CAPÍTULO 4: SUS OJOS NEGROS

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Varios rostros llegaron a mí mientras mi cuerpo agonizaba: la vista dulce de Sarah, la mirada inocentemente curiosa de Amanda, los ojos marrones y apáticos de Geneviève, la vista severa de Jack, los ojos verdes y penetrantes de Peter, la mirada de Jane llena de orgullo y añoranza...; y, por último, esos ojos completamente negros..., ese par de pozos sin salida, ese brillo lleno de vida. Él me observaba fijamente, por fin me había encontrado.


Las únicas memorias que tengo de esa noche son nada más que puros destellos. No sé cuánto tiempo estuve desmayada en el suelo con el pulso sumamente lento, pero después me quedé ciega y todo se transformó en luz blanca. Luego recuerdo ver borrosamente a Jane sobre de mí, con sus manos en mi pecho. Los rayos de luna dejaban visualizar a su rostro desesperado por traerme de vuelta a la vida. Escuchaba la voz distorsionada de alguien más, pero sólo vi a mi hermana en la habitación. Posterior a eso, sentí cómo metieron un palo de madera en mi garganta.

—Vamos, vomita —repetía Jane en mi oído angustiada.

Al final creo que regurgité sobre el suelo, y antes de que pudiera recuperarme de la fuerza que había hecho mi abdomen para deshacerse de lo que estaba matando a mi cuerpo, me volví a desvanecer.

Cuando abrí nuevamente los ojos, me puse muy ansiosa porque ahí se hallaba ese color blanco otra vez. Pensé que había regresado al punto muerto; sin embargo, el sonido de mis latidos en el monitor me hicieron darme cuenta de que no era así. No..., no quiero estar aquí. Después de aquel pensamiento, rápidamente pude percibir que mi cabeza se encontraba acostada en muchas almohadas. Me erguí para sentarme correctamente, pero no pude hacerlo. Inmediatamente perdí el control porque ya sabía qué cosas me impedían incorporarme. Las ataduras de cuero en mis brazos y piernas le resultaron muy familiares a mi piel. No ha pasado tanto.

Intenté levantarme una vez más con dolor y furia cuando noté que no estaba sola en el cuarto. Una enfermera, como de edad cuarentona y rasgos asiáticos, se encontraba a mi izquierda, revisando papeles en una tablilla.

—Disculpe —hablé con firmeza, intentando esconder mi enojo. La mujer me miró—, yo no necesito esto —dije, tratando de alzar mis manos para que entendiera que me refería a las ataduras.

Ella no expresó algún sentimiento abrumante, sino que se limitó a regresar al papeleo entre sus manos.

—Me parece que sí, señorita —contestó—, su hoja de ingreso dice que intentó suicidarse.

No traté de suicidarme; si lo hubiera hecho, ahora estaría en un ataúd y no aquí, quise replicar, pero me tragué las palabras. De repente, una alarma pavorosa se prendió dentro de mí.

—¡¿Estoy en Psiquiatría?! —pregunté, dirigiendo mi mirada a todos lados para averiguar mi paradero.

—No —respondió la auxiliar y resopló—, está en Urgencias. Los médicos lograron desintoxicarla. Casi la perdemos, dos veces, pero gracias al desfibrilador y a la reanimación sigue con nosotros —Cómo si esas fueran buenas noticias, me quejé. Sin embargo, admito que me sentía sumamente aliviada por no estar en otro hospital psiquiátrico—. Permítanme un momento, notificaré que ya despertó —concluyó la mujer y se retiró.

Lo intenté. Les juro que lo intenté. Pero es difícil... Es difícil quitarse la vida. Cuando entren todos les diré que fue un accidente, que no lo había estado planeando por semanas, que quería vivir, pensé, ¿Cómo Geneviève pudo hacerlo? La sobredosis no me mató. ¿Y estas vendas en mis muñecas?, ¿también intenté abrirme las venas? ¿Lo logré? Revisé abajo de cada una de mis palmas, descubriendo que había sangre empapando las gasas. ¿Cómo es que me encuentro aquí?, la ira y la desesperación me invadieron, Debería estar muerta

Cuando abrieron nuevamente el umbral, yo estaba temblando. Me sofocaba saber que la pesadilla aún continuaba. Jane y Lorraine ingresaron primero. Las dos caminaron con la cabeza gacha y no se molestaron en mirarme. Después de llegar al fondo de la habitación, voltearon a la puerta para observar cómo los demás entraban. Mi hermana mayor cruzaba los brazos y la menor tenía las manos juntas sobre la pelvis. Al final, la enfermera, una doctora de piel sumamente oscura y Kaur ingresaron. Sarisha estaba más seria de lo normal y traía puesta su bata, lo cual se me hizo muy raro, ya que nunca la había visto así. La otra doctora, que era una desconocida para mí, cerró el umbral a sus espaldas. Estaba asustada. Este acorralamiento lo percibía como si yo hubiera hecho algo malo y, a mi parecer, no había sido así... Me sentía muy avergonzada ante mis hermanas, no obstante, me tranquilizó que Jennifer no estuviera presente. Perdón, esto no tenía que ocurrir así..., ahora yo debería estar muerta.

—Hola, Emily —saludó la mujer—. Soy la doctora Rider, yo la atendí cuando llegó a Urgencias —dijo la mujer de piel oscura. Los nervios me estaban comiendo el estómago—. Usted arribó al hospital inconsciente y con bradicardia por una sobredosis de Zyprexa, en la ambulancia tuvieron que reanimarla dos veces. Ha estado en el hospital por tres días y ahora por fin está estable —hizo una pausa—. Pero debo añadir que, según me informaron, su hermana, Jane, se encargó de mantenerla viva mientras llegaba la ambulancia. Ella también le aplicó RCP y le provocó el vómito; si no hubiera sido por sus acciones, tal vez no habríamos podido actuar a tiempo —yo ya estaba llorando en silencio con la frente agachada—. En fin... —concluyó la doctora Rider al ver que mi llanto aumentaba—, ¿tiene alguna pregunta, Emily?

Yo sólo negué con la cabeza, sollozando audiblemente. Quise alzar mis manos para limpiarme la cara, pero al sentir mi forcejeo con las ataduras, me contuve, chillando más fuerte. ¿Qué va a pasarme ahora?

—Bueno, entonces sería todo de mi parte. La dejo con la doctora Kaur —se despidió.

—Por favor, Brenda, antes de que retires, quítale las ataduras a Emily —pidió Sarisha.

Ni siquiera la miré.

—Sí, doctora —contestó la enfermera.

Me calmó un poco que la psiquiatra decidiera liberarme, pero aún tenía una gran incertidumbre por la que sería mi sentencia. Cuando me quitaron los lazos, mis muñecas y tobillos se movieron aliviados. Me limpié violentamente las lágrimas del rostro, pero continué sintiendo al llanto acumulándose en mis ojos. En cuanto escuché que la enfermera abandonó la habitación, encaré a Kaur.

—¡Por favor, no me interne en Psiquiatría! —le supliqué mientras las lágrimas quemaban mis pómulos—, ¡no otra vez!

La expresión de la doctora se había aflojado con esa simple oración.

—¿Entonces cuál propones que es la solución, Emily? —preguntó con los brazos cruzados.

—Cualquier cosa es una solución excepto el manicomio —dije con pánico—. Se lo ruego, ya no quiero más hospitales.

Estaba muy nerviosa por lo que ocurriría. No quería regresar al lugar sombrío, donde la soledad y el silencio casi me mataron una vez. Me aterraba. Todo se tornaría en otra pesadilla que en esta ocasión sí lograría asesinarme. De seguro la doctora leyó el pavor en mis ojos porque se acercó a mi cama, sentándose en el borde y viéndome fijamente.

—¿Qué fue lo que sucedió? —cuestionó con amabilidad, pero su mirada me penetraba.

¿Cómo es que llegaste a esto si estabas tan bien?, de seguro se preguntaba. Yo nunca estuve bien, le habría respondido.

—No sé, doctora... —comencé a sollozar— No sé qué sucedió. Fueron las voces y alucinaciones —sus ojos mostraron angustia—; yo nunca planeé suicidarme, ellas me agredieron —mentí en la mitad de la historia.

Mi tono había sido fingidamente asustadizo. Esta era la única manera de no terminar internada en Psiquiatría nuevamente.

—¿Pero cómo...? —quiso saber Kaur—, ¿no te has estado tomando el medicamento? —concluyó inquisitivamente.

—Eso es imposible —intervino Jane—, ella siempre ha sido responsable con las píldoras —comentó con violencia.

Yo no despegué mi mirada indefensa de la doctora. El nerviosismo estaba carcomiendo a todos mis órganos en el interior, pero mi fechoría salía a la perfección. Alcé los hombros.

—Supongo que en estos días he olvidado tomármelo —contesté, alzando los hombros.

Sarisha resopló, levantándose de su asiento junto a mí. Me vio y después a mis hermanas.

—Lo que sucedió fue sumamente grave. Sin duda tenemos que tomar cartas en el asunto —dijo—. Emily, no voy a internarte. Sé que tus ideas sobre los hospitales son terribles, así que no me arriesgaré a que vuelvas a vivir algo tan fuerte como lo que sucedió en París —aclaró, mirándome. Mi ser entero gritó de júbilo, no obstante, en mi exterior apenas dibujé una sonrisa en el rostro—. Sin embargo, será necesario que asistas a un grupo de apoyo —mi gesto desapareció. Ella no creyó lo de las alucinaciones, pensé con inquietud—. Eso es obligatorio. Además —se giró hacia mis hermanas—, haré una sesión familiar; Emily no puede estar sólo en las manos de Jane —agregó, y mi cuerpo estalló de miedo y disgusto.

—Pero Jennifer no sabe nada —atacó Lorraine—, no podemos decirle mientras está en su luna de miel.

—Pues tendrán que informarle cuando regrese. Ella decidirá si quiere involucrarse o no en la red de apoyo de su hermana —leí las miradas de ambas, lo que decía la doctora no les agradaba. La idea de involucrar a Jennifer y Jack en esto daría muy malos resultados. Estoy casi segura de que, si no fuera por peticiones de Kaur, no les habrían mencionado a ellos que intenté quitarme la vida—. Por ahora, Emily no puede estar sola en ningún momento. La siguiente semana comenzará a ir al Programa; y cuando regrese Jennifer, tendrá lugar la consulta con toda la familia.

En ese instante entendí por qué la Serpiente había llamado diversión a lo que vendría después de mi supuesto intento de suicidio. Ella había hecho esto para que todo el mundo estuviera poniéndome atención, así resultaría más difícil matarme. Así, yo quedaba protegida de mí misma hasta que ella me llamara para completar sus malévolos planes.

Me hallaba muerta en mi cama, descompuesta y podrida cuando escuché a lo lejos que tocaron el timbre de mi casa. Claro que yo no abrí, ni siquiera hice algún movimiento para levantarme, sino que Jane se encargó de ello, como se había encargado de todo lo demás en este último año. Oí voces en el umbral, pero no distinguí ninguna con nitidez, por lo que poco me importó.

Mi cuarto estaba oscuro, sólo unos pequeños rayos de la luz del día se filtraban por las cortinas. Le daba la espalda a la puerta de mi habitación, siempre con la vista hacia mi armario marrón; no obstante, mi mirada estaba concentrada en algo más allá..., en la nada, en la perdición. Esta había sido mi postura toda la semana, aguardando a que llegara el momento de reintegrarme a la sociedad para ir a ese ridículo programa de ayuda. No reproché sobre asistir, ya que temía que la doctora acudiera al manicomio si me rehusaba a presentarme en el círculo de apoyo; pero muy dentro de mí me oponía a esta nueva medida de auxilio. No funcionaría, nada había funcionado para mí, ¿por qué ahora un montón de suicidas y una terapeuta me salvarían? Pensar positivo sobre mi precaria situación sólo era un desperdicio de energía.

Toda mi familia, con excepción de Jennifer y su nuevo esposo, se había enterado de mis anhelos por quitarme la vida; por lo que, en el transcurso de la semana, había tenido muchas visitas. No es por sonar grosera, pero todas las palabras que me dedicaron para desearme lo mejor y su disposición para venir a mi casa me parecieron acciones realmente huecas; más porque cada gesto estaba acompañado de una mirada de lástima o de un rostro decepcionado. Ni siquiera gasté mi aliento para fingir agradecimiento, simplemente los observé apáticamente; ya no iba a usar el poco ánimo que me quedaba para complacer al ego de los demás. Con Charlotte, Victoria, mi padre, Beatrice y su hijo me tuvieron que llevar a rastras a la sala para recibirlos; su presencia me llenaba de ira, flojera e incomodidad. Sin embargo, cuando se trató de mi abuelo, Sabrina, Lorraine y Erick me paré de la cama sin problema; mi abuelo me platicó algunas de sus historias cuando era joven mientras yo jugaba con mi sobrina en el suelo. La mala noticia es que sólo pude disfrutar a William una tarde, ya que regresó a Bérgamo tres días después de que me dieron de alta del hospital.

Me sentía vacía y rodeada de una vida sinsentido, aburrida de todo y de todos. Había perdido las esperanzas hasta en el amor; ya no había absolutamente nada real que este mundo pudiera ofrecerme para llenar mi interior.

En estos días había estado pensando mucho en mi vida adolescente. Yo solía ser una joven de luz; con expectativas; con esperanza en el futuro; brillante en la escuela, e imaginativa con la tinta y el papel; vivía enamorada de un chico que sentía lo mismo por mí; tenía amigos muy distintos entre sí, no obstante, los seis solíamos ser parte de algo muy importante; y mi mejor amigo era como mi hermano, como mi hogar. Ahora sólo tenía oscuridad, ilusiones rotas, flotaba, estaba descompuesta, no podía pensar en otra cosa que no fuera la pesadumbre, sólo sentía putrefacción en mi alma, Peter y yo ya no estábamos juntos, no confiaba en mis amigos y Edwin nunca regresaría. La chica adolescente que nadó en la profundidad del idilio estaba definitivamente muerta.

—... puedes contar con nosotros en lo que necesites, Jane, no lo dudes —mi mente volvió al ahora porque mis oídos distinguieron muy bien la voz de la pelirroja.

Están allá afuera. No sé qué clase de fuerza se apoderó de mí, pero me levanté de la cama con agilidad, me puse mis pantuflas y salí de mi cuarto para encontrarme con los invitados. Caminé lentamente por el pasillo, sosteniéndome de la pared. Una sensación de miedo y nervios se apoderó de mi estómago, sacándolo de su invisible estado. Conforme fui avanzando por el corredor, las siluetas de mis amigos se tornaron más claras. Todos estaban frente a la puerta, conversando con mi hermana. Jade tenía la palabra, atrás estaba Evelyn, junto a ella se encontraba Peter y atrás de la rubia se hallaba Dylan.

Me quedé en el marco del pasillo, observando la escena fijamente. Un largo y frío espacio me separaba de ellos, y eso era perfecto. Evelyn, Peter y Dylan me miraron. Después la pelirroja y Jane cesaron su charla para concentrarse en mí.

—Hola, Emily —dijo Jade—. Nos da mucho gusto verte aquí —concluyó, frunciendo el ceño con ternura y sonriendo dulcemente.

Jane me observaba con suavidad, aguardando ver mi reacción ante su visita. Peter, Evelyn y Dylan me miraban con una mezcla de tristeza y añoranza. Ustedes no deben estar aquí, quise decirles, Ustedes no pueden verme así. Lárguense, sin embargo, ni siquiera un simple sonido emanó de mi boca. Mis ojos secos se apartaron de ellos e intentaron ponerle atención a las revistas que estaban sobre la mesa frente al televisor. Claro que no lo logré porque mis oídos no se fueron de la escena.

—Bueno —retomó Jane la conversación al darse cuenta de que había rechazado a mis amigos—, por ahora estamos esperando que Jennifer regrese para contarle lo que sucedió y así tomar un plan de acción...

No tuve tiempo de reaccionar ante el silencio abrupto. Giré y él ya estaba a escasos pasos de mí. Lo primero que reconocí fue ese fresco aroma a pino que me había sostenido desde los catorce años. Después sentí el calor tan familiar que me había protegido en las noches de pesadillas. Luego vino la sensación de sus manos, apretando mi espalda, para que nuestros corazones latieran al unísono una vez más. Pude escucharlo sollozar en mi oído, él estaba sufriendo; por lo que, mi instinto hizo que le regresara el abrazo inmediatamente. Estreché el cuerpo de Peter contra el mío con todo el amor que me quedaba. Posteriormente, sólo cerré los ojos para dejar que las lágrimas recorrieran mis pómulos tranquilamente. Mi exnovio temblaba y lloraba en mis brazos sin remedio, y lo único que yo podía hacer era acariciarle el dorso y atraerlo más hacia mí.

Eres increíble, mi amor, pensé, Desde que fallé en mi suicidio, lo único que ha hecho la gente es hablar, dictarme órdenes y mirarme con melancolía y decepción; pero tú sabes muy bien que yo no necesito al parloteo y a los consejos banales, sino que sólo me hace falta cariño. Han venido muchas visitas a esta casa, sin embargo, tú eres la primera persona que me abraza desde que salí de Urgencias. Aunque ya no estemos juntos, Peter, yo te sigo queriendo mucho.

—Emily —murmuró mi exnovio. Abrí los párpados—, tú no podías... —se le quebró la voz y mi corazón se fracturó. Comencé a respirar entrecortadamente, mi aliento enfriaba su oreja derecha— Dios, no sé qué habría hecho si tú...

—Estoy aquí, Peter —susurré—. No te preocupes, sigo aquí.

Me separé ligeramente de él para verle el rostro. Su mirada estaba cristalizada, y sus ojos, irritados. Pude observar mi reflejo en sus pupilas; me encontraba acabada y lacrimosa, justo como nunca quise que Peter Bennet me contemplara.

Le acaricié las mejillas con suavidad —sintiendo el vello rasurado de su barba— sin despegar mi mirada de la suya. Los dos teníamos la misma expresión cansada y de rendición. Después de que estuve apreciando unos segundos su hermoso rostro, me percaté de que frente a mí sólo había un extraño. El chico de quince años ya no estaba ahí, el joven de dieciocho años había desaparecido, el hombre de veintidós años también estaba muerto. ¿Quién eres, desconocido, y por qué te pareces tanto al que fue el amor de mi vida?

—Destruimos a esos dos adolescentes que paseaban por las calles de Londres, dormían inocentemente en los brazos del otro y se amaban con locura —dijo Peter, llegando a la misma conclusión que yo.

—Sí —confirmé sin moverme—, ya no lo veo en tu mirada —admití con sequedad, pero mis ojos querían llorar.

—Yo tampoco la veo en la tuya.

Nuestras almas rotas no se separaron y el silencio inundó la habitación.

—Te quiero —concluí después de un tiempo en la paz.

—Yo también —añadió.

Me puse de puntillas para besarlo en la frente, cerrando los ojos. Después aparté mis manos de sus mejillas y retrocedí para regresar a mi recámara. No hubo ni un segundo en el que estuviera tentada a voltear para verlo. Cuando cerré la puerta de mi cuarto, me senté directamente en el suelo desahuciada. «Ya no eres mío y jamás volverás a serlo», ese es el hecho que tengo que aprender a aceptar.


Estaba esperando nerviosamente a que Lorraine, Jennifer y Jack aparecieran en el despacho de mi psiquiatra. Jane y yo creímos que arribaríamos tarde al lugar, pero resultó que fuimos las primeras en llegar para la consulta en familia. Sarisha estaba frente a mí y Jane se había sentado a mi lado. Las tres nos hallábamos en completo silencio con la mirada perdida en cualquier parte.

Me inquietaba totalmente lo que podría ocurrir esta tarde. Las mismas personas que habían estado en el incendio que asesinó a Sarah vendrían aquí casi dieciocho años después. Además, estar en el mismo cuarto que mi padre de seguro causaría que mi sangre hirviera.

—Lo siento —dijo Lorraine, ingresando al consultorio con prisa e interrumpiendo al silencio—, tuve que ir a dejar a Sabrina a la guardería y se me hizo tarde —comentó.

—No te preocupes —habló la doctora—, todavía no estamos todos. Toma asiento donde te plazca.

Mi hermana mayor se sentó en el lugar vacío que se hallaba en medio de Jane y Kaur. Le dediqué una fugaz mirada y después mis ojos regresaron al suelo. Mis pulgares se rasguñaban entre sí, aguardando a que la guerra iniciara.

—Lamentamos la tardanza —escuché a Jennifer cuando entró al sitio.

Detrás de ella venía Jack.

—El tráfico está insoportable hoy —agregó mi padre.

Mi mirada no se apartó de Jennifer. Su piel estaba un poco bronceada y su cabellera rubia se encontraba amarrada en una cola de caballo. Su vestimenta era formalmente causal e impecable, algo que siempre la había caracterizado. Me levanté de mi asiento cuando sus ojos se posaron en mí. Ella me observó con melancolía y corrió hacia mi dirección para abrazarme. Yo le correspondí el gesto inmediatamente con vigor. La última vez que te vi pensé que se trataba de la despedida definitiva, sin embargo, me alegra tenerte entre mis brazos. Lo lamento, hermana...; lamento haber elegido el día de tu boda para hacerlo.

—Qué bueno que estás bien —dijo Jennifer, viéndome fijamente a los ojos y tocándome las mejillas con delicadeza.

Su mirada estaba cristalizada. Yo le sonreí con sinceridad, realmente me gustaba tenerla cerca. Se sentó junto a mí, dándome un apretón en la mano y soltándome lentamente. Mi efímero entusiasmo se incrementó ante aquel roce de piel. Jack había tomado el lugar que se hallaba a la izquierda de mi hermana. Le puse atención a la doctora Kaur con una sonrisa, ella contemplaba la escena con júbilo.

—¿Esta es la primera vez que se ven desde la boda? —preguntó la psiquiatra.

—Sí —respondimos las dos al unísono.

Mi feliz gesto aún no desaparecía.

—Qué bueno que se han reunido de nuevo —dijo Sarisha. Luego hizo una pausa—. Bueno, ahora que ya estamos todos, hay que darle inicio a la sesión —cuando mis oídos escucharon la última oración, mi humor desapareció. Agaché la cabeza con vergüenza, enojo y tristeza—. Como saben, Emily intentó suicidarse, pero afortunadamente aún está aquí con nosotros —le expliqué a la doctora, en mi sesión del miércoles, que las alucinaciones me habían agredido hasta casi matarme; y cuando me preguntó por qué no me había tomado el medicamento, le respondí que, a pesar de que las voces me ganaron esa vez, yo sí había planeado suicidarme aquella noche—. Por lo tanto, tenemos que idear un plan de acción para protegerla en este momento de crisis —no me atreví a examinar los rostros de mis hermanas y Jack, simplemente me centré en Kaur y en sus palabras que me hacían sentir como un problema—. Esta semana fue su primera sesión en el Programa de Prevención —eso era verdad—; Emily, ¿le puedes contar a tu familia sobre tu experiencia en el grupo de apoyo?

Un escalofrío recorrió mi espalda, haciéndome encoger los hombros con nerviosismo. Tuve que aclararme la garganta para deshacer el nudo que impedía mi comunicación con los demás. La sensación de mi primer día con esas personas me invadió. Tenía miedo e incertidumbre, pero también estaba un poco apática. Pensé que, al sentarme junto a la gente que al igual que yo había planeado suicidarse, me provocaría sofocamiento, pero la verdad fue todo lo contrario. Estar entre esos ocho individuos despertó un sentimiento de compañía que no había experimentado desde mi última terapia grupal en el manicomio, antes de que Geneviève muriera. No me sentí aislada, no me avergoncé de tener esquizofrenia, no me percibí como una decepción por tratar de matarme y experimenté empatía por todo el grupo. Me pidieron que hablara sobre por qué estaba en el Programa y no me aterró contar la historia resumida; sabía que todos estaban escuchando y que mi voz jamás sería silenciada otra vez. Cuando me sentí bien entre toda esa gente, cuando sentí que mis compañeros de terapia jamás se habían ido, decidí realmente aprovechar el círculo para reformarme... y hasta ahora había funcionado. Vístanse y arréglense para sentirse cómodos, pero también suficientes, nos habían aconsejado. Yo había decidido intentarlo al día siguiente, y sí que me había sentido más libre y purificada. Desde aquel día, la persona que veía en el espejo me empezó a gustar más y eso era genial.

—Me agradó mucho estar entre todas esas personas —dije—, sentí que por fin pertenecía a algún lugar. Realmente ese primer día hizo que me comprometiera más conmigo misma.

Experimenté mucho entusiasmo al compartir esto, pero seguía sin atreverme a comprobar sus reacciones ante mis palabras.

—Como ven, el Programa puede ser una vía muy efectiva para el mejoramiento de Emily. Sin embargo, en este camino no puede hallarse sola y no todo debe estar en las manos de un solo miembro de la familia —retomó la psiquiatra—. Jane, ¿quisieras compartirle a tus hermanas y a tu padre cómo te has sentido al ser la única que se encuentra a cargo de Emily?

Esa simple pregunta fue la chispa que desató el caos.

—Jane, tú no has estado sola —espetó Lorraine antes de que mi hermana menor hablara.

Por supuesto que sí, pensé y mis ojos se clavaron en Jane. Su rostro se endureció.

—¿Que no he estado sola, Mary? —refutó ella. Cuando usó el segundo nombre de nuestra hermana mayor, supe que realmente le había hecho enfurecer el comentario anterior— Tú tienes a tu hija, Jennifer planeaba su boda y nuestro padre vive en Milán. ¡Así que te equivocas, hermana, yo me he hecho cargo de Emily sin la participación de ustedes...!

—Sabes que yo estoy en Milán por tu abuelo —la interrumpió Jack.

—¿Hablas de William, que vive en Bérgamo y no en Milán, y que se niega a tu apoyo? —preguntó Jane con ironía para contraatacar.

No sé por qué me causó tanta satisfacción que mi hermana se defendiera de mi papá.

—Nathalie... —comenzó Jack.

—No, padre —lo interrumpió, alzando la mano—. Es tiempo de que escuchen —su mirada era severa—: ¡Yo pensaba que Emily estaba bien, juro que la vi mejor que nunca! —expresó con los ojos cristalizados, y yo agaché la cabeza avergonzada y triste—, pero resultó que estaba equivocada... —hizo una pausa, conteniendo el llanto. Sentía que se me partía el alma. Las lágrimas brotaron para lacerar lentamente mis mejillas— Esa espantosa noche, cuando llegué al departamento sumamente angustiada por no saber el paradero de mi hermana, la encontré casi muerta en el suelo de la cocina —mi desliz me carcomía los órganos—. Estaba sola y tuve que sosegarme para llamar a Emergencias y hacer todo lo que la operadora me decía para mantener a Emily con vida en lo que llegaba la ambulancia —resopló, haciendo una pausa para suprimir el dolor—. Esos minutos fueron los más largos de mi vida. Me encontraba desesperada porque no podía cargar a mi hermana yo sola y llevarla al hospital más rápido. Pensé que Emily fallecería y su muerte sería mi culpa...

—No, Jane —repliqué al instante, mirándola a los ojos con convicción—. Si yo hubiera muerto aquella noche, nadie habría tenido la culpa de ello —le aseguré, dándole un apretón en la mano—. Te juro que ahora soy diferente —chillé—, te juro que jamás volveré a ocultarte una recaída. Ya no voy a mentirte, hermana. Lamento que hayas estado sola en esto. Lamento ser un problema para ti.

—No eres un problema, Emily —negó Jane.

—Aun así, tú también tienes tu propia vida, como todos los demás aquí, y la has sacrificado para cuidarme. Aunque ellos decidan no apoyarnos, te prometo que yo me comportaré mejor...

—No actúes como víctima, tú fuiste la que provocó todo esto —espetó Jack.

—¡Papá! —exclamó Jennifer.

La ira me aplastó el pecho y la garganta. Cerré los puños y me giré hacia él con una mirada feroz. Tenías que abrir la boca, padre.

—¿Qué haces aquí? —le cuestioné agresivamente.

—Emily... —murmuró Jane para calmarme.

Después me tomó del hombro, pero yo me aparté bruscamente de ella.

—¡¿Qué haces aquí, padre?! —le grité— ¡No encuentro tu papel en este lugar, ya que tú sólo te dedicas a destruir a la gente con tus palabras! —tomé aire con rabia— Dime, ¿de qué tengo la culpa?, ¿de enfermarme?

—¡Sí, sí la tienes! —me contestó Jack con furia— ¡¿Que acaso no eres lo suficientemente fuerte, Emily Anderson?! ¡Soy un fracaso, entonces, ya que después de tanto tiempo, sólo conseguí estos resultados contigo!

—¡Padre! —apuntó Lorraine.

Golpeé los puños contra la silla. El enojo me asfixiaba y los ojos se me habían cristalizado por la rabia incontrolable que dominaba mi cuerpo.

—Cree lo que quieras, Jack —sentencié—; yo ya me rendí contigo.

—¡Pues yo también contigo! —esa simple frase me desgarró el corazón— Yo te di lo mejor, Emily; a tus hermanas y a ti les di lo mejor, ¡y no es justo que me pagues así!

—¡Esto no se trata de ti! —refuté— Además, dar dinero y sólo dinero nunca fue lo mejor —afirmé con dureza— ¡porque tu amor y atención siempre carecieron!, y el resultado lo ves ahora.

—¡Oh, entonces yo soy el culpable de que estés enferma!

Estuvo a punto de echarse a reír y yo no iba a permitírselo.

—En su mayor parte, sí —dije sin cuidado—. Bueno, de tu familia heredé la predisposición a la esquizofrenia —mis tres hermanas emanaron involuntarios ruidos de asombro ante esa información—, mas mi personalidad, mas la familia desastrosa de la que fuiste responsable, mas tu idea y la de Sarah de tratarme como la pobre Emily tímida y reservada... ¡Sí, el resultado es una esquizofrénica! —concluí con severidad.

—Emily, sabes que tu padre hizo lo mejor que pudo por ustedes —intervino Sarisha, haciendo que la batalla diera un respiro.

El silencio se extendió entre nosotros. Yo no despegué mi mirada brutal de él.

—Yo puedo cuidar a Emily los lunes y martes —comentó Jennifer con tranquilidad después de un momento.

—Yo puedo estar con ella los sábados y domingos —añadió Lorraine— para que descanses, salgas y te dediques a lo tuyo —concluyó, viendo a Jane.

—Está bien —resopló mi hermana menor, asintiendo—. Yo me haré cargo de ella los miércoles, jueves y viernes. Los miércoles la seguiré llevando con la doctora, y el jueves, al círculo de apoyo —confirmó Jane.

Me relajó que las tres llegaran a un acuerdo sin discutir.

—Yo no... —empezó Jack.

—Tú vives en Milán, así que no podrás ser parte de esto; lo entienden ellas y lo entiendo yo —lo interrumpí—. Además, así será mucho mejor, ya que, mientras decidas que lo único que aportas son tus muecas, tus lacerantes palabras y tus gritos, te quiero lejos de mi vida. Tuve suerte de ya no depender de ti cuando esto se desencadenó, si no, no sé qué habría hecho con tu supuesta ayuda, que nada más sirve para lastimarme e intentar someterme como a una niña. Tú y yo tenemos que estar distanciados, Jack; tenemos que estar distanciados hasta que yo mejore y tus reproches negativos sobre mi persona no me afecten más. Este es el camino que has elegido para nosotros, padre —proclamé con una rigidez indiscutible.


La rutina se siguió al pie de la letra durante las siguientes cuatro semanas. Todos los días me levantaba temprano y salía a correr con Jane. Después hacíamos el desayuno entre las dos y almorzábamos. Cuando llegaba la tarde de los lunes y martes, mi hermana tenía que irse a la Academia o a ensayar, por lo que Jennifer se quedaba conmigo hasta que regresara.

Los miércoles, mi hermana menor me dejaba en el consultorio de la doctora Kaur para mi sesión semanal. Luego de que esta terminara, yo me regresaba sola a mi casa y me encerraba ahí hasta que Jane arribara en la noche. Tuve que pedirle un voto de confianza a mi hermana para que me dejara hacer lo anterior, ya que ella había pensado pedirle a alguno de mis amigos que me cuidara los miércoles después de mi terapia y eso sería catastrófico. Confía en mí, Jane. Me siento un poco mejor, además, te prometí que jamás volvería a atentar contra mi vida sin antes decirte que estaba recayendo. Ahora me encuentro más estable y lo sabes. Por favor, déjame estar sola los miércoles, le había rogado y ella aceptó después de que estuviera todo el fin de semana suplicando.

Los jueves, mi hermana menor me dejaba en el círculo de apoyo y venía por mí al anochecer. Los fines de semana me la pasaba acompañando a Lorraine y David a todos lados. Me encantaba estar con ellos por Sabrina, jugaba con ella hasta el cansancio. Era como su niñera personal mientras mi cuñado y mi hermana mayor se encargaban de los deberes del hogar o del trabajo. Algunas tardes salíamos a merendar, sin embargo, ellos nunca me dejaron sola en su casa o en mi departamento con la niña. No los culpo, si yo estuviera en el lugar de Lorraine, tampoco habría dejado a mi hija al cuidado exclusivo de mi hermana loca y suicida.

Cuando llegó la segunda semana, Jane me propuso que me comprara un celular para estar en contacto con ella. Yo no estaba de acuerdo, las redes sociales me enfermaban, sin duda empeoraría si estaba cerca de ellas. Sin embargo, al final tuve que acceder porque temí que mi hermana comenzara a llamar a mis amigos para pedirles apoyo solamente porque yo no tenía un móvil. Adquirí un teléfono sencillo para usar solamente las funciones destinadas para mensajes o llamadas. La verdad, apenas lo tocaba.

Por otra parte, en la tercera semana salí con mis amigos y sus parejas a comer. Me costó mucho concentrarme en el ahora y no vagar por nuestro pasado. En ningún momento la ráfaga de nervios desapareció, pero lo que me terminó motivando fue el hecho de que la segunda vez me había sentido más cómoda que la primera. Por lo tanto, decidí que seguiría reuniéndome con ellos.

Incluso, escribí acerca de Peter y sobre cómo había sido mi vida en estos últimos años. La terapeuta del círculo de apoyo nos había recomendado que retomáramos alguna actividad artística para liberarnos. Por lo tanto, decidí intentar escribir. No crear una nueva historia, eso no; sólo escribir para mí. Estuve como una hora frente a la laptop sin poder teclear una simple palabra, pero cuando construí el primer vocablo, no pude detenerme. Lo único que recuerdo de esa tarde oscura es que cada oración que brotaba de mis manos contenía un mar de sufrimiento.


Yo ya no puedo amar a alguien, ya no quiero. Mi corazón está partido en dos y deseo que este dolor se acabe. Ya no quiero nada. Soy una niña, una niña a la que nadie nunca amará. Una niña que siempre estará en segundo lugar. Estoy rota, descompuesta; y no, no estoy esperando a que alguien me salve, yo no creo en eso. Ya no creo en nadie. Me duele y deseo arrancarme el corazón. Ya no quiero sentir, ya no me interesa. Ya no busco nada. Ya no tengo ilusiones, el aliento se me agotó. Jamás voy a querer a alguien como lo quise a él. Nadie va a amarme. ¿Me has visto? La gente huye de mí porque soy nada. No soy una reina, soy nadie. Estoy de rodillas, Dios mío, no me importa si él va a regresar o se fue para siempre, pero yo ya no deseo sentir este dolor porque lo sufro en la oscura soledad y siento que me ahogo. Estoy pensando en hacerme daño otra vez y no es porque no tolere la frustración, sino porque me está matando. Mátame. Mata a la Emily que lo extraña. Mata a la Emily que lo quiso. Mata a la Emily insegura. Mata a la Emily débil. Mátala. Mata su recuerdo. Transfórmala en alguien fuerte para que ocurra lo que tenga que pasar: Para que descubra qué será o para que se suicide de una vez. Yo no soy nada. Mi apoyo se reduce a nadie. A nadie. Y no, no voy a pelear, por más que me digan que peleé, no lo haré. He estado peleando contra ella toda mi vida y simplemente ya me cansé de que todo sea tan complicado. Estoy fluyendo, me da igual lo que suceda. No voy a hacer nada. Y si me tengo que hacer daño para sentirme viva, entonces lo haré. Se acabó. Ya no quiero pelear, consume mucho mi energía discutir. Si quieren ganar, bien, ganen; no me importa. Si quieren que su recuerdo me destruya, háganlo; ya me cansé. Pero eso sí, habrá sangre. Esa es la única manera en la que me sentiré viva otra vez porque ahora ni el libro me protege, todo me aplasta. La realidad me aplasta, así que la cuchilla hará lo suyo... Ven aquí y mátalos a todos. No me importa que no sea racional. Te juro que a estas alturas ya nada me interesa.


Me cuesta admitirlo, pero no voy a mentirles: Después de plasmar esas nocivas palabras en un pedazo de papel, no me sentí mejor.


Lo que parecía ser otra triste y monótona historia dio un giro inesperado el jueves de la cuarta semana. Estaba sentada en mi lugar de siempre, entre las personas del grupo de apoyo, cuando vi que había un chico del otro lado del salón. Era casi un niño con pantalones holgados y una camisa de cuadros encima de una playera blanca. Pude ver que sus tenis oscuros estaban muy desgastados, incluso más que los míos. Su cabello castaño claro se encontraba tan largo, que cubría sus orejas. Su tez era idéntica a la mía; su nariz, ancha y respingada; sus labios, gruesos. Él me llamó mucho la atención porque, indudablemente, era nuevo y, además, muy joven. El chico se percató de que lo observaba, así que me miró. Casi después frunció el ceño como si estuviera intentando recordar dónde me había visto antes, pero eso era imposible; yo jamás me había encontrado con este... adolescente en mi vida.

—Buenas tardes —comenzó la terapeuta cuando dio inicio la sesión—. Hoy se nos une un nuevo miembro al Programa —añadió—: Samuel.

—Prefiero que me digan Sam —corrigió el niño que estaba frente a mí.

—Está bien: Sam —dijo Anna, la psicóloga—, ¿puedes presentarte con nosotros?

—Soy Sam Ferguson. Tengo catorce años.

¿Catorce? Por Dios...

—¿Por qué decidiste entrar al Programa, Sam? —preguntó Anna.

—Intenté suicidarme en octubre del año pasado... —sentí una punzada de inquietud— Me internaron en un hospital psiquiátrico infantil —mis uñas comenzaron a rasguñarse entre sí—. Después de que salí, en enero de este año, mi tratamiento farmacológico y mis sesiones terapéuticas continuaron. En una consulta, la psicóloga habló con mi madre, con mi tío y conmigo acerca de este Programa, así que me convencieron de venir.

—Por lo que entiendo, tu papá está ausente, ¿no?

—Sí —respondió Sam—, le da pensión a mi mamá, pero nunca quiso saber de mí.

—¿Y dirías que tu tío es como tu figura paterna? —indagó Anna.

—La verdad es que no. Mi tío es mucho más joven que mi madre. Él apenas tenía once cuando yo nací, por lo que nunca se había involucrado tanto como ahora. Los años anteriores estuvo viajando mucho; pero al enterarse de mi intento de suicidio, regresó a Londres para apoyar a mi familia.

—Oh, es bueno saber que ahora tienes una red de apoyo firme en casa. Espero que este programa te ayude también a sanar, Sam —concluyó la terapeuta.

Luego de aquella introducción, la sesión siguió su camino. Algunas personas comentaron ciertas situaciones que les habían ocurrido en la semana y el resto del grupo experimentaba compañerismo. Yo no hablé en todo el período. Sin embargo, por otra parte, el nuevo chico me observó con atención durante varios minutos. Intenté ignorarlo, pero no pude evitar fijarme que sus ojos se iluminaron y por fin despegó su mirada de mí.

Cuando finalizó la sesión, me puse el abrigo y tomé mi bolso del respaldo. Los ojos de Sam ya estaban otra vez sobre mí, poniéndome nerviosa. Me dirigí por un vaso con agua al estante, haciéndole caso omiso. El líquido recorriéndome la garganta y la gente conversando a mi alrededor me tranquilizaron, pero ese sentimiento sólo duró unos segundos, ya que el chico comenzó a hablar a mis espaldas.

—Eres Emily Anderson, ¿cierto? —respingué al escuchar su voz.

Se me dificultó ingerir el resto del agua que estaba en mi boca, sin embargo, finalmente lo logré. Dejé el vaso en la mesa y me giré para ver a Sam.

—Sí —contesté con algo de inseguridad.

—¡Lo sabía! —vitoreó— Esto es genial, ¡mi tío se volverá loco cuando te vea!

La última oración me pareció completamente disparatada.

—¿Tu tío?, ¿el hermano de tu madre?

—En realidad es su primo, no su hermano.

Me quedé paralizada, no sabía cómo reaccionar frente a alguien que afirmaba conocerme, pero que yo no había visto hasta el día de hoy. Se oyó un tono y Sam sacó su celular del pantalón.

—Acaba de llegar —comentó, tecleando algo en el móvil—, le dije que enseguida iba.

El chico comenzó a caminar a la salida lleno de emoción, sin embargo, yo no me moví de mi lugar.

—¡Vamos! —exclamó con júbilo, volteando— Estoy seguro de que tú también te alegrarás de verlo. Desde que regresó de viaje, no ha dejado de hablar sobre ti.

Lo que hizo que mis piernas se pusieran en marcha fue esa pequeña curiosidad, la gran confusión y el miedo en mi estómago por saber quién era el misterioso tío del muchacho. Lo seguí cautelosamente hacia la entrada principal, tomando fuertemente la correa de mi bolsa. Cuando atravesamos el umbral que separaba las instalaciones del estacionamiento, el chico corrió hacia un auto negro estacionado un poco lejos de donde nos hallábamos. Yo me quedé al pie del edificio. Sam se detuvo al estar frente al hombre que estaba recargado en el vehículo. El joven despegó sus ojos del móvil hasta que su sobrino llamó su atención.

Mi corazón palpitó violentamente dentro de mi pecho y mis piernas comenzaron a tambalearse. El tío del adolescente estaba fuera de este mundo. Su piel era sumamente pálida; y su cabello, brillante, sedoso y negro. Su atuendo se resumía a una chaqueta azul rey, jeans azul marino, tenis oscuros y playera negra. Su rostro era sumamente atractivo, tenía algo de pecas encima de las mejillas y rastros de barba depilada; y les puedo decir esto porque yo ya había visto a este hombre de cerca. Sus ojos eran tan negros y profundos, que intrigaban en su totalidad; y les puedo decir esto porque yo ya me había perdido en ellos. Sus labios eran gruesos y rosados; y les puedo decir esto porque ya me habían besado una vez, hace mucho tiempo atrás.

Sam le dijo algo a su tío y los ojos del joven se clavaron en mí, dejándome desarmada por completo. Su expresión reflejó sorpresa, pero también júbilo y añoranza. Mi cuerpo entero no podía sostenerse ante esa mirada llena de pasión e intensidad.

Creí que te había perdido, creí que moriría enamorada de alguien que jamás regresaría; pero aquí estás, mejor amigo. Estoy convencida de que el destino ya se cansó de nuestro juego de niños y ahora se va a asegurar de que ninguno de nosotros vuelva a huir de los brazos del otro, fue lo pensé mientras Edwin y yo caminábamos temblorosos hacia el encuentro del otro.

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