CAPÍTULO 11

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El malestar que Perséfone llevaba un tiempo sintiendo parecía ser duradero, se adhería a ella como un resfriado persistente, y los síntomas que había considerado malos antes (las sensaciones de frío, aislamiento y de sombras que la perseguían sin cesar), no habían hecho si no que empeorar hasta finalmente alcanzar una cúspide y descender nuevamente, no a una normalidad, porque no parecía posible volver a lo que alguna vez había sido, pero ahora era como si se hubiera habituado a estas agónicas manifestaciones. Una oscuridad que ya no la lastimaba, sino que la abrazaba.

No volvió hasta esa mañana, cuando súbitamente recibió un recordatorio de que ella no era la favorita de su madre, y es que eso no era algo que no supiera, pues era un hecho evidente e imposible de ignorar. Así que cuando durante el desayuno fue la única que recibió una carta de la inigualable Molly Weasley, no pudo evitar pensar que eso no estaba ni cerca de ser un buen augurio.

Cuando el sobre llegó, mientras desayunaban, Percy observó la carta en manos de Perséfone como si se tratara de una bomba, aunque ni siquiera era un vociferador sino una carta completamente normal. El nombre de Perséfone estaba escrito en el sobre con tinta negra y la descuidada caligrafía de su madre. 

Antes de que Perséfone pudiera abrirla, él se la arrebató de la mano. Ella parpadeó, sorprendida, pero Percy no se inmutó y la guardó en el bolsillo de su túnica. Retuvo su quejido en la punta de la lengua para no montar una escena que sería desagradable para ambos.

— ¿Te vas, Perce? —preguntó Oliver Wood. Casi todos los chicos de su año, con los que Percy se llevaba medianamente bien, lo llamaban de aquel modo; era un apodo robado a Fred y George. Oliver compartía habitación con Percy y era probablemente a quien él más soportaba entre todos, demasiado obsesionado con el quidditch como para molestarlo demasiado y suficientemente determinado y talentoso como para que lo admirara un poco, aunque lo negaría si le preguntaban.

—Iremos a la biblioteca un momento antes de herbología —dijo Percy, y todos sabían que Perséfone estaba incluida en ese "iremos".

—No terminaste de desayunar —reprendió Perséfone, en un susurro, para que los demás estudiantes que les rodeaban no escucharan. Era cierto, el plato de Percy estaba todavía lleno a la mitad, y aunque Percy era uno de los Weasley de menor apetito, todavía era poco lo que había comido.

Él la ignoró por completo, recogiendo su mochila para arrastrar a Perséfone hacia la biblioteca.

Estaban a mitad del camino a la salida cuando alguien le gritó:

— ¡Perséfone!

Ella se giró justo a tiempo porque unos segundos después, Oliver arrojó una manzana al aire. Probablemente, si se hubiera ajustado a la trayectoria del objeto, la habría atrapado al vuelo sin demasiadas complicaciones, pero le pareció muchísimo más sencillo permitir que su varita se deslizara hacia su mano y atraer la fruta con un encantamiento convocador en su dirección.

Al final, fue Percy quien atrapó la fruta en el aire durante su recorrido, justo antes de que llegara a Perséfone.

Perséfone observó al compañero de habitación de su hermano, que hizo efusivos gestos señalando a Percy, tales que inclusive alguien ciego habría captado el mensaje de que la fruta era para él. Aún así, ella se esforzó por no burlarse y le sonrió al chico, agradecida.

Percy no dijo ni una palabra hasta que ambos estuvieron en una mesa al fondo de la biblioteca, alejados de la mirada juiciosa de madame Pince, la bibliotecaria, que no dudaría en echarlos en el momento en que considerara que su volumen de voz era demasiado alto.

Entonces, Percy sacó el sobre de su bolsillo y extrajo la carta. Perséfone no logró reunir la fuerza de voluntad para quitársela cuando él empezó a leerla en voz alta para ambos.

Perséfone, cariño, ¿cómo estás? Espero que la estés pasando bien en Hogwarts. Las cosas en casa han sido algo complicadas desde que tu padre está enfrentando la averiguación del ministerio por el incidente del auto. Estoy preocupada por él, se ha comportado un poco errático últimamente, así que seguro entenderás el motivo por el que te digo que debes regresar a casa esta navidad —Perséfone respiró con fuerza. —Ginny debe quedarse porque me ha dicho que se está volviendo muy cercana a Harry, y no podríamos interrumpir el desarrollo del primer amor, claro. Ron se quedará a hacer compañía a Harry y Ginny, también, pobre chico, ¿has notado que jamás regresa a su casa? Ya le he tejido un nuevo jersey para este año. Los gemelos, bueno, no tiene sentido que regresen, tener explosiones en casa es justo lo contrario a lo que necesitamos ahora. Además, Percy es prefecto, y contigo en casa, Gryffindor lo necesitará más que nunca. Te esperaremos en la estación de tren. Con amor, mamá.

—Ah, ya veo —dijo ella, con una mezcla entre resignación y comprensión.

Percy no se mostró igualmente complaciente.

— ¿A qué te refieres con "ya veo"? No puedo creer que te esté diciendo que regreses a casa porque tiene problemas con papá, y, además, ¿qué es eso de que no me pide regresar porque soy prefecto? Tú también eres prefecta, tenemos responsabilidades, no puedo creer que te lo pida siquiera, y menos aún que te lo ordene —espetó, enfadado.

—Si papá no está bien, entonces yo quiero regresar. Y tiene razón en que Gryffindor podría necesitarte, yo no soy precisamente la mejor prefecta del mundo, de todos modos —respondió Perséfone, con calma.

—Te está manipulando, y lo sabes. Lo sabes. Claro que te das cuenta, pero igual se lo permites.

La expresión pacífica de Perséfone se tambaleó, una chispa de ira brillando en sus ojos oscurecidos, un vistazo fugaz a una sonrisa predadora... Y eso relajó al instante a su hermano, porque era el recordatorio de que ella no necesitaba que la protegieran, porque cuando ellos podían pensar en una cosa, ella ya habría pensado en mil cosas distintas. Nadie le llevaba la delantera, nadie la manipulaba, nadie podía hacer algo que ella no consintiera, y quien lo hiciera, al final se arrepentía.

Si permitía que su madre hiciera lo que hacía, era a conciencia, y sus motivos tendría. Él no necesitaba estar de acuerdo, claro, pues ella ya se dedicaba a proteger a la familia suficiente por los dos, y era su trabajo ser un poco más egoísta por ambos; pero confiaba, confiaba en que ella era brillante y que lo tenía bajo control, igual que a todo y a todos.

—Estaré bien —dijo ella, con firmeza.

Percy colocó una expresión igualmente estoica.

—De acuerdo —cedió—. Pero no te atrevas a dejarte herir por nosotros, jamás. No importa qué, no importa quién, tú eres la más importante.

Perséfone le sonrió, con dulzura. Se había estado distanciando de su hermano y eso no le gustaba, pero era lindo recordar que la amaba, y que había alguien que valoraba todo lo que ella hacía, y todo lo que sacrificaría por ellos.

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