00: El arrebato.

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“EL ARREBATO”

Es primero de noviembre de 1981, y nada que suceda en el día puede animar a Stefan Serkin, que posee la certeza de que caerá al suelo en cualquier momento y el dolor no será igualable al que tiene en el corazón.

No obstante, su roto corazón aún se estremece con el lloriqueo de un bebé, que llega a sus oídos y hace que reaccione en una milésima de segundo. Konrad, su bebé, llora en su cuna a solo un metro de él, con el pequeño rostro pintado de arrebol y congestionado con tan solo segundos de comenzar a quejarse.

—¿Qué sucede, cariño? —musita con dulzura, pese a que se haya amargado en una parte, mientras eleva en brazos al pequeño y lo mece, dándole calor que cree, necesita urgentemente—, ¿Te he estresado, eh?

El bebé parpadea y calma el llanto poco a poco. Lo ve con ojos de un ser puro e inocente, porque lo es; y como uno que, aunque ignorante del mundo y de sus conceptos, parece comprender que su padre está mal por alguna razón. Stefan acaricia su mejilla con el pulgar.

—¿Podrías perdonarme? —Konrad ladea la cabeza, cubierta por una mata de cabello negro azulado, y estira una de sus manos para tocar el rostro de su padre, balbuceando, como si estuviera dándole un consejo sumamente importante que debe escuchar con atención, por la manera en que su expresión se hace seria y sus cejas se juntan, mientras forma un puchero y sigue balbuceando—. Uy, perdóneme, señor Serkin, parece que lo he molestado en verdad.

Logra reír solo un poco, lo suficiente para que Konrad pierda la seriedad y decida unirse, aunque con una risa mucho más alegre. Luce más feliz, por el hecho de que su padre haya cambiado la expresión.

Entonces, el timbre de la casa suena. Reafirma el agarre que tiene sobre su hijo y, aparte, se dispone a colocar su varita en un lugar donde le sea fácil tomarla. Así, comienza a caminar hasta la entrada, dónde se detiene para ver por la mirilla. En el exterior se encuentran Claire, su hermana, y Remus Lupin; ambos vestidos de un negro que hace a su estómago revolverse y mirar por un instante a Konrad, en busca de fuerza.

Abre la puerta sin detenerse más, dando a sus allegados un susto por lo abrupto de su aparición. Claire es la primera en dirigirle una sonrisa reconfortante y un saludo reservado, dándole a entender que sigue con las repercusiones de la lucha del día pasado y que no tienen mucha mejora; mientras que es Remus quien se atreve a acercarse y abrazarlo, abrazo el cual acepta gustoso por tener un calor conocido expandiéndose sobre el cuerpo.

El castaño se separa—. ¿Estás listo? —dice, transmitiendo todo el apoyo que es capaz de darle, quedando solo su mano sobre el brazo de Stefan, que recibe sus caricias.

Stefan asiente, seguro de que su kilt lo ha puesto a la perfección y de que Konrad no corre riesgo de sentir frío, además de que lleva todo consigo en la pañalera, que cuelga en un perchero al lado de la puerta. Estira la mano que no sostiene a su bebé y la agarra, dejándola caer sobre el hombro.

Remus hace amago de querer ayudarlo con el pequeño, sin embargo, se retracta rápidamente al ver a Stefan Serkin hacer un diestro movimiento protector que lo aparta. Sonríe apenado, ciertamente incómodo, y extiende la mano, ahora en dirección a la pañalera y manteniendo distancia del hijo de su amigo, que él acepta que tome, aún con el fantasma de la tensión marcado en sus venas sobresalientes.

El hombre de cabellos como los de un ciervo rojo, vuelve a respirar al ver las manos de su amigo alejarse con el bolso y dirigirse a la puerta para cerrarla, aunque la punción de culpabilidad se hace presente por unos instantes por temer que le arrebate a su hijo. Cosa que firmemente asegura, nunca pasaría.

—Bien, cariño... —mira al pequeño, que tiene el dedo pulgar dentro de la boca y le devuelve la mirada, un tanto extrañado—, vas a vivir tu primera aparición... Si te sientes mal al llegar allá, me miras feo, ¿Trato?

