EPÍLOGO: LARGA VIDA

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Año 2066


—... y ese es el fin —anuncio apaciblemente.

De repente, sus rostros comienzan a fruncirse..., explotando.

—¿Cómo que es el fin? —reclama Anabella— Voy a llorar —anuncia, desvaneciéndose en el hombro de su hermano.

Los cuatro tienen los ojos rojos por tanto chillar, seguramente yo estoy igual.

—Ay, mamá —comenta Cassandra—, ¿por qué nunca me habías contado esta parte? —se queja, limpiándose las lágrimas— ¿Recuerdas qué noche fue cuando sentiste esa paz? Porque para mí fue hasta mi cumpleaños dieciocho.

Recuerdo ese cumpleaños: Sus amigos y la familia en mi casa, riendo y bailando. Doretta y Edwin con una caja enorme para la cumpleañera, y Evelyn y Dylan haciendo una videollamada desde el Caribe, prometiéndole que le comprarían un mejor regalo que mis amigos.

—No recuerdo exactamente la fecha, pero fue casi después de esa fiesta de cumpleaños —aseguro.

—Qué bella historia —musita Daniel, llorando otra vez.

—Gracias por contarnos, abuela —admite mi nieta sin despegarse de su hermano.

—Sí, muchas gracias. Me habría encantado conocer al abuelo —agrega James, llenándose de lágrimas.

Sonrío, dándome cuenta que el nerviosismo en mi estómago aún no desaparece. Supongo que suma puntos que por fin haya podido contar toda la verdad.

—Hola —dice el médico, entrando al cuarto. Casi me rio cuando su humor se turbia por nuestros ojos llorosos—. Vengo a valorar a Emily —explica extrañado.

—No se preocupe, doctor —comento—; el paso de los años nos aplastó un poco, pero estamos bien.

El médico asiente con rareza, acercándose a mi cama. Yo solo puedo pensar en cuánto deseo salir ya de este hospital, se me ha ocurrido una gran idea.


Cuando llego al que ha sido mi hogar por más de cincuenta años, no puedo pasar por alto cómo estallan las notificaciones del grupo familiar, están felices de que haya salido del hospital. Hicimos ese chat cuando mi papá cumplió noventa y, ahora, a pesar de que han pasado años desde su muerte, el grupo aún sigue activo con la fotografía de las cuatro Anderson junto a él en su celebración.

En cuanto a la caída que me llevó a Urgencias: A partir de hoy tendré que pensar dos veces cuando me suba a la escalera metálica para verificar qué tan maduras están las manzanas de mi jardín.

Sin embargo, decido dejar de preocuparme y me siento frente a mi ordenador, buscando el número de mis mejores amigos. En medio del camino sonrío al ver el mensaje de Jade en el otro chat grupal, diciendo que nuestra siguiente reunión debe ser pronto. Después contestaré, ahora tengo que hablar con los padrinos de mi hija. Al tercer timbre, Edwin contesta. 

—¿Cómo estás, Emily? ¿Todo salió bien? —pregunta amablemente.

—Por suerte sí, pero ahora les llamo porque se me ha ocurrido una idea genial y quiero ver qué les parece —platico nerviosa por lo que se está cocinando en mi mente.

—Dinos, ya estás en altavoz —anuncia y puedo escuchar la respiración de Doretta también.

—¡Hola, Emily! —se anuncia mi amiga.

—Hola... Escuchen esto: Hoy le conté, por primera vez, la historia con sus tres partes a mis nietos —ellos comienzan a emocionarse, pero los corto de inmediato para concretar la oración—, y me di cuenta de que por fin estoy lista para escribir sobre mi vida. Obviamente, en cada historia que he creado siempre pongo algo de mí —explico—, pero ahora me gustaría expresar crudamente todo lo que sucedió. Pensaba que podrían ser tres libros...

—¡Adelante! —exclamaron los dos al unísono.

—¿En serio creen que es buena idea? —les pregunto dudosa.

He escrito historias de vida; acerca de reinas, brujas y dioses; extraterrestres y más; pero jamás he hecho algo parecido.

—¡Claro! —declara Edwin.

—Así dejarás descansar a esas historias que les has contado a Cassie y Daniel por años, y ahora a tus nietos —apunta Doretta.

Tiene razón. Tal vez si vuelvo a estar una última vez en ese sillón frente a la chimenea, todo se acomode de forma diferente. Además, así podré regresar cuando lo deseé..., así las otras personas tendrán una parte de mí cuando ya no esté.

—Está bien, lo comenzaré hoy y les mandaré los primeros capítulos cuando estén listos —les anuncio.

—¡Estupendo! —exclama Doretta.

—Hasta entonces —se despide Edwin.

—Nos vemos —digo, colgando.

De inmediato tomo la libreta que tengo en mi escritorio para empezar a desarrollar la historia. Serán tres partes: La adolescencia, el psiquiátrico y mi vida adulta.

—¿Será prudente ponerles nombre ahora? —le pregunto a la nada.

Sin pensarlo mucho, en la parte superior escribo Nombres provisionales y, de la nada, me quedo en blanco... Poco a poco, el amarillo acompañado del rosa comienzan a surgir, hay explosiones de color, lo veo a él por primera vez, hay dramas y todo lo vivo a flor de piel: En la profundidad del idilio, anoto. Después viene lo grisáceo, la oscuridad, las camas del hospital, la confusión, la veo a ella sonreír y escribo El desgarro del alma. Finalmente, de forma más tardada llega el morado y el azul, envolviéndome con su calidez y frialdad; hay amores; dolor que te consume lentamente hasta los huesos; lamentos llenos de violencia; una boda; Cassandra corriendo en la pradera; yo en la azotea de mi antiguo edificio; bailes de exalumnos; el jardín de Jade esa noche de octubre; y de inmediato sé que es Luz entre las sombras. Antes de prender la computadora e iniciar esta vieja travesía, sonrío: A Peter le habría encantado esta trilogía.


FIN.

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