5 Lecciones de esquí y buenos modales

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Hola a todos, aquí Coco, quien está muy emocionada porque casi casi llegamos al nuevo año ^w^ y también al clímax de esta historia, la divertida aventura de Eli en el Hotel Kančí <3 Aún faltan un par de cosas emocionantes, su romance está floreciendo, y como ya se me tuesta las habas para que vean porqué digo esto, mejor me hago a un ladito para que puedan disfrutar de la lectura de hoy, ¡ya saben qué hacer! Posdata: ¿ya saben qué van a comer en la cena de año nuevo? *w* 

***

"¿Habrá estado bien tratarlo de ese modo?". No podía evitarlo, Elizabeth se sentía un poco culpable por cómo le habló al señor Demon, aunque en realidad no tenía caso lamentarlo, ya que probablemente no volvería a verlo. "Aún así, creo que he exagerado", consideró soltando un suspiro. "Después de todo, no sé sus costumbres. Tal vez esa sea la forma en que los europeos coquetean".

—¿Elizabeth? —preguntó su instructora de esquí trayéndola al presente—. ¿Todo está bien?

—¿Eh? Oh, sí señorita. Solo estaba un poco distraída.

—No es "señorita", es Diane. Tú puedes llamarme así, después de todo, vamos a ser amigas. Anda, ven acá y comencemos con tus clases para que pueda hablarte de todas las cosas locas que vamos a hacer.

—¡Con gusto! —sonrió la albina animándose nuevamente, y se abocó por completo a escuchar las instrucciones de su maestra de snowboard que, como había supuesto cuando le dijeron quién sería su alumna, ya estaba encantada de tenerla. Todos en el hotel estaban hablando de ella y sus amigos le aseguraban que, cuando la conociera, entendería lo que era la navidad hecha persona. Que acertado era eso. Dulce, alegre, luminosa, Elizabeth Liones era una chica que contagiaba a otros su amor por la vida, una cualidad que a Diane le encantaba, pues su especialidad eran las diversiones extremas. Sí, era verdad que la linda Eli no era ninguna deportista, pero aquello no era un circuito de carreras, y parecía tener una personalidad dócil y dispuesta a aprender.

—Eso. Inclínate un poco. Eso es. El balance está en tus caderas, con cuidado, ¡oh cielos! —Se había caído de nalgas riendo, y sus carcajadas eran tan contagiosas que no pudo evitar imitarla—. ¿Te encuentras bien?

—Perfectamente. ¿Y si me tomas de las manos? —Así lo hizo, y esa bella mujer que a veces se comportaba como niña venció la adversidad de un trasero mojado para intentar de inmediato.

—Eso es —dijo soltándola lentamente—. ¡Muy bien! Despacio... Eli, dije despacio. ¡Despacio! ¡Paraaaaa!

—¡Aaaaaaaaaaah! —Lo había hecho demasiado bien y ahora, en lugar de no poder moverse, iba agarrando más y más velocidad mientras la pobre Diane corría tras ella tratando de alcanzarla.

"Demonios", pensó cierto rubio que también estaba esquiando con sus amigos. "Qué idiota fui. ¿Cómo le hable así a la señorita Elizabeth? No sé sus costumbres, ¿qué tal si piensa que soy un depredador sexual o algo?". No tenía caso preocuparse, igual era probable que ya no pudiera verla. Qué equivocado estaba.

—¡Cuidado! ¡Quítense! ¡Aaaaay! —Saliendo disparada y derribando a todos como una fila de bolos salió nada más y nada menos que Elizabeth.

—Wow... —exclamó Meliodas, atropellado la locomotora del amor—. ¡Qué mujer!

—Eso no es nada, Mel —refutó Ludociel, cuyo avance había sido que él aceptara que lo llamara por su nombre—. ¿Quieres ver a una profesional? Te enseñaré una profesional.

—Pero jefa —trató de detenerla Solaseed—, esto no es un circuito de carreras. Si hay un accidente usted podría... —Ni la escuchó. Esa mujer ya la tenía harta, esa tonta albina cuya identidad nadie había sabido descifrar. Aquello debía ser una treta para quitarle a su hombre, era un sucio truco para volver a llamar su atención. Se lanzó a por ella camino de la montaña y, con sus dos esquís, alcanzó rápidamente a la tabla que en realidad estaba fuera de control.

—¿Qué tal? ¿Disfrutando el paseo?

—¡Waaaaaaaah! —Fue la respuesta de la peliplateada, cuya reacción fue agarrarse a la "profesional" mientras se derrapaba sin control haciendo que sus tablas se atoraran.

—¡Suéltame! ¡¿Acaso estás loca?! ¡Da la vuelta!

—¡No sé cómo! ¡Kyaaah! —gritó tirando de ella hacia atrás, justo a tiempo para salvarla de la gran rama de un árbol... y también haciendo que girara como una perinola hasta caer de cara.

—¡Perra! Nadie me hace tragar nieve, ¡maldita!

—¡Qué lenguaje! ¡Aprenda modales!

—¡Yo te enseñaré buenos modales! —exclamó Ludociel fúrica, y se volvió a lanzar contra ella—. ¡¿Trataste de matarme, estúpida?!

—¡Vamos a morir!

—¡Voy a matarte!

—¡No! ¡Vamos a morir! ¡Waaaaaaaaaah! —Y Ludociel tuvo que imitar su grito, pues ambas salieron volando por la pendiente, disparadas hacia un vacío del que no veían que había abajo. Una derrapada sobre el techo de una casa, más nieve amortiguando su peso... y Elizabeth terminó su loco viaje aterrizando triunfante sobre una mesa de picnic mientras la otra caía en un contenedor de basura. Cuando ambas por fin entendieron lo que había pasado, la primera en hablar fue la albina—. ¡Vamos a vivir! ¡Sí! —Y la gente le aplaudió mientras su enemiga escupía una cáscara de banana y la apuntaba furiosa.

—¡Zorra! ¡No sabes esquiar! ¡Estarás en la corte los próximos seis años!

—¡Por mí está bien, linda! —respondió mientras todos chocaban sus palmas, y Ludociel tuvo que admitir que, por esa ocasión, había sido completamente derrotada.


*

Ya se estaba haciendo tarde, probablemente debía regresar al hotel. Sin embargo, no quería rendirse. Después de volver hasta donde estaba Diane y disculparse, había intentado continuar con sus clases hasta que el tiempo programado las detuvo. Lo había hecho mejor, más o menos. Prefirió la zona infantil que tenía valla. Luego se había puesto a practicar por sí misma, pero se estaba oscureciendo, y aún no sabía si lo lograría. "Bueno", pensó resignada. "Está bien, no pasa nada. No pude dominarlo como quería, pero... tal vez en mi otra vida. Querido señor, ¿me dejarás algunas memorias de mi pasado para que sepa que debo volver a intentar esto?". El cielo le contestó titilando una estrella, y ya se había puesto de pie para probar de nuevo cuando la detuvo una voz tras ella.

—¿Qué está haciendo aquí, señorita? —reconoció de inmediato quién era, y apenas podía creerlo.

—¿Señor Demon?

—Buenas noches. Está comenzando a hacer mucho frío, ¿y aún sigue esquiando?

—No en realidad —rió mientras se recorría indicándole que podía sentarse con ella en el tronco—. A lo que yo hago no se le puede llamar esquiar. Estoy intentando, pero parece que este no será el día que lo consiga.

—Le suplico que no tome en cuenta las palabras de la señorita Shine, estaba fuera de sus casillas debido a la competencia —saltó de inmediato con expresión avergonzada—. Y ya que estamos, también le ruego que no tome en cuenta lo que yo dije. Disculpe mi falta de modales.

—¿De qué habla?

—De mi forma de abordarla en los baños. Fui grosero. No era mi intención hacerla sentir invadida. Creo que me dejé llevar porque... porque la encuentro muy atractiva —Elizabeth se quedó paralizada al oírlo. ¿La consideraba atractiva?—. Sé que eso no es excusa.

—No, descuide —lo detuvo sintiéndose ofuscada por su confesión tan sincera—. Yo también, creo que fui mal educada. Es decir, usted solo estaba siendo un poco coqueto, y tal vez me lo tomé muy personal. Pero verá... —¿Se lo contaría? ¿Le confesaría la razón por la que estaba ahí? No, no había caso ni quería—. Es que me tomo muy en serio esto de mi retiro. Es por eso que soy tan terca con el esquí. No tengo mucho tiempo para aprenderlo, y a donde voy no habrá nieve como ésta.