Si su capacidad de entendimiento es grande o solo asiente cada que le dirige la palabra, Stefan solo tiene una mínima idea, transmitida en la sonrisa risueña del pequeño y la manera en que se aferra a su cuello.

Se aferra a Konrad y, dirigiendo una pesada y significativa a su hermana y a su amigo, cierra los ojos y piensa en el cementerio verduzco del valle de Godric, donde James Potter alguna vez le dijo que quería descansar eternamente a su lado. Y donde estará; sin él.

Es envuelto. Siente su cuerpo grande y fornido contraerse, para pasar por lo que bien podría ser un tubo multicolor y brillante de procedencia extraña y magnífica; al igual que sus enormes manos se aferran al cuerpo del bebé, como si aquella acción pudiera protegerlo de la sensación aplastante de la aparición. Sin embargo, no dura más tiempo que eso, y sus pies aterrizan en el camino empedrado, fuera de la rejilla, que lleva hacia el cementerio.

Konrad está bastante tranquilo aún en sus brazos, y no hace más que reír al escuchar un pájaro a lo lejos. Stefan siente un poco de calma con ese acto; no parece estar siendo considerado un mal padre, aunque duda que Konrad sepa que él es su padre y cuál es el concepto de maldad.

El arco del umbral tiene la leyenda en lenguaje de runas, y una pequeña parte dentro de sí se enciende en una emoción que creía pérdida la noche de ayer:

Funge ésta piedra como entrada, a aquel recóndito lugar donde el alma descansa y el cuerpo se preserva; bienaventurados los que vienen, sin temor a la muerte y lo que hay en ella.

Stefan dura un minuto más ahí, con los ojos brillantes y atentos a cada símbolo tallado con esmero y color rojo, seguro de que en cualquier momento puede llorar como ha estado evitando todo el día, para no alterar a su hijo.

Cruza el umbral, notando que Claire y Remus se han adelantado unos metros. El frío que acarrea la brisa llega a sus rodillas debido al kilt, aquel que decidió usar en memoria de James, y el amor que el hombre le tenía a Escocia por él. Su corazón se acelera cada vez más, conforme sigue el camino terroso bordeado por piedras cubiertas de musgo, y se adentra al cementerio, a rebosar de tumbas grises y descuidadas; comienza a pensar que debió esperar un poco más, solo un poco, para realizar el funeral de Lily Evans y James Potter.

Al menos dejar pasar un día de luto, no unas cuántas horas por sentirse incapaz de saber que el cuerpo del amor de su vida se encontraba en algún lugar con Albus Dumbledore siendo resguardado y, a la ves, por verse incapaz de ir y enfrentar la realidad, en vez de enterrarla junto a sus memorias.

—Buenos días, señor Serkin —el sacerdote, aquel que también lo crió por años enteros de su vida, lo ve desde el otro lado de unas hileras de tumbas iguales, haciendo que se detenga. Tiene una sonrisa peculiar, para el contexto en el que se encuentran, pero sigue siendo reconfortante escuchar su propiedad que borra tras captar su atención—. Parece que no has dormido. Claire está bastante preocupada.

—Es ella la que debería estar cuidando de sí misma —apunta. No obstante, la risa de Frank Larry le hace saber que está de acuerdo con ella.

Frank, un hombre que roza los setenta años y parece haber vivido más de lo que aparenta, sonríe mientras camina, encorvado, dándole la apariencia de la muerte misma por su blanca piel, con los ojos azules y el cabello también blanquecino.

—Sabía que dirías algo así, pequeño tonto —se acerca con cuidado y lentitud, apoyando el bastón tallado por él en su juventud, en el suelo conforme anda—. ¿Cuándo serás lo bastante valiente para admitir que estás mal?

—¿Cuándo lo he negado? —murmura. Konrad, en sus brazos, parece reconocer el rostro de Frank, puesto que ríe alegre y extiende sus brazos en la dirección por la que viene el hombre, tanto que tiene que sostenerlo de su torso para que no se deje llevar por la gravedad—. De cualquier forma, no es nada preocupante para ti; solo han pasado unas horas, mi mal está justificado.

