CAPÍTULO 19

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Perséfone sabía lo que era la lengua Pársel, lo sabía tanto como cualquier otro niño que había crecido en el mundo mágico. El Pársel era la lengua de las serpientes, de los Magos Tenebrosos, y, sobre todo, de los herederos de Slytherin... Y una vez que ella supo que sobre eso era el libro, no tuvo duda alguna de que ese era el extraño idioma en el que estaba escrito, por supuesto, eso no eliminaba todas las preguntas, ¿por qué ahora podía leerlo y antes no? ¿Qué había cambiado desde que lo robó del despacho de Dumbledore?

— ¡Perséfone! —exclamó su madre, y a Perséfone se le hizo un nudo en el estómago.

Que estúpida había sido. Había ingresado un libro de pársel a su casa sin saberlo, uno que además había robado a su director, si su madre lo descubría... Por otro lado, el libro llevaba un tiempo considerable en su posesión, si alguien fuera a atraparla, ya lo habrían hecho, ¿verdad?

¿Podría siquiera llevar el libro de regreso a Hogwarts? Se suponía que el castillo tenía fuertes protecciones contra artefactos oscuros o libros prohibidos, y estaba segura de que ese pequeño tomo de magia podía clasificarse en ambas categorías, las alarmas no debían haber saltado antes porque había sido Dumbledore personalmente quien lo introdujo en el castillo. Pero el diario de Tom también era indudablemente oscuro, no estaba ni cerca de ser magia de luz, y Ginny lo había metido a Hogwarts sin alertar a nadie...

Debería ser seguro. O eso esperaba, porque ella estaba demasiado lejos ya para ser atrapada.

Si alguien, cualquiera, la descubriera, ya podría estar en camino a Azkaban por ataque, robo, amenaza, manipulación, uso de magia oscura, magia de sangre, y, claro, homicidio.

Ser descubierta en uno solo de sus crímenes implicaría que descubrieran los demás, y en esos momentos se trataba de todo o nada.

Con resignación, bajó las escaleras hacia la cocina, donde su madre ya estaba, sostenía algunas bolsas de compra con una mano mientras con la otra lanzaba algunos encantamientos de limpieza.

— ¿Me llamaste, mamá? —preguntó Perséfone, para después sonreír con los labios apretados.

—Sí, sí —respondió, girándose para mirarla, casi con furia, como si esperara que su mirada fuera suficiente para hacerla confesar que había quemado la mitad de la casa con fuego maldito.

— ¿Entonces...?

—Mañana regresas a Hogwarts y antes de que te vayas quiero que limpies ese viejo librero de la sala, hay que desechar los libros inútiles y conservar solo lo fundamental. Estoy segura de que nuestro querido Percy se convertirá en Premio Anual el siguiente ciclo escolar y como obsequio le compraremos todos los libros que podamos, para eso necesitará el espacio.

Perséfone parpadeó. Por supuesto que ella quería que Percy fuera Premio Anual, después de todo, era lo que él quería, pero ella también admitía para sí misma que él tenía las mismas posibilidades que ella de obtener la posición y no veía a su madre considerando obsequiarle nada en absoluto. Sin embargo, ella se limitó a asentir con la cabeza, obediente, y a sonreír, como su madre se había esforzado todas las vacaciones de invierno en recordarle que era propio de una dama.

Al observar en la sala el librero repleto a tope y cubierto de polvo como si su madre no lo limpiase diario, a Perséfone la golpeó la vertiginosa certeza de que aquello probablemente le tomaría el resto del día, y entre estornudos se apresuró a comenzar a retirar los libros de los estantes.

Había varios volúmenes de "Cómo lidiar con las plagas del hogar" de Gilderoy Lockhart, que ella con mucho cuidado y discreción colocó entre aquello que iba a desechar, esforzándose por ignorar el rostro de Lockhart guiñando el ojo en la cubierta. En realidad, casi todos los libros terminaron entre la pila de lo descartable ya que ella ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que se habían tocado, e incluían algunos recetarios de cocina y compendios de hechizos de limpieza cuyo contenido su madre conocía al derecho y al revés. Por otra parte, eligió conservar algunos libros de valor más emocional, como lo era su gastado tomo de "Los cuentos de Beedle el Bardo", "Animales fantásticos y dónde encontrarlos" y algunos otros.

