CAPÍTULO 40: UNA VIDA JUNTO A TI

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

¿Qué quieren que les diga? Seguramente Cassie podría seguir con la historia a partir de este punto, ya que lo siguiente estuvo prácticamente focalizado en ella, y en la devoción que Peter y yo le profesaremos hasta el final. Tu papá te amó mucho, mi vida.

Está bien, ya vi el rostro de Anabella, así que continuaré yo. Respiren hondo y prepárense para el gran final.


Aquella noche fue el retorno oficial de nuestra relación después de cinco años de estar separados. Continuamos haciendo lo mismo que antes: Platicar en la noche sobre lo que nos angustiaba como adultos que cada vez acumulaban más experiencias, pelear por trivialidades, ayudar al otro cuando lo necesitaba y entretenernos de vez en cuando con una salida o con una hazaña en casa. La única diferencia ahora era que habíamos roto el cristal del tacto y, aunque nuestra relación actual —al principio— era muy física, la verdad lo mejor fue volver a dormir junto a él. Su calor y respiración a poca distancia de mi ente me tranquilizaba demasiado, envolviéndome como una abrigadora cobija en invierno; ni siquiera necesitaba tocarme para sumergirme en la suave miel. Sé que en nuestra adolescencia era él quien se la pasaba contemplándome en las noches, pero últimamente los papeles se habían invertido: Ahora era yo la que a veces se levantaba en medio de la madrugada y lo observaba dormir como ángel.

El segundo libro de mi saga se estrenó un mes después de mi cumpleaños, lo que me hizo sentir mucha euforia al grado que mis dientes me dolieron por apretarlos tanto. Sólo necesité unas cuantas semanas de descanso para comenzar a escribir la tercera parte que, como saben, titulé La Reina de Hierro. Mi trabajo se dividía en leer manuscritos y escribir mis historias. Sin embargo, tenía que hacerme espacios para las comidas y el ejercicio físico, que también me ayudaban a pensar en los siguientes movimientos de mis personajes. 

Todos los lunes, sin falta, comía con Doretta; realmente me ayudaba a desahogarme de lo ocurrido el fin de semana sin que alguien lo analizara, como me pasaba en terapia. A veces nos quejábamos mucho de nuestros novios, pero cayendo en la gracia.

Por otro lado, Peter y yo acordamos que los viernes sería nuestra noche de pareja. En algunas ocasiones, estábamos tan cansados, que no hacíamos nada; sin embargo, otras veces sí nos lucíamos con nuestros planes.

Finalmente, algunos sábados veía a mis hermanas. La mayoría de las veces comíamos en la casa de Lorraine, y Sabrina intentaba desesperadamente llamar la atención de sus tías. La mejor para jugar con ella era Jennifer; resultaba increíble que, aunque pasara el tiempo, ella pudiera seguir hincada, pintando con Sab. Mientras tanto, Lorraine descansaba viendo la televisión, y Jane y yo charlábamos durante horas. Por suerte, cada vez que veían a Jack, tenían la decencia de no invitarme. Sé que habían pasado años desde que nuestra relación había muerto, pero la verdad no me causaba pesar no hablarle. Digo, jamás se había disculpado por culparme de todo, además, había publicado dos libros más después de una mala racha y nunca se había dignado en aparecer durante las presentaciones; pero eso sí, no se perdía las funciones de Jennifer y Jane cada vez que venía a la ciudad, y le presumía a todos que su primogénita era una abogada. Parecía que nunca había tenido una hija llamada Emily, así que, de esta forma, todo era más sencillo para mí. Ya no lo necesitaba; y cuando sí fue imprescindible su presencia, nunca estuvo, por lo que ahora nada importaba.

¿Qué más les puedo contar? Era cansadamente minucioso, pero amaba mi trabajo. A veces todavía tenía pesadillas con el hospital, Geneviève y la Serpiente, sin embargo, me calmaba despertar y ver a Peter durmiendo junto a mí, recordándome qué era real. Su calor me adormecía otra vez hasta perderme. También había ocasiones en las que me costaba levantarme de la cama porque el pasado me alcanzaba otra vez, no obstante, llorar en los brazos de mi novio o las llamadas de Doretta me revivían sin cuestionar. Al principio, Pia y Sarisha me tenían que repetir decenas de veces que jamás regresaría al pozo, pero, poco a poco, se redujo su reiteración porque yo empecé a creérmelo.

En cuanto a Peter y a mí, mentiría si digo que todo era como en nuestra adolescencia porque jamás volvió a ser así. Ya no me sentía a punto de desvanecer cada vez que lo veía ni me fallaba la respiración, de hecho, a veces me daban ganas de gritarle. Sin embargo, por primera vez en nuestra historia estaba segura de que amaba completamente a su versión real, no a una que mi mente había idealizado. Odiaba cuando se acababa las semillas de girasol y no me avisaba para comprar más; odiaba que dejara su laptop por todos lados; pero lo que más detestaba era que en la noche se le diera por enrollarse en las cobijas, dejándome destapada. Mientras tanto, a él le enloquecía que yo siempre quisiera acomodar las almohadas de la cama de cierta manera, que me empeñara en lavar los sartenes justo antes de comer aún cuando ambos estábamos hambrientos y, ay, cómo detestaba cuando dejaba todo el pasillo mojado después de bañarme. Por lo tanto, claro que había gritos y peleas, pero, aun así, él nunca dejó de ser el primero en leer cual fuera el nuevo capítulo de mis historias, y yo jamás dejé de escucharlo cuando me compartía entusiasmado lo que había leído en un artículo científico. Así fue nuestra vida por un año y medio..., hasta que decidimos tener a Cassie. 

Nunca lo olvidaré, era viernes en la noche y estábamos preparándonos para dormir. Él se ponía la pijama y yo destendía la cama cuando le conté.

—El manuscrito que empecé a leer hoy me está encantando.

—¿Ah, sí? —dijo, guardando su ropa— ¿De qué trata? —preguntó, mirándome.

—La historia es de un chico con Asperger, pero todo es contado desde la perspectiva de su madre —alzó las cejas—. Me puso a pensar... Algunas partes son muy difíciles y dolorosas, pero, aun así, me dan ciertos... celos el amor que siente la narradora por el chico: Es tan puro..., tan desinteresado; me llama la atención. ¿Tú crees que tus padres te aman tan desinteresadamente, que no esperan nada a cambio? —solté la pregunta, metiéndome en la cama.

—No tengo idea —contestó, apagando la luz del cuarto. Sin embargo, el alumbrado de la mesita de noche se quedó prendida, así que pude observar claramente cuando se acostó junto a mí—, pero meterme en medio de sus peleas cuando era niño no suena muy puro.

Sonreí tristemente.

—Yo diría que mi mamá sí me amó desinteresadamente, pero algo me dice que, si no hubiera muerto, se habría comportado igual que Jack, así que no confío mucho en ella.

Su ceño se frunció ligeramente.

—Intentaré ser mejor —finalicé de golpe y con miedo.

Hace dos años que habíamos hablado del tema, ¿qué tal si había cambiado de opinión? Suspiró y giró para mirar el techo.

—Ojalá que confíe en mí —comentó nostálgico—. Desde los doce, dejé de contarle cosas a mis padres; nunca parecían estar escuchando. Espero que yo siempre parezca disponible para lo que necesite...

También volteé hacia el techo.

—Hace dos años dijiste que querías que se llamara Cassandra.

De reojo pude ver que sonrió, el corazón se me calentó. Peter me miró con suavidad.

—Sí, pero sólo es una propuesta...

—No, no, me encanta —comenté—. Creo que llegó la hora, no me gustaría que fuera adolescente y ya no tener energía para ella. Quiero ser mamá, Peter.

Su vulnerable mirada verdosa me cosquilleó la sien.

—Está bien, seremos padres —contestó—, pero con una condición —me helé—: que nos casemos.

Lo observé extrañada a punto de reírme.

—No me vayas a decir ahora que eres así de anticuado porque te juro que hoy duermo en el sofá —refuté.

Él sonrió, reprimiendo sus carcajadas.

—No es eso —explicó—, quiero que nuestra familia esté protegida... por la ley.

Me hundí más en la almohada. Tenía razón. Incluso si alguno de nosotros terminaba en el hospital por una emergencia, no nos dejarían saber del otro porque no éramos pareja ante la ley. De repente me empecé a reír.

—¿Qué? —cuestionó, sonriendo.

—Cuando teníamos quince años, juraba que nos casaríamos por nuestro irrompible amor, no por proteger a nuestra familia.

—Yo también —contestó sin dejar de sonreír—, pero ahora se me hace tan inútil —sus ojos me veían desde abajo—: No necesito a un centenar de personas para decirte que te amo y quiero vivir contigo hasta hacernos viejos —me dolía el corazón de alegría—, no importa que siempre me recuerdes lo mucho que odias el color de toallas que compré.

—¡Es que son horribles! —exclamé, moviendo las manos.

—¿Ya ves?, no me importa; aun así, quiero quedarme aquí —dijo, acurrucándose más.

Sonreí con dulzura.

—Yo también, cariño —dije, acariciando su cabello—. Además, la idea de una ceremonia me parece nauseabunda: anillos, tú sabes que no me gusta usar anillos; utilizar un incómodo vestido; que Jack me deje en el altar... Ay, no.

—Haremos esto —propuso—: Nada de padres, sólo invitaremos a Harry, Nicolle, tus hermanas y a nuestros amigos de la secundaria mas Doretta.

Sí, mi abuelo y su madre no entenderían por qué lo hacíamos de una forma tan inapropiada.

—Usaré el vestido rojo que me encanta —añadí— y le pediremos a Evelyn que dirija la ceremonia. Diremos nuestros votos en privacía, así que sólo firmaremos el papel ante los demás y eso será todo —concluí con emoción.

—Hecho —contestó—, y Dylan y Jade me acompañarán hasta al llegar al sitio donde esté Evelyn.

Qué bello. Mis ojos comenzaron a llenarse de agua.

—Y Doretta y Edwin me acompañarán a mí —musité, concretando la idea.

En el frío del 21 de septiembre del 2018 fue que hicimos todos esos planes para asegurarnos de que, cuando llegaras al mundo, siempre estuvieras protegida.


El primer recuerdo que tengo de ese sábado, 8 de diciembre es la nieve cayendo en el pequeño jardín de mi adolescencia. Había menos de veinte asientos distribuidos equitativamente en el lugar y las luces navideñas adornaban cálidamente la escena. A pesar del tremendo frío, estaba decidida a salir de la casa con mi vestido rojo escarlata; aunque claro, un abrigo y mis pantalones debajo del vestido me harían compañía para no congelarme.

Los invitados tomaron asiento cuando Dylan reprodujo la marcha nupcial que se hizo escuchar por una gran bocina. Intenté no reírme, ya que esto había sido insistencia de Jade; al final, Peter y yo aceptamos porque creímos que sería divertido. Evelyn se acomodó al final del jardín que ahora era de Jennifer y mi cuñado, pero que nos habían prestado con gusto cuando les dijimos que nos casaríamos en una ceremonia muy pequeña.

En fin, ante la música, me coloqué frente a la puerta corrediza, y Edwin y Doretta tomaron mis brazos para escoltarme; mi amiga estaba a mi derecha y Edwin se había puesto a mi izquierda. Sin embargo, Jade interrumpió el momento aclarándose la garganta para llamar nuestra atención. Mi amiga pelirroja llevaba tres meses de embarazo, así que el bulto en su vientre apenas se notaba en su vestido holgado.

—El novio debe esperar a la novia en el altar, así que nosotros vamos primero —comentó, señalando a Dylan y Peter, que intentaban acomodar la flor roja en el saco de mi novio.

Doretta no pudo evitar reírse, yo contuve mis carcajeos y Edwin intervino.

—Por favor, Jade, ni siquiera hay altar —comentó mi amigo con el ceño fruncido.

No pude evitar imaginarme que, aunque no hubieran sido infieles entre ellos, tarde o temprano habrían terminado: Jade solía aferrarse a las tradiciones y Edwin ni siquiera quería casarse.

—Hmm, le daré la razón esta vez —declaré, pensándolo bien—, pero sólo porque quiero ser el centro de atención.

Mis amigos no protestaron, sino que dejaron que Jade se pusiera delante de nosotros. Después Dylan y Peter la alcanzaron, ajenos a lo que había ocurrido por estar acomodando el saco de mi novio. Peter se sujetó de ellos, quienes eran sus inseparables amigos desde los doce años. Contuve las lágrimas cuando Dylan lo abrazó y Jade besó su mejilla segundos antes de que salieran a la nieve. Harry aplaudió cuando su hermano pasó junto a él y yo lancé unas risitas. Al llegar hasta Evelyn, la pelirroja y el rubio volvieron a abrazarlo y se sentaron en las sillas reservadas para ellos. De inmediato pude notar que mi carne parecía de gallina y los dientes estuvieron a punto castañearme, incluso un escalofrío recorrió toda mi espalda; el frío lo empeoraba todo.

—Tranquila, estamos aquí —murmuró Doretta, mirándome con dulzura. Yo la observé pálida como un fantasma—. Todo saldrá bien.

Intenté sonreírle, pero el nerviosismo me estaba controlando. Con su ayuda pude moverme de lugar y salir al jardín. Tragué saliva, mi vista se sentía débil. No pude observar a otra persona que no fuera a Peter al final del camino. En un principio fue difícil andar, pero, al final, prácticamente flotaba. Antes de soltarme, Doretta y Edwin me abrazaron al mismo tiempo, protegiéndome del frío. Cuando los dejé ir, ambos estaban conteniéndose para no llorar. Después tomé la mano de Peter con una sonrisa. Evelyn también sonreía frente a nosotros.

—Buenas tardes —empezó la rubia mientras Peter y yo tomábamos asiento en el banco sin separar nuestros dedos—. Me siento muy honrada de que Emily y Peter me hayan elegido para oficiar esta ceremonia tan peculiar —mi cuerpo no dejaba de vibrar, me había hipnotizado la imagen de Evelyn—. Hoy, mis dos mejores amigos, firmarán un papel que los volverá legalmente esposos; pero bueno, todos aquí sabemos que han sido una pareja colosal desde hace una década —las risitas se escucharon detrás, yo sólo temblaba—. Sin embargo, para hacerlo oficial, invito a los novios a que se pongan de pie y firmen el documento que tengo frente a mí.

Peter y yo hicimos caso, y nos acercamos a la mesa. Primero él tomó el bolígrafo y firmó donde Evelyn le indicó que lo hiciera. Después me entregó la pluma y yo, sin pensarlo, la tomé e hice lo mismo. La firma me salió sólida, confirmando que sólo temblaba por el frío. Dejé el bolígrafo a un lado y me coloqué junto a mi novio..., esposo.

—¡Felicidades! —exclamó Evelyn, alzando las cejas con picardía—, ya están casados.

Los invitados vitorearon a nuestras espaldas y yo busqué la mano de Peter, dándome cuenta de que él también buscaba la mía. Al encontrarnos, las entrelazamos muy fuertemente. Legalmente, ya éramos una familia.

—Ahora —prosiguió mi amiga—, la persona que lo deseé podrá pasar al frente y decir algunas palabras para los recién casados.

Peter y yo nos sentamos otra vez en el banco, nuestras piernas se rozaban y nuestros dedos unidos se encontraban en medio de nosotros.

La primera persona en presentarse fue Dylan. Mi estómago entero vaciló, deseando escuchar lo que diría.

—Hola, hola —empezó—, por suerte este jardín es pequeño y podemos escucharnos sin un micrófono —sonreí—. En fin, preparé un discurso para este momento que llevo esperando por mucho, pero mucho tiempo —comentó, haciendo énfasis en el pero. Algunas personas se rieron—. Conocí a Peter cuando teníamos doce años y realmente fue sensacional porque toda la vida sólo había podido entablar una verdadera amistad con una chica, así que, para el Dylan puberto resultó fascinante tener un amigo real —de reojo pude ver cómo mi esposo sonrió, yo también hice lo mismo—. Pero de repente fuimos adolescentes y los amores aparecieron. Recuerdo que en nuestro primer día de clases del 2004, Peter llegó conmigo y me platicó emocionado que había conocido a una muchacha —la vista se me nubló—; yo le pregunté: ¿Pudiste conversar con ella?, fue muy decepcionante cuando me dijo que no —sonreí hasta que las mejillas me dolieron—. Sin saberlo, damas y caballeros, la historia de amor más complicada de todos los tiempos había comenzado —esta vez, Peter y yo no pudimos evitar reírnos—; incluso supera a Jade y Edwin —las carcajadas se intensificaron—, y eso ya es decir mucho —hizo una pausa—. Claramente, las personas que se están casando hoy no son los niños de catorce años que conocí, no; porque lo mejor de Peter y Emily es que siempre se encuentran el uno al otro: Pasa algo que los hace cambiar, así que se ven obligados a volverse a conocer y consiguen enamorarse otra vez —señaló, encogiéndose de hombros—. Así que eso les deseo a mis mejores amigos en su vida como pareja: Crezcan como personas, cambien porque eso es parte de la vida, pero siempre permitan conocerse otra vez. Muchas felicidades, querida Anderson y querido Bennet —concluyó, regresándose a su asiento. 

Yo aplaudí de inmediato al igual que mi esposo y algunos invitados. Luego, cuando Doretta se puso frente a nosotros, me apaniqué. Sabía que no podría salir de esto sin chillar.

—Bueno, es mi turno —proclamó—. Yo conocí a Emily a los once años; acababa de mudarme de otra ciudad, así que estaba muy nerviosa por convivir con gente nueva. La escuela siempre es difícil, pero resulta peor cuando es tan pequeña como lo era la nuestra. A veces parecía una jungla, por lo que agradezco mucho el haber encontrado a mi amiga. Desde el primer instante que la vi, me transmitió una confianza irrefutable; así que no dudé en pegarme a ella para jamás dejarla ir —algunos se rieron—. Nos hicimos amigas en un momento muy difícil: Recuerdo cuando me contaba lo mucho que le costaba salir de la cama —un nudo se instaló en mi garganta. La primera lágrima se escurrió por mi pómulo y mi esposo me dio un apretón de manos para recordarme que estaba junto a mí—, cómo a veces tenía esa mirada melancólica que parecía estar llena de dolor, cómo odiaba su casa, cómo le costaba trabajo confiar en las personas... Sabía que su madre ya no estaba y que su padre siempre se encontraba lejos emocionalmente, así que intentaba hacerla sentir mejor dentro de mis posibilidades —mi llanto no podía detenerse. Amaba mucho a Doretta—. Ella me daba todo, ¿saben?, seguridad, amor y una verdadera amistad. Por lo tanto, me deprimí bastante cuando se fue. Los correos electrónicos ayudaron un poco, pero ya no era lo mismo —me miró fijamente con nostalgia—. Sin embargo, nunca olvidaré cuando me contó sobre el muchacho de los ojos verdes —sonrió y yo hice lo mismo—. Oh, Doretta, ¿qué debo hacer? Me gusta, pero no sé si decirle —me imitó tan bien que no pude evitar reírme—. A esa edad, sólo podemos relacionarnos desde lo que pensamos qué es el amor —su discurso se tornó serio—; a diferencia de la mayoría, yo no pude ver cómo Peter y Emily se enamoraron la primera vez, pero sí vi qué pasó en la última: Meses antes, mi amiga había salido del infierno en el que su mente y las personas la habían aprisionado, consiguiendo la libertad. Su ejemplo y fuerza me inspiraron a dejar una relación que, tarde o temprano, habría acabado conmigo —mi corazón se partió al ver cómo las lágrimas acariciaban sus mejillas—. Así que, esta nueva Emily, más sabia y más fuerte, se relacionó de una forma más sana con Peter; dejando de lado todo lo que los había hecho fracasar en el pasado —hizo una pausa—. Admito que, lo que más me encanta de su pareja, es que no conviven desde este ideal del amor que las canciones y las películas quieren implantarnos forzosamente; sino que ellos han encontrado una forma realista de conectar. Eso merece muchos aplausos, y por eso insisto en que este día debemos celebrar el amor entre Peter y Emily, que rompió barreras. Gracias. 

Aplaudí fuertemente, dejando que el frío secara mis lágrimas. El estallido detrás mío había dejado en claro la belleza de sus palabras. De verdad que amaba a esta mujer.

—¿Les parece si continuamos adentro para no congelarnos? —propuso la moduladora Evelyn.

Todos le hicimos caso. David y Jennifer habían puesto otra vez la mesa que habían usado hace años para la fiesta de su compromiso, por lo que se sirvieron bebidas y los discursos continuaron. La siguiente fue Nicolle, que habló tiernamente del día que Peter y yo nos conocimos. Después fue Lorraine, que recordó cómo ella se volvió mi secuaz en esta casa para evitar que Jack se enterara de mi noviazgo con mi actual esposo. Posteriormente, tomó la palabra Jade, que contó cómo ella sospechaba que Peter sentía algo por mí en los primeros meses que convivimos en la escuela. Jane admiró mi coraje y Harry hizo lo mismo con su hermano, agradeciéndole por protegerlo siempre. Sin embargo, las palabras que me acaloraron las mejillas por completo fueron las de Edwin; él había sido mi confidente número uno en mi relación adolescente con Peter, así que se imaginarán todo lo que dijo.

Finalmente, hubo una pequeña comida, algo de música y eso fue todo. Yo lloré en los brazos de Doretta un rato por su discurso y bailé con mi esposo muchas canciones, a veces incluyendo a mi sobrina. Durante las charlas en la mesa, me enteré de que Jennifer y David estaban en proceso de adoptar un bebé; lo que casi provocó mi desmayo. Iba a ser tía por segunda vez y eso me hizo sentir más feliz que nunca.

Al anochecer, mi esposo y yo ya estábamos de vuelta en casa, preparándonos para dormir. No obstante, habíamos acordado hacer algo antes.

—¿Estás listo? —le pregunté a Peter, acostándome en la cama.

—Sí —contestó, imitándome.

Las cobijas nos tapaban mientras nos veíamos directamente a los ojos, entrelazando las manos por debajo de las mantas. Sentía el calor de su respiración en mi nariz, llena de vino.

—Me gustaría empezar —comenté—, no quiero que tus palabras opaquen las mías.

—Pero tú eres la escritora —refutó divertido.

—Sí, pero tú siempre eres muy bohemio con estas cosas —contraataqué.

Él sonrió. Mi estómago comenzó a hormiguear.

—Pues adelante: Comienza, esposa mía —me pidió, haciéndome brillar por lo de esposa mía

El abdomen me seguía doliendo, pero eso no me detuvo. Me aclaré la garganta para iniciar.

—Peter, mi amor: Tú sabes que fuiste la primera persona de la que me enamoré —mi esposo sonrió con ternura, sus manos estaban calientes—. Tuve suerte porque, gracias a ti, desde el primer momento mis expectativas se mantuvieron elevadas. Me enseñaste cómo es el amor verdadero y has sido mi compañero incondicional a lo largo de los años. Soportaste malentendidos, dramas, distancia, locura y nuevos amores, siempre tratando de ser leal y dulce conmigo. Me diste espacio para sanar y me amaste hasta el final, incluso cuando yo no podía amarme a mí misma. Viste la luz que yo no podía ver —mis ojos se inundaron—, hasta que las cosas se tornaron oscuras y tuve que sobrevivir. Gracias por eso, corazón. Me emociona mucho que tengamos el resto de nuestras vidas para decirnos cuánto nos queremos a pesar de los malos ratos. Después de lo que hemos vivido, estoy más que segura de que no hay ningún mal lo suficientemente grande para separarnos —finalicé, conteniéndome.

Su cálida mano me acarició la mejilla y yo la besé. Luego me acerqué más para plantarle un ósculo en la frente.

—Ahora es mi turno —musitó. Pude notar su nerviosismo de inmediato—. Em —a la fecha, él era el único que me llamaba así, por lo que era nuestra marca personal; el corazón se me calentó—: Crecimos juntos y en el camino nos pasaron cosas terribles, pero ambos logramos salir de la muerte en múltiples ocasiones; a veces como equipo, y en otras, solos. Al final siempre logré encontrarte otra vez, entre la gente, en una tienda de música —sonreí de oreja a oreja— o en un puesto de souvenirs... Da igual porque el resultado es el mismo: Yo cayendo por ti. Te amo, Emily. Amo a nuestra familia. 

Fueron pocas palabras, pero al final eso no fue esencial. Lo importante sería nuestro nuevo lenguaje de amor y la devoción por Cassie, que nos probó lo fuerte que era nuestro equipo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro