CAPÍTULO 18

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Hay un detalle que a la gente le gusta omitir acerca de la magia oscura y su uso, y es que es adictiva; aunque hablar de lo intoxicante que es la magia oscura podría parecer un defecto, hay un buen motivo por el que no se menciona, no solo la promesa de una magnifica sensación de euforia para los practicantes, sino también el cómo podían evocar un sentimiento de invencibilidad por todo el torrente sanguíneo, y éste provocaba mayor fuerza, resistencia, y, ¿por qué no?, locura. Los magos buenos, los magos de la luz, ellos no admitirían jamás que la oscuridad tenía ventajas como aquellas.

Sin embargo, los beneficios venían acompañados con una desventaja proporcional: el síndrome de abstinencia.

Durante semanas, Perséfone estuvo experimentando la abstinencia, y no por haber dejado la magia oscura (no era algo que ella pudiera dejar sin dejar la magia por completo, ella era inherentemente oscura), sino por haber perdido la fuente de la mayor parte de ésta. Ella ya no escribía en el diario de Tom Riddle, no se acercaba a él en absoluto, y mientras su conexión se diluía por la distancia autoimpuesta, también lo hacían algunos de sus sentidos y parte de su racionalidad.

Las yemas de los dedos le picaban todo el tiempo por la ansiedad, tenía problemas para conciliar el sueño (más de los que tenía habitualmente) y estaba nerviosa siempre. Sus padres no lo notaron, por supuesto que no lo harían, pero ella notó sus propios síntomas y no hizo más que reafirmar que había tomado la decisión correcta.

Aunque lo extrañara.

Y lo extrañaba tanto...

No mucha gente, por no decir nadie, la escuchaba y entendía en aquellos días, y la soledad sumada a la abstinencia la estaban matando. Extrañaba a Tom, a sus promesas de oscuro conocimiento, de comprensión y de crueldad compartida.

Pronto se encontró volcándose de nuevo hacia su único lugar seguro, sus libros, pero sobre todo a aquellos que se sentían como un hogar, aquellos que desprendían magia y crueldad a raudales, aquellos que no se suponía que debieran estar en sus manos pero que no se arrepentía de haber tomado.

Recientemente, ella había estado leyendo bastante de "Ritualis Magicae", que había tenido en el olvido después de realizar el ritual de protección para su familia. Sin embargo, en esa ocasión, a Perséfone no se le apetecía ahondar demasiado en encantamientos y cánticos para provocar el infortunio, como en otras ocasiones, y en su lugar examinó el pequeño pero grueso lomo del libro que, para su consternación, no podía leer.

No tenía nada escrito allí, pero, según ella recordaba, sí que tenía algo garabateado en la portada, así que extrajo el libro del baúl para copiar el texto en pergamino y buscar el idioma cuando tuviese oportunidad.

No fue necesario, porque el libro que antes encontró ilegible y cuyo idioma no se parecía a nada que ella hubiera visto antes, ahora estaba en inglés, simple y perfectamente comprensible ante su mirada.

— ¿No es fascinante?

Perséfone se giró, sobresaltada, observando a Tom justo allí a su lado, sentado tras ella en su cama, y su cabeza solo unos centímetros sobre su hombro.

—Tú no puedes... —jadeó Perséfone, apartándose de inmediato y levantándose.

— ¿No puedo qué? —preguntó él, mirándola con dureza.

—No puedes estar aquí, dijiste que no podías.

—Ya, porque seguramente mi palabra es algo en lo que puedes confiar sin importar las circunstancias —dijo Tom, con una sonrisa maliciosa, y se colocó en la posición en que ella había estado sentada antes, mirando la cubierta del libro—. Estoy ansioso por descubrir cuánto tiempo demorarás en descubrir qué ha cambiado entre la primera vez que intentaste leer este libro y ahora.

—Si lo sabes, ¿por qué no solo lo dices y regresas a tu maldito cuaderno, Riddle? No quiero que estés aquí, quiero que me dejes en paz, a mí, a mis pensamientos, a mis emociones y a mi magia —espetó Perséfone. Tom soltó una pequeña risa y arrojó el libro al suelo sin fuerza, mientras se ponía de pie también y avanzaba hacia ella.

Perséfone echó un rápido vistazo a su mesa de noche, donde había dejado su varita, demasiado lejos de su alcance, y retrocedió hacia la pared para alejarse de él.

—Perséfone, Perséfone... No te creía tan ingenua como para creer que tienes el poder para alejarte de mí —dijo él, y Perséfone se encogió cuando su espada se encontró con la pared, pero él no detuvo su avance—. Soy más poderoso, y, probablemente, peligroso, de lo que podrías imaginar.

—Podría entregar ese diario a Dumbledore o al mismo Ministerio de Magia si quisiera, y te aseguro que ellos eventualmente convertirían tu recuerdo en algo perecedero; te entregaría, y lo que fue una memoria, lo que fuiste, pasaría a ser solo un mal sueño que quizá en realidad nunca pasó —amenazó ella, y apretó las manos temblorosas en puños, mirándolo a los ojos.

—Podrían intentarlo, claro, pero eso no significa que lo lograrían. De igual forma, para llegar a eso, primero tendrías que entregarme, ¿no lo crees? —Se burló Tom, colocando su mano izquierda en la pared y acorralando así a Perséfone. — ¿Por qué no lo has hecho? Me pregunto. Dijiste que era el final, ¿no? ¿Entonces por qué sigo aquí? ¿Por qué mi diario sigue allí, a tu alcance? Creo que es porque sabes que al final volverás, que lograremos grandes cosas, y que al final, yo soy el único que puede darte lo que más quieras.

Él levantó la mano derecha y la acercó al rostro de Perséfone, como si fuera a acariciar su mejilla, e incapaz de evitarlo, ella cerró los ojos con fuerza y contuvo la respiración; era de entre todas las situaciones la que más le había desconcertado en su vida, porque la última vez que alguien le había atraído había sido Gale Ollivander y no salió bien, así que si había algo que pudiera sacarla de su zona de confort era la proximidad, los gestos afectivos y esa tensión que no sabía como definir. No podía mirarlo con la frente en alto, orgullosa y digna, retadora, cuando no se sentía así, sino pequeña y llena de añoranza, porque lo extrañaba tanto que comenzaba a titubear.

¡Ella no dudaba ni se arrepentía! Y eso era porque ella no cometía errores, jamás.

Pero por un instante, se preguntó si quizá...

Los segundos se volvieron largos en el espesor de sus ideas, y cuando abrió los ojos de nuevo, confundida, se descubrió sola en su habitación.

No había rastro de Tom, el libro que él había arrojado estaba en la cama donde ella lo dejó. Porque él no había estado ahí.

Ella era la única persona en la habitación (de hecho, en toda la casa, ya que sus padres habían salido), con solo su profunda abstinencia en su nivel más bajo para hacerle compañía; así que se pasó las manos por el rostro, sintiendo los ojos quemando como si hubiera visto directamente al Sol, y volvió a tomar el libro en sus manos.

Al menos las palabras todavía las entendía, así que eso no había sido parte de su alucinación, y con un suspiro, se dispuso a leer el título en voz alta, esperando a que eso le aclarase un poco la mente.

—Magia Pársel.

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