6 El vuelo del ángel

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Hola a todos, aquí Coco, que ya ve volar el año nuevo directo hacia nosotros, y que ve igualmente a los ángeles bajando para hacer regalos <3 Las cosas este fin pintan mucho mejores que mi difícil navidad UwU La verdad, todas las lecciones que ha aprendido Eli en esta historia son las que yo he aprendido, por eso es tan especial, y espero que les siga gustando. 

En otras noticias, ¡ya mañana es 31! *w* Lo siento, pero me emociona, y quiero aprovechar para comentarles de pasadita (ya luego lo haré en Coconoticias) lo que viene. Voy a descansar toda la semana de reyes, así que no habrá publicaciones hasta el 15 de enero. Aún no sé qué historia voy a retomar, pero lo más probable es que sea OMEGA y Bloodties. Los mantendré informados °u^ Finalmente, disculpen por no haber traído concurso ni trivia esta vez, pero es que era demasiado XD y preferí llegar a 2023 sin deudas. No se preocupen, ya haré algo empezando el año, pero hasta entonces, ¡ya saben qué hacer! *w* Fufufu <3<3<3

***

Aún no entendía porqué alguien querría intentar algo así, pero una cosa era cierta, Elizabeth lo tenía impresionado. Meliodas y el resto de sus amigos se encontraban contemplando la imagen de las dos mujeres a punto de saltar desde la gigantesca presa helada, y ninguno acababa realmente de creérselo. Cámaras listas, prismáticos y viseras, él y su familia esperaban por el espectáculo en una cabaña segura enclavada en un lado de la montaña, todos con un temblor que era mucho más de emoción que de frío.

—¡Qué locura! —Se maravillaba King—. ¿Cuánto creen que sea de alto? ¿Cien metros?

—No, definitivamente es más —rió Escanor—. ¡Qué valor! Esa es nuestra chica.

—¿Te refieres a Eli o a "Luli"? —preguntó sarcástica Merlín, y todos se soltaron a reír menos el rubio. Le había parecido divertido cuando se lo escuchó decir a Elizabeth. Ahora, al ver su pequeña silueta recortada contra el enorme muro de concreto, la preocupación por ella estaba llegando a niveles alarmantes.

[pequeña referencia visual *u*]

—La señorita Ludociel no quería hacerlo, sólo salta porque Elizabeth lo hace —acotó Solaseed, que cada vez se llevaba mejor con el grupo y peor con su jefa—. Es muy competitiva.

—Pues ha encontrado a su igual entonces.

—Esto... King —se animó a preguntar Meliodas cuando al fin pudo tragar el nudo en su garganta—. Hablaste de esto con Diane antes, ¿no? Después de todo, viniste a verla.

—¡¿Cállate?! —se ruborizó violentamente su amigo—. No andes revelando secretos de los demás, ¿qué tal si un paparazzi te escucha?

—Cálmate. Me refería a cuando la consultaste como instructora de skydive.

—¡Ah! —Había enrojecido, pero el rubio decidió aguantar las ganas de molestarlo por su amorío "secreto", pues él estaba muy ocupado pensando en el suyo—. Bueno, sí. Ella ama los deportes extremos.

—¿Podrías contarme algo sobre el salto? ¿Qué tan peligroso es?

—Bueno, no lo es, en teoría. El paracaídas se abre de modo automático, y en esta temporada la capa de nieve abajo hace que el aterrizaje sea muy suave. Tienen los mejores equipos del mundo, y la corriente de aire es tan fuerte que literalmente vuelas por unos segundos. Pero...

—¿Pero?

—Bueno, dicen que han perdido a algunas personas. A veces el viento deja de soplar, o se mueve de formas extrañas provocando el riesgo de estrellarse contra las paredes de la presa. Aún así, nuestra Diane nunca ha perdido a nadie, así que tranquilo. Les está enseñando bien cómo se hace esto.

"¡Con un demonio!", gritó internamente. "¡Eli!", pero ella ya estaba decidida. Miraba al precipicio tan asustada como dichosa, y repetía cada palabra de Diane como si estuviera rezando.

—Ahí van, ¡están subiendo la barrera! —Y Meliodas sintió como si fuera él quien estuviera en la orilla del precipicio. ¿Por qué? ¿Por qué estaba tan asustado? Nunca había sido miedoso, no entendía porque ahora sentía que le iba a dar un desmayo.

"No saltes", rogó mentalmente retractándose de haber pensado alguna vez que aquello era divertido. "Te lo suplico, ¡no saltes!", y entonces entendió el porqué de su miedo. No se sentía así porque le asustara el salto. Lo que lo tenía aterrado era la posibilidad de que ella muriera. La idea de no ser capaz de volver a verla fue mirar a un vacío peor que ese, pues era más frío y oscuro, y confirmaba que le estaba pasando algo a lo que sí había tenido miedo por años. Se estaba enamorando.

—¿Listas? —preguntó la sonriente castaña a sus dos alumnas—. ¿Quién va primero?

—Adelante, querida. —dijo de inmediato Ludociel.

—De acuerdo. —aceptó rápido Elizabeth mientras tomaba postura.

—Excelente. Tres... dos...

—¡Por favor espera! —Y el tiempo se detuvo mientras ella cerraba los ojos e inhalaba con fuerza. "Lo sabía", se dijo la pelimorada. "No lo hará, esto sólo era un truco para deslumbrar a Meliodas. En un instante fingiré que la ayudo con las náuseas, y ambas nos bajaremos de esta...". Pero no—. Ahora sí. ¡Estoy lista! —gritó la albina para estupefacción de su enemiga.

—Tres... —repitió Diane—. Dos... Uno... ¡Ahora!

—¡Waaaaaah! —gritó Elizabeth mientras se soltaba de la barrera y se dejaba caer a la presa. Y cada uno de ellos presenció el milagro de ver un ángel volando.

El viento la elevó alto, muy alto, como si tuviera alas invisibles que la sostenían. Cuando comenzó a caer, lo hizo con tal gracia que parecía una pluma. Siguió cayendo cual copo de nieve y, cuando se abrió el paracaídas, pasó a convertirse en algo parecido a un diente de león flotando en el verano. Aterrizó con un suave "poof" en el centro de la pista de aterrizaje, y los aplausos de todos los que lo presenciaron hicieron eco en las rocas.

—Excelente. Su turno. Tres... Dos... Uno... ¡Ahora! —Pero la pelimorada no se movió—. ¿Algún problema?

—Sí, verás, sé de estos saltos y se supone que la canopia está sujetada a la soga, y si no, por eso la gente muere.

—Es correcto, pero no debe preocuparse. El equipo fue revisado tres veces, todo está en orden y... ¿qué está haciendo? Oiga, ¡¿qué hace?! —El ridículo. Ludociel mostraba su redondo trasero al público mientras intentaba volver a subir la barrera. Apenas estuvo segura, miró hacia las cabañas y se puso a gritar.

—¡No puedo saltar! ¡Dificultades mecánicas! —Todos y cada uno de ellos hizo exclamaciones de decepción. Todos excepto Meliodas, que estaba demasiado ocupado sintiendo alivio y contemplando al bello ángel cuyo vuelo ya había terminado.


*

—¡Así es! —exclamó Derieri—. Ella saltó y Shine no. Tuvo "dificultades mecánicas".

—Las de la lavandería dicen que la señora Shine se hizo pipí en sus bragas de seda. —chismeó la señora Grayroad, que se encargaba del aseo del cuarto de la perdedora, y todos rieron, contando admirados lo que había logrado su heroína. El staff del hotel se preparaba para la Gran Celebración de Año Nuevo y, aprovechando el pequeño descanso que todos se estaban dando en la cocina, narraban con fascinación las aventuras de la dama legendaria.

—Si mademoiselle Elizabeth pudo, tal vez yo lo intente.

—Entonces yo también iré contigo, Mela querida.

—No Galand, mi bomboncito rancio. Si no te mata el viento te mataría un infarto. —Más risas, aplausos, y la pelinaranja siguió la apología de la mujer que le había regalado su primer suéter navideño.

—Es la persona más sorprendente que haya visitado este hotel. Vive al máximo, dice lo que quiere, hace lo que quiere, ¡y todo con buenos modales! —Y el resto de los presentes estuvieron de acuerdo. Todos, excepto el más joven de ellos, que hizo un sonido despectivo con la garganta mientras se acomodaba los lentes.

—Adoradores de héroes, es tan fácil comprarlos con halagos y propinas.

—¿Algún problema, her Gowther? —preguntó la botones volteando los ojos ante el comentario del que era conocido como el Grinch del hotel.

—Cualquier persona se daría el lujo de ser existencialista si tiene tanto dinero. Ella es un fraude, se los digo.

Pero nadie pareció tomarle aprecio a sus ideas. Tenía fama de no tener sentimientos, así que no les pareció raro que aborreciera a una persona cien por ciento emotiva. Sí, al parecer Gowther no tenía corazón. Y eso lo volvía el espía ideal que cierta persona estaba buscando para descubrir todos los secretos de su enemiga.

—Averigua todo lo que puedas —Lo sobornó Ludociel con una generosa cantidad—. Quién es en verdad, de dónde viene, lo que hace, y sobre todo cuál es su misión al venir aquí.

—Oui madame. —Y así comenzó la conspiración contra la chica que había dado el salto.


*

—Ban, Elaine, este lugar es perfecto.

—Oui, está bien descansar un poco de la cocina y dejar que nos sirvan de vez en cuando. —Los tres amigos comían en la terraza de una cafetería tras hacer las compras para el banquete en el mercado del pueblo, y Elizabeth se deleitaba con el olor de su capuccino, mientras la pareja le contaba los detalles de lo que habían planeado para el menú de año nuevo y su papel como musa.

—Qué gran honor. Todo suena maravilloso, estoy segura de que será la mejor cena que tendré en mi vida.

—Vamos, Eli, no digas eso —pidió la rubia tomando su mano—. Suena a que te estás despidiendo —Las amigas suspiraron al mismo tiempo, y el chef no lo hizo solo porque en ese momento daba un trago a su bebida—. Es increíble saber que pronto te irás. Es decir, sabíamos que estabas aquí sólo por las vacaciones de invierno, pero en esta semana que llevas en el hotel nos hemos acostumbrado tanto a ti que no sabes cómo te extrañaremos. ¿Vendrás las navidades del próximo año? —¿Cómo explicarles? A ellos, las personas que más quería y admiraba en el Kančí. ¿Cómo decirles que no era el fin de sus vacaciones, sino de su vida? ¿Les serviría de consuelo saber que probablemente su espíritu los visitaría en navidad cuando muriera?

—Por supuesto —soltó su mentira blanca—. Todos los años, sin falta.

—¡Sí! —exclamó la rubiecita dándole un abrazo. Sin embargo, a Ban nadie lo engañaba. Clavó en su querida amiga su penetrante mirada y, para cuando se fueron en distintas direcciones, ya se había propuesto averiguar qué era lo que ocurría. Mientras, Elizabeth comenzaba un viaje sola, una pequeña visita que, aunque no era alegre, sabía que podía ser muy benéfica. Un pequeño vistazo a lo que le esperaba.

El cementerio del pueblo era un lugar de extraordinaria belleza. Sus esculturas de ángeles solemnes le evocaban un pasado glorioso, y las tumbas más recientes destellaban con letras doradas que resaltaban sobre la nieve. Cruces aquí y allá, lleno de árboles y bancas. Sí, era un lugar hermoso para descansar, no le importaría si su último lugar de reposo fuera tan sereno. ¿Aún habría posibilidad de intentar que la enterraran ahí? No, seguro no funcionaría. Aunque muriera en ese país, probablemente regresarían el cuerpo. No le gustaba la idea de ser sepultada, prefería que la cremaran y que alguien esparciera sus cenizas. Tal vez Arthur en alguno de sus viajes, o desde la presa de donde había saltado en paracaídas. Que suerte que había reservado dinero para su entierro, había puesto sus cosas en orden, y ya estaba lista.

Se dejó caer en una de las bancas con las rodillas temblando y el rostro enterrado en sus manos. "No. No quiero morir", se lamentó en silencio mientras lloraba. No importaba qué tanto se preparara, ninguna persona estaba verdaderamente "lista". Lloró y lloró sin contener nada y, cuando por fin consiguió calmarse un poco, alzó la vista hacia la cripta que tenía enfrente. Era aún más espectacular que las otras, parecía una capilla gótica en miniatura. Sin embargo, tenía algo extraño. No sólo había ángeles, también unos cuantos demonios en la parte baja. "¿Les gusta, chicas?", preguntó al ángel y al diablo en sus hombros, pero no le contestaron, sino que tiraron de sus orejas para que volteara hacia la persona que había llegado.

—¡Señor Meliodas! —El guapo rubio llevaba un ramo de rosas blancas en la mano, y parecía asombrado por verla—. Discúlpeme, ¿viene a visitar esta tumba? Me iré enseguida.

—No, espere un momento —contestó alarmado—. No hay problema en que se quede. Tenga —dijo ofreciéndole un pañuelo—. Llore a sus anchas. Se ve hermosa aún cuando llora.

—Oh, cielos. —dijo recibiéndolo, ruborizada.

—La verdad, no esperaba encontrarla aquí, pero me alegra. ¿Quiere acompañarme un rato? —Ella no dijo nada. Volvió a sentarse a su lado y clavó los ojos en la tumba.

—Qué vergüenza —rió la albina sonándose la nariz—. Ni siquiera conozco a estas buenas personas. Estoy nostálgica, solo quería compañía, y...

—Compañía, ¿de los muertos? —rió Meliodas—. ¿En medio de un panteón?

—Lo siento. Sé que suena ridículo pero...

—No, para nada. De hecho —continuó poniendo las flores—, me río por lo asombroso de la coincidencia. Yo también vine aquí por compañía. Sólo quería saludar a mis padres.

—Sus... ¿Sus padres?

—Sí. Ellos están aquí. Suelo hacer la visita el día de navidad, pero este año la estoy haciendo un poco tarde.

—Más vale tarde que nunca. ¿Quiere un momento a solas con ellos?

—No, prefiero que me acompañe. La verdad —dijo tomando su mano súbitamente—, necesitaba desesperadamente contar con alguien. —Ella se la estrechó de vuelta, como cuando practicaron snowboard, y se quedaron en silencio mientras empezaba una ligera nevada. Los copos de nieve flotaban a su alrededor como pequeñas motas luminosas, y solo cuando la primera de las linternas del lugar fue encendida volvieron a soltarse—. Adoro estar con usted. Este momento se volvió bastante menos triste con su ayuda.

—Fue un placer.

—No me dirá la verdadera razón de su nostalgia, o de la visita al cementerio, ¿verdad?

—Pues no.

—Bueno. Entonces, ¿qué le parece si para compensarme me acompaña con mis amigos al casino?

—¿Al casino? ¿Después de visitar a sus padres?

—Oiga, no juzgue, es la mejor estrategia que pude armar para no deprimirme después de verlos. Vamos.

—De acuerdo —respondió ella tan feliz que por poco vuelve a llorar—. Apostemos hasta la vida.


*

El paso uno había sido llegar a su cuarto y escribir una carta a Arthur contándole todo sobre su enfermedad y sus últimos días. Prefería hacerlo de su puño y no por correo, de esa forma él la sentiría más cerca cuando no estuviera. El paso dos fue darse un baño y arreglarse lo mejor que podía, no quería que los otros notaran que había estado llorando. El paso tres fue dejar que su ángel y su diablo se agarraran a puños mientras pedía sus fichas, y abracadabra, ese día era una apostadora.

—Querida Elizabeth —dijo la morena tras perder de nuevo—, de lo que tengas, pásame algo.

—Oh no, Merlín, ¡te aseguro que no lo querrías!

—Hagan sus apuestas. —dijo el guapo asistente con bigote preparando todo. Esa noche Elizabeth era la dama afortunada, y todos estaban al pendiente de cómo iba aumentando poco a poco su dinero.

—Yo seguiré a Eli, ¡está de racha!

—¿Ah, sí? Pues yo también lo haré.

—Y yo.

—¡Y yo!

—Es una locura —dijo Ludociel con un tono indefinido entre el insulto y la admiración—. Esta apuesta es una locura. —Pero igual, sus amigos siguieron a la albina.

—Eli, es mucho dinero. —susurró Solaseed al oído de su amiga, preocupada por el riesgo.

—Ya lo sé. —refutó ella sonriente, y tenía tal confianza que hasta logró calmarla. La ruleta giró, la perla que determinaba los resultados rodó como loca. Y bingo, trece negro, Elizabeth logró ganar la apuesta.

—¡Otra vez! ¡Vamos!

—¿Cuál será tu número esta vez, linda?

—Trece negro. —repitió la peliplateada, y el resto de sus amigos se miraron incrédulos.

—¿No es arriesgado apostar al mismo número dos veces?

—No hay riesgo sin recompensa. Además me gusta el trece.

—Trece será. —Hicieron sus apuestas, todos sus amigos la siguieron. Y Ludociel tercamente puso sus fichas en la casilla roja. La ruleta giró y giró, estaba a punto de caer en el veintiuno. Un rebote inesperado la catapultó hasta el trece, y el ángel en el hombro de Elizabeth se desmayó mientras el diablo bailaba flamenco.

—¿Una última vez?

—Sí, la última. Será mi último trece.

—¡¿Qué?! —Esta vez, sí que intentaron detenerla—. Eli, no puedes hacerlo por tercera vez, ¡sería un milagro!

—Vas a la bancarrota —se burló la pelimorada—. La casa te va a amar.

—Al final gran parte de estás ganancias se van a la caridad, ¿no? —dijo recordándoles a todos la verdadera razón por la cuál había aceptado hacer eso—. Pues entonces, no se desperdicia nada. Trece negro, querido Monspeet. —dijo leyendo el nombre del manejador de la ruleta.

—Sí, señorita —Sonrió él tirando de la palanca. Las ganancias de todos estaban de juego, los amigos del trece habían apostado todo—. ¡Trece negro! —exclamó el moreno, y la sala se llenó de gritos y aplausos.

"¡Por los cielos", se dijo antes de dirigirse a Dios. "Señor, ¿por qué eres tan travieso? Claro, ahora mejoras mi suerte. Ya no juego contigo". Se fue casi levantada en hombros a que su nuevo admirador contara su dinero.

—Son tres millones quinientas cuarenta y seis mil trescientas cinco coronas.

—¿Cuánto es exactamente? —preguntó con un hilo de voz sin creer todo lo que había acumulado.

—¡Son casi cien mil dólares! —gritó Solaseed aferrándose a ella. Y así, con un guiño travieso del ser supremo y su diablillo dando primeros auxilios a su ángel, Elizabeth recuperó todo cuanto había gastado y hasta más. Sin embargo, seguía estando muy lejos de lo que costaba su cirugía. Tan feliz como triste por aquel milagro, rezó porque todas las personas en el casino se dieran cuenta que el dinero no podía comprarles ni un minuto de tiempo. La vida era más valiosa que el oro. Y mientras Eli disfrutaba de su éxito sentada en un concierto a lado de Meliodas, su ballet designado, Gowther, entraba a su habitación para hacer la investigación que Ludociel Shine le había pedido. Estaba por descubrir su gran secreto.

—No ha viajado mucho, ¿verdad señorita? —dijo el pelimagenta al ver un solo sello en su pasaporte—. ¿Asociada de ventas? —rió al ver que una de las identificaciones en su cartera la delataba como una simple vendedora—. Me pregunto si tus nuevos amigos estarían impresionados si supieran la verdad —Recibos del casino, cheques, y bonos, una pequeña fortuna que una mujer como ella no debería haber poseído. Pero entonces, llegó a la carta. Sobre el escritorio a lado de fotos de su viaje y una revista de esquí donde salía, estaba la carta que dedicaba a su hermano pequeño, donde le confesaba su enfermedad y lo que pasaría luego. "Pasé toda mi vida en una caja, no quiero ser enterrada en una. Esparce mis cenizas al viento, y piensa que te acompaño cuando viajes por el mundo". Un último adiós, la última despedida—. Oh, mademoiselle... —gimió Gowther sintiendo cómo el corazón se le partía en mil pedazos, pues contrario a lo que todos pensaban, tenía sentimientos. Apenas logró detener a tiempo las lágrimas antes de que cayeran sobre la carta, la cuál guardó con cuidado, antes de ir a apostarse a la puerta a la espera de su señora.


*

—Gracias, Meliodas. En verdad, gracias por todo.

—Fue un placer —proclamó él con deleite, y era cierto, totalmente cierto. Había pasado uno de los mejores días de su vida, con altos y bajos, y tendría el honor de seguir disfrutando de ella en año nuevo. De su nueva mejor amiga—. Espero no pienses que fue atrevido de mi parte regalarte ese pendiente.

—Para nada. Es hermoso, lo atesoraré por siempre.

—Deberías. Es una reliquia familiar.

—¿Y seguro está bien que la tenga? —Su respuesta fue tomar su mano y besar sus nudillos.

—No hay nadie más digna de ella. Aunque es una pena, tal vez no combine con tu outfit y tendrás que quitártela para la fiesta.

—Para nada. La llevaré por siempre, hasta que sea cenizas y me metan en una jarrita. —El rubio se sintió profundamente halagado, pero no sabía que ella lo había dicho sabiendo que sería poco tiempo.

—Eres especial, Eli —dijo acariciando la gema al mismo tiempo que su oído—. Haces que no me sienta solo.

—Meliodas... —Y entonces, ocurrió el último milagro del día.

Todo quedó en paz, súbitamente fue como si el mundo se hubiera quedado en silencio. El brillo en la mirada de uno se replicó en la del otro, y se fueron acercando sin ser conscientes de eso. Él deslizó los dedos sobre su mejilla en una caricia de indecible ternura, y Elizabeth cerró los ojos, abrió los labios y levantó el rostro. No podía resistirla. Meliodas se inclinó sobre ella, frotó la punta de sus narices como única advertencia y, cuando sintió que ella asentía, unió sus bocas en un beso desesperado. Exhaló, suspiró y gimió al mismo tiempo mientras sus labios se fusionaban, y la albina se vio correspondiendo, de forma tan dulce e intensa como podía. Se abrazaron mutuamente mientras seguían, y el rubio iba con tal empuje que la tenía retrocediendo. Luego por fin la atrapó entre su peso y la puerta, presionando contra ella con un crujido. La tomó por la nuca y la cintura, y unió sus lenguas en una exploración sensual que los dejó a ambos delirando. "Esto es el cielo", pensó el rubio. "Es mi paraíso", dijo mientras sus dedos se entrelazaban. "Meliodas, te amo", pensó ella. Y todo terminó porque en ese momento les abrieron la puerta.

—Mademoiselle! Oh, lo siento. ¿Interrumpo algo? —Sólo las carcajadas de Elizabeth impidieron que Meliodas se arrojara contra su empleado. Quería estrangularlo.

—Para nada, her Gowther. Buenas noches, señor.

—Buenas... —Ella lo silenció con un beso en la mejilla, y cerró la puerta de su cuarto mientras en algún lugar sonaban campanillas—. Buenas noches. —No importaba. Aún les quedaba el siguiente día.


*

Escena extra: El otro secreto

—Mmmm... ¡Mhm! —gemía el castaño cubriendo su boca para que no se escuchara. No es que alguien pudiera oírlo, pues su habitación estaba en el tercer piso, pero igual era imperioso que nadie supiera lo que hacía, pues no quería arruinar su reputación y la de su compañera. La chica bajo las sábanas entre sus piernas era su mejor amiga, pero también su amante, una que había ocultado por años. Ese amorío había comenzado desde que eran adolescentes. Solo que no podían revelarlo debido a sus clases sociales y pasados. Una inmigrante pobre, un heredero rico de la nobleza. Sólo podrían haberse unido bajo la protección de un Demon. Y ahora, era precisamente por un Demon que no podían casarse.

"Diane, tal vez no tenemos futuro", le había dicho alguna vez el oji ámbar a su novia. "A mí mi familia me quiere imponer otra esposa, y si te ven conmigo, tu comunidad religiosa te odiaría ".

"No importa". Le había afirmado ella. "Si no me caso contigo, entonces no será con nadie".

"Sí, ¿pero cuándo? ¿Cuándo podremos casarnos?". Habría sido muy cruel hacerlo en ese momento, considerando las circunstancias. Habían estado a salvo ocultándose bajo la protección de Meliodas, pero era obvio que no podrían hacer público lo suyo usándolo a él como escaparate. Había sufrido demasiado, y el año anterior había perdido a su padre. ¿Cómo ponerlo en medio de un escándalo internacional como el que ellos eran? Una chica común, un príncipe moderno. Eso sólo pasaba en los cuentos de hadas. ¿Y arriesgar el Hotel Kančí, que había sido su refugio y aún era el de muchos?

"Hagamos esta promesa", le dijo ella sonriendo. "Lo haremos cuando nadie pueda señalarnos y el jefe también se case". Ya casi lo lograban. Cada vez importaban menos sus diferencias sociales, las opiniones ajenas o las amenazas familiares. Había paz entre sus comunidades, y no pasaría nada grave mientras nadie se enterara de sus encuentros extramaritales. Ahora solo faltaba la otra mitad de la apuesta, la que incluía a su protector y amigo, y lo que antes parecía imposible, ahora estaba a la vuelta de la esquina. Meliodas, que había sido un Don Juan siempre en fuga, parecía estar enamorando. Estaba cambiando. Y era gracias a la misma persona que los había inspirado a ser valientes lanzándose al precipicio.

—¡Gyaaah! ¡Diane!

—Ya estás listo —dijo ella soltándolo mientras un hilo de saliva aún unía su hinchada piel con sus labios—. La vida es muy corta para vivirla como la vivimos. Ya solo tenemos que esperar un poquito —Ella también estaba empapada, su sexo palpitante y ansioso. Apartó las sábanas de un golpe revelándole su figura desnuda y, mientras la contemplaba embelesado, ella se montó sobre él para cabalgarlo—. Sí... ¡Dios, sí! —gruñó mientras absorbía cada centímetro de su asta—. Descúbrete la boca, King.

—Es... ¿estás segura?

—Sí. Vamos, grita conmigo. Para año nuevo podremos casarnos.

—¡Aaaaah! —gritó él presa de la excitación, pues eso era más cierto que nunca.

El Meliodas oscuro, tradicionalista y frío se disolvía, esa mentira que él había aparentado ser cuando tuvo que asumir el lugar de su padre. Nunca había sido todo eso y, en cuanto superara su sombra, por fin podría ser quien en verdad era. Un altruista, un romántico empedernido. El hermano mayor de todos cuya bendición necesitaban para casarse. El vaivén se volvió frenético, las poderosas piernas de atleta de Diane la ayudaban a impulsarse. ¿Qué más daban las clases sociales? ¿Qué más daban sus orígenes?

"Sólo falta por liberarse él. Sólo falta nuestro amigo". Y, con toda seguridad en que Elizabeth lograría su cambio, ambos se dejaron ir dentro del otro. No dijeron nada, se abrazaron en silencio como todas las noches que habían estado guardando su secreto, sabiendo que ya no tendrían que guardarlo mucho tiempo, y que todo se definiría en la fiesta de año nuevo. 


***

Fufufu *w* ¡A que no se esperaban esa! Hoy vamos directo al secreto de este capítulo: ¿Sabían que lo que dice Derieri al inicio de esta historia sobre visitas reales en realidad se refería a King? En esta trama él es príncipe de una nación extranjera, que se disfraza de civil para poder ir a vacacionar en el Hotel Kančí. Meliodashabía estado encubriendo su romance con Diane, y nadie podía hablar de esto por todas las reputaciones que se verían arruinadas. Qué buena forma de mostrar la personalidad e historia de varios personajes en un cortito, y también es un guiño al cuento de "Intercambio de princesas". 

Dejando un poco eso de lado, ¿no amaron los momentos melizabeth? ^w^ Mucho menos intensos a los que estoy acostumbrada a escribir, pero también mucho más dulces. ¿Y ese beso al último? ¡Uff >3< La tercera será la vencida, ¡y ya mañana es el final! <3 Muchas graciaspor estar aquí, les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos pronto para más. 



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