Capitulo 48

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Ignoré olímpicamente su respuesta. Claro que no me iba a derretir ante unas palabritas. No, esa no era yo... a quién le miento? claro que estaba a punto de derretirme. ¿Quién no lo haría? Porque necesito urgentemente tips para dejar de derretirme por unas que otras palabras. Esto no era muy independiente y feminista de mi parte.

—Bueno... aún no me has sorprendido —dije muy segura.

Santiago sonrió.

—Lo se, Lillie —respondió en un susurro que me erizo la piel.

Quiero decir, fue el frío el que me erizo la piel.

Quise decir alguna cosa, pero no me dio el tiempo. Simplemente entrelazó su suave mano con la mía. Que ahora era ridículamente más tosca que la de él.

Cuando las puertas de rejas negras se abrieron, fue como si volviera a ser una pequeña loca. Me convertí en una niña que amaba todas estas cosas, quizás siempre lo he sido. Me sentí enormemente feliz. ¿Como un parque de diversiones me podía tener así de feliz? ¿Era la preciosa compañía que tenía? Definitivamente, eran ambas cosas.

—Esto es mucho mejor que Disney —admití.

El parque de diversiones era mi favorito, era mi lugar favorito. En el pueblo había uno, no era igual de grande como este, pero de todas formas me divertía allí, hasta que una vez tuve un problema con un idiota y terminé en la cartelera de fotos con las personas que tenían prohibida la entrada al "distinguido" lugar.

Estupidos, deberían verme ahora.

—¡Ah! —chillé de emoción al ver los carritos chocones —¡quiero!

Me senté en un carrito amarillo, Santiago en uno de color rosado.

Soy muy buena en este juego, así que me dediqué a chocar una y otra vez a mi querido y apuesto rival, quien me chocó tomándome de improvisto, eso desató mi competitividad. Si, lo seguí chocando sin parar de reírme de sus gestos.

—Lillie ten piedad, vomitaré.

Santiago decía algo mareado, por lo qué tuvimos que salir del juego.

—¿Te dije lo competitiva que puedo ser cuando me están tentando?

Ya estaba calmando mi risa.

—No hace falta que me lo digas, ya lo he visto con mis propios ojos.

Compré dos algodones de azúcar, uno para Santiago y otro para mi. El muy desgraciado se negó.

—Sabes que es malo negarte cuando alguien te ofrece comida? —murmuré mientras abría la funda de mi algodón rosado —está bien, más para mi.

—No me gusta.

Entrecerré mis ojos, incrédula.

—¡A todo el mundo le gusta el algodón de azúcar!

Santiago sonrió de lado.

—Yo no soy todo el mundo.

Claro que no lo era.

—No, claro que no. Solo eres mi mundo.

Solté sin pensarlo correctamente.

Casi me atoro con el algodón. ¡¿Quien se atraganta con un simple algodón de azúcar?! ¡¡Un algodón que se derrite al tocar cualquier líquido!!

Santiago giró inmediatamente a mi. Sentía el rostro caliente.

—Lillie —susurró incrédulo y casi sonriente.

Seguramente iba a decir algo más, pero no le di la oportunidad o tiempo para que lo hiciera. Tomé un pedazo de algodón de azúcar y lo metí en su boca sin que se diera el tiempo de protestar.

—Solo tienes que saborearlo —dije divertida y aliviada al hacerle olvidar lo que dije sin pensar.

Santiago no sabía que hacer con aquel pedazo, hasta que se deshizo en su boca y saboreó, le gustó y empezó a quitarme del mío.

—¡Me lo robaste todo! —me queje después de unos minutos.

—Fue tu culpa —Santi me señaló —me obligaste a probarlo y ahora quiero más.

Lo golpeé con mi puño, suavemente.

—Está bien, de acuerdo, esto me pasa por quisquillosa —acepté.

Me levante del escalón donde estábamos sentados.

—Quiero ir al carrusel.

De verdad me sentía como una niña pequeña.

Ayudé a Santi al levantarse del suelo, algunas hojas del árbol guayacán se le habían adherido a su pantalón.

—¿Que? ¿De que te ríes? —preguntó divertido.

