56: Una foto y una carta

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Una foto y una carta
Santiago Martin

Lillie había desaparecido, ella simplemente había salido de casa y nadie sabía dónde estaba lo que fue suficiente para entrar en desesperación. Por un momento pensé en miles de situaciones horrendas en donde ella estaba en peligro, así que no pude evitar enloquecer un poco. Finalmente Nicolás y Amanda decidieron apoyarme y salir a buscar a Lillie.
Estuvimos unas horas buscándola por todas partes, ella solamente había desaparecido y sinceramente odiaba no tener idea en donde estaba y si estaba bien.

—Bueno, es Lillie —Nicolás empezó a hablar—. Sabe defenderse incluso mejor que nosotros.

Volvimos a casa cuando Amanda informó que Lillie había llegado y que en definitiva había sucedido algo malo. La hermana menor de Candace nos abrió la puerta, confundida y preocupada.

—Ha entrado, parecía furiosa, pero... véanlo ustedes mismos.

Nicolás se puso nervioso y fue suficiente para ponerme nervioso.

—Bien... ¿quien entra primero? —preguntó Nicolás.

—Ve tu...

—No, ve tu.

—Ve tú, eres su mejor amigo.

—Ya, pero tú eres su novio —soltó.

Ya quisiera ser su novio, pensé.

—Ella está molesta conmigo —confesé.

—Ya, eso es suficiente para que esté molesta con los demás, así que, si tú lo arruinaste, tú lo arreglas.

Iba a dejarle muy en claro que no era más que un miedoso, pero Lillie salió arrastrando maletas. Lillie se detuvo abruptamente al vernos y fue su mirada suficientemente fuerte para saber que nos estaba odiando. Ni siquiera me miró por mas de tres segundos, miró a Nicolás y sonrió con ironía.

—Lillie, ¿a dónde vas con esa maleta? —pregunté.

Lillie empezó a reírse, incrédula de mi pregunta.

—¿A dónde voy? —repitió claramente molesta— lejos de ti, lejos de ambos, no... no quiero ver sus rostros ni en pintura, no quiero saber nada de ustedes... yo solo quiero que se alejen de mi vida para siempre.

Su respuesta fue suficiente para que entrara en pánico. Se que soy un imbecil y que aún era un milagro que Lillie sintiera algo por mi, pero no me esperaba esa respuesta llena de odio y rencor.

—¿Que? ¿Que está pasando? —preguntó Nicolás, perdido de lo que estaba pasando.

Lillie se limpió el rostro y mi corazón se estremeció. No podía soportar verla llorar y siempre que ella lloraba era por... mi culpa.

—¿Que está pasando? —repitió Lillie luego de tomarse un tiempo para hablar claro y conciso—... mi hermana fue asesinada y ustedes, ambos lo sabían y me lo ocultaron todo este tiempo.

Nicolás me observó con el terror en sus ojos, exigiendo con la mirada que solucionara este problema. No sabía como proceder. Mierda, Nicolás me lo había advertido tantas veces, pero nunca tenía el suficiente valor para poder decirle la verdad a Lillie. Esto era mi culpa... todo el sufrimiento de Lillie era por mi culpa, por la de mis padres... por mi familia.
Ella empezó a llorar, adolorida de nuestra traición.

—Mi hermana no murió en un accidente, mi hermana murió por —continuó dispuesta a decir todo lo que sentía— culpa de tú mamá.

Y lo dijo mirándome a los ojos, acusándome de los errores de mis padres. No pude evitarlo, el tema me dolía. Mis padres habían arruinado la vida de la familia Torres y no podía parar de culparme por ello. Caí en el sofá y cubrí mi rostro. No podía mirar a Lillie, no podía ver el dolor a través de sus ojos y saber que todo esto era culpa nuestra.

—Lillie, espera, no todo es cómo crees —empezó a hablar Nicolás, apresurado por aclarar el tema.

—¡Se supone que eras mi amigo, pero también sabias de esto!

Nicolás se calló al darse cuenta que no podíamos aclarar nada porque ya estaba todo claro:
Habíamos ocultado por tres años la verdad sobre la muerte de Beth.

—Desde... ¿desde cuando lo saben? —preguntó.

Levanté mi rostro y miré a Lillie, claramente arrepentido de no haberle contado la verdad en cuanto la supe, pero es que tenia miedo, mucho miedo de que ella sufriera nuevamente, pero tenía más miedo de que ella lo dijera abiertamente... que admitiera y que me restregara en la cara que mi familia era culpable de la muerte de Beth. Mi familia si era culpable, pero escucharlo en las palabras de Lillie era algo aterrador.

—¿Una semana? —continuó— ¿un mes? ¿Dos meses?

Mire a Nicolás porque él estaba en este problema porque yo lo había casi que obligado a callar. Finalmente ninguno de los dos podía decir esto, pensarlo era horrible, más decirlo en voz alta.

—Lo sabían cuando llegaron... lo saben desde hace 6 meses, ¿cierto? —preguntó Lillie.

Ver a Lillie intentando comprender la situación me obligó a hablar, ella ya lo sabía, al menos podía dejar de ser tan miedoso por dos minutos y responder sinceramente a sus dudas.

—Desde que te fuiste de casa —admití con dificultad.

Lillie agarró su maleta y camino directamente a la puerta, pero Nicolás reaccionó entrometiéndose en la salida.

—Lillie, las cosas son mas graves de lo que crees y estoy seguro que no sabes toda la verdad, surgieron muchas cosas y... —intentó hablar.

—Tuvieron tres años para decirme la verdad, no lo hicieron, ninguno tuvo el valor suficiente para decirme la verdad, es que ni siquiera tenían pensado en contármela en un futuro cercano. No quiero saber de ninguno, los quiero fuera de mi vida, esta vez para siempre.

Reaccione con rapidez. No quería perderla, no podía perderla.

—Lillie, espera —pedí aterrorizado— tengo que explicártelo, déjame hacerlo.

—Es demasiado tarde para hacerlo. Quítense de mi camino —pidió.

Ni Nicolás ni yo hicimos caso a su petición. No podíamos.

—Lillie, déjame contártelo todo —supliqué.

—Si, vamos, Lillie, hay cosas que callamos por no hacerte daño —me apoyó Nicolás.

Pero era muy tarde para hacer las cosas bien, Lillie nos miró con tanto odio que fue imposible no sentir dolor. Ella estaba dolida, pero más que todo, ella se sentía traicionada por nuestra culpa, nuevamente.

—Espero que se vayan al infierno los dos —finalizó.

Lillie se marchó y aunque quise detenerla fue demasiado tarde, ella se había ido y no pude alcanzarla, detenerla. Esa tarde perdimos todo lo que habíamos avanzado, Lillie no nos quería ver ni en caricaturas, no quería siquiera mencionar nuestros nombres y no podía culparla, ella estaba en todo su derecho de odiarnos, de culparnos, de alejarse... de alejarnos.
Cada día después de ese día me convencí o al menos trataba de convencerme que solucionaríamos las cosas. Solo necesitaba darle tiempo a Lillie para que pudiera digerir las cosas.
Así fue como pasó dos meses, Lillie no salía de casa, en realidad ni siquiera salía de su habitación en la casa de Victoria.

—¿Ella está mejor? —pregunté cuando Dorothea contestó mi llamada.

—Hoy se animó a salir de casa con algo de ayuda de Pamela —confesó—. Santi, no estuvo bien ocultarle algo así por tanto tiempo... a nadie, ojo, no te estoy culpando de nada, pero creo que estás haciendo bien dándole su espacio, al menos hasta que acepte la verdad de que su hermana no murió en un... ah, señora.

Se escuchó ruido a través de la llamada.

—¿Santiago? ¿Que haces llamando a escondidas? —preguntó molesta.

—Victoria, hola —saludé rápidamente— yo estaba...

—Averiguando la vida de mi nieta —completó ella para luego respirar fuerte, se oía molesta—. Tengo una reunión en Le Cinq, te veo ahí a las doce.

Y colgó.

—¿Debería estar nervioso? —pregunté a Nicolás minutos antes de marcharme— porque estoy nervioso.

Nicolás le quitó importancia.

—Lo peor ya pasó y fue que Lillie supiera toda la verdad y no de nuestra boca... grave error —admitió—. Victoria seguro te dará un estirón de oreja.

—Recuérdame no preguntarte nada, porque la verdad no ayudas en lo absoluto.

—Malagradecido. Yo soy un hombre sabio, ¿sabes cuantas personas matarían por escuchar uno de mis consejos?

—Matarían... pero seguro a ti por tus malos consejos. Me voy antes de que se me haga tarde y sea peor.

Me despedí de Nicolás y me puse en marcha para reunirme con Victoria. Ella ya estaba esperándome, aunque estaba ocupada en una llamada que cortó inmediatamente me vio.

—Santiago —saludó con tono serio.

Tome asiento frente a ella y pedí lo más fácil de digerir en estas situaciones: agua.

—¿Como ha estado? —pregunté.

Victoria negó un poco molesta.

—Nada de como ha estado, ni que ocho cuartos —renegó—. Se puede saber que sucede contigo...

Y me apresuré a explicar.

—Yo solo llame porque necesitaba saber como está ella, no tengo malas intenciones. Solo me preocupo.

Victoria frunció el ceño.

—No estoy aquí por mi nieta —confesó—. Lillie esta bien, lamiendo sus heridas, pero esta bien, ella va a superarlo, ¿pero tú?

Y me callé.

—Estoy bien.

—Si, eso mismo dice mi nieta y la escucho sollozar todas las noches. Santiago, Lillie perdió a su hermana, es difícil, si, pero tú perdiste a tu padre y ahora tu madre está en prisión.

Levanté la mirada. Sinceramente no me esperaba que Victoria estuviera así de molesta.

—Hijo, te conozco desde que tenías dientes de leche, te vi crecer junto a Dani... dios, eres como mi propio nieto y quiero que lo sepas.

Sentí mis ojos llenos de lagrimas, así que no pude evitar sonreír avergonzado por llorar en medio del almuerzo.

—¿Estas comiendo bien? ¿Logras dormir? ¿Quieres que te ayude con algo? Dímelo, dímelo, Santiago, porque no dudaré en apoyarte.

Me levanté y abracé a Victoria. Ella me abrazó fuertemente... era un cálido abrazo como los que dan las madres, solo que yo nunca recibí uno de esta manera por parte de mi madre.

—Eres fuerte, Santi —admitió sobándome el cabello—. Eres demasiado fuerte y justo, incluso con tu propia familia y es digno de admirar.

Me separé de Victoria y sequé mis ojos.

—Entonces no está enojada conmigo por...

—No puedo culparte de ocultar algo que mi propia hija decidió ocultar a Lillie. Se lo difícil que es tratar a Lillie, ella es fuerte si, pero también muy doliente y no se limita a decir lo que siente aunque a veces suele ser demasiado dura, pero es su forma de ser, de protegerse y sabemos que el tema de Beth es muy delicado para ella... aun duele y es entendible, es un dolor que no podemos ocultar y si ocultamos hiere más, quiero decir, se perfectamente que todos tenían miedo de decirle la verdad porque es difícil verla así de vulnerable. Más bien estoy molesta porque finges que todo está bien en tu vida, prefieres evadir esa responsabilidad.

Quise negar esas acusaciones, pero Victoria continuó.

—No lo intentes porque tengo pruebas suficientes para saber que te ocultas de la realidad, trabajas sin parar y ni siquiera has ido a visitar a tu madre a la prisión.

—No puedo —confesé—. No puedo ni escuchar su voz porque siento que voy a odiarla tanto que no podré con ello... ¿usted no la odia?

Victoria suspiró.

—Cuando Beth murió fue como si me hubieran arrancado algo del corazón... la odié, Santi. Odie tanto a tus padres que quería verlos sufrir así como sufrió mi familia, pero creo que odiar no es la solución, odiar a tus padres no me devolverá a Beth, así que no quiero guardar ningún sentimiento negativo hacia ellos porque estaría dañándome a mi misma... es difícil, claro que si, pero lo intento y creo que deberías hacerlo, al menos intentarlo.

Conversar... sincerarme con Victoria fue lo mas terapéutico que he hecho en estos últimos días y al final sentí un poco de paz para mi corazón. Después de todo Victoria no me culpaba, ni me veía como un responsable más por la muerte de Beth. Después de ese almuerzo regresé al departamento y terminé de preparar mis maletas.

—No deberíamos irnos.

Estaba terminando de empacar mis cosas. Mire a Nicolás, él se veía seriamente preocupado.

—Puedes quedarte —sugerí.

—¿Y dejarte con la insoportable de Camila? No estoy loco.

—Ya supéralo —dijo Camila apareciendo en la sala.

—Ves, es insoportable, uno ya no puede tener una conversación a corazón abierto entre hombres porque la bruja aparece.

—Bruja será tu abuela —respondió Camila— yo solo estoy apoyando a Santi, lo mismo deberías hacer tú.

Nicolás se empezó a reír.

—Eres bien entrometida —aseguró.

Nicolás y Camila ya parecían tolerarse un poquito mejor y eso me daba mucha alegría, después de todo Camila era como una hermana para mi que me apoyaba en todos los momentos.
Nicolás se pasó callado durante todo el trayecto hasta el aeropuerto y no paraba de mirar hacia todas las direcciones, supuse que esperaba que Candace apareciera con su maleta, sabia que eso no iba a pasar, pero creo que Nicolás tenia esperanzas. No pasó nada, ella no llegó y nosotros nos marchamos sin imprevistos. Cuando llegamos a casa de mis padres todo lo que pasó en los últimos años llegó a mi memoria como flashbacks.

—Santi, cariño mío —Marion me recibió con un fuerte abrazo.

Los siguientes días fueron difíciles porque cada día llegaba a la prisión, pero nunca podía avanzar de la puerta. No tenía la suficiente fuerza para hablar con ella.

—Bueno, seguro que a la próxima si te animas a verla —comentó Camila—. Será mejor ver una película.

Nicolás no dijo nada, de hecho, todos estos días estaba más callado de costumbre. No pregunté nada porque suponía que extrañaba a Candace y también a Lillie.

Mire a Nicolás que empezó a toser, se cubrió la boca con un paño, al alejarla de su boca vi una mancha, iba a preguntar, pero Camila me distrajo .

—¡Santi, mira eso! —exclamó Camila.

Lillie aparecía en las noticias, al parecer estaba saliendo con alguien. Me quedé de piedra, pero ella estaba en todo su derecho de salir con quien quisiera, sin embargo, me afectaba.

—La gente inventa cada estupidez... está claro que le chantan cada tipo que se le acerca, es marketing, seguro —habló Camila.

Me giré a ver a Nicolás, pero él ya se había ido a su habitación.
Así pasaron los días, visitando la prisión cada día en una misión fallida por ver a mi madre, los padres de Lillie me pusieron al día con los avances del caso de Beth y sabía que en unos días le darían una sentencia final.
Todo iba tan bien como podía hasta que Nicolás perdió la razón la noche en la que llegaría Candace y Amanda. Inmediatamente fue trasladado al hospital.

—Estoy bien —aseguró cansado.

—No te ves bien —respondí molesto—. ¿Desde cuando te sientes mal? ¡Por qué no me lo has dicho!

Nicolás sonrió como el idiota que solía ser.

—Olvide desayunar o comer algo, estoy feliz porque mi esposa llega, ¿puedes comprenderme un poquito?

Suspiré.

—Bien.

El doctor ingresó y nos callamos.

—Estamos realizando unas pruebas, así que el paciente no podrá irse hasta que nos aseguremos que está bien.

Nicolás se quejó, dijo que se marcharía, pero evidentemente nos opusimos.

—Tengo que ir a recoger a mi amada.

—No te preocupes, ya le digo yo a Camila que las recoja en el aeropuerto.

Nicolás se negaba hasta que habló con Candace. Su vuelo ya había aterrizado y estaban por salir así que aceptaron a Camila como conductora.

—Espero que Camila no diga mentiras de mi a Candace.

—Es que ni moribundo dejas de pelear como un niño con Camila.

Nicolás sonrió.

—Nunca me falta energía para pelear... Bueno, sobre esa foto, sabes que seguro hay una explicación.

—No quiero hablar de ello —aseguré— Lillie está en todo su derecho.

—Siempre dices lo mismo, pero por dentro estás muy molesto con ella.

No pude negarle eso a Nicolás. Lillie me habia dicho que me extrañaba, cuando recibí su mensaje casi saltaba de emoción, mi corazón se aceleró, pero cuando vi esa foto, toda la ilusión se vino abajo.

—Pero no diré nada —continuó Nicolás—. Esta vez dejaré que ustedes mismos tomen sus decisiones.

La enfermera anunció que ya tenían los resultados y que el doctor vendría pronto a revisarlos. Y en eso estábamos hasta que recibí una llamada de Felipe.

—Contesta —pidió Nicolás— seguro es algo importante.

—Volveré enseguida.

—Estaré aquí hasta que se les antoje a estos doctores, así que no te preocupes, cariño mío —grito Nicolás en cuanto salí para atender la llamada.

—Santiago —habló Felipe— sucedió algo en prisión...

—¿Como que sucedió algo en prisión? ¿A que se refiere con algo?

Hubo silencio por parte de Felipe.

—Tu madre... la están atendiendo, parece que es grave, acaban de llamarme.

Mi madre había intentado quitarse la vida al enterarse que le darían más de quince años. No me lo podía creer, no podía creer que alguien como ella terminara haciendo eso.
Estuvieron intentando salvar su vida durante 48 minutos, 48 minutos que no sirvieron de nada. La noticia no me fue dada hasta después de dos horas. Ella había muerto. Ella se había quitado la vida.

—Tómese su tiempo —dijo el médico forense para después salir de la habitación.

Levanté la manta y ahí estaba mi madre... sin vida.

—No, esto... no puede ser verdad.

Me descontrole por completo, el dolor inundo mi pecho. Ardía, dolía, quemaba.

—Mi madre se ha quitado la vida.

Felipe entró inmediatamente al ver que estaba descontrolado. Me abrazó fuertemente y no me soltó en ningún momento. Caímos al piso.

—Santi, lamento que esto nos esté pasando —susurró Felipe también llorando.

—Felipe, mi madre nunca me quiso... nunca tuve un recuerdo feliz con ella, ahora se ha ido. Me ha dejado solo. No tengo padre y ahora no tengo madre. Me he quedado completamente solo.

El pecho me dolía, me ardía.

—No estas solo —respondió— no soy tu padre, pero te quiero como a un hijo, eres un chico muy bueno y...

—No soy una buena persona, tal vez ese es mi castigo quedarme solo.

Lloré, lloré porque el tiempo no me alcanzó para poder hablar con mi madre, no pude preguntarle porqué no me quiso nunca, por qué amaba al resto y no a mi. Por qué le quitó la vida a una persona tan buena y dulce como Beth. El tiempo no me permitió verla por última vez. Era mi madre, había hecho cosas muy malas, pero era mi madre y ahora no estaba. Nunca me protegió, nunca me amo, nunca me abrazó, pero nunca me había sentido tan solo como esta noche.

—No puedo, no puedo creerlo —dije sollozando— se fue... simplemente me abandonó.

Salí de esa fría habitación donde el cuerpo de mi madre se encontraba.

—Yo me encargaré de los trámites —aseguró Felipe.

—Gracias.

Y pensaba marcharme, pero Felipe me detuvo.

—Ella dejó esto para ti.

Y me entregó una carta.
No quería abrirla, pero lo hice. Leí la carta que mi madre había dejado.

Santi, querido hijo mío, perdón, perdóname por no saber ser una madre buena para ti. No se en que momento me convertí en esto, no se en que momento mi ambición me nubló los sentidos. Soy consciente de que nunca estuve presente... de que nunca fui una madre para ti, siempre evadía esa responsabilidad porque no sabía como educarte, no sabía como hacer de ti una buena persona porque ni siquiera yo lo era. Soy consciente de que todo lo que eres, todos tus buenos sentimientos fueron gracias a Marion, ella supo educarte, amarte, estar siempre para ti. Se que no tengo tu perdón y se que nunca lo tendré después de hacer esto. Quiero que sepas que en mis últimos minutos anhelé verte sonreír como lo hacías cuando hablabas con Marion. No quiero tu perdón, no lo merezco, pero quiero que sepas que siempre te amé. Cuando diste tu primer llanto, cuando lloraste en esa sala y todos los enfermeros lloraron de alegría al ver que sobreviviste. Yo solo quería escribirte esta carta para decirte que tú nunca fuiste insuficiente, pero yo si. Perdón.

Terminé de leer la carta de mi madre y me di cuenta que ya no quedaba nada en esa carta, la mayoría de palabras se habían borrado con mis lágrimas.

—Santi, ¿que haces?

Entré de nuevo a esa gélida habitación. Abracé el cuerpo de mi madre.

—Perdóname —susurre besando su mejilla— lo siento, mamá. Siento no haberte ayudado cuando lo necesitabas. Perdóname tú a mi.

Felipe me dejó estar con mi madre unos minutos, por última vez. Lloré como un niño pequeño que solo quería recibir el cálido abrazo de su madre. No sabía como iba a superar esto, no sabía como iba a salir adelante, pero al menos intenté tranquilizarme. Entonces recordé a Nicolás.

—Santiago, Santiago —llamaba Felipe— ¿a donde vas?

Me detuve.

—Dejé a Nicolás solo en el hospital. Tengo que estar con él.

Felipe aceptó.

—Bien, te acompaño.

Felipe condujo de camino al hospital. No hubieron palabras en el camino, no hubo música, no hubo nada más que un silencio ensordecedor. No podía quitar la imagen de mi madre, no podía borrar su rostro pálido y sin vida. No podía aceptar este hecho y sin duda no podría perdonárselo tal y como había escrito en esa carta. Mis dos padres no tuvieron razones suficientes para vivir y solamente se quitaron la vida. Me abandonaron y creo que sentirme no querido por mis propios progenitores era algo duro que no podía superar.

Entramos a la habitación de Nicolás, pero estaba vacía.

—¿Donde está el paciente de está habitación? —preguntó Felipe a la enfermera.

Ella suspiró.

—El paciente abandonó el hospital hace unas horas.

Me limpié el rostro y suspiré. Solo necesitaba escuchar alguna estupidez de la boca de Nicolás para olvidar todo lo que estaba pasando.

—¿Le dieron de alta tan pronto? —pregunté.

—No, él recibió una llamada y se marchó.

—¿Cómo que se marchó? —preguntó Felipe, incrédulo— ¿que tipo de atención dan aquí? ¿Cómo es posible que dejen hacer lo que se les antoje a los pacientes?

La enfermera se marchó en cuanto el doctor que estaba atendiendo a Nicolás apareció.

—El paciente se marchó bajo su propia responsabilidad, de hecho, accedió a firmar unos documentos que describían que cualquier situación de peligro para su vida sería responsabilidad de él mismo.

—¿De que documento está hablando? —me preguntó Felipe.

—Estoy igual de confundido —respondí.

El doctor suspiró cansado y apenado.

—Ustedes no lo saben, ¿cierto?

—¿Saber que? —pregunté.

—El paciente tiene cáncer de pulmón... el cáncer ha avanzado tanto que se ha vuelto una enfermedad terminal —respondió con pena.

Mire a Felipe y volví a mirar al doctor.

—No, usted está confundido —hablé—. El paciente que buscamos es...

—Nicolás Federico...

Fue suficiente para que todo hiciera clic en mi cerebro.

"No tengo apetito"
"Estoy muy agotado"
"Me duele todo de ser tan guapo"

Nicolás lo había dicho, pero lo había ocultado. La sangre en su pañuelo, los chistes sobre muerte y sobre su abuelo. Dios. Todo este tiempo estuvo ocultando su enfermedad. Fue poco tiempo para procesar cuando la enfermera volvió corriendo.

—Doctor, tenemos dos personas entrando a emergencia, están heridos de gravedad —la enfermera avisó.

Ambos salieron apresurados. Mi mirada siguió al doctor. En la entrada había una mujer en la camilla, había sangre por todos lados a pesar de que la estaban atendiendo tres enfermeros.

—La señorita no tiene pulso. Sus signos vitales han caído —habló la enfermera mientras se acercaban.

Estábamos en el pasillo de emergencia, así que cuando la camilla pasó a mi lado no pude evitar reconocer ese dulce y hermoso rostro.

—¿Lillie? —solté confundido— Lillie...

—Caballero, por favor, aléjese —alguien dijo.

Felipe reaccionó inmediatamente y tampoco se podía creer que Lillie es la chica que se desangraba en la camilla.

—Es mi hija, es mi hija, ¿que hace aquí? Dios, mi hija.

—Permiso —dijeron apareciendo con otro paciente.

Es Nicolás.

—¿Nicolás? Nicolás, ¿que mierda sucede?

Lillie y Nicolas son los dos pacientes que entraron con heridas graves.
Una camilla se detuvo y los enfermeros quitaron sus manos del cuerpo.

—Sin signos vitales... —anunció el doctor— hora de la muerte... once y trece minutos.

El mundo se detuvo, mi corazón se detuvo, todo a mi alrededor se destruía.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro