CAPÍTULO 36: LO QUE NUNCA TE CONTÉ

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Fue en agosto cuando Doretta y yo nos mudamos a Londres. Mi amiga estaba angustiada porque nunca había vivido fuera de Italia, así que me esforcé para que no se asustara. Dos días antes de movernos, no pudo más y se puso a llorar. La consolé, diciéndole que los primeros días trataría de acompañarla a todas partes para que no se perdiera. Por otro lado, yo me encontraba ansiosa por volver, no quería repetir los mismos errores. Deseaba enmendarme y hacer la paz con el entorno que me había enfermado. En el día de la mudanza, mi primera impresión al entrar al departamento fue nauseabunda, pero con el transcurso de los minutos me calmé.

Doretta y yo desempacamos; cuando llegó Edwin, nos hallábamos acomodando los utensilios de la cocina. Mi amigo había venido para ayudarle a su novia a ordenar su recámara... Así es, Edwin y mi mejor amiga habían decidido intentarlo. No les había comentado nada, no obstante, en mi interior deseaba que se quedaran juntos para siempre.

Poco después, los tres fuimos al pasillo para llegar a las habitaciones. Doretta se dirigió a la derecha, yo me fui a la izquierda y mi amigo detuvo su marcha abruptamente.

—¿Qué sucede? —le cuestionó la mujer a su novio por el sobresalto.

—Ese era el cuarto de Emily —dijo él.

—Ah, sí —respondí—. Doretta se quedará con él y yo dormiré en el que era de Jane.

Una cosa era regresar a la casa, pero habitar en la misma recámara donde tuve tantas ideas suicidas ya era cruzar un límite. Por mi propia salud mental no podía adueñarme otra vez de esa habitación llena de recuerdos sombríos.

Arreglé mi nuevo cuarto sola, acomodando cada detalle con obsesiva precisión mientras escuchaba a los enamorados jugueteando del otro lado. En un punto me pregunté por qué esta recámara no había sido mía en primer lugar, era mucho más grande. Doretta y yo terminamos al mismo tiempo debido a sus coqueteos y mi perfeccionismo.

Luego pedimos comida a domicilio y esperamos a que llegara, descansando en el sillón. La plática se enfocó en contarle a mi amiga sobre los sitios adonde podía ir en la ciudad. Me alegró mucho que su miedo poco a poco fuera reemplazado por excitación. Cuando los alimentos arribaron, los comimos juntos en la mesa de la cocina, charlando sobre las anécdotas que habíamos acumulado en el verano. Fue en ese momento donde me sentí completa con la presencia de mis dos personas favoritas.

Días después, finalmente, Jade, Evelyn y Dylan conocieron a Doretta en persona. A mi amigo le encantó que por fin alguien se le igualara en las bromas; a la rubia, lo bien que se podía conversar con ella; y Jade me murmuró con disimulo que estaba emocionada porque presentía que la relación de Edwin y mi mejor amiga iba a funcionar de forma maravillosa. Es que ambos eran muy diferentes: Doretta sobresalía por su expresividad, positivismo y sentido de aventura; mientras que, a veces, mi amigo podía ser pésimamente realista y reservado. Había notado que su relación se basaba en retar al otro a hacer cosas diferentes, era inigualable. Por otra parte, nuestras salidas como grupo disminuyeron mucho porque cada quien se había ensimismado en sus asuntos, pero cuando ocurrían, casi siempre estaban mi amiga y Daniel presentes.

Las semanas transcurrieron con serenidad. Doretta entró a trabajar a la revista e hizo amigas muy rápido, lo que me tranquilizó bastante; Edwin siguió dando clases en nuestra antigua escuela a la par que atendía la editorial; Peter hacía investigación mientras se dedicaba a su doctorado; y yo me concentré en Ediciones E&E, la cual estaba empezando a ser reconocida gracias a La Reina del Mar; la otra parte de mi tiempo la empleaba en escribir La Reina de Sangre, la continuación de mi más reciente novela. Ahora no sólo a mi amiga le mandaba los nuevos capítulos, sino también a mi mejor amigo y a mi exnovio. La casa casi siempre explotaba con los comentarios de Doretta, y mi celular con las opiniones de los dos hombres.

Peter y yo comenzamos a charlar mucho por mensaje, además de que salíamos solos a entretenernos con cualquier actividad de la ciudad. Mi favorita hasta ahora había sido ir a ese concierto de música clásica en el que recargué mi cabeza en su hombro mientras él sostenía mi cintura con su brazo. Después habíamos ido a cenar, admirando lo embobados que nos había dejado la presentación.

En cuanto a mi salud, ahora veía a la doctora Kaur cada mes de forma presencial, en lugar de cada dos semanas; y tenía consulta con Pia cada semana por videollamda. Ellas comentaban lo orgullosas que estaban por mi avance, por lo que me daba mucha paz que no hubiera mentiras de por medio que aparentaran lo que yo ya sabía: Había dejado a la niña y a la adolescente atrás, ahora por fin me sentía como una adulta. 


Lo veía a lo lejos mientras corría para llegar. Cuando me encontraba más cerca, desaceleré el paso intentando recuperar el aliento. Me reuní con Peter en el umbral de mi edificio. Él traía el Scrabble debajo de su brazo izquierdo. 

—Gracias por esperarme, perdí la noción del tiempo —dije.

—No te preocupes.

Me había quedado en la oficina hasta tarde, leyendo el manuscrito de un posible nuevo autor de Ediciones E&E. Mi exnovio y yo habíamos quedado en hacer partidas de juegos de mesa para desestresarnos del ajetreo de la semana. 

Luego del saludo, lo invité a subir conmigo. Ascendimos hasta mi departamento, platicando sobre cómo nos había ido en la semana. Abrí la puerta de mi casa y mi ceño se frunció. Todo estaba apagado a excepción de una pequeña luz cálida que alumbraba el techo de la sala. Peter y yo ingresamos. El ambiente era romántico, por lo que me puse muy nerviosa.

Escuché risitas cerca del pasillo, así que me dirigí a la estancia. Edwin y Doretta se encontraban ahí, bebiendo vino tinto. Apreté los ojos con fuerza por un segundo.

—¡Ay! —comenzó mi amiga, levantándose del sillón con exaltación—, ¿qué están haciendo aquí?

—Planeábamos jugar...

—¿No recordaste que hoy Edwin y yo tendríamos una cita aquí? —me interrumpió, sin duda nuestra entrada la había puesto ansiosa.

—No, lo siento, lo olvidé —admití.

Esta semana había sido un caos mi cabeza por el trabajo, así que era comprensible mi falta de atención. Estar con Peter había sido la mejor idea para olvidarme de los pendientes por unas horas.

Puse los ojos en blanco cuando analicé los ropajes de mis amigos. Ambos tenían prendas negras, Doretta usaba un vestido muy corto y Edwin tenía la camisa medio abierta. Seguramente mi amigo pasaría la noche aquí.

—Si quieres, podemos ir a mi casa —añadió mi exnovio, sacándome del hastío.

—Claro —contesté—. Espérame abajo, voy por la baraja.

Sin esperar la aprobación de los enamorados, fui a mi habitación para sacar el juego de azar. Lo último que escuché fueron sus coqueteos antes de cerrar la puerta del departamento.

Tomamos el transporte público para llegar a la casa de Peter, ya que ninguno de los dos tenía carro todavía. Mi exnovio me había comentado que había estado teniendo problemas para costear su departamento desde que Harry se había mudado con su novia hace dos meses. La verdad yo me sentiría igual de preocupada sin Doretta como mi compañera. Al principio, cuando vivía sola, todo era fácil en esa cuestión porque Jack me ayudaba con el pago de la renta y la despensa; pero desde que todo corría por mi cuenta, era indispensable que viviera con alguien más para repartirnos los gastos.

La primera impresión que tuve de la casa de Peter fue que era un pequeño lugar muy acogedor y cálido, más cuando prendió las luces y la madera relució. Además, el departamento estaba impregnado con su aroma, por lo que me sentía caminando en las nubes frescas del cielo.

Primero jugamos Scrabble y yo obviamente perdí. A pesar de mis estudios, siempre fallaba en este juego por querer formar palabras difíciles. En fin, después le dije a mi exnovio que le enseñaría a jugar Brisca con la baraja española. Ese juego era el mejor recuerdo que conservaba de Psiquiatría. Peter aprendió sobre la marcha, dándose cuenta de lo adictivo que resultaba. Cuando estábamos por terminar nuestra tercera partida, el telón comenzó a caerse poco a poco. 

—¿Dónde aprendiste a jugar? —inquirió con inocencia, observando sus tres cartas.

Si soy sincera, la sangre no se me heló y mi respiración siguió funcionado adecuadamente. Sin embargo, mi corazón sí respingó por un segundo, recordando lo que me traumatizó. Al final resoplé, percatándome de que ya no quería ocultarle la verdad. Presentarme vulnerable ante él no me angustiaba tanto como lo había hecho en el pasado.

—En el psiquiátrico —contesté sin mirarlo, no obstante, Peter sí me observó de inmediato—, me enseñó un compañero de terapia que se llamaba Ferdinand —hice una pausa y después lo vi con una sonrisa—. Jugábamos casi diario a esto, ¿sabes? Era extremadamente adictivo.

Mi exnovio sonrió con dulzura.

—¿Los extrañas? —preguntó.

Suspiré otra vez, dejando las cartas a un lado. Después miré al techo por un momento, intentando controlar mi llanto.

—A veces —le contesté, sintiendo cómo las lágrimas se acumulaban en mis ojos—. Eran extraordinarios. Ferdinand, sabio; Céline, extremadamente dulce; Gauvin, muy tierno; Amélie, divertida; Dominique, demasiado sincero; y Geneviève..., un verdadero sol.

—Lamento mucho lo de tu amiga, Emily —él también había bajado las cartas.

—Gracias —aunque realmente no era mi amiga—. Me costó mucho trabajo aprender a vivir después de su muerte —le confesé, pero esta vez el llanto había desaparecido—. Su suicidio me arrebató la esperanza..., hasta que la volví a encontrar.

Su rostro expresaba melancolía. 

—¿Te puedo confesar algo? ¿Quieres saber la verdadera razón por la que decidí terminar nuestra relación? —cuestioné.

Mi exnovio frunció el ceño, acercándose más. Asintió con la cabeza lentamente.

—Cuando llegué a Francia, conocí... a una niña —comencé con un nudo en la garganta y los ojos muy grandes—. Se llamaba Amanda y cumplía años el mismo día que tú —Peter seguía sumamente atento a mi historia—. Ella y yo comenzamos a ser perseguidas por una mujer, la apodamos Serpiente debido a su aspecto. Bueno, la primeras veces que hablé con la Serpiente, presumió haber asesinado a mi mamá a través de mí, después mató a Amanda (aunque, al final, supe que la niña sólo fue una alucinación más, encarnando mi infancia y el principio de mi adolescencia), luego me hizo creer que había asesinado a Geneviève y al final amenazó con matarte —el rostro de mi exnovio no se inmutó—. En ese momento de mi vida me hallaba muy confundida, no sabía que era real y que no lo era; por eso terminé contigo, tenía miedo que la Serpiente te lastimara. 

—¿Y aún te atemoriza? —preguntó con una expresión suave.

—No —respondí de inmediato—. Ella jamás volverá.

Peter sonrió ligeramente y estiró la mano para alcanzar la mía. Su tacto causó que la palma me hormigueara, no quería dejarlo ir.

—Gracias por contarme esto —concluyó—, lo aprecio mucho.

Sonreí amigablemente, anhelando bailar con él como antes. Lo deseaba todo: su calor, su aroma, su físico, su alma... Tuve que soltarlo cuando la agitación de entre mis piernas me atacó. Pronto, pronto, pronto, repetí como mantra para calmarme. Mi mente sabía que tal vez jamás volveríamos a ser pareja, pero mi cuerpo sin duda anhelaba otra cosa.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro