CAPÍTULO 38: VULNERABLE

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Me levanté cuando el aroma del desayuno ya endulzaba el departamento. Después de quitarme las lagañas y amarrarme el cabello, me dirigí a la cocina para ver qué olía tan bien. Doretta había preparado licuados de frutos rojos y sacaba sus galletas de manzana del horno. Sonreí al imaginarme su sabor en mi boca.

—¡Buenos días! —saludó mi amiga— Anoche no te escuché llegar, así que supongo que regresaste tarde.

—Algo así —refunfuñé.

Seguramente su novio le había contado sobre mis besos con Peter. Me senté a la mesa sin cuidado y tomé un pedazo del postre.

—¡Qué alegría que Dylan y Evelyn ahora sean esposos! —inició, y yo ya sabía qué venía después— ¿Por cierto, qué pasó con Bennet ayer?

Sin duda se le había pegado el Bennet de Edwin. 

—No quiero mencionarlo —refuté sin mirarla.

Ni yo misma sabía lo que había sucedido, por lo que no quería meter a los demás en la situación; siempre ocurrían cosas desagradables cuando lo hacía.

—Está bien —dijo, omitiendo las protestas—, conversaremos cuando te sientas lista.

Posterior a ese momento se cerró la plática. Por lo tanto, nos dedicamos a desayunar fruta, licuados y galletas. Fue al final cuando decidió volver a hablar.

—Emily..., debo contarte algo —empezó la charla con una tensión inevitable—; es sobre Edwin y yo —de inmediato la observé de manera penetrante, recordando la pregunta que mi amigo me había hecho la noche anterior—. Es muy difícil expresarte esto —manifestó, moviendo mucho sus dedos. Estaba nerviosa, lo sabía—, pero es necesario porque él y yo lo decidimos hace semanas...

—Dime, por favor —pedí, acortando su discurso misterioso que me asfixiaba.

—Nos mudaremos juntos —lo soltó y mi mundo entero se paralizó—. Viviré con él mientras ahorramos para comprar una pequeña casa.

No parpadeé, creo que ni siquiera respiraba. Ella se va a ir, ella me va a dejar..., era lo único que podía pensar en ese instante. Intenté estar feliz, pero no podía en medio de la conmoción. Sólo podía imaginarme a Doretta y Edwin encerrados en su mundo, dejando a Emily abandonada para siempre. Las primeras lágrimas egoístas se escurrieron por mis pómulos.

—No, no... —comenzó Doretta, acercándose a mí rápidamente.

—No me hagas caso —sollocé antes de que me reconfortara—, sólo necesito un minuto... —me aclaré la garganta y limpié mi llanto— Es que todo está cambiando tan rápido, que simplemente no puedo contenerme —expliqué, viéndola hincada junto a mí.

Ella sonrió con nostalgia.

—Dime, ¿qué nos pasará ahora? No te volveré a perder, ¿verdad? —chillé.

—¡Por supuesto que no! —exclamó, protegiéndome entre sus abrazos— Nos aseguraremos de que en la casa siempre haya un cuarto vacío para ti —dijo mientras me acariciaba el cabello.

A pesar de sus palabras, tardé en calmarme. Me costaba seguir el ritmo de los acontecimientos. Hace unos años, mi vida era monótona y ahora se alteraba a cada segundo. De alguna manera, a pesar de la nostalgia, lo anterior me hacía sentir más viva que nunca.


Durante las siguientes semanas, me abstuve de charlar con Peter sobre lo que había sucedido en el club. Me puse de excusa la mudanza precipitada de mi amiga, pero la verdad no quería hablar sobre ello. Él tampoco mostró señales de querer conversar al respecto, así que actuamos como si nunca hubiera ocurrido.

La mudanza me entristecía tanto que, cuando tenía tiempo libre, iba a casa de mi exnovio o le proponía salir para distraerme de cómo mi hermanita empacaba su vida en cajas para alejarse de mí. Una tarde no pude más y me puse a lloriquear cuando jugábamos cartas, contándole todos los detalles mientras me abrazaba. Después, en la noche, me di cuenta de que ya no me molestaba que me viera vulnerable. De hecho, se había sentido bien, como si pudiera respirar libremente sin ningún peso en el pecho.

Durante un atardecer, en que nos encontrábamos viendo la televisión, nuestras vidas cambiaron radicalmente gracias a mi idea disparatada. Yo estaba acostada en sus piernas y él me acariciaba el cabello... Lo sé, a veces nos comportábamos como novios otra vez; admito que me gustaba jugar con los límites.

—Deberías mudarte conmigo —mencioné con imprudencia, expresando lo que había estado pensando desde hace días. Mi estómago hormigueó cuando sentí cómo su cuerpo se tensó, apartando sus dedos de mis rizos—. Tú tienes dificultades para pagar la renta desde hace meses y yo seguramente pronto las tendré, así que, si vivimos juntos, se acabaron nuestros problemas financieros —expliqué, no permitiendo que el nudo en mi garganta me hiciera titubear. Permanecí en mi misma posición por unos segundos más para llenarme de valor; al estar lista, me alcé y lo miré. Sus ojos estaban muy abiertos y brillaban—. ¿Qué opinas?

Su boca se había hecho pequeña. Rogué que no lo malinterpretara, ya que mis intenciones eran puras. Peter frunció el ceño.

—Está bien —musitó después de unos segundos.

Yo abrí mucho mis cuencas.

—¿En serio? —dije emocionada.

—Sí —contestó, sonriendo.

No pude suprimir mi grito de alegría, luego me lancé a sus brazos para abrazarlo fuertemente.

—Seremos los mejores compañeros —comenté con entusiasmo.

A partir de ese acontecimiento, la mudanza abandonó los tonos azules para transformarse en amarillos. Me convertí en la directora de orquesta mientras Edwin y Doretta sacaban las cosas de ella, y Peter metía las suyas en el cuarto de mi amiga. La parte que memoricé para la eternidad fue cuando me bañé en miel al acomodar las tazas de mi exnovio junto a las mías, dándome cuenta de que me fascinaba verlas juntas.

En la última noche de mi amiga en el departamento, a ambas nos dio insomnio. Por lo tanto, Doretta preparó té y las dos nos sentamos en la sala arropadas, bebiendo de nuestros vasos. Cuando propuso ver la televisión, la detuve; no quería pasar nuestras horas finales ignorándonos.

—Tal vez no lo dimensiones como yo, y no te culpo, pero es difícil pensar que jamás volveremos a vivir juntas —dije en medio de la oscuridad, alejada de mis verdaderos sentimientos y mirando hacia la nada—. Por más de un año fuimos compañeras y ahora te irás... Es algo injusto, ¿no crees? Eres de las mejores amistades que he tenido en la vida y sólo puedo disfrutar de tu compañía de formas fugaces.

Intentaba escarbar hacia la oscuridad, hacia la parte que me haría llorar sin consuelo, pero me estaba costando llegar. Parecía distante, las lágrimas apenas mojaban mis párpados.

—No digas eso, Emily —musitó Doretta, haciendo que la observara—. Puede ser que en el pasado nos separáramos, pero eso quedó muy atrás, en el lejano 2005. Ahora tenemos más de la mitad de nuestras vidas para disfrutarnos —sus palabras le dieron al clavo por un segundo, tambaleándome—. Yo seré la tía de tus hijos, su madrina, o te acompañaré hasta el altar si así lo quieres.

Me reí, sonriendo de oreja a oreja.

—Ya lo tienes todo planeado, ¿cierto?

—¡Por supuesto! —exclamó— Edwin y yo lo hemos pensado mucho. Seremos los mejores padrinos del mundo.

Me volví a carcajear.

—¿Y qué hay para mí? —reclamé— Ustedes no quieren niños y dudo mucho que deseen casarse, así que no tendré nada.

—No lo necesitas —respondió—. Tienes nuestra completa devoción y apoyo para siempre.

Su contestación me hizo sonreír con sinceridad.

—Pero, volviendo a lo anterior, no te adelantes. A este paso, probablemente nunca me case. Puede ser que tenga todo para la boda, pero me falta el novio —comenté, ahogando mis risitas.

—Yo creo que ya lo tienes... —murmuró y mi piel se erizó.

Estaba cayendo otra vez y, cuando lo hacía, veía al futuro de una manera muy fantasiosa. Ni siquiera éramos novios y yo ya imaginaba un casamiento, qué tontería.

—Por Dios, no digas eso —la reprimí—; apenas somos amigos.

—¡Ay, Emily, despierta! —exclamó a punto de sacudirme— Después de todo lo que han vivido, ¿te atreves a decir que sólo son amigos?

Sí, pensé. No iba a ponerme otra vez en la situación aniquiladora que experimenté cuando Peter salía con Maddie. Debía concentrarme en el presente, no en lo que podría ser. Además, ni siquiera sabía si deseaba que las cosas fueran diferentes. Me gustaba carcajearme con él mientras jugábamos cartas, competir fuertemente en nuestras partidas de ajedrez, que nos acurrucáramos mientras veíamos una película, salir a un restaurante y comer del plato del otro... Todos esos detalles me encantaban y sin duda superaban a la relación tan complicada que tuvimos en la adolescencia. Sin embargo, también admito que la lujuria me comía debajo del abdomen. No sé, no sé, no importa..., eran mis conclusiones del asunto. 

Su pregunta quedó sin contestar porque me levanté para decirle que me iría a la cama. Después de bostezar y abrazarla, me largué a dormir para evitar pensar hasta marearme.


Al día siguiente, Peter me acompañó a dejar a Doretta al departamento de Edwin. La despedida fue muy difícil, nunca supe si exageré o si realmente su papel como mi compañera me había perforado hasta la raíz.

—Ella se baña todos los días a las siete de la mañana y no come animales, así que te adaptarás a su dieta, ¿entendido? —le ordené a Edwin cuando ya me encontraba a dos pasos de la salida.

Mi amigo se rio.

—Salgo con ella desde hace varios meses, ¿no crees que ya sabía eso?

—Pues te lo recuerdo —insistí, alzando el dedo índice—. Emociónate con ella, siempre sé amable y escúchala —mandé.

Edwin iba a protestar otra vez, pero su novia lo detuvo. Como siempre, ella sabía que necesitaba hacer esto.

—Él suele ser tímido al principio, pero después puede alocarse demasiado —me giré hacia mi amiga—. También es sensible y tierno, será tu mejor confidente si lo dejas.

Vi de reojo que Edwin sonrió con dulzura. El llanto me empañó los ojos.

—Lo sé —musitó Doretta, dándole la mano a su enamorado.

Suspiré, mirando al cielo mientras rogaba que las lágrimas se detuvieran, pero no lo conseguí. Intenté no prestarle atención a mi fracaso y me concentré nuevamente en los amores de mi vida.

—Por favor, cuídense, respétense, ámense mucho y escúchense. Mi puerta permanecerá abierta para lo que necesiten —declaré entre sollozos—. Finalmente, recuerden lo especiales que son: Siempre valdrá la pena luchar por ustedes.

—Te amamos, Emily —dijo Edwin mientras Doretta se limpiaba las lágrimas.

—Sí, sí —contesté, tratando de hacerme la dura para no desbordarme más—. Bueno, llegó la hora de irnos.

Vi de soslayo a mi exnovio, que se mantenía al margen; sin embargo, no había podido ocultar su sentimentalismo. Traté de moverme y salir del lugar, pero mis plantas se enterraron en el suelo. Apreté los dientes, esto se estaba alargando más de lo que quería.

—Peter, ayúdame, por favor —supliqué con angustia.

Mis amigos se rieron en medio del llanto. Por otro lado, mi exnovio sonrió inocentemente y me tomó del brazo, logrando que mis piernas reaccionaran. Casi tuvo que cargarme fuera del edificio porque me desangraba a charcos. Había dejado a Doretta con mi hermano mayor y eso dolía como el infierno mismo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro