbé en el piso sin poder alcanzar la palanca del escusado. La cabellera rubia se apareció ante mí como una aureola. Escuché cuando Jane bombeó el baño, deshaciéndose del olor putrefacto.

—¿Qué te sucede? —me reprendió severamente— Una de tus mejores amigas se casa y tú decides perder el conocimiento.

No podía moverme y el rostro de Jane no se asentaba bien por el alcohol, pero sabía que era ella. Dejó de ser una de mis mejores amigas desde que intentó alejarme de Edwin, estuve a punto de decirle, pero me callé, dándome cuenta de que eso ya no tenía importancia: Edwin se había ido de todas maneras. Las lágrimas se acumularon en mis ojos. Él estaba allá afuera, completamente apartado de mi realidad; la persona que siempre había sido mi confidente en todos mis planes, ahora era un ente extraño que bailaba con mujeres bonitas. Lo había perdido..., pero no era mi culpa; el idiota no había podido cumplir su promesa de priorizar nuestra amistad por encima de todo y debido a eso ahora yo estaba ebria en un oloroso baño, derritiéndome con todo mi dolor. Comencé a llorar de forma escandalosa, percatándome de que ya no lo soportaba más. Me tenía que deshacer de todas las cadenas que me estaban ahogando.

Jane no dijo nada ante tales chillidos, supongo que sabía muy bien por qué lloraba —hace un mes que sólo me quejaba de eso—, así que se limitó a abrazarme calurosamente, meciéndome como si fuera una bebé. Sabía que mi llanto no me liberaría de las sombras..., sólo lo harían mis decisiones, pero se sintió bien que mi hermana —la que siempre se había mostrado ruda y fuerte— me mostrara algo de cariño.


Después de la escena del sanitario no supe qué ocurrió. Al día siguiente desperté en mi cama con sólo mi ropa interior, un terrible dolor de cabeza, el maquillaje empapado en la almohada y mi cabello revuelto. Pude comer muy poco durante el día y fui incapaz de hacer algo en concreto, incluso bañarme me costó trabajo.

No obstante, el siguiente sábado, en el que Edwin y yo fuimos protagonistas por abrir nuestra editorial después de un año de esfuerzo, fue peor. Escondí mi furia con más alcohol y todos los presentes lo confundieron con felicidad. ¿Cómo podía sobrevivir a una tarde que se trataba de nuestros sueños cumplidos cuando ya no existía nuestra amistad? Necesité más de una copa de vino para sobrellevarlo. Además, hundirme en alcohol mientras bailaba, me reía o hablaba con Samy del freelance, impedía que le gritara a Edwin con reproche. En su discurso sólo me miró cuando se trabó porque no sabía cómo nombrarme, se quedó con la palabra colega. Eso me dolió tanto que, infantilmente, en mi discurso ni siquiera lo mencioné.

Como era de esperarse, terminé vomitando en el inodoro del baño otra vez. Pero, por suerte, tuve náuseas hasta llegar a casa, por lo que Jane fue la única que supo de mi espectáculo.

Fue hasta el día posterior que me di cuenta de que no podía seguir jugando por siempre. Si iba a escapar para encontrarme a mí misma, poco importaban las elecciones de Edwin y Peter. Por lo tanto, decidí que el jueves le avisaría a mi grupo de apoyo que esta sería mi penúltima sesión para despedirme de ellos la siguiente semana. Tenía que apresurar las cosas, entre más segundos estuviera encerrada en la prisión de Londres, cerca de mis amigos y mis hermanas, correría más riesgo de hacer alguna tontería. El alcohol sólo podía ser el principio de algo más grande y peligroso. Con esa advertencia en mente, lo llamé. No había querido involucrarlo en un principio, pero ahora no tenía opción si deseaba salir de Inglaterra lo antes posible.

—¿Hola? —dijo su voz ronca del otro lado de la línea.

—Hola, abuelo; habla Emily.

—¡Hola! ¿Qué pasa, nena?, ¿cómo estás?

Sonreí de inmediato. A mis abuelos paternos siempre los había caracterizado la lealtad y amabilidad.

—Estaré bien —contesté—. Abuelo, quería hacerte una pregunta: ¿Crees que pueda quedarme en Bérgamo contigo por unos meses? —solté sin rodeos.

Entre la destrucción de Burdeos y la confusión de Londres, siempre había estado Bérgamo. La ciudad italiana me había mantenido viva después de quedarme huérfana hace muchos años atrás. Ahora me ayudaría a descubrir quién era realmente.

—¡Claro! Sabes que aquí siempre serás bienvenida.

Me alivió mucho escuchar eso aunque, de cierta forma, siempre lo supe.

—Gracias.

—¿Cuándo llegarás? —cuestionó—, para preparar todo.

—Necesito arreglar algunas cosas antes, así que tal vez esté ahí en octubre.

—Estupendo, aquí te espero.

A veces escuchar a mi abuelo era lo único que necesitaba para sentirme un poco mejor.

—Una última cosa —comencé—: Por favor, no le digas a nadie que iré para allá. Si lo haces, se involucrarán en mis asuntos y siempre resulta molesto que lo hagan.

—Dímelo a mí, tu padre no deja de meter sus narices donde no lo llaman —se quejó. Estuve a punto de carcajearme, pero lo reprimí—. No lo diré, Emily, cuenta con ello.

—Te lo agradezco mucho, abuelo.

—No hay de qué, nena. ¡No puedo esperar a que llegue octubre! No has vivido conmigo desde que tenías catorce años, se sentirá bien tener a alguien por aquí otra vez.

Las lágrimas acariciaron mi rostro al escuchar su última frase. En ese momento me percaté de que ambos éramos dos almas solitarias. La gente nos había tachado de inútiles e inestables; a él, por su edad; a mí, por mi trastorno. Sin embargo, cuando les cuente lo que sucedió en los próximos meses y sepan qué personas aparecieron en nuestras vidas, comprenderán que la sociedad ha condenado de forma injusta a la vejez y que, a pesar de que la esquizofrenia no desaparecería nunca, yo pude salvarme para vivir en el sitio donde la luz convive entre las sombras eternamente.

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