3. Gato negro.

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Mucha mala suerte, sin duda.

¿Cuáles eran los hechos que confirmaban está sospecha en Natasha? Pues eran los siguientes: haberse caído de la cama tras enredarse con las sabanas, tener puestos dos calcetines distintos, perder su bolso, que su libreta de poemas terminara en un charco lodoso y lo más importante de todo; haber caminado distraída por el corredor y pasar bajo una escalera, justo cuando unos chicos corrían golpeando el asqueroso fierro. ¿Consecuencia? Ella terminó tendida bajo la escalera, con un dolor horrible en la cabeza y el recuerdo de una gran humillación. En definitiva sólo podía ser un gato negro.

Ahora estaba en la enfermería, con su ceño fruncido, mientras veía a un niño regordete expulsar la bilis con sus vómitos. Definitivamente ver eso era aún peor que ser aplastada por una escalera -sólo por curiosidad, ¿Qué hacia una escalera en medio del pasillo?-. Ella no lograba comprender esa parte.

Gracias a toda esta locura había aprendido dos cosas: por debajo de una escalera no se cruza y no volvería a comer en esa cafetería.

-Oye, niño -dijo-. A ti ¿Qué te sucedió?

El muchacho termino de vomitar y alzo el rostro, lo tenía rojo de por el esfuerzo, respiro profundo para clamar sus nauseas. Entonces hablo: -Hice una apuesta con unos compañeros de curso, tenía que comer el estofado del lunes.

-¿El potaje asqueroso que nos sirvieron el lunes? -pregunto dudosa. Ya que eso fue hace tres días, no lograba comprender la razón de apuesta tan asquerosa.

-Sí, ese mismo.

-¡Ay, niño! ¿Por qué hiciste eso? Esa cosa olía rancia el mismo día que lo sirvieron. Con razón te mueres a vómitos.

Una nueva arcada estremeció al chico, haciendo que doblara su cuerpo y que se temblara de dolor.

-¡No creí que fuera para tanto! Es que ellos siempre me molestan por ser gordo, si ganaba prometieron dejarme en paz -dijo, con lágrimas en los ojos.

Natasha esbozó una mueca de lastima y aparto la vista de aquella escena. Ella comprendía al pequeño, los diferentes siempre serán hostigados. En su caso se burlaban de ella por sus pecas. Pecas que cubrían todo su rostro, ella las había heredado de su padre, su madre aseguraba que se veía hermosa. Pero Natasha nunca se sintió así gracias a las constantes burlas y el acoso, por eso odiaba esas pecas y a veces a sí misma.

-No debiste hacerlo, ellos siempre ganan -expresó resignada.

-¡No es cierto! Los buenos siempre ganan.

-¿Quién te dijo eso? Lo buenos sólo sabemos perder, los malos se encargan de eso.

El niño le dirigió una mirada triste y coloco el balde lleno de fluidos a un costado, fijo sus ojos en los orbes oscuros de Natasha.

-Al parecer tu vida es más miserable que la mía -contesto sincero.

-¿Cómo te llamas gordo? -pregunto amablemente. Más él pareció ofenderse, ya que inflamó sus cachetes. Natasha se apresuró a disculparse asegurándole que no existe nada malo en ser gordo, por lo que no debe ofenderse.

Luego de unos minutos de silencio, la tímida voz del chico logro escucharse: -Fredy, soy Fredy.

Natasha sonrió encantada mientras decía: -Es un gusto Fredy, yo soy Natasha. Pero puedes decirme Ash.

Fredy se limitó a sonreír, acomodó su pequeño cuerpo en la camilla, para poder descansar un momento. La pelinegra decidió observar el horizonte y se perdió en sus pensamientos. Rebuscando una respuesta que explicase su pésima suerte. Al cabo de unos minutos se logró escuchar un barullo. Voces preocupadas, personas apuradas y exclamaciones dramáticas. En ese mismo instante un joven fornido irrumpió en la enfermería sobresaltando a todos los presentes: traía en sus brazos a una jovencita con un evidente golpe en la frente y completamente inconsciente.

-¿Qué le sucedió? -pregunto alarmada la encargada.

-Un ridículo la golpeo con la bici -respondió el chico. Este depósito a la muchacha en la camilla libre con sumo cuidado para luego marcharse.

-¿Quién será tan idiota? -pregunto la enfermera mientras revisaba a Micaela.

-Pues ese idiota lo siente mucho, hermana Gladis.

Natasha busco la voz de aquel muchacho, era joven. Estaba aún más golpeado que la desmayada, tenía raspones por todas partes y un golpe muy feo en su barbilla. La enfermera gimió asustada, nunca había tenido tantos problemas de heridos.

-¿Qué les sucedió? -preguntó Fredy.

-Pues nada grande, yo iba rápido en la bici y ella apareció justo frente a mí.

Daniel procedió a sentarse en una banqueta, mientras la diligente monja revisaba a una desorientada Micaela que apenas había despertado. Luego de unos minutos y haber confirmado que ambos se encontraban bien, procedió a desinfectar las heridas y raspones. A Micaela le administró un analgésico, sin embargo, Daniel necesitaría algunas pomadas y pastillas para el dolor.

-Bien, todo está en orden. Los medicamentos aliviaran sus dolores y posiblemente les de sueño. Iré para hablar con la madre superiora para que sepa que todos. -Recorrió con la mirada la estancia-. Se encuentran mejor.

Tras la partida de la enfermera la habitación se sumergió en un extraño silencio, pero era de esperarse, todos hay no eran más que simple desconocidos. Micaela decidió dormir un rato y Natasha prefirió observar el paisaje a través del ventanal, Fredy volvió a sujetar el balde por si las dudas y Daniel prefirió tararear una canción.

Al cabo de unos minutos Natasha no soportaba más el molestoso ruido, había que ser sinceros; Daniel como cantante jamás llegaría lejos. Fastidiada y con su típico humor, Natasha se acercó farfullando hasta aquel chico, entonces dijo: -¡Nos harías el favor a todos aquí de hacer silencio!

Daniel parpadeo asustado ya que esa chica parada frente a él, sí que daba miedo. Se incorporó en la camilla y entre balbuceos incoherentes logro responder: -Disculpa, no sabía que molestaba.

-¿Cómo no vas a saber, si cantas horrible? -pregunto furiosa la pelinegra.

Daniel enrojeció a causa del enojo y molesto respondió entre dientes: -¿Sabes? Eres muy irritante.

-¡Oh, enserio no lo sabía!

-¿Podrían dejar de pelear? ¡Ahora!

Ambos buscaron al intercesor encontrándose con una Micaela molesta. Fredy se carcajeo de las caras de susto que ambos muchachos colocaron al escuchar tan aterrador grito.

-Ok, niña tu reprendes peor que mi madre -comento Natasha luego de un momento de silencio.

Con la mirada inyectada de rabia Micaela bramó, diciendo: -¡Ustedes los adolescentes no saben más que fastidiar a los demás!¡Seres involucionados! ¡Simios trogloditas!... -ella continuo despotricando furiosa, mientras Daniel tragaba grueso y Natasha reía en silencio.

-Vaya, vaya -dijo la pelinegra-. Sí que nos odias, ahora superaste a mi madre hasta en eso de reprender. Pareces abuela.

-Podrías dejarla en paz, no es suficiente con el pésimo día que ha tenido -replico Daniel.

-¿Pero de qué hablas? Todos hemos tenido un día de mierda o esté es tú paraíso soñado.

-Sólo déjala en paz. Juro no cantar nuevamente, ya no discutamos más.

-Bien.

-Bien.

Todos volvieron a sus asientos en silencio y permanecieron tranquilos. Luego de unos minutos Fredy sonrió con suficiencia como si acabase de comprender un problema matemático de gran dificultad.

-¿Por qué sonríes como el joker? -inquirió Natasha.

-Porque me agradas.

Natasha alzó una ceja interesada, él prosiguió: -Eres como él pequeño y arisco gato negro de mi vecina. Nadie se le acerca por miedo a tener mala suerte, pero él está solo. Por eso gruñe, rasguña y muerde a todos los que conoce. -Sonrió con inocencia-. Pero lo único que ese gato necesitaba era un amigo. A ti te sucede lo mismo.

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