—A nadie engañas con eso —chasquea la lengua, astuto. Toma la pequeña mano del pelinegro y reposa un beso en ella, para su temor, que el albino ignora con destreza—, que las bolsas bajo tus ojos no son de unas horas... Es como si hubieras estado sufriendo la pérdida antes de tiempo.

—Puede decirse que sí —es así como Frank relaja la mirada, y dirige una sonrisa comprensiva hacia él, al menos por un instante que disfruta bastante—. ¿Sabías que Dumbledore me prohibió hablar con él los últimos cinco meses?

—Me lo imaginé. Tus cartas eran un poco pasivo agresivas al mencionar parte del tema—lo golpea con el bastón, para que avance por el camino de tierra, tomando el espacio a su lado—. Aún así, no logro imaginarme lo que es perder al amor de tu vida.

Stefan baja la cabeza, sintiendo los tirones que Konrad da a su cabello, lo más seguro para mantenerse entretenido. Stefan ha pensado de Frank Larry como alguien destinado a la soledad; y esas palabras lo confirman pero golpean con igual brutalidad. Pese a que el hombre no imagina el hecho que envuelve a su hijo no biológico, está dispuesto a escuchar, y se siente bien poder hablar con alguien sobre ello, con libertad.

—No dormía pensando en si James estaba bien —ve a Frank de soslayo, que nota, tiene la cabeza recta y una mirada solemne—, si Lily estaba bien, o si Harry lo estaba. Tampoco dormía, al pensar en una manera de sacarlos de esa cárcel, de verlos y mantenerlos seguros por al menos un momento... O, siquiera, de tener un plan de escape para evitar esa tragedia... Ya vemos que nada de eso sucedió.

—No sucedió —afirma, con la cruel sinceridad que lo caracteriza—, y nadie pudo evitarlo y nadie puede revertirlo, vive con eso —lo dice con tono cansino. Stefan siente una punzada y quita los ojos del hombre, herido—. No hagas eso, que sabes que es cierto; alguien debía decírtelo y Claire no quiso ser ese alguien porque dijo que era demasiado pronto. Yo no creo eso y lo sabes.

—Siempre es un placer ser el blanco de tus palabras sinceras —Frank suelta una risa y Stefan siente el golpe que le da en el hombro—. Pero gracias por venir.

—Lo sé —la tierra cruje con su paso—, no quería perderme ésto. Y no quería darte la espalda a ti... Además, escuché por ahí que tienes problemas nuevos, fuera de que mataron a tu novio y a la madre de su hijo.

Se queda callado, bastante seguro de que cualquier cosa que diga hará que Frank arremeta contra él, pese a sus buenas intenciones. Vuelve a sentir un golpe en su brazo, solo que ésta vez ha sido con el bastón; levanta la mirada, pidiendo explicaciones.

—Contéstame, niño tonto, que aún así seguiré hablando como Dios me ha otorgado la palabra —Stefan refunfuña—. Bien, pues escuché que Dumbledore planea darles a Harry a la hermana de Lily y su esposo... Contra el deseo de ambos de que fuera contigo.

—Suficiente, ¿También te lo dijo Claire? —maldice en voz baja, con el enojo y la impotencia corriendo por sus venas tal cual veneno, como creyó que no sucedería al estar anestesiado por tristeza—, unas horas y ha soltado todo lo que pedí que no hiciera... Bien, quiero que me digas cobarde de una vez por todas por tener miedo de pararme frente a Dumbledore y reclamar, estoy harto de todo ésto. Solo quiero ir a la tumba de James, verlo, y tratar de despedirme dignamente.

—¡Uf! —el chiflido de Frank hace que se tense y lo mire fastidiado. Frank permanece inexpresivo, pero su rostro se contorsiona conforme las palabras van a su cabeza y comienza a armar su discurso—, ¿Tan malo crees que soy? Porque sí, lo soy, no te equivocas. Y sí, también eres un jodido cobarde, ¡Dices que Harry es como tú hijo y no puedes dejar el miedo a Dumbledore de lado para reclamarlo! —las palabras son como cuchillos que lo atraviesan uno a uno, lentamente. Duelen más de lo que quiere aparentar para no dejarse vencer, pero son las siguientes las que lo desarman por completo y hacen a sus rodillas flaquear—: ¡Dices amar tanto a James Potter pero no pudiste ni siquiera esperar un día para su entierro y tampoco puedes ver por lo mejor de su hijo!, ¿Eso querías escuchar? Porque, bueno, solo hay una cosa ahí que no es cierta: Claire se preocupa, pero no ha sido ella quien soltó la sopa... Fue el chico Lupin, ¿Sabes por qué? —ya no quiere saber nada. Está seguro que se pondrá a llorar y eso podría alterar más a Konrad, que se retuerce entre sus brazos y gime en voz baja—, ¡Porque-él-también-teme-que-pierdas-a-Harry, y a la vez que te descuides a ti mismo tanto como para que Konrad sufra!

El llanto de Konrad se hace presente, cortando el silencio, al igual que la vena sobresaliente en la frente de Frank Larry. Stefan aparta la mirada, molesto, con una tristeza descomunal, mas apenado, y comienza a mecer al bebé en su brazo para calmar su llanto, en un vano intento por asegurarle de que todo está bien.

—Tranquilo, cariño —murmura con una dulzura que no creyó capaz de soltar en el momento por la dureza con que Frank se expresó de él y todo aquello que lo ha estado golpeando sin remedio—, tranquilo, no tienes de qué preocuparte. Todo está bien, cariño.

Konrad sigue llorando después de unos minutos más de ser mecido, con palabras de consuelo por parte de su padre, hasta que logra que calme y siga en silencio, mirando con sus pequeños ojos rojizos al hombre que le ha gritado a su padre. Stefan hace lo mismo y lo encara.

—Eres un buen hombre, y un buen padre —dice Frank, suspirando. Acerca una mano a su brazo y le da una palmada, una que Stefan no hace amago de evitar a pesar de seguir con el disgusto—, todo lo que haya pasado, todo lo que no hayas hecho, no define lo que eres. Pero lo hará si no haces algo por Harry y por tu despedida... Ven, que vamos tarde y yo soy el de la misa.

Stefan siente un mar de emociones dentro suyo. Una inmensa tristeza, por perder su otra mitad; una impotencia enorme que no puede desaparecer hasta que consiga que Harry Potter esté con él; y vergüenza, por dejarse derrumbar con las palabras de Frank, su padre, dejando a Konrad afectado. Eso no es lo que hace un padre, porque un padre debe ser fuerte por los pequeños, o al menos eso cree; Stefan siempre supo que quería ser un padre ejemplar, uno amoroso y sabio que demostrara al mundo que no era como los demás.

Konrad balbucea algo en su oído, que se escucha entre reproche y motivación. Sonríe inevitablemente, sintiendo las pequeñas manos del bebé acariciar su cuello. Murmura de regreso un corto «Te amo», que hace a Konrad reír por lo bajo. Parece ser que no quiere que Frank lo escuche, como si quisiera prevenir otra larga conversación que haga a Stefan sentirse mal.

El lugar que escogió Stefan para poner las tumbas, está bajo un sauce llorón bastante viejo, que recuerda un poco menos afectado por las manos del hombre en su juventud, cuando iba ahí con James mientras su padre daba una misa de funeral.

Pero tiene el corazón un poco contraído, por enterrar frente a sus recuerdos al amor de su vida, y a aquella mujer que fue tan importante para James como él, Lily. Aún así, está seguro de que es algo bueno, que debe superar.

Los hoyos en la tierra son tan profundos que Konrad suelta una exclamación de asombro cuando pasan cerca. Frank va delante suyo, colocándose entre ambas tumbas y sus lápidas, coronadas por dos estatuas distintas entre sí: la de James, con una santa con corona de laureles, y dos lágrimas pintadas de color rojo, que espera no se quite con el tiempo; mientras tanto, la de Lily es un ángel, con la vista al cielo, las manos a sus costados y las palmas hacia arriba.

Remus y Claire hablan en voz baja, por detrás de unas lápidas cercanas al punto, para ver desde ahí. Hay unas cuantas personas más en el lugar, y solo aquellos que lograron saber de la fecha para el funeral, que quieren despedirse de ambos héroes de guerra y nada más. Stefan siente repudio por todos ellos, que está seguro, James y Lily jamás conocieron; y antes de que se dé cuenta, ya ha sacado la varita y pronunciado un conjuro para ponerles una barrera, que hace que choquen contra ella, y los detiene abruptamente.

—No te conocí intolerante, señor Serkin —el simple tono de la voz de Albus Dumbledore hace que se tense. Solo espera un momento donde finalmente pueda sentirse relajado, y un momento donde él finalmente desaparezca de su vida y la de sus hijos—. Buenos días.

No responde, ni siquiera quiere saber cómo logró pasar o si pasó antes de que tuviera el impulso de alejar a todos para darle privacidad. Permanece estático y con Konrad sostenido de manera en que esté cómodo para ese rato, escuchando la voz de Frank comenzar la misa para apurar todo.

—Lamento tu pérdida —si la intención de Albus Dumbledore es buena o mala, no quiere pronunciarse, porque sabe que explotará como nunca antes. Está enojado con él, pero solo lágrimas que antes luchó por contener salen de sus ojos para demostrarlo—, James y Lily fueron buenas personas, héroes, que salvaron al mundo...

—Ya eran héroes —escupe entre dientes, con rabia—, ya eran buenas personas... Solo les tocó morir para salvar a Harry; apuesto a que no querían ser héroes, si eso significaba morir.

—Pero fue necesario —lo dice solemne, tanto que tiene que cerrar los ojos y contar hasta diez para no golpearle esa nariz que se ve tentadora de romper; se pregunta qué tan mal quedaría frente a la sociedad si lo hiciera—, y ahora el Mundo Mágico entero está agradecido. No debe ser agradable estar fuera de la barrera.

—La muerte nunca es necesaria —Puede irse a la mierda, quiere decir—, solo usted tiene esa rara manera de pensar. Le agradecería si me dejara escuchar la misa; puede decirme después que la muerte es necesaria.

Y aunque lo intenta, ya no es capaz de escuchar el restante de la misa. Tiene a Dumbledore a su lado, atento y en paz, viendo al frente, a dónde están los ataúdes con coronas de flores blancas. Y Konrad se ve dispuesto a que no le haga caso tampoco, como si aquellas palabras bíblicas de su padre ahora fueran un indicio de pelea para él.

El tiempo de enterrar los ataúdes llega y es incapaz de dar un discurso frente a todos, frente a Dumbledore. Se limita a tomar la varita y depositar ambas cajas de madera tallada con cuidado en el hoyo, rechazando cualquier ayuda; al final, tomando un puñado de tierra seca y dejándolo caer en la tumba que corresponde a Lily, y luego, tardando un poco más del esperado, otro a la de James.

Siente un apretón en el hombro y, levantando la mirada, ve a Remus, que también deja caer tierra a la de James y sonríe decaído, aunque animandolo. Hace amago de tomar a Konrad y, por primera vez, acepta que lo lleve; quiere un momento solo para él, antes de que deba tapar todo por completo. El bebé parece comprender bien, puesto que se aferra a Remus y balbucea para que avance.

—Estaremos afuera de la barrera, que Dumbledore se ha ofrecido a quitar. Te esperaré para el momento en que quieras enfrentarlo.

No es necesario decirle gracias en voz alta, porque él entiende a la perfección y se va, sonriendo de lado. No espera más y cae después de sentir las piernas flaquear, sobre sus rodillas, sintiendo cómo la piel se desgarra un poco y raspa. Ríe un poco, por la manera en que se ha derrumbado, cuando creyó que podía tolerar un poco más, solo un poco más de tiempo conteniendo lo abatido que está.

—Parece que tú escocés favorito no es el más fuerte, ¿Verdad? —eleva el rostro, en un vago intento por disipar las lágrimas y poder ver con nitidez la estatua—. Estás muerto. Y Lily también lo está.

Solloza. Quiere dejarse en claro el hecho, como si en cualquier momento fuera a olvidarsele y al llegar a casa lo primero que fuera a hacer es ir a la cocina y besarlo, porque James probablemente estaría preparando té. Pero no puede; porque está muerto, y debe recalcarlo aunque arda como mil demonios.

—Te amo, James, te amo tanto —musita, herido, con un suspiro resignado, roto, que tiene que apasiguar antes de continuar—, sé que no te lo dije en meses. Pero todo el tiempo se lo dije a tu retrato que creo maldito, en espera de que te lo comunicara o lo adivinaras, porque siempre has sabido leer mi mente, como aquella vez en que me dijiste por primera vez te amo en casa de tus padres, porque sabías que te lo diría aún cuando no éramos nada y solo compartíamos miradas en las cenas —sonríe, melancólico, y se dice que tal vez no sea tan difícil superar, sin olvidar el recuerdo del hombre que llenó su vida de colores y luz; y que, tal vez y solo tal vez, el tiempo puede ayudarle—. Espero lo hayas recordado en esas noches que, como me contaste, tenías pesadillas sobre mi, sobre Konrad, sobre Harry y sobre Lily... También espero que hayas muerto feliz, por saber que Lily podría tener una oportunidad y Harry viviría, aunque solo sucedió lo último... Admiro tu sacrificio, aunque me llevó toda la madrugada aceptarlo; es una de las cosas que amo de ti... Pero temo que me quedaría a morir de frío aquí si te recuerdo todas las que dije alguna vez en la cama. Por cierto, estoy usando el kilt que te gusta; por fin pude ponermelo sin tu ayuda, tal vez solo necesitaba este empujón...

Las lágrimas siguen cayendo, y gira la cabeza un momento, viendo el ángel de la tumba de Lily. Su corazón se contrae en culpabilidad, temiendo de la verdad que dicta que solo cuando uno está muerto, recibe el perdón. Sabe que es cierto, y que el empujón que lo quiere llevar a hablar está maquinado por ese sentimiento maldito que es culpabilidad, vergüenza. Aún así se atreve, porque sabe que es necesario, porque sabe que es lo correcto y lo que debió hacer temprano, antes de su muerte.

—Lo siento, Lily —no le cuesta, no suena dificultoso, porque la pesa que aplasta su corazón se ha desvanecido, pero no se limita a esas vagas palabras, porque no lo cree justo, porque el sentimiento es más grande que nada en ese instante—: por haber sido un idiota celoso, por odiarte en esa parte de mi corazón que no podía aceptar que James te amaba de esas formas tan extrañas suyas... Solo sé que lo siento... Porque eras la mujer más maravillosa del mundo y yo no pude aceptarlo cuando aún estabas viva, dispuesta a ser mi amiga aún después de todo lo que nos hicimos, como dijo James en sus cartas... Quiero que descanses en paz, y quiero que sepas que lucharé por Harry aunque James no esté tampoco, como sé que querrías.

Y ahí, la paz lo invade en una pequeña parte y una de las tantas heridas se cierra. Con la varita en mano, hace que hilos de tierra caigan sobre el hoyo de su tumba, y lo vayan tapando con cada segundo que pasa, cerrando una etapa que permanecía sin concluir. No obstante, se da cuenta de que no ha tapado la tumba de James, y que sus piernas están entumecidas por el tiempo que ha estado sobre sus rodillas; se sienta como puede, viendo cansado el féretro cerrado. Con la varita nuevamente hace un movimiento, para destapar el ataúd; el rostro de James está inmaculado, tan blanco por la muerte, pero que aún hace que se pregunte cuan aislado estuvo todo ese tiempo para perder su bendito bronceado logrado en la fría Gran Bretaña, y que no se note.

—Tienes razón, James —comienza—, y es la única vez que te lo diré. Tienes razón porque, sí, siempre haces que todo lo que soy se vuelva un remolino; porque ahora no estoy tranquilo, no estoy siendo fuerte y la paz no es parte mía porque quiero golpear a Dumbledore... Pero lo intentaré, por ti y Lily, y por Harry... Porque me necesita. Te amo, James Potter, y espero que descanses como mereces... Aunque una parte mía siempre esperará que regreses, y completemos lo que prometimos.

