CAPÍTULO 17

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TOM RIDDLE

A veces Tom no se sentía tanto como si fuese el diario, sino como si viviera en su interior, y era la sensación más extraña del mundo, porque era como vivir en un universo que se doblaba ante el más mínimo esfuerzo de su voluntad, y cuando lo deseaba, las letras aparecían en las páginas, pero cuando no lo quería, podía solo mirar al cielo, y donde debería haber nubes existía el recordatorio de que por más que así se sintiera, ese no era el mundo real; el mundo real era el que veía en el cielo, no siempre veía mucho, claro, a veces era solo el interior de una mochila o un cajón, la tela de una túnica cuando alguien abrazaba el diario contra su pecho... A veces era una hermosa muchacha pelirroja.

Hasta donde él sabía, el cabello pelirrojo no era tan frecuente, pero él obtuvo dos seguidas.

Primero conoció a la joven Ginny Weasley, ingenua pero sorprendentemente maliciosa para su edad, con la obsesión por el niño-que-vivió quemando en sus venas e increíblemente dispuesta a dejarse envenenar la mente con mentiras. Y Tom creyó que eso sería todo lo que hacía falta, lo pareció durante un tiempo; ella vertía su alma en las páginas del diario cada día, y, a su costa, Tom se fortaleció, tomando su fuerza y su vitalidad (lo que no fue tan sencillo como parecería considerando que la magia de la chica era tan blanca como lo que se esperaría de una Weasley y a él le resultaba casi enfermiza), y pronto, su mente le pertenecía durante sus horas de sueño, y pudo ordenarle liberar al basilisco, asesinar a los gallos y pintar las paredes con su sangre. Entonces algo cambió, y ni siquiera él estaba seguro de lo que había sido, pero ella comenzó a resistirse, a notar que algo había mal en ella y en el diario, y justo cuando creyó que la niña quizá lo entregaría a Dumbledore o lo arrojaría a el Lago Negro, despertó una mañana para notar que estaba en un sitio distinto.

Tardó días y más días en obtener un vistazo de su nueva dueña, la nueva propietaria de un diario maldito, y permaneció en el fondo de una mochila o baúl (solo estaba seguro de que estaba oscuro). Ese tiempo lo pasó en las mazmorras de Hogwarts, experimentando en el laboratorio de pociones. Hasta que la luz volvió, y todo su mundo volvió a cambiar.

Perséfone Weasley era todo lo que Ginny siempre quiso ser, había escuchado eso de parte de la niña un millón de veces, y por supuesto le había seguido la corriente, pero no lo entendió correctamente hasta que pudo verla en realidad: el cabello de Perséfone parecía genuinamente rojizo, en lugar del tono de una zanahoria como el de Ginny, tenía la piel pálida y solo ligeramente sonrosada con algunas pocas pecas esparcidas por el puente de la nariz y las mejillas, y sus ojos eran de un azul eléctrico impresionante. Ginny y Perséfone eran parecidas, sí, como todas las hermanas, pero donde Ginny tenía sutiles defectos, Perséfone solo tenía simetría y absoluta perfección.

Ambas hermanas compartían, sin embargo, un aire de crueldad bien escondido bajo las sonrisas y falsas pretensiones que le mostraban al mundo; máscaras tan bien forjadas que era casi imposible ver a través de ellas, si ellas no estaban dispuestas a permitirlo. Y en ese aspecto, a primera impresión, la única diferencia entre ambas es que Perséfone ya había llegado más lejos de lo que Ginny jamás soñaría.

Y la magia de Perséfone... Su magia, su núcleo y su alma, liberarse y exponerse a ellos era como nadar en un lago de alquitrán. Oscuro, tóxico, y quizá algo adictivo, y él nunca llegó a decírselo, pero le recordaba a sí mismo, quizá porque era algo en lo que parecían ser retorcidamente afines. Tomar de la energía de Perséfone fue un juego de niños desde el comienzo, ni siquiera tenía que esforzarse, ella no tenía que darle más que un par de palabras absolutamente impersonales para que él comenzara a drenarla, y él sabía que era por lo compatibles que eran.

Pero él no predijo las consecuencias.

Si ella no necesitaba más que escribir un "hola" para fortalecerlo más de lo que había estado en una década, él, tan brillante como era, debió haber considerado lo probable que era que eso también sucediese al revés. Y mientras sus poderes volvían y su fuerza aumentaba, él tomó de ella más de lo que pretendía, y ella también tomó algo a cambio.

A quien tu odies, yo odiaré.

A quien tu protejas, yo protegeré.

A quien hechices, lo harás con mi magia también, porque parece que la de ambos se ha convertido en una sola.

Y no necesitaron palabras para sentir la ira del otro, el ansia de venganza, el odio... Pero también el dolor, la soledad y el desconcierto.

A él no le gustaban las cosas que no podía controlar, y lo habría parado todo en aquel instante si ella no lo hubiera hecho primero, y esa era la única cosa que él odiaba más que algo fuera de su control, que ella compartiera ese sentimiento y actuara en consecuencia antes que él.

Lo dejó sin dudarlo un instante, lo ocultó en la oscuridad y cortó todo vínculo con él.

No se suponía que fuera posible. Ese era su mundo, le pertenecía él, todo en el interior del diario era suyo, y desde la primera vez que la dejó entrar, ella también lo era. Pero entonces hubo un brillo dorado tan cegador que tuvo que cubrir sus ojos, y cuando Tom miró de nuevo, ella ya no estaba.

Soltó un alarido de pura furia y un trueno retumbante le acompañó, una ola que se formó en el lago se quebró contra la orilla con un gran estruendo, como si se hubiera tratado de un tsunami, y de un ademán furioso en dirección a un árbol, un destello rojizo salió de su mano y rebanó el tronco como si estuviera hecho de arcilla.

— ¡Vas a volver, Perséfone! —rugió él, iracundo, caminando de regreso al castillo— Voy a asegurarme de que regreses. Y cuando lo hagas, no te dejaré ir jamás con vida. No te dejaré escapar sin importar cuánto de ti pongas en mí o cuánto de mí yo te termine entregando. Yo mismo me aseguraré de dar tanto que jamás puedas volver a dejarme sin renunciar a todo lo que eres. Nadie me hace esto a mí, y mucho menos una chica estúpida de Gryffindor.

Excepto que eso no era todo lo que ella era, y él lo sabía mejor que nadie; por eso, desde aquel instante, antes de que su conexión pudiera empezar a diluirse demasiado, él entregó un fragmento de su propia magia a conciencia, un fragmento de sí mismo enviado a través del vínculo simbiótico que habían desarrollado ambos en lugar del parasitismo que debió haber sido, a sabiendas de que cuando ella descubriera lo que podía hacer ahora y lo que él había hecho, volvería.

Solo era cuestión de tiempo para que las cosas volvieran a su estado original, y tiempo era todo lo que él tenía.

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