7 Feliz Año Nuevo

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

¡Feliz Año Nuevo! ^0^ [Ligeramente adelantado]

¡Hola a todos! Aquí Coco UwU Quien les desea a todos lo mejor del mundo, bendiciones, paz y amor en sus hogares. Hoy termina un año más, hoy se cierra un ciclo. Sin embargo, seguimos todos juntos en nuestra pequeña y unida familia virtual, y deseo que así siga siendo por este año que empieza, y por muchos más >u< Sigamos juntos defendiendo nuestro fandom y el melizabeth, y brindemos por los dos ¡VIVAAAAAA! *0*

Hablando de eso, ¡hoy concluye este especial de navidad! ^o^ Muchas gracias por haberme acompañado hasta aquí, por darle la oportunidad a este regalo que llegó en el último momento, y por unirse a la fiesta de año nuevo de los cocoamigos. Con esto termina oficialmente nuestro Maratón de Invierno, pero no se preocupen °u^ Nos veremos más que pronto tras mis mini vacaciones de una semana, los quiero muchísimo y, si las diosas lo quieren, nos vemos el próximo año en otra historia. 

***

—Mademoiselle, oí que estuvo espléndida en el casino. —dijo el pelimagenta tomando su abrigo.

—Puede que sí. Creo que Dios estaba un poco travieso hoy, no sé si está bien decir que yo lo hice.

—No hay necesidad de ser modesta. Pasó una noche deliciosa, ¿verdad? ¿Todo fue perfecto?

—Her Gowther, me está asustando —dijo la albina con los ojos como platos—. No es que no hubiera sido amable conmigo antes pero, ¿por qué está siendo tan efusivo?

—Sí, lo sé, soy un bastardo sin corazón —soltó—. Al menos eso es lo que las demás personas piensan.

—No, querido Gowther, no eres nada de eso —refutó tratando de quitarse las zapatillas—. Solo eres una persona trabajadora, como muchas otras. Eres un hombre bueno, y... —No pudo terminar lo que estaba diciendo, porque el joven de lentes la abrazó con tal fuerza que hasta se le cayeron—. Esto... ¿Her Gowther? Espero que no esté tratando de seducirme, porque verá, a mi ya me gusta alguien y...

—¡Por favor no muera, señorita Elizabeth! —exclamó de pronto, y antes de que ella acabara de asombrarse, el arrepentido ballet confesó sus pecados—. Yo leí la carta. Revisé sus cosas, lo hago con todos los clientes importantes. Le ofrezco mis más sinceras disculpas. —Y acto seguido hizo una gran reverencia. Silencio. Villancicos a lo lejos. Y lo siguiente que vio fue su mano extendida hacia él para ayudarlo a levantarse.

—Bueno, creo que en realidad es mejor así. Me alegra tener con quien compartirlo, tendré un amigo en quien apoyarme cuando finalmente suceda.

—Descuide —Besó su mano mientras se arrodillaba—. Estaré con usted hasta el final.

—Gracias. No sé si mi final llegará mientras aún esté en el hotel, pero...

—¿Por qué está aquí sola en un país desconocido? Debería estar con las personas que ama.

—¿Me creerías si te digo que he llegado a amar a todas las personas que he conocido aquí?

—Sí —dijo el ballet con ojos brillantes dándole otro beso—. De usted, sí lo creería. Bueno, excepto tal vez a la señora Shine. Esa perra no ha hecho más que incordiarla y competir con usted.

—¡Her Gowther! ¡Ese lenguaje!

—Lo siento.

—Pero tiene un punto —admitió riendo con él—. No se preocupe. En realidad, no me interesa la señorita Shine. Sólo vine a divertirme y a probar el cielo antes de ir allí de verdad.

—Sí, hablando de eso... —saltó Gowther como si de pronto hubiera recordado algo—. Esta nota se la envía el Chef Renard. Quiere extenderle una invitación para que trabaje mañana con él como chef colaborador.

—¡¿En verdad?! ¡Eso es fantástico!

—También le traigo un mensaje del director general y de su asesora de imagen. El primero quiere solicitarle una entrevista para hablar sobre su experiencia en el hotel, y la segunda quiere verla antes de la fiesta para discutir algo importante.

—Bueno, ahí estaré. ¿Algo más por revisar?

—Sí —Parecía muy apenado. Le extendió una elegante caja pequeña y plana y, al abrirla, la albina quedó profundamente conmovida—. Los empleados me pidieron que le hiciera llegar este presente. Son cupones para diferentes servicios del hotel, pero... me parece que no podrá darle uso a todos —Más silencio, ambos suspiraron, y Gowther le saltó con una nueva propuesta—. ¿Gusta que se los cambie por dinero?

—No, no quiero más dinero. Se los heredaré a mi hermano Arthur, estoy segura que él sabrá apreciarlos. —Y con ese comentario y una sonrisa terminó su día, sin saber que era el último que dormiría en ese cuarto.


*

—Delicioso. ¿Qué es esto?

—Son nabos.

—No, claro que no —río Elizabeth—. Son demasiado pequeños.

—Los pobres nabos bebé. A muy pocos les gustan, no son trufas o champiñones. Sin embargo, en mi experiencia he venido a notar que, a quienes sí, suelen ser personas de mente y corazón abierto. Las otras verduras pueden destruirse fácilmente cocinándose. Pero el nabo... —dijo Ban ofreciéndole el plato con el guisado que estaba preparando—. El nabo resiste. Se recupera.

—¡Exquisito!

—¿Lo ves? Al final no es como empiezas, sino cómo terminas —Elizabeth levantó la mirada sorprendida, presintiendo que el chef no estaba hablando realmente de comida. Cuando vio que Elaine había empezado a llorar mientras picaba cebolla, supo que otra cosa estaba pasando—. La primera vez que te vimos, estábamos muy felices al ver tu apetito por la comida... y por la vida —La rubiecita sollozó, y Elizabeth comenzó a comprender a dónde iba todo eso—. Nosotros... sólo queremos que sepas que ha sido un gran honor compartir la cocina contigo. En serio. Sentimos desde el fondo del corazón que tu presencia permanecerá aquí cuando... cuando te vayas. —Elaine ya no pudo más. Se lanzó a los brazos de su amiga mientras Ban trataba de contener las lágrimas, y la peliplateada no pudo hacer otra cosa que consolarla.

—Ese Gowther. Calma querida, todo está bien. ¿Alguien más lo sabe chicos?

—No, solo nosotros —aclaró Ban—. Y en defensa del gafitas, tuve que torturarlo para sacarle la verdad. No soporta el aroma del pescado ahumado. —Los tres se rieron con ganas de la pequeña penitencia que tuvo que pagar su amigo y, tras besar a su querida sous-chef en la frente, la dama legendaria los encaró.

—Bueno, está bien así. No digamos nada a nadie, solo... hay que cocinar.

—Oui, chef. —dijo la rubia sorbiendo la nariz una última vez.

—Tres bien. —confirmó su esposo, y los tres especialistas de la comida celestial se enfrascaron en preparar la cena de año nuevo. Justo al mismo tiempo, en otro lugar del hotel, la persona de la que acababan de hablar estaba siendo interrogada nuevamente sobre el mismo tema.

—¿Nada? —preguntó Ludociel, escéptica—. ¿Cómo que no hay nada? Le pedí que averiguara todo lo concerniente a esa chica.

—Como ya se lo dije, lo que ve es lo que hay. No tiene nada fuera de lo ordinario, excepto que es una santa.

—Y una especialista en ventas. Vamos, si la mujer es tal prodigio, ¿cómo no había escuchado antes de ella?

—Sí lo hizo, solo que no lo recuerda. Trabajo para usted y la dejó ir, "madame".

—¿Espera, qué? ¡¿Trabajó para mí?! ¿Cómo? ¡¿Cuándo?!

—Averígüelo usted, pues eso es todo lo que sé o diré. Tenga su propina —dijo el pelimagenta metiendo el rollo de billetes en el bolso—. Y le suplico no me busque más para esto. Felices fiestas. —Acto seguido el joven de gafas se fue, y Ludociel chascó los dedos para hacer aparecer súbitamente a su guardaespaldas.

—Te lo dejo a ti, Arbus. Ya no confío en esa tonta de Solaseed, y si lo que creo es cierto, tengo justo el arma que necesito para destruirla en año nuevo.


*

El momento había llegado. Elizabeth se contemplaba en el espejo maravillada por lo que le había hecho Gelda y, al acariciar el vestido, se preguntó si acaso estaría llegando al momento más feliz de su vida. Miró su reflejo, casi pudo ver a su ángel y su diablo saltar de sus hombros para dejarla sola y, con un suspiro de satisfacción, comenzó a hablar consigo misma.

—Te ves fabulosa —empezó—. Has sido una chica muy afortunada. No tuviste todo lo que querías, pero... sí mucho más de lo que esperabas —El lejano sonido de campanas le indicó que ya estaba próxima a comenzar la fiesta, así que decidió apurarse y darle a su yo del futuro un último consejo—. La próxima vez que nazcas, vas a hacer las cosas diferentes. Reirás más, amarás más, ¡verás el mundo! Y ya no tendrás tanto miedo. Feliz Año Nuevo, Elizabeth. —Y entonces dio la espalda a esa mujer que desafortunadamente había conocido por poco tiempo, para bajar hasta el gran salón donde se despediría.


*

Música triunfante, todas las luces sobre ella, sus amigos mirándola y el chef Ban tomando su mano. Cuando Elizabeth llegó al centro de la pista donde estaba teniendo lugar la ceremonia de apertura, sintió como si ese día la estuvieran coronando princesa.

—Gracias, damas y caballeros —empezó el albino—. Permítanme presentarles a la musa que inspiró el banquete de hoy. Tuve además el honor de ser asistido por ella en la cocina, y las delicias que probarán esta noche salieron tanto de sus manos como de las mías. Mi inspiración, mi amiga, la co-autora de esta magnífica cena de Año Nuevo. Ella es, ¡Elizabeth Liones! ¡Un aplauso por favor! —Y cada persona en la fiesta, desde los invitados VIP hasta los meseros, le dedicó una ovación a la huésped más querida que había tenido el hotel—. Disfruten la cena, ¡y sigan pasando felices fiestas! —Otro aplauso para el chef Ban, la banda empezó a tocar, y apenas la peliplateada arribó a la mesa, su astuta enemiga puso su plan en marcha.

—Esta noche —dijo Ludociel parándose ante el asombro de todos con una sonrisa y una copa de champaña en la mano—. Quiero hacer un brindis por una mujer muy especial cuya presencia nos ha cautivado —Meliodas asintió de inmediato, complacido de ver que su socia no era del todo mala, y vio que sus amigos King, Merlín y Escanor estaban de acuerdo—. Por Elizabeth Liones, ¡salud todos!

—Salud. — repitieron, y el rubio estaba por hacer su propio brindis cuando la pelimorada se lanzó a hablar.

—Ahora, ¿quién es esta fascinante mujer? Esa es la pregunta que nos hemos hecho toda la semana —Algo raro estaba pasando. Los comensales se miraron unos a otros con perplejidad, preguntándose hacia dónde iba todo esto, y cuando ella comenzó a enlistar, todo supieron que la cena iba para mal—. ¿Es una representante de mi competencia? ¿Es una intermediaria internacional? ¿Es una empresaria exitosa y agresiva? —Hizo silencio como guardando el suspenso, y Elizabeth simplemente se reía—. La verdad que descubrí esta noche los divertirá, amigos. Porque Elizabeth Liones, ¡no es más que una empleada que vende artículos de cocina en una de mis tiendas! Salario, menos de veinte mil dólares al año. ¡Salud, Eli!

—¡¿Qué?! —saltaron todos—. Es absurdo.

—Ridículo.

—Atención, clientes de Shine —dijo burlona su rival imitando el tono monocorde de los altavoces—. Impostor en el pasillo tres.

—Eli, dile algo. —suplicó Solaseed. Ella soltó una risa aún más audible que dejó a todos estupefactos, se levantó lentamente mientras arreglaba su vestido y, con una enorme sonrisa, encaró a la persona que creía haberla humillado al hacer eso.

—La señorita Ludociel dice la verdad acerca de mi. Solía ser asociada de ventas en una de sus tiendas. De hecho, la mejor empleada en la mejor tienda de su cadena —presumió, orgullosa de su anterior y humilde trabajo—. Tuve que renunciar hace un par de semanas, cuando... —Como salido de la nada y con una cara entre el susto y el enfado, apareció el chef Ban para tomarla de los hombros.

—Espera, Elizabeth. Tú no les debes ninguna explicación.

—¡Ah, no! Disculpe, pero sí que nos la debe, señorita —enfatizó Ludociel haciendo énfasis en la última palabra—. La única razón por la que te aceptamos en primer lugar fue porque creímos que eras "alguien".

—Pero, sí soy alguien. Todos lo somos mientras respiramos. Disculpe si yo no soy el "alguien" que usted esperaba, pero eso en realidad no me interesa. No vine aquí a darle a nadie una impresión equivocada. Solo vine a gastar cada centavo de mi dinero —La confusión estaba llegando a proporciones épicas. El chef parecía querer sacarle los ojos a la pelimorada con su trinchador, y los demás parecían estatuas encantadas—. Es que —dijo con una suave exhalación—. Voy a morir pronto. Y quería aprovechar mi última navidad para darme las mejores vacaciones de mi vida.

—Elizabeth... —insistió Ban tratando de detenerla.

—Está bien, querido. Dejemos que nuestros amigos sepan —No había forma de detenerla cuando tenía esa mirada. Asintiendo y apartándose de modo respetuoso, el chef se retiró para dejar a la estrella con su audiencia cautiva—. Sí... —dijo la albina viendo cómo se alejaba con gestos de angustia y frustración —. Yo reaccioné igual cuando me dieron mi diagnóstico de Lampington. Las lesiones están muy avanzadas y... bueno, no los aburriré con eso. Sólo sé que me quedan pocos días y, calculando que podrían ser una o dos semanas, pensé, ¿qué mejor manera de aprovecharlas que con unas vacaciones de invierno?

—Y-yo... yo... —balbuceó Ludociel, pero las palabras se le habían atorado, y las de Elizabeth ahora salían a borbotones.

—Lo siento —dijo viendo como todas sus caras se habían puesto pálidas—. No quería contar nada por este exacto motivo. Es deprimente. ¿Cómo iba a arruinar nuestros momentos juntos solo por quejarme de algo que no puedo evitar que pase? —No sólo quienes estaban en la mesa, más de un miembro del personal del hotel estaba escuchando aquello. Todos parecían congelados—. No, prefiero quedarme con los buenos momentos. Aterrice en la montaña, volé por los cielos, aparecí en una gran gran revista para esquiar, ¡y hasta en unos folletos! —dijo mostrándoles la foto que se había tomado tras la entrevista con Zeldris Diavoli—. No sientan pena por mí. Jamás creí que terminaría en un lugar tan hermoso, haciendo cosas increíbles... y a lado de personas tan maravillosas —Nada se movía, solo las lágrimas deslizándose sobre el rostro de algunas personas—. Así que... bueno, espero no haberles arruinado la fiesta. También lamento si los hice sentir mal de alguna forma pero, espero comprendan. No tenía tiempo para preocuparme por lo pensaran de mí, o lo que dijeran. Al final, todo eso son insignificancias. Lo que más importa en la vida es vivirla, y... ha sido un gran placer, y un honor, compartir con ustedes lo que quedaba de la mía. Feliz año nuevo. —Y tras alzar su copa, desapareció. Un segundo después empezó la cuenta regresiva.

Diez...

—Idiota. —exclamó Merlín con desprecio mirando a Ludociel.

Nueve...

—Te quedas corta, querida. —confirmó Escanor mientras ambos se ponían de pie y se iban.

Ocho...

—Estúpida. —rabió King mientras iba a buscar a Diane, que había salido corriendo echa un mar de lágrimas tras escuchar todo oculta en una columna.

Siete...

—¿Qué sucede aquí? ¿Señor Demon? —Zeldris acababa de acercarse al notar que pasaba algo extraño, y todas las alarmas se encendieron en su cerebro al ver su estado—. ¡Hermano!

Seis...

—Por favor reacciona, ¿qué te pasa? ¡Meliodas! —No estaba respirando. Estaba blanco como el papel y con la mirada perdida, y solo volvió en sí cuando el pelinegro le soltó una cachetada.

Cinco...

—¿Qué hacemos? —preguntó Gelda palmeando su espalda mientras él boqueaba—. ¿Vamos al hospital?

—¡No! —gritó el rubio.

Cuatro...

—Mel, lo siento. Lo siento tanto. Yo no quería... Nunca quise... —balbuceó Ludociel.

Tres...

—Luli —dijo con un hilo de voz mientras se ponía de pie, tambaleante—. Creo que este año no invertiré en ningún negocio. Lo siento.

Dos...

—Espera, ¿a dónde vas? ¡Meliodas! —gritó su familia tras él. La cereza del pastel fue el grito que soltó Solaseed antes de salir corriendo también.

—¡Renuncio!

Uno...

¡Feliz Año Nuevo! Y el himno triunfal sonó a todo lo que daba mientras en el cielo estallaban los fuegos artificiales y en el interior del edificio, desde el techo, caían globos y lazos dorados. Ludociel Shine se había quedado sola en la mesa y, por primera vez en su vida, se sintió completamente miserable. Se empinó la botella de champaña sabiendo que era la peor basura del mundo y, tras terminarla, también se puso de pie para abandonar la fiesta.


*

—¡Elizabeth! —gritó el rubio como desesperado aporreando la puerta de su habitación con los puños—. ¡Sal! ¡Por favor! Necesito verte. ¡Elizabeeeeth!

—Hermano, ¡cálmate! —dijo Zeldris tratando de contenerlo.

—¡Abre! ¡Por favor! ¡Elizabeth!

—¡No está ahí, señor! —gritó Gowther, que recién había llegado a la escena—. No se encuentra en su habitación, yo estuve ahí hace un minuto. —La gente se estaba reuniendo en el pasillo para ver la escena que estaba montando, pero a él ya no le importaba. No importaba nada, solo alcanzarla cuanto antes.

—¿Dónde está? —gimió atormentado mientras tiraba de su cabello—. Tengo que encontrarla. Tiene que decirme... Y es que, ¡me ha mentido! Debe explicarme, ¡merezco una explicación! ¡Elizabeth! —¡Pum! Sonó el puñetazo limpio que el moreno le acomodó a su jefe, y pareció ser justo eso lo que necesitaba, porque por fin se calmó mientras contemplaba cómo su hermano pequeño se hacía cargo de la situación.

—Así está mejor. ¡Gowther!

—¡Sí señor!

—Organiza una búsqueda rápida. Todo el personal disponible que no esté en la fiesta debe ayudarnos a encontrarla. También, llama a un doctor. Envíalo a mi oficina con instrucciones de esperar. Por último, notifica al servicio de taxis que no deje subir a ninguna mujer con su descripción. Puede que ya haya pagado, pero en definitiva aún tenemos cuentas pendientes. ¡Andando!

—¡A la orden! —El pelimagenta salió corriendo tan rápido como podía ya haciendo llamadas, y la fulgurante mirada del director sirvió para dispersar a los demás.

—Ahora... —dijo extendiendo la mano para ayudar al rubio a ponerse de pie y sentarse en una banca—. Vamos a ver. ¿Por qué te urge tanto verla? ¿Qué explicación crees que te debe?

—Yo... ella... —empezó balbuceando mientras Zeldirs tomaba una botella de agua de un carrito y se la ofrecía—. Me ha mentido todo este tiempo. Me mintió sobre su salud, me mintió sobre quién era.

—¿Perdón? —lo cortó Zeldris con un tono despectivo—. Discúlpame, pero tú no tienes nada que ver con eso. Además, ella no mintió. Desde un principio no tenía ninguna obligación de contarte lo que le pasaba, eso formaba parte de su intimidad —Se hizo el silencio, y Meliodas escupió sangre antes de darle un trago al agua con manos temblorosas—. Mademoiselle Elizabeth jamás pretendió ser alguien que no era. Tú fuiste el que asumió que era una heredera rica. ¿Qué? ¿Te decepciona saber que solo es una chica humilde?

—Lo sabías —gruñó Meliodas mirándolo con rabia creciente—. ¡Tú lo sabías!

—Me enteré esta mañana —aceptó el director sin inmutarse—. Pero nuestra política de servicio al cliente es muy clara al respecto. Privacidad. No iba a irrespetar a nuestro huésped indagando o divulgando información que ella no quisiera mostrar. Mi única obligación era hacer su experiencia aquí lo más placentera posible. Y la he cumplido —La ira de Meliodas se desintegró más rápido que la luz de los fuegos artificiales, y entonces finalmente el ojiverde se sentó a su lado—. Hermano, tu indignación es una mentira. No eres clasista, y en el fondo ambos sabemos que no te importan cosas como el dinero o la posición social.

—Yo... yo...

—No sé porqué aún lo finges. No eres nuestro padre, y ya basta de intentar ser él para protegernos —La máscara se estaba resquebrajando, y Zeldris sabía que era solo cuestión de un pequeño empujoncito para que renaciera—. Tampoco piensas que haya sido dolosa la forma en que ocultó su enfermedad, solo estaba intentando lidiar con ella de la forma más tranquila posible. Así que, ¿por qué no me cuentas qué es lo que en realidad te pasa? ¿Qué te preocupa? ¿Qué sientes? —Ya no podía con ello. Meliodas había perdido toda resistencia y, como primer milagro de ese año logrado por Elizabeth, el rubio soltó toda la tensión del cuerpo mientras por fin confesaba lo que lo estaba matando.

—La amo —dijo en un susurro estrangulado—. La amo. Me he enamorado de ella. Zel, no puedo perderla. Debe haber algo que pueda hacer, ¡necesito hacer algo para salvarla! —Y así, su amado hermano finalmente volvió a ser quien era. Zeldris lo abrazó con fuerza mientras le prestaba su hombro para que llorara, y tal vez lo habría hecho, de no ser porque en ese momento llegó Derieri.

—¡Señor! ¡La encontramos!

—¿Dónde estaba?

—Sólo había salido a la terraza por aire fresco, y a presenciar los fuegos artificiales.

—Perfecto, llévanos con ella.

—Señor, es que... tenemos una situación.

—¿Y ahora qué? —se exasperó Meliodas—. ¿Alguien más está en el techo tratando de arrojarse?

—Pues lo ha adivinado. La señorita Ludociel amenaza con saltar, y la señorita Elizabeth está tratando de razonar con ella.


*

Jamás creyó que conocería a otra persona que, como ella, gustara de aire fresco en la terraza cuando no podía más. El problema es que había llevado ese gusto demasiado lejos, y ahora, estaba sentada al borde de la repisa.

—Se.. señorita Shine. A mi también me fascinaron los fuegos artificiales, pero, ¿no cree que deberíamos entrar ahora que han terminado? Ande, venga. La acompañaré a la mesa.

—Oie... ¡hic! —dijo la pelimorada hipando—. No tienes que sher buena conmigo. Shoy una idiota, ¿no crees que shoy uma idiota? ¡Hic!

—Bueno... —dijo quitándose las zapatillas y trepando a la terraza con ella—. Tal vez es aquí donde los idiotas se juntan.

—Shí, mira —apuntó la borracha a la gente que las veía desde la calle—. She están juntando. ¡Hic!

—Sí, es verdad. ¡Feliz Año Nuevo! —gritó la albina. Y curiosamente, más de la mitad le contestaron.

—El público me odia. Mira, quieren que shalte.

—¡Pues no se le vaya a ocurrir complacerlos!

—Ludociel, vuelve aquí —la regañó Solaseed desde la puerta de entrada al techo con Arbus a sus espaldas—. Sabes que no saltarás, ni siquiera pudiste hacerlo de la presa.

—¡Fallo el equipo! —Se defendió la pobre con un puchero de niña pequeña.

—Oye, déjame manejar esto —sonrió Elizabeth a la asistente, y volvió a concentrar toda su atención en la pelimorada—. Primero tiremos eso... —continuó quitándole la botella y arrojándola hacia la calle—. Oh, vaya, sería una larga caída. Escucha linda, estás comenzando a molestarme de verdad.

—¿Sho?

—Sí, tú. Una mujer como tú tiene todo el dinero y el tiempo del mundo para hacer que las cosas funcionen en su vida. Sólo deja de quejarte y hazlo.

—Pero... ¿hasher qué, Eli? ¿Cómo puedo cambiar?

—No lo sé, desafortunadamente yo no he escrito un libro de "Los diez pasos de Eli para ser mejor persona" —La desdichada dama por fin se rió, y ambas soltaron breves pero catárticas carcajadas—. Sí, creo que en su caso podría ayudar si deja de pensar en competir todo el tiempo. Siempre está comprando y vendiendo.

—¿Esho hago?

—¡Sí! —Ya sonaba menos ebria, y parpadeaba mucho moviendo la cabeza como si quisiera aclararse—. ¿Y sabes qué más? Quita tu cara de la portada de tu propia revista. Pon a más personas, personas importantes para ti, no sé, ¡algo para que sea diferente cada mes!

—Dios, ¿aparezco todos los meses?

—Todos.

—Qué estúpida. No puedo creer que alguien como tú trabajara para mí, ¡qué desperdicio!

—No iba a quedarme ahí siempre. Tenía algunos planes. La verdad, me habría encantado abrir mi propia cafetería, o un restaurancito, lo que se pudiera. Quería una casa grande. Y una familia. También, quería un novio, pero eso es otra historia.

—¿Por qué no se lo contaste? —preguntó su nueva amiga, ya más en sus sentidos que ebria—. Al señor Demon, me refiero. Está loco por ti. Yo te aseguro que se gastaría toda su fortuna por salvarte.

—Nah —dijo despreocupada haciendo un gesto evasivo con la mano—. Lo mío es terminal, es probable que ya no haya vuelta de hoja. Además no quería que se preocupara. Si de todas formas voy a morir, era mejor que me despidiera de él haciéndole creer que me iba por el fin de las fiestas. Solo era su amor de las vacaciones de invierno, después de todo.

—No, yo digo que eresh mucho más que eso.

—Qué razón tienes, Luli.

—¡Señor Meliodas! —Tomando el lugar de la asistente en el marco de la puerta estaba nada menos que la persona por la que había iniciado esa competencia.

—Lo sé. Ahora sé todo y no me importa. Elizabeth... Eli, debo hablar contigo.

—De acuerdo —dijo ella con ojos brillantes—. Bien, adelante.

—¡No puedo hacerlo contigo colgando de una repisa!

—Deberás hacerlo. Estoy a la mitad de algo con la señorita Luli, ¿o crees que puedas darnos unos minutos?

—No —exclamó el rubio acercándose tanto como podía—. No puedo. ¡Elizabeth, te amo! —gritó dejando que todos en el hotel lo escucharan—. Te amo, y no quiero perderte.

—Oh, Meliodas —dijo ella con un tono de voz que por primera vez era triste—. Yo también te amo pero, no podemos. Ya no tengo mucho tiempo y...

—No importa —insistió estirando la mano hasta alcanzar la suya—. Elizabeth Liones, quiero estar contigo. Ya sean tres minutos en este techo, o tres mil años en donde sea. —Un coro de aplausos, el lejano sonido de una moto, y aquella bellísima declaración de amor la conmovió hasta las lágrimas.

—Ustedes shi hacen una linda pareja —interrumpió Ludociel sonriendo de modo honesto por primera vez en años—. A mí me quedaba muy chaparrito. Es tuyo, hermana, ¡ve por él! ¡Hic!

—¡Por favor! —clamó Elizabeth al cielo con lágrimas desbordando sus ojos—. ¡Ya basta! ¡¿Por qué me haces esto si no podré estar con él?!

—¿Con quién hablas, amor mío?

—Con Dios —lloró sin soltar su mano—. Se suponía que me llevarías de forma silenciosa. Oh, querido Señor. ¿Por qué me haces sufrir de esta forma cuando estás a punto de llamarme a tu lado?

—¡Elizabeth! —escuchó con claridad, y temió estarse muriendo en ese momento.

—¿Lo ven? Ya está clamando mi nombre. El cielo me llama.

—No cariño, no es el cielo. Es esa persona allá abajo, ¡mira!

—¡¿Qué?! —Tuvieron que sostenerla entre Meliodas y Ludociel para que no se cayera, tan grande fue su sorpresa al ver a su hermano gritando como loco algo que no se le entendía—. ¡¿Arthur?!

—Callenshe para que podamos oír. —les pidió la pelimorada. Y lo siguiente que todos oyeron fue la noticia que habían estado anhelando.

—¡Mal diagnóstico! —se desgañitaba el muchacho mientras agitaba unas hojas de papel en su puño—. ¡Fue un mal diagnóstico! ¡Un error en la máquina! ¡Por favor no saltes! ¡Elizabeth!

Lo siguiente que vivió pasó como en cámara lenta. Un fuerte tirón las jaló a ella y a la señorita Shine de regreso a la parte segura del techo, y mientras la otra daba una maroma hasta quedar sentada de nalgas, a ella la levantaron en brazos mientras giraba. Meliodas la estaba cargando cual novia mientras lloraba de felicidad, y ella se aferró a su cuello haciendo lo mismo aún sin poder creer lo que habían oído.

—Espero no te retractes de tu propuesta ahora que yo... —La respuesta de Meliodas fue besarla apasionadamente, y luego la atacó con sus labios por todas partes intercalando las palabras "cien años", "mil años", y "toda la vida". Estaban sonando las campanadas de la primera hora del primer día de enero, y Elizabeth supo sin lugar a dudas que, como regalo, Dios le había regalado una vida entera con él.




Fin.








Bueno, más o menos XD La historia termina aquí, queridos cocoamigos, pero ya saben que Coco es traviesa y siempre gusta de mostrarles qué pasó después. Nos vemos mañana en el epílogo pero, mientras esperamos, los dejo con este pequeño extra y con un beso. Sigan pasando felices fiestas  <3<3<3

*

Escena extra: Las aventuras de Arthur

Se le había hecho algo demasiado extraño. Su Eli no era así, renunciando de pronto y yéndose de paseo a quién sabe dónde. Había pospuesto su viaje para volver a casa siguiendo un presentimiento particularmente malo y, cuando averiguó la forma tan rara en que ella había estado actuando, se dio a la tarea de buscarla por todas partes. Nadie en su iglesia ni en su barrio sabía nada, pero su amiga le contó que todo había empezado tras su golpe en la cabeza. Aquel chichón lo llevó hasta la clínica Shine, donde le dijeron su terrible diagnóstico. Casi mata al médico cuando descubrió que todo había sido por un fallo de la máquina.

—El señor Theo, Solad y yo, era imposible que todos tuviéramos los mismos tumores en el mismo lugar después de hacernos la resonancia. Definitivamente era culpa del aparato de segunda mano.

—¡¿Y por qué no trató de contactar a Elizabeth para decirle?!

—¡Lo intenté! Pero era imposible. No respondía a ningún correo, ni llamadas, incluso intenté buscarla en su casa. Desapareció, y nadie ha vuelto a saber de ella.

—Inútil. ¡Deme eso! —exclamó tomando las pruebas y la disculpa de la clínica—. La encontraré, ¡aunque me tome más de mil noches!

No fue tanto tiempo, por supuesto. De pequeño había sido un pillo capaz de abrir cualquier cerradura y, aunque hacía años no robaba, desempolvó sus habilidades para irrumpir en su departamento y buscar pistas. No fue difícil hallarlas. El bote de basura aún tenía los folletos del hotel al que siempre había querido ir, los recibos de pago del avión y una copia tachada de la reserva de su hospedaje. Ya vería luego cómo pagar, lo único que sabía era que debía viajar a Europa para salvarla. Al llegar rentó una moto que era para lo que le alcanzaba, y salió por la carretera helada en plena víspera de Año Nuevo.

—Por favor... —murmuró cuando se le atravesó un rebaño de ovejas—. Por favor —dijo cuando lo detuvieron varios autos que se habían quedado varados—. ¡Por favor! —gritó cuando una avalancha le bloqueó el camino. Llegó al Grand Hotel Kančí klobouk en plena madrugada. Justo a tiempo para salvar a su hermana de lo que él creía era un intento de suicidio. Fue bastante extraño ser recibido con tanta calidez por un montón de desconocidos, pero apenas el eficiente staff lo instaló a él y a su hermana en la oficina del director, tuvo que olvidarlo para convencerla y a todos los presentes de la buena noticia que traía.

—Pero, ¿y mis jaquecas?

—¿Cómo no ibas a tener jaquecas con una jefa así?

—¿Y eso de que como mucho sin engordar?

—Eli, tu papá era igual, ¡eso es genética!

—¿Y estás seguro de que fue un error de la máquina?

—Completamente, aquí traigo las pruebas. —Los ojos azules de la chica pasaron una y otra vez sobre la hoja de disculpas de la clínica y, cuando al fin se convenció, levantó la cara para mirar a Arthur con una gran sonrisa y lágrimas deslizándose por sus mejillas.

—Al parecer, voy a vivir.

—Sí, aunque tengo ganas de matarte.

—¿Eh? —Sin poder contenerse y ya medio loco tras tantas aventuras, se lanzó sobre ella convirtiéndose en una avalancha de emociones.

—¡¿Qué creíste que hacías, Tonteli?! —preguntó agitándola con violencia—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Por qué no llamaste? ¡¿Por qué carajos tiraste el maldito teléfono y huiste a Europa y te subiste a una repisa?

—Amigo, cálmate —dijo un rubio de ojos verdes separándolo de la albina—. Te estás sobrepasando.

—No pasa nada, Mel —concilió ella con ternura—. Tiene derecho a estar enojado. Es mi familia.

—Wuuuh... ¡Waaaaaah! —se soltó a berrear el pobre Arthur, que concluyó su aventura llorando como un bebé en brazos de Elizabeth. En cuanto la soltó y se la regresó al rubio que ya esperaba por ella, Arthur se dio cuenta de otra cosa. Un milagro. Aquel hombre que había salvado a Eli la adoraba. El amor en sus ojos destellaba con tanta fiereza que lo había intimidado, y sintió en su corazón que, a partir de ahora, ya no necesitaría cuidarla, pues él la protegería. Los vio irse hasta perderse en la escalinata y ahí se quedó, solito, agitando una mano para despedirse del único pariente que le quedaba—. Oh, bueno —se dijo creyéndose solo—. Al menos uno de nosotros conseguirá ser adoptado, ¿verdad, Eli?

—¿Son huérfanos?

—¡Waaaah! —gritó el pobre saltando de sorpresa al ser interceptado por una elegante dama de pelo negro y su esposo—. Bueno, sí señora. Eli y yo lo éramos, pero eso no importa. Ya estamos grandecitos para poder cuidarnos, y nos tenemos uno al otro si hace falta. —La pareja se miró mutuamente unos segundos, una sonrisa sospechosa en ella y un guiño en el otro. Fue el varón quien habló primero.

—Bueno muchacho, pues a mi mujer y a mí nos interesa mucho escuchar esa historia. ¿Nos aceptarías una cena y una noche de hospedaje por las molestias? —El joven no podía saberlo, pero sus aventuras solo y sus noches vagando por el mundo también terminaban esa noche.


***

Fufufu <3 Hasta mañana y buenas noches a todos UwU



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro