II. La sentencia

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Sugiero leer mientras escuchan el audio que dejé en multimedia.

     Habían pasado dos días desde que vi a Poseidón y a pesar de prometer mantenerlo oculto, la curiosidad me consumía, cada vez quería saber más, hablar sobre él con alguien y ese deseo se cumplió cuando vi a Tupaq entrar a nuestra acogedora choza. Parecía alegre pero también agitado, me di cuenta por las gotas de sudor de su frente y su inquieta respiración.

—¡Amara! —exclamó tras cruzar la puerta.

—¿Qué sucede, Tupaq? —pregunté con evidente preocupación—. Luces agotado ¿Dónde estabas?

—Estuve en el Templo Wayú, no creerás lo que he encontrado.

—¿Qué? — Sus palabras fueron música para mis oídos, de inmediato dejé de tejer la mochila que minutos antes había comenzado a hacer y me acerqué a él con mucha curiosidad.

—He encontrado información sobre Poseidón en el Libro Legendario, al parecer los antiguos dejaron algunas cosas escritas sobre él.

—¡Necesito ver ese libro!

—Amara, no puedes. Sólo las personas de alto rango pueden entrar al Templo, te detendrán y te podrían dar pena de muerte.

—¿Acaso ser la esposa del Piachi' y la hermana del Cacique no me convierte en alguien importante?

—Amara, no quiero correr el riesgo.

—Necesito saber más sobre él, Tupaq. No pensarás que me quedaré cruzada de brazos después de haber recibido tu noticia.

—Está bien, pero prométeme que tendrás cuidado.

—Lo tendré, te lo prometo — Él asintió y volvió a salir de la choza.

* * *

Estaba alistándome para salir de mi acogedora vivienda e iniciar mi plan de ingresar al Templo, pero unos soldados llegaron a la choza. Tenían la cara pintada, simbolizando que eran los guerreros Wayú, llevaban taparrabos y arcos con filosas flechas de madera.

—¿Qué es lo que sucede aquí?

—Señorita Llulah, su hermano el Cacique Llulah la ha solicitado en la Choza del Gran Wayú.

—Está bien, soldado, iré enseguida.

Me coloqué un manto sobre mis hombros para que cubriera mi vestido y salí de la choza para emprender el camino junto a los soldados.

Después de caminar por unos pocos minutos, la morada de mi hermano se hizo notoria entre las palmeras y la arena de la playa, el recorrido no fue tan corto. Su vivienda recibía el nombre de la Choza del Gran Wayú, lo cual recalcaba su poder en el clan, allí residía cada Cacique y su familia hasta su lecho de muerte y elección del siguiente. Tenía bajo su poder la mayor cantidad de chivos de todo el clan, con ellos negociaba con las familias a sus esposas.

Una vez llegamos a la entrada, dos de sus siete mujeres salieron a atenderme.

—Señorita Amara, por favor siga, su hermano la espera adentro.

—Gracias — Asentí y entré a la choza del hombre más poderoso en la zona. Mi hermano se encontraba sentada junto a Tupaq, sus mujeres y sus hijos.

Suspiré de alivio al ver comida sobre la mesa, estaba preparada para lo peor, creí que mi hermano se había enterado sobre mi aventura bajo el mar.

—Amara, por favor, siéntate — Asentí y me senté muy amablemente a su lado y enfrente de Tupaq. Dejé caer mi manto al suelo mientras me acomodaba.

—Debo admitir que ha sido una sorpresa esta invitación, hermano.

—Hermana, hace mucho que no tenemos un almuerzo familiar. ¿Qué mejor que el día del hoy? — Simplemente le sonreí y sus mujeres empezaron a servir la comida.

Pasé la vista a Tupaq y bastó con mi mirada para hacerle entender si le había contado algo a mi hermano, a lo que él respondió negando con la cabeza.

Al terminar el almuerzo, Tupaq y yo nos despedimos de mi hermano y volvimos a casa, a pesar de que por un momento estuve preparada para lo peor, fue una buena y enriquecedora reunión familiar. Hace tiempo que no compartía con él debido a su cargo de Cacique.

Tupaq descargó su mochila sobre una mesa y se cercioró de que nadie se acercara a nuestra choza.

—He estado en el Templo, hablé con un chamán y tu puedes tener acceso debido a tu posición jerárquica.

—Excelente, entonces iré inmediatamente.

Me vestí rápidamente con un wayuushein, el vestido era de hermoso bordaje y me tercié un susu, un bolso tejido, tradicional para mi cultura.

Salí de la choza y la luna comenzaba a brillar con todo su resplandor en el oscuro cielo, tomé una antorcha que colgaba de mi morada y emprendí el camino hacia el Templo, adentrándome en un pequeño bosque de palmeras, con un extenso camino de piedras.

Una vez salí de allí, la luz de mi antorcha llamó la atención de los soldados de la entrada y provocó que se me acercaran, preparados a matar con sus lanzas.

—Identifíquese —ordenó uno de ellos con voz gruesa y potente, llegué a temblar un poco al detallar el filo de las lanzas.

—Soy Amara Llulah, hermana del Cacique y esposa del Piachi' — Mi voz retumbó en los oídos de los soldados y de inmediato bajaron sus armas, hicieron una pequeña reverencia y me abrieron camino a la entrada.

—Bienvenida al Templo, señorita Llulah —contestaron al unísono —. Rogamos a Maleiea que nos perdone.

Con un asentimiento, me adentré en el Templo sin más rodeos y entre todos los objetos y extrañas reliquias, allí estaba, la luz de la luna entraba por el techo de palos y paja e iluminaba el Libro Legendario.

Era dorado y brillante, me vi hipnotizada por su grandeza, en cuanto mis manos lo tocaron, sentí su pasta dura y rústica. Lo abrí con sutileza y busqué entre todas las páginas desgastadas que contenía.

Pasé y pasé páginas hasta encontrar el nombre de él allí escrito, decía claramente «Poseidón », acompañado por un dibujo que al detallarlo, era bastante acertado.

«Dios de los mares, muy pocos lo han visto y se dice que tiene un gran poder que le permite controlar las aguas. Emerge del mar con apariencia humana pero su cola de pescado dicta lo contrario. Se representa con el símbolo de los tres picos, arma que lleva consigo»

No podía creerlo, no había ningún otro registro en el Libro Legendario, sólo eso, algo que ya sabía. A comparación de los demás dioses, que su información cubría varias páginas.

Ni me hubiera molestado en ir, mejor debí esperar a su próxima visita, pero aún faltaba mucho para eso.

Salí del Templo y la luna llena seguía brillando en todo su esplendor. Los guardias no emitieron palabra alguna y fue bueno que haya sido así, me sentía estresada y tenía mucha rabia acumulada, a lo mejor me hubiera ganado unos días en prisión si les contestaba. Decidí relajarme y de inmediato pensé en ir a la playa.

Pasé allí varios minutos, el sonido de las olas chocando con la orilla me había tranquilizado un poco y recuerdos de mi padre jugando conmigo en el agua divagaron por mi mente, eran épocas grandiosas, que seguramente no volverán.

Me sentía mejor, así que decidí volver a la vivienda, la arena del lugar jugaba con mis pies e ingresaba entre mis dedos, las corrientes de aire movían las palmeras y otorgaban un ambiente fresco al lugar. Seguramente los Wayúus ya dormían, todas las antorchas estaban apagadas, a excepción de las de mi choza.

Se me hizo bastante raro, así que me acerqué con cautela. Un sonido esforzado llegó a mis oídos. Conforme me acercaba se hacían más audibles, eran gemidos de placer. Muchas cosas vagaron por mi mente, pero algo era claro, Tupaq me era infiel con alguien y quería verlo con mis propios ojos.

La tranquilidad que me había otorgado el ir a la playa desapareció en cuanto crucé la puerta.

Todo apuntaba hacia aquel acto sexual, mi presencia hizo que Tupaq separara a la mujer de su cuerpo. Ambos se encontraban completamente desnudos.

—Tupaq... — Mis ojos se aguaron hasta no poder más y estallaron en lágrimas. Sentí como mi corazón se destrozaba poco a poco en pequeños pedazos mientras se construía uno nuevo, lleno de odio, ira y rencor.

—Amara, lo... lo siento — No parecía encontrar palabras para excusarse—. E...ell...ella me ha seducido y no pude negarme, todos los hombres del clan tienen muchas esposas y al casarme con la hermana del Cacique sólo te tengo a ti, fue una debilidad — No podía creer lo que estaba escuchando.

—¿De eso se trata esto? —cuestioné colérica—. ¡¿De no poder ser un hombre con muchas esposas?! Lo creí de otros ¿pero de ti, Tupaq?

—Amara... deja el drama —interrumpió la mujerzuela con la que se encontraba mi esposo, al parecer no tenía vergüenza al mostrarse libremente desnuda ante mí—. El hombre ha tenido su debilidad.

—Tú ni hables, zorra desgraciada. Tupaq sólo podía tener una mujer y esa soy yo.

—Jaaa —dijo en asombro—. ¿Zorra desgraciada? Ya verás quien es la zorra, desgraciada — La mujerzuela pasó la vista a la cocina y corrió al notar uno de los largos y filosos cuchillos.

Lo empuñó con ira y se abalanzó contra mí, trató de clavármelo, pero de la ira que corría por mis venas, le lancé un puño con tal brutalidad que logré tenderla en el suelo.

Tomé el cuchillo. La furia corría por mis venas tanto como me hervía la sangre; sentí el momento de adrenalina y me abalancé sobre la mujer, dispuesta a matarla.

—Amara, no lo hagas —advirtió Tupaq.

—¡Apártate si no te quieres quedar sin pene, maldito traidor! — Tupaq abrió sus ojos de par en par y llevó sus manos hacia la entrepierna, tapó con las manos su miembro sexual, al parecer mi amenaza fue lo suficientemente fuerte para hacer que se apartara.

—¿Me matarás? —preguntó la mujerzuela con picardía—. Oh, vamos, hazlo de una vez para que demuestres quien es la zorra.

Mi ira llegó al punto máximo, miré a Tupaq y noté su mirada perdida, él no podía creer lo que estaba sucediendo.

Sin pensarlo, clavé el cuchillo en el cuello de la mujer y la obligué a gemir, esta vez del dolor. Su grito fue fuerte, la satisfacción era tan grande que retiré el cuchillo y se lo volví a clavar una y otra vez, salpicando su sangre en varias direcciones, incluso sobre mi rostro.

—Amara... —susurró, aterrado.

—Tu...Tupaq —tartamudeé mientras arrojaba el cuchillo al suelo, mis manos temblaron.

—Aún es tiempo, podemos escapar y olvidar todo esto... juntos.

—Ya es tarde, Tupaq.

El grito de la mujer había alertado a los soldados y cuando decidí salir de la choza, me tenían rodeada con lanzas y arcos, dispuestos a atacarme.

Ya era tarde, ya lo había hecho, la mujer estaba muerta y nadando en su propio charco de sangre mientras que yo estaba a punto de ser llevada ante la justicia.

Los soldados me encadenaron, mi siguiente destino era La Choza de los Prisioneros, lugar donde custodiaban a los arijuanos y a las personas que quebrantaban la ley y las mantenían allí hasta que dictaran su sentencia. Alcancé a observar como los soldados levantaban el cuerpo sin vida de la mujer, Tupaq se había tapado con un manto y parecía dar declaraciones.

* * *

Ya había amanecido, desperté con el cantar de los gallos, me encontraba encadenada, sucia y manchada de sangre. Sería el día de mi sentencia, pero en La Choza de los Prisiones no estaba sola, había un hombre apresado, preparado para ser condenado.

Mi corazón estaba destrozado por lo que me hizo Tupaq, pero a la vez estaba feliz por haberme vengado en su cara y haberle quitado los delirios de mujer bella a esa zorra.

—¡Traigan a los prisioneros! — Escuché la voz de ese soldado y mi cuerpo se tensó, aunque estaba preparada para mi sentencia, algo dentro de mí no quería morir y quería salir, vengarse de todo y de todos.

Los soldados entraron a la Choza de los Prisioneros y se llevaron primero al hombre. Él me miró y rió fuertemente, al parecer no estaba cuerdo y no le importaba si moría, a diferencia de mí, que aún quería conservar la vida.

Más soldados entraron y me llevaron encadenada al lugar donde declararían mi sentencia.

Me hallaba enfrente de todo el clan Wayú, al igual que el otro prisionero, pude ver a mi hermano sentado en su trono y a sus Consejeros Wayú junto a Tupaq, quienes dictarían mi sentencia.

—¡Que pase el primer prisionero! —ordenó el Cacique.

Los soldados lanzaron al hombre ante la corte y el silencio cayó sobre los presentes.

Uno de los consejeros se levantó y todas las miradas cayeron sobre él.

—El prisionero ha sido acusado de asesinato, violación y de arijuano, además no rindió culto al dios Maleiea — Palabras de asombro se escucharon en coro, al parecer a mi gente le parecía más grave no rendir culto al dios creador que violar y matar.

Se escuchaba un susurreo entre el Cacique y los consejeros, pero tras unos segundos, la decisión fue tomada.

