3 Bienvenida al Gran Hotel Kančí

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Ahora sí, comienza la parte más feliz y divertida, fufufu ^w^ Hola a todos, aquí Coco, quien por fin recuperó toda su buena vibra y animosidad, y ha empezado una cuenta regresiva interna hasta que lleguemos a año nuevo, ¡qué alegría! Hoy nuestra Eli va a llevar su cambio interno al exterior, va a conocer a su interés romántico, y va a encontrarse con su enemiga. Las cosas se van poniendo buenas, pero no tengo que contárselos. Mejor vamos a leerlo, vayan por una bebida caliente, una manta y, como siempre digo, ya saben qué hacer <3 

***

—¿Quién es? —preguntó la joven asistente que ayudaba a su jefa a bajar sus maletas mientras miraba el helicóptero descendiendo—. ¿Quién será?

—No lo sé señorita —exclamó la botones ayudándole con todo—, pero déjeme decirle algo. La última vez que alguien llegó en helicóptero, era un lord. Tal vez se trate de una visita real.

—¡Vaya! ¿De verdad?

—Cálmate, Solaseed —La huésped distinguida se bajó de su limusina mirando con desdén las caras de asombro de los empleados. Su largo cabello de color lila hacía juego con su fino abrigo, y sus lentes oscuros tapaban unos espectaculares ojos dorados que, pese a lo bonitos que eran, destellaban fríos y arrogantes—. Se asoma tu clase, eso es normal en lugares como este. Debe ser algún cantante o alguien de la farándula, pero nosotras no estamos para eso. Sólo venimos por negocios, y no debemos distraernos con frivolidades.

—S...sí. Tiene razón, señorita Ludociel. Vamos, Arbus. —dijo la menuda chica de lentes al enorme y mudo guardaespaldas que las escoltaba. Entraron sin saber que, a solo unos pasos, su líder encontraría a la mayor rival de su carrera, que en ese momento se estaba registrando en el hotel.

—Buenas tardes —Le sonrió encantada la recepcionista de pelo morado y ojos oscuros a la albina que acababa de arribar a su mesa—. ¿Mademoiselle Liones? Bienvenida al Gran Hotel Kančí Klobouk.

—Cielos, ¿de verdad es necesario decir un nombre tan largo cada vez? —La chica sonrió amablemente conteniendo una risita y continuó la búsqueda de su reserva en el computador.

—Fufufu. Puede decirle Hotel Kančí, si gusta abreviarlo. Le ofrezco una disculpa, al parecer su habitación aún no está lista. No la esperábamos hasta dentro de dos horas.

—Lo sé, le confieso que no me esperaba ahorrar ese tiempo volando en helicóptero —Las cejas de la recepcionista se alzaron con asombro y, casi al mismo tiempo, el movimiento de varias personas en el lobby se detuvo para mirar de reojo. Elizabeth no se dio por enterada de lo impresionante que se había oído y, con toda tranquilidad, continuó indagando por la logística de su habitación—. Lamento el inconveniente. Pero verá, mi tiempo es precioso estos días. ¿No tendrá algo más para mí?

—Sí señorita —exclamó la joven arreglando su corbatín y sonriendo aún más a la misteriosa clienta—. Revisaré en seguida. —Estaba muy impresionada. Pero la ropa de esa mujer era humilde, ¿sería una de esas millonarias que les gustaba disfrazarse para pasar desapercibidas? Desafortunadamente no podía complacerla como quería, pues eran las vacaciones de navidad de muchos, y el hotel estaba casi a reventar. Mientras buscaba opciones y checaba tiempos de entrada y salida, de nuevo fue interrumpida por la albina.

—¡Qué hermoso techo! —acotó sin saber que más de una persona ahí estaba pendiente de lo que decía—. Mira esos ángeles. Y la pintura del cielo... Es conmovedora, ¿a tí no te provoca la sensación de llorar?

—Yo... no la había notado —contestó ofuscada la recepcionista y, al terminar de hacer su chequeo, se dio cuenta con sorpresa que sin querer pondría a prueba su teoría de que la dama era millonaria—. Al parecer solo tenemos disponible la suite presidencial. Cuesta tres mil euros la noche... unos cuatro mil dólares.

—¡Maravilloso! —respondió con naturalidad—. Muchas gracias, será esa. —Y tras estas pocas palabras, cada miembro de staff grabó en su mente la cara de aquella persona extraordinaria. El primero en abordarla, como correspondía, fue nada más y nada menos que el director general del hotel, que se encontraba ahí esperando a otros dos clientes distinguidos, y que ya había comenzado a contar a Elizabeth como el tercero.

—Mademoiselle —dijo el guapo moreno de ojos verdes y talle pequeño—. Bienvenida. Mi nombre es Zeldris Diavoli, y será un placer para mi ser su anfitrión estas vacaciones de navidad.

—Muchas gracias. —contestó ella asombrada de sus finos modales, e incluso rió un poco, pues el gesto de inclinarse y besar sus nudillos era algo que sólo había visto hacer en las películas.

—Lo que necesite, estamos para servirle. Sé que encontrará nuestra suite presidencial muy cómoda.

—Yo sé que sí. Estoy fascinada con el hotel, y el servicio hasta ahora ha sido... —No pudo terminar de hacer su halago al gerente, pues en ese momento entró por la puerta la persona que menos hubiera esperado ver durante sus vacaciones. Si lo que estaban presenciando sus ojos era destino o coincidencia, Elizabeth no supo decirlo. Acababa de reconocer a la mujer que, aunque había visto todos los días, en realidad nunca había conocido. Su ex-jefa—. Dios, ¿esa es Ludociel Shine?

—¿Conoce a la señorita Shine? —dijo impresionado el director.

—Podría decirse. Aunque no es precisamente que seamos amigas.

—Es una de nuestras clientas más leales —acotó el pelinegro pensando que se trataba de rivalidad femenina—, y nos honra con su visita cada año en estas fechas. Le pido me excuse, debo ir a saludar. —Apenas Zeldris se fue Elizabeth dio la vuelta de nuevo hacia la recepcionista, decidida a ignorar esa extraña broma del cielo, nuevamente concentrada en el maravilloso objetivo de descansar en un cuarto digno de una princesa—. Señorita Shine, bienvenida. Espero que haya tenido un buen viaje.

—Gracias, querido Zeldris. Sí, todo estuvo muy bien —exclamó la pelimorada arrojando su pesado bolso en la cara a su asistente—. Siempre es un placer venir. Dime, ¿sabes si ya ha llegado mi futuro asociado?

—Pues... —La respuesta era obvia, pero igual la arrogante dama hizo una mueca de impaciencia—. Ya debería estar aquí. Usted sabe que el señor Demon no puede ser controlado por horarios, va y viene como le apetece. Arribará en cualquier momento al hotel, estaremos al pendiente para decirle.

—Eso espero. Debo ser la primera en hablar con el señor Demon nada más llegue, es indispensable. —Y así era, en efecto, pues todo aquel viaje de Ludociel estaba enfocado en su seducción y conquista.

Meliodas Demon, apodado el "príncipe oscuro" por sus pares empresariales, era uno de los inversionistas más ricos de su círculo. Misterioso y excéntrico, prácticamente inalcanzable, este soltero codiciado tenía solo tres debilidades conocidas que ella pensaba usar para su provecho: el Hotel Kančí en navidad, las mujeres, y las fundaciones de caridad. Porque Meliodas Demon era un altruista, y Ludociel necesitaba que fuera "altruista" con ella de manera urgente. "Necesito ese dinero", pensó mordiéndose una de sus perfectas uñas con manicura. "Debo hacerlo invertir en mi negocio. He escuchado que es blando con las mujeres bellas, debo hacer que se fije en mí antes de que acabe el año. Será fácil, aquí no hay competencia".

Elizabeth no podía saberlo, pero la persona a la que había decidido ignorar para concentrarse en su propia felicidad estaba tramando un plan en el que, sin querer, también se vería involucrada. Sin embargo, el cielo estaba de su parte, y el ángel de la navidad le susurró al oído palabras que no entendía mientras la cadena de acontecimientos empezaba. Exactamente un minuto después de que su ex-jefa se fuera, y justo cuando por una rareza del destino se encontró casi sola en el lobby, un nuevo prodigio ocurrió. La puerta principal se abrió con fuerza, una breve ventisca entró y, como si aquella nieve hubiera sido una forma anunciarse, de ella emergió la figura de un hombre vestido de negro, con pieles y de presencia oscura. Su talle pequeño no disminuía en nada su aura intimidante, y sus ojos verdes escrutaron al staff, que salió corriendo a recibirlo.

