01.1: Promesas y anillos.

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“PROMESAS Y ANILLOS”

—Te amo —no hay contexto. James se limita a decir esas palabras, sin modular la intensidad de su voz ni reparar en que el joven de cabellos rojos no parece ni un ápice preparado para tal confesión.

Stefan siente un escalofrío que lo recorre por completo, de los dedos de los pies descalzos hasta la cabeza, y que enfría por completo su cuerpo. Posteriormente se tensa, mientras su mente máquina con rapidez cualquier posibilidad que pueda responder al porqué James Potter le ha dicho eso.

Están sentados alrededor de la mesa de roble de la casa Potter, terminando los últimos bocados del aperitivo nocturno que el primogénito Potter ha preparado. Stefan se detiene, deja el sándwich de mantequilla de maní y mermelada de fresa de lado por un momento, ignorando la electricidad que corre dentro suyo, y voltea a ver hacia los lados y luego hacia atrás.

No hay nadie merodeando; Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew no se han despertado con el alboroto que armó James previamente en la habitación antes de convencerlo de acompañarlo, y no parece que vayan a hacerlo en éste punto.

Stefan relame los labios, de pronto con la idea de qué tal vez James Potter está jugando con él. Frunce el ceño, dejando por completo de lado su sándwich y dando una mirada al chico, que sonríe con amplitud y tiene ese brillo pícaro y curioso en la mirada que lo derrite sin remedio; aún sentado, siente las piernas fallarle. Porque Stefan Serkin sí lo ama, completamente.

—No es gracioso, Potter. No bromees con algo así —chasquea la lengua, removiendose disgustado en la silla y tomando con coraje su sándwich. A ojos de James, él está tan tranquilo y serio como lo usual que parece que, tal vez, se equivocó y los sentimientos no son mutuos como Sirius aseguró—. Come tu sándwich y ya vamos a dormir...

—No es una broma, Serkin —tuerce los ojos, aún así no queriendo retractarse y justificar que ha sido una apuesta—. Yo solo creí que debías saberlo. Te noté raro ésta mañana...

Claro que Stefan estuvo así, y la sorpresa y el hilo de calidez de que el chico lo hubiera notado no cabe en él. Desde su llegada a la casa de los Potter por la invitación de James, solo tenía una seguridad en mente: declararse a James y liberar lo que su corazón llevaba recitando por un año entero. Aún tenía el rastro de lágrimas en los ojos al llegar al lugar, porque requirió de una intensa charla con su padre para finalmente aceptar que hablar era la mejor opción. Pero no logró completar la tarea al ver que, conforme avanzaba el día, ninguno de sus amigos se separó.

—Parecías bastante nervioso con solo ver a Remus y a Sirius estar en la mesa durante la comida... Ni hablar de que lloraste apenas Peter sugirió ver una película y nadie quiso ver la de Desayuno en Tiffany's.

—Solo ando sensible, ¿Sí? —quiere que James deje de verlo. Porque sí, reunió valor para aceptar que es gay, tan, tan irremediablemente gay y que ama a James Potter, pero no para que el susodicho haya decidido conveniente decírselo cuando su ánimo menguó con cada oportunidad desperdiciada—, ¿Acaso ya no puedo estar sensible sin que creas cosas de mi? Además, ¿Qué tiene eso que ver con decirme te amo?

James encoge los hombros—. No, no está mal. Es más, es una de las cosas que amo de ti —es ahí cuando Stefan se alza un poco, apenas unos centímetros que no son visibles a ojos del pelinegro por su estatura, que de por sí es elevada. Si estar en el cielo se siente bien, él está en el paraíso con solo escuchar a James confirmar lo que sus sueños hasta ese momento solo le habían dicho—. Y no lo sé, solo creí que decírtelo te haría sentir mejor. Lo siento si te incomodé.

James recoge su plato, que aún tiene un pedazo de sándwich con corteza encima, y se levanta de la silla con una expresión avergonzada y ligeramente sonrosada. Stefan siente la desesperación subir por su cuerpo tan rápido lo ve alejarse, para darse a sí mismo y a él, espacio.

—¡Yo también te amo! —ni siquiera su intento marcado por la desesperación, es capaz de demostrar cuán apurado y temerosos está por demostrar lo que siente de una vez por todas. Se alza, al ver que James de ha detenido antes de cruzar el umbral y lentamente se va volteando—. Solo que... Tenía miedo, James... No soy como tú, no soy un valiente Gryffindor ni mucho menos un Potter... Lamento si te herí.

