Capitulo 57

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—¡Esto es un asalto! —un señor bajito y flaco gritó.

Tal vez solo se enfureció al ver a todas sobre el.

—La próxima que una de ustedes se me acerque le reviento la cabeza —amenazaba.

Todas siguieron gritando, pensado que era parte del show.

—Este si que se toma a pecho su trabajo —decía Marina —ahora sigue con el show. No hay tiempo que perder.

—Aunque Lillie —dijo mi abuela que estaba algo mareada —este señor está muy flaco y debilucho, le falta un poquito de músculo.

Dorothea también estaba algo mareada y muy divertida.

—Victoria —dijo entre risas —a este le falta de todo.

Todas empezaron a reírse. Yo estaba confundida. Ya no sabía si esto era una broma o era real al fin y al cabo estaba ebria.

—¡Basta! ¡Yo no soy debilucho, solo soy delgadito! —se defendió el hombre.

Todas siguieron riendo a carcajadas, decidí también reírme. Tampoco recordaba haber contratado a payasos pero esto estaba muy divertido.

—Pero de donde sacaste a estos strippers? —preguntó mi tía —si parecen Cantunflas.

Mi mamá se empezó a reír muy fuerte.

—Estúpida es Cantinflas —corrigió a mi tía —no cantunflas.

Los hombres se cabrearon al no ser tomados con seriedad.

Empujaron a Nina y luego dispararon al aire, haciendo caer la bola brillante.
Entonces fue ahí cuando todas empezaron a correr como gallinas locas.

—Se callan todas —exigía —y me van dando todas sus pertenencias.

El seguía apuntando a todas, al igual que sus amigos.

—Lillie, esta broma ya no me agrada —decía la abuela.

Yo estaba tirada en el frío piso, mareada y con nauseas detrás de un sillón que me servía de escondite, aunque podía ver absolutamente todo.

Marina lloraba y suplicaba de que no le robaran el celular, súplicas que no fueron escuchadas. Los strippers salieron en nuestra defensa con bates en las manos dispuestos a pelear con esos hampones.

Todas las chicas se hallaban en el piso, arrodilladas. Mi mamá tomó la iniciativa y con una silla golpeó a uno de los bandidos. Le siguió Dorothea, que con el tacón le empezó a golpear al líder del atraco.

—Quítenme a la gordita —suplicaba el hombre, cuando Dorothea se subió en su espalda, derribándolo al piso.

La abuela sacó un perfume carísimo y valioso de su bolso y empezó a rosearlo en los ojos de otro de los bandidos. Dos de ellos, peleaban fuertemente con nuestros strippers.
Yo me levantaba para ir y ayudar a Pamela que forcejeó con otro de los ladrones al ver que le quería quitar una de sus más preciadas joyas.

—Suelta a mi prima —grité haciendo que todos se quedaran quietos.

Tenía ganas de partirle la cabeza con un florero a ese ladrón, pero al final fui yo la que tropezó y cayo fuertemente al piso, golpeando mi cara provocando tremendo golpe en seco. Si no tenía la cabeza rota era por milagro de Dios.

Todos seguían quietos, apenas respiraban.

Yo apenas respiraba.

—¡Auch! Eso debió doler.

Exclamó con dolor uno de los bandidos.

—Lillie, hija, estás bien?

Todas se distrajeron conmigo, lo que les dio oportunidad y agarraron todo lo que nos pertenecía, al final salieron corriendo.

Pamela llegó a mi rescate, ayudándome a levantar, ella también terminó en el piso, ya que había algún líquido resbaloso que nos hizo caer a la mayoría.

—¡Desgraciados!

Mi tía se quejaba, mientras nosotras nos levantábamos.
Jenny vomitaba en un tacho de basura.

—Nos acaban de robar —decía todavía en estado de confusión.

Una hora después todas nos encontrábamos en las oficinas de la policía.

Declarando.

Apenas recordaba.

El golpe me había reiniciado.

Bebía café y me quemé la lengua.

Parecíamos espantapájaros, todas desgreñadas.

—Señorita, dice que ellos llegaron del techo? —el chico policía le preguntó a Marina.

—Ángeles, fueron Ángeles enviados por diosito.

—¿Su amiga bebió algo más? —preguntó casi acusándonos.

—Ella está algo impactada... —Nina respondió.

Estábamos testificando repartidas en tres grupos. La abuela, mi mamá, la tía y Dorothea estaban en una habitación con el jefe. Los strippers, bueno, dos de ellos fueron a parar al hospital, los otros tres testificaban lo sucedido. Nosotras estábamos en la cafetería, donde nos siguió el joven policía.

—Pueden explicarme de nuevo lo que sucedió?

Tomaba nota, mirándonos.

—Usted está muy bello —Pamela lo intimidó, poniéndolo rojo.

Pamela seguía un poco mareada, no sabría si decir que era el golpe o el alcohol.

—Estábamos bailando —compadecí al policía que estaba más rojo que un tomate —cantando, gritando, riendo, disfrutando —me interrumpieron.

—Si, Lillie, seguirás describiendo lo que hacíamos hasta que no encuentres más por decir?

Solté un bufido y me dediqué a beber de mi café, evitando quemarme la boca.

—Entraron por la puerta o por el techo?

Continuó el policía.

—Por la puerta, ellos traían capuchas y máscaras.

—No eran máscaras, eran como medias de pies—Pamela describía —pero como si cogieron una tijera e hicieron tres huecos, muy ordinario —Pamela se giró a mi —no crees Lillie que es un poco ordinario que nos vengan a robar con medias en la cara, hasta para ellos que nos robaron prácticamente miles de dólares es inaceptable.

Yo asentía a todo lo que decía Pamela.

—Y ustedes estaban festejando el cumpleaños de alguien?

Negamos, todas al mismo tiempo.

—Una despedida de solteras —dijo Jenny.

—¿Se van a casar? ¿No están muy jóvenes para hacer eso?

—Si así fuera, cual es su problema, eh? Usted solo tiene que tomar apuntes y evitar hacer esos comentarios. —Nina respondió de una manera mordaz.

—Señorita es la menos indicada para levantarme la voz, le recuerdo que la hemos detenido dos veces por conducir sin licencia.

Marina se levantó y se llevó a Nina, que parecía más enojada que el mismo policía.

—¿Ya podemos irnos? —pregunté, abrazándome para calentarme un poco.

—Claro que si, las contactaremos cuando los ladrones hayan caído.

—Entonces, eso nunca pasará —respondí sin pensarlo.

Pamela reía bajito.
Las más adultas salieron cansadas y agotadas.

—Recuérdenme que jamás permitiré que unas adolescentes organicen una despedida de solteras.

Todas salimos del lugar, quedándonos en la calle, solas con la soledad, la noche ya no era tan joven como decíamos y se acercaba el amanecer. Ademas, el silencio de la calle era paralizante.

—Y ahora que? —Pamela preguntó.

No teníamos ni un centavo en nuestros bolsillos, tampoco teníamos nuestros celulares.

—Llamaré a Malcolm, vendrá por nosotras.

La abuela dijo, pero recordó que su bolsa también fue robada.

—Cierto, esos sin vergüenzas se lo llevaron todo.

Si al principio de la noche nos sentíamos como unas chicas malas hasta los huesos, ahora nos sentíamos todo lo contrario. Y ya empezaba a desvariar.

—Levanten sus pulgares —pedí levantando mi dedo.

La abuela a regañadientes obedeció al igual que las demás, pero no pasaba ni un carro y los pocos que pasaban ni se detenían. Estábamos siendo ignoradas colosalmente.

—No está funcionando.

Si, ya me había dado cuenta de eso.

—Tocará pedirle ayuda a los oficiales, quien va?

La tía Merly comentó y de inmediato Nina se negó, al igual que Marina.

—Iré yo.

Me ofrecí de voluntaria al ver la poca y escasa ganas que veía en las chicas.

—Te acompañaré.

Jenny me siguió, entrando de nuevo a las oficinas de los oficiales.
Llegamos con aquel oficial que nos interrogó, les sonreímos amablemente, todos los oficiales empezaron a vernos cansados. Bueno, puede que cuando llegamos a la delegación después de ser robadas hiciéramos un poquito de alboroto... bueno, si escandalizamos la situación, la abuela se tiro al piso, Dorothea lloraba porque tenía un ojo morado, mi mamá lloraba y gritaba por su anillo de compromiso, mi tía decía que le habían arrancado el cabello, Niña y Marina alucinaban, Jenny seguía vomitando, Pamela gritaba que le habían robado unos tipos sin elegancia y yo, yo seguía tonta por mi golpe, luego empecé a llorar porque me dolía la cara y tenía morado parte de mi mejilla y ojo, más bien la mitad de mi cara que había chocado con el piso estaba verde, morada y un poco roja. Los policías casi nos estuvieron por echar de patitas a la calle, al final se compadecieron.

—Eh... será que nos pueden llevar a nuestra casa?

Funcionó, todas entramos al pequeño auto del oficial, una encima de otra porque estaba muy pequeño e incómodo. Las primeras en llegar a sus casas fueron Nina y Marina, quienes se despidieron y corrieron a sus casas.

Al llegar a la casa de Victoria, todas las señoras agradecieron al señor oficial y salieron algo cansadas.

—Y tienes whatsapp?

Le preguntó rápidamente el policía a Pamela, yo me reía en silencio, dándole miraditas divertidas a Pamela, ella estaba avergonzada.
Salimos del carro, despidiéndonos y llegamos a nuestras madres, para entrar juntas a la casa.

—Veo que las malas mañas no se te quitan, querida hija.

Una señora de alta edad se dirigía a la abuela, jugando y resonando el piso con su bastón.

La mujer de cabello blanquecino, era extremadamente elegante y rústica, tan solo con mirar los brillantes diamantes de su bastón, te decía lo suficiente fina y primorosa que era, aunque tenía esa mirada que no me agradaba para nada, era esa mirada que solía tener mi abuela cuando algo no le agradaba, pero presentía que esta mirada podía ser mas dura y fría.

—Madre —Victoria respondió sorprendida.

Ojo, que dije sorprendida, no contenta.

Un momento, ¿la abuela dijo madre?

—Hija —respondió ella, luego miró a mi madre —querida nieta.

Claro no me imaginaba que mi bisabuela siguiera con vida. Estaba dándome cuenta que no sabía mucho sobre la familia.

—Imagino que mi invitación a la boda se perdió en el correo.

El ambiente se tornó algo tirante, hasta Dorothea se encontraba sin palabras.

Aquella anciana sonreía de una manera malévola.

—Por supuesto, se perdió en el correo —la abuela respondió sin gracia y fatigada.

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