57: Vivir

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Vivir
Lillie Torres


Todo había salido bien en el vuelo. El avión aterrizó antes de lo programado, aún así ya la noche había caído. Al recoger mi maleta y salir del aeropuerto me detuve para llamar a Candace. Fue un error, Candace había llegado hace unas horas y estaría muerta del cansancio o estaría ocupada succionando a mi amigo.
Hice una mueca al pensar en eso.

—Bien, llamaré a papá —murmuré.

Llame tres veces al susodicho y no hubo respuesta, finalmente dejé un audio en el buzón de llamada.

—Hola, papi —hablé aguantando la emoción— ¿dónde estás? Bueno, no se que tanto tardes en escuchar este mensaje de voz, pero... he vuelto, estoy en el aeropuerto y nadie me contesta, ¿puedes creerlo? Es una sorpresa para mamá, por favor, no se lo digas y si escuchas este audio frente a ella, hazte el loco. Te amo y no sabes lo mucho que necesito abrazarte a ti y a mamá.

Envié el mensaje y me senté a esperar a que mi padre respondiera. Se suponía que podía esperar unos minutos, lo más difícil ya había pasado y no tenía mucha prisa. Bueno, si, anhelaba los abrazos familiares.

—¡Oh, Dios mío! —chillo una chica a mi lado—. Eres Lillie, ¿cierto? ¡Puedo tomarme una foto contigo, por favor!

Y no sabía de donde había salido esa chica, sin embargo, acepté y me tomé una foto, que pronto sería subida en las redes sociales.

—Muchas gracias, que tengas una buena noche.

Dios, tenía ya mucho tiempo esperando a que mi padre se dignara a devolverme la llamada. Revise mis contactos y empecé a tachar a los que no podían darme un aventón a casa:
La abuela imposible.
Peor Dorothea.
Pamela seguía en Paris.
Dani en Argentina.
Mami, no, ese contacto no podía saber que estaba aquí hasta que estuviera en la puerta de su casa.
Nicolás...

Dudé, pero era el único que me podía ayudar.

—Lillie —saludó emocionado al segundo de timbrar.

—Nicolás, te puedo decir algo y júralo que no le vas a decir a nadie.

—¿Un secreto? Seré una tumba, lo prometo —bromeó.

—Estoy en el aeropuerto y no tengo quien me recoja, será que puedes venir por mi...

Y Nicolás empezó a reír.

—¿Que? ¿Es una broma? ¡Lillie, estas jugando conmigo!

—No, de verdad, te lo prometo —aseguré— estoy esperando a que mi padre responda, pero seguro ya está roncando en su cama. ¿Es mucho pedir tu ayuda después de que he sido muy mala amiga en todo este tiempo?

—Estaré ahí en diez minutos. ¡Ah, Lillie, eres insoportable! —dijo emocionado.

En efecto, Nicolás llegó en diez minutos. Salió del carro y corrió a mi. Llegó cansado y agitado.

—Estoy fuera de forma, no te burles.

Y lo abracé cuando llegó a mi.

—No entiendo como es posible que te haya extrañado tanto —dije al borde del llanto, la verdad estaba emocionada de verlo.

—Soy inolvidable, ya lo sé, Estrellita.

Me reí y lo golpeé en el hombro. Nicolás se quejó y yo me apresuré a disculparme. Fui muy tosca.

—¿Nadie sabe que estás aquí? —preguntó aunque ambos sabíamos la respuesta.

—Solo la abuela y Dorothea —respondí.

Guardamos la maleta y el bolso en los asientos traseros.

—¿Que ha sucedido para que estés aquí así de la nada? —preguntó interesado.

Hice una mueca.

—Pasaron cosas.

—¿Que cosas?

Levanté la mirada y negué.

—Nada importante —aseguré— solo quiero llegar a casa y darle la sorpresa a mis padres.

—Dios, espero que no les dé un infarto de la emoción.

—¡Cállate, exagerado!

—Pues la última vez que te vieron estabas muy mal... psicológicamente, aunque no veo porque la preocupación, si tu estado natural es estar desequilibrada. Eso sí, cuando estés bien psicológicamente ahí debemos preocuparnos —bromeó.

Subimos al carro y Nicolás empezó a conducir.

—¿Como ha estado el vuelo?

—Ha estado normal.

Nicolás volvió a verme y no pudo borrar la sonrisa de su rostro.

—Santi, se va a emocionar al verte.

—¿Tú crees? —pregunté algo dudosa.

—Claro que si —respondió inmediato—. Además, has llegado en un buen momento.

—¿Buen momento?

—Depende de la perspectiva de cada uno —añadió.

—Dios, me estás confundiendo —dije riendo.

—Lo siento —se disculpó riendo— es la medicina.

—¿Medicina? ¿Estas enfermo? —pregunté preocupándome.

—Estoy bien —aseguró.

Entonces vi la pulsera en su muñeca. Había estado en el hospital.

—¿Estuviste en el hospital? —pregunté confundida— no me digas que estabas en el hospital cuando te llamé.

Nicolás sonrió.

—Y te lo agradezco. Pude huir de ahí gracias a tu llamada de emergencia —agradeció descaradamente.

—¿Qué? ¿Te he sacado del hospital? —pregunté impactada— ¿que tienes? ¿Es algo contagioso?

Nicolás se detuvo. Se arrimó a la orilla y agachó el rostro. Empezó a llorar y se cubrió la cara para ocultarlo. Entonces me preocupe.

—Nicolás, ¿estas bien? ¿Es algo peligroso? Si es una broma, déjame decirte que me estás asustando.

Nicolás levantó la mirada y vi como sus lágrimas rodaban por sus mejillas.

—Lillie, no quiero —soltó en un mar de lágrimas.

Me quité el cinturón de seguridad y me apresuré a abrazarlo.

—¿No quieres? —repetí preocupada— ¿que es lo que no quieres?

—He tratado de ser fuerte todo este tiempo, de ser valiente, Lillie, no puedo, no quiero.

Me separé de él y levanté su rostro.

—Mírame, Nicolás —pedí— Explícame, ¿que es lo que está pasando?

Nicolás estaba temblando y no paraba de llorar.

—Lillie, tengo cáncer —confesó.

Me cubrí la boca. Mi corazón se detuvo. Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—No, no, es imposible —me negué a creer—. Nicolás, eres joven, es... es imposible.

—Lillie, no quiero morir —soltó— todo este tiempo traté, me convencí de que no tenía miedo a morir, pero hoy... me he dado cuenta que no puedo, que no es tan fácil, que no quiero morir, no quiero dejar a Candace, no quiero dejar a Santi, a mi familia... a ti.

Abracé a Nicolás y ambos continuamos llorando.
Recordé todas esas veces que lo vi toser, que lo vi pálido, con ese semblante de enfermo.

—Mierda, como no lo pude ver —solté con culpa—. Nicolás, perdóname, perdóname por no haberlo sabido.

—Lillie, no te culpes —pidió— yo no quería que nadie lo supiera. No quería que sintieran lástima por mi... no podría soportar verlos así, así como estás tú ahora.

Me limpié las lágrimas.

—Se puede curar, Nic. Hay muchas personas que sobreviven, además, la medicina está avanzada, seguro que ya hay medicamentos más efectivos.

Nicolás agarró mi rostro.

—Lillie, es muy tarde —dijo cansado— incluso cuando me diagnosticaron ya era muy tarde para recurrir a tratamientos.

Los siguientes minutos estuve llorando. Nicolás parecía que se había calmado, que se había desahogado y ahora parecía más tranquilo.

—Lillie, prométeme que luego de mi muerte estarás bien.

Negué.

—No puedo prometerte eso, Nic.

—Lillie, promételo... por favor.

Levanté mi cara y lo miré.

—¿Que va a pasar cuando te necesite y no estes? ¿A quien correré a contarle mis chistes para nada graciosos? ¿Con quien beberé en una cantina de mala muerte hasta el amanecer?

Nicolás sonrió.

—Lillie, aunque muera no podrás librarte de mi, ¿lo sabes? —preguntó riéndose—. Seré tu ángel. Imagínate, no todos tienen la suerte de tenerme de ángel de la guardia.

Y me reí, pero luego solo continué llorando.

—Todo va a estar bien —aseguró.

—No va a estar bien... no estarás, Nic.

Nicolás me abrazó y fue suficiente para llorar con más fuerza.

—No quiero perderte.

—No es muy rockstar llorar por muertos, Lillie.

Golpeé su pecho y lo oí quejarse.

—Esta bien, me lo merezco —admitió riendo—. Se que es difícil entender mi situación o más bien, difícil de aceptarla, pero aunque me ha causado pánico esta enfermedad... creo que gracias a ella pude darme cuenta que la vida puede acabarse en un segundo, creo que me ayudó a salir de mi rutina diaria y me enseñó a aprovechar mejor mi vida... gozar con mi amigos, reír, hacer locuras... Vivir mientras muero. ¿Tiene sentido o solo termine de enloquecer?

Me quede en silencio unos minutos.

—¿Santiago lo sabe? —pregunté.

Nicolás negó.

—La única persona que lo sabe es Candace —admitió—. Por favor, no te enojes con ella por ocultártelo, yo se lo pedí... soy consciente de lo duro que ha sido para ella, no quiero que ustedes se alejen por mi culpa.

Me quede en silencio hasta que mi celular empezó a sonar. Un mensaje tras otro.

"Tuviste suerte"
"Pero no por mucho, Lillie"
"Estoy cerca, querida"
"No podrás salvarte esta vez, te lo prometo"

Una foto mía bajando del avión llegó junto a esos mensajes.
No pude evitar ponerme nerviosa, empecé a temblar y el teléfono se resbaló de mis manos. Sin duda, mis nervios estaban de punta.

—Lillie, ¿que sucede?

Nicolás agarró el teléfono y entonces leyó los mensajes.

—¿Quien demonios está amenazándote? —preguntó— ¡Lillie, di algo!

Me cubrí el rostro, asustada y nerviosa.

—Creo que es Félix.

—¿Qué? —soltó sorprendido— ¿ese tipo no estaba enamoradisimo de ti?

Negué.

—No tengo idea —respondí aturdida—. Cuando llegue me preguntaste por qué estaba aquí, pues Félix se las ingenió para poner una bomba en mi carro... creo que si sigo viva es porque soy torpe, tanto que estropee su plan para asesinarme.

Nicolás estaba sorprendido, molesto, pero sorprendido.

—Lo sabía —soltó enojado—. Ese tipo nunca me dio buena vibra, Lillie, nunca. Ahora veo que no me equivoqué, pero ¿hacer eso? Atentar contra tu vida, ese es otro nivel de locura. Bien dice que del amor al odio hay un paso... Tenemos que ir y poner una denuncia.

—No —me apresuré a negar— solo quiero estar en casa con mis padres.

—Lillie —Nicolás levantó el celular— ¡te tiene vigilada!

—¡Tengo miedo! —confesé— ¡tengo miedo de que él lo consiga, Nicolás... que consiga asesinarme!

Nicolas levantó mi cara. Estaba muy convencido.

—No lo va a lograr, Lillie. No vamos a permitir que intente hacerte daño, ¿de acuerdo?

Asentí tratando de creer en las palabras de Nicolás.

—Pero no puedes decirle esto an mis padres —pedí preocupada— No quiero que ellos piensen en que podrían perder a otra hija, no me lo perdonaría.

—Bien —accedió— Iremos a denunciar a este tipo.

Pero fue demasiado tarde. Nicolás intentó encender el auto, pero teníamos una camioneta en frente.
Nicolás empezó a pitar para que se moviera, pero la camioneta encendió sus luces.
Me cubrí los ojos por la repentina luz. Una persona bajó de ese camioneta.

—¡Lillie, sal de auto! —Felix exclamó molesto.

Mi corazón dejó de latir y el miedo invadió mi ser. Miré a Nicolás entrando en pánico.

—Tranquila, no va a hacer nada.

—¡LILLIE, SAL DEL MALDITO CARRO —volvió a pedir agresivamente— O SERÉ YO QUIEN TE ARRASTRE HASTA AQUÍ!

Nunca en mi vida había sentido miedo. Nunca nadie podía asustarme lo suficiente como para dejar de respirar como ahora.

—No puedo respirar —dije asustada—. Nicolás, me cuesta respirar.

—Cuenta hasta diez, vamos, cuenta —pidió.

Nicolás me ayudó a respirar con un poco de normalidad. Estaba asustada, mucho. Escuchar la voz de Félix me daba terror. Mi corazón empezó a latir con el doble de velocidad. Escuché un tiro. Félix había disparado al aire, lo suficiente para intimidarnos.

—Todo estará bien —repetí— todo estará bien.

Cerré los ojos, conté hasta tres y volví a abrirlos.

—¡SEGUNDOS, LILLIE Y SI NO TE VEO PARADA FRENTE A MI, DISPARARÉ HASTA QUE LA MALDITA ARMA NO TENGA NI UNA BALA! —amenazó— ¡TENGO MUY BUENA PUNTERÍA, MUCHÍSIMO MEJOR QUE LA TUYA, CARIÑO!

Nicolás se desabrochó el cinturón de seguridad y bajó. Puso inmediatamente el seguro, por lo que no me dejó salir del carro.
No entendía lo que decían, pero Félix no quería a Nicolás, me quería a mi. Estaba tan nerviosa que mis manos no podían quitar el seguro.

—Lillie, vamos, vamos —me pedí a mi misma.

Me seque las manos y estas dejaron de temblar. Abrí la puerta y me tropecé cayendo al piso.

—Mi problema no es contigo —Félix aclaró— te puedes largar, pero de aquí Lillie no saldrá. Ella y yo tenemos cosas pendientes.

Nicolás le dio un puñete, pero Félix empezó a reírse. Escupió sangre y le devolvió el golpe a Nicolás. Me levanté rápidamente y corrí a ayudar a Nicolás, que estaba en el piso. Mis lágrimas cayeron en sus mejillas.

—Nicolás, te quiero muchísimo —agradecí— gracias por todo lo que has hecho por mi.

—No, Lillie, no lo intentes.

Mire a Félix, pero esta vez no tuve miedo por mi, sino por Nicolás.

—Nicolás no tiene nada que ver aquí —dije rápidamente— el problema es entre tú y yo, nadie más.

—¿Creíste que sería fácil librarte de mi? —preguntó riendo—. ¡Me disparaste, Lillie! ¡Me disparaste justo aquí!

Félix me levantó del piso con brusquedad y puso su pistola en medio de mi abdomen. Cerré los ojos, esperando el dolor.

—Tú querías lastimarme, me defendí.

Y Félix empezó a reírse. Estaba muy tranquilo y me daba miedo, me daba miedo que de la nada perdiera los estribos. Un momento gritaba, el otro hablaba con paciencia. Dios, su cordura es inexistente.

—Pero no quería hacerte daño —añadí—. De verdad, no quería hacerte daño, Félix, viste la buena puntería que tengo, si hubiera querido asesinarte habría apuntado a tu cabeza, no lo hice.

—¿Y ahora debo agradecerte? —preguntó con ironía— destruiste mi vida, Lillie. Primero me ilusionaste, jugaste con mis sentimientos y no te importó una mierda porque en tus ojos solo existía Santiago Martin, no me importó, no me importó que él estuviera, porque después de todo tú y yo estábamos comprometidos, pero luego vienes y llenas las cabezas de mentiras a mi tío... me quitaste a mi tío.

—No te quite a Zac, él te ama y solo quiere tu bien.

—¿Él me ama? —preguntó con lágrimas en los ojos— Lillie, me delató, le dijo a la policía donde estaba y si no fuera por mis propios contactos, yo estaría ya en prisión... por ti y por mi tío. Su castigo será perderte, Lillie. No se lo perdonará nunca, no podrá parar de culparse por tu muerte y seré feliz, muy feliz y dichoso.

Nicolás se levantó sigilosamente y aprovechó para golpearlo con una piedra por la espalda. Hasta yo me sorprendí, no lo veía venir.

—¡Tus amenazas no me parece que sea muy al estilo de la realeza, pedazo de imbecil!

Félix cayó al piso y el arma cayó a unos metros. Corrí a agarrarla, pero Félix fue más rápido. Se incorporó apuntándonos con el arma.

—Es mejor acabar con esto —soltó.

Me apuntó y yo cerré los ojos al mismo tiempo en que disparó. Nunca sentí la bala porque la bala nunca me tocó a mi.
Abrí los ojos y vi a Nicolás sangrando.

—¡NO, NO, NICOLÁS! —grité.

Nicolás cayó al piso, pero Félix volvió a apuntarme. Hubo otra detonación, pero esta vez fue de alguien más. Félix recibió un disparo en el abdomen, pero no fue suficiente para combatirlo. Vació toda su arma en contra de Nicolás y de mi.
Caí al piso y agarré la mano de Nicolás, pero él no tomó la mia. Cerré los ojos y solo pude sentir miedo. Miedo que se desvaneció por completo al descubrir que estaba en un bosque.

—Melina —Beth me llamó.

Me giré y ahí la vi. Vi a mi hermana.

—Estas viva, Beth —solté corriendo contenta hacia ella— estas aquí, conmigo.

Beth me abrazó sin parar de sonreír.

—Melina, estás cambiada... estas hermosa.

—Beth, te he extrañado todo este tiempo —solté.

Beth se alejó de mi y empezó a caminar hacia el árbol... nuestro árbol.

—He estado aquí todo el tiempo  —respondió— estaba esperándote con la dulce compañía de Pepe, hermanita.

Pepe, mi perrito empezó a ladrar y a querer juguetear conmigo.

—Ya estoy aquí —respondí agachándome a recibir sus lamidos— No se como he llegado, pero creo que estoy feliz de estar aquí.

Seguí a Beth que no se detuvo hasta llegar al árbol.

—Lillie, la última vez dijiste que estabas bien, que no llorarías mas por mi —habló—, pero últimamente no has parado de llorar por mi.

—Es que te he extrañado muchísimo. Cada que llueve recuerdo tus abrazos, cada que se me cae la cuchara al piso recuerdo que decías "Tienes un hombre a tu pies", extraño que cada primer día del mes quemes canela por toda la casa... te extraño mucho, Beth.

—Pero yo estoy bien, no tienes que extrañarme, siempre estaré aquí, esperándote.

Pepe no paraba de jugar así que me distraje con él. Caí al piso y él aprovechó para lamer toda mi cara, lo que me provocaba cosquillas.

—Te extrañe mucho pequeña bola de pelos.

Y Pepe me ladró.
Estábamos en un campo abierto, plantas de maíz tierno por todos lados, el cielo azul y el sol brillante. Todo aquí estaba perfecto, cálido y tranquilo.
Me levanté en cuanto todo empezó a oscurecerse, el sol se escondió y el cielo azul fue reemplazado por nubes grises. Todo en segundos.
Beth me agarró la cara.

—Lillie, tienes que irte.

—Pero dijiste que estabas esperándome.

—Lillie, aún no es la hora —dijo con lágrimas en sus ojos.

—¿La hora?

—No es el momento, no es tu momento de venir a mi —dijo.

—Pero estás llorando porque no quieres que me vaya.

—Estoy llorando porque no quieres irte —me respondió.

—Es verdad, no quiero separarme de ti nuevamente.

Beth empezó a llorar.

—Lillie, tienes que volver, tienes que intentarlo... tienes que vivir.

—Pero aquí estás tú y está Pepe.

Iba a jugar con Pepe, pero él ya no quería, se escondía detrás de Beth y se quejaba.

—Pero aquí no está mamá, no está papá, no está nuestra familia.

Levanté mi cara y miré a Beth.

—No quiero volver —confesé— Estoy cansada, Beth. Estoy cansada de luchar, de tener miedo, de estar triste, de extrañarte porque lo hago mucho, Beth, te extraño cada segundo.

—Es que solo estás recordando el dolor, no la felicidad.

Beth agarró mi mano y la puso en el árbol. Y todos los recuerdos llegaron a mi como una película. Mama riendo con cada estupidez que hacía, la abuela renegando porque traía pelos en la ropa, Dorothea bailando conmigo en la cocina, Pamela probándose ropa y pelucas mientras fingía ser modelo, Jenny y Dani peleando por el control del televisor, Nicolás comiendo sin parar y Santi sonriendo al verme. La primera vez que tomé el volante y todos se burlaban de lo mal que hacía, recordé la vez que fui anfitriona de una fiesta y todo salió mal, terminamos drogados. Santi y yo corriendo por nuestras vidas en aquel bar en donde nos metimos en problemas con el ex novio de Pamela. Las noches de discotecas en las que hacíamos karaoke. Todas esas imágenes volvieron a mi. Momentos felices, momentos buenos.

—Hermanita, tienes que volver y ser feliz, promételo.

—No quiero, no quiero —dije cerrando mis ojos.

Negándome a aceptar la verdad.

—Estrellita, no puedes dejarlos.

Abrí los ojos y vi a Nicolás.

—¿Que... que haces aquí, Nic? —pregunté empezando a llorar— ¿donde está? ¿donde está Beth?

—Ella estará aquí cuando sea el momento.

—Es el momento.

—No —negó Nicolás—. No es tu momento, es mi momento.

—No, no es tu momento.

—¿Quieres que te patee el trasero de vuelta a casa? Utilizaré la fuerza.

La lluvia empezó a caer, estaba lloviendo desenfrenadamente y los truenos no tardaron en resonar. Me sobresalte. Tenía miedo.

—Creí que era mi momento... ¿por qué?

—Porque olvidaste sonreír, Estrellita. Porque olvidaste vivir y ahora tienes que hacerlo por mi, por ti, por nosotros.

—Ven conmigo, por favor —pedí.

—Eso de ahí se llama apego emocional, ve con un terapeuta —bromeó.

—Te amo, Nic, no lo olvides.

—No lo olvidaré.

Nicolás y todo a mi alrededor desapareció, todo se esfumó y lo único que escuchaba era gritos.

Lillie, por favor, no me dejes. No me abandones, por favor. Te necesito. Lillie, cariño, no puedes dejarnos, no puedes abandonarme porque te amo, vamos, inténtalo, por favor.

Abrí los ojos y todo fue borroso. Logré ver a Santi, estaba entre enfermeros, sus manos estaban llenas de sangre.

—La paciente está con nosotros. Necesito urgentemente llevarla a cirugía.

—Santi, ¿dónde está Nicolás?... Nicolás estaba conmigo, ¿él está bien?—pregunté sollozando.

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