La sonrisa que le dedica James es radiante. Admira eso de él, entre otras muchas cosas; el hecho de que nunca parece guardar rencor, y aquel momento confirma todo. Sonríe igualmente, tan nervioso que la mano de James al rozar su brazo solo hace que esté a un segundo de explorar de júbilo.

—Nunca me herirías.

Stefan recuerda un abrazo después de eso. Lo recuerda perfectamente, como todo lo que estudió para los TIMO’S: recuerda cómo James lo rodeó sin siquiera reparar en la fuerza que no hacía más que apegarlo a él, y en cómo devolvió el agarre y tuvo que agacharse un poco para esconder la cabeza entre el cuello del pelinegro. También recuerda un beso, mejor que cualquier otra cosa. Recuerda alzarse un poco hasta tener visión de sus mejillas rosadas, recobrando valor con los escalofríos que James le causó; recuerda no haber pensado dos veces antes de besarlo, para la sorpresa que James no pudo ocultar; y recuerda cómo James no quiso dejarlo en el corto beso inicial, y siguió el beso, hasta que el primer sonido en las escaleras se escuchó.

Pero ni siquiera porque ha dado dos vueltas sobre el sillón, es capaz de continuar con el sueño vívido de sus recuerdos.

—¿Pesadillas? —la voz de Remus Lupin, su mejor amigo, hace que esfuerce su mente para alejarse del recuerdo, y así centrarse en la realidad—, ¿Stefan?

Niega, restregando su rostro con ambas manos. Mira hacia ambos lados: Remus se encuentra sentado, con una expresión de cansancio firmemente sostenida por cada una de sus facciones envejecidas debido a la licantropía y los golpes de la dura realidad; mientras tanto, Konrad y Harry, sus hijos, se encuentran jugando dentro de la cuna, agrandada para que ambos quepan sin problema.

—Para nada —suspira, cansado. Se eleva poco a poco, manteniéndose un instante sobre ambas manos para recobrar el equilibrio y la orientación—, era James solamente.

El fantasma de una herida abierta, que cruza por el rostro del joven castaño, es suficiente para él, que con comprensión, se levanta y se sienta más cerca de su amigo.

—¿Algún día me dirás qué pasó? —dice, Stefan sin querer siquiera pronunciar un «Me preocupas», aunque la frase exprese bien sus sentimientos con respecto al dolor de su mejor amigo. Remus no lo mira, en cambio, permanece viendo a Harry dar su biberón a Konrad, que parece sorber desesperado hasta que se cansa y se lo regresa al bebé pelinegro—, Remus...

—Yo tampoco sé qué pasó —responde al final, con su mano en forma de puño sosteniendo la mandíbula—, supongo no sabíamos nada en ese tiempo, Stefan, tal vez era una señal de que algo no iba bien... No tenía mucho contacto con él; tal vez sospechaba de mi, tanto como yo de él... Pero jamás esperé que fuera por éste motivo...

—Nadie jamás pensó que pudiera existir la traición en Sirius... Al menos no hacia James —Remus asiente ante él. Decir que la incredulidad aún es parte de él, es decir poco: fue un balde de agua fría, uno horrendo tras los golpes de una batalla que no querían que finalizara porque estaban seguros de triunfar en algún momento—, pero estoy seguro de que te amó.

—Eso ya no importa —dice el hombre lobo, haciendo un mohín—, si fue así no hizo ninguna diferencia; lo hizo de todas formas. Ambos desconfiamos, ambos nos distanciamos y él decidió tomar ese camino... Y ahora está en Azkaban.

—Sabes que si quieres ir a verlo, aunque sea para...

—Nada de eso, nada de visitas meramente informativas —se alza rápido del sillón, y se acerca a Harry, quien ha comenzado a verlos con un raro gesto de preocupación. Konrad, en cambio, se mantiene balbuceando mientras juega con su dinosaurio de peluche, resentido de que Harry se haya levantado por una razón que él debe tomar como normal en ese punto—. Tuvo la oportunidad de hablar conmigo... Siempre. Ya no más de la misma mierda.

Alza las manos, en rendición. Stefan también se levanta y se dirige hacia Konrad, para cargarlo; el pequeño de cabellos negros azulados patalea un poco en sus brazos, todavía molesto de que le quitaran la atención de su proclamado mejor amigo, pero al ver la expresión de su padre y luego la de su tío, todo parece cobrar un nuevo sentido para él, tanto que le extiende el dinosaurio de peluche a Remus Lupin y le indica que lo abrace.

—Gracias, Konrad... Ya me siento mejor —el bebé Harry ríe contento, aferrándose al cuello de su tío para que no lo baje—. ¿Cuándo irás? Digo, ya que estamos en esto...

Stefan encoge los hombros. La verdad es que ha evitado pensar en el día en que deba ir al Valle de Godric por las cosas de James y Lily, para entregar las de ésta última probablemente a Petunia, en caso de que, la que sabe fue su novia antes de todo ese desastre, no las quiera.

—Voy hoy mismo —dice, repitiendo en su mente que necesita saber cómo fue James en ese tiempo lejos suyo. Sabe que si deja pasar un día más, todo se hará polvo tal cual el 31 de octubre—, pero tú llamas a Diana.

—Tienes suerte de que hable bien con Diana —lo apunta con el dedo índice y mira a Harry—. ¿Podrías pegarle a tu padre por mí mientras yo la llamo?

El pequeño Harry niega risueño, aún así pareciendo entender, extendiendo los brazos a su padre, que se acerca de inmediato. Stefan sostiene a ambos contra su cuerpo, siendo Konrad quien toma el dinosaurio que le da su tío, y observa a Remus ir hacia el teléfono de pared.

—Miren, amores —ambos lo miran con atención—, saldremos en un rato, ¿Sí? Y tienen dos opciones: llevar el dinosaurio y el pollo, o llevar el dinosaurio y el pez, ¿Qué eligen?

Harry al instante empieza a balbucear y voltea a ver hacia la cuna. Desde su llegada, Stefan ha visto que su hijo no encuentra ningún juguete que sea de su agrado; parece debatirse mucho entre el pollo y el pez, después de descartar por completo al mono porque le dio miedo una noche al despertar. Ahora, Stefan se pregunta si habrá algún juguete que no esté en mal estado.

—Ped —abre una y otra vez los ojos al escuchar la palabra. Harry ríe por su expresión y repite—: ¡Ped!

Si hay alguien que dice estar orgulloso de su hijo, está seguro de que no puede igualarlo a él. Ha dicho su primera palabra, palabra que también hace a Konrad aplaudir, feliz de que haya hablado.

—¡El ped será, cariños míos!

Da una vuelta por la emoción que lo recorre y los deja un momento en el sillón, agarrando la pañalera verde y de estrellas del suelo al lado de la cuna y tomando los peluches de los pequeños, para dárselos.

Se asegura de que haya suficientes pañales, que las mudas de ropa estén limpias y secas, y que hayan suéteres e impermeables. Con un movimiento de varita, hace que cuatro botes de la comida adecuada para sus bebés llegue a él, que las mete sin esperar en el bolso; después, atrae otros cuatro biberones con agua y leche.

—¿Si sabes que no estaremos un día ahí, verdad? —Remus alza una ceja en su dirección, para después negar—. Sí contestó, aunque dudó porque es el teléfono de tu casa... Y aceptó venir con nosotros... Pero dijo que te odia, así que mejor no menciones que Harry es el bello niño de ojos verdes o tendrá un ataque.

—No es mi culpa —suspira derrotado.

—Y yo lo sé —insiste—, pero intenta decirle eso a alguien que fue botada para luego enterarse de que su novia está embarazada y que el novio del padre sí lo sabía.

—Si lo pones así es confuso y raro —cuelga la pañalera en el hombro, y le pide con un delicado ademán que le ayude con uno de los pequeños. Remus se adelanta sin pensar y carga a Konrad junto a su dinosaurio, Stefan no esperando más y sosteniendo a Harry con firmeza—. Será mejor que vayamos, no vaya a ser que pierda puntos con Diana.

—Lo dices cómo si los tuvieras.

Ambos salen de la casa, dispuestos a aparecer en el Valle de Godric. Stefan siente su corazón estrujarse, y mira a Harry en busca de consuelo, aunque solo encuentra desasosiego; no puede evitar pensar que lo llevará a donde comenzaron sus desgracias, y la culpabilidad prevalece.

—Bien, Harry... Creí que sería James quien te llevaría por primera vez en una aparición, pero seré yo —Harry abraza con más fuerza al pez y se aferra su cuello, cómo si esperara cualquier cosa—. Sí, mejor sostén así de fuerte a tu pez... Mira, si te sientes mal al llegar, cariño, puedes verme feo, pegarme, o llorar, ¿Entendido?

Harry asiente, apegándose más a él. Sin esperar más, realiza la aparición, tras un momento cayendo sobre los pies y observando a su hijo, que tiene los ojitos fuertemente cerrados, hasta que percibe que todo está quieto a su alrededor y ya no hay más luces de colores, y lo primero que encuentran sus esmeraldas es a su papá.

El pequeño ríe, dándole la iniciativa de avanzar hacia la casa destruida. Remus se encuentra en la esquina de esa corta calle; está delante de la casa, fuera de los terrenos, y parece impactado de lo que la lluvia pudo hacer a la madera. Ninguno se había presentado, porque lo evitaron; pero aquí están ahora, y no hay algo que pueda evitar que Remus llore en éste momento.

Stefan coloca una mano sobre su hombro y le da un apretón, dándole apoyo, mientras que Konrad lo abraza firmemente por el cuello y se niega a que su tío oculte el rostro. Un sonido altera a Stefan, que aparta la mano y saca la varita, para apuntar hacia la responsable: al lado, cerca de la valla, se encuentra una chica rubia, que los mira con una ceja alzada, con ojos vidriosos.

Baja la varita, y solo así Remus ve hacia allá, componiendo la postura.

—¡Diana!

El llamado de su mejor amigo causa que se sobresalte. No ha reconocido a Diana. Pero si le preguntan, no es su culpa; hace mucho que no la ha visto, mucho menos a convivido con ella como Remus, cómo para reconocer su rostro en donde sea, además de que la razón por la que ella lo ubica no es nada buena. La mirada que le dirige Diana lo confirma; y asegura a Harry en sus brazos.

—Hola, Remus —la rubia se acerca a abrazarlo por una corta fracción de segundo. Viéndola a detenimiento, aparte de sus ojos vidriosos, puede identificar lo que son bolsas moradas bajo ellos, y un sonrojo perpetuo por el frío y las lágrimas que se han secado ahí—, Stefan.

Se limita a asentir como saludo, comenzando a caminar hacia la casa y así apresurar el proceso. Los escucha dar sus pisadas, así que no existe la preocupación por dejarlos atrás. La puerta está atorada, pero tras empujarla con la suficiente fuerza, ésta cede y permite su paso, aunque un chirrido se hace presente y deja en el suelo de madera una marca del movimiento que hizo la puerta.

—¿Saben qué pasó con el bebé? —la pregunta de Diana hace que se tense, y se adelante más dentro de la casa—. Escuché que la llevarían con Petunia, pero lo dudo... Y cuando fui a ver a Dumbledore solo sé que tenía una bendita en la nariz.

—No, ¿Por qué? —responde Remus.

Diana encoge los hombros, viendo un punto en el suelo. Stefan sabe que ese lugar es donde hallaron a James, y se acerca sin importarle que vea a Harry Potter y pueda reconocerlo. Se sienta en el suelo, con Harry pidiendo que lo deje en el suelo, al ver a Konrad abajo intentando caminar. Lo deja ir.

—Porque tengo derecho a pedir la custodia, sé que Lily querría eso —dice segura—, de cualquier forma soy su novia.

—Creí que habían terminado —habla por primera vez, y causa que Diana se tense por su observación—. Nadie te lo daría en esos casos.

—¿Tú qué sabes? —escupe, disgustada—, ah, claro, que Lily esperaba un hijo de tu novio, lo olvidé... —Diana da un paso atrás y se encamina a la puerta destrozada que está a la derecha, la de la habitación de Lily; donde llevó a Harry para protegerlo—. Pues perdón por no tener una relación estable en esos momentos, pero sé lo que habría querido. La conozco... Conocía.

Corregir sus palabras a pasado, parece destrozarla. Y solo un segundo Stefan siente vergüenza de sí mismo, por ocultarle a Harry; pero no quiere que lo aparte de él, como sabe que trataría a toda costa.

—Sé muchas cosas, y una de ellas es que tenían un testamento —la detiene en seco, levantándose del suelo y viendo de reojo como Remus desaprueba esa conversación. Pero el rostro sorprendido y de ira de Diana le indica que quiere saber cuánto se ha perdido—. Oh, ¿No lo sabías? Sí, tal  vez si hubieras estado ahí, lo sabrías...

—No todos somos tan estúpidos como tú para perdonar algo así, Stefan —lo siguente que sucede, es ella entrando a la habitación. Muchos golpes secos de objetos contra el suelo y la pared se escuchan, para luego verla salir con una bolsa de Lily, que luce un tanto vacía—, otros sabemos lo que valemos y definitivamente sabemos que no esa mierda... Pueden quedarse las demás cosas.

Se abre paso por donde entraron, y antes de que la chica salga por la puerta, Stefan exclama:

—¡¿Y así quieres a Harry?! —siente rabia, una que nubla su mente, como para que no repare en que pronunció el nombre—. Ahora entiendo porqué Lily te alejó.

—No vuelvas a mencionarla —la apunta con su dedo, herida—. Y yo entiendo ahora porqué Lily no te soportaba...

—Lo que te haga dormir mejor.

Permanecen viéndose, sin importarles nada del alrededor. Stefan pronto se recrimina haber sucumbido a sus emociones, que sabe, no son las más estables por esos días; pero no puede volver el tiempo atrás para ser más suave con ella. Y tampoco quiere hacerlo.

—Todos sabemos que los hombres no ganan custodias —sonríe, tratando de ocultar cualquier desperfecto de su defensa; y él quiere hacerlo y decir: ya la gané—. Espero que tu no ganes la de Harry.

—Gracias por tus buenos deseos —le devuelve la sonrisa, más natural de lo que espera. Si la felicidad es pecado en las malas situaciones, él está condenado, y más que satisfecho de que no sepa que Harry ahí está, jugando con su pez y con Konrad y su dinosaurio, absortos de todo—. Ten un buen día.

Cuándo ella se va, y está seguro de que no sigue cerca, cierra la puerta lo mejor que puede. Lo siguiente que ve es la expresión de Remus, cansada.

—Y eso que tú eras el más razonable de todos —niega, aún así, dejando escapar una sonrisa trémula—. Le seguiste el juego.

—Es molesta.

—Está destrozada —corrige—, y ella tampoco es la persona más buena y tranquila del mundo. Recuerda que perdió a Lily y nunca hablaron en ese tiempo, obviamente todo le caerá mal.

—Aunque así fuera, de por sí me odia —le sonríe avergonzado—, solo la cagué más. Nada puede ser peor.

—Esperemos que así sea —alza ambas cejas, viendo de reojo a los pequeños, que no se han pronunciado en ese tiempo—. Ve a guardar las cosas, yo los cuido.

Stefan no quiere desobedecerlo, seguro de que con cada cosa que haga o no haga está más cerca de querer golpearlo para que reaccione de una vez por todas. Así que primero va a la habitación de Lily, hecha un lío con la entrada de Diana, pero no tarda demasiado en levantar las cosas y meterlas en un compartimento de la pañalera, agrandado mediante un hechizo para que todo entre; la habitación de Harry, en cambio, no tiene muchas cosas como esperaba: guarda las mantas, los pocos juguetes que tiene, y la ropa que él mismo les mandó para él.

Es cuando está en el umbral que da a la habitación de James, que siente la boca secarsele horriblemente. Está, por milagro, ordenada; tan ordenada que se pregunta cómo logró hacerlo sin él estar detrás obligándolo.

Su varita se mueve con lentitud por el lugar, sacando la ropa, los zapatos, los pósters de las paredes, las estatuillas de las repisas y las mantas de la cama. Pero se detiene cuando no ve más que la cómoda ahí; es lo único que no ha tocado, porque la curiosidad de saber qué dormía cerca suyo, lo embarga.

Se sienta sobre el colchón, tan rígido que se pregunta cómo pudo dormir ahí sin quejarse al día siguiente por una larga carta. Abre el cajón, el de la compuerta pequeña, y lo primero que ve es un álbum de fotos.

El álbum no es grande, y recuerda a James preguntarle si se podía llevar algunas fotos. Sabe bien cuáles son, sabe aún mejor cual espacio tenían en el gran álbum de la casa, pero no se detiene a observar si están todas, porque confía en que James las atesoraba demasiado como para dejar escapar una. Lo guarda afuera, junto a los impermeables de los pequeños, y se percata de que algo hay abajo; una cajita de terciopelo, larga, más no ancha.

La toma lento, cómo si temiera que algo fuera a pasarle con solo tocarla. Pero no sucede nada y la abre rápido, antes de arrepentirse; y no lo hace. No al ver dos anillos ahí, inmaculados y brillantes. De compromiso.

—Con que por eso querías Halloween también, ¿Eh? —acaricia los anillos, con el corazón latiendo rápido. Siente calma, siente amor, no obstante, también siente un terrible dolor, de saber que nada de ello llegó a completarse formalmente—. Hubo muchas promesas ese día, James. Pero no la promesa que conlleva los anillos.

Cierra la cajita, sin atreverse a colocar uno de ellos, por temor a equivocarse y, a la vez, de dañar lo que James tenía planeado. No puede usar algo que él no le dio, aunque su corazón se retuerza para convencerlo de que no está mal hacerlo.

Se contiene, sin embargo, la guarda en el bolsillo delantero de su pantalón, y se apresura a guardar lo que resta de la cómoda al escuchar los quejidos de Konrad a lo lejos, y el llamado de Remus para que vaya lo más rápido que pueda.

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