Yo me permití reírme un momento más.

—Nada —me cubrí la boca, para seguir riendo.

Santi entrecerró sus ojos, fingiendo enojo.

—Ven aquí, te voy a sacar la verdad a punta de cosquillas —dijo acercándose rápidamente.

Salí huyendo del lugar, pero mi risa, mi gran debilidad me traicionó. Así que ya estaba siendo atacada por las suaves manos de Santi.

—¡Para! —pedí entre gritos.

Ya estaba en el suelo, estaba revolcándome entre la tierra. Lo que me hacía preguntar, ¿en qué momento me caí?.

—¿De que te ríes? —insistió.

Cuando ya estuve demasiado roja de la risa, así que Santi decidió dejarme en paz para poder retomar mi respiración normal.

—No te lo diré —dije enojada al ver mi camiseta ya no tan limpia.

Mi cabello estaba hecho un desastre y tenía hasta hojas en la cara. Refunfuñe alejándome un poco.

—Desgraciado —susurré tratando de limpiarme.

Santi se acercó muy divertido.

—Aléjate, eres un peligro para mi vida. Aprecio mucho mi vida.

Santi sonrió mostrando sus perfectos dientes.

—Ven aquí, te ayudaré y así me dices de qué te reías.

Entrecerré mis ojos.

—Cínico. Eso es lo que eres.

Me aleje, nuevamente. Santi me siguió, pero al ver que no le prestaba atención, me agarro suavemente del brazo, atrayéndome a su cuerpo. Nuestros cuerpos quedaron ligeramente cerca. Giré mi cara, justo ahora no quería tenerlo cerca, no cuando pretendía estar enojada. Su cercanía podía ser mi perdición fácilmente.

—¿Estas enojada?

—No.

Me tomó la mandíbula con sus manos, que eran demasiados suaves. Odiaba su suavidad.

—Mírame —pidió, yo automáticamente cerré mis ojos.

¿Yo dejarme mandar por un niño? No estaba estúpida...

—Por favor —susurró.

Bueno, si, estaba pensándolo mucho. ¡No tenía que estarlo pensando!

—¿Que quieres?

Abrí mis ojos de mala gana, pero ahí estaba él, con una sonrisa llena de diversión y ternura. No quería sonar melosa pero su sonrisa podía derretir hasta el Ártico.

—Darte un beso.

Casi me atraganto por culpa de su sinceridad.

—Yo no.

—¿Por qué no? —se quejó como un niño pequeño.

Le voltee los ojos.

—Porque me acabas de revolcar en la tierra —respondí con obviedad.

Hizo un mohín.

—Perdón, ¿si?

Entrecerré mis ojos. Era fácil hacerlo creer que estaba enojada. Aunque muy dentro de mi, no estaba enojada. Solo quería molestarlo un poco.

—Lo pensaré... —No lo pensé mucho —estas perdonado, solo por esta ocasión.

El sonrió.

—Pero te ves muy preciosa con estas hojas amarillas en tu cabello. Eres como una diosa... mi diosa.

Estaba acercándose lentamente. Quería aceptar su beso, lo quería con muchas ansias, pero una hoja apareció de repente en mi boca. Me hice a un lado y la escupí con un poco de tierra.

—Pues tu diosa estaba comiendo tierra —me quejé algo indignada.

Su sonrisa volvió a aparecer, tan preciosa como el atardecer detrás de él.

—Ven aquí, te ayudaré a limpiar.

Dicho y hecho, se acercó alegremente y me sacó hoja por hoja. Mi cabello que antes parecía un arbusto, ahora estaba más decente y no por causa mía.

—No te muevas —pidió muy concentrado en su labor —solo falta... —decía, pero se quedó a mitad de la oración cuando terminó de quitar una hoja —listo.

Me peino el cabello con sus manos y luego volvió a sonreír, satisfecho.

—¿Listo? —repetí incrédula —te falta mi ropa.

—Uh, esto se pone interesante.

Lo golpeé en el hombro.

—Lo haré yo misma.

Me aleje de él para sacudirme la ropa. Lastimosamente no podía hacer mucho por mi camisa blanca, que casualmente se había vuelto café.

