viii. dear robby

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PIEDAD EN TUS OJOS
acto          🩸           uno
❪    querido   robby     ❫

Phoenix y Robby se dirigieron a almorzar, este último negándose brevemente a utilizar el carro, pues creía que estarían bien caminando. Por supuesto, Silver no lo permitió.

Luego de ir a almorzar en un restaurante menos elegante de lo habitual para Phoenix (una hamburguesería), Robby tomó el control del timón.

Pasaron el camino peleando por el control de la radio. Phoenix inició una campaña para colocar siempre música pop, principalmente de Lana del Rey. ¡Ella ganó! Fue tan feliz que ni siquiera se percató del camino, haciendo que el destino final resultará una sorpresa.

Al frenar, la pelinegra observó su alrededor, notando inmediatamente un parque de patinaje. Habían algunos chicos y chicas practicando con sus skates en los módulos y rampas.

—Así que, este es tu lugar... —comentó Phoenix al desabrocharse el cinturón. Lo recordó llegando hace unos días con su patineta y unió los puntos, resultándole más lógico el destino.

—Así es. Me gusta practicar skate —respondió, contento y orgulloso de eso. Era realmente bueno con su patineta—. Me ayuda a tener un poco más de equilibrio y adrenalina, a imaginar que estoy huyendo de aquí en una carretera llena de obstáculos.

—Se oye increíble... —opinó Phoe, notando el brillo en su mirada al hablar de todo ello.

—Lo es... —respondió, bajando las ventanas para que pudieran sentir un poco de aire en el rostro. No se veía muy dispuesto a bajar, y se debía a que antes tenían una conversación pendiente.

Phoenix entendió y frunció los labios, desvió la mirada y tragó en seco. Se arrepentía de haberlo llamado aquella noche, de involucrarlo en sus problemas cuando no tenía por qué. Ahora no había manera de escaparse, Robby no se detendría en su tarea de apoyarla.

—Te agradezco por tratar de ayudarme —inició, tomando el valor para voltear a mirarlo—. ¿Qué debería decirte? Realmente no quiero engañarte asegurando que todo anda de maravilla, pero menos quiero llenarte de mis problemas.

—Uno aprende a lidiar con ellos, ya no hace diferencia uno o dos más —dijo juguetón, pero Phoenix no tenía el ánimo necesario—. Solo dime con sinceridad si estás bien, y si no, estaré aquí para oír, ayudar.

—¿Por qué... Por qué haces esto? No necesito que lo hagas por compasión, Robby —aseguró, tornando todo un poco incómodo. Pero debía decirlo, lo menos que quería era tenerlo a su lado por pena.

—Yo no lo hago por eso, creo que... empatizo. Problemas familiares, realmente soy experto en eso. En pasarlos solo, y es terrible. Sé lo que se siente no tener a nadie cuando estás en un pésimo momento, que todos a tu alrededor te abandonen y se interesen más por ellos mismos. Tengo la posibilidad de cambiar eso contigo, así que si puedo hacer algo para aliviar tu carga, lo haré.

Phoenix notó cómo algo se removía en el interior de Robby al hablar, cómo aún le dolía. Tenía sus propios demonios, pero aún así era una gran persona, tan dispuesto a salvar a los demás.

Pero Keene no acabó ahí, se propuso aclararle todo: —Y si solo fuera por compasión, únicamente me centraría en mantener un vínculo empático y buscar soluciones, pero también deseo... Deseo conocerte, descubrir más de tu personalidad, es agradable para mí. Quiero saber quién es en realidad Phoenix Silver, porque has llamado totalmente mi atención.

Y la dejó sin palabras por un instante, procesando si lo que decía era real, decidiendo creerlo cuando detalló la sinceridad en su mirada.

—No sé qué haces con exactitud, o cómo lo haces, pero se siente de una forma que nunca había experimentado —tuvo que confesarle, quitándose un peso e idea que tenía desde hace unos días—. ¿Sabías que jamás me han dicho algo así? ¿O no desde hace mucho? Siento que mi papá está conmigo porque es su deber, que mi enamorado ni siquiera tenía por qué hacerlo... pero tú, tú cambias cada concepto que tengo, lo mejoras. Haces que dudé sobre lo que realmente merezco, que noté la mierda que he estado aceptando por mis heridas emocionales. Me haces sentir diferente.

Y ese sentir era positivo. Keene, con sus rayos castaños y ojos verdosos, se parecía tanto a un día soleado en el que las nubes estaban dispersadas y dejaban ver el azul claro del cielo, el luminoso sol que le brindaba calidad a su oscuridad.

—Me alegra que no sea compasión —concluyó, tomando su mano y dedicándole una verdadera sonrisa.

Silver suspiró, preparada para contarle su historia, sintiendo mayor confianza.

—Gabriel vino a mi casa por la noche, muy malherido —recapituló su experiencia, sintiendo la mirada suave de Robby sobre él—. Él tenía el rostro... casi desfigurado por los golpes, un brazo roto, una pierna rota, traía muletas.

—Eso es, grave —opinó, creyéndolo realmente duro—. ¿Cómo ocurrió? ¿Qué fue lo que te dijo?

—Dijo que había sido mi papá —anunció, tomándolo por sorpresa. No se esperaba aquella noticia, hacía que pensara en muchas cosas, como la advertencia de LaRusso o las palabras de su padre. Al dejar de esforzarse en procesar, pudo notar cómo en su realidad Phoenix se encontraba muy afectada y vulnerable, tratando de evitar las lágrimas con una sonrisa—. Me dijo con tanta seguridad que había sido mi padre. Repitió una y otra vez que él era un...

—Phoe —susurró, cubriendo su mano sobre el asiento—, está bien si no estás bien. Esto es algo demasiado fuerte de asimilar. Necesitas sacar de tu interior todo aquello que te lastima.

Phoenix hizo caso inmediato a sus palabras. Las lágrimas salieron sin problema, mojando sus tersas mejillas pronto sonrojadas.

—Me destruyó, Robby... —admitió, tomando con fuerza su mano, tratando de hallar fortaleza allí—. Todos dicen lo mismo de él, últimamente lo mismo. Pero yo no... No puedo creer que mi padre... mi papá... —hizo mayor énfasis en las dos últimas palabras, doliéndole cada vez más—, hizo todo eso.

A Keene no le gustaba para nada verla derrumbarse de esa forma, llegaba a dolerle cada lágrima que derramaba, entendía cómo podría sentirse con respecto a su padre, quien ahora parecía ser toda una decepción.

Phoenix se preguntaba si aún no era suficiente, ¿no lo había dado todo superando el abandono de su madre, soportando las migajas de amor del que juraba amarla con todo el alma? ¿No bastaba? Phoenix necesitaba una tregua, necesitaba sanar. Necesitaba que alguien la abrazara tan fuerte como Robby ahora lo hacía, de forma tan reconfortante y sincera, para toda la vida.

Ella había descubierto el botón de la autodestrucción, pero él no pararía de tratar de ocultarlo, hacerle ver que siempre habían más opciones. No dejaría que Phoenix tocará fondo. Ahora que conocía las heridas de su corazón, procuraría evitar que se multiplicarán.

Cobra Kai no era realmente seguro, para nadie, pero en un punto, para todos, resultaba un apoyo, ya fuera por las personas que conocías allí, la confianza que el método te daba, o demás. Actualmente, a pesar de exigir mucho esfuerzo por parte de sus estudiantes, seguía siendo un lugar en el que podían fomentar su vida social y tocar temas de suma importancia.

Phoenix oía las voces de sus compañeros alrededor suyo, pero no distinguía más que murmullos y balbuceos. Traía sus audífonos inalámbricos mientras realizaba los últimos estiramientos antes de clases.

Distraída, no pudo darse cuenta cuando un castaño de ojos verdes se puso frente a ella, uniendo las manos detrás de su espalda y balanceándose un poco, parecía un pequeño niño a punto de pedir algo.

—Hola, Robby —saludó al percatarse de él, quitándose los audífonos—, ¿qué ocurre?

—¿Has oído a, los demás? —indagó mientras acomodaba su ropa una y otra vez nervioso, viéndola ponerse de pie. La expresión confusa en el rostro de Phoenix le hizo saber que no—. Sobre el baile de graduación, de la secundaria, hoy.

La mirada de Silver empezó a destellar, era la primera vez que oía sobre un evento así en su entorno, y la idea le resultaba anhelante. Ella jamás había ido a uno de esos bailes, solo eran su padre y ella celebrando la llegada del certificado.

—Suena, bien —expresó, controlando su verdadera emoción mientras empezaba a caminar hacia los casilleros para dejar sus aparatos electrónicos—. ¿Irás...?

