4-VI

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Cuando la explosión de la granada tuvo lugar, Roger y Julio acababan de asegurar la puerta de la cocina que daba a las escaleras. Esto les daba un margen de seguridad, si los muertos lograban acceder a las mismas, se encontrarían otro obstáculo que les impediría llegar a ellos.

Alicia se encontraba pensativa, desde las ventanas, podía ver en parte lo que sucedía afuera. Primero habían sentido el rotor de un helicóptero, el cual fue sustituido por una ráfaga de disparos y ahora una explosión. No podía creer lo que estaba viviendo, nunca se imaginó que algo así podría llegar a ocurrir en su vida.

—La cosa allá abajo cada vez empeora más —dijo Julio de manera pensativa, más para sí mismo que para el resto.

—Así es, todavía no puedo creer lo que está sucediendo —expresó Alicia con voz quejumbrosa—, mis compañeros de trabajo todos muertos y solo Dios sabe si mis padres están bien.

—Sí lo estarán, veras que sí, pronto esta pesadilla acabará, ya el gobierno está tomando cartas en el asunto —intervino Roger quien se encontraba algo agitado por el esfuerzo de desplazar las mesas hacia la puerta.

Desde donde se encontraban, casi no podían sentir los alaridos de los muertos, por lo que el silencio era un ente siempre presente, salvo por el sonido de los disparos.

Entre ellos hablaban muy poco, prácticamente eran tres desconocidos y a pesar de que los dos hombres se veían casi a diario, no se llevaban muy bien. Por tanto, permanecían en silencio, cada uno en su rincón esperando pacientemente a que el ejército hiciera su trabajo y poder salir de una vez de aquel infierno.

—¿Por qué lo hiciste? —Preguntó Roger algo confuso, su mirada estaba dirigida a Julio.

—¿Por qué no hacerlo? —le respondió.

—¿Acaso te parece poco que cada día tenemos un encontronazo en la guagua? Hoy mismo casi nos caemos a golpes.

—Fue mi culpa, estaba borracho como una uva.

—Sí, lo sé —dijo seriamente Roger. Pero, ¿por qué lo hiciste, por qué me salvaste allá abajo?

—¿Por qué no lo haría? Estabas indefenso y a punto de ser comido por esos locos. Lo hubiera hecho por cualquiera.

—Pero siempre te he humillado cada vez que nos vemos dijo el chofer.

—Eso no importa, eras alguien que necesitaba ayuda y solo hice lo que creí correcto —dijo Julio restándole importancia al asunto.

Roger le miraba confundido, nunca se esperó que precisamente él sería el que le salvara la vida, de hecho, estaba seguro que de haber sido al revés, él sí que no lo hubiera ayudado. Al fin de cuentas, se la pasaban discutiendo.

—¿Alguno de ustedes sabe qué sucede exactamente? —Preguntó Alicia quien hasta ahora había permanecido en silencio.

—Ni idea, solo sabemos que tuvimos un accidente y que esos locos salieron de la nada matando a mordidas a todo el que se meta en su camino —respondió Roger.

—Ellos sí saben —dijo pensativo Julio.

—¿Quiénes? —Quiso saber la joven.

—¿Te refieres a los que iban en el Jeeps? —Cuestionó Roger.

Julio solo asintió con su cabeza, sintió como la joven le miraba confundida, sin entender mucho lo que sucedía. Esto hizo que él bajara la cabeza e hiciera una mueca con su boca. Le daba pena que ella mirara lo mugriento que estaba por la miserable vida que llevaba.

—Oye, si de ti no quería saber nada hasta par de horas atrás, de esos que aparecieron quiero saber menos —expresó Roger con un tono de voz grueso que denotaba rudeza.

Julio le miró con el rabillo del ojo y no pudo evitar que la pena se apoderara de él. Bajó más la cabeza, quería desaparecer en ese instante. Alicia se percató del sutil gesto del hombre que le había salvado la vida y se dio cuenta de que la estaba pasando mal.

—No deberías hablar así de los demás —expresó algo molesta dirigiéndose al obeso hombre.

—No, no, es que… A ver, literalmente yo con él me la pasaba discutiendo, par de horas atrás pensaba que encontrarme con él en la guagua que manejo era lo peor que me podía pasar en el día. Pero, estas personas que se cruzaron en nuestro camino son verdaderamente malas. —Las palabras del chofer, si bien eran hirientes para Julio, eran justo lo que pensaba—. En primer lugar, no me dejaron entrar a la maldita iglesia, me dejaron afuera para que me comieran y luego, el militar que nos ayudaba a salir de la guagua, me disparó para que no entrara a la bodega.

Alicia estaba estupefacta por lo que aquel hombre le estaba contando, no podía imaginarse que existiera alguien que fuera capaz de hacer algo como lo que él estaba diciendo.

—No, no me veas así, tal como te lo cuento, casi muero allá afuera, de no ser por él, no estaría aquí con ustedes.

Roger le dio unas palmadas de afecto a Julio en el hombro, se había acercado a él sin que este se diera cuenta y su gesto lo tomó por sorpresa. Este dio un brinco y solo hizo que se sintiera más incómodo de lo que ya estaba.

—Sí, él hizo lo mismo por mí —dijo la joven al tiempo que se acercó y le tomó de la mano a Julio, el cual, una vez más se sorprendió, pues no era alagado desde hacía muchísimos años cuando competía en el deporte que una vez practicó.

—Hice lo que debía hacer, no más.

—Gracias —dijo Roger, sus palabras hicieron que Julio le mirara a la cara.

—Tenemos que hacer algo para salir de aquí, no nos podemos quedar encerrados aquí para siempre —dijo pensativo Julio.

—Ya el ejército está tomando las riendas de la situación, no hay de qué preocuparse _expresó en un tono victorioso Roger.

—Yo no estaría tan segura de eso —intervino Alicia—. No quiero ser pesimista, pero los disparos disminuyeron y por lo que estaba viendo hace unos segundos atrás, las cuadras aún están llenas de esos dementes come carne.

Julio la miró con un rostro que denotaba sorpresa, cuando empezó a sentir los disparos había sentido un gran alivio, pero escuchar esas palabras le había hecho perder la respiración por par de segundos.

—¿Y si a los militares les sucedió lo mismo que a nosotros? —Inquirió confundido.

—Hombre, eso sería lo peor que nos pueda pasar —expresó Roger preocupado—, si ellos, que tienen armas no pueden contra esos locos, qué vamos a hacer nosotros que no tenemos con qué defendernos.

Se hizo un silencio sepulcral ante las palabras del chofer. Era algo que, sin duda, no se habían planteado, ni siquiera habían pensado en esa posibilidad.

—Bueno, yo digo que no pongamos la carreta delante de los bueyes, esperemos a ver qué sucede —dijo Julio—. Además, aquí estamos muy bien abastecidos, podemos resistir por días con toda esta comida.

—No, eso no, ni se les ocurra, de aquí no podemos coger absolutamente nada —expresó sorprendida Alicia tras escuchar la deducción de aquel hombre frente a ella. Si aquí se pierde algo, me despedirán.

—No seas tonta —le reclamó Roger—. No sabemos cuánto puede durar esto, no vamos a estar todo ese tiempo sin comer.

Julio se había parado de su asiento y se había posicionado en una de las ventanas, miraba desalentadamente la situación de la calle. Cientos de personas vagaban por el pueblo con heridas atroces en sus cuerpos. Algo le hizo pensar de que ya estaban muertos, pero de alguna extraña manera se habían vuelto a levantar. Con la llegada de los militares, la situación de los ciudadanos del Guatao, lejos de mejorar, había empeorado drásticamente.

—Eso, si es que alguna vez logramos salir de aquí —susurró Julio mientras su mente naufragaba entre los aquellos seres en la calle.

Alicia y Roger, solo lo miraron en silencio.

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