Fue en un olvidado rincón del estante más alto en el que encontró 6 volúmenes de lo que parecían ser álbumes de fotos. Estaban cuidadosamente ordenados y cada uno era de un color distinto. Con curiosidad, Perséfone extrajo el primero desde la izquierda y se cubrió al soltar un fuerte estornudo debido a la capa de polvo en el aire.

Ese álbum en particular era de un color anaranjado intenso, aunque no chillón, y al extraerlo, notó que en la portada tenía escrito el nombre de su hermano mayor, "William Weasley", y aunque esto dejó en bastante evidencia el contenido, por diversión ella lo abrió y comenzó a hojearlo. La cantidad de fotografías que contenía era ridícula, las había de absolutamente todo, desde sus padres preparándose para el nacimiento con su madre embarazada, su padre pintando la habitación y el armario repleto de prendas azules para el futuro recién nacido, hasta el crecimiento de Bill, en sus cumpleaños, mientras dormía y haciendo toda clase de travesuras.

Colocó el álbum en la sección de cosas para conservar.

Después de eso, ella comenzó a contar, asumiendo que los álbumes estarían en orden de nacimiento y que, por la cantidad, los gemelos y Percy y ella compartirían sus álbumes, el suyo debía ser el tercero.

Anaranjado... Verde... Azul...

Perséfone notó rápidamente que el grosor de los álbumes disminuía gradualmente a menudo que pasaban los tomos, como si sus padres se hubiesen hartado de tomar fotografías, hasta llegar al de Ginny, que por cierto era de color rosado, y éste era casi más grande que el de Bill, incluso.

Efectivamente, el álbum azul tenía escrito "Percy y Perséfone Weasley" en la cubierta y ella se apresuró a abrirlo.

Las primeras fotografías coincidían parcialmente con el álbum de Bill. Había fotografías de Molly embarazada y de los pequeños Bill y Charlie tocando su estómago, luego algunas de su padre pintando una habitación de azul pastel, y luego de nuevo su madre, tejiendo con entusiasmo hasta formar pequeños montículos de ropa, todos pequeños suéteres y enterizos de colores como el verde o el azul, lo que desconcertó un poco a Perséfone.

Las cosas se ponían más y más extrañas a medida que ella pasaba las páginas, porque había montones de prendas que obviamente habían pertenecido a Bill y Charlie antes y que ahora llenaban el armario, pero ni rastro de que se hubiesen comprado o tejido para Perséfone. La habitación de la que tantas fotos había tenía una única cuna. No había rastro de accesorios que habitualmente se colocan en una bebé, como moños o diademas. No había indicio en absoluto de que ella hubiese existido más allá de su nombre en la portada.

Casi suspiró de alivio cuando encontró la primera fotografía en la que apareció, una de su nacimiento, y estaba ella junto a Percy, él envuelto en una preciosa cobija de color azul y ella en una frazada rosada con el logo del hospital San Mungo.

Percy siempre había sido muy delgado y parecía que eso se extendía al momento de su nacimiento, ya que ella se veía más regordeta que él en todas las fotografías.

Dejó todos los álbumes con las cosas que se guardarían, pasó el trapo una vez más por los estantes y se retiró a su habitación. Se sentó sobre la cama, dando una mirada rápida al libro de Magia Pársel y luego observando con añoranza el cajón en donde había dejado el diario de Tom Riddle.

Lo extrañaba... Lo extrañaba tanto...

Estaba tan confundida y solo quería contarle a él todo lo que había sucedido...

Pero no lo haría, estaba decidida al respecto, así que solo se encogió de hombros y comenzó a empacar para volver a Hogwarts. No necesitaba a Tom, porque, aunque quizá él entendía su oscuridad, Percy era su mellizo y entendía su luz, y eso era suficiente para ella.

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