Antes de que Robby pudiera darle una respuesta, los senseis ingresaron para iniciar con la clase. Kreese anunció que ese día aprenderían sobre el equilibrio, pero no el de Miyagi-Do, si no el de meterse en la cabeza de los oponentes y así desequilibrarlos.

Phoenix pensó en ello, recordando la discusión que había tenido Kreese con su padre, cómo había tratado de reabrir las heridas del pasado con su manipulación emocional. Volvió a distraerse lo suficiente como para sobresaltarse al sentir la mano de Robby sobre la parte superior de su espalda junto a unas palabras:

—¿Estás aquí? ¿Algo de lo que desees hablar?

—No, todo bien —respondió, dándose cuenta de que era muy obvia al mirar mal al sensei.

—Bueno, entonces aquí te llega mi propuesta. ¿Deseas ser mi pareja?

—¿Ah...?

Fue luego que ella comprendió que se trataba de la clase, el sensei había pedido que trabajarán de dos.

—Oh, claro —respondió mientras daban unos pasos y se colocaban frente a frente. Entonces, adoptaron posiciones de combate.

Phoenix inició con ataques suaves que Robby esquivó con la misma calma. Volvieron a repetirlo, esta vez con los papeles intercambiados.

—Ya no soy estudiante, no me dejarían entrar —comentó Keene, retomando el tema anterior. Phoenix esquivó su golpe un poco desprevenida, volvía a llenarse de aquella emoción. 

—Eso hace extraño que me hayas hablado sobre el baile —opinó, reteniendo su puño con la palma unos segundos—. ¿Qué planeas?

—Si te gustaría ir... —inició su oración, haciendo que algo empezará a inquietarse fuertemente en ambos—, puede que Tory me haya ayudado a encontrar la manera.

—¿La manera? —repitió, dirigiendo un ataque a su rostro que el desvió una vez más—. Espera... ¿Estás, invitándome al baile?

Robby le sonrió de inmediato, haciendo que las mejillas de Phoenix empezarán a tornarse rojas y su expresión tratará de ocultar su emoción sin éxito.

—Bueno, es algo tarde. Pero, podría encontrar la forma de recogerte y conseguir un esmoquin —aseguró, dudando un segundo de dar otro golpe. Quería que pudieran hablar mejor, sin obstáculos—, solo si quieres ir.

—¿Sabes? —empezó a responder, dando ella los golpes a pesar de que era el turno de Keene, él ahora se encontraba algo asustado por el veredicto. La emoción los consumía, pero ella sabía controlarlo para verse impecable, o eso creía—. Ya estoy en la universidad y jamás he ido a un baile... Me encantaría.

La emoción de Keene fue difícil de contener, pero lo logró, transmitiéndola con tan solo una gran sonrisa y los ojos brillantes.

—Yo podría ayudarlos —intervino Terry Silver en la plática que sostenía su hija con el alumno estrella. Ambos quedaron en la nada al oírlo, pues resultó muy extraño e inesperado—. Me parece una gran idea este baile. Pero si van a ir, lo harán con estilo —prometió, fijándose en Phoe, quien prefirió no mirarlo directamente.

Aquella acción fue un pequeño puñal en el pecho de Terry, pero lo reconfortó creer que sería su misma hija quien lo sacaría con el pasar de los días. Creía que, lo que fuera que estuviera pasando, se iría con el tiempo, más si volvía a ser detallista y atento como antes.

Su plática no pudo continuar debido al repentino suceso que ocurrió segundos después. Un hombre de aproximadamente treinta años, bajito y algo obeso, ingresó al dojo con el mayor de los ánimos. Se percibía su confianza, su altanería. Lo que no esperó fue que Kreese le daría tan "grata" bienvenida.

A los segundos, lo humilló, trató de desequilibrarlo con palabras tan crueles que llenó el lugar de un silencio sepulcral:

—No seas ridículo. Nunca fuiste parte de este equipo, eres un payaso, un bufón, una vergüenza, no vales nada aquí.

Aún así, aquel hombre que Phoenix identificó como Mantarraya por los susurros, se mantuvo firme y salió de Cobra Kai con la cabeza en alto. Por lo menos, hizo que los demás admirarán su resiliencia.

Phoenix había visto toda la escena con tanta atención que ni siquiera se dio cuenta de su alrededor, del momento en el que su mano encontró la de Robby, la tomó y estrujo ligeramente al entender que tan dañino podía ser Kreese. 

Debía admitirlo, temía.

Era un hecho que Phoenix y Robby irían al baile de graduación, lo que realmente los emocionaba y también preocupaba un poco. Era ese día, el tiempo les jugaba en contra. Cada uno había tomado su camino luego de la clase para ir a prepararse.

Phoe paseó por muchas tiendas en compañía de su padre, quien había insistido en acompañarla, pero en un punto la dejó con el chófer por algunas cosas que debía hacer. Afortunadamente, solo quedaba una parada más para que la pelinegra sintiera haber encontrado el vestuario perfecto para la noche.

Al llegar a casa, se empezó a preparar colocando su playlist favorita a máximo volumen. Tomó una ducha, cuidó su piel, trató su cabello y lo dejó secar mientras se colocaba el vestido elegido y unos tacones negros bajos. Eligió la joyería, optando por el dorado, y terminó de arreglar su cabello en un moño a medio recoger con algunos mechones cayendo sobre su rostro.

Vio la hora y notó que Robby pronto llegaría. Descendió, sin olvidar la pequeña cajita transparente donde guardaba el boutonniere para él, elegido especialmente para combinar bien con su vestido.

Cuando llegó a la sala, su padre de inmediato cerró la computadora y la dejó a un lado en el sillón. Se puso de pie y se fue acercando a su hija con un brillo en la mirada. Notaba cuánto había crecido, cómo habían pasado los años desde que su madre se había ido, el hecho de que habían salido adelante y ahora él la admiraba para su primer baile.

—¿Qué tal...? —preguntó Phoenix, notando cómo los ojos de Terry se cristalizaban—. ¿Así de mal?

—Así de bien. Te ves perfecta, mi niña —respondió, acariciando su mejilla antes de dejar un beso en su frente. Por la melancolía que se sentía, Phoenix no pudo rechazar el contacto, al final siempre querría el cariño de su papá —. Sigues siendo la única que me hace querer llorar.

—Papá...

—Phoe, al aparecer en mi vida, sin importar si aún estabas dentro de tu madre, sin importar que no me conocieras o cómo serías... Solo tú has logrado que lloré y deseé con tanta fuerza salvar mi vida para poder salvar también la tuya.

—Gracias... —fue lo único que le pudo responder, sin romper la conexión en sus miradas. Pero fue suficiente. Él la abrazó y ambos se fundieron en ese cálido gesto. Ella susurró algo que realmente tocó algo en el alma de su padre: —Está bien que seamos frágiles, todos lo son. Pero juntos, papá, juntos deberíamos ser más fuertes. 

Y Phoenix logró hacer que su padre creyerá que todo estaba y estaría bien, pues ella también se había obligado a creerlo así. En todos esos días, con el consejo de perdonar y soltar que había recibido de un castaño, había concluido que prefería dejar atrás los comentarios, los errores, prefería hacer como si jamás hubieran sucedido. Le resultaba difícil, pero lo estaba intentando.

Ambos se abrazaron con más fuerza. Para Terry, su hija era su calma, su único dulce hogar. Y aunque quizás ya era demasiado tarde, aunque su mente siempre estuviera fracturada, sus temores hubieran vuelto a escapar y atraparlos ya no era posible, trataría de aprovechar el amor de su hija y brindarle paz por todo el tiempo que le fuera posible.

Oyeron el timbre, lo que interrumpió su momento. Pero no fue una gran molestia, pues supieron que se trataba de alguien importante esa noche. Terry limpió sus lágrimas e informó que iría a abrir la puerta, recibiendo el asentimiento de su hija.

Se alejaron, Silver a la puerta y su descendiente a la mesita que estaba al centro de los muebles, donde había dejado su bolsa y el boutonniere. Tuvo un doloroso flashback al notar la falta de una de las decoraciones, la que Gabriel había roto. Quizás ella también se había visto muy perjudicada por todo lo sucedido, tal vez le habían quedado heridas permanentes.

Pero aún no lo entendía por completo. Sacudió la cabeza y se obligó a enfocarse en su meta: pasarlo bien toda la noche.

Primero sacó su celular y le envió un mensaje a Tory, continuando la conversación que mantenían sobre esa noche. La cita de su amiga estaba en camino. Cuando Phoe se enteró de que Nichols los estaba ayudando a ingresar, no dudó en tratar de agradecerle con algún gesto. No se le ocurrió nada mejor que una buena compañía para esa noche, rebuscó en sus antiguos amigos, los que había perdido por culpa de su ex-novio. Había uno perfecto: Harry West.

Entonces guardó su celular en el bolso de mano que traía y lo dejó sobre la mesa, le dio prioridad a su cajita mientras veía a Robby acercarse junto a su padre.

Aunque lo había esperado por horas, cuando lo vio se dio cuenta de que jamás hubiera estado realmente preparada. Phoenix quedó con los labios entreabiertos un segundo, admirándolo a cada uno de sus pasos. Traía un traje que lo hacía ver aún más guapo y un moño rojo de color vino, su cabello peinado hacia atrás y una sonrisa adornando su rostro. No podía ser más perfecto.

Ni siquiera se dio cuenta de que había cerrado la boca mordiendo su labio inferior. Pero tuvo que reaccionar cuando su padre la llamó y recalcó lo obvio, su pareja de graduación había llegado.

Ahora fue Keene el que no pudo creer lo que veía frente a él, era un verdadero sueño, la perfección en todos los sentidos. Phoenix se veía radiante en un vestido rojo vino, nada realmente ostentoso, pero que en ella se veía como una pieza de arte. Realzaba su piel pálida, contrastaba con el verde de sus ojos, le quedaba demasiado bien. Robby no creía que su belleza pudiera compararse a la de cualquier otra.

Ninguno de los dos jamás pensó vivir esa situación que solo veían en las películas de amor, no ese revoltijo en el estómago, aquella sequedad en la garganta y la falta de palabras. Pero ahora les ocurría y no les desagradaba, les encantaba sentirse así por el otro.

—Bueno, creo que es el momento de que me vaya —expresó Silver, sintiendo que estaba sobrando. Ambos reaccionaron y lo miraron antes de despedirse de él—. Phoe, creo que tienes algo para Robby —le recordó su padre antes de irse, y ella asintió repetidas veces, reaccionando finalmente.

Nix se acercó más a Robby con el boutonniere que seguía teniendo en las manos. Ella sacó el adorno y lo colocó en el bolsillo izquierdo del saco de Robby, siendo delicada con sus movimientos, recorriendo una pequeña parte del pecho de Keene en el proceso.

Entonces él recordó que también tenía la pareja de aquel adorno para ella. Sacó del interior de su saco una caja parecida con un corsage. No tardó en extraerlo y deshacerse de la caja, quedándose solamente con la pulsera floral. Le pidió permiso a Phoenix para tomar su mano y, al tenerla, con cuidado fue rozando su piel mientras le colocaba el adorno, entonces sus dedos se buscaron y encajaron perfectamente al tomarse las manos.

—Es hora de irse... —dijo Phoenix, tratando de retener el entusiasmo que recorría su cuerpo. Recibió un distraído susurro de Robby en respuesta.

Salieron de la mansión y pronto llegaron al auto, Phoenix notó que era uno de la colección de su papá, un Ferrari California. Keene le abrió la puerta del copiloto, esperando hasta que estuviera cómoda para ir a su lugar de conductor.

Cuando arrancó, dejó que Phoe pusiera la música y solo disfrutó de su gusto musical, esa noche fue momento de escuchar un poco de los 80s.

—¿Te gusta el auto? —preguntó la pelinegra, acomodando los pliegues de su vestido. Estaba un poco nerviosa por el silencio, lo que era raro, ya que los silencios entre ellos siempre se sentían agradables.

—Te ves hermosa —lo dejó salir, sorprendiendo a Phoenix un instante—. No sé por qué no lo he dicho antes, pero... Te ves increíble.

La pelinegra se sonrojó inevitablemente, sintiendo que las palabras se le enredarían si atrevían a salir de su boca, por lo que solo le sonrió con tanta felicidad que sus mejillas se elevaron y sus dientes relucieron. Ella solo cubrió su mano sobre la palanca de cambio, siendo suficiente.

Entonces fue que sonó "Everybody Wants To Rule The World" y Phoenix le subió el volumen al máximo. Empezó a mover su cabeza de un lado a otro hasta que inició la letra y no pudo evitar cantar con fuerza, disfrutar de la canción sin limitarse como hacía cuando estaba junto a Gabriel, pues a él le molestaba. Robby, en cambio, lo amaba.

Silver se movía demasiado, pero, a pesar de ello, jamás dejaba de tomar la mano de Keene. Si bien la canción ochentera era buena, las voces y risas de Nix y Robby fueron un sonido aún más hermoso.





















































































































JEMIISA ©
1° versión: 16 - 06 - 23
2° versión: 02 - 08 - 24

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