Nunca podré dejarte ir.

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Dante:

Un grito de algo o alguien me despertó. Alertado, abrí los ojos, incorporándome y mirando a un lado y otro en busca de aquel ruido, pero todo estaba sumido en la penumbra y oscuridad.

Estiré la mano para dar con mi móvil y mirar que hora era, pero no alcanzaba a dar con él, por lo que encendí la luz de la mesita para alumbrar y poner ver algo.

Todavía era de noche y se escuchaba la lluvia caer afuera, estaba lloviendo. Miré a Laura, que dormía a mi lado, su cabello castaño, revuelto como nunca, caía sobre la cama y le ocultaba parte de la cara, por lo que con cuidado se lo aparté de la cara, para no despertarla.

Las sábanas con las que la cubrí se habían movido y ahora parte de su cuerpo desnudo estaba al descubierto y pude ver varios hematomas, uno estaba en su brazo, era de color rojo, pero no era muy grande, sus muñecas también tenían marcas rojas, resultado de haberla esposado para que no se moviera, el siguiente estaba en su cintura y era la marca de mi mano, su mejilla también estaba roja por la bofetada que la di.

Los recuerdos de hace unas horas invadieron mi mente y un sentimiento de culpa atravesó todo mi cuerpo, me llevé las manos a la cabeza y maldije entre dientes.

—mierda, soy la peor escoria del mundo—murmuraré frotándome el cabello frenéticamente.

Lo hicimos por horas, lo peor es que  cuanto más se reusaba a aceptarme más deseaba hacerselo, recordarme a mi mismo en ese estado me hizo tener un escalofrío. No me reconocía, estaba frenético, loco de ira y deseo por ella, entrando un maldito círculo vicioso que no tenía fin, hasta que, por tanto llorar y venirse, acabó perdiendo el conocimiento.

Laura se removió en la cama y murmuró algo que no logré entender, pero no sé despertó, así que me levanté de la cama con cuidado de no despertarla, besé su frente con delicadeza y cubrí su cuerpo con las sábanas arropándola.

Entré primero al baño y fruncí aún más el ceño al ver mi cuerpo, todo mi torso estaba cubierto de arañazos y mordiscos , además que volvía a tener el labio partido, era como si hubiera estado con un animal salvaje. La comisura de mis labios se levantó y sonreí.

Se podría decir que si estuve peleando con un animal salvaje. Aunque me habría gustado que todas estas heridas fueran causados por otras circunstancias.

Minutos después salí del baño y me coloqué unos pantalones de pijama de color amarillo, salí de la habitación cerrando la puerta con cuidado y caminé hacia el salón, tenía el cuerpo hecho polvo, lo sentía terriblemente entumecido, como si hubiera estado un día entero en el maldito gimnasio.

Sin duda la noche más salvaje de mi vida.

Otro sentimiento de mal estar me invadió al pensar en esas palabras, pero lo ignoré y me acerqué al salón para buscar mi móvil. Tanto mi móvil como el de Laura seguían en la mesa donde los había dejado. Tomé él mío y miré la hora, eran las cinco de la mañana.

Me dejé caer en el sofá cerrando los ojos y nuevamente las imágenes de esta noche me invadieron. De cómo se lo hice sin descanso una y otra vez, realmente me vacíe en ella, mientras lloraba y gritaba que la dejara, pero aun cuando me lo pedía mi cuerpo… Mi cuerpo no hacía caso, no podía parar y aunque me costara reconocerlo, tampoco quería.

Tenía tantas emociones negativas dentro de mí, furia, temor, rabia, celos, ira, tristeza. Todo eso me estaba consumiendo por lo que me había hecho y tampoco podía dejar de pensar que quizás ella se había entregado a otro, que me hubiera sido infiel en algún momento, eso de verdad me nubló por completo.

Pero en cuanto entre en ella, supe al instante que eso no había sido así, que nadie más que yo había entrado en ella.

—no era así como quería que pasaran las cosas—dije para mí, recargando la cabeza hacia atrás en el sofá.

Es cierto que también quería castigarla, por cómo me hizo pasar, quería que sintiera la misma desesperación que sentí al no saber de ella, pero no quería…

—¡No!—gritó Laura desde la habitación.

El grito me hizo dar un brinco en el sofá poniéndome en alerta.

—¡No, por favor!—volvió a gritar y salí disparado, más rápido que una bala de regreso a la habitación.

Abrí la puerta de forma brusca, entrando a la habitación, acercándome a la cama.

—¿Laura, que ocurre? ¿Por qué estás gritando?—la pregunté, pensado que estaba despierta, pero no era así.

Ella se movía y retorcía en la cama como si estuviera luchando contra algo. Estaba teniendo una pesadilla.

—despierta, Laura—la dije intentando despertarla, pero ella seguía murmurando y gritando en la cama, mientras seguía dormida.

—¡Laura por dios, despierta!—grité también empezando a preocuparme, zarandeándola para que se despertara.

—¡haré lo que quieras! ¡Que alguien... Sálvame!—gritó mientras se retorcía en la cama hablando en sueños.

¿Qué demonios está soñando que grita con tanta desesperación? No me digas que es por... Una nudo empezó a formarse en mi garganta al ver como se movía, acercándome más a ella, me senté en la cama y la abracé moviéndola más para que despertara.

—despierta Laura, despierta, mi vida—murmuraba en su oído.

—yo estoy aquí, nada ni nadie te hará daño, nunca dejaré que eso pase—la decía con desasosiego.

Al final abrió los ojos, aturdida y perdida. Cuando volvió en sí, la confusión se volvió en terror.

—¡No, no me toques!—gritó golpeándome para que la soltara.

—solo fue una pesadilla, estás a salvo, cálmate—intenté tranquilizarla, envolviendo mis brazos más en ella para que no pudiera alejarme.

—¡no me toques! Es tu culpa, todo es tu culpa…—repetía una y otra vez, llevándose las manos a la cabeza con los ojos llenos de lágrimas, mientras temblaba en mis brazos.

—lo sé, es mi culpa, toda la culpa mía, lo siento, yo...

—¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué? A pesar de que grité, te supliqué, no paraste—decía ocultando su cabeza entre sus piernas, mientras lloraba.

—lo sé, estaba enfadado, molesto y celoso, pensé que me traicionaste.

—pero yo no hice nada, no lo hice, solo salí, solo baile con mis amigas, pero tú…

—lo sé, me dejé llevar por mis emociones, no quería que esto pasase así, perdóname, te amo, te amo tanto—la decía besando la entrada de su cuero cabelludo.

—Solo quiero que me dejes en paz… Por favor…—murmuró con desesperación.

—prometo no volver a ponerte la mano encima de ningún modo, pero no me pidas eso, no me pidas que te deje ir—la imploré.

Pero ella no me respondió y siguió llorando, llevándose las manos a los oídos como si no quisiera seguir escuchándome, mientras todo su cuerpo temblaba, no sé si de miedo o frío.

Yo me sentía lo peor del mundo. Esos gritos de antes ¿Eran por mi culpa? No quería esto, no quería que ella se sintiera así, que me temiera, solo quería demostrarla lo mucho que la amaba, quería que supiera… No quería que me temiera, maldita sea.

La acuné en mis brazos, me tranquilizaba que no siguiera alejándome, pero me preocupaba el que no dejara de temblar, así que en un ademán de intentar hacerla entrar en calor, nos cubrí con las mantas, hasta que con el paso de los minutos noté que su cuerpo empezó a calmarse poco a poco, pero su cuerpo seguía soltando pequeños espasmos por el llanto silencioso.

Pero a pesar de verla así, ver lo destrozaba que estaba y como me imploraba que la dejara ir, no podía, no podía hacerlo, nunca podría dejarla ir.

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