—El acusado tendrá como castigo por delitos de muerte, violación, arijuano y no rendir culto al dios creador... ¡La pena de muerte!

El hombre solamente rió al escuchar la sentencia que le habían impuesto mi hermano y sus consejeros. No paraba de reír como un desquiciado y era muy obvio, estaba loco.

Los soldados lo rodearon, colocaron flechas en sus arcos y le dispararon a sangre fría, los múltiples palos cortos puntiagudos entraron en su cuerpo, el hombre cayó al suelo y su sangre se extendió por la arena.

Su sentencia había sido dictada y su castigo impuesto.

Estaba lista, era mi turno, la mirada de mi hermano se encontraba perdida y por más que le doliera, tenía que ser fuerte, demostrar que era un líder y que la ley también se aplicaba para su familia. Desde mi lugar vi como pasaba saliva y escuché como su voz se tensaba, pero tuvo que retomar la postura.

—¡Que pase la acusada!

Los soldados me llevaron ante los consejeros y ante mi hermano, aún estaba encadenada y era mi momento, sentí mis piernas temblar y mi agitación entrecortarse, no estaba preparada para morir.

—Que hable el testigo — El Cacique golpeó el suelo con su vara y Tupaq dio un paso al frente—. Se le recuerda que debe hablar con la verdad y sólo la verdad o de lo contrario, no sólo morirá, sino que también recibirá la maldición de Maleiea durante su estancia en el Jepirá.

En cada juicio, el testigo debía ser correcto en su narración de los hechos, no hacerlo le llevaría a la muerte y haría un infierno su estancia en el Jepirá, el lugar de felicidad donde vamos después de morir, hasta ser exhumados y llevados a un sitio definitivo.

—Cuando tomé como esposa a Amara Llulah, por respeto al Cacique supe que no podía tener más de una mujer, lo cual es normal para cualquiera de nosotros. En un momento de debilidad, fui tentando por otra mujer y le fui infiel a Amara. Tras su retorno a casa nos encontró y mató a la mujer con un cuchillo, apuñalándola sin piedad.

Era un momento de tensión ante la corte. Escuchaba como todos me gritaban cosas y dictaban sentencias sin ni siquiera ser los que llevaban a cabo el juicio.

—Ojo por ojo y diente por diente, Amara debe morir así como mató a la mujer —especuló uno de los consejeros.

—Tupaq nunca debió serle infiel a la hermana del Cacique —respondió otro consejero—, además la acusada afirmó que fue en defensa propia.

—Ella no debió haber matado a la mujer —contestó Tupaq—. Se vengó de la manera más brutal.

—¡Basta! —exclamó mi hermano con su potente voz, provocando el silencio de todos los presentes.

Mis ojos permanecieron clavados en los de él y los de él en los míos. A diferencia de que yo no demostré expresión alguna, a pesar de sentirme aterrada.

—Amara Llulah no pagará pena de muerte por haber estado en un momento de ira — Suspiré aliviada al escucharlo—. Además se defendió de un intento de asesinato. Su castigo será ser desterrada de nuestra civilización y vagará fuera de estas tierras. En cuanto al actual Piachi', deberá renunciar a su cargo por haber traicionado a mi hermana.

Ante su decisión, los presentes empezaron a protestar, pero con un golpe al suelo con su vara, todo cambió, los silenció por completo. Los soldados me quitaron las cadenas y rápidamente me abrí camino hasta mi choza, había sido expulsada y no podía volver.

Corrí lo más rápido que pude y empaqué en mi susu algunas cosas. Le dediqué una última mirada a mi hogar y me preparé para abandonar mi vida.

Tupaq cruzó la puerta, su mirada seguía perdida y también pude notar su tristeza al ser removido de su cargo.

—Y así fue como todo terminó —susurró.

—No ha terminado, Tupaq — Me aseguré de sonar amenazante—. Volveré y acabaré contigo y con los que me han expulsado, incluyendo a mi hermano. Me han desterrado y todos pagarán el precio por esa humillación. Es una promesa.

—Cálmate, Amara —dijo aterrado.

—Adiós, ex Piachi', es un alivio para mí el saber que no he sido la única en perder algo. Espero que ahora si puedas tener muchas mujeres en tu nueva vida como soltero.

—Ahora te desconozco, Amara.

Ante sus palabras reí con picardía y salí de la choza, tenía un largo camino por recorrer y una nueva vida había comenzado.

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