—Bienvenido, hermano. —susurró el director en su oído tras darle un breve abrazo al dueño del hotel.

—Zel —dijo secamente—. He vuelto a casa. Lo de siempre, por favor.

—Sí señor, enseguida. —Tal vez Elizabeth debería haberse sentido asustada. Tal vez debería haber salido de ahí tan rápido como podía. Pero no. Estaba demasiado feliz y ocupada contemplando el techo mientras esperaba y, cuando el caballero se puso a su altura sobre la recepción, ella apenas notó su presencia. Solo volteó a verlo cuando percibió su intensa mirada, y él se sintió completamente anonadado, pues era la primera vez en mucho tiempo que una persona no lo rehuía.

—Buenas noches —soltó la joven sin pensarlo—. Qué hermoso lugar, ¿verdad?

—¿Cómo? —Y entonces, de nuevo, pasó algo extraordinario. La gente solía juzgarlo sólo por su apariencia, o por su dinero, el cuál saltaba a la vista. Pero al parecer eso a la albina no le interesaba. La joven simplemente lo analizó con curiosidad, como si hubiera visto algo raro en su cara. Le pareció guapo y eso hizo que se ruborizara, pero también le pareció reconocer en él su soledad, por lo que le sonrió aún con más ganas.

—Vamos, no esté triste. Recién fue navidad, y su magia durará toda la semana.

—Listo, señorita. —dijo la valiente botones que los tuvo que interrumpir.

—Gracias. Felices fiestas. —dijo antes de dejarlo. Y con ese simple gesto, sin proponérselo ni desearlo, se le adelantó a Ludociel en el juego de conquistarlo.

—Melascula, ¿quién es esa mujer? —preguntó el rubio a la recepcionista sin apartar la vista de las escalera por la que había subido.

—Mademoiselle Liones, señor. Es una heredera rica venida de lejos y, al parecer, tiene una misteriosa rivalidad con la señorita Shine. Qué asombrosa coincidencia, ¿no cree?

—En efecto. —dijo enfriando su corazón. Tal vez le había dado la impresión equivocada. Si conocía a esa fastidiosa mujer que lo había estado acosando, tal vez era igual o peor que ella. Sin embargo... esa sonrisa. No sabía si aquella huésped en su Kančí Klobouk era ángel o demonio, pero definitivamente quería averiguarlo.


*

—¡Dios en los cielos! —gritó extasiada al ver la asombrosa vista desde el balcón donde estaba—. ¿Cómo es que pude vivir sin conocer esto? ¡¿En qué mundo estaba?!

—Déjeme ayudarla, mademoiselle. —dijo la botones tratando de no reír. Aquella persona rica era extraña. Se comportaba como una niña, y mostraba asombro casi ante cualquier cosa que mirara: el elevador dorado, las decoraciones, las molduras blancas, el pomo de cristal de su cuarto, y hasta las cortinas y tapicería. No sabía quién era, pero le agradaba. Aunque sí que se asustó cuando trató de ofrecerle un fajo de billetes en pago.

—Lo siento, aún no entiendo muy bien las equivalencias. ¿Te di una ridícula o enorme propina? —Sí, esa mujer era muy extraña. Y por alguna razón que no comprendía, se vio deseando ser su amiga.

—Tome, mademoiselle —dijo regresándolo y quedándose un solo billete—. Así es más razonable. ¿Hay algo más en que le pueda servir?

—Sí, dos favores, querida. Primero, ¿me dejarías llamarte por tu nombre? Y segundo, ¿qué es lo primero que me recomiendas hacer aquí? —Pedir un favor, luego su nombre y rematar con su opinión. Sin importar lo excéntrica o loca que estuviera, la botones decidió en ese momento que la adoraba.

—Derieri Čistota, a su servicio —dijo inclinándose—. Y si gusta, lo que le recomiendo es esperar a su ballet personal, que es un servicio que viene con la suite presidencial. Él la llevará a donde usted necesite.

—Perfecto, gracias Derieri. —Y así, Elizabeth se hizo con su primera aliada.

Se quedó mirando por la ventana, viendo a la gente ir y venir entre el hotel y el pueblo, y fue cuando notó algo que en otro momento de su vida tal vez la habría avergonzado. Estaba mal vestida. Cada persona en el lugar parecía salida de una pasarela de modas, y ella aún llevaba su feo suéter navideño comprado en walmart, lentes sin graduación contra el viento, y chongo descuidado que parecía una pequeña cebolla sobre su cabeza. Ya no le importaba lo que otros dijeran, sin embargo, quería vivir la experiencia completa. "Si venimos a Roma...", dijo el ángel en su hombro. "Hagamos como los romanos", remató su diablo. Y entonces se escucharon unos golpes en su puerta, y ella supo exactamente dónde quería que la llevaran.

—Soy Gowther —dijo el apuesto joven de pelo magenta, lentes y actitud plana presentándose—. Su ballet personal. ¿Se le ofrece algo, mademoiselle?

—Resulta que sí. Querido Gowther, ¿podría llevarme a por un cambio de look? Quiero volverme "internacional". —Los ojos ámbar del empleado la miraron de arriba a abajo sin mostrar ninguna emoción y, con una cara tan larga que no resultaba buena señal, se inclinó y respondió a la solicitud de la huésped.

—Iremos con la asesora de imagen. Sígame por favor.


*

—¿Ya viste? —decía una de las clientas en el salón de belleza viendo los resultados del trabajo de la estilista estrella—. Está divina. ¿Será modelo? ¿Será actriz?

—Oh, Gelda —sonrió la chica de ojos azules sin poder creer lo que veía en el espejo—. Gracias. Es hermoso.

—Tenía que hacerlo yo misma —infló el pecho la voluptuosa y sensual rubia que había sido contratada para transformarla—. Reconozco el potencial cuando lo veo, y tú eras una joya esperando ser pulida. —Y en efecto, así era. La especialista había hecho lo mejor por rescatar su cabello, y los resultados eran tan impactantes que no podía menos que reconocerla. Su pelo, antes descuidado y sin forma, se había transformado en una sedosa cortina plateada. Su fleco largo que le tapaba la cara había pasado a un adorable estilo de lado y, tras la bomba hidratante que recibió, cada una de sus hebras brillaba.

—Me encanta. Pero bueno, ¿qué sigue?

—Esto es sólo el comienzo —declaró la rubia con un gesto feroz en la cara—. Aún debemos ir a la boutique por ropa, maquillaje y accesorios, luego la perfumería, y finalmente al spa. Dejaré que her Gowther la guíe desde ahí, pregunte por los folletos para más actividades.

Era maravilloso. No por estar siendo atendida como reina, ella sabía que era parte del servicio. Lo que le fascinó de esa experiencia fue sentir lo franca que era la emoción de la diseñadora, que se veía que amaba su trabajo, y que estaba auténticamente feliz de tener una cliente que lo apreciara. Gelda también estaba encantada. De forma mucho más frecuente de lo que parecía, sus clientas resultaban mujeres vanas y groseras. Lo ricas no les quitaba lo maleducadas, y muchas ya venían aferradas a ideas de como lucir sin aceptar ningún consejo, o despreciando lo que decía. Elizabeth fue un lienzo en blanco, uno que pintó a su gusto por horas, sin darse cuenta que, al final de todo, ya la amaba y se habían hecho amigas.

—No, no podría llevar esto, ¡está tanga es muy atrevida!

—Inténtelo. Para ser sexy el primer paso es sentirlo, ¡y no sabe si pronto podría usarla!

—¿Crees que este pintalabios me queda?

—No, te hace lucir pálida. Prueba este otro, brilla y resalta.

—Estos aretes son hermosos, ¿crees que deba pedir el juego con la gargantilla?

—Solo si usas el escote apropiado. Mira, mejor prueba ésta. —Sí, las mejores amigas. Siguieron por horas, el spa tendría que esperar hasta la mañana. Se había hecho tarde, y la pobre se moría de hambre.

—Gracias Gelda, ¡nos vemos pronto! —Cuando Elizabeth Liones dejó atrás el centro de belleza, dejó de ser esa chica apocada y triste para convertirse en una diosa. La belleza que se había ocultado bajo ropa vieja y holgada emergió de golpe, y todos podían notarlo, el aura dorada que despedía. A ella no le importaba una pelusa. Lo único que sabía era que estaba feliz como nunca, y que esa noche, por fin, cumpliría uno de sus grandes sueños. No había comido más que fruta y pan francés en el desayuno. Había estado caminando de tienda en tienda todo el día. Había hecho eso conscientemente preparándose, y ahora estaba lista. Iba a conocer a su ídolo, el chef Ban, y a darse el banquete de su vida.


*

No era como si hubiera podido evitarla por mucho tiempo, esa mujer lo había esperado todo el día. El señor Demon se encontraba sentado a la mesa con algunos de sus mejores amigos, y esa noche también asistía su nueva socia, a la cual apenas conocía. Con todo, Ludociel Shine era una de las empresarias más talentosas de la década, tan ambiciosa como hermosa, y no había dejado de perseguirlo buscando que invirtiera en ella. Tal vez lo haría. Su proyecto parecía interesante, y había hablado de una caridad paralela. El único problema es que su moneda de negociación era su cuerpo, y ya había comenzado a hartarse de sus pequeñas insinuaciones. Sus pechos casi se le salían del escote, y él trataba de concentrarse solo en su copa de vino.

"Tú te lo buscaste", había bromeado Zeldris al hacer su reservación. "Te hiciste fama de Casanova, y como todos saben que eres blando con las mujeres, ella debe creer que seducirte es la mejor forma de alcanzar su objetivo". Así debía ser. La pelimorada reía de chistes absurdos que hacía ella misma, hacía destellar el diamante de su gargantilla, y había ordenado por todos una versión saludable del menú del chef, adoctrinándolos y presumiendo su libro de doce pasos para tener una figura perfecta. Meliodas se rió en silencio pensando en la cara que pondría Ban al ver que le pedían un Risotto sin queso, pero él igual la dejó, pues era un caballero y no quería evidenciar su ridículo.

No debía darle importancia, recién empezaban sus vacaciones de navidad. Era la única época del año que podía estar con la gente que quería, visitar a su hermano y disfrutar. ¿Qué más daba si su socia se ponía un poco pesada? Igual y al final simplemente le daba el dinero y se la cogía. Estaba pensando en eso y en la forma de hacerlo, cuando un murmullo de voces lo trajo al presente. Al levantar la mirada, tuvo una de las visiones más encantadoras que había presenciado. Entrando al restaurante en un impactante vestido rojo venía nada más y nada menos que esa chica, la que le había dicho "Felices fiestas". Apenas la reconocía.

—Hola, linda. —murmuró para sí mismo sin poder contenerse, y es que la dama era preciosa, exquisita. Sus ojos enormes y azules brillaban con asombro a donde quiera que veía, y parecía flotar, era una especie de diosa que hacía ver a sus empleados como querubines tratando de servirla. Lo más fascinante es que no parecía estar con nadie. Aquel encanto estaba ahí solo para disfrutarse a sí misma, y se vio contemplándola con descaro, envidiando de alguna forma la libertad que poseía.

—¡Ehem! —tosió Ludociel tratando de llamar su atención—. Señor Demon, le decía sobre las actividades que haremos esta semana.

—Lo que haya planeado está bien, querida —dijo sonriendo de forma insulsa—. Mientras King, Merlín y Escanor estén de acuerdo. —acotó mirando a sus amigos invitados.

—Nosotros apoyaremos lo que el jefe diga. —contestó el primero, y él asintió agradecido mientras trataba de volver a lo que ocurría en la mesa. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Ludociel había notado la forma en que miraba a la peliplateada, y si era verdad el rumor de que esa atrevida había sido la primera en abordarlo, tal vez su cacería no sería tan fácil como creía. 


***

Fufufu *w* Inicia el juego, la competencia de belleza y seducción navideña comienza, ¡y nuestra Eli está tan en lo suyo que no se ha dado por enterada XD! Ajajankxjsbxjhasvxja Ah, que Eli UwU Toda su tristeza está siendo transformada en felicidad mientras va cambiando pero, como aún falta para que la rosa florezca del todo, ¿qué les parece si mejor vamos al secreto de este capítulo? ¿Sabían que el hecho de que Mel y Zel tengan diferentes apellidos es a propósito? Hay una historia tras ello, ya verán, ya verán >3< Y como eso cuenta como secreto incompleto, aquí va otro dato curioso: ¡adoro que Ludociel versión princesa Margaret sea nuextra villana! ^3^ Siempre había querido ponerlo en una historia, pero no había sabido como hasta ahora. Bueno, eso sería todo por ahora mis amores <3 Les mando un beso, un abrazo y, si las diosas lo quieren, nos vemos mañana para otro capítulo de nuestra historia navideña. 



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