02.1: Una obra inconclusa.

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“UNA OBRA INCONCLUSA”

Harry Potter mira el alrededor con las manos a sus costados, como si fueran antenas que detectaran cualquiera de los movimientos dentro de la casa. Está atento, porque el juego del escondite no es algo que debe tomar a la ligera si quiere ganarle por cuarta vez a su padre, hermano y mascota.

Sabe que solo queda él en el juego y que sólo necesita que su papá grite la rendición; pero no sabe cuándo va a suceder eso y, de cualquier forma, no hace mucho que escuchó a Konrad, su casi hermano gemelo, gritar cuando Labrador Dalí, su perro corgi, lo halló al estar detrás de la cortina de la biblioteca de su padre.

Él le ha dicho que era mala idea ese escondite, así que no queda culpa en su conciencia cuando lo oye quejarse estando aún en el piso de arriba.

Harry está tardando demasiado pensando en donde resguardarse y el gran cuadro en la pared delante suyo se da cuenta de ello, puesto que el pequeño, al percatarse de la presencia de ese hombre pelinegro pintado con delicadeza, visualiza cómo éste le hace señas para que vea hacia abajo. Haciendo caso al cuadro, que le da un sentimiento de familiaridad y cariño muy extraño, observa un espacio lo suficientemente grande para entrar en él, que está debajo del sillón y está cubierto por la tela de los volados de encaje borgoña.

Emocionado, creyendo que el cuadro debe ser un tipo de ángel de la guarda que le está dando la clave del éxito, se apresura a arrastrarse debajo del sillón. Harry aún puede ver por una rendija entre los encajes y se fija en el cuadro que le sonríe ampliamente y pronto, al mismo tiempo que se hacen presentes los ladridos de Labrador Dalí y los pasos de su familia, quita la mirada de dónde está y ahora sonríe a alguien más.

—Vamos, Dalí, ¡Utiliza tu super olfato! —El corgi le responde a su hermano con un ladrido y puede escuchar cómo corren hacia el jardín, con su padre llamándolos para no ir demasiado lejos.

El cuadro parece que quiere reír tanto como él, y ambos lo hacen en silencio; y es que su padre vuelve sin haber pasado dos minutos afuera, con su hermano entre brazos porque se ha caído al tratar de saltar sobre Labrador Dalí.

Entonces el mayor exclama—. ¡Nos rendimos, pececito!, ¡No podemos contra ti!

Harry se permite reír ahora sí en voz alta, de éxtasis por haber ganado, saliendo con cuidado del escondite y siendo recibido por su familia, que se encuentra parada delante del cuadro.

—¡Ooooh, Dalí, ya tendrás otra oportunidad para probarte como el gran cazador que eres! —dice Konrad desde lo alto, en los brazos de su padre, al ver que el pequeño perro apenas se da cuenta de la presencia de su hermano y corre hacia él para lamer su rostro. No parece quedar rastro del dolor de su caída—, ¡Y qué buen escondite, Harry! ¡No se me habría ocurrido!

Su papá ríe—. Ni a mí, ¿Desde cuándo tienes éste as bajo la manga, eh?

—Desde hace cinco minutos —Stefan alza una ceja, interesado en la explicación que sabe, va a darle, por la emoción creciente que se manifiesta en el brillo de sus ojos esmeralda—. ¡El ángel del cuadro me lo enseñó!

Harry señala el cuadro en la pared, que tiene una sonrisa enternecida y pronto mira a su padre, de una forma que él no sabe explicar. Las cosas de adultos, para Harry, son muy difíciles de entender.

—¿Ángel, dices? Oh, no... Será semejante, pero él, Harry... Es tu padre —Entonces Stefan voltea a ver el cuadro, con una sonrisa ladeada—, vaya cosa, James, creí que no seguiría tus pasos... Todo iba muy tranquilo hasta ahora.

—¿Mi padre? —exclama, abriendo los ojos de par en par—, ¿Siempre ha estado ahí?

Stefan asiente, sentándose en el sillón y permitiendo que Konrad vaya al lado de Harry. Los mira a ambos con los ojos de un padre que no puede evitar amar más a sus hijos, con cada vez que los ve.

—Por supuesto —comienza a hablar—, así como tú madre... O los padres de Konrad. Todos están en la pared.

—¡Casi que no lo reconozco! —admite Harry, avergonzado, recibiendo un cálido apretón en el brazo por parte de su padre para que no se preocupe por ello. No obstante, se percata de algo—: ¿Pero por qué mi padre es el único que tiene un cuadro?

—Se entiende que no lo reconozcas, pececito; de todas maneras, la obra está inconclusa... Por eso mismo no habla —Harry, con siete años, se da cuenta de que su silencio consecuente se prolonga demasiado, como si pensara en las palabras correctas que debe pronunciar o si esperara que alguno de ellos pregunte algo referente a los cuadros mágicos. Comparte, por la misma razón, una mirada con Konrad, que también se ha dado cuenta de ello; y es que ambos tienen el mismo pensamiento de que, tal vez, su papá no está seguro de contarles, porque ellos lo conocen bien, y su corta edad no es impedimento para que sepan que es un tema de adultos y de él—. Bueno... Hay una historia muy larga detrás de eso que preguntas... Realmente no puedo recordar todo, pero lo que sí sé, es que James Potter siempre quiso un recuadro.

Los pequeños no están conformes con su respuesta, pues saben que Stefan Serkin no es de los que olvidan algo; pero sin darles tiempo de replicar, Stefan se levanta del sillón—. Ahora, ¿Quién quiere ayudarme a preparar galletas para recibir a la tía Claire?














Ciertamente, los pequeños no sacaron el tema después. Y se ha salvado, por años, de esa plática. Ahora, Stefan reafirma el agarre que ejerce sobre unas bolsas de papel con sus compras, y tras concentrarse, realiza la aparición. La desagradable sensación que causa la aparición en él, como si su cuerpo estuviera pasando entre el tubo más pequeño, dura solo unos segundos antes de que caiga sobre ambos pies, delante de una casa de piedra con las paredes cubiertas por las enredaderas que lleva años sin podar, y todas las ventanas de ella reflejando una tenue luz dorada.

Nunca ha sido un hombre rápido, y suele preferir la calma como modo de vida, con una claras excepciones que no puede volver a aplicar como en el pasado ante la desaparición de estas de su alcance. Camina a pasos lentos y seguros hasta la puerta de la casa, y tras sacar una llave de hierro forjado y de detalles toscos, la abre.

El silencio predominante en la casa le da a entender que sus dos hijos están ensimismados en sus actividades diarias. Ambos hijos, sin su sangre pero con un lazo emocional demasiado fuerte, para él son una excepción al estereotipo del chico adolescente revoltoso y rebelde, aunque no se escapan del tipo problemático y con toques burlescos que parecen ser dones innatos.

Escudriña el salón, y tras afirmar que ninguno del par está abajo leyendo o limitándose a existir con su mente trabajando, deja las bolsas en el suelo y mira la pared derecha, a su costado, que queda justo en frente de un largo sillón cubierto por una manta hecha de retazos de camisas. Una manta que suele acompañarlo en sus noches de vela, donde permanece hasta tarde frente a esa pared, con libros escritos en runas antiguas y su cuaderno de anotaciones.

Las paredes dentro de la casa están tapizadas por múltiples cuadros, fotos y títulos. En ellas, por la incapacidad de Stefan de deshacerse de lo antiguo y con una historia en el fondo, se encuentran cuadros que cualquiera tendría maltratados, sucios o despintados por la antigüedad de los mismos, que una vez tiempo atrás pertenecieron a sus antepasados; hay decenas de fotos enmarcadas en solitario y collages de sus hijos, mascota, y también de él, a petición de ellos; están por ahí también los títulos de sus estudios, colgados lejos de la plena vista para darle protagonismo a su familia; sin embargo, la pared de la derecha es donde menos cosas colgadas hay.

Stefan la había ido decorando desde que salió de Hogwarts, con ayuda de sus mejores amigos, y conforme hallaban tesoros escondidos de sus años de escuela.

Remus Lupin luce con su uniforme Gryffindor puesto, una sonrisa en la foto más cercana a la puerta; le sigue Sirius Black, con una sonrisa por mucho más encantadora y que en su tiempo engañó a Stefan de maneras inimaginables; Peter Pettigrew, en cambio, aparece sonriendo tímido bajo un suéter grueso de lana coloreada de naranja que él mismo había tejido para él en una navidad como regalo. Pero no son ellos, a pesar de la estrecha amistad que poseen o una vez tuvieron, los que tienen el protagonismo de esta pese a la gran cantidad de fotos.

