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Marcos fue el único que se percató de la huida silenciosa del doctor. Sin pensarlo, bajó del autobús tan rápido como pudo y emprendió una carrera a toda prisa siguiéndolo. Sabía muy bien a lo que se enfrentaban, los había visto en plena acción y haría todo lo que le fuese necesario, para no estar nuevamente bajo las hediondas garras de aquellos engendros.

Tras él, bajaron Roger, Julio y Jeffrey. Los cuales, al ver la masa de personas corriendo que se aproximaba hacia ellos, decidieron seguir al joven. Las palabras de Marcos resonaban en la cabeza de los tres: "Eso es la razón del accidente...". No estaban seguros a la totalidad de qué se trataba, pero el cerebro humano está diseñado para actuar en determinadas circunstancias de forma automática. Su instinto primitivo de supervivencia les hizo actuar en consecuencia a lo visto.

Reina veía la masa de lo que parecían, por sus conocimientos de medicina, personas con secuelas producto de algún daño cerebral acercarse a la carrera hacia ellos. No comprendía lo que estaba observando, pero sentía en su interior que algo estaba mal, verdaderamente mal.

Le dedicó una rápida mirada al sujeto que le acababa de pedir su teléfono móvil, como buscando una respuesta. Resultó que ya no estaba, dio la vuelta tratando de encontrarlo, pero lo único que observó, era como se alejaba de ella por la carretera hacia El Guatao, el pueblo más cercano a su posición actual.

Su sexto sentido femenino resonó en su subconsciente atando los cabos sueltos del siniestro ocurrido: los disparos del militar asesinando a un hombre que también llegaba corriendo y que rugía como fiera salvaje; el hombre aquel que se alejaba a toda prisa y que minutos antes, le había pedido el celular para avisar al gobierno de lo que se avecinaba. Su tono de exigencia entremezclado con desesperación e incluso, se atrevía a jurar que algo de miedo y ahora, por último, aquellas personas que se acercaban cada vez más rápido y que hacían un sonido similar al de aquel hombre asesinado.

Eran, sin duda, pequeños detalles que le aseguraban de que todo se acabaría torciendo tarde o temprano.

Como personal del sector de Salud Pública de Cuba, tenía el deber de velar por los lesionados, incluso de cerciorarse de que aquel joven contra el que habían disparado a sangre fría y sin vacilar, estuviese verdaderamente muerto y no herido. Nada de eso le importó, las señales de peligro inminente en su cerebro eran tan fuertes que la llevaron instintivamente a perseguir aquel hombre que, sin duda, tendría alguna explicación lógica para lo que sucedía. Para cuando se dio cuenta, ya estaba corriendo como loca por toda la carretera sujetando fuertemente su bolso para no perderlo.

Alejandro comenzó a ver el movimiento encima del autobús y no entendió lo que sucedía.

«¿Por qué la prisa, a dónde querían ir todos tan rápido?»  Se preguntó internamente.

El tener al pequeño en brazos y a la madre aferrada a su pecho le dificultaba la visión de todo cuanto acontecía a su alrededor. Si todos habían empezado a correr desesperadamente, era por algo y él no se quedaría a descubrir que infundía el miedo en los demás.

—Tenemos que movernos —susurró en el oído de María.

Ella le miró fijo, su mirada estaba perdida en algún punto de la nada. No lograba entender qué era lo que decía aquel musculoso hombre que tanto le había ayudado y del cual no conocía tan siquiera el nombre. Su mente estaba en trance, su fobia le había ganado la batalla transportándola a sus traumas de la niñez.

Alejandro entendió al instante que la madre del pequeño no estaba en condiciones de reaccionar, así que tiró de ella por la mano sujetándola fuertemente y se pusieron en marcha. El repentino movimiento al que estaba siendo obligada la logró sacar de sus pensamientos y devolverla a la realidad.

—¿A dónde vamos, por qué corremos? —Preguntó confusa intentando parar.

—No sé qué sucede, pero tampoco pienso quedarme a averiguarlo, si todos corren debe de ser por algo.

María solo se dejó llevar. Desde luego, estaba preocupada por su trabajo, pero sabía de sobra que, en el día de hoy, si lograba llegar, lo haría irremediablemente tarde. Por tanto, no ofreció resistencia cuando las robustas manos de Alejandro tiraron de ella nuevamente. No sabía por qué, pero algo en él le inspiraba seguridad.

Fátima fue la única que no salió corriendo de aquel lugar. En su interior no comprendía lo que hacían. ¿Por qué la habían dejado ahí en el medio de la nada con un cadáver dentro del autobús y con otro joven inconsciente con una fea herida en la cabeza justo a par de metros de ella? De haber estado en sus cabales, tal vez hubiera reaccionado de otra forma, pero la noche anterior había sido una locura y en su organismo, además de alcohol, circulaba la marihuana en pequeñas proporciones, pero en dosis suficiente para hacer que no pudiera tomar decisiones importantes.

En su mente, la estaban tratando de incriminar. Sabía que si llegaban las autoridades y la encontraban ahí, la culparían de lo sucedido y sería la principal sospechosa. No poseía muchos conocimientos de leyes, pero estaba convencida que las cosas así funcionaban. Tampoco le hacía mucha gracia marcharse y dejar el cadáver de su novio abandonado, eso sería algo que no se perdonaría jamás.

Sintió como una mano le apresó su brazo y tiró de ella, la piel de la persona era tan gélida que pareciera que hubiese metido la mano por un buen tiempo en una nevera llena de hielo. Se dio un susto tremendo, en su subconsciente alguien se había acercado silenciosamente por su espalda sin que ella lo detectara y le había jugado una pesada broma.

—No me da puta gracia, imbécil —bramó indignada.

Para su sorpresa era un hombre que casi le doblaba en estatura y una muy fea herida se dejaba ver en su rostro. No le dio tiempo a decir nada más, le proporcionó una mordida en el brazo por donde le sujetaba. El dolor se apoderó de su ser y le hizo pegar un fuerte grito.

Intentó liberarse de aquel individuo que literalmente se la estaba comiendo viva. Mientras más se zarandeaba para liberarse, más él se aferraba a ella, el dolor que sentía era tal, que las lágrimas comenzaron a salir. Otro de los zombis de la masa se le echó encima, este le proporcionó una nueva mordida en la espalda, a nivel de la escápula.

Fátima, sin saber muy bien lo que sucedía pudo observar, antes de desmayarse por el dolor, como la masa de personas que la comenzaban a rodear no eran normales. Estos estaban, en su mayoría, provistos de heridas que, en condiciones habituales, le hubieran matado, aun así, seguían andando. Murió sin comprender qué sucedía.

Miguel fue mordido por una de las que, hasta la tarde anterior, había sido una de las doctoras del Sector Nueve. Le propició una mordida en el trapecio haciendo que su bata blanca absorbiera toda la sangre. El dolor fue tan intenso que lo despertó de su inconsciencia. Sus ojos se abrieron de repente y lo único que alcanzaron a ver fue a dos personas totalmente desfiguradas abalanzándose sobre él.

Una fuerte punzada se clavó en su ojo derecho haciéndole perder la visión. La mujer que tenía encima y que le daba múltiples bocados desgarrando tela y piel por igual, le había introducido su dedo pulgar en el ojo. Hecho que le hizo conocer un dolor como el que no hubiera conocido nunca en su vida si Radamel Méndez no hubiese sido invadido por la ambición y no hubiera experimentado con uno de sus compañeros de trabajo.

Corrían dispersos, pero todos en el mismo sentido. Los más retrasados eran Alejandro, Yerandy y María, luego le secundaban Roger, Jeffrey y Julio en ese orden, un poco más adelante iban Reina y Tomás. Como hombres más adelantados en aquella carrera por la vida iban Méndez y Marcos por ese orden.

Los gritos de aquellos dos jóvenes que estaban siendo devorados, hicieron que la gran parte de los que corrían se detuvieran. Solo siguieron su andar Méndez, Marcos y Tomás, los únicos que tenían experiencia contra los zombis.

Todos vieron las escenas con pavor, parecían sacadas de una película de terror. Solo que, no estaban tras una pantalla, estaban sucediendo en la vida real. Un escalofrío les recorrió el cuerpo a todos y cada uno de ellos, sin excepción de ninguno, haciéndolos sentir un verdadero miedo a la muerte.

Alejandro tiró fuertemente de María poniéndose nuevamente en marcha. El rostro de ella denotaba la gran preocupación que sentía, no por ella, sino por su hijo. Yerandy no paraba de llorar y estaba tembloroso por las atrocidades que acababa de presenciar. A pesar de que Alejandro hizo hasta lo imposible para tratar de desviarle la mirada, el pequeño los vio.

La joven recepcionista supo sobreponerse a su fobia, sacó las fuerzas al ver a su pequeño indefenso. Esta vez no ofreció gota de resistencia y sus pies se pusieron en marcha apenas sintió el tirón.

Reina dio unos minúsculos pasos dubitativos hacia atrás. Una sensación de desasosiego le inundó. Nunca había visto tanta violencia derrochada ante sus ojos. Miró al misterioso hombre que le había pedido su móvil, descubrió que este no se había detenido a mirar, sino que continuaba corriendo a toda prisa como si no le importara lo que estaba sucediendo atrás de ellos.

La enfermera, acostumbrada a tomar decisiones en momentos de tensión por ser una enfermera de terapia intensiva, salió desprendida corriendo atrás de aquel sujeto. Necesitaba respuestas y si alguien las tenía, sin dudas, era él.

Roger al ver como Alejandro le pasaba corriendo por el lado junto a María y su hijo, comenzó a correr también. A pesar de que no era una persona sedentaria, sabía que, las libras que tenía de más, no le dejarían correr tan rápido como al resto y que si se quedaba rezagado sería el próximo en ser devorado por aquellos seres que corrían hacia ellos.

Puso sus piernas en movimiento con tanta fuerza como pudo. Miraba hacia atrás a cada segundo, le atemorizaba ser comido vivo. En su andar chocó su hombro con el de Jeffrey que se encontraba paralizado en el lugar, invadido por el miedo. El golpe hizo que este último cayera de espalda al suelo.

—¡Sal del medio anormal! —Bufó Roger siguiendo su camino.

Julio había visto la escena desde su posición y se sintió en una película de terror proyectada en tercera dimensión. Para entonces, estaba completamente sobrio, como hacía tiempo no lo estaba. Supo de inmediato que nadie le ayudaría si quedaba atrapado en manos de aquellos engendros, al menos, no ninguno de los presentes. Le dedicó una mirada a Jeffrey que empezaba a levantarse lentamente y corría en dirección contraria a los muertos vivientes. Julio reaccionó y emprendió su carrera tan rápido como pudo siguiendo a quienes corrían por su vida.

María, con sus zapatos de tacón, pasaba mucho trabajo para correr. Estaba retrasando, sin querer, el avance de ambos. Tenían a los muertos casi encima, estaban por darle alcance. El tacón de su zapato derecho se quebró y ella se precipitó al suelo. Quedó tendida viendo como su hijo pequeño se alejaba con aquel desconocido.

—¡Ayuda! —Gritó enérgicamente.

Alejandro frenó de repente y se giró hacia la joven, sus ojos se abrieron como platos al ver las horrendas heridas que asomaban en la piel del primero de los zombis. Tenía el torso completamente desnudo dejando ver la articulación del hombro carente de piel y músculos. Donde debería estar su pectoral derecho había un hueco enorme anunciando que el contenido de su tórax, al menos el de ese lado, había desaparecido.

Dejó un instante al pequeño Yerandy en el suelo. Este se encontraba petrificado en el lugar, los monstruos estaban atacando a su madre. Alejandro arremetió contra el muerto viviente, le propició un fuerte golpe en la mandíbula que lo lanzó al suelo haciéndole perder varios dientes. Para su sorpresa comenzó a levantarse sin aquejar dolor. Otro intentó agarrarle por el brazo, pero el joven atleta le empujó hacia atrás haciéndolo caer. María ya estaba en pie y se había quitado los zapatos, no volvería a tropezar dos veces con la misma piedra.

Alejandro le dio otros dos fortísimos golpes em el rostro a otro de los zombis, este los aguantó sin protestar, lo cual le sorprendió grandemente. Le había dado con todas sus fuerzas y, aun así, seguía como si nada hubiera pasado. Logró zafarse de ellos y apartarlos un poco haciendo acopio de su fuerza y destrezas.

Sorprendido por el hecho de haber descargado toda su furia contra uno de aquellos seres, a punto de que le sangraban los nudillos y que este ni siquiera hubiese protestado, logró retomar su carrera, no sin antes cargar a Yerandy y sujetar fuertemente a María por la mano.

Marcos tuvo que parar, la falta de aire le sofocaba, estaba a punto de desfallecer. Giró para ver qué tan lejos estaban los zombis, quedó sorprendido al ver lo cerca que estaban. Ahora en la claridad del amanecer, podía observarlos bien, incluso juraría que estaban mucho más activos.

Miró nuevamente la distancia que le faltaba para llegar al pueblo, no estaba lejos, pero en las condiciones en las que se encontraba, estaba convencido de que no lo lograría. Por su lado pasaron como flechas Alejandro junto a María, el joven llevaba al pequeño cargado en brazos el cual lloraba desconsoladamente.

Sacó la pistola e hizo lo único que su agotado cuerpo le dejaba hacer, comenzó a disparar. El primer disparo sorprendió a todos, sin embargo, no detuvieron su avance. A pesar de la pésima puntería y la distancia, acertó su objetivo y penetró la cabeza de uno de los muertos que estaba a punto de darle alcance a Jeffrey que, para entonces, era el más atrasado de todos.

Marcos estaba convencido de que era cuestión de tiempo para que se viera superado en número y que sus balas terminarían por agotarse. Realizó otro disparo, a la luz del día era mucho más fácil acertar. Pese a esto, no fue suficiente para frenar al muerto, le dio en el pecho y el cuerpo absorbió el trozo de plomo por completo.

—No será suficiente, tengo que encontrar la manera de... —Vaciló un instante mientras de la Makarov salían dos disparos consecutivos, luego de los cuales salió corriendo sin mirar atrás.

Jeffrey cayó, había sentido dos impactos consecutivos en su abdomen haciéndolo parar en seco. Un dolor intenso acompañado de una sensación quemante que iba en ascenso desde la mitad inferior de su abdomen le sacudió el alma. Desesperado intentó gritar, pero de su boca solo salió un pequeño y amargo buche de sangre.

Encorvado y doblado sobre su abdomen que dejaba escapar su torrente sanguíneo, fue alcanzado por los soldados del infierno que le terminaron de arrebatar la vida a base de mordidas y arañazos. Los zombis se le lanzaron arriba como una manada que reclama el botín de la cacería, dándole así unos preciados minutos al resto.

«Lo siento, a veces los sacrificios individuales son por un bien común» pensó para sí mismo Marcos mientras retomaba la carrera hacia el pueblo.

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