22: Es culpa de Lillie

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Es culpa de Lillie
Lillie Torres

El señor Hamilton ya nos había presentado a toda su familia. Estaba su mujer, es hermosa y educada, alta y elegante junto a sus tres hijos.

—La cena estuvo deliciosa, señora Hamilton —me apresuré a halagar a la mujer.

Y ella se ofendió.

—Por favor, llámame Grace.

Yo acepté.

—Es la primera vez que Lillie y yo estamos de acuerdo en algo —comentó el señor Johnson—. La comida estuvo exquisita.

—Mi esposa es buena en todo lo que hace.

Y procedió a besarle las manos con delicadeza. Casi nos derretimos todos. Sin duda, él debería ser ejemplo para otros hombres. Mire a Santiago con molestia. Es que era un tremendo cambio, de un hombre cariñoso y caballeroso a un... ogro fastidioso.

Santiago movió su cabeza en un gesto de pregunta, le respondí con una mueca y viré mi cara para el otro lado.

—Lillie, ¿por qué no recoges la mesa?

Y mire impactada al señor Johnson. Es que entendía perfectamente lo que estaba haciendo.

—No, por favor, no se preocupen lo haré yo — Grace se apresuró a aclarar.

La mujer se levanto y comenzó a recoger los platos, pero yo estaba quedando como una vaga.

¡No soy una vaga!

También me levanté y empecé a recoger los platos, no permitiría que Johnson me dejara en vergüenza con los demás a pesar de que su plan era quitarme del camino.
Recogimos todo y seguí a Grace a través de la casa, pero claro yo iba que moría de coraje.

—Bueno, ahora que ellas están en lo suyo, nosotros debemos hablar de negocios —dijo el señor Johnson.

Ese hombre no podía ser más despreciable. Se deshizo de mi con una gran excusa y lo peor es que estaba funcionando.
Lillie en la cocina, los hombres en la oficina.

¡Imbeciles!

Me marché enojada, pero al menos sirvió para dejar los platos relucientes. No había nada mejor que lavar los platos mientras piensas en las respuestas que pudiste haber dado en alguna pelea.
Pensé mientras secaba los platos. Pude haberle dicho: ¿Es que usted no tiene manos para recoger los platos?

Aunque tampoco era una gran respuesta. Hice una mueca, ese anciano siempre estaba a dos pasos de mi. El siempre se salía con la suya.

—Muchas gracias por ayudarme —Grace agradeció.

Yo sonreí.

—De hecho, esto me ha ayudado. Lavar platos debería ser terapéutico.

Grace sonrió y acomodó los platos secos en su respectivos lugares.

—Aunque tampoco tienes que mentir —añadió.

—No es nada, de todas formas soy una invitada y lavar platos es muy poco para mostrar mi agradecimiento por estar aquí.

Ella sonrió y suspiró.

—Es difícil, ¿cierto?

Me seque las manos y levante la mirada.

—¿Que cosa? ¿Lavar platos? Claro que no.

—Trabajar con hombres —siguió—. Veo que Zac no te considera... parece broma, pero aún los hombres no toleran trabajar con mujeres, mucho menos cuando nosotras tenemos potencial e inteligencia.

Me quedé con la boca abierta. Incluso esta mujer vio la pequeña rivalidad que hay entre ese anciano y yo. En mi defensa, ese hombre se la traía conmigo y por su edad, me obligaba a quedarme quieta. Se que a veces soy el diablo, pero tengo mis propios límites y meterme a pelear con un anciano estaba dentro de esos límites.

—Por supuesto que no —me apresuré a negar—. Nos llevamos bien.

Nos llevamos bien a la distancia, quise completar.

—Tranquila, mi esposo no cerrará ningún trato si tú no estás presente —confesó—. Él sabe lo mucho que me costó ser ingeniera, más cuando es una profesión liderada por hombres, así que no permitirá que Zac te deje fuera de este negocio, no cuando fue por ti quien mi esposo accedió a negociar.

—¿Yo?

—Si, no debería decírtelo —admitió—, pero fuiste segura, demasiado segura en la reunión que le pediste hace unas semanas, mostraste tanta fuerza y seguridad al hablar que no permitiste que mi esposo dudara.

¡Lo sabía, lo sabía!

Casi brinco de emoción, pero debía mantenerme serena y segura. No debía brincar y festejar como una novata. Aunque, si lo era.

—¿Por qué me dice esto? —pregunté.

Ella suspiró.

—Yo también me sentí sola muchas veces, en mi trabajo yo era un chiste para los hombres, desearía haber tenido un poco de apoyo, así que me aseguro de darte mi apoyo, se que no es mucho, pero al menos espero que sirva para recordarte que puedes hacer mucho y callar a los demás mostrando tus habilidades. De alguna forma cuando te veo me recuerdas mi juventud.

—Gracias —dije con sinceridad.

Grace se fue para responder una llamada importante. Al final cuando la cocina quedó reluciente fui a tomarme mi propio descanso de Johnson.

Estaba lejos de la ciudad y aunque estaba aquí por negocios, tenía la oportunidad de tomarme mi propio tiempo para disfrutar de la estadía. Además, me sentía más segura al saber que no harían nada sin mi.
Me senté con los niños Hamilton. Si, estaba fresca como una lechuga.

—Oye, yo también jugaba ese juego de carros —le dije al chico.

El hijo mayor de la pareja me miró y luego se levantó para marcharse de la sala.

—¿Qué mal hice? —pregunté al verlo, más bien, ya no verlo.

—No te preocupes —dijo la menor de la familia— mi hermano es un idiota cuando está jugando, ¿cierto, Maia?

Maia asintió, pero sin quitar el puchero de enojo.

—Mi hermano es un amargado —dijo molesta.

—¿Y por qué estas amargada? —pregunté.

Ella abrió la boca.

—No estoy amargada, estoy molesta.

—Está molesta porque el viejito la envío aquí conmigo —me comentó la hermana.

Y sabía de que viejito hablaban.

—Mmm —dije pensativa— ¿es cierto lo que dice Bella?

Maia asintió todavía molesta.

—A Maia le gusta escuchar las conversaciones de negocio de papá, pero el viejito ese la echó porque es una conversación de "mayores"

Maia es una niña de diez años, pero eso no le quitaba lo inteligente e interesada que estaba por el tema.

—Dijo: ¿Por qué no vas con tu hermanita a jugar con muñecas?

Y abrí la boca impactada. Johnson no podía ser peor.

—Y por eso está tan enojada —comentó Bella— yo digo que sería bonito hacer que nuestro invitado duerma en nuestra habitación. Toda infantil, directo a su ego varonil.

Yo reí.

Estas niñas eran de las mias.

—Eso es muy poco como para un castigo. Si me lo preguntan yo, yo pintaría su cabello de rosa eso sí que lo heriría en su orgullo varonil.

Y las niñas me observaron como si en frente estuviera Dios.

—¿Y cómo pintarías su cabeza canosa de rosa? —preguntó Bella.

Bella tiene cinco años y tenía esa sonrisa malévola que yo solía tener a esa edad. Me agradaba.

—Solo pondría colorante en su shampoo, no es tan difícil como parece —les expliqué— De hecho, yo tenía colorante de colores, simplemente lo mezclas con el shampoo y al siguiente día el color ya se nota.

—Colorante mágico —soltó Maia.

Y su molestia ya había pasado, ahora mostraba interés. Soy genial con las niñas, es que, al parecer casi en todo me destacaba.

—Así es como se llamaba el que yo ocupaba —comenté.

Ellas se miraron y sonrieron.

—Pero no es una broma para...

Santiago entró a la sala y todas nos quedamos en completo silencio.

—Hola, bellas damas, ¿que hacen? —preguntó sentándose a mi lado.

Es que la comodidad que mostraba me parecía irreal, imposible. Lo miré con molestia, había arruinado nuestra charla, pero me alegraba un poco saber que las niñas ni respondieron a su pregunta, salieron huyendo de la sala. Quisiera huir también.

—Pero ¿que hice? —preguntó confundido.

—Ser cómodo y atrevido al entrar a esta sala cuando las niñas están pasando por el difícil momento de odiar a los hombres.

Y abrió la boca, sorprendido.

—Oh... pero yo no he hecho nada malo para que me odien.

Y me levanté molesta.

—No ha sido necesario que les hagas algo a ellas, simplemente les molesta tu presencia por instinto femenino. No le agradas. Y no tienen culpa, ustedes se hacen detestar solitos.

—¿Estas hablando por ellas o eres solo tú, Lillie? —preguntó ocultando una sonrisa.

—Olvidé que eres tan insoportable. Ojalá y te pierdas de mi vista, pero como se que eso no va a pasar, la que se va a desaparecer soy yo.

Y me marché también.

Escuché su risa al alejarme. ¿Desde cuando él es el feliz y yo la amargada? Los papeles se habían cambiado y no me agradaba nada.

—Te portas de una manera infantil. ¡INFANTIL! —exclamó.

Me metí a la habitación hasta el siguiente día. En realidad me desperté asustada porque en mis sueños o tal vez pesadillas un hombre gritaba con terror.

Era un grito desgarrador.

Me vestí y salí de la habitación bostezando por el pasillo. Llegue a la sala y pegué un grito cuando vi la cabeza de Johnson rosada. No habían canas, estaban cubiertas por el tinte rosado.
Entré y todos me observaron. La víctima parecía molesta conmigo, más de lo normal.

Así que el grito desgarrador no provenía de una pesadilla, venía de la realidad.

—¡Lillie! —se quejó y brinqué— ¡has sido tu!

Y me señaló con molestia.

—¿Yo?

—Las niñas dicen que les dijiste que pintaran el cabello de Zac... de rosa —aclaró el señor Hamilton.

Y si, casi me infarto ahí mismo.

—¿Que?

Yo seguía en shock.

—No, en ningún momento les dije que pintaran su cabello... bueno, solo di una idea, pero no sabía que ellas fueran a tomar mi idea.

—Lo sentimos, solo queríamos pintarle el cabello de rosa como a nuestras muñecas —dijo Bella— su cabello estaba tan blanco que era imposible resistirse a colorearlo.

Y si, Johnson estaba furioso.

—No soy una de tus muñecas, niña.

Era el único furioso, claro era la víctima en esta ocasión, pero al menos los padres de estas niñas no me querían encarcelar como Johnson.
¿Tenía culpa? Bueno, creo que fui un poco... poquito influyente.

—¿Pueden dejarnos solos? —pidió el señor Hamilton.

Entonces salimos de la sala dejando al señor Hamilton con Johnson, pidiendo disculpas.
Cuando estuvimos fuera de la sala, Grace soltó la risa.

—Lo siento, lo siento, pero me ha causado mucha gracia ver su cabello de rosa —pidió disculpas.

Y entonces yo también me reí.

—Dios, por estas niñas pueden matarme y no saber la causa.

—Fue divertido, ¿cierto? —preguntó Bella.

—Si, señorita —respondió su madre—, pero no es algo de lo que ustedes puedan gozar. Vayan afuera a pensar en sus acciones. Tienen prohibido usar la tecnología hasta nuevo aviso.

Y las chicas hicieron caso a su madre. Se quedaron en el jardín trasero pensando en la maldad que habían hecho. Parecían tristes... yo estaría brincando de una pata, después de todo tuvieron qu

—Bueno, creo que debería aclararles que no les pedí que hicieran tal cosa.

Y fui a hacerles compañía.

—Pues el señor es un amargado, totalmente. Cualquiera pudo reírse al verse el cabello de otro color. Yo lo hubiera hecho —comentó Bella—. Es un color muy bonito. Debería pintarlo de rosa... Lillie, ¿tú crees que me dejen pintar el cabello de rosa?

—Papá te raparía si te lo pintas de rosa, después de lo que hemos hecho, seguro y arderemos en la hoguera —comentó Maia.

Y yo empecé a reír.

—Es verdad que no hicieron bien, pero tampoco crean que las quemaran en la hoguera. ¿Por que no mejor hacemos algo divertido?

—¡Podemos jugar con las gallinas! —pidió Bella.

—No, Lillie no sabe ese juego.

—Es fácil! Lillie, ¿quieres jugar? —pregunto Bella.

Mire a la casa y al parecer Johnson seguía molesto, se lo podía ver como agitaba los brazos por la ventana.

—Bien.

Y era de seguir a la gallina y tomar el listón que colgaba en su cuello.

—Quien agarre a la gallina gana el postre de la otra —anunció Maia.

—Ya, pero Lillie va a jugar como mi suplente.

—No, eso no es justo Bella.

—¿Por qué no?

—Lillie es mas grande, agarrará la gallina con facilidad —se quejó su hermana.

—Es verdad —se entrometió Santiago— no es un juego justo que digamos.

Y todas nos volteamos a ver a Santiago.

—No seas entrometido y vuelve por donde viniste —pedí.

—Si es verdad —habló Bella.

—Son unas tramposas —comentó Maia.

—Por supuesto que no —repetimos al mismo tiempo.

—Entonces, que esté... ¿cómo te llamas? —le preguntó a Santiago.

—Santiago.

—¡Él va a jugar en mi lugar!

Abrí la boca impactada.

—No, eso no —negó Bella

—Imposible —hablé yo.

—¿Es que tienes miedo de perder, Lillie? — Santiago preguntó molestándome.

—Claro que no, soy buenísima para agarrar gallinas. ¿Te olvidas que vivía en un pueblito? En cambio, siento un poco de pena por Maia, su suplente no sabe atrapar gallinas.

—Si se —aseguró el.

Y nos alistamos para corretear detrás de las gallinas, que estaban arrebatadas.

—En su marca, listo y —Maia silbó— fuera.

Y yo empecé a correr detrás de mi gallina, que se fue para el lado de Santiago, entonces ambos tropezamos.

—Eres tramposa, Lillie.

Me levante y seguí corriendo por mi gallina.

—¡No entren demasiado al bosque! —gritaron ambas niñas.

Pero mi competitividad me nubló el juicio. Ya estábamos demasiado lejos y lo peor es que mi gallina había desaparecido.

—En donde te vea, ¡te hago caldo! —le juré a la gallina.

Entonces miré y vi como Santiago, mi contrincante estaba desatando a el listón de su gallina. Estaba tan concentrado que no se dio cuenta de mi cercanía hasta que fue demasiado tarde.

—Oye, eso es mío.

—¡Era!

Y corrí de vuelta a la casa de los Hamilton.

—¡Devuélveme mi listón, Lillie! —exclamaba Santiago— ¡te vas a arrepentir en cuanto te atrape!

—¡No me amenaces!

Y si, hice trampa y si, estaba por pagar por ello.

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