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Tomás escudriñaba el cielo en busca del tan deseado helicóptero. Nunca lo vio a pesar de casi poder palpar el sonido, pues el lado de la casa por donde se asomaba, estaba en dirección contraria a la ubicación del mismo.

Yanquiel recogió todo cuanto consideró necesario. Su mente estaba funcionando al tope de sus capacidades en busca de posibles soluciones. Siempre se había caracterizado por ser una persona muy práctica y esta vez, no sería diferente.

Había dejado la escopeta encima de la cama para tener mayor destreza. En una mochila amplia de camuflaje metió, además de su ropa y la de su esposa, todo el efectivo que llevaban años guardando. Si bien no era mucho, sería de gran ayuda en aquella situación, al menos eso creía. Siempre había tenido el concepto en la vida de que con dinero en mano llegas a donde quieras.

Maité se encontraba perpleja recostada a la cabecera de la cama, su mirada estaba perdida en algún punto de la nada entre ella y la escopeta. Se cuestionaba si su marido sería capaz de disparar contra una persona. Sabía que, si aquellos locos lograban entrar a la casa, la situación se tornaría compleja a juzgar por las escenas que había visto en la calle.

Pero, ¿su cónyuge sería capaz de usarla de verdad? Estaba convencida de que él sería capaz de cualquier cosa por ella y su hijo, pero nunca se imaginó que se fuera a dar una situación como la que acontecía en esa mañana.

Manuel entró apresurado por la puerta, llevaba una mochila a sus espaldas. En ella había recogido las cosas que consideró necesarias: su laptop, cuatro mudas de ropa, una pelota de tenis, dos pares de zapato y utensilios de aseo personal como jabón, desodorante, pasta dental y su cepillo de dientes.

—Tal parece que se van —susurró Tomás pensativo.

—Los que nos vamos seremos nosotros —advirtió Yanquiel al tiempo que cogía su llavero en la mano.

Tomás le miró confuso, no quería volver a estar rodeado de zombis una vez más. Hasta ahora había logrado salir ileso, por lo que no quería seguir tentando a su suerte. Estaba convencido de que en cualquier momento esta se le podía acabar y con ella, su vida.

—¿Cómo le haremos? —El cocinero frunció el ceño en una expresión seria.

—Bajaremos hasta el garaje, ahí tengo un Chevrolet, saldremos en él —dijo apresuradamente sin darle mucha importancia a las palabras de aquel hombre.

—Me parece bien —dijo Tomás.

—Es la mejor opción —expresó Maité que hasta ahora solo se había limitado a observar.

—Necesitaré un machete o algo con lo cual golpear —advirtió Tomás.

—Tengo uno en el garaje —informó Yanquiel—. Pero no te preocupes, tengo a esta nena. —Agarró la escopeta en la mano y la mostró como quien enseña un trofeo.

—Deberás usarla adecuadamente y sobre todo con precisión —dijo Tomás—. Si vas a disparar que sea a la cabeza, en cualquier otra parte del cuerpo será por gusto —advirtió.

—De acuerdo. —Miró a todos y se detuvo en su mujer, notó como sus ojos habían alcanzado algo de esperanza tras escuchar que se escabullirían del pueblo—. ¿Lista cariño?

—Eso creo. —Dejó escapar una leve sonrisa nerviosa.

—Bien, vamos entonces —alentó Yanquiel.

Para cuando empezaban a bajar las escaleras de la casa el rotor del helicóptero era a penas imperceptible. Sin embargo, un nuevo sonido mucho más alentador se hacía sentir. Sin duda eran disparos lo que había detenido su andar a media escalera.

—Eso solo puede significar algo —susurró Tomás que iba cerrado en grupo.

—La policía están intercediendo —afirmó Manuel desconcertado.

—Exacto —asintió Tomás.

—Igual nos largaremos de aquí, no quiero imprevistos —informó el jefe de familia.

—Pienso lo mismo, mientras más alejados estemos de estos seres mejor será —dijo Tomás totalmente de acuerdo.

Siguieron avanzando sin volver a detenerse. Yanquiel iba liderando la marcha, le seguían su esposa e hijo, tras ellos iba Tomás. Entraron al garaje por la puerta que daba acceso desde la sala. Acto seguido Yanquiel accionó el interruptor que dio luz al local.

Ante los ojos de Tomás apareció un Chevrolet Impala del año 1957, su color azul marino junto a los cintillos perfectamente niquelados lo deslumbraron. Fue una joya de auto en su tiempo y ahora lo seguía siendo, verlo era como presenciar una obra del mismísimo Picasso.

Yanquiel no se detuvo ni un instante. Abrió la puerta trasera para colocar su mochila en los asientos traseros y poner su escopeta en el del conductor. Se giró y de uno de los estantes sacó un machete algo oxidado por el hecho de no usarse y llevar años en aquella misma posición. Se lo pasó a Tomás sin pensarlo.

—Esto servirá —afirmó Tomás sujetando el arma con fuerza.

Para entonces Manuel y Maité estaban dentro del auto. Ella se había posicionado al frente mientras el joven lo hizo en los asientos traseros.

—Mamá, tranquila, todo saldrá bien. —La voz del joven era alentadora; en cambio su madre estaba sumamente preocupada, tenía un mal presentimiento.

Yanquiel encendió el carro y se dirigió junto a Tomás a las puertas del garaje para abrirlas. El plan era sencillo, mientras él las abría, Tomás le cubriría las espaldas de los zombis.
Justo en el momento en que las puertas comenzaron a abrirse se sintió el estruendo de la granada lanzada por el soldado. Quedaron perplejos y Yanquiel dio un portazo por el susto volviendo a cerrar la puerta de un golpe. Al instante se sintieron manos golpeado la puerta del garaje, el sonido repentino de la puerta tras la explosión fue suficiente para atraer la atención de los zombis que estaban cerca.

—¿Qué fue eso? —Inquirió Maité alzando su voz.

—Parece como si hubieran explotado una balita de gas —afirmó Yanquiel.

—Una bala perdida quizás —dijo pensativo Tomás.

—Creo que lo más sensato será quedarse acá. —La mirada de Maité era de súplica.

—No cariño, tenemos que irnos, ahora fue aquella casa, pero si una bala perdida impacta contra nuestro botellón de gas moriremos sin remedio en la explosión. —La voz de Yanquiel sonaba a puro convencimiento.

—Entra al carro —dijo Tomás—. Yo me encargaré de ellos, en cuanto abra la puerta sales, sin importar a quién atropelles.

—Pero...

—Pero nada, yo estaré bien. —Le interrumpió—. Cuando estén en la calle dame cinco minutos para ir tras de ustedes y subirme.

—¿Seguro? —La mirada de Yanquiel analizaba a Tomás interrogante.

—Sí, solo entra al auto. —Tomás se posicionó frente de la puerta mientras Yanquiel entró al carro e hizo rugir el motor del mismo.

Tomás sostuvo el machete en una mano y con la otra abrió la puerta del garaje. Tuvo que hacer un poco de fuerza, pues los zombis que se encontraban afuera ejercían presión hacia dentro. Uno de los muertos, al cual le faltaba ambos brazos, se le abalanzó encima. Le resultó relativamente sencillo evitarlo, pues al carecer de manos que se aferran a su cuerpo, era poco probable que lo atrapara.

Abanicó el machete para clavarlo con fuerza desmesurada en la cabeza del muerto acabando con él.

El segundo muerto estaba a punto de saltar a por Tomás cuando fue embestido por el Chevrolet que conducía Yanquiel. Le dio un golpe que a cualquier persona hubiera dejado invalidado por la fuerza en que fue lanzado hacia atrás en una caída donde no hizo ni el intento de amortiguar el golpe. A pesar de que todos sus huesos crujieron, se levantó sin aquejar dolor.

Yanquiel no se detuvo, no pisó el acelerador y siguió avanzando tan rápido como daba el motor del auto.

—¡¿A dónde vas?! —chilló Tomás clavando el machete de manera sobrenatural en el cráneo de otro muerto.

No tuvo más remedio que entrar nuevamente al garaje, los muertos comenzaban a rodearlo. Podía sentir sus alaridos infernales adentrarse bajo su piel para apoderarse de sus miedos más profundos.

Corrió trastabillando con los estantes. Una mano se aferró a su pullover, una sensación de desasosiego ya conocida de la noche anterior lo sobrecogió de mala manera.

Su ansia por vivir y encontrarse con su pequeño le hizo dar un giro y de un golpe seco cortó el brazo de su opresor. No fue suficiente, el zombis siguió su desenfrenado avance. Tomás, pese a haberlos enfrentado en su centro de trabajo, seguía sorprendido de que no sintieran tan siquiera rastro de dolor.

Le dio un fuerte golpe en el rostro que lo desestabilizó por unos instantes. Lo suficiente para que alcanzara la entrada del garaje a la casa. Hizo un intento desesperado por cerrar la puerta, mas no pudo, el enviaste de los cuatro muertos viviente del lado opuesto fue demasiado para él.

Salió trastabillando hacia las escaleras, estuvo a punto de caer al suelo, pero logró corregir su andar en el último momento. Los secuaces de la muerte le siguieron eufóricos, sus alaridos guturales resonaban en la cabeza de Tomás causándole desesperación.

Corrió con todas sus fuerzas y tan rápido como le daban sus pies. Pese a esto, sintió la sala mucho más grande de lo que era. Llevaba una ligera ventaja que fue aumentada al subir las escaleras saltándose algunos peldaños. Por suerte para él, los zombis eran torpes y no coordinaban bien sus pasos para subir las escaleras, lo que le propiciaba algo más de tiempo para pensar en cómo salir de aquel situación.

Al llegar al piso superior, sintió una fatiga insostenible, todo le dio vueltas y estuvo a punto de caer. Logró apoyarse a la pared en el último instante. Estaba realmente agotado, su respiración se había tornado irregular al subir las escaleras tan rápido. Sus fuerzas, simplemente, estaban flaqueando.

Sobrepuso sus ansias de vivir y realizó un último esfuerzo para entrar al cuarto de Manuel. Cerró la puerta tras de sí y se tiró en la cama personal del joven. En su costado sentía una pequeña molestia casi imperceptible, agradecía que el dolor fuerte hubiera desaparecido.

Negó con la cabeza, su vista estaba fija en el techo, se imaginaba a sí mismo dentro del auto con aquellas personas que acababa de conocer. Se imaginaba saliendo de aquel pueblo y dirigiéndose a su casa a buscar a su hijo y poder abrazarlo en cuanto lo viera. Se llegó imaginar, poder sobrevivir a aquella hecatombe.

El hilo de sus pensamientos fue interrumpido por unos golpes insistentes en la puerta. Cayó en cuenta al instante del peligro que corría, volvió a su realidad con recargadas ansias de sobrevivir.

Registró la habitación con la mirada en busca de alguna solución. La puerta seguía resonando y se tambaleaba con cada enviste. No encontraba nada que le ayudase a escapar del lugar.

La puerta crujió gravemente, los muertos tras ella poseían un frenesí inigualable. Tomás reaccionó a tiempo y sacó fuerzas del fondo de su alma, colocó una pesada cómoda tras la puerta. En parte, sirvió para hacer resistencia; sin embargo, los golpes continuaban y la parte superior de la puerta estalló dejando una grieta por donde se coló una mano enmorecida que casi le atrapa.

—¡Mierda! —Gritó Tomás, nunca imaginó que la puerta fuese tan frágil.

Analizó su situación una vez más. La puerta volvió a crujir y otro trozo de madera salió despedido por la presión. En un acto de desesperación cargó con mucho esfuerzo el colchón de la cama personal del joven Manuel.

No pesaba tanto para él, pero el cansancio le hizo sentirlo cuatro veces más pesado de lo que realmente era. Se las apañó para pasarlo entre la ventana y lanzarlo al vacío. La puerta tras de sí terminó destrozándose por completo y los muertos desplazaron la cómoda sin mucho apuro.

Tomás saltó al vacío sin mirar atrás.

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