CAPÍTULO 43: EN PAZ

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Sarah, Amanda, Geneviève y Peter, repetía mi cabeza como una grabadora descompuesta, Sarah, Amanda, Geneviève y Peter. Entonces abrí los ojos. Ella estaba de pie frente a mi cama, viéndome con una sonrisa llena de soberbia. El aspecto fantasmal se había ido y también los ojos amarillos, ahora simplemente era una mujer con una mirada oscura. Me senté en la cama matrimonial que, a partir de hoy, estaría vacía.

—Esperaba verte —le confesé.

Me encontraba nerviosa por hablarle, pero para nada estaba atemorizada como me había ocurrido en el pasado. La Serpiente se rio.

—Bueno, cariño, ahora sólo podrá ser en tus sueños más profundos: Desde que Sophie está eternamente dormida en tu pecho, ya no puedo aparecer en tu realidad —explicó, y eso me alivió bastante.

Tenía todo bajo control y, aun así, el temblor con epicentro en mi abdomen no desaparecía.

—Él está muerto —pronuncié y el cuarto entero vaciló. Los ojos se me llenaron de lágrimas, recordando el dolor que mi cuerpo estaba padeciendo—, ¿tú tuviste algo que ver en esto? ¿Eres feliz ahora? —la llené de preguntas, buscando un culpable.

La Serpiente se carcajeó.

—Claro que no estuve involucrada, Emily —comentó con una tranquilidad angustiante—. Después de que me venciste, has tenido tus momentos lúgubres porque así es la vida, pero eso no significa que yo estuviera detrás de todo —hizo una pausa—. Yo no tengo la culpa de que te quedaras viuda —ratificó con firmeza— y tampoco tú, lamentablemente. La responsabilidad recae sobre ese conductor ebrio.

Fruncí el ceño, no la reconocía. Ella siempre se había encargado de hacerme miserable, ¿por qué ahora me hablaba como si fuera una vieja amiga?

—¿No te has dado cuenta, cariño? —cuestionó— Todo este tiempo te acribillé muertes de las que no tuviste la culpa. Tú me lo permitiste con tanta facilidad porque eras experta en volcar el enojo para los demás en contra tuya —entonces empezó a lanzarme piedras— ¿Por qué flagelarte tantos años por la muerte de tu madre si podrías haberte enfurecido con la empresa que fabricó los tanques? ¿Por qué lastimarte con la muerte de la niña en lugar de llenarte de ira contra los adultos que estuvieron a tu alrededor en ese momento y que, se supone, debían velar por tu bienestar? ¿Por qué culparte por el suicidio de Geneviève en lugar de enojarte con el sistema del mundo, que tienen tan estigmatizada a la salud mental y por eso no hay personal capacitado y suficiente para atender a los pacientes como es debido? El enojo es parte del duelo, pero, por favor, basta de convertirlo en navajas para ti. Tú no tienes la culpa y jamás la tuviste, sólo que me dejaste jugar tanto con tu mente que te convencí de lo contrario. Sin embargo, me venciste. Ahora, por favor, no vuelvas a nuestro antiguo juego.

El dolor era indescriptible: de mi pecho a mis ojos lacrimosos.

—Es que no entiendo qué pasó —sollocé—, estoy muy confundida.

Me hice un ovillo, apretándome el torso para intentar detener al sufrimiento.

—Sucedieron muchas cosas, Emily: irresponsabilidad, masculinidad tóxica, estigma a las adicciones, falta de apoyo a la salud mental y otras cosas que jamás sabremos. Pero de nada tienes la culpa.

Me perdí un momento, viendo hacia otro lado. Mi mente apenas podía procesar lo que estaba diciendo.

—¿Cómo sigo respirando después de esto? —musité hacia la nada, exhausta por la situación.

—Vive el dolor —su respuesta me hizo regresar a sus ojos—, dale tiempo y busca ayuda si hace falta. Algún día te darás cuenta que has llegado a la paz.

Aferrarme a eso era mi única esperanza.

—Es mejor hablar contigo que pelear todo el tiempo —comenté con reservas.

Ella se rio sin maldad alguna.

—Sí —agregó—, siempre es mejor cuando escuchas lo que la oscuridad está tratando de decirte en vez de huir de ella.

El mensaje era claro: Me tuvo que doler hasta el infierno para entender que no era mi culpa.


Desperté de golpe, alterándome un poco y consiguiendo que Cassandra también abriera los ojos. Había transcurrido un mes desde el funeral y, cada que ella no se sentía bien para pasar la noche sola, venía a quedarse a mi cama.

—¿Estás bien? —susurró, seguramente viendo la alteración en mis ojos.

Entonces supe cuál era la clave: ser vulnerable ante ella, mostrarme como humana y no una inalcanzable divinidad que no sentía nada.

—¿Recuerdas que hace un año te conté mi historia con la esquizofrenia, el bosque y mi estancia en Psiquiatría? —comencé.

Cassie parpadeó para asentir. Suspiré.

—Desde que sucedió lo de tu papá, he tenido mucho miedo de perder el control otra vez —confesé— porque realmente estoy aterrada, Cassandra. Tengo mucho miedo de equivocarme y lastimarte —empecé a llorar sin remedio—, no sé cómo lo haré sin Peter junto a mí.

—Mamá —atrapó mi cara entre sus manos—, lo estás haciendo bien —me aseguró, intentando no llorar—. Este mes ha sido muy difícil para las dos, pero en ningún momento he pensado que no cuento con tu apoyo. Nuestra red es fuerte porque tú te aseguraste que así fuera desde mucho antes que yo naciera. Estaremos bien, confío en ti.

Con esas palabras logré tranquilizarme, dándome cuenta que Cassandra no se parecía en nada a mí a su edad. Peter y yo habíamos criado a una chica fuerte, que había aprendido a confiar en las personas que la amaban como ella quería ser amada. Cassie no era quebradiza como lo fui yo ni insegura como era él, sino que intentaba aferrarse a lo que le habíamos enseñado y tener todas sus apuestas en que el dolor trascendería.

—Estoy orgullosa de ti —expresé naturalmente—, eres una súper estrella —concluí, dándole un abrazo.

Ella me correspondió con calidez, endulzándome con su aroma.

—¿Sabes?, creo que ya es tiempo de hacerlo —comenté, sobando su espalda—. ¿Estás lista?

—Creo que sí —respondió—; esta semana con mis amigos, las llamadas de mis padrinos y Sabrina, y las tiernas atenciones de Oliver y Adrien me lo confirmaron.

—Tus primos pueden llegar a ser muy dulces cuando quieren —agregué, viéndola y lanzando una risita.

Oliver y Adrien tenían doce años ahora, el proceso de adopción había sido muy largo, pero, al final, Jennifer y David pudieron reunir a su familia cuando los gemelos habían cumplido un año.

—Vamos —añadí sin medir el peso de mis palabras, me levanté de la cama y le ofrecí la mano.

Ella la tomó y nos encaminamos hacia el jardín, no sin antes abrigarnos y ponernos zapatos. En el patio, debajo del árbol, estaba el jarrón con lo que quedaba de él. Este primer mes no habíamos tenido fuerza para terminar el ritual luctuoso, pero ahora ya estábamos listas. Cassandra fue por la urna y la trajo hasta mí. Me dieron escalofríos, no podía creer que las cenizas de mi esposo estarían para siempre en los árboles del que siempre sería nuestro hogar. Las lágrimas amenazaron con brotar otra vez.

—¿Quieres comenzar tú o voy yo primero? —le pregunté a mi hija en el silencio de la ciudad.

—¿Puedes ir primero, mamá? —musitó, comenzando a llorar— Aún no sé muy bien qué quiero decirle.

Asentí y recibí el jarrón entre mis manos. Respiré hondo y conecté hasta el centro para que las palabras salieran por sí solas.

—Mi amor: Aquí estamos Cassie y yo en la madrugada, rogando que puedas escucharnos —las lágrimas calientes comenzaron a salir como si se trataran de cascadas—. Estaremos bien —hice una pausa, viendo a mi hija, que esbozó una triste sonrisa—, solamente que me duele mucho que ya no la verás crecer. Cassandra fue nuestro sueño por mucho tiempo, así que sí lastima demasiado que te hayas ido de forma tan repentina. Te amo muchísimo, corazón —gimoteé, quedándome sin aire—. Gracias por siempre luchar por nosotros y proteger a nuestra familia. En este mes ha habido noches en las que he deseado volver y vivirlo todo de nuevo solo para verte una vez más, pero tenemos que seguir. Este no es un adiós porque no deseo que me abandones, sino que tendré que aprender a encontrarte una última vez. Incluso ahora, te veo en nuestra hija cuando sonríe, te siento más cerca que nunca cuando converso con Dylan o Jade, te escucho cuando oigo a tu madre o a tu hermano... Ninguno de nosotros sabe muy bien cómo seguir, pero lo averiguaremos porque sé que tú lo habrías querido así. Ahora me aferro a la esperanza, Peter. La misma dulce amiga que te trajo a mí tantas veces en el pasado, la misma que me hizo resistir en esos días oscuros cuando no tenía razones para levantarme de la cama y la que me dio fuerzas para sanar. Seguiré aquí, viviendo y tratando de ser feliz aunque nunca volvamos a coincidir.

Con mis frágiles manos abrí la tapa de la urna y esparcí la mitad de las cenizas alrededor de pasto, viendo cómo volaban con el viento. Después me sentí más tranquila y le entregué el jarrón a mi hija.

—Hola, papá —comenzó ella, observando cómo el aire se encargaba de llevar el polvo por todo el jardín—. Mamá me dejó destruida con su discurso —comentó, intentando no reírse; yo sonreí—, así que intentaré dar mi mejor esfuerzo: Te amo, siempre te amaré. Conforme fui creciendo, empecé a notar ciertas cosas, como lo mucho que mi mamá y tú se esforzaron por protegerme de las cosas de las que que nadie los protegió a ustedes —hizo una pausa—, eso es lindo y lo valoro mucho. Este mes me he dado cuenta que no quiero seguir creciendo sin que tú estés aquí porque ¿qué va a ser de mí? —apreté los párpados y comencé a llorar— Sin embargo, luego veo a mamá y me calmo: Estaré bien bajo su ala. Después viene mi tío Dylan y mi tía Evelyn, y estoy más tranquila porque sé que, al igual que mi mamá, ellos me levantarán cuando me caiga —agachó la cabeza, mirando el suelo—. Luego —musitó—, cuando Doretta y Edwin me abrazan, siento que tú jamás te fuiste. Toda esa gente, mi familia y mis amigos, van a protegerme. Si soy sincera, desde que entré a la secundaria siento constantemente que me equivoco, pero es un alivio saber que los tengo a ellos; así que, quédate tranquilo: Estaré bien. Además, te aseguro que siempre regresaré a esta casa: Visitaré a mamá y te hablaré entre estos árboles de lo mucho que he aprendido y lo feliz que soy —finalmente, esparció el resto de las cenizas, dejando que estas fueran parte de la tierra por el resto de la eternidad.

Las cosas no mejoraron mucho después de eso. Fue muy difícil dormir sola en nuestra cama, aceptar la ayuda de las otras personas, cocinar la cena por mi cuenta, esperar con la casa silenciosa a que Cassandra llegara de la escuela, llorar todas las noches un mar que creía infinito, concentrarme en el trabajo, volcar el dolor en mis historias, hablar hasta el cansancio con las personas al respecto... Sin embargo, una madrugada, la esperada paz llegó.

Por supuesto que lo seguía extrañando —un amor así jamás se olvida—, no obstante, la violencia en mi cabeza se había aplacado; ahora sólo estaba su luz, mezclándose junto con la mía. Creí que lo había perdido esa noche de mayo, pero seguía aquí y lo sentía más vivo que nunca dentro de mi pecho. Peter no se había ido, jamás desaparecería: Cumplió su promesa hasta el final.

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