4 Tout le menu y un poco más

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Por fin, ¡el sexyness llegó a esta historia! *w* Hola a todos, aquí Coco, quien cada vez más está más calentita pese al frío que hace, y que se enorgullece en anunciar que hoy, por fin, habrá un poquito de picante en mi Especial de Navidad. Ya se parece más a lo que suelo escribir XD aunque claro, esta vez es sutil y super tierno. Me sorprende mucho lo bien que ha sido recibida esta obra pese a que aún no le había puesto limoncito, por eso, estoy segura que mis corazoncitos de azúcar van a amar la entrega de hoy, fufufu <3 Pero no me crean, mejor acomodense, traigan su bebida caliente, y vayan a disfrutar de la lectura de hoy. Ya saben qué hacer °3^

***

A Elizabeth no le gustaba para nada la idea de que pronto iría al cielo. Es decir, siempre había querido ir, pero no tan pronto, no de la forma en que le estaba tocando. Sin embargo, y por primera vez desde que recibió su funesto diagnóstico, la joven acababa de ver sus beneficios. De no saber que le quedaba tan poco tiempo de vida, jamás habría iniciado ese viaje maravilloso. Y jamás habría entendido cómo era el paraíso.

"Así debe ser", pensó mientras entraba al famoso restaurante del hotel, "Querido señor, ¡te suplico que, cuando muera, mi cielo sea igual a esto!". Todo madera blanca, todo de hermoso cristal, con mantelería crema y plata, y cortinas de tela tan brillante que casi parecía dorada. Pero si todo eso no era suficientemente de ensueño, estaba el aroma. Olía a deliciosa comida, licores y postres. Su nariz entrenada por años en el arte culinario detectó tal variedad de platillos que por un momento se sintió mareada y, llena de emoción, siguió flotando al capitán hasta una mesa.

—Esto, ¿podría estar un poco más alejada del candelabro y cerca de la cocina, por favor?

—Por supuesto, mademoiselle —Más valía. No dudaba que la antigua lámpara de cristal que pendía del techo fuera de excelente calidad pero, por si las dudas, lo mejor era acercarse a las puertas de su cielo sin poner en riesgo su vida de la misma forma—. Enseguida le atenderán.

—Gracias. —Y ahora, a esperar. Su estómago rugía de hambre, ya se relamía aún sin saber que iba a querer. Cuando por fin llegó la joven de smoking blanco con el menú, casi le salta encima. La fina carta llevaba un lazo ribeteado y, al final de todo, estaba la firma del chef. La acarició sintiéndose la chica más afortunada del mundo, y escuchó los nombres franceses de los platillos sintiendo que le hablaban de amor.

—La especialidad maison: cassoulet, risotto barolo con trufas, rouget citrus beurre blanc con alcaparras, codorniz asada con relleno brioche, y ternera asada en sangre de salsa de naranja Relish.

Un poderoso recuerdo la asaltó en cuanto terminó de escuchar todo aquello. Tal vez se debía a que cuando era pequeña nunca había podido comer todo lo que quería, tal vez era un hábito aprendido en el orfanato al saber que podía pasar muchas horas sin alimento, o tal vez simplemente era buena genética. Lo cierto es que ella era capaz de ingerir una gran cantidad de alimento de una vez sin que le afectara, y por un instante evocó su primera cena de navidad con los trabajadores del centro comercial Shine, cuando su jefa Nerobasta gritó ante todos que su único talento era "comer como una cerda sin engordar nada". "Si sólo sirves para lucir bonita, cuida tu figura o serás despedida". Ahora las cosas eran diferentes.

—Se escucha maravilloso. ¿Tendrá las mismas especialidades mañana?

—No —respondió la mesera con suficiencia—. El chef Ban nunca hace el mismo menú dos veces.

—Bueno pues entonces... —dijo Elizabeth sintiéndose por fin libre de todo ese pasado—. Más vale que lo pruebe todo esta noche. —La chica de pelo azul abrió sus ojos como platos, casi se le cae su cuaderno de notas y, cuando por fin pudo sumar uno más uno, tuvo que preguntar para estar segura.

—¿Tout? ¡¿Todo?!

—"Tout", querida. Completamente.

—¡Al instante Mademoiselle! —exclamó la joven casi haciendo un saludo militar, y salió corriendo hacia la cocina donde el famoso chef estaba haciendo una rabieta. Alto e imponente, con ojos de un brillante color arándano y cabello blanco, Ban Renard no era un hombre cuyos enfados debieran tomarse a la ligera, y sólo su efusividad impidió que la asombrada chica se lanzara sobre él con la increíble comanda.

—¡No! ¡No! ¡No! Gustave, ¿cómo te atreves a traerme esto?

—Señor, así es como lo solicitó la señorita Shine.

—Sin sal, sin leche, sin queso, sin trigo, sin mantequilla, sin grasa, ¡con un demonio!

—Querido, calma. —Acotó la hermosa y pequeña sous-chef.

—Elaine, esto es un insulto. ¿Por qué no sólo les servimos platos con una menta y un vaso con agua? Seguro así no engordan. Carajo, ¿por qué se molestan en comer? ¿Por qué insisten en venir a mi restaurante si desde un principio no les interesa lo que hacemos? —Ese era el momento perfecto.

—¡Chef Ban!

—¡¿Qué?!

—Tout le menu. —Su furia quedó congelada en el acto, e incluso logró paralizar un segundo la cocina.

—Perico... —dijo tomando la nota—. ¿Cuántas personas hay en esta mesa?

—Es Jerico, señor. Solo una. —sonrió contenta. Espera. Más silencio. Y luego, una resplandeciente sonrisa.

—¿Sin sustituciones? —preguntó la rubiecita, que también era esposa de Ban. En cuanto su mesera estrella asintió, el revuelo se alzó en la cocina—. ¡Tout le menu! ¡Marche!

—Me fascina esta mujer. Porque es mujer, ¿verdad?

—Oui, chef. Y la mademoiselle se veía hambrienta.

—Yo mismo prepararé el cassoulet. —Nunca, desde que él había entrado al servicio del hotel, lo había hecho tan feliz trabajar a toda marcha. Y ciertamente no se había visto una persona tan llamativa entre la clientela. Cuando estuvo todo listo y los meseros empezaron a desplegarse para atender a la dama, no hubo uno solo de los comensales que no volteara a verla. Ludociel casi dobla el tenedor por la fuerza con que apretaba.

—Querido señor, gracias por estos alimentos, ¡amén! —dijo Elizabeth apurada, y mientras ella disfrutaba de su cena, su rival en la mesa del fondo se ponía verde de la envidia.

—¡Wow! —rió Escanor rizando su bigote—. Qué forma de llamar la atención, ¡me encanta!

—El chef va a amarla —acotó King picando su ensalada—. Ban adora a la gente con un apetito como ella.

—Ciertamente —se sumó Merlín—. Los tiene comiendo en la palma de su mano. Espero que al chef no le pareciera mal que nosotros hayamos pedido una cena tan frugal —concluyó la morena echando una mirada de reojo a la pelimorada—. Sería una pena si lo ofendimos, me encantaría poder saludarlo.

—¡Lo hará! —exclamó Ludociel con seguridad, pues había arreglado eso con el jefe de camareros, y sabía que Ban se sentiría obligado por todos los años que la había servido—. Vendrá en un rato, ya verán. —Y en efecto, así fue. Apenas pasó el tiempo prudente para que los comensales terminaran su cena, Ban salió de la cocina. Sin embargo, no fue ella a quien hizo la visita. Con una sonrisa amplísima y haciendo una elegante reverencia, se presentó ante la hermosa albina con ojos brillantes que le aplaudía.

—Espero haya encontrado todo de su agrado.

—Eso es quedarse corto. Chef Renard, ¡toque el cielo! Y no se preocupe —guiñó el ojo en actitud cómplice—. Yo también uso ese ingrediente secreto, no se lo diré a nadie.

—¿Ingrediente secreto? —La chica se acercó a él para susurrar la confidencia en su oído.

—Usa un poquito de manteca de puerco, ¿no? No se preocupe, a mi me fascina, pese a lo que otros puedan pensar de ella. No es ni remotamente tan mala como se cree, y es una gran arma en la cocina.

—¡Qué paladar tan sensitivo! —exclamó asombrado—. Así es, setenta por ciento grasa sin impurezas y treinta grasa de puerco. La única que me había descubierto era mi esposa. Dígame, ¿le gusta cocinar?

Meliodas pudo saberlo solo mirando de lejos. Por la cara que estaba haciendo el albino, también estaba fascinado con ella. Seguramente se haría su amigo, y aquello se confirmó cuando Elaine llegó trayendo un postre y se unió a ellos en la mesa. ¿Quién era en realidad esa mujer? No lo sabía. Solo sabía que la próxima vez respetaría el menú de Ban tal como era, y también, que buscaría la forma de arreglar un encuentro con ella. Mientras, Ludociel se había rendido al intentar explicar su infalible dieta a base de aceite de oliva, y decidió enfocar el resto de su energía en hacer un plan para lograr justo lo mismo que el rubio deseaba.


*

—Uff, ¿eso no está muy caliente?

—No tanto como parece mademoiselle. Si siente alguna molestia las retiraré de inmediato.

—De acuerdo. —Terapia con piedras calientes, cuencos tibetanos, masaje, reflexoterapia y aromaterapia. Elizabeth había decidido dedicar ese día a disfrutar como nunca en el spa, una experiencia que jamás había tenido y que, además, le estaba encantando. ¿Cómo es que no había intentado hacer eso en casa antes? Solo cuidarse, apapacharse un rato. Hubiera sido maravilloso darse esos pequeños descansos para recuperarse del trabajo de vez en cuando. Suspiró con nostalgia mientras la terapeuta la dejaba reposar de su masaje con algas, y se quedó mirando al techo, tratando de no dejar que se desbordaran las lágrimas.

"¿Por qué, Dios?", preguntó a su amigo en el cielo. "No quiero morir, quiero vivir", al final sí que se derramaron, y la albina se las limpió con una sonrisa, pensando en lo curioso que era que aquellas algas hubieran probado de ella un poco de agua salada, como si hubieran vuelto al mar. No tenía tiempo para desanimarse o estar triste. Según los folletos que le dio Gowther, aún había demasiadas cosas qué hacer en el Hotel Kančí, y dejó que la emoción la embargara sin saber que, al mismo tiempo, había otra persona casi igual de emocionada por conocerla.

—¿Es seguro que está ahí?

—Sí, señor —dijo el apuesto y delgado pelirrojo que era el gerente del spa—. En este momento la señorita Liones se encuentra en el hidromasaje. Debe apurarse si quiere verla, pues casi se termina el tiempo que pidió, y después de eso, no sé lo que hará.

—No importa. Solo necesito un momento para conocerla. Si al final no me agrada, no necesitaré saber más. —Por respuesta el empleado suspiró, frunció el ceño, y llevó las manos a las caderas.

—Vas a intentar seducirla, ¿verdad Meliodas?

—No... —dijo no muy convencido y con expresión pícara—. Solo quiero charlar con ella, es todo.

—Trátala bien, por favor —pidió el pelirrojo—. Es una flor delicada, no una de esas femme fatale a las que estás acostumbrado.

—¿Y eso? —preguntó el rubio alzando una ceja, pues nunca había visto a su amigo tan interesado en cuidar de alguien que apenas conocía—. Gloxinia, no me digas que a ti también te ha hechizado.

—Solo sé que Drole asegura que tiene "el aura de un ángel", y que Matrona, Gerheade, Helbram y Dayana nunca habían sido tratados con tanta gratitud y respeto por un cliente. En cuanto a mí, ni una vez me ha fallado mi nariz al reconocer la esencia de una dama, y la mademoiselle definitivamente huele a ternura, calidez y pureza. No le interesan los problemas, así que no se los cauces y compórtate, ¿sí?

—Lo haré. —Y con esa corta frase de doble sentido, el rubio dejó a su enojado amigo para ir a buscarla.

Y ahí estaba. Buena o no, en efecto parecía divina. La señorita Liones flotaba cerrando los ojos en medio del agua burbujeante y la espuma, como una Venus emergiendo del mar, los ojos cerrados en una expresión de deleite, y una sonrisa tan pacífica que incluso logró calmar un poco la lascivia de Meliodas. No había podido dejar de pensar en ella desde lo del lobby. Ahora transformada, además de vulnerable y sola, lo hizo dudar de si lo que quería era cuidar de esa " flor" o tomarla entre sus dientes para bailar tango. Bueno, al final del día era un caballero. Inhaló profundamente para calmarse, dejó que sus modales enfriaran sus sentimientos y, con una sonrisa, entró con ella al enorme baño aparentando que el encuentro era una coincidencia.

—Dicen que estas aguas tienen poderes curativos —comenzó—. Te dejan llegar a los cielos. —Ella soltó una adorable risita que hizo eco en las baldosas, y lo miró de reojo divertida.

—¿Sí? Pues espero que sea cierto, sería muy conveniente. —Que senos tan maravillosos. Solo los vio un segundo, pero parecían cremosos, suaves y firmes. Regañándose internamente por parecer un adolescente hormonal, apartó la idea de su mente mientras se colocaba frente a ella para saludarla.

—Meliodas Demon, mademoiselle, es un placer conocerla.

—El placer es mío, señor. Me alegra ver que ya se siente mejor.

—¿Disculpe?

—El otro día —dijo por fin abriendo los ojos—. Se veía muy triste. Me alegra ver que hoy luce menos preocupado, no está bien andar con un aura tan sombría entre navidad y año nuevo.

"Espera, ¡¿qué?!". El pobre no sabía ni por donde empezar a analizar lo que dijo. Por una parte, ella lo recordaba, y eso era bueno. Por otra, había sido capaz de ver a través de él, y no estaba seguro de que aquello le gustara. Lo hacía sentir vulnerable. Lo que acabó de inclinar la balanza hacia el lado negativo fue que lo llamó "sombrío", pues nunca nadie le había dicho tal cosa. Bueno, tal vez sí. Solo Zeldris, el día en que pelearon y le gritó que era igual a su padre. Aquello lo hizo subir inmediatamente a la guardia.

Mientras, Elizabeth también había comenzado un pequeño diálogo interno. "Oh Dios. Este hombre es muy guapo, no sé qué voy a hacer". "¡Sedúcelo!", gritó de inmediato el diablo en su hombro izquierdo, "Sedúcelo y llévalo a casa con mamá". "No, yo no soy así", se rió de la propuesta, "A mí no me gusta hacer así las cosas". "Entonces, hazte su amiga", recomendó el ángel en su hombro derecho. "No hay reglas contra eso, y sería bueno tener compañía antes de irnos". Era cierto. Ya no quedaba tiempo, y si quería entablar una relación, no veía porqué no podía. Jamás fue capaz de coquetear incluso cuando le gustaba un muchacho, era demasiado tímida. Pero no solo quería coquetear. Quería ser buena con él, y en eso era una experta.

—¿También vino aquí por un retiro de salud? —preguntó interesada.

—No exactamente. Soy inversor del hotel, y vengo una vez al año para asegurarme de que todo marche bien.

—Es una forma muy fría de decir que está en sus vacaciones de navidad, ¿no cree? —sonrió bromeando para estupefacción del rubio—. A mí me encantan estas fechas. Son la mejor época del año, el momento ideal para disfrutar de los amigos y la familia. Dígame, ¿vino a visitar a alguien? —Acababa de tocar un tema delicado.

"Zel", pensó internamente. Su hermano pequeño, ese que en su círculo social era desdeñado por ser un hijo ilegítimo. "Chicos". Sus amigos, los empleados del hotel, gente a la que había rescatado para darle trabajo, pero con los cuáles no podía relacionarse de forma abierta por la diferencia en su clase social. Los amaba muchísimo. Pero sus negocios requerían mantener un estatus y reputación, de modo que esa había sido la única forma de tenerlos a todos a salvo. Con él lejos, muy lejos, y una sola fecha para estar con ellos como un cliente más. Miró de nuevo a los hermosos y cristalinos ojos de su compañera, y le cortó el camino.

—¿Y usted? ¿Vino de visita o... acompañada por alguien?

—Ni uno ni otro —respondió con naturalidad—. Sólo vine a disfrutar mis vacaciones de navidad.

—Ya veo —dijo un tanto seco, y decidió cambiar de tema para salvarse—. ¿A usted le gusta la navidad?

—¡Muchísimo! —Parecía tan honesta que incluso lo hizo reír—. ¡Me encanta todo lo que implica!

—Claro... —Ya sabía por dónde iba. Interesado, Meliodas trató de ponerla a prueba—. La moda, los productos de temporada, los regalos. ¿O tal vez la cena con la familia? —La respuesta de prácticamente todas las mujeres a las que les había hecho esa pregunta se parecían. O bien se iban por un análisis de marcas y estilos, o intentaban abordar un cursi discurso de amor y paz por las fechas. "¿Eres práctica o idealista?", se preguntó mientras la miraba. Tal vez fue por eso que le sorprendió tanto ver que de pronto se ponía triste.

—Es un poco materialista, ¿no señor? —Lo dijo casi como una disculpa—. Me apena un poco admitirlo, pero en realidad casi no sé de esos temas. Para mi navidad significa otra cosa.

—¿Y eso sería...?

—Que sin importar qué tan sola esté, con solo llegar a estas fechas vuelvo a sentirme amada —Fue como si de pronto alguien hubiera prendido una luz brillante en el cerebro del rubio—. El árbol, las esferas, la nieve. Todo me evoca las personas que quiero, y aunque no pueda estar con ellas, es como si estuvieran a mi lado con solo recordarlas. —Fue como un pequeño dardo directo en su pecho.

"Yo también", se dijo mirándola con asombro. "Para mí significa lo mismo". Él siempre había estado solo de pequeño, y el único momento donde eso cambiaba era en navidad, cuando su madre ponía las decoraciones y su padre por fin paraba en casa. Fue en navidad cuando le llevaron a Zel, fue en navidad cuando conoció a Ban en una de las caridades de sus padres, fue en navidad cuando se inauguró el Hotel Kančí. Y era en navidad cuando podía visitar a sus amigos y familia secreta. ¿Sería posible que esa mujer hubiera estado tan sola como él? Su corazón se cerró de golpe al considerar que sus palabras podían significar otra cosa.

—Bueno, si gusta, puedo asegurarme de que no se sienta sola durante las fiestas —murmuró en un tono tan seductor que le faltaba poco para ser grosero—. Podemos hacer que sean más... cálidas. —¿Cómo no lo había visto? Era obvio que ella se le había insinuado cuando admitió estar sola. Quería ser amada. Él podía hacerlo, al menos por un rato... en su cuarto. Casi resbaló del susto cuando ella se levantó de un salto.

—Debo irme —dijo enojada y chorreando por todos lados—. Tengo una cita. Pase buen día, señor Meliodas. Espero que encuentre lo que busca en otro lado. —Y salió de ahí dejando al seductor estupefacto. Mientras, espiando desde las cortinas, estaban nada menos que Ludociel y su compañera.

—Entonces se conocían —susurró Solaseed al oído de su jefa—. Por suerte, no parece que se lleven bien.

—¿Estás loca? —gruñó la pelimorada—. ¡Tienen demasiada química! Tus ojos de novata no pueden verlo, pero esos dos quieren cogerse mutuamente. Esa perra está tramando algo, ¡lo sé! Tal vez sea una espía de la competencia, u otra empresaria queriendo conseguir este negocio. El señor Demon solo invierte en un proyecto cada navidad, y si no somos nosotras, estaremos arruinadas. No dejaré que eso pase —afirmó viendo como el rubio salía lentamente de la alberca con expresión abatida—. Muy bien, si quiere competencia, yo le daré el gusto. ¡Esa mina de oro es mía!


*

Escena extra: Menu du nouvel an

—Así. Más lento. Suave, cariño... Aaaaah...

—Elaine... —Por fin un momento a solas, por fin un momento para ellos. El chef Ban tenía a su querida sous-chef recostada sobre la mesa, sus piernas enredadas alrededor de su cadera, y los pechos descubiertos con sus pequeños pezones tan duros como las avellanas que había estado picando hasta hacía media hora. Entraba y salía de ella despacio, y la acariciaba con ternura mientras se ruborizaba y gemía. Había pasado mucho desde que había hecho el amor con su esposa de forma tan espontánea, y lo estaban disfrutando, tanto más porque estaban en la cocina.

¿Hace cuánto que no lo hacían? ¿Hace cuánto que no se permitían ser traviesos y disfrutar sin pensar tanto? Demasiado trabajo, demasiadas prisas, demasiadas cosas en una lista. Esa inercia era tal vez el precio del éxito, pero conocer a aquella muchacha peliplateada les había ayudado a reaccionar y valorar lo que era verdaderamente importante en sus vidas. Se amaban, amaban lo que hacían, y el ver que había una persona que lo valoraba con la misma fuerza los hizo sentirse renacidos. Debían darse más momentos de esos.

—Más... —gimió la rubiecita cuando sintió que se dilataba a su punto máximo—. Ahora, Ban, ¡ahora!

—Oui, ma chère. —Entonces él se dejó ir con todo lo que tenía, y el resultado fue el sexo más candente que habían tenido en todo el año. Qué sensación, qué deleite. Embistiendo a su mujer entre cubiertos de plata, frutos rojos y muérdago decorativo, Ban recordó cómo se conocieron y cómo habían descubierto la pasión que sentían. Un chef salido de un comedor comunitario, una niña rica que solo iba para hacer caridad. Ambos encontraban en la cocina un refugió, y luego, hicieron de ese refugio su hogar.

—Cárgame —ordenó la antes dama de sociedad, tan hambrienta de él como una loba en celo—. Dame contra la pared, ¡como antes!

—Sí señora. —Era una suerte que justo esa pared no tuviera guirnaldas navideñas. Ella se abrazó a su cuello, él la cargó sujetándola de las nalgas, y se fue contra el muro de ladrillos para embestirla de pie mientras la rubia lo mordía. Sus dientes quedaron marcados en su hombro mientras lanzaba su miembro cada vez más profundo y, cuando por fin la sintió llegar, también se dejó ir rellenándola como a un pastelito de frambuesa.

—¡Ban! —soltó un grito ahogado contra su camisa, y luego se derritió entre sus manos, deslizándose sobre su cuerpo hasta que sus pies pudieran tocar el suelo—. Oh amor mío, eso fue...

—Merveilleux —dijo llenándole la cara de besos y, cuando por fin se calmó, tenía sus ojos destellando cuál rubíes—. Con esto tendremos suficiente inspiración para diseñar el menú de año nuevo.

—Oui —respondió Elaine tomando un segundo de nuevo sus labios—, y todo gracias a Eli.

—Lo sé —rió besando los nudillos de su esposa—. Suena raro traerla a una conversación de cama, pero es cierto. Verla comer me recordó porqué empecé a cocinar en primer lugar. —Ambos suspiraron, y volaron hasta sus recuerdos de los viejos días. No se volvieron chefs para satisfacer a los ricos, no era por reputación o dinero. Simplemente habían querido alimentar a sus seres queridos, curar el hambre, y unirlos a todos en una sola mesa. Eso hace la buena comida, une a las personas. Mucho más si la sirven en navidad o año nuevo.

—Su vestido rojo —dijo Elaine tan conmovida como él—. Haremos el menú pensando en él.

—Me leíste la mente. E incluso estaba pensando en invitarla a...

—¿Cocinar con nosotros? —El albino tomó a su esposa en sus brazos y volvió a besarla apasionadamente.

—Oui. Mademoiselle Liones es un milagro navideño. Volvámosla también parte del Año Nuevo. 


***

Awwww ^w^ Muérdago, guirnaldas, ¡el sexy del chef Ban tomando a su esposa! Sé que incluso se ha convertido un cliché conmigo ese oficio y ese tipo de escenas, pero es que simplemente me encanta demasiado. Y además, como no son tan frecuentes, pues siguen sabiendo deliciosas cada vez que las repito, ¿no lo cree cocoamigos? Fufufu >3< ¡Tremenda cachetada le dio Eli a Meliodas! Y ahora no sólo él, Ludociel también se está obsesionando con ella. Mañana veremos cómo avanza esa especie de triángulo no amoroso/sexy, pero mientras vamos a eso, mejor les traigo otro secreto de la historia. ¿Sabían que muchos de los roles, trabajos y actitudes del staff del hotel están inspirados en el Hotel Pupp y el Grand Hotel Budapest? Lugares reales, ¡que además son locaciones de películas famosas! >3< Consejo de escritora, siempre consuman todo tipo de cultura, no saben cuando les servirá de inspiración para sus obras, y además es divertido conocer cosas nuevas <3

Les mando un beso, un abrazo y, si las diosa lo quieren, nos vemos mañana en nuestra cuenta regresiva. 



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