James Potter ha sido el único que logró cautivar de distintas formas y todas de manera completa el corazón calmo que Stefan tiene, y por esa razón parece ser el único que allí reluce mejor. Aunque hay fotos de todo tipo, algunas en donde él está en su uniforme Ravenclaw junto a demás compañeros (fotos que logran contrastar entre un mar de color escarlata) todas menguan ante su presencia.

Pero el cuadro que a Stefan más le contraria de él, pues le gusta pero lo odia por momentos, se trata de una pintura hecha, más inconclusa, de James Potter meses antes morir, que decidió años atrás a cambiar de lugar para que esté rodeada por aquello que alguna vez convivió en paz. Por ello, cada que lo ve, pese a poder observar los gestos que tanto lo caracterizaron, siente un dolor inmenso y arrasante en su corazón, por no poder escuchar su voz dando elocuentes comentarios más allá de esos vídeos grabados en cámara muggle que repetían una y otra vez palabras, promesas y comentarios dirigidos a él en vano, por el reducido tiempo que el destino le concedió.

Acaricia, con el dedo pulgar, la mejilla del retrato, que le sonríe con tristeza y una vergüenza que él sabe, sentiría realmente James de haber estado al menos en presencia fantasmagórica.

Stefan siempre ha afirmado que quienes quieren un retrato, están firmando un contrato de muerte pronta y segura; pero después de la muerte de James Potter meses después de la realización del cuadro, Stefan solo quiso que eso no hubiera sido cierto y que se tratase solo de supersticiones suyas.

El cuadro parece dispuesto a hablar con esa intensidad con la que James solía dirigirse a él, y Stefan quiere hacer lo mismo para recordar esas tantas promesas rotas que él alguna vez le dio a saber, y que desaparecen dentro de sus recuerdos como una especie de escudo del pasado.



















Harry Potter guarda, con una rapidez y torpeza propia de alguien que teme ser descubierto, el álbum de fotos que encontró en uno de los tantos libreros en la oficina de su padre. Se levanta de la cama, sacude su pantalón en busca de quitar arrugas inexistentes, y se apresura a salir de su habitación para recibir a su padre, quien ya debía haber llegado por el sonido que se formó tras la puerta de entrada haberse cerrado, y que ocasionó el resguardo del álbum por su parte.

El azabache realmente nunca ha temido ser descubierto tomando las cosas que hay en la oficina de su padre, pero si algo sabe bien, es que esos álbumes, de verlos Stefan, sólo pueden significar una terrible vuelta al pasado por su parte.

Cuando sale de la habitación, llena de una nube de olores de incienso que lo acompañaron durante un intento de lectura de runas, encuentra a su hermano Konrad saliendo del baño con el cepillo de dientes dentro de su boca.

—¿Qujjé? —Parece decir de manera amortiguada, ante la espuma que amenaza con salir de su boca si se atreve a hablar con mayor normalidad.

—Papá ya llegó. Deberías limpiarte la boca, pareces perro rabioso —Konrad frunce el ceño, ligeramente molesto por la comparación, pero vuelve a entrar apresurado al baño con tal de bajar a ver a su padre.

Mientras, el azabache baja las escaleras evitando hacer ruido, y permanece en el inicio de las escaleras limitándose a ver la escena que se forma delante suyo.

Harry siempre ha encontrado curiosa la manera de actuar de su padre cuando cree no ser visto, y por eso, suele bajar en silencio para observar mientras fuera posible sus actitudes y así tratar de descifrar junto a Konrad todo ello; como la razón que aún no encuentran para justificar la necesidad de Stefan por salir cuantas veces fuera posible, y que ellos siguen varias veces con tal de respirar en otro ambiente.

Stefan Serkin está, de nuevo, frente al cuadro de su padre haciendo lo que parece ser una caricia en la mejilla de la pintura. Es extraño verlo actuar de esa manera tan cercana con solo el recuerdo de su padre, mientras que con su madre, a quien también conoció y con la que convivió, se muestra más lejano y cerrado al respeto y admiración.

—¿Qué haces? —A duras penas percibe un leve sobresalto en el hombre alto y fornido de cabellos rojizos que, tras separarse, le sonríe con amplitud como si la escena nunca se hubiera realizado.

—Estaba sucia —responde, mirando la pintura de soslayo antes de recoger sus cosas del suelo—. Ven, ayúdame con esas bolsas...

Harry asiente, se acerca a las dos bolsas cafés que aún están en el suelo y las toma con cuidado entre sus brazos. Su padre le sonríe nuevamente, caminando hacia la cocina con una tranquilidad innata que muchas veces le hace preguntarse cómo se encuentra realmente; porque es extraño, por mucho, nunca haberlo visto alterado o hiperactivo pese a que su tío Remus afirma que llegó a ser demasiado bromista alguna vez, lo cual duda teniendo en cuenta que en muchas de sus historias escolares él siempre hacía de la voz de la razón si no había whisky de fuego implicado.

—¿Y ahora qué trajiste? —pregunta, viendo los tarros llenos de cosas raras que compró en su última salida, sobre la encimera al lado del lavabo—. ¿Otra cosa asquerosa que deba compartir habitación con Konrad?

—¡Idiota! —Harry siente algo golpear su nuca con fuerza y al voltear ve un zapato en el suelo, perteneciente a su indignado hermano—, solo porque tengas ojos verdes no eres más guapo que yo, Bestia... ¡Y la babosa se irá contigo!

—¡Le gusta tu cama!

—¡Apuesto a que le gustará tu escoba!

—No no... Chicos, por favor —aunque Stefan se mantiene sereno, notan un ápice de burla en sus ojos al dirigir la mirada hacia ellos—. Compré unas bonitas luciérnagas, ya le hacía falta a esta casa algo más bonito que monos y babosas juntas...

—¿Monos? —repite Konrad, un tanto confundido hasta que ve la expresión disgustada de su hermano—, ¡Aaaah! ¡Oye! —reclama tardíamente.

Stefan le quita las bolsas a Harry y las coloca sobre la mesa para comenzar a sacar las cosas adquiridas. Pronto quedan fuera manojos de hierbas de olor, velas, incienso y dos extraños libros escritos en runas antiguas que ninguno de los dos muchachos logra identificar.

—Bien, mis bestias salvajes, ¿Qué quieren de cenar? —Harry y Konrad se miran, encogiendo los hombros al mismo tiempo—. Vamos, díganme... O no les gustará ver el alimento del perro en sus platos hoy.

—¿Qué comida comías cuando eras joven, papá? —Stefan ríe ante la pregunta de Konrad, y se encuentra negando con la cabeza, divertido.

—No soy tan viejo, bestias... Pero... —Stefan comienza a recordar, viendo el más antiguo de ellos, ese en donde su madre solía darles una compota diferente todas las noches por su abuelo que, en realidad, no comía nada más por su poca disposición para masticar la comida aunque pudiera—. ¿Quieren comida de anciano?

—¿De esas que no masticas para que no se caiga la dentadura? —inquiere Harry, viendo a las luciérnagas volar dentro del frasco. Ninguna brilla—. No creí que fueras taaaan viejo antes... ¿Cuántos años tienes?

—Y no lo era... Gracias, Harry —Ignora la pregunta, de pronto viendo la pequeña compuerta para perro, por donde se mete Labrador Dalí, que le mueve la cola y se acerca a él con emoción—. ¿Quieren carne?

—Carne suena bien... —acepta Konrad siendo seguido por su hermano, quien asiente sentándose sobre una silla de madera cerca suyo—, más porque aún puedo disfrutar de ella teniendo mi dentadura completa...

—Eso sí, aunque no te hace falta mucho para perderla... Vaya que se están poniendo ancianos —sigue Stefan, encogiendo sus hombros mientras se acerca a la nevera. Saca un refractario de vidrio, que hace al corgi levantar la cabeza hacia su amo, interesado en el contenido—. Por cierto, ¿Arreglaron su habitación como les pedí antes de salir?

—¡Por supuesto que sí! —Harry se levanta poco a poco de la silla, con la mano de Konrad firmemente ceñida sobre su hombro en busca de llevarlo consigo—, ¡Sabes bien que a nosotros nos encanta el orden! Sería imposible que no lo hiciéramos...

—Ya vayan, los llamaré cuando esté lista la cena... —Y sin más, ambos chicos corren escaleras arriba hacia sus habitaciones.

Stefan no es un cocinero destacado, y admite que muchas de las veces en que debe preparar la cena en caso de que sus hijos no quieran salir a buscar un restaurante, termina pidiendo la comida a escondidas. Pero esta vez se siente inspirado, y jura que su perro no hace amago de querer ir a devolver su comida detrás de una planta del jardín.

—¡Huele bien! —exclama Harry, jadeante, bajando con Konrad en su espalda, quien sonríe victorioso por algún reto que debieron formar al irse—, ¿Dónde lo pediste?

—Lo hice yo... —Sonríe, terminando de asar un corte y colocándolo sobre un plato azul brillante—. ¿Dónde dejaste tu orgullo, Harry?

—Junto a la babosa en su habitación —responde Konrad por él, tan sonriente que Stefan jura, tendrá un calambre después—. Perdió una apuesta, también limpió mi cuarto...

—¿Y por qué siguen con la babosa? —inquiere, cortando a su hijo en medio de la explicación. Ambos se miran, ante la casi inexistente burla que perciben en las palabras de su padre. Muchas veces ambos tienen que luchar por entender el sentimiento con el que su padre expresa las cosas, debido a la naturaleza tranquila que opaca cada una y los hace confundir con su sentimiento general—, yo aún tengo su frasco en mi oficina esperándola... ¿O es que entre animales se protegen?

—Espera, ¿Qué? —balbucea Harry, apartando la mirada del trozo de carne que se ve extrañamente apetecible—, pe-pero tú dijiste...

—Yo dije que tenía un espacio en mi oficina para la babosa, porque tenía que prepararla para una poción... Pero viendo que se mostraron muy amables queriendo tenerla en sus habitaciones... —suspira, riendo ligeramente—, no creí que eso duraría tanto.

—¡Eres diabólico! —Konrad salta de la espalda de Harry, mirando a su padre con incredulidad. Aún se sorprenden de sobre manera cuando se dan cuenta de todo lo que logra hacer a sus espaldas. Stefan se estremece, por el chispazo de un recuerdo que le hace suspirar ante la sensación que recorre su cuerpo.

Una ola de calor, un extraño y cálido fuego que se implanta en su abdomen y le hace sonreír melancólico, jurando escuchar a la perfección a James a lo lejos, llamándolo:

—¡Eres diabólico, Stefan! —James corre, para tratar de alcanzar al chico que está huyendo de él, como alma de la muerte—, ¡Esa era mi cita!

James realmente nunca ha visto a Stefan Serkin caminar tan rápido como en este momento, ni siquiera cuando estaban por llegar tarde a Astronomía y aún seguían en las cocinas terminando de comer el postre.

—Ese idiota–digo, cita, solo quería confirmar que era fácil sacarte dinero —Stefan se detiene en seco, haciendo que James trate de frenar para evitar chocar contra él—. Y yo no hice nada, en realidad.

—¡La babosa era venenosa! —exclama, como si aquel dato se le hubiera ido de la cabeza a Stefan—, por suerte solo causa sarpullido...

—¿Es mi culpa que él no se haya dado cuenta de que la tenía? ¿De la especie que era y que en cualquier momento le haría algo? —El pelirrojo cruza los brazos, irguiendo su espalda que poco antes mantenía encorvada en la postura con la que suele caminar—, vimos esa especie de babosa en clase la semana pasada... Él clarame...

James ríe—. ¡Aún me sorprendo por cómo logras hacer todo esto sin que nadie sepa! Aunque, si me permites decir, eso fue muy pasivo agresivo de tu parte —Él se encoge de hombros—. Qué va, una cita más, una cita menos... Yo no quería salir con él, de todos modos.

—¿Entonces por qué te empeñaste tanto en encontrar una manera de invitarlo a salir? —Profundiza su ceño fruncido, viendo en James una sonrisa de suficiencia cincelada.

—Para saber si era seguro pedírtelo sin temor a ser rechazado... Estuviste huyendo de mi toda la semana con ese Callaghan, ¿Recuerdas? —Ensancha su sonrisa, al escuchar al pelirrojo corregirlo, murmurando un Galloway, avergonzado—. ¿Quieres ir a Hogsmeade conmigo, Stefan?

Harry percibe el cambio repentino de su padre, apenas su hermano pronuncia esas aparentes inocentes palabras. Está seguro de que Konrad, aunque despistado en un principio debido a que ignoró el cambio en su padre el primer minuto, también debe haberlo visto.

—¿Paso los platos, papá? —pregunta, viéndolo mover el sartén vacío, perdido pero con una sonrisa bobalicona. Stefan se sobresalta un poco, y asiente.

—Sí, estaría bien. Gracias, Harry.

Entonces, Harry por primera vez nota un extraño brillo en la mirada de su padre, cuando a través del reflejo de una charola colgada en la pared, mira el retrato de James Potter.







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