Se quita el collar que lleva en el cuello y, tomando uno de los anillos de oro que cuelgan de él –el que tiene un pequeño rubí en medio, hace que la mano inerte de James Potter sobresalga y con magia pueda colocarselo, en el dedo anular de la mano izquierda.

—Como esto —susurra, tomando el que sobra y colocándoselo, con lágrimas cayendo más y más fuerte por sus mejillas. Su dedo anular brilla y lo besa—, que quise esperar a que las cosas mejoraran... Ahora me arrepiento; pero sé que habrías dicho que sí.

La tapa del féretro se cierra cuando la mano de James descansa sobre su quieto pecho, y tierra cae sobre su tumba, conforme Stefan se levanta. Se sacude el trasero y las piernas con la mano desocupada. Las lágrimas comienzan a secarse y un poco de seguridad lo invade, la suficiente para que camine decidido –ignorando a la mujer rubia que se acerca a la tumba de Lily, hacia Albus Dumbledore que parado con Claire, Remus y Frank enfrente, todos callados, voltea a verlo.

—¿Dónde está Harry? —Dumbledore sonríe.

—Seguro —responde con simpleza. Ni él, ni Remus, están felices con sus palabras y eligen no desistir.

El rostro le arde, en cólera—. ¿Seguro con quién? —pregunta, bastante disgustado—. ¿Con su nueva familia? Porque estoy seguro de que ví a Petunia por ahí y no llevaba a ningún bebé en brazos.

—Con un hombre al que le confiaría mi vida —la mandíbula se le desencaja con la sospecha, con ojos de alguien a punto de entrar en una crisis. Stefan quiere no pensar mal, quiere estar seguro de que el hombre está cuidando bien de Harry, pero no puede. No quiere—: Hagrid. Lo llevará con Petunia a Surrey en una hora.

—No lo hará, no mientras yo esté vivo —se yergue, queriendo lucir intimidante y poderoso aunque su porte sea más el de un hombre benévolo en cuerpo de oso; reúne toda la seguridad que puede, encontrando apoyo en Remus y Claire, en un bastante inteligente Konrad Serkin, y también en Frank, que se ve orgulloso de verlo hablar después de su plática—. Es mi hijo: no de sangre, pero lo es. Lo amo desde el día en que nació, lo procuro desde ese día también. Y James y Lily lo sabían, por eso me otorgaron su custodia; usted no puede decidir lo que es mejor o no para él, no cuando lo encerró a él y a sus padres en una jaula de matadero... —lo último lo pronuncia con desprecio, uno que no pasa desapercibido para el hombre de gafas media luna y cabello blanco brillante al escaso sol.

—El hechizo de Lily únicamente surtirá efecto si Harry está al cuidado de alguien emparentado con sangre —Stefan niega, buscando una manera de excusar; sin embargo, el hombre prosigue—, es magia antigua, Stefan, tu más que nadie sabe cómo funciona. No solo se trata del deseo de Lily y James.

Frota su rostro con ambas manos, dando un vistazo al alrededor como buscando una respuesta. Mira a Remus, que parece igualmente desesperado por encontrar una; Claire, sin embargo, es la que corre, iluminada por una idea, hacia la tumba de Lily, dónde hay una mujer parada enfrente.

Ambos la observan expectantes, y al darse vuelta la mujer, Stefan sabe que se trata de Petunia Dursley, una bastante diferente a como la recuerda estando Lily y James presentes; no tiene cara de asco, o de repulsión, en cambio, luce una expresión de rabia y tristeza. Comparten una mirada larga, significativa; no sabe cuál es la idea de su hermana, pero adivina qué algo tiene que ver ella, y que está teniendo un dilema por la manera en que turna la mirada entre él y Claire.

Claire se lleva las manos al cuello y toma su collar, un relicario regalado por él en su décimo noveno cumpleaños, y observa cómo juntan las manos y de entre ellas una luz rojiza ilumina sus pechos y rostros. Inevitablemente se inquieta, notando que Petunia parece un poco arrepentida por el dolor qué debe tener, por su expresión retorcida.

Apenas la luz se apaga, Petunia aparta las manos y respira agitada. Stefan vuelve a mirarla y así se mantienen unos segundos, hasta que ella observa su reloj de muñeca y decide alejarse presurosa. Claire no tarda ni un instante más y vuelve a correr hacia ellos, con el relicario colgando de su mano.

—Tiene que vivir con alguien que comparta sangre con Lily, aquí tiene la sangre, lista para vivir todo el tiempo que Petunia pise el mundo —le tiende el relicario a Stefan, que lo agarra con cuidado entre sus manos. Levanta la cabeza, centrando los ojos en Albus Dumbledore.

—Me parece que están confundiendo los hechos. Harry debe estar con alguien emparentado con...

—Sangre —completa Remus, respirando agitadamente por la emoción que lo invade. Sostiene a Konrad fuerte, más orgulloso que nunca—, sí, con alguien. Yo ahí veo a un alguien con sangre emparentada a Harry y no me parece que hay problema. Si mis pocos conocimientos en estas cosas antiguas, como piensa usted, no fallan: aquí solamente la sangre es la cuestión, no de cómo permanezca. Y mientras Petunia viva, supongo que ésto sirve perfectamente para mantenerlo a salvo de todo lo que quiera.

—Creo que debe ir buscando a Hagrid —dice Stefan, tratando de no saltar de la emoción cuando Dumbledore se resigna y asiente, aunque no convencido—, no esperaré un minuto más.

Dumbledore no los mira. Se limita a sacar la varita y conjurar un patronus con forma de fénix que obedece a sus órdenes susurradas. Stefan se sorprende por un momento, al ver llegar con una rapidez impresionante una moto voladora, dónde Hagrid, el semigigante, sobresale sin dudas.

Sin embargo, su postura se descompone al ver en la motocicleta una pegatina de Rolling Stones siendo iluminada. Esa herida, profunda y abierta, esa que quiso ignorar por el día debido a su resistencia a creer, pica dolorosamente; la moto voladora de Sirius Black, ciertamente, fue dada a alguien, a Hagrid, después de traicionar a James y a Lily. Todas las piezas encajan, y se siente herido hasta el alma.

Claire nota cómo Remus y él no responden, y se acerca al semigigante, a quien, sin decirle ni una palabra, le quita al bebé Harry dormido. El hombre luce sorprendido, mas no se resiste y la deja marchar cuando Dumbledore asiente en su dirección.

—Normalmente no diría esto, pero... —Stefan baja un instante la mirada, para recomponerse. Después, la eleva, más decidido que nunca—, jódase.

Frank hace acto de presencia por primera vez y ríe a carcajadas, dando aplausos estruendosos hasta que, siendo sorprendido por un movimiento rápido y que suena al cortar el aire, observa el puño de su hijo chocar con la nariz de Albus Dumbledore. Abre la boca sin poder contener todo sentimiento, estando igual de impactado que Claire y Remus, que deciden reafirmar las cosas y los bebés contra su cuerpo, y salir presurosos del cementerio para hacer la aparición hacia la casa de Stefan.

—Cada día eres más sorprendente.

Stefan sonríe tenso, dando un paso hacia atrás—. Y usted con un poco más de demencia senil.

Tiene un extraño hormigueo en el pecho que no sabe si es de orgullo o de miedo. No obstante, Stefan no quiere diferenciar por el momento sus acciones; así que camina a pasos lentos y temblorosos hacia la salida, a sabiendas de que un poco de adrenalina debió de llegar a su corazón, porque aún lo siente bombear rápidamente.

Cuando está fuera del cementerio, Claire y Remus se despiden con un ademán, para darle un poco de espacio en lo que decide ir a conocer por primera vez a su nuevo hijo. Se queda parado frente al gran arco de piedra, recitando el mensaje de las runas, hasta que se percata de algo. Donde el alma descansa y el cuerpo se conserva.

Lo repite una y otra vez, hasta que el significado muta en sus pensamientos y le da uno, tal vez lejano a lo que se quiso decir originalmente. Le importa muy poco, y tampoco piensa en que no es la manera de superar a alguien; su mente solo aísla los contras y piensa en que puede volver a ver a James, y a Lily, si todo sale bien y retoma su trabajo. Así que, decidido a comenzar cuanto antes, desaparece del cementerio.

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