CAPÍTULO 22: ANTES DE PARTIR

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Fui la última en llegar a la cafetería porque la verdad no quería estar para escucharlo. Era evidente que se iba a ir. Si no lo hubieran aceptado, nos habría enviado un mensaje de texto; pero el citarnos en nuestro lugar especial significaba, seguramente, que haría las maletas para largarse a Nueva York. Así tal vez sea mejor, me dije al pensar en todo lo que yo también había estado haciendo para huir de este país. Faltaban dos semanas para octubre y yo ya estaba casi lista para partir: Me había despedido de mi círculo de apoyo y había vendido algunas cosas que no utilizaría en Bérgamo para continuar aportando en la editorial mientras me establecía en la ciudad italiana y conseguía un nuevo empleo. Jane aún no sabía que me iría, había sacado mis objetos en venta con mucha discreción del departamento para no levantar sospechas; tampoco le había mencionado a la doctora Kaur ni a Peter o a mis amigos sobre el plan; y todavía no hablaba con Edwin para comentarle sobre mi decisión, aunque era evidente ¿por qué más creería él que dejé de trabajar en la escuela? No tenía idea, mi conexión con sus pensamientos se había roto por completo; ya ni siquiera me interesaba.

Los cinco estaban sentados cuando tomé mi lugar. La mayoría se veía pacientemente ansiosa por mi tardanza. Segundos después de que me acomodé, Peter no pudo más y lo sacó.

—¡Nos aceptaron! ¡Todo el equipo irá a Nueva York!

La mesa estalló en vitoreos y yo no intenté sonreír, sino que me perdí en un punto muerto del local. Ni siquiera me dejó saludar o disculparme por mi retraso, analicé, percatándome de que se encontraba extasiado... Yo debía ponerme feliz por él, pero simplemente no podía; era pésima para las despedidas, y él y yo habíamos tenido tantas, que me sentía incapaz de repetir una escena dramática y dolorosa.

No quise reconectarme con la realidad, simplemente me sumergí en mí misma, ignorando los detalles de su fantástica promoción y las ideas de Jade para hacerles una fiesta de despedida a los brillantes novios. Sin embargo, me enojé mucho que acordaran hacerla hasta que iniciara octubre, eso me obligaba a quedarme para la insulsa celebración y yo ya quería escapar. Sé que nadie me forzaba a asistir, pero, después de tanto, sentí que sería muy descortés no unirme al festejo del logro más importante —hasta el momento— de la carrera de Peter.


Cuando terminé de redactar el correo electrónico para una de nuestras posibles autoras, decidí levantarme para tocar a la otra puerta y comunicarle las nuevas sobre mí. Me preparaba para pelear contra su ira, pero de seguro sólo recibiría una fría indiferencia como había sido desde julio.

—Adelante —dijo al escucharme del otro lado del umbral.

Supongo que no esperaba encontrarse conmigo —yo nunca había venido a visitarlo desde que inauguramos el sitio— porque su rostro se endureció al verme en la puerta. Su lugar de trabajo era un poco más pequeño que el mío, pero éramos los únicos que contaban con una oficina propia; los demás trabajaban en las habitaciones abiertas de la pequeña casa que habíamos rentado para darle una sede a Ediciones E&E... Con tan solo pensar en el nombre de nuestro proyecto me dieron ganas de reír, qué farsa.

—Tengo que hablar contigo sobre un asunto —comenté en el marco del umbral.

—¿Qué sucede? —musitó tranquilamente.

En el pasado, sus ojos negros siempre me habían observado con mucha intensidad y pasión, ahora sólo estaban cubiertos por hastío. Admito que el cuchillo aún me acariciaba el pecho cuando nos veíamos con desprecio; pero poco a poco había ido disminuyendo la sensación de rechazo, en algunas ocasiones me parecía hasta infantil.

Cerré la puerta a mis espaldas y me senté frente a Edwin. Su escritorio nos separaba.

—Por cuestiones de salud tendré que irme de Londres en una semanas —anuncié sin titubeos, sosteniéndole la mirada.

Por primera vez en meses, sus ojos me mostraron algo que no fuera frialdad: Había fruncido el ceño.

—¿Vas a huir otra vez? —cuestionó, observándome con desaprobación.

La ira me calentó las mejillas enseguida. No había considerado lo mucho que aún me importaba su opinión.

—Sí, tú lo hiciste sólo porque terminaste con tu novia, así que no veo por qué yo no puedo hacer lo mismo —ataqué sin piedad.

Su rostro se descompuso más.

—¿Qué sucedió ahora? —continuó, lastimándome con su altanería. Menospreciaba mis sentimientos y obviamente lo iba a detener—, ¿adónde irás esta vez?

—Nada de eso te incumbe —espeté, saboreando su expresión fracturada—. Los detalles se los contaría a mi mejor amigo, pero como has dejado en claro que ya no lo eres, lo único que debes saber como mi socio es que no sé cuándo regresaré, trabajaré en nuestra editorial de forma freelance y seguiré depositando mi parte todos los meses en la cuenta bancaria.

—¿Entonces querías que te recibiera con los brazos abiertos a pesar de que me rompiste el corazón? —inquirió, ignorando todos los detalles del negocio.

Había suplicado que no discutiéramos este tema, recé porque se aferrara a su indiferencia, pero no funcionó. Él quería guerra, así que eso le daría. Después de tantos años de conocernos, tendría que saber que yo era ambos: Rayo y relámpago, que causaban caos en todas sus relaciones humanas.

—No exactamente, pero existe algo llamado comunicación, ¿sabes? —mi boca escupía fuego— Podrías haberme comentado que necesitabas tiempo en alguna de esas ocasiones en las que yo intenté hablar contigo en vez de enojarte, hacer un drama y alejarme cruelmente de ti.

—¿Entonces cuando los sentimientos no son tuyos, sólo se trata de drama? —refutó con vileza, igual de furioso que yo.

—No estoy diciendo eso, sordo —aclaré a punto de gritar—. Sólo quería que hubiera comunicación entre nosotros para evitar el dolor innecesario que me causaste cuando elegiste deshacerte de mí.

—Créeme que poco me importaba lo que tú querías en ese momento, Emily —sentenció, rasgándome la herida recién cicatrizada. Palidecí por completo—. ¿Qué hay de mi dolor, eh?, ¿no tenía relevancia porque no era tuyo?

Ya no pude mantener la compostura. Sus insinuaciones de que yo era una egoísta, me encolerizaron; tenía muchas ganas de vociferar hacia el cielo.

—¿Y exactamente qué querías que hiciera para tratar tu dolor, Bridgerton? —me quejé, alzando la voz.

Intentó responder, abriendo la boca; pero luego la cerró, supongo que se dio cuenta de que sólo diría una estupidez. Su silencio expuesto fue su única contestación, pero yo no había terminado.

—Lamento haberte lastimado, pero ya no podía ser tu novia. Ahora no puedo ser la novia de nadie —esto es más grande que tú..., que todos, pensé. Luego hice una pausa—. Te di tiempo, pero tu indiferencia sólo se volvió peor; y las veces que intenté hablar contigo para solucionarlo, tú me rechazaste como un niño malherido. Sí, mis decisiones acabaron con nuestro noviazgo, pero las tuyas terminaron con lo que siempre habíamos jurado proteger: nuestra amistad.

Después de mi declaración, me levanté de la silla para apresurarme a salir del cuarto; no quería escuchar sus tontas excusas. Las miradas de mis demás compañeros me hicieron entender que habían escuchado nuestra pelea, pero poco me importaba. Actualmente, la opinión de la gente había perdido poder sobre mí cuando se trataba de expresarme para conseguir que mi alma respirara. Ya no necesitaba ser amada por mi supuesto mejor amigo; ya no necesitaba el amor de nadie, con el mío era suficiente.

Al llegar a la casa ingresé a mi casi vacío cuarto para empacar como si ya me fuera a ir en ese instante... Debía estar preparada; al ritmo en que iban las cosas con Edwin, pronto sucedería algo que me haría perder la razón, orillándome a arruinar mis planes y escapar antes de que lo odiara por completo.

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