MAGDA | Demain il fera jour.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

❛DEMAIN IL FERA JOUR❜

                        Es una suerte que hayamos decidido no beber más que una copa del licor que nos ofrecían... Eso es lo único que atino a pensar aquí, callada en medio de la cena y comiendo sigilosamente, como si temiera que me fueran a quitar el plato de repente, mientras acribillan a Claire con preguntas con las cuales titubea horrorosamente al contestar; la razón de su trémula convicción me es desconocida y es tan cierto como culposo que siento cierto alivio porque nos hayan dejado en segundo plano. Sin embargo, el alivio dura tan poco como el panecillo en mis manos antes de convertirse en migajas que van a parar al suelo, junto a mi tranquilidad.

Traidora, traidora, traidora. Basta de una sola palabra para que todo se vaya por la borda y mis manos comiencen a sudar, como primer aviso de una catástrofe.

Todos a éste punto deben pensar que Claire es aquello que gritan imaginariamente en mi oído: una traidora, una espía inglesa que no sabe mentir y a la cual han acorralado exitosamente contra la pared. Pero por dentro, la palabra repiquetea como modo para referirse a mi y no a ella, porque soy la que la está dejando a su suerte si bien es una desconocida, soy aquella que está permitiendo que se la coman viva y que, por lo mismo, se rebajen sus posibilidades de ir a casa. Claire no es distinta a nosotras dos Dubois, no importa cuánto de su historia esté hecha borrones, pues, de todas formas, igualmente estamos mintiendo para salvarnos. Pero ella, ¿Por qué lo hace?

No sería consciente de que me levanté de la silla, airada y con el calor subiendo por mi cuello hasta las mejillas, de no ser porque salgo de mi ensimismamiento al escuchar una risa que proviene de Sam, a mi lado, tras la cual ésta toma mi mano para devolverme al asiento, con la compañía de una expresión agraciada cuyos ojos no reflejan lo mismo, más que advertencia y extrañeza de mi reciente comportamiento.

Ah, petite fille distraite¹! —exclama, con un puchero que pretende demostrar ternura por mi torpeza. Una vez se asegura de que tengo la falda pegada a la silla y bajo su tenso agarre no hago amago de realizar otro arriesgado movimiento, me suelta y pronto me extiende un delgado pan hecho por la señora Fitz, pellizcándome la mejilla tras ello—, ¡Si solo tenías que pedirlo! Il est impoli de quitter la table, si ce n'est pour renvoyer notre hôte...²

Asiento, despabilando y sintiendo que mis ojos pican una vez entrando en la etapa post ataque, recayendo en lo que habría sido una gran metida de pata y las tantas posibles consecuencias. Bajo la cabeza, sin embargo, girando mi cuerpo en dirección a Colum Mackenzie, cuyo interrogatorio a Claire se ha detenido inevitablemente por mi escena y espera algo de mi parte.

—Ruego su perdón, lord Mackenzie, me temo que no he sido capaz de soportar el vino ofrecido tan atentamente... —Mi voz tiembla y mis ojos siguen picando, por lo que me niego a levantar la mirada hasta escuchar palabra alguna del hombre—, es una verdadera pena... —Las palabras dejan de tener sentido una vez pronunciadas y quedan sueltas en el aire, como parte de un elaborado discurso de disculpa que me está tumbando hasta tener que mencionar a Dios para sostenerme en la historia.

Estoy avergonzada, indefensa, atontada y debilitada por tocar una hebra sensible como para tratar de contener cualquier evidencia de mis males. Nunca antes había tenido un ataque a ésta magnitud delante de tanta gente con éste resultado; aquí la presión, la preocupación, la desesperación y la impotencia maquinó por un lado, en mi cerebro, las historias targiversadas de una Magda fallando estrepitosa y horriblemente mezcladas con las consignas que en los setenta eran tan valiosas como para no hacer valer, mientras que mi cuerpo tomó el control sin previo aviso, decidido a dejar en evidencia que no falta mucho para que necesite medicación.

—No hay porqué disculparse, lady Dubois, puede estar segura que no ha ofendido mi nombre —contesta, extrañado bajo ese tono sereno, probablemente deseando no escuchar más verborrea de mi parte. Al alzar la cabeza, noto la mirada de su esposa que, detrás, luce preocupada, con ese brillo en sus ojos que parecen escudriñarme en busca de una fanática religiosa que fuese a azotar su espalda delante suyo en busca de perdón—, y, me atrevo a añadir, que tampoco el de su padre. Sin duda han recibido una buena educación.

Asiento, tratando de deshacer el nudo en mi garganta—. Así es, lord Mackenzie —musito, obedeciendo al ademán que realiza que me invita a seguir degustando la cena.

El resto de la cena no me atrevo a levantar la cabeza más allá del otro extremo de la mesa, con la tensión acumulándose en la parte alta de mi espalda por el estrés y, ciertamente, por la recta postura que debo mantener para imitar a cualquier mujer presente en el salón. Cuánto no daría para subir una pierna a la silla, poner los codos sobre la mesa e inclinarme en ésta para que mi boca esté tan cerca del plato como para no hacer mucho esfuerzo.

No obstante, mantengo bien la compostura y no es hasta que vamos camino a nuestra habitación, que me permito tomar la mano de Samara y darle un apretón, musitando una disculpa apenas si perceptible, que ella responde regresando el gesto. Una vez estamos en la seguridad de la alcoba, se da la vuelta y me mira atentamente, dura, mas no de mala manera, lo que causa que me encoja.

—No puedes ayudar a cualquier mujer que esté en aprietos si eso nos pone en riesgo en lo que sea... En lo que sea que estemos metidas —remarca tensa, con voz arrastrada, y deja escapar de entre sus labios un profundo suspiro que trae consigo el ablandamiento de sus facciones. Sin darme tiempo replicar, Sam levanta la mano y pide silencio, clavando por completo en mi pizarra mental la consigna de que no importa cuán duro arremetan los malos pensamientos, debo luchar para mantenerlos al margen. Le concedo mi silencio y completa atención, sentándome sobre la cama sin querer evadir su reprimenda sabiendo que la merezco—, sé que fue feo, duro, ver cómo se comían viva a Claire allá fuera, pero mientras no duden de nosotras, no quiero que tus ideas nos pongan en aprietos... Vamos a ver muchas cosas de éste tipo, la severidad ahora es sinónimo de buena educación y la fiereza es igual a conquista... Tu misma escuchaste a Colum tras tu disculpa, pues parece que el numerito nos dio puntos... Solo te pido que, para que no te carcoma la moral, no juzgues tanto éste tiempo a partir del cual se necesitarían dos centenares de años para que tú tengas ese criterio.

—Lo siento... En verdad, recapacité apenas me di cuenta que estaba de pie... Fue... Casi como si hubiera perdido el control por unos segundos —Samara acorta la distancia que nos separa y toma lugar al lado. Suelta otro suspiro y forma una pequeñísima sonrisa sin dientes, llevando una mano hasta mis mejillas, ahora empapadas—, ni siquiera me había pasado algo así antes... He tenido dolores, sueños vívidos, ataques de ansiedad... Pero todo siempre ha sido en privado, o frente a poca gente a la cual es fácil ocultarlo...

—Debe ser por todo ésto —musita, con sus manos apuntando los alrededores—, y en serio quisiera decirte que no debes tener miedo, que no debes preocuparte y que está bien lo que hagas... Pero no puedo hacerlo porque mentiría, hasta podría ponernos contra la pared si lo permito... Solo te ofrezco mi hombro, es la única manera para que te relajes, tal vez para que te sientas mejor...

—Gracias, Sami —Me aferro a ella, abrazándola, hasta que puedo inhalar y exhalar constante y el calor hace que mis mejillas dejen de estar heladas por el frío impactando contra mis lágrimas—. ¿Qué hiciste con Broc? No tuvimos tiempo de hablar cuando nos reencontramos para entrar al salón.

—Solo habló conmigo —responde, encogiendo los hombros. Se pone de pie y comienza a quitarse las prendas exteriores, preparándose para acostarse, por lo que decido hacer lo mismo y no retrasar el descanso—. Supongo que debe conocer a las mujeres por las que está apostando, así que fueron simples preguntas. Creo que eso es mejor a tener a los hombres de Dougal detrás de nosotras, vigilandonos...

—¿Están vigilando a Claire?

Asiente, mirándome por un instante—. Se lo contó Dougal pidiéndole que sea parte de las vigilas... Tuve que apartarme para que hablaran, pero logré escucharlo —Al terminar de quitar la ropa exterior, la dejo doblada sobre el banquillo y procedo a desatar la cotilla, atenta a lo que dice mi hermana mayor—. Aún así, no durarán mucho en eso, porque por otro lado, Colum dijo que Claire que podría irse el sábado con un mercader... No sé cómo supo eso Broc, pero no me importa con tal de saber.

—¿Y nosotros cuándo nos iremos? —La trémula pregunta causa que Samara se detenga y piense, por un momento, qué decir.

—Cuando alguien responda la carta que envió Colum, me temo... Y de ahí, es mera suerte.


































                       —Par... Par tous les cieux saints! ³ —maldigo, sintiendo mi dedo índice punzar tras haberme picado la punta con una aguja de bordado. Letitia, la esposa de Colum que amablemente nos ha acogido para pasar el tiempo con ella mientras no está ocupandose de la educación de su hijo, ríe con ligereza y me tiende un pañuelo para cubrir mi dedo, que acepto avergonzada y presiono contra éste para detener el flujo de sangre—. Gracias.

—¿Bordar no es lo tuyo, eh? —inquiere, con una mirada perspicaz, similar a la política de Colum, pero con encanto nato y simpático. Doy un asentimento, mirando de reojo a Sam reír porque, al contrario de mi, va bastante bien con su bordado paisajista, aunque con uno que otro traspié—. Anda, deja ahí o te vas a sacar un ojo... ¿Por qué mejor no me ayudas a escribir unas cartas? Me temo que mi caligrafía, no digna de una buena dama, podría asustar hasta al más valiente Mackenzie, y deben estar listas para mi esposo lo más pronto posible.

—Por supuesto —atino a contestar, dejando torpemente de lado el lienzo cubierto por terribles puntadas y con la aguja aún colgando, levantándome del banquillo cerca de la ventana para ir hacia la mesita en el cuarto que Letitia usa como oficina mal nombrada—, con gusto.

Aquí, si es que no me ha quedado claro, puedo afirmar lo suertuda que soy de que el destino no me quiera muerta, si bien malherida. Después de tres días en Leoch, Samara y yo vislumbramos los dulces frutos propiciados por una buena fachada; en vez de que mi ataque nos pusiera en la mira como posibles amenazas, tanto Broc como Colum y Letitia están convencidos de que un Marqués se empeñó en criarnos y que yo únicamente soy una muchacha delicada que puede echarse a llorar por el mínimo toque, por lo que el primero y la última se han propuesto acompañarnos a lo largo del día, de modo que no haya manera de dar malos comentarios sobre ellos a nuestro padre cuando nos reencontremos.

Es así como, por las mañanas, Bonnie Mai –la dulce mujer que Sam conoció el primer día, de rubio cabello, menuda y pequeña, y de porte imponente, con su hija escondida en sus faldas–, e Ivonne, unidas por lo que significa ser ex esposas de Broc Mackenzie en un lugar donde el divorcio apenas si se visualiza como algo que existe pero no se toca, van hasta nuestra habitación para dotarnos de lo que podamos necesitar y escoltarnos después al desayuno, de donde posteriormente nos retiramos junto a Broc para pasar esa brecha de tiempo antes de ir con Letitia, que nos lleva desde su habitación especial hasta los jardínes de hierbas en los cuales, si no me equivoco, tan solo unos días atrás me perdí y creí ver un espectro rojizo... Solo el comienzo de una serie de eventos de lo más extraños.

—Todas serán para Mackenzie’s —dice, con una sonrisita contenta—, para los que no asistan a la reunión, dado que vienen, por así decirlo, representantes... Siempre es digna de ver, pero a nadie le gusta después tener que lidiar con borrachos y heridos, o borrachos heridos...

—Suena bastante interesante —comenta Sam, alzando la vista de su bordado—. Broc también nos dijo que se reunirían en el salón ésta noche.

Frunce ligeramente el ceño, mas no tarda en recuperar la postura y responder, en tono un tanto molesto—. Ese hombre no puede mantener la boca cerrada ni las piernas juntas mucho tiempo... Les recomiendo tener cuidado con él —Entorna los ojos, bajando la cabeza para centrarse en su tejido y que no veamos de manera directa su disgusto, evidente en las arrugas de sus mejillas producto de muecas—. No importa ya, así que les cuento: se supone que yo las invitaría a observar la Audiencia, aunque es, no obstante, solo algo hecho para atender quejas e impartir justicia en disputas de los arrendatarios... Mi marido media... Lo que todo buen líder hace.

—Sin duda... —Asiente Sam. Por mi parte, frente a decenas de pergaminos en la mesa, saco disimuladamente de mi bolso, el cual me he negado a dejar de lado a pesar de lo funcional de los bolsillos del vestido, un bolígrafo de tinta negra, al no estar dispuesta a lidiar con las plumas de aves utilizadas ahora—. Sería un honor para nosotras asistir.

—Me complace escuchar eso —Sonríe, como si Broc no hubiera entrado jamás en la conversación—. No quisiera que piensen que mi marido es inútil solo por esa injusta maldición con la que el diablo lo ha recibido en ésta tierra de Dios...

—Seríamos incapaces de juzgar a tal buen hombre por algo que el mal hace sin previo aviso —Me atrevo a decir amable, tras armar el discurso mental para recoger las palabras correctas y es que, después de solo observar a Colum Mackenzie detrás de una mesa o escritorio, verlo de pie por las mañanas, tardes y noches en éstos días nos ha descolocado.

Porque más allá del hombre político de mirada astuta, se encuentra lo que vendría siendo la raíz de un malestar que no dudo, le dificulta la vida física y socialmente, mas no en lo mental, que aparenta estar tan bien y estable como yo no lo he estado en años. La raíz es, entonces, la Picnodisostosis, un síndrome con bajísima probabilidad de resultar en una persona, a menos que de ambas partes parentales se presente ese uno en un millón.

No fue difícil saber de qué se trataba, porque al verlo, recordé al instante un día en La Salpêtrière en que un hombre fue a atenderse por dolores intensos en la parte baja del cuerpo; no lo traté o examiné muestra alguna a petición de los médicos, pero éstos en la sala de descanso hablaron sobre cómo el hombre gritaba que moriría, dado que estaba en la edad en que murió el paciente más famoso con la misma condición: el pintor francés Toulouse-Lautrec. Por supuesto, lo que el hombre no sabía es que éste famoso en realidad había muerto por la sífilis y que, si bien sus dolores sí se debían al síndrome, éstos no eran síntomas de muerte vecina, algo que se resolvió con analgésicos y un fisioterapeuta.

Asiente, en agradecimiento—. He avanzado unas cuántas... Así que empecemos con Agnes Moira Dow... Ya deben conocerla, por supuesto, cuida la mansión de su padre todo el año y por eso mismo, no puede asistir al encuentro —Ignorando la mirada confusa que intercambiamos Sam y yo, sigue pronunciando aquello que debe ir en la carta, por lo que me limito a agradecer los buenos trazos que soy capaz de hacer en papel.






































¹ ¡Ah, niñita distraída!
² Bien sabes que es de mala educación alzarse de la mesa si no es para despedir a nuestro anfitrión...
³ ¡Por... Por todos los cielos sagrados!


















































Recen que no se me quiten las ganas porque ando con la emoción al tope. Bueno, las cosas a partir de ahora empezarán a tomar forma, así que sientánse con toda la confianza de decirme sus opiniones de lo que hay por ahora: ¿Les está gustando? ¿Qué les parece?
–Yuleni.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro