CAPÍTULO 42: ¿ELLA TENÍA RAZÓN?

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¿Cómo seguir después de esto? Dejé ver al futuro que siempre me había encantado soñar. Ahora todo era oscuro y no paraba de preguntarme cómo las cosas se acomodarían, cómo nuestras vidas podrían ser normales otra vez.

Nos quedamos derrotadas en el suelo mucho tiempo. A pesar de que Cassie ya se había calmado desde hace veinte minutos, no despegó su cabeza de mi hombro y yo no solté mi abrazo impetuoso. Desde que la locura había hecho estallar a las bombillas, sabía que era mi deber recuperar el control y actuar...: Aún tenía que ir al hospital, pero no podía hacerlo sola. Me negaba entrar a esa fría habitación y ver al que solía ser mi esposo destruido por los golpes.

—¡¿Qué pasó, mamá?! —había exclamado Cassandra.

—Un accidente de auto en la autopista cerca de Banbury —le había respondido con un nudo en la garganta—. Ninguno de los dos sobrevivió —concluí sin poder alejarme del punto blanco, desconectándome de lo que sentía mientras los ojos me ardían.

—El otro conductor parecía estar bajo efectos del alcohol —había dicho la mujer y mi hija enloqueció cuando le conté, destruyendo mi alma con sus gritos de desesperación.

Ahora tenía que manejar casi dos horas por el cuerpo. Pasé saliva para no vomitar, sintiendo cómo mis ojos secos me hormigueaban. No podía hacerlo sola... ¿Después qué pasaría? ¿Llamar a su madre y hermano, hablar con nuestros amigos y decirles qué? No tenía fuerzas para eso, pero, aun así, intenté darle seguridad a Cassie, fingiendo que tenía todo bajo control.

—Debo ir Banbury, corazón —musité mientras mis ojos se volvían a inundar de agua.

—¡No! —dijo, aferrándose más a mí— Mamá, no te vayas; tengo mucho miedo. ¿Qué tal si también te pasa algo a ti?

Su terror se clavó en mi garganta, haciéndome sentir impotente.

—Odio a la gente —escupió con ira—, los odio.

Su cabeza ya había encontrado a un culpable; no sabía si eso era bueno o malo, pero me alivió mucho que el enojo fuera para los demás y no para ella misma.

Sabía que debía actuar, pero la fuerza de Cassandra para que me quedara no me estaba animando en nada para levantarme y luchar, para levantarme y seguir viviendo.

—Tenemos que hablar con tus padrinos —dije de repente, recordando quiénes eran los que podían sacarme del hoyo para terminar la batalla. En mi centro, la oscuridad iba creciendo, dejándola entrar poco a poco para burlarse de mí, pero ahora no podía esperar a que sucediera, tenía que actuar hasta quedarme sola con mi pesar—, no hay tiempo que perder.

Mi mente tuvo que desconectarse de mi alma para poder levantarme del frío suelo y continuar, tomando el celular que había dejado sobre la mesa. Mis manos temblaron al agarrarlo, pero me apuré en buscar el contacto. Cuando los timbres empezaron a sonar, puse el móvil en altavoz, tomé la mano de Cassie y nos sentamos sobre el sillón. Ella volvió a recargarse en mi hombro y yo intenté que el nerviosismo de mi estómago se calmara, pero no lo logré.

—¿Hola? —respondió mi amigo.

Su voz tan despreocupada me consternó, dándome cuenta de que el peso de mis palabras estaba a punto de arruinar su noche.

—Edwin... —comencé, pero me faltó aire para continuar. El llanto amenazó con tumbarme otra vez—, necesito que vengan a mi casa —no pude continuar; era tan abrumador, que me costaba respirar—, por favor —sollocé, dejando que los chillidos salieran de nuevo.

—¿Qué pasa, Emily? —preguntó angustiado—, ¿está todo bien?

Me doblegué otra vez, perdiendo el control que me prometí tener. Sentía la mano de mi hija en mi espalda.

—¡Vengan, por favor! —supliqué— No puedo..., no puedo sola.

Oí cuando llamó a Doretta con desesperación y puso el teléfono en altavoz.

—¿Emily, qué sucede? —cuestionó mi amiga, intentando sonar tranquila, pero su ansiedad no se lo permitió.

—Él se fue —dije de golpe, sintiendo el fuerte dolor en todo mi cuerpo mientras mis lágrimas se secaban. Escuché el silencio de incomprensión del otro lado, pero no podía explicarlo—. Debo manejar hasta Banbury y no quiero dejar sola a Cassandra.

—No entendemos, Emily —comentó Doretta con inquietud—. ¿Dónde está Peter?

Me paralicé, no podía repetirlo sin que me interior se desgarrara, empapándome de sangre. El afilado cuchillo intentaba partirme por la mitad a pesar de que me había jurado que no pasaría otra vez. Ella regresó a mis pensamientos, despertándome del sueño. Conociéndola, no tardaría en aparecer para ensoberbecerse diciéndome que había tenido razón todo este tiempo.

—¿Emily? —me llamó mi amiga, pero mi cabeza no podía centrarse.

Lo supe desde que teníamos veintidós, por eso habíamos terminado... Mi mente se estaba enredando en lo irreal con mucha facilidad para dejarla entrar otra vez. Aunque claro, ella siempre supo que esto ocurriría, por eso no puso resistencia en ese jardín hace veintiún años; ella sabía que reiría al final. Su retorno empezó por quitarme el poder.

—Mi papá está muerto, madrina, otro auto chocó con el suyo en la autopista —titubeó Cassandra, sacándome de mi torbellino.

Me sentía desorientada y mis uñas se enterraban en mi piel para despertarme. He dejado que mi hija lo repita, me dije, haciéndome regresar. No podía abandonar a Cassie, no ahora que me necesitaba más que nunca. Mis oídos intentaron adecuarse, pero no lo conseguían aunque las voces de Doretta y Edwin temblaran. Los ojos me dolieron por tenerlos tan abiertos.

—¿Cariño, tu mamá está bien?, ¿por qué no contesta? —logré escuchar a mi amiga.

—No-no lo sé —tartamudeó mi hija—, nunca la había visto así. ¿Puede estar regresando...?

—Estoy bien —corté a Cassandra antes de que hiciera la pregunta.

No, no iba a regresar; yo estaba bien.

—Vamos para allá —dijo Doretta con firmeza.

Escuché los sollozos detrás, pero tenía que pedírselo.

—¿Edwin? —comencé con delicadeza.

—¿Qué pasa? —gimoteó, haciendo que me doliera hasta la raíz.

—¿Puedes hablar a la casa de Dylan y Evelyn para que vengan también? —hice una pausa, todo esto era abrumador— Sé que es injusto —admití—, pero no tengo fuerzas para decírselo a Dylan...

—No te preocupes, yo hablaré con él —afirmó, recobrando la compostura—. Llegaremos pronto, aguanten —finalizó, colgando la llamada.

Esa última oración me confirmó que Edwin sabía lo que me estaba pasando, pero no había tiempo para lidiar con eso; ahora lo esencial era sacar a mi esposo de ese cuarto frío. Me puse de pie y miré a Cassandra para repasar el plan, intentando ignorar su cara destruida.

—Edwin y Doretta me acompañaran a Banbury —le dije—, y tus tíos se quedarán contigo, ¿está bien? —acomodé así los papeles porque probablemente Dylan no tendría fuerza para viajar— ¿O quieres ir conmigo...?

—No —me cortó de inmediato, haciéndose pequeña.

Asentí con la cabeza torpemente, sintiendo un nudo ajustado en mi cuello. Si pudiera, yo tampoco iría, pensé. 

—¿Mamá, qué ocurrió hace rato?, ¿estás bien?, ¿quieres que llamemos a alguien? —interrogó.

—Estoy bien, hija, no te preocupes —le aseguré, intentando ocultar la confusión en mi mirada. Empecé a caminar, dando vueltas para calmarme—. Es asfixiante —admití y la vi a los ojos—, perdón por orillarte a decirles lo que ha ocurrido.

Ella se levantó y me dio la mano para tranquilizar mi tambaleo.

—No te preocupes, mamá —musitó.

La volví a abrazar y nos sentamos en el sofá, haciéndonos ovillo y protegiéndonos de la muerte con nuestro calor... hasta que llamaron a la puerta. Al escuchar el timbre me pareció despertar de la pesadilla. Es él, pensé, esto ha sido un mal sueño y Peter por fin ha regresado de Mánchester. Lo malo se acabó, podemos regresar a ser una familia completa. Me levanté a abrir el umbral, llorando porque fuera cierto; sin embargo, al ver a Dylan en la puerta, me derrumbé en sus brazos y chillé con estruendo. Él ya no tenía amigo y yo era viuda. El rubio lloró conmigo, desvaneciéndose sobre mí.

—Esto no es real, Emily —sollozó—; él es mi hermano, no puede estar muerto.

Me fue imposible contestar porque el llanto me ahogaba. Después el aroma de Evelyn nos invadió, ella también chillaba. Cuando logramos calmarnos, entramos a la casa; mi amiga cerró la puerta de la entrada. Doretta y Edwin abrazaban a Cassandra en el sillón, chillando. Verlos a los tres así me debilitó más.

—Haré té —anunció Evelyn y se alejó de la escena, intentando no perder el control.

Yo no pude desviar la vista de mi hija, llorando sin remedio entre sus padrinos. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo lograría que ese dolor devastante por ser huérfana a tan temprana edad no la destruyera como a mí me sucedió? ¿Cómo es que esta historia era verdad? Mi vida estuvo despedazada durante mucho tiempo cuando mi mamá murió, ¿así que cómo salvarla de aquella oscuridad? Cuando la mano de Dylan se entrelazó con la mía, me sentí reconfortada: Por lo menos no estaba sola.


Después de un tiempo, la calma se hizo presente para sobrevivir. Doretta estaba sentada en el sofá con una taza de té entre las manos, Edwin se encontraba parado junto a mí, Cassandra reposaba su cabeza en el hombro de Dylan —mientras él la abrazaba— y Evelyn acariciaba el cabello de mi hija en el sillón.

—¿Cuál es el plan? —preguntó el rubio con seriedad, rompiendo el silencio.

—Pensaba que Doretta y Edwin me acompañaran a Banbury —los dos me miraron—, no quiero ir sola —expliqué, llenándome de nerviosismo por lo que ahí me esperaba. Edwin me acarició el hombro, dándome a entender que contaba con ellos—; y ustedes pueden quedarse aquí con Cassie.

Dylan asintió.

—¿Ya le avisaste a Stella? —interrogó.

La soga azul me apretó más el estómago. Si no había tenido la fuerza para decirle a Dylan que ya no tenía amigo, menos deseaba decirle a mi suegra que ya no tenía hijo. Negué con la cabeza sin sostenerle la mirada. El rubio suspiró.

—Yo puedo llamarla —sugirió, logrando que lo observara. Él había agachado la cabeza—, y también le puedo decir a Harry.

Agradecí mucho tenerlos aquí.

—Alguien debería avisarle a Jade —comentó Cassie—, así tal vez Dan pueda venir y pasar la noche conmigo —musitó, rasguñándose las uñas—; lo necesito.

Asentí con la cabeza.

—Yo le diré —propuso Evelyn, apretando la mano de mi hija para calmarla.

—¿También puedes hablar con mis hermanas? —le pedí.

Mi voz apenas se escuchó.

—Por supuesto —contestó.

En cuestión de minutos ya estábamos en mi carro. Doretta se encargó de conducir y yo me desvanecí en el asiento del copiloto. Mi mente se quedó en blanco y mis ojos no reaccionaron ante los colores azules de la autopista, sólo los dejaba pasar. Estaba rota, mi cuerpo y mi cabeza se habían desconectado entre ellos para no morirme de dolor.

Durante una hora y media estuvimos sumergidos en un silencio de ultratumba, hasta que llegamos al hospital que me habían indicado en la llamada. Su esposo estaba inconsciente cuando lo rescataron de la autopista, me habían informado, su estado era crítico, pero lograron transportarlo en la ambulancia... Lamentablemente, a pesar de nuestros esfuerzos, falleció minutos después de llegar al hospital. Estaba completamente conmocionada para culpar alguien, lo único que sabía ahora era que no podía bajarme del carro y entrar a ese edificio luminoso.

—Vamos, Emily —dijo Doretta.

Edwin y ella ya estaban fuera del auto.

—No-no puedo —tartamudeé aterrada por lo que se encontraba allá adentro.

Ese cuerpo ya no es mi esposo. Mi amigo abrió la puerta de mi lado y me ofreció su mano. 

—No nos despegaremos de ti ni un segundo —aseguró.

Sin mirarlo, la luz casi extinta tomó su palma y me sacó del carro. Doretta aseguró el automóvil y se nos unió, tomando mi otra mano fría. Sinceramente, ellos hicieron todo el trabajo; yo solamente los seguí como fantasma. No escuché las indicaciones, no vi los pasillos ni oí el sonido de los elevadores, simplemente mis ojos se cegaron con lo blanco de las luces y mi ser flotó hacia donde mis guías me llevaron. Sin embargo, mi cuerpo reconoció cuando ya estábamos en el sótano de la morgue: oscuro como la muerte. Entonces querían que dobláramos a la derecha y entráramos en el cuarto, pero me detuve en resistencia. No podía, no quería verlo. Ese hombre en aquella mesa metálica ya no era Peter, así que no podían obligarme a mirar a la muerte a la cara mientras ella se mofaba detrás de mí con sus ojos amarillos.

—Emily, debemos entrar —comentó mi amiga con delicadeza—; tú eres la única a la que le pueden dar información.

—Díganles que lo cubran —espeté, muriendo por dentro—, no quiero verlo.

Apreté los párpados y dejé que los dos me guiaran hasta el interior del cuarto, que olía a químicos y metal para dejarme sin olfato. Doretta me apretó la mano y yo me protegí detrás del brazo de Edwin mientras ellos les pedían a los forenses que cubrieran el cadáver. Cuando me dijeron que ya era seguro abrir los ojos, lo hice lentamente mientras mi cuerpo se comprimía y temblaba por encontrarme cara a cara con el monstruo. Lo último que vi de mi esposo fue esa sábana blanca, cubriéndole desde la cabeza hasta los pies. La persona que había movido mi mundo en infinitas ocasiones ahora ya no era nada... Ni Edwin ni Doretta fueron lo suficientemente rápidos para agarrarme cuando caí de rodillas, quedándome sin vista.


Así quería recordarlo para siempre: con una sonrisa y el viento contra su cara, mirándome con aquel brillo jubiloso. Ahora sólo era cenizas en ese jarrón debajo de su fotografía que me tenía hipnotizada desde hace un tiempo. No podía moverme para saludar, chillar con los demás o escuchar sus condolencias; sólo quería abrazar a mi hija y estar sentada en este sillón por el resto de mi vida.

Cassie estuvo a mi lado un rato, tomándome la mano; no obstante, cuando su abuela llegó, se levantó para llorar con ella en el otro lado del salón. Yo no podía mirar a Stella ni a Harry ni a Jade ni a Dylan, quienes sabía que estaban pasando por un dolor similar al de Cassandra y el mío... No podía sumergirme en sus brazos y lloriquear porque tenía miedo de jamás detenerme. Una sola caricia me rompería, deshaciéndome en agua.

El nudo en la garganta estaba a punto de vencerme cuando su mano apretó la mía, llamándome con una palabra que no escuchaba desde hace más de veinte años.

—Hija... —musitó su vieja voz, haciendo que lo mirara.

Jack estaba de rodillas frente a mí, observándome con sus ojos marrones llenos de nostalgia y delicadeza. El toque de su piel con la mía fue suficiente para darme cuenta de lo mucho que lo necesitaba ahora. Sálvame, papi, quise hablar, Dime que esto es un sueño y que voy a despertar. Arrúllame hasta quedarme dormida y sueñe con él por toda la eternidad. Comencé a llorar antes de poderle decir algo de lo anterior y, con desenfreno, me lancé a sus brazos. Jack me estrujo igual de fuerte que aquella noche en la que mi madre murió, tratando de protegerme. Yo chillé con locura sobre su hombro, dándome cuenta de que su piel ahora era más suave por el paso de los años. 

—¿Qué haré ahora, papá? —gimoteé—, me quedé sola.

Él me dio unas palmadas en la espalda y se sentó junto a mí, dejando que recargara mi cabeza sobre su hombro.

—No estás sola, cariño —me murmuró—, apuesto que toda esta gente de aquí se encuentra dispuesta a ayudarte; aunque Michael ande por ahí diciendo mentiras sobre ti.

Lo observé, frunciendo el ceño. Harry me había contado de la discusión con su padre por teléfono, donde la esquizofrenia y mi capacidad para cuidar a Cassandra fueron el tema principal. Por suerte, Stella y el hermano de mi esposo pudieron lidiar con él, impidiéndole llegar hasta mí y Cassie con sus ojos llenos de estigma. Ahora él andaba por aquí y, por suerte, había tenido la decencia de no hablarme.

—Jennifer me lo contó —aclaró Jack, haciendo una pausa donde yo agaché la cabeza—. Ese hombre es incapaz de ver lo mucho que has trabajado para ser feliz —prosiguió, llamando mi atención otra vez. Mi cuerpo estaba helado y el temblor aún no me abandonaba—, pero yo sí —por primera vez en toda mi vida lo aprecié en una posición frágil, admitiéndome sin chantajes y gritos que se había equivocado. Las lágrimas amenazaron con regresar—. Lo lamento mucho, hija. Debí decirte desde hace años lo orgulloso que estoy por la persona en la que te has convertido: Eres una mujer fuerte que logró arreglar el desastre que, lamentablemente, yo inicié; eres una brillante escritora; tienes tu propia empresa; y, sin duda, también eres una grandiosa madre: Mejor de lo que yo llegué a ser como padre —de inmediato reconocí que detrás de esa vulnerabilidad también había años de esfuerzo de su parte, por lo que me alegré mucho por él y nuestra relación, que por fin tenía una oportunidad—. Por eso sé que podrás con esto, hija. Tienes muchísima más fuerza de la que yo poseía en su momento, así que harás un mejor trabajo que yo.

Lo sabía, la historia no estaba condenada a repetirse porque yo cortaría el lazo. Cassie jamás pasaría por la hambruna de amor que yo padecí por años, me aseguraría de ello.

—¿Cómo pudiste seguir sin mamá?, ¿cómo te despediste de ella? —pregunté, intentando hallar algún consejo que me ayudara a salir de todo el dolor que eclipsaba mi corazón.

Jack suspiró.

—La verdad nunca lo hice —admitió, viéndome. Su calor me consolaba de forma impresionante—. En mi opinión, esas son tonterías. ¿Por qué te despedirías de alguien que te marcó la vida tan profundamente? No, corazón, ella aún vive dentro de mí y siempre lo hará hasta que muera.

En la juventud sus consejos siempre me parecieron obsoletos, sacados de una vida que ya no existía, embarrados de su egoísmo. Sin embargo, ahora, por primera vez, podía decir que sus palabras hacían completo sentido en mi cabeza.

—Sé que ahora el dolor está muy latente, pero una noche te darás cuenta que ha trascendido y por fin está en paz dentro de tu alma.

Esto parecía irreal. No podía creer que estaba sentada junto a mi padre en un funeral, mientras ambos compartíamos el sentimiento de haber enviudado de forma tan violenta. Mis pensamientos regresaron a ella. ¿Cómo era posible? Me había esforzado hasta el extremo para desmantelar esas ideas autodestructivas en mi cabeza, pero, al final, parecía que ella había tenido razón todo este tiempo. Sarah, Amanda, Geneviève y Peter: la misión de la Serpiente se había cumplido.

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