MAGDA | La ville inconnue.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

❛LA VILLE INCONNUE❜

                           La mañana en que debemos acompañar a Bonnie Mai al pueblo cercano, la susodicha llega después del amanecer a despertarnos. El frío en la habitación se asemeja al de Les Catacombes¹, que visité una docena de veces queriendo sentirme como la resistencia parisina ahí en los 40', o al frío letal de hospital que, lamentablemente, se impone y me lleva consigo, porque aunque esté abrazada a Samara entre las cobijas, tengo la irracional sensación de estar rodeada por una multitud que clama ayudarme, aunque solo sea Bonnie Mai al acercarse sin mala intención para hacer que despabilemos.

Jamás había tenido miedo al médico. Era una niña bastante valiente en ese sentido, si bien lloraba por otras nimiedades. Al final de cada consulta siempre resultaba con un chocolate de almendras como premio que terminaba compartiendo con Samara, diciéndole que así ambas seríamos valientes, pues ella solo habría recibido un bombón seco como premio de consolación por no dejar al doctor revisar su garganta hasta que mamá intervenía. Sí, era valiente... No tengo idea cuál fue la última vez que lo fui. En fin, ¿Inyecciones? Sin problema, las prefiero a otros tratamientos, ¿Tabletas de tamaño cuestionable? Está bien, las acepto. Pero esas visitas cortas e insignificantes al médico no eran comparables con estar internada en una habitación de hospital.

Lo irónico es que comencé a trabajar en un hospital después de uno de los episodios que me marcaron, no obstante, no sin suerte: mi jornada correspondía a permanecer en el laboratorio, recogiendo y procesando muestras e interpretando los resultados que tendría que mecanografiar en un papel que después irían a recoger los médicos de cabecera para asignar el tratamiento a los pacientes. Aún así, si se presentaba la oportunidad, jamás me acercaba lo suficiente al área donde las personas convalecían y optaba por ignorar las ofertas de los médicos para salir con ellos después de su jornada, porque eso siempre significaba tener que ir a buscarlos a su oficina.

Tener a Bonnie Mai inclinada sobre mi cuerpo desencadena los recuerdos del tiempo que estuve internada después de las protestas, con médicos entrando y saliendo del cubículo delimitado por horrendas cortinas verde pistacho, todos charlando sobre mi estado y cómo estaba a un ataque de ir a parar a un psiquiátrico, inclinándose cuando creían que estaba bien sedada para checar mis signos vitales cuando, en realidad, era capaz de luchar contra el sopor producto de las drogas con tal de alejarlos. Esa vez, tal vez el inicio de mis tantos errores, no di el nombre de ningún familiar ni mi identificación, así que era de suponer que pertenecía a ese gran grupo de estudiantes protestantes que también resultaron heridos y se negaban a dar declaraciones para evitar problemas con la policía, que seguía buscando a los incitadores.

Agobiada, hiperventilando y a un impulso de golpear a Bonnie Mai como si realmente fuera uno de esos varios médicos tratando de ayudar con una prudencia cuestionable, me levanto jadeando, aún dueña de una mínima parte de mi cuerpo, dando manotazos al aire cuando estoy lejos de cualquiera a la que pueda lastimar, y me acerco al fuego de la chimenea para arrodillarme al frente, centrándome en éste como manera de alejarme de ese peligro imaginario y enfrentar a éste real, pues de trastabillar resultaría quemada. Mi frente comienza a perlarse de sudor y siento el bochornoso hervor de mi piel, tan cerca del fuego... Resulta hipnotizante y poco a poco escucho las disculpas de Bonnie Mai, que se ha creído inoportuna.

—Fueron sus pesadillas, sufre de terrores nocturnos, no te preocupes, Bonnie... —asevera Samara, tal vez igual de asustada que la rubia entre sus brazos. Incluso recién despierta, la vigía de Sam es impresionante y resulta necesaria. Sam le da caricias a Bonnie Mai en la espalda, la cual tiene una mano sobre la boca, como queriendo contener su preocupación o, tal vez, una letanía.

—A nadie le gusta ser despertada, ¿No es cierto? —musita Bonnie Mai, cuya figura veo, destaca por tener a una niña prendida a sus piernas. La pequeña Nessie está observándome, con un dedo metido a la boca, en un gesto muy similar al de su madre. Me siento terrible, culpable, de haber sometido a la pequeña a un susto—. ¿Necesitará algo? Broc a veces tiene pesadillas y le preparo un té... Puedo ir a hacerlo...

—No, no, no —niego apenas me siento capaz de retomar el habla, pese a que no reconozco mi voz en primer instancia. Parece desconocida, como si hubiera sido privada de la capacidad del habla por meses o años y hubiera olvidado cómo se hacía. Suena jadeante, pero con cada no va recuperando forma, volumen y convicción—, perdóname... Me asusto hasta de mi propia sombra —Bonnie Mai asiente dispuesta a omitir lo que ha pasado y no es consciente de que Nessie se ha apartado de ella hasta que la niña está en frente mío, jalando mi camisón hasta alejarme lo suficiente del fuego. Tomo asiento sobre mi trasero, derrotada, y Nessie aprovecha para sentarse en mi regazo y acurrucarse.

