1 - Sorpresa navideña inesperada

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—Ya casi es hora —se dijo Elizabeth mientras contemplaba el paisaje nevado de la ciudad de sus sueños. Era hermoso, mucho más de lo que hubiera podido imaginar. La fiesta la esperaba abajo pero, a pesar de lo que aquella maravillosa noche podía ofrecerle, ella apenas se sentía con fuerza para unirse al mundo. Se le estaba acabando el tiempo. Elizabeth Liones estaba a punto de morir y, al darse cuenta de esto, un nuevo aliento de vida la inundó, logrando que se resistiera a la tristeza para aferrarse lo más posible a los latidos de su corazón—. No, todavía no. No sé qué pasará mañana, pero hoy, quiero disfrutarlo. Hoy beberé champagne, aceptaré la invitación del chef, iré con mis amigos, ¡y lo buscaré a él! Quiero decirle lo que siento antes de que me vaya. —Determinada a vivir sus últimas navidades como lo que eran, las últimas, bajó de la montaña y se encaminó a la celebración donde el fin de su historia cambiaría las de otros para siempre.

Había sido la mejor semana de su vida. Y este cuento comienza cuando se enteró que solo eso le quedaba...


*

—¡Feliz Navidad! —dijo Elizabeth mientras servía un plato de guisado a la anciana en la fila.

—Pero Eli, aún no es navidad —le contestó Elatte sirviendo a la misma una cucharada de guarnición.

—No importa. Hay que esparcir los buenos deseos desde hoy para que mañana sea el primero de muchos días maravillosos. ¿Quiere un poco de vegetales, señora?

—Te lo agradezco querida, eres un ángel. —La peliplateada agradeció sonriendo a la dama, y le dio además una empanada en secreto para que la compartiera con su nieto. El comedor comunitario siempre estaba a reventar por esos días pero, con todo, la joven siempre acudía con entusiasmo para hacer lo que mejor hacía: cocinar. Un poco de esto, un poco de aquello, con los ingredientes más humildes lograba preparar un verdadero festín. Sin embargo, había una razón aún más poderosa para unirse a la caridad cada año.

—Ya debo salir para mi otro trabajo. ¡Feliz Navidad a todos! —Y esa era. Porque a pesar de ser una chica pobre, siempre ocupada y siempre a las prisas, Elizabeth Liones amaba la navidad como ninguna otra fecha del año, y nada podía quebrantar su fuerte espíritu, nada... o eso creía, sin saber que su voluntad sería puesta a prueba en plena Noche Buena.

—Llegas dos minutos tarde.

—Perdone señorita Nerobasta, el tráfico de navidad me atrapó y...

—Sí, sí, como sea. El tiempo es oro muchacha, y yo no te pago para que ayudes a los pobres. Ve a ponerte tu uniforme rápido, y ay de ti si vuelves con la versión de pantalón.

Nada, nada podría amargarle aquel día, ni siquiera una jefa insensible y materialista. Era víspera de navidad, y parte de su trabajo implicaba volver a la cocina, así que había felicidad garantizada. Se colocó el outfit navideño sintiendo que la falda que le daban se hacía cada vez más corta y, tras respirar hondo, volvió su sonrisa con toda su fuerza. Era día de degustación en el departamento de cocina, y seguramente sus clientes leales ya estarían esperando las nuevas delicias que ella presentaría en las hermosas vajillas que acababan de llegar a la tienda departamental. Su compañera le sonrió apenas verla llegar, y tendió hacia ella un gran delantal blanco que rebasaba la falda y que le tapaba mejor las piernas.

—Gracias Jela, me salvaste la vida.

—De nada Eli. Esa perra de Nerobasta, siempre se pasa con nosotras. Está bien que quiera que luzcamos sexys para atraer clientes, pero esto es excesivo. ¿Vendemos utensilios de cocina o vídeos porno?

—No lo digas de esa forma, demerita el que hoy te ves muy bonita —La iracunda chica peliazul se ruborizó con el comentario, y su amiga se acercó para darle un breve abrazo—. Por fin una sonrisa. Feliz navidad, Jela. Ahora, ¡vamos a trabajar!

—Demonios Eli, tú y tu magia navideña. —Sí, en eso era completamente imbatible. Las dos jóvenes se pusieron manos a la obra sabiendo que las horas previas al veinticuatro de diciembre eran una locura y, hombro con hombro, se abocaron a su respectiva misión. Jelamet a ofrecer sus equipos, ella a dar muestras de la cocina gourmet, y el resto de la tienda se inundó con su presencia, pues la gente iba y venía para ver a las bonitas chicas cuya comida era tan buena como la vista. El "Feliz Navidad" iba y venía cada tanto, y las dos parecían imbatibles haciendo lo que cada una hacía mejor. Una, vender, la otra, cocinar con amor. Las muestras gratis tuvieron tanto éxito que pronto se acabaron pero, en vez de felicitarla por eso, su amargada jefa le saltó con un comentario digno del Grinch.

—¿Qué es esto? ¿Trabajas para el Ejército de Salvación? No des las muestras tan fácilmente, ¡sólo a aquellos que tengan cara de venir a comprar!

—Pero señorita, ellos no estarán seguros de qué quieren comprar si no prueban el producto primero.

—No, no, no, ¡no! Es por esa mentalidad que no prosperan los negocios. La señorita Ludociel está intentando cambiar la cultura en este lugar, y por cultura me refiero al dinero.

—¿Dinero?

—¡Dinero! Mire esto. —Acto seguido le puso en las narices la edición de diciembre de la revista de la empresa, y Elizabeth tuvo que hacer su mejor esfuerzo para no voltear los ojos.

—Ya nos dieron una a todos los empleados, señorita.

—¡Pues léela de nuevo! Al parecer no comprendiste el significado de lo que viene ahí. Nuestra líder está revolucionando esas mentalidades mediocres, así que haz tu trabajo y deja esas cursilerías navideñas para la misa del domingo, ¿entendiste?

—Sí señorita. —Y ahí estaba, la mujer detrás de todo. Siempre y sin falta cada mes salía ella en la portada, sus enormes pechos ocupando casi toda la página, y su cara con expresión arrogante diciéndoles a todos que era mucho mejor. No, ni siquiera eso le amargaría las fiestas. Una vez segura de que nadie la veía, Elizabeth tiró la revista y regresó a su puesto de trabajo.

Pero su prueba apenas había empezado y, por las siguientes tres horas, la pobre tuvo que lidiar con todas las circunstancias que podían sacarla de quicio. Una cliente grosera, un par de hombres morbosos, un accidente con una bolsa de compras, y la constante presencia de su jefa siempre al teléfono, pues aparentemente había decidido "vigilar" el comportamiento de sus empleadas y se daba rondas cada quince o veinte minutos para verlas. "Ten calma Elizabeth". Se decía a sí misma. "Mañana es Navidad. ¡Solo debo resistir un poco!"

—¡Claro que tiene que ser gordo! —gritó Nerobasta a uno de sus empleados en la línea discutiendo lo que parecía ser la contratación de urgencia de un Santa Claus—. No me importa de donde lo saques, pero hazlo ya. ¿Candelabros? ¿Qué tienen? Están perfectamente. ¡¿Cómo que de mala calidad?!

"Basta" gritó mentalmente la albina cuando por fin terminó de limpiar los utensilios que habían ocupado. "De acuerdo, tal vez es demasiado para mí. Hagamos una breve pausa". Era lo mejor para aguantar. Cinco minutos de aire fresco en la terraza, y no más. Habría sido una excelente idea para volver con la mente clara y el espíritu fresco. El problema era que el destino ya estaba en movimiento... igual que el candelabro de mala calidad sobre su cabeza. Lo siguiente ocurrió como en cámara lenta. El grito de Jelamet, el vistazo a la enorme lámpara, el salto que dio para evitar ser aplastada... y su caída por la escalera, que terminaría con ella inconsciente tras un tremendo golpe en la cabeza. Ese inocente chichón sería el origen de su viaje.


*

—¡¿Resonancia?! No, no, no, ¡eso es algo muy costoso! ¿Al menos sabemos si el seguro lo cubre?

—No hay necesidad de que se preocupe, tenemos una máquina nueva aquí en el hospital. Bueno, de segunda, pero para nosotros nueva.

—¿Y es totalmente indispensable que se la hagamos?

—Señorita Liones —La interpeló por fin la médico que había estado hablando con su jefa—. Señorita, ¿puede oírme? ¿Cuántos dedos ve?

—¿Qué me sucedió? ¿En dónde estoy? —respondió recién saliendo de la oscuridad de la semi inconsciencia.

—¿Lo ve? Señora, podría haber un enorme pago de compensación por esto si no seguimos el procedimiento.

—Está bien, sólo si es completamente necesario, hágale los estudios.

—Sabía que entendería. Enfermera, ayúdeme por favor. —¿Cómo había acabado en una silla de ruedas? Qué hacía acostada en aquel aparato tan extraño. Bueno de cualquier forma, no debía preocuparse. Podía tomarlo como una forma de descansar los pies, en cualquier momento le dirían que estaba bien y que debía volver al trabajo. Qué equivocada estaba.

—Oh por Dios... No puede ser—murmuró el médico al ver la tomografía y, aún a través del vidrio desde donde miraba a su paciente, le comunicó que iba a repetir el proceso una vez más. Los resultados fueron los mismos, y aquella segunda impresión fue la confirmación de lo que se temía, y de la terrible noticia que debía comunicarle a la chica en plena víspera de navidad—. Esto no es bueno.

—¿Qué sucede, doctor Hendrickson? —Le faltó valor para contestar. Esa hermosa, joven y aparentemente saludable mujer tenía un mal que habían detectado demasiado tarde como para hacer algo. Y era su deber decírselo, pese a lo horrible que eso resultara.

—Pues yo... veo los resultados de un virus que tiene. Creo que es la enfermedad de Lampington. Es muy rara, y suele ser inofensiva pero... me temo, que ese no es su caso.

—¿Qué? ¿De qué habla? ¡Sí me encuentro estupendamente! Solo tengo un chichón, y es todo.

—No es el tipo de enfermedad que se nota con facilidad. De hecho, sólo podríamos haberla visto precisamente con este estudio. Hice la prueba dos veces para estar seguro pero, como puede ver, eso lo confirmó. ¿Ve estas masas? Me temo que son tumores y...

—No, espere, ¿cómo que tumores?

—¿Había sentido jaquecas, mareos o desmayos antes?

—¡No! —La realidad era que sí, tal vez. Ella siempre se lo había adjudicado a la fatiga pero ahora, al ver las ominosas manchas en aquella delgada placa, tuvo que reconsiderarlo—. Como dije, es solo un golpe.

—Es maligna. Una enfermedad engañosa, y me temo que, por lo que se ve aquí...  las lesiones están muy avanzadas. Nunca tuviste medicación y, sin tratamiento.... me temo, que es terminal.

—¡¿Qué?! ¿Voy a morir? —preguntó creyendo aquello una broma cruel—. Vamos doc, no juegue, ¡si tengo una estupenda salud! Incluso, logré subir un poco de peso, he estado comiendo muy bien.

—¿Tenía desórdenes alimenticios? ¿Siempre ha sido así de delgada? Porque podría estar relacionado.

—Es genético, le aseguro que soy normal —Pero tal vez no era cierto. Después de todo, en la preparatoria había ganado varios concursos de comer, y nadie se explicaba cómo era que una persona tan flaca podía comer tanto—. Se lo suplico, esto no puede ser posible. ¡Quiero una segunda opinión!

Y a por ella fueron. Incapaz de aceptar aquella condena salida de la nada visitó el consultorio del doctor Dreyfus, el de la doctora Jenna, y hasta una eminencia llamada Mael por videollamada, pero todos concluyeron lo mismo. Ella definitivamente estaba en la fase final de su enfermedad, y sólo le quedaban unas pocas semanas más de vida a menos que se sometiera a una cirugía de emergencia. Cuando la internista le repitió el veredicto por última vez y la mandó a ver a la administradora de su seguro médico, aquella pesadilla terminó de volverse real.

—¿Cómo que mi seguro no la cubre? Si he pagado todas mis cuotas.

—Puede apelar si siente que está siendo tratada injustamente —dijo la chica con una sonrisa cínica y, a continuación, puso ante ella tres enormes manuales jurídicos que no podría acabar de leer ni en tres años—. Pero me temo que los honorarios de su abogado tendrían que ser por fuera, ya que esto no lo provocó un accidente laboral, sino una enfermedad crónica mal atendida.

—¡¿Y si yo misma pago la cirugía?! —gritó Elizabeth ya desesperada y omitiendo lo furiosa que la ponía la cara de lastima y morbo de la empleada. La vio teclear números y más números, esperó paciente el veredicto de la calculadora y, al escucharla cifra, concluyó que, en efecto, ya podía darse por muerta.

—El costo de una cirugía craneal promedio es de unos trescientos cuarenta mil dólares sin contar la anestesia, y le aseguro que la necesitará. —Silencio. Frío. El lejano sonido de un villancico. Elizabeth regresó a su casa con la sensación de tener una soga en el cuello, y no se dio cuenta de lo que hacía ni por donde iba hasta que una de sus vecinas la saludó.

—¡Feliz Navidad, Eli! —Es cierto. Ya era veinticinco, y el regalo que la vida le había dado era la noticia de que tenía una enfermedad mortal. Ni siquiera su inquebrantable espíritu navideño pudo con ello. Lloró amargamente sobre sus libros de cocina y recetarios, arrepintiéndose no haber llegado a cocinarlas, y casi se bebió toda la botella de vino, esa que sólo usaba en ocasiones especiales para guisar.

¿Por qué? ¿Por qué la vida era tan injusta con ella? No bastaba ser una huérfana, no bastaba con ser pobre o haberse quedado sola. Ahora iba a morir en la flor de la vida. No, la verdad era que ni siquiera había empezado a vivirla. Elizabeth era una persona tímida por naturaleza, y ese retraimiento siempre le había impedido decir y hacer lo que en verdad sentía. Ahora no tendría oportunidad de hacerlo, pues sólo le quedaban pocas semanas.

—Debí cocinar esto... —sollozaba mientras veía el libro de su chef favorito—. Y comerme aquello, ¡debí visitar este lugar! ¡Buaaaah! —tal vez se habría sumido en su miseria mientras berreaba, tal vez se habría rendido del todo, de no ser porque, justo en ese momento, el ángel de la navidad se apiadó de ella. El teléfono comenzó a sonar justo en sus narices y, al ver quien era, ni siquiera su desesperación logró reprimir su sonrisa—. ¿Arthur?

—¡Hola hermanita! —No es que en verdad lo fuera, pero como se habían criado juntos y seguían siendo los mejores amigos, ella se alegró auténticamente de escucharlo—. ¡Feliz Navidad! Sólo te llamaba para saludarte, decirte que te quiero mucho, ¡y mandarte muchas bendiciones! Oye, ¿qué tienes? ¿Estás llorando?

—Bueno, sí, es que...

—No llores, o te pondrás como pasita. De verdad Eli, deja de ver películas de temporada, te conmueves con demasiada facilidad porque en estas fechas te pones muy sensible.

—Sí, tienes razón —le contestó, incapaz de decirle la verdad sobre su estado—. Solo me puse algo nostálgica.

—Ya no estés triste. Escucha, este año mi ahorro llegó un poco más arriba de lo esperado, ¿por qué no te vienes conmigo a mi viaje invernal? —Él siempre había sido así. Arthur, el intrépido, el aventurero, el valiente. Pese a que siempre habían sido igual de pobres, él ahorraba cada año para irse a explorar un lugar diferente. En la naturaleza, en la ciudad, en cada cafetería que podía. Siempre había vivido su vida al máximo, y ella siempre se había negado a vivirla—. Vamos, ¿esta vez tampoco? Te aseguro que puedo cubrir los viáticos y hospedaje. Eso sí, tú pones la comida, ¡me muero por volver a probar tus platillos!

—No lo sé hermanito.

—¡Eli, por favor! La vida es muy corta para vivirla como la vives, ¡date la oportunidad de que esta navidad sea diferente! —Y ahí estaba, el milagro que tanto había necesitado. Era cierto, no todo estaba perdido. Ese año la navidad podía ser diferente, ella aún podía cambiar, aún podía visitar el lugar de sus sueños, si actuaba ya—. ¿Hola? ¿Eli, sigues ahí?

—Hermanito, me temo que no podré acompañarte —dijo secándose las lágrimas y mirando con los ojos llenos de fuego un folleto del Gran Hotel Kančí Klobouk—. Este año tengo planes. Y debo empezarlos poniendo en orden las cosas en casa. Bendiciones en tu viaje cariño. Y feliz Navidad. 


***

¡Oh sí! *w* Nuestra heroína está en movimiento, pese a todo lo malo la navidad llegó, y nosotros nos vamos con la satisfacción de esta pequeña sorpresa y las demás que seguirán hasta que llegue año nuevo, fufufu. ¡¿Y qué dicen cocoamigos?! ¿A que fue un inicio con punch? Cortito pero bonito, muy al estilo cuento navideño por lo simple y emotivo. Sé que la premisa básica es un poco (demasiado triste U_U) pero la escribo desde el fondo de mi corazón, y descuiden, que no todo será drama, ¡aún me falta por ponerles amor y comedia!¿Por qué? ¡Por que soy Coco! ^w^ Y ya les estoy preparando más mágicas y azucaradas sorpresas de navidad hasta año nuevo, ¡más fufufu!

Llegó el momento de despedirnos (solo por hoy) pero, antes de hacerlo, ¿porqué no mejor nos vamos al secreto de este capítulo? ¿Sabían que esta será la primera vez donde mis villanos, los cuatro arcángeles, estén en su versión humana? *w* Así es, el Ludociel de esta historia no es hombre sino Ludomargaret (cuando tomo el cuerpo de la princesa), y lo mismo pasará con sus compinches pero... bueno, eso es algo que ya verán mañana >3< 

Muchas gracias por seguir aquí conmigo y, de nuevo, ¡FELIZ NAVIDAD!



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