—Sí, comprendo. Volverá a casa tras las vacaciones de invierno —No, iría al cielo, pero él no tenía porqué saberlo—. Pues si es así, permítame ofrecerle lecciones como disculpa.

—No creo que ningún instructor esté disponible a esta hora, señor. Y ya tengo planes mañana.

—Me refería a que me permitiera enseñarle —Un hermoso sonido de campanas como las del trineo de Santa Claus se escucharon a lo lejos, súbitamente todas las luces del camino se encendieron, y entre tanta hermosura, Elizabeth percibió cómo también prendía algo dentro de ella—. ¿Qué dice? ¿Acepta?

—¡Claro que sí! —Qué hermosa era la nieve. Aprovecharon los últimos rayos del sol y los primeros de la luna para continuar con la práctica y, antes de darse cuenta, se tomaban de las manos como niños.

—Cadera. Así... —Y luego usó sus manos para acomodarla—. Equilíbrate con tus brazos... eso. ¿Me permites tomarte por la cintura?

—Mientras no me sueltes. —Era un maestro muy gentil. Ambos olvidaron por completo lo pasado, sus expectativas y prejuicios, y simplemente se dedicaron a disfrutar el momento. Ya sin miedo y sin presión, esquiar resultaba fácil. Cuando finalmente pudo hacer una línea larga sin caerse, ambos gritaron de felicidad.

—Muy bien, ¡vamos! —Y se lanzaron juntos una última vez por la pendiente de adultos.

El aire frío en su cara, el aroma a pino, la sonrisa de su nuevo amigo. Todo eso se grabó en la memoria de Elizabeth como con fuego, y cuando pararon, ambos se sentían los reyes del mundo. ¿Cómo agradecerle? ¿Cómo pagar aquel milagro? Ella se inclinó para tratar de estrechar su mano, pero apenas lo hizo, al que le tocó resbalarse fue él, y ambos cayeron sin poder evitarlo.

—En verdad lo siento, fue mi culpa, yo... —¿Por qué había tenido que caer sobre ella? ¿Por qué todo era tan suave y tibio? ¿Por qué sus narices estaban tan cerca? Sus alientos se mezclaron en una sola nube de vapor, y sus ojos se encontraron, azul de invierno y verde primavera. No podían apartar la mirada, buscaban desesperadamente algo en la del otro. Ella fue la primera en encontrarlo. Sonrió como mil estrellas, estalló en risas, y le dio un abrazo, un abrazo cálido, fuerte y amoroso como el que él había buscado toda la vida.

—Por cierto, feliz navidad atrasada —le dijo juntando su mejilla con la suya—. Me llamo Elizabeth. Elizabeth Liones, es un placer conocerte. —¿Hacía cuánto que no probaba esa felicidad? ¿Hacía cuánto que la había esperado? Le devolvió el abrazo, riendo para ocultar que quería llorar.

—Pues feliz navidad, Eli. Creo que por hoy hemos terminado, ¿me aceptarías una invitación a cenar?

—Será un placer. —El ángel y diablo en los hombros de Elizabeth se tomaron de las manos para hacer una danza irlandesa, y ellos amigos también, no para bailar, sino para ir de regreso a donde todo había empezado.


*

—¡Mademoiselle Liones! —exclamó Ban feliz viendo cómo se acercaba en un bello vestido blanco—. Como siempre, es un honor tenerla aquí. Hoy preparé una mesa especial para usted.

—Chef, es usted un encanto. No creo que haya problema si invito a un amigo, ¿verdad?

—Desde luego que no, ma chére. ¿Quién...?

—Hola, Ban. —¿Cuándo fue la última vez que había visto a su viejo amigo vestir de un color que no fuera negro? Ese día llevaba un suéter verde que, aunque serio, rompía por primera vez su luto.

—Será un verdadero placer atenderlos —dijo haciendo una profunda reverencia a ambos—. Está bien si quieren invitar a más personas, pero en esta mesa especial hay una sola condición.

—Sin sustituciones. —rió Meliodas, y su sonrisa fue aún más impactante para el chef que su ropa.

—Descuide. Comeremos su menú exactamente como usted lo prepare —Ban besó la mano de la chica sonriendo de oreja a oreja, y regresó a la cocina murmurando " sin sustituciones". Media hora después, Meliodas, Elizabeth, King, Escanor y Merlín comían juntos, y Ludociel se había quedado sola con su asistente en el espacio VIP—. Por favor —pidió la albina al rubio tocando su mano—. ¿No la podemos invitar? Ya sabes, por el espíritu de las fiestas. Además, creo que le debo una disculpa por atropellarla.

—De acuerdo. —dijo no muy convencido, y en menos de un minuto ya habían incluido a la dama.

—¡Cielos! ¡Cómo comí! —exclamó el chico de ojos ámbar con las mejillas chapeadas y una gran sonrisa.

—Una comilona magnífica. —aprobó Escanor, y su esposa corroboró la opinión usando su servilleta.

—Muchas gracias por tu generosidad, Elizabeth —acotó la pelimorada intentando ser amable—. Si tuviera más inversoras como tú, ya podría retirarme. ¿Cuál es tu giro?

—¿Qué en qué trabajo? Por el momento sólo en mí misma —soltó a modo de broma haciendo reír a todos—. Pero solía trabajar en ventas.

—¡Así que hacemos lo mismo! —exclamó Ludociel tratando de parecer contenta. Bueno, al menos el secreto parecía estar aclarándose—. Y al parecer, lo hiciste muy bien, viviendo como vives ahora.

—No realmente, sólo ahorre y recorte muchos cupones —dijo de buen humor haciendo lo que todos tomaron por una broma financiera—. Creo que al final no era lo mío. Les confieso que siempre quise hacer algo más.

—Con cupones —siguió su rival sin quitar el dedo del renglón—, ¿te refieres a bonos?

—No, yo vendí todos mis bonos.

—Señorita Liones —las interrumpió el caballero de bigote—. Como representante del comité de comercio, siempre me ha interesado cómo personas como usted se informan de la operación del mercado. Dígame, ¿cuál perspectiva que ve para el futuro en este ámbito?

—Oh, querido Escanor —dijo con tal confianza y franqueza que hizo sonreír al enorme hombre—. No lo sé. A veces creo que el futuro es demasiado deprimente como para pensar en él.

—Señorita Elizabeth —se unió Merlín—. ¿Qué hará mañana? Nos encantaría continuar la conversación.

—Un segundo, esperen —Los cortó Ludociel cada vez más alarmada—. Nosotros ya tenemos compromiso, ¿recuerdan? Arreglé que todos fuéramos a una visita guiada al Moser, la famosa fábrica de cristal.

—Se oye maravilloso. Pero respecto a mí —continuó Elizabeth—, iré a la base de salto.

—¡¿La base de salto?! —gritó Meliodas—. ¿Es donde te tiras de una presa gigante usando paracaídas?

—Así es. Dicen que es una experiencia liberadora

—¡Cielos! —exclamaron todos, y la pelimorada sintió como si algo se le atorara en la garganta—. Querida Luli, ¿por qué no vamos nosotros también? —El apodo cariñoso que el rubio le había puesto a su socia les tomó a todos por sorpresa, aunque se veía que mucho más a ella, conflictuada entre enojarse o verlo como progreso. Al final decidió tomarlo como lo segundo y, por primera vez desde que aquella absurda competencia había empezado, vio claramente que esa era su oportunidad de ganar.

—Por supuesto, ¡por supuesto! Sin embargo, no iré solo a ver. —Proclamó mirando a Elizabeth con desafío. Y así se estableció. Ambas saltarían juntas de un precipicio.


*

—Auch... —se quejó la pobre Solaseed sobando su espalda. Llevaba demasiados días haciendo de cargadora para su jefa, y ahora, el peso había comenzado a pasarle factura. Se tardaba demasiado en ir al baño.

—¿Se encuentra bien? —preguntó la albina que era la razón de que Ludociel estuviera estreñida.

—Sí, no es nada. Un ligero dolor, eso es todo.

—Pues cómo no, mire cuánto carga. Permítame ayudarle.

—¡¿Cómo dice?! —Antes de que pudiera detenerla ya le había quitado una botella y el pesado abrigo, dejándola solo con la bolsa, que era más manejable. Nunca en toda su vida una persona rica la había tratado de esa forma, o siquiera se había dignado a hablarle—. Gra... Gracias.

—Un placer. Pero escuche, no debería cargar con tanto usted sola. Estoy segura que el personal del hotel estará encargado de proporcionarle asistencia si lo necesita.

—Lo sé, no es eso. Verá, es que la señorita Ludociel es muy exigente. Dice que no confía en nadie para cuidar sus cosas más que yo o ella misma. Y como soy su asistente, es mi deber hacerlo.

—Pues para mí, eso es abuso —soltó de golpe—. Y dudo mucho que eso venga establecido en su contrato. Debería solicitar apoyo si lo necesita.

—Yo... —Y entonces, ocurrió un milagro. El imponente y mudo guardaespaldas de la señorita Shine se paró ante ellas, miró a la pequeña asistente con intensidad. Y también le quitó el bolso de las manos—. Arbus...

—¿Lo ve? —sonrió Elizabeth con ganas dándole sólo la botella—. Está bien pedir ayuda. Y también, darse descansos. Tome esto —dijo entregándole un elegante ticket firmado—. Un regalo. Vaya por un masaje descontracturante con el señor Drole, le aseguro que no hay mal que no curen sus manos. Ahora debo irme. —Ambos miembros del staff de Ludociel contemplaron su halo de pelo plateado alejarse y, cuando volvieron a mirarse mutuamente, tenían idénticas expresiones asombradas.

—Es una mujer extraña, ¿verdad? —El musculoso guardián asintió en silencio—. Pero... creo que me gusta. ¿Me ayudarás, Arbus? Es decir, ¿cuando la señorita no nos vea? —El fornido hombre afirmó con una cabezada, y entonces la rubiecita miró de nuevo el tiquete muy contenta—. Sí, definitivamente me gusta.

—¿Qué dices? —preguntó gruñona la pelimorada regresando del baño—. ¿Qué murmuras?

—¡Nada, jefa! —exclamó alarmada la asistente mientras le ponía el abrigo. Y pese a estar en diferentes bandos, ese gesto le ganó a Elizabeth otra amiga.

*

Escena extra: El vestido rojo

—Ahhh... Uhmmm...

—Gelda... —Fuera estaba nevando. Casi era medianoche, y hacía frío, pero el director y la modista apenas lo sentían. Él la embestía de espaldas contra la ventana, y el calor que sus cuerpos emanaban empañaba el cristal fino. Las manos de la rubia se apoyaban en el vidrio dejando marcas como las de cierta película famosa, y sus ojos se reflejaban en la superficie pulida, de modo que podían mirarse mientras lo hacían.

—Zeldris, ¡Zeldris! —exclamó sintiendo una contracción especialmente poderosa, y él aprovechó para terminar de bajar su vestido, liberando sus pechos, ya expectantes de sus caricias—. ¡Aaaah! —Los apretó con sus manos, deleitándose en lo grandes y pesados que eran. A continuación repartió besos en su cuello, y ella sintió que se enloquecía—. Por favor. ¡Por favor!

—Aún no, querida —declaró con firmeza su amante—. Quiero que sigas mirando por la ventana.

—Sí... —aceptó con docilidad, y siguió mirando, a la espera de lo que él quería mostrarle.

—Un poco más... un poco más... —Y entonces apareció. En la marquesina digital de las tiendas frente al hotel comenzó a destellar un letrero que anunciaba una preventa exclusiva de sus vestidos. Su primera gran colección como diseñadora, patrocinada por la House of Mode y el Gran Hotel Kančí.

—¡Oh, Zeldris! —gritó llegando al orgasmo, pero ni así él la dejó ir. Se enredó su trenza en la muñeca para aferrarla bien de la nuca y, enterrando en sus caderas los dedos de su otra mano, la atrajo hacia él, comenzando a embestirla como una bestia. Exactamente como le gustaba a Gelda. La marquesina dejó de verse debido a todo el paño y, cuando finalmente la hizo alcanzar la gloria, también se dejó ir con ella. Se quedaron ahí, abrazados, de rodillas en la alfombra contemplando la vista. Ninguno quería salir del otro, y simplemente giraron sus rostros para besarse y enredar sus lenguas.

—Feliz navidad atrasada.

—Zel, qué detalle tan maravilloso. ¿Cuándo te enteraste?

—Esta mañana. Por eso no pude mostrártelo antes. Los jueces de la casa de moda tardaron en dar su veredicto, y mi hermano no aprueba los favoritismos, así que también tuvo que evaluarlo. Con todo, mandé hacerlo antes de tiempo. No tienes idea de lo feliz que me hace que al final si vamos a usarlo.

—Mi amor. Gracias por este regalo —Un beso más, se fueron separando, y mientras él se abrochaba el pantalón, ella soltó un suspiro—. Cómo me gustaría que Meliodas pudiera aceptarme como familia.

—Sí te acepta —refutó el moreno, y le tendió su mano para ayudarla a pararse—. El problema no está en ti, sino en mí. El detalle con los hijos ilegítimos es que las familias nos rechazan, y él trata de protegernos del resto de los Demon fingiendo que no estamos relacionados. Pero nos ama Gelda, lo sé porque lo conozco. Y pese a las desventajas que tengo por ser bastardo, él me regaló el privilegio de amar y hacer lo que quiera.

—No es justo —insistió mientras se acomodaba el vestido—. No es justo que tu hermano siga atado a esas tradiciones arcaicas. Es el siglo XXI, y no creo que él necesite más nada de su otra familia. ¿No podría dejar a un lado el clasismo y asumir que somos la verdadera?

—Sé que lo hará algún día, cuando esté listo. Tiene demasiado miedo de dejar ir lo que conoce, o a ir contra nuestro padre y su doctrina. Creo que aún no supera su muerte. Después de todo, también lo amaba.

—Si tú lo dices. —comentó escéptica la rubia al considerar lo sombría que había sido esa figura.

—Lo digo. Cambiando a un tema más alegre... —dijo abriendo una caja que ella había dejado sobre su escritorio, revelando un hermoso vestido rojo con incrustaciones de cristales—. Al parecer tú también tenías confianza de ganar el patrocinio para tus diseños. Esta pieza es exquisita, ¿ya tiene clienta?

—No, es para una amiga. De hecho, venía a preguntarte su número de habitación. Elizabeth quería repetir el mismo vestido rojo para ir a la Gran Fiesta de Año Nuevo, y como su asesora de imagen, no podía aceptar tal cosa. Además, llevo trabajando mucho tiempo en este, y quería que fuera usado por alguien especial. No hay nadie tan especial como ella en el hotel en este momento, y además, se ha vuelto tan famosa que estoy segura que me hará buena propaganda.

—En efecto —sonrió el moreno impresionado con la elegante rosa hecha con seda—. Tiene el Kančí Klobouk de cabeza. ¿Sabías que incluso salió en una revista para esquiar?

—No lo sabía. Bueno, si lleva esto, me aseguraré de que salga en una revista de modas. Pero incluso si no, tengo otra razón para querer que lo use.

—¿Y cuál es? —Una sonrisa pícara curvó sus labios rosados, y logró poner al pelinegro nervioso, pues sólo hacía ese gesto cuando pasaba algo importante.

—Los rumores dicen que ha establecido una... interesante amistad con tu hermano mayor. No sé cuánto pueda hacer por él, considerando las circunstancias. Pero sí creo que podría ser la primera de todas las mujeres con las que ha estado que de verdad lo enamore. Tal vez eso es lo que necesita para cambiar.

—¿Enamorarlo? ¿Para antes de año nuevo? Imposible.

—Ya veremos —dijo Gelda con astucia mirando de nuevo el vestido—. Ya veremos.


***

Creo que Gelda tiene razón, fufufu ^u^ ¡Y sha! *0* Eso sería todo por hoy, cocoamigos. ¿A qué el romance se va construyendo muy bien? ¿No les pareció adorable el amor sobre la nieve? A mí siempre me encantan este tipo de escenas, y es curioso, porque este gusto se relaciona al secreto del capítulo de hoy: ¿sabían que Coco ama la nieve en las películas, pero la odia en la vida real? XD Así es, soy una flor tropical, y prefiero los climas cálidos en vez de los fríos. La única vez que estuve en la nieve fue cuando visite un volcán y subí la montaña. No es divertido, si el viento sopla fuerte los copos se sienten como navajas ->n< inevitablemente acabas mojado, y el algún punto se entumen los dedos y la punta de la nariz. Irónicamente, mi novio es de Glasgow, ¡¿qué haré cuando vaya a visitarlo y me congele?! Jajajajnciausbxyhas XD Bueno, ya se verá.

Nos vemos mañana cocoamigos, les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren nos vemos pronto pronto. Posdata: sigan pasando felices fiestas <3 



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