Giré para ver a Santi y me lo encontré mirándome cuidadosamente.

—Ahora si, estoy lista.

Me acerqué a él. Estaba a punto de coger su mano, pero recordé que habían varias hojas pegadas en el pantalón de Santi.

—Te parece muy gracioso? —le pregunté —también tienes hojas en tu trasero.

Santi se giró inmediatamente, tratando de quitarse las hojas.

—Está vez voy a ser piadosa, solo porque no soy orgullosa.

Santi se quedó quieto. Así que me acuclillé un poco, quedando a la altura de su trasero.

—Mm, tienes de esas que se te pegan como chicle... al menos está en la tela.

—¿Puedes apurarte un poco?

—Ves, este es tu karma.

Me reí un poco y le quite rápidamente.

—Te estas aprovechando de la situación —me acusó.

Me reí.

—¿Yo? He visto traseros más bonitos —mentí.

Santi se giró a mi, incrédulo y dolido.

—¿Traseros más bonitos?

Asentí.

—Mi trasero es una trasero bonito —se quejó indignado —digno de un diez sobre diez.

Asentí.

—Los que yo he visto son dignos de un once sobre diez.

Abrió su boca, sorprendido.

—Bueno, pues ve con esos traseros más bonitos.

Negué.

—Este es algo decente... mi abuela dice que soy muy conformista... tal vez tenga algo de razón.

Iba a decir algo, pero prefirió quedarse callado y quieto.

—Bien, he acabado —me levanté.

—Gracias —dijo seriamente —mi trasero decente te lo agradece.

Nos quedamos en silencio, ambos ya libres de hojas caídas de los árboles. Caminamos hasta el carrusel.

—¿Pero, que tan decente es mi trasero?

Me carcajeé muchísimo.

—Estoy preguntándolo con seriedad.

Seguí riéndome hasta que Santi hizo lo mismo.

—Bueno, puedo darle un siete... tal vez ocho —dije divertida.

Santi se cruzó de brazos.

—¿Tan poco? —se quejó —yo le daría al tuyo un doce sobre diez y hasta más, y tú me das un ocho? Esto es tan injusto.

Mi cara enrojeció rápidamente.

—Bien, basta de calificaciones.

Ambos subimos al carrusel. Todo fue muy divertido y mágico hasta que mi herida me molestó un poco. Aún era algo molesta y a veces lo olvidaba.

—¿Estás bien? —preguntó seriamente.

Se acercó quedando a escasos centímetros de mi rostro, sus manos acariciaban mi cabello. Yo solo asentí, no quería romper la situación en la que estábamos, más bien quería romper el poco espacio que nos quedaba.

—Me gustas mucho, Lillie —confesó mientras pequeños rayos del atardecer golpeaban suavemente nuestros rostros.

Su aroma se impregnaba en mis sentidos, desquiciandome completamente, me impulsé hasta juntar nuestros labios.

—Siento lo mismo. —también confesé.

Sus besos eran como el algodón de azúcar, deseables, apetecible y suaves, en un beso me deshacía, me llevaba al cielo y cuando se alejaba me traía de vuelta a la realidad de un remezón.

—Quiero saber algo sobre ti. —sonrió tomando suavemente mi mentón —Algo que no muchos conozcan de ti.

Sonreí divertida y cálida ante sus gestos.

—Creo que sabes lo más importante, soy terriblemente odiosa, tragona y muy novelera.

—También eres muy buena en el fútbol.

Me reí.

—No siempre fue así, cuando estaba pequeña mi papá me llevó a mi y a mi hermana a un partido de su equipo favorito —dije recordando divertida —ver eso me daba tanto sueño y aburrimiento que cada que alguien pasaba vendiendo dulces o cualquier cosa, yo se lo pedía a mi papá, fue la primera y última vez que me llevo a un partido de fútbol.

—¿De verdad? —preguntó divertido.

—Si, tenía como siete años y no entendía nada del juego... creo que le generé un pequeño trauma a mi padre, ya que nunca más me habló del fútbol.

Santiago se reía a carcajadas.

—¿Y cómo fue que aprendiste a jugar muy bien?

Sonreí recordando aquellos tiempos.

—Mi hermana, ella era muy buena jugándolo, así que le pedí que me enseñara y a cambio yo haría sus tareas de matemáticas, a ella no le gustaban mucho las matemáticas así que no se negó, pasábamos todas las tardes en el patio de la casa de su amigo para así darle la sorpresa a papá.

—Tu papá tuvo que estar muy asombrado —dijo serio.

Negué, mirando el cielo y las estrellas que ya hacían su majestuosa aparición en el cielo oscureciendo.

—Nunca me vio jugar —solté con algo de nostalgia.

—¿Por qué? —Santi se giró, su rostro que estaba algo contraído y rígido, se relajó un poco.

Porque mi hermana falleció y nunca pude jugar en el equipo de la escuela.

—¿Quieres manzana acaramelada? —pregunté rápidamente.

Santiago compró una para mi, yo la tomé muy a gusto, la terminé minutos después. Si mi mamá estuviera viendo como comía dulces me aniquilaría aquí mismo.

—Cuéntame algo de tu infancia —hablé con curiosidad.

Santiago se movió, algo inquieto.

—¿Ves está herida de aquí? —me mostró una pequeña herida en su barbilla —cuando tenía ocho me caí de una hamaca, estaba jugando con Daniel, ambos estábamos en la hamaca y Nicolás nos mecía a gran velocidad, de un segundo a otro ambos caímos al piso y fuimos a parar al hospital...mis padres estaban tan enojados conmigo que me prohibieron la amistad con ellos.

—¿Cómo se les pasó el enojo con los chicos?

—Creo que lo olvidaron, además nunca estaban en casa, así que no fue difícil desobedecer sus órdenes.

—Así que eres un chico rebelde —solté fingiendo modestia.

—Parece que los rebeldes se reconocen entre sí —respondió divertido.

Jugamos a la puntería, al final yo no gane nada ni por mas que quisiera, así que después de un rato me frustré y le pedí a Santiago que siguiéramos a otro juego, este se empezó a reír de mi cara de amargada.

—¿Te estas burlando de mi? —pregunté a la defensiva.

El negó rápidamente.

—Solo me parece muy tierno cuando te enojas —dijo divertido.

Me crucé de brazos.

—También me vas a ver tierna cuando te empuñe la cara.

Eso le saco otra carcajada. Cuando se calmo que fue muy difícil de lograr. Asintió más convencido.

—Lo intentaré yo.

—Creo que deberías pensarlo mejor —le estaba aconsejando —yo inicié el juego muy decidida y terminé con ganas de matar a alguien.

El señor que administraba el juego reía hasta cuando dije "matar".

—Bueno, no quiero intervenir —intervino el señor —pero si la dama quiere matar a alguien no quisiera que ese alguien fuera yo.

El señor se ganó una mirada mía.

—Pero, si ella le pide que no juegue, creo que debería escuchar.

Santi me dio una última mirada y sonrió.

—Mi dama no va a matarme —le respondió al señor, pero luego dudo —o si?

—Si ganas no lo sabremos —respondí encogiendo mis hombros.

Eso dejó a ambos hombres pensando. El señor se alejó un poco, tal vez para tener la oportunidad de correr por si Santiago perdía. Santiago miró al cielo, tal vez invocando a todos los santos.

En su primer intento ganó, el muy suertudo se ganó una foca inmensa. Mi quijada casi llega al suelo. Me crucé de brazos como mala perdedora. 

—El señor intervino —me quejé, hablando del señor del kiosco.

Ambos hombres se persignaron mirando y agradeciendo a Dios.

—Si, parece que el señor intervino —comentó el señor del kiosco, muy agradecido.

Santi me observo contento.

—Solo fue suerte —le dije.

Sonrió de lado y aceptó su inmensa foca horrenda y fea que había ganado.

—Y esta foca es para ti —dijo entregándome a la foca.

Me impresione un poco. Bien, a quien le miento brinqué de alegría hasta parecía que me había ganado la lotería.

—¡Gracias! Es hermosa —dije muy feliz.

Ambos nos despedimos del señor y caminamos un rato, mirando el resto del lugar. Todo era muy hermoso, habían focos blancos decorando las palmeras y los árboles amarillos tomaban un color precioso. Colores por todo el lugar. Era un lugar lleno de vida y felicidad.

—Eres muy bueno en la puntería —admití.

—Y eso que no me has visto en otras cosas.

Me empecé a reír muy divertida.

—Eso se escuchó raro.

—No lo negaré —dije aún riendo.

Nos detuvimos en frente del gran toro.

—No, ni lo pienses.

—¿Porque no? Me encanta.

—No te han quitado los puntos, es peligroso.

Santi me agarro de la mano en cuanto estuve a punto de correr en dirección del toro.

—Bien, está bien, no lo subiré. Eres un aguafiestas.

—Solo quiero cuidarte —soltó muy serio.

Al final, no pude montar al toro, pero subimos a la gran rueda, de donde se podía apreciar la gran ciudad en frente de nosotros, todo se veía pequeño desde las alturas y se veía increíblemente hermoso.

—Lillie, me gusta...esto que me haces sentir cada que estás cerca.

Habló de repente, dejando de ver a las estrellas del despejado cielo nocturno, me miró a los ojos, profundamente.
Sus palabras me dejaron perpleja, como una estatua que quería gritar de emoción pero los sentimientos ya hacían revoloteando sobre mi estómago.

—¿Aún así cuando me has visto totalmente desequilibrada? —pregunté seriamente.

—Aún así.

Su respuesta me hizo sonreír como una boba enamorada.
Y estábamos a punto de besarnos cuando su celular interrumpió el maravilloso momento que pudo ser. Sonó repetidamente por unos largos minutos.

—Dejará de sonar en cualquier momento— comentó.

No fue así, siguió sonando, tuvo que sacar el celular de los bolsillos y mirar quien era.

—¿Que sucede?... ¿donde?... ¿Pamela? —Santiago hablaba y escuchaba, arrugando su cejas —Bien, iré inmediatamente —me miró, apenado.

—¿Sucedió algo? —pregunté rápidamente.

—Era Nicolás. Tenemos que irnos.

La rueda se detuvo y nos dio la oportunidad de bajar. Tomamos mi foca que estaba a cuidado del chico de la rueda. Nos despedimos y Santiago me tomo de la mano, con la otra llevaba mi peluche.

—¿Nicolás esta bien? ¿Se metió en problemas? —su silencio me asustaba —¿Se murió? ¿Lo atropelló un carro?

Santiago se detuvo. Su cara rostro se relajó un poco.

—No. Nicolás no está muerto.

Suspire aliviada. Aunque no tanto, era Nicolás el ser que desgració mi estupenda noche. Si no estaba muerto, lo estaría en cuanto lo viera.

—Bueno, será el café para otra ocasión —solté si querer —quiero decir, ¿que sucedió?

—Encontraron a Pamela en un bar de muy mala reputación. Daniel estaba a punto de golpearse con un tipo.

Abrí mis ojos, totalmente sorprendida.

—Te llevaré a tu casa y luego iré por ellos.

Negué.

—Iré contigo. Quiero ir contigo.

Aceptó, guardamos el inmenso peluche de foca y subimos al coche rumbo al bar "la manzana envenenada".

Al llegar, Santiago tuvo que dejar el auto estacionado unas calles más abajo debido al montón de motocicletas que habían en el estacionamiento de aquel bar. Ambos entramos, sin saber que mismo nos encontraríamos, si, la cosa no se veía nada bien. Habían demasiados hombres de pinta muy mala, barba, tatuajes, piercings y cerveza, mucha cerveza.

—¿Será de tomar un traguito? —preguntó el dueño del bar.


Nota: Hola, hola, espero hayan disfrutado este capítulo, créanme me costo mucho corregirlo y editarlo debido a mi tiempo, que últimamente no me alcanza ni para comer. Lo siento por demorar tanto. Espero disfruten de esta actualización que es la última del año.
Posdata: casi muero por culpa de un detestable grillito que se metió a mi baño en cuanto abrí la puerta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro