4-IV

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Marcos se había sentado encima del mostrador de la bodega. Observaba indiferente la puerta que estaba semicombada hacia dentro por los constantes golpes recibidos, a su vez, escuchaba con atención el sonido del motor del helicóptero que cada vez era más perceptible. Hacía un gran esfuerzo auditivo, pues los constantes golpes en la puerta metálica por parte de los muertos ocasionaban un eco insostenible en el local.

Roberto, ante el encierro al que estaban obligados, se había puesto a contabilizar la mercancía de la bodega, tal como planificó para esa mañana. Estaba nervioso, sabía que afuera había un verdadero peligro. De haberse quedado sin hacer nada, expectante a lo que sucediera, su mente no hubiera dejado de funcionar en cuanto al tema y eso le pondría más nervioso aún. Por tanto, hacer aquello le ayudaba a mantener la mente ocupada y no pensar en los problemas.

—Debe de estar muy cerca, cada vez se hace más fuerte —dijo Marcos—.
Sí, desde hace un rato lo empecé a notar.

—¿Crees que demoren mucho en enviar ayuda? —El joven quiso saber la opinión del mayor.

—No creo que demoren tanto. —Hizo una mueca con la boca y negó con la cabeza pensativamente—. No les conviene que esas cosas se rieguen por toda la Habana.

—¡Ni hablar! —Chilló Marcos—. Tengo familia allá afuera, no quiero que mis padres pasen por esto.

—Sí, verás que pronto estaremos fuera, continuaremos con nuestras vidas normales y todo esto será una muy amarga experiencia de la vida —dijo el bodeguero dirigiéndose hacia donde estaban los sacos de azúcar.

El motor del helicóptero en un momento dado se empezó hacer cada vez más lejano, justo en ese momento los pilotos del mismo comenzaban la retirada bajo las órdenes de sus superiores.

—¿Son ideas mías o se van? —Inquirió Marcos, sus ojos se abrieron tanto que parecían querer salir de sus órbitas.

—No sabría decirte con seguridad —Roberto se acercó al mostrador y dejó el bolígrafo con la libreta donde anotaba—. Lo cierto es que se está alejando, el sonido ya no es tan fuerte.

—¡¿A dónde creen que van?!  —Exclamó Marcos furioso—. ¡La candela está aquí coño, no allá!

Los disparos del grupo liderado por Junior se colaron en sus oídos con una nueva esperanza. Era una clara señal de mejoría, la confirmación de que el gobierno estaba interviniendo les había llegado de forma auditiva.

—Ves, ya están aquí. —Roberto esbozó una ligera sonrisa y en sus ojos se podía disfrutar la victoria.

—Ya era hora —expresó Marcos, sus manos aflojaron la tensión que tenían sobre el arma.

Los golpes en la puerta cada vez eran menos. Los zombis, movidos por el nuevo sonido de los disparos en la entrada del pueblo, estaban siendo redireccionados hacia aquella dirección. Poco a poco fueron perdiendo el interés por las presas que estaban dentro para dirigirse hacia las que estaban expuestas en la calle.

Marcos se bajó del mostrador con un brinco y pegó su oído a la puerta. Tuvo que separarlo al instante por los golpes que está recibió de repente. Luego de esto, cesaron y la habitación quedó en silencio.

—¿Se fueron? —Roberto ladeó la cabeza en búsqueda de respuestas—.
Ni idea.

—Tal vez los disparos llamaron más su atención que estar aquí dándole golpes a una puerta que no cederá.

—Puede ser. —Marcos se encogió de hombros y retrocedió par de pasos hasta colocarse nuevamente en el mostrador, se encontraba pensativo.

—No muchacho, no es una buena idea —expresó Roberto anticipando lo que Marcos diría.

—Tarde o temprano tenemos que salir. —La voz del joven denotaba convicción.

—En efecto, pero no creo que sea el momento. —Roberto retomó su bolígrafo y siguió anotando en la libreta los apuntes del inventario que realizaba.

Marcos miraba dudoso la puerta, se planteaba si los muertos eran atraídos por los ruidos. Recordó que en la unidad militar cuando hizo el llamado al Jeep que conducía Méndez para que le recogieran, los muertos se dirigieron exactamente hacia él. Entonces, ¿ahora estarían siendo redireccionados hacia los disparos o era idea de él? Era algo que no tenía muy claro, por tanto, solo podía hacer una cosa, esperar.

Marcos había logrado despejar la mente de los zombis y se había calmado un poco ahora que sabía que el gobierno estaba tomando partida en el asunto. Por primera vez desde que se encontró cara a cara con la muerte sintió sueño. La noche anterior fue dura y no tuvo tiempo de tan siquiera pensar en dormir, su estado de alerta lo mantenía despierto mediante la producción de la adrenalina que circulaba por su cuerpo.

Sus ojos se entrecerraban vencidos por el cansancio cuando se hizo sentir la explosión de la granada.

—¡¡Mierdaaaa!! —Dio un brinco que casi llega al techo, sus instintos fueron coger la Makarov que había dejado descansando al lado de su pierna.

No la encontró, asustado revisó por todos lados como quien busca un objeto valioso que acaba de perder.

—¡Dámela! —Cayó en cuenta de lo que sucedía.

—Creo que será mejor que la tenga yo para que no hagas una locura —dijo Roberto acariciando el frío metal de la pistola.

Marcos le miró unos instantes con ira en sus ojos. Había confiado en él, sí que lo había hecho, le contó sus secretos más oscuros de su supervivencia. Quizás fue eso lo que motivó a Roberto a que le quitara el arma en la primera oportunidad que se le presentó. Había sido muy ingenuo al confiar en él. Era un total extraño para Marcos, sabía que le podía acusar ante las autoridades una vez terminara todo aquel problema; sin embargo, no dudo en depositar su confianza en aquel hombre.

Los disparos se seguían escuchando, los golpes a la puerta habían cesado por completo y el eco en el lugar había desaparecido, cosa que agradecían grandemente. Ambos integrantes de la bodega se sostenían la mirada desafiante. Roberto había calculado todo a lujo de detalle, no confiaba en el muchacho, no podía hacerlo después de lo que había escuchado de su propia boca. Estaba convencido de que él podría dejarlo tirado, abandonado a su suerte con tal de salvar su propio pellejo y eso, era algo que no permitiría.

Había estado buscando la forma de evitar la situación, esperó pacientemente hasta que se le dio una oportunidad que aprovechó sin vacilar. No le permitiría abrir la puerta y exponerlos al peligro inminente que representaban los muertos.

—¿Por qué lo hiciste?

—Tenía que estar seguro de que no la usarías contra mí —dijo Roberto sopesando la pistola en la mano, era más pesada de lo que pensaba.

—No lo hubiera hecho —dijo el joven tras unos segundos en silencio.

—Eso no lo sabes. —Roberto se sentó encima de unos sacos de arroz.

—Saldré por esa puerta, no pretendo quedarme con alguien que no confía en mí —dijo Marcos con un tono de voz bastante rudo.

—No, no lo harás. —Le apuntó con manos temblorosas, Marcos mostró una ligera sonrisa casi imperceptible—. No dejaré que salgas, si abres ahí, esos bichos entraran y tendremos problemas.

—Problemas ya tenemos aquí dentro —le espetó cortante—. Dispara si quieres, yo me largo —dijo dándole la espalda y caminando hacia la puerta. Una vez delante de ella, se agachó para levantarla y poder salir.

Sintió el metal frío del arma en su nuca, la sensación de frialdad le recorrió toda la cabeza dándole una sensación de angustia indescriptible.

—No hagas nada de lo que nos podamos arrepentir después —dijo el mayor afincando el arma a sus manos.

Marcos de un golpe se paró y se colocó de manera desafiante delante de Roberto. La Makarov le cayó justo en la frente, se pegó a ella para sentir nuevamente el gélido metal. Roberto le miraba perplejo, no esperaba que aquel joven recluta reaccionara de tal manera.

—Si hasta ahora he sobrevivido a cosas más peligrosa que tú —expresó con desprecio—. ¿Crees que en serio te voy a temer a ti? —Apretó los puños clavándose las uñas en la palma de la mano—. ¡Dispara! —Su grito estremeció el local, por unos instantes no le importaba que los muertos los detectaran y volvieran a prestar interés en la puerta metálica—. ¡Si te crees tan hombre, dispara y acaba con esto de una puñetera vez!

Roberto estaba coaccionado por el actuar del joven. Solo había querido darle un susto para evitar que abriera la puerta y los expusiera a una muerte casi segura. Ahora, Marcos no le había dejado otra salida. No quería hacerlo, le acojonaba el hecho de tener el arma en la mano; sin embargo, la situación había avanzado tanto hacia el desorden que era ya casi que imposible revertir los hechos.

Estaba consciente de las consecuencias que traería el accionar el gatillo. Sería cargar con el asesinato de una persona para el resto de sus días. De lo contrario, no disparar, le haría perder credibilidad ante él y que este, en un forcejeo, le quitara el arma.

Roberto, por sus años vivido y la experiencia alcanzada en su vida, era una persona muy práctica que se dejaba guiar por sus instintos, los cuales, le decían a gritos que debía detener al joven de alguna manera.

—¡Vamos dispara! ¿Qué esperas? —Las venas del cuello de Marcos se ingurgitaron enrojeciendo su rostro, de su boca salieron cientos de micro partículas de saliva al hablar.

Sin más, e influenciado por la presión ofrecida por Marcos, el bodeguero accionó el gatillo de la pistola.

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