3-IV

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En la iglesia las tensiones se habían incrementado notablemente en los últimos momentos. El pastor había salido corriendo en busca de las tres monjas en cuanto vio a uno de los zombis con el rostro totalmente desfigurado asomarse por una de las ventanas que aún no lograban cerrar Alejandro y Méndez. Este último, corrió a cerrar la brecha que habían descubierto aquellos seres, era la última que quedaba abierta. Dentro del local, el eco proporcionado por los constantes golpes en la puerta se estaba volviendo insostenible. Yerandy no paraba de llorar, tenía mucho miedo, su madre trataba de consolarlo desesperadamente, pero todo lo que hacía carecía de efecto.

-¿A dónde fue el cura? -inquirió Méndez, se sentía exhausto por lo que se sentó en la segunda fila de bancos de la derecha.

-Corrió como loco hacia atrás del altar -explicó Reina.

-Debe de estar tan asustado como el niño -dijo Alejandro acercándose a María.

-No es para menos, la situación es ameritable -Méndez dio un largo suspiro y se acostó en el banco.

Sabía que no estaban a salvo, que era solo cuestión de tiempo que los muertos lograran entrar, pero tenía que tomar un pequeño descanso para poder continuar. Tenía sus brazos y piernas adoloridos como nunca antes

-Que alguien calle al niño, su llanto los está enfureciendo más -recriminó Méndez secamente.

-¿Cómo coño quieres que lo calle? -La voz alterada de María retumbó en el lugar-. ¿Acaso no ves que está asustado?

-Ese niño solo nos traerá problemas susurró.

-¡Tu madre es la que tiene problema! -El grito de María se hizo sentir por encima de los alaridos de los muertos y el llanto de su hijo-. ¿No ves que es un niño chiquito? Debería darte pena hablar así de un niño. -Sus palabras vibraron en el local.

-Nunca dije que tuviera problemas. Dije que nos causará problemas, que es diferente -dijo Méndez con tono calmado y sin prestarle mucha atención-. Límpiese los oídos primero y después hable.

-Yo te escuché perfectamente. -La voz de María continuaba subida de tono-. No te diré lo que se tiene que limpiar tu madre porque estamos en una iglesia. -El rostro de María estaba inyectado en sangre.

-No es momento para esto por Dios -intervino Reina tratando de apaciguar la situación.

-¿Me dejas tratar de calmarlo? -Alejandro le miró fijo a los ojos y le quitó al niño de las manos-. Necesito que te calmes, lo estás asustando más -expresó con voz serena.

-Es que me incomodan los idiotas -dijo haciendo énfasis en la última palabra sin perder la vista del banco donde se encontraba descansando Méndez.

-Me llamo Alejandro, por cierto.

-María -dijo y le extendió la mano en forma de saludo, él la tomó en la suya y la apretó suavemente-. Gracias por lo que has hecho por nosotros.

-No te preocupes, no podía dejarlos ahí tirados, hubieran sido comida de esas abominaciones. -En sus brazos el pequeño había encontrado tranquilidad y ahora solo sollozaba levemente, por alguna extraña razón, se sentía protegido.

El padre Alberto, acompañado de una de las monjas de la casa parroquial, entró corriendo a la iglesia por la puerta de atrás del altar. Detrás de ellos iba otra de las monjas, pero esta estaba muerta y reclamaba la vida de ambos.

Mientras que Méndez y Alejandro, trataban de cerrar los accesos de la iglesia, los zombis habían entrado en la casa parroquial y tomaron por sorpresa a las monjas allí presentes. Para cuando el Padre salió en busca de ellas, fue demasiado tarde y no pudo evitar que dos de ellas fueran alcanzadas por aquellos seres.

Sin embargo, la tercera, había logrado escapar y chocó de cara con el Padre tratando de huir, faltó poco para que ambos cayeran al suelo y quedaran sentenciados en sus aposentos religiosos. Los muertos se lanzaron a la carrera tras ellos incluyendo a ambas monjas.

-¡Huyan por el amor de Dios! -Gritó el cura dirigiéndose a las escaleras que daban al piso superior donde estaba la campana.

Un total de siete zombis salieron a la carrera de atrás del altar, su objetivo eran el Padre y la monja, pero al entrar a la iglesia sintieron a los demás y redireccionaron su objetivo.

-¡Me cago en la puta madre! -Exclamó Alejandro azorado por lo que veía.

-Tenemos que subir -dijo Reina dando pasos hacia atrás.

Méndez sintió los alaridos de los muertos y no se levantó, sabía que de momento estaba fuera del alcance de la vista de ellos y era algo que aprovecharía al máximo. Le pasaron corriendo como depredadores por su lado sin reparar en él. Fueron tras los demás.

El Padre Alberto y la monja tuvieron una oportunidad de vivir al entrar en la iglesia. El Padre, sacó de uno de los bolsillos de su pantalón una llave pequeña que abría el candado de la reja que daba acceso al piso de arriba. Su nerviosismo era tal, que sus manos tiritaban constantemente. Intentó abrir el candado que aseguraba la cadena que mantenía cerrada la puerta, pero la llave se le escapó de las manos. Lo intentó de nuevamente, pero resultó otro intento fallido, su temblor no dejaba que la ensartara en la cerradura.

-¡Apúrate, apúrate! -Le apremió la religiosa.

-No puedo, mis manos tiemblan mucho.

-Déjeme intentarlo. -Le quitó la llave de las manos y logró abrir la reja al primer intento, se colaron por el umbral.

-¡Rápido por aquí! -Alberto llamó la atención de los que irrumpieron en la iglesia momentos atrás.

Méndez se levantó de su asiento a la velocidad de la luz y salió corriendo al lugar del que provenía la voz del cura. Para entonces, Reina corría por dentro de la iglesia perseguida por tres de los zombis, trataba de evadirlos a toda costa.

Por su parte, Alejandro le había dado el niño a su madre y él mantenía a raya a los muertos usando un banco como barrera. Lo interponía constantemente entre ellos y los muertos. Y al que intentaba superarlo le daba un fuerte golpe o le empujaba hacia atrás. Sabía que eso no los detendría, pero era lo único que podía hacer.

-Cuando te diga corre, ve hacia las escaleras -dijo dándole un empujón a uno de los zombis.

Volvió a mover el banco para evitar que los muertos pasaran, por suerte eran algo torpes y no coordinaban bien los movimientos. En parte, le daba curiosidad saber el porqué aquellas personas estaban actuando así y cómo podías seguir de pie con todas esas heridas. Algo que le preocupaba grandemente era saber que ellos no sentían dolor, lo pudo comprobar él mismo en su camino al pueblo cuando los enfrentó por primera vez.

-¡A tu izquierda! -Alertó María, el pequeño Yerandy había comenzado a llorar nuevamente.

Alejandro giró a la posición que le habían señalado y lanzó una patada al pecho semidesnudo de una mujer que se acercaba de manera amenazadora. Traía el pelo pegado a la frente y con varias hojas secas enganchadas a él por la sangre que brotó por la herida de su ojo. Otros dos se le abalanzaron, pero los evadió dejando pasar a uno y empujando al otro hacia la mujer del pelo reseco. El zombi que dejó pasar fue a por María, pero Alejandro se volteó y lo agarró por el cuello de la camisa halándolo hacia su posición.

-¡Corre, corre! -Golpeó al muerto en el rostro y lo empujó hacia atrás del banco, el cual movilizó nuevamente para darle un margen a María y a su hijo de correr.

María salió corriendo hacia la puerta. Vio como Méndez superó el umbral de la reja seguido por Reina. Corrió tan fuerte como pudo, pero tener a su hijo en brazos le restaba velocidad. Sentía que no llegaría a tiempo y sus lágrimas comenzaron a brotar anticipándose a los hechos.

Por su parte, Alejandro estaba teniendo serios problemas, los zombis lo estaban rodeando y sus fuerzas comenzaban a flaquear. Él no lo sabía, pero aquellas personas de las que se defendía eran incansables, podrían estar haciendo lo mismo por toda la eternidad.

El que una vez fue uno de los moradores del pueblo se le lanzó encima, pasó por arriba del banco y el joven atleta no pudo evitarlo esta vez. Cayeron envueltos en una maraña de manos y piernas. Alejandro soltó una grosería de su boca olvidando por completo donde estaba. En el último momento logró aferrar sus manos al cuello de aquel ser, al sentir su helada piel, comprendió todo, aquel hombre que batallaba por quitarle la vida, ya estaba muerto, pero contra toda las leyes de la naturaleza, había logrado burlar a la muerte y se levantó, con ansias de sangre, de su descanso eterno.

Le sujetaba por el cuello impidiendo que su boca le alcanzara, este daba fuertes dentelladas al aire. Alejandro le golpeó tan fuerte como pudo en las costillas, estas crujieron y se quebraron, pero el muerto no acusaba dolor, solo se revolvía encima de él para tatar de alcanzarlo. Los demás comenzaron a rodear el banco ahora que Alejandro no podía interponérselos en el camino.

El joven echó una rápida mirada para ver como María corría perseguida por dos zombis. Pensó en el pequeño siendo devorado por aquellos seres inhumanos y sintió una rabia enorme que empezó a crecer en su interior.

Otro de los muertos se lanzó hacia él justo por encima del otro. Ahora el peso sobre su brazo era en demasía, por lo que tuvo que usar ambos brazo para poder resistir. Esto le ayudó a usar todas sus fuerzas para girar a su izquierda tumbando a los dos muertos que tenía encima. Cayeron al lado de él. Le proporcionó dos fuertes golpes más al que tenía sujetado por el cuello para soltarse y se levantó tan rápido como pudo.

Otros dos se le lanzaron como fieras salvajes a su presa indefensa, pero logró reaccionar a tiempo para darle un codazo fuerte en el pecho al primero y agacharse para que el segundo le pasara por encima; el cual cayó torpemente encima de su espalda y fue lanzado un par de metros a su derecha cuando Alejandro se levantó de un salto con el muerto encima. La maniobra, en parte, se le facilitó por la delgadez del zombi, pero la adrenalina que circulaba por su torrente sanguíneo era tanta, que hubiera podido lanzar cualquier cosa que tuviera encima sin importar su peso.

Alejandro, sin perder medio segundo más, saltó por encima del banco que tenía enfrente y corrió tras María y el pequeño. Unas manos se le aferraron a la camisa y trataron de detenerlo. Se removió de tal manera que logró zafarse al instante. Los muertos corrieron tras de él.

Méndez apenas entró a las escaleras le arrebató el candado y las cadenas al Padre Alberto de sus delgadas manos. Este quedó sorprendido por el hecho; sin embargo, sabía que era necesario cerrar la entrada por lo que no dijo nada, solo corrió hacia arriba donde estaba la monja.

Reina pasó desesperada por el lado de Méndez y chocaron hombro con hombro, mas no se detuvo, a ella tampoco le interesó el golpe, siguió subiendo sin parar.

El científico se posicionó en la reja y pudo observar que María y el niño estaban cerca, la cara de súplica de ella fue perceptible por el doctor. Este, sin vacilar, acercó las hojas de la reja y pasó tan rápido como pudo la cadena por entre los barrotes, le dedicó una mirada a la joven y en su rostro se esbozó una leve sonrisa, cerró el candado y dio dos pasos hacia atrás.

-¿Qué haces hijo de puta? -Chilló colérica María.

-Dile a la anormal de mi madre que te saque de esta ahora -dijo fríamente mientras miraba como ella seguía acercándose-. Veamos si el niño también se convierte.

María llegó a la reja y la sacudió tan fuerte como pudo, esta solo se remeneó un poco haciendo tintinear la cadena par luego quedar estática. En sus ojos apareció la desesperación y se entremezcló con el odio hacia aquel hombre. Uno de los zombis la atropelló tumbándola a ella y a su hijo.

El niño, al caer, se golpeó fuerte contra el suelo. Con la fuerza del impacto fue separado de su madre y ahora estaba indefenso ante aquellos monstruos. María tenía sus propios problemas, estaba en el suelo con el zombi encima. Él, le daba múltiples golpes mientras ella solo lo podía sujetar para evitar que la mordiese. El otro zombi no tardó en llegar, este pasó por alto a la joven y fue directamente hacia el pequeño, el cual no paraba de chillar.

Alejandro llegó a tiempo para empujar más allá de la posición del niño, al zombi. Arremetió contra el muerto con una fuerza sumamente desproporcionada, el cual cayó de bruces contra el suelo sin buscar apoyo en sus manos para frenar el golpe. El sonido de su cráneo contra el suelo de la iglesia retumbó como un tambor, el impacto le desmontó la mandíbula desfigurándole el rostro.

El joven atleta dio un salto a donde estaba María. Ella batallaba con todas sus fuerzas, se defendía como una leona, pero el ímpetu del muerto que tenía encima era mucho mayor al que ella podía resistir. Le había logrado dar varios golpes en el rostro y un hematoma comenzaba a asomarse en su ojo izquierdo.

Alejandro cargó al muerto por la camisa que llevaba puesta liberando a María de su sufrimiento, el zombi se sacudió en el aire y Alejandro lo empujó contra los que había dejado atrás, chocó contra el primero y cayeron al suelo.

-¡Vamos corre, corre! -apremió Alejandro.

María cargó a su hijo y salió desprendida por la puerta tras el altar, Alejandro los siguió, cuidando de que los muertos no se acercaran. Trancó la puerta tras pasar, los muertos arremetieron contra la misma y esta, amenazó con ceder.

-¿Están bien? -Preguntó Alejandro un poco más calmado.

-Ese maldito hijo de puta nos cerró la puerta en la cara. -La rabia era visible en María.

-¡Mamá, mamá, me duele! -expresó Yerandy llorando y aguantándose su antebrazo.

-Ya le haremos pagar por lo que hizo, ¿están bien? -Insistió.

-Sí, yo estoy bien -dijo examinando a su hijo que no paraba de presionarse el antebrazo el cual le estaba doliendo mucho y sangraba un poco-. ¡Mordieron a mi hijo!

-No es posible, esas cosas no llegaron a tocarlo, llegué a tiempo.

-¡Me duele mamá! -Gritaba como loco el pequeño.

-El que nos tumbó debió ser el que lo mordió, me iba a morder a mí, pero su brazo estaba en el medio.

-Al menos no lograron comérselo -dijo un poco tranquilo.

-Creo que va mucho más allá de eso -señaló María, Alejandro arqueó una ceja-. Ese mal nacido habló algo de convertirse. Además si te recuerdas, la que perseguía al cura era una de las monjas; sin embargo, era una de ellos.

-¿Crees que sea contagioso?

-Eso me temo y si es así, mi hijo está en peligro.

Las palabras de la joven recepcionista causaron estragos tanto en Alejandro como en ella, ver al pequeño con una mordida en el brazo les desalentó por completo. El hecho de saber que se podría tratar de alguna enfermedad rara y que podría ser contagiosa aterraba a María.

La puerta tras de ellos comenzaba a crujir. Los golpes eran ininterrumpidos y estarían presente hasta que lograsen derrumbarla y cogerlos.

-Tenemos que salir de aquí, esa puerta no aguantará -dijo Alejandro.

-Sí, vamos.

Avanzaron con pasos apresurados hacia el interior de la casa parroquial. El lugar mostraba a cada rincón indicios de lucha, había salpicaduras de sangre por todas partes, sillas y mesas volcadas, la puerta principal estaba completamente abierta lo que suponía un gran peligro para ellos ya que era una vía de acceso para aquellos seres.

-Tenemos que salir de aquí, si entra alguno de esas aberraciones estaremos en aprietos nuevamente.

-Tenemos que ser sigilosos, por suerte Yerandy se quedó dormido -dijo María pasándole la mano por la frente para secar el sudor de su hijo el cual respiraba profundamente-. Creo que tiene fiebre. -Ante las palabras, Alejandro y ella se miraron fijamente.

Yerandy se encontraba exhausto por lo ocurrido en las últimas horas. Sin embargo, no estaba dormido, Macrófago vitae recorría su torrente sanguíneo a una velocidad espeluznante, su sistema inmunológico se sentía incapaz de defender su organismo ante la infección. Estaba sudando copiosamente por la temperatura que comenzaba su ascenso en un intento vano de frenar la enfermedad. Pronto, sucumbiría ante el virus.

-Salgamos en busca de algún doctor -dijo persuasivo el joven.

-¿Y esas cosas? En cuanto salgamos las tendremos encima.

-No nos podemos quedar de brazos cruzados, el niño está empezando a arder.

Sus palabras fueron interrumpidas por el motor de un helicóptero a lo lejos. Ambos hallaron esperanzas en el familiar sonido, sin lugar a duda, la ayuda estaba en camino.

-Saldremos corriendo. Si mal no recuerdo, a pocas cuadras de aquí hay un consultorio médico, allí tiene que haber algún médico que pueda hacer algo por tu hijo. -Le quitó al pequeño de los brazos para que ella tuviera más soltura a la hora de correr.

-Está bien -dijo pensativa, se llevó ambas manos a la cintura-. Ve en frente, seguiré tu ritmo, tenemos que ser sigilosos y rápidos.

-Ten cuidado, andas descalza y puedes cortarte con algún vidrio en la calle -advirtió preocupado.

-No te preocupes, estaré bien. Ahora lo importante es salvar a mi pequeño.

Ambos salieron corriendo por la puerta agachados para no ser vistos por los muertos, bordearon la casa parroquial y se dirigieron al cementerio.

En el momento en el que Méndez cerró la puerta y le impidió la entrada a María y a su hijo, este se posicionó tranquilamente en las escaleras a observar lo que sucedería con ellos. Pudo ver a la joven siendo atropellada por el zombi y desde su posición le pareció ver que este había mordido al pequeño.

«¿El virus tendrá el mismo efecto en edades pediátricas?» Fue lo único que alcanzó a pensar de lo sucedido.

Ya en su mente se había formulado esa pregunta, el brote descontrolado del virus impidió que lo averiguara cuando todo se vino abajo. Ya no volvería a pisar su laboratorio en un buen tiempo como para pensar en averiguarlo y, sin duda, no acompañaría al infante en su trayectoria para ver lo que sucedería con él. Era un viaje muy peligroso.

Observó además como aquella joven con uniforme de recepcionista fue salvada por Alejandro el cual arremetía contra los muertos de manera magistral, tal pareciera que no les temiera, pero sabía que eso era imposible, aunque puede que usara su miedo como motor impulsor para hacerle frente a la amenaza.

Los zombis que quedaron enredados en el suelo luego de que Alejandro salvara a María repararon en el doctor y se proyectaron contra la reja. Introdujeron sus brazos por entre los barrotes y lanzaron guturales alaridos contra Méndez. Este los miró por última vez antes de subir y en su rostro se esbozó una nueva sonrisa.

Subió las escaleras tan rápido como pudo. Al llegar fue jalado por la parte de atrás de la camisa y lo pegaron contra la pared, un antebrazo le presionó el cuello cortándole la respiración, mientras la otra mano se aferró fuertemente a su entrepiernas causándole un dolor tan agudo que lo inmovilizó.

-Ahora mismo no me interesa lo que acaba de suceder allá abajo -dijo una voz femenina a su oído, la presión en su cuello aumentó-. Dime de qué va todo esto, ve directo al grano.

-Está bien -dijo Méndez con voz entrecortada-. Solo dame espacio.

-Habla ya, ¿qué tienen esas personas de allá abajo? ¿Por qué nos quieren comer? -La voz de Reina era imponente.

-Es por un virus.

-A otro perro con ese hueso. -Apretó más sus genitales, el doctor se retorció de dolor-. ¿Por quién me tomas? Llevo años en Salud Pública como para saber que no es un virus, al menos no uno existente. ¿Quién eres tú? ¿Por qué querías llamar al gobierno desde mi teléfono?

-Me haces daño -dijo Méndez en modo de súplica-. Me llamo Radamel Méndez, soy médico de la base militar cercana, puedes comprobarlo si buscas en mi billetera. Es un virus nuevo, uno descubierto hace poco y que se fue de control -mintió-. Intentaba comunicarme con el gobierno para avisar de la situación.

-Digamos que te creo. -Aflojó la presión en el cuello y en los genitales-. ¿Qué son eso engendros, parecen cadáveres andantes?

-Exactamente eso, zombis, muertos vivientes, cadáveres andantes y todo lo que se te ocurra para decir que están muertos y que nos quieren comer.

-¿Qué pasó con los demás? -Quiso saber el Padre.

-No lo sé, los zombis llegaron primero, tuve que cerrar -mintió nuevamente.

-Les abandonaste -dijo la monja juzgando lo que había acabado de hacer.

-¿Preferirías que hubieran entrado esos malditos y estuviéramos ahora jugándonos la vida? -Preguntó el doctor algo molesto, el antebrazo de Reina le volvió a apretar la garganta, todos hicieron silencio-. Eso pensaba -dijo al fin con la voz entrecortada.

El Padre Alberto y la monja presenciaban las escenas y estaban más aterrorizados de lo que habían estado jamás. A lo lejos el motor de un helicóptero se hizo sentir en el lugar, la distracción ofrecida fue suficiente para que Méndez revirtiera la situación y se soltara de las manos de Reina.

-¡Viene la ayuda! -Expresó con una ligera risa en su rostro.

-¿Dónde está el helicóptero? No lo veo -dijo el Padre mientras escudriñaba el cielo con la vista.

-Allá está. -Señaló la monja.

-Están sobrevolando la unidad militar -susurró pensativo Méndez, se frotaba el cuello, le dolía por la presión ejercida por la enfermera.

-¿Cómo se transmite el virus? -Inquirió confusa.

-Hasta donde sé, a través de la saliva de la persona, pero no creo que sea la única vía de transmisión.

-¿Qué tan rápido actúa?

-Lo suficiente para formar un ejército de muertos en pocas horas.

Méndez sabía que aquel helicóptero era una buena señal. Su duda de si se había o no alertado al gobierno le fue esclarecida. Habían mandado un vigía aéreo para saber cómo estaba la situación y eso en parte le tranquilizaba. Por otra parte, estaba consciente que la noticia no había llegado al gobierno con toda la información.

Nadie, excepto él, sabía lo que de verdad había sucedido en el Sector Nueve. Pudo visualizar en su mente al ejército entrando a la ciudad para frenar a las personas, que ahora eran zombis, sin saber que de un virus mortal se trataba. Nadie estaba preparado ni física ni mentalmente para enfrentarse a la muerte de esa manera.

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