—Ivonne me dijo que la cuidaste, a esta niña mimada y a los gemelos... —dice con voz ahogada, queriendo dejar atrás la escena a toda costa. Sonríe, todavía tensa, y le dedica una mirada agradecida a Samara, cuyo agarre permanece sobre su cuerpo. Sam la suelta y, por curioso que parezca, un bonito color arrebolado se extiende por sus mejillas. Bonnie Mai la pasa de largo y se acerca a nuestras ropas, las cuales analiza con ojo crítico. Carraspea antes de hablar—: Una puesta más y las llevaré a lavar, sobre todo porque en el pueblo hay un problema de estiércol de caballo. Ven, ven aquí, Nessie, deja a las muchachas arreglarse.

La niña, que tiene sus deseos bien en claro, se levanta sobre sus regordetas piernas y va hacia Bonnie Mai, exigiendo ser cargada. La rubia suspira pero la acepta en brazos y se da la vuelta en dirección a la entrada de la habitación—. Prepararé un té de cardo y las esperaré en el salón... Nos iremos después del desayuno.

—No tardamos —digo, levantándome del suelo con las piernas temblando del frío del suelo, del que apenas si fui consciente. En el momento en que sale por la puerta y la cierra a su paso, volteo a ver a Samara—. Perdóname...

Ella asiente, mordiéndose el labio—. Sé que no era tu intención, no puedo reclamarte nada.

—Lo sé —Suelto y, tras unos segundos, me doy la vuelta hacia el aguamanil para verter el agua en la jofaina y lavarme el rostro. Pretendo explicarle porqué he actuado así... No, quiero explicarle, lo deseo de corazón. Si Francia e Inglaterra han sido las sogas alrededor de mi cuello en estos años, tal vez Escocia es la navaja capaz de cortar las gruesas sogas, pues no cabe duda que sus ráfagas de viento parecen empujarme siempre a algo: hablar—. Hace dos años les dije que en mayo fui a una salida de campo, que interfirió con mi deseo de asistir a las marchas...

Samara, que agarró la jofaina que llené al no verme con amago de proceder, pues ha pasado más tiempo del que preví al querer iniciar la conversación, deja caer el agua de sus manos en el plato. Sabe a dónde me dirijo y frunce el ceño como si las pistas siempre estuvieran ahí y solo fuera necesario verlas desde otra perspectiva para obtener la respuesta. Por ello, no es difícil comprender que no está sorprendida en lo absoluto: creo que he perdido la capacidad de sorprenderla realmente.

—No fuiste a la Bahía de Somme —afirma. Frunce los labios, contrariada, pero asiente y forma una pequeña sonrisa trémula que borra al hablar—. Sí... Sinceramente me pareció extraño lo fácil que pudiste dejar tu trabajo atrás solo por una salida de campo, por mucho que te gusten. Trabajaste mucho en esas propuestas, fue de lo poco que nos contaste.

—No sirvió de nada aportar, ces connards avaient tout dans le cul ² —refuto, molesta y con los ojos picando. Sam me mira con atención e intento apartar la mirada; ella parece entender, por lo que procede a, ahora sí, lavarse y permitirme seguir si lo decido—. Participé... Y no salió bien en ningún sentido. La última a la que asistí fue  a la del seis de mayo, hasta la Plaza de la Concordia... Resulté herida, un policía me golpeó con su garrote y terminé en el suelo hasta que pude levantarme e ir a casa. No salí, no fui al hospital y, entonces, el diez decidí asistir al Barrio Latino.

—Estuviste en la noche de las barricadas —Vuelve a afirmar, llevándose una mano al pecho. Su rostro y manos están húmedos, pero distingo que lo que brota de sus ojos no es agua, sino lágrimas auténticas. Ella sabe bien lo que pasó esa noche, la magnitud de todo—. Yo cubrí esa noticia, la cubrí para ti, para que supieras lo que estaba pasando... ¿Estuviste con los heridos... O con los presos...? Sabía que debí investigar más sobre ellos, no estaba conforme con las cifras...

—Estuve con los heridos —digo, apoyando mi mano sobre su hombro. Recuerdo ver el periódico en el hospital, ver el nombre de Samara e, internamente, desear que su curiosidad la llevara a mi. Por supuesto me arrepentí de desearlo y, por un instante, condenarla a sobrellevar las cosas junto a mi—. Tres costillas rotas, la mano luxada y una contusión agravada... No fui la peor, por supuesto, pero tardaron en llegar a mi un grupo de estudiantes de Medicina que me reconocieron de las reuniones, así que estuve... Bueno, atrapada, supongo, entre los policías enojados y los estudiantes heridos... Terminé en el Hospital Lariboisière³, sin dar mi nombre y con la cabeza traicionándome cada que los médicos trataban de ayudar... Ningún calmante me hacía efecto, lo que empeoraba las cosas... Incluso consideraron mandarme a Sainte–Anne⁴... Pero pronto me sentí mejor  y una de las enfermeras resultó ser del grupo que me llevó ahí. Me ayudó a hacer el papeleo y se hizo pasar por ti para sacarme después de pagar lo que no cubre el seguro... A veces es sorprendente lo mucho que los médicos ignoran a las enfermeras para no reconocerlas... Bueno, a ella la conoces, era Jézébel, esa amiga tuya de pelo cobrizo que...

—¿Perdón? —inquiere, volteando a verme con tal velocidad que temo por el crack que hace su cuello al tronar. Está sorprendida y yo lo estoy también, sobresaltandome de sobremanera; parece que aún me queda un poco de la cualidad para descolocarla. Me limito a asentir en respuesta, sin saber el porqué detrás de su reacción y sin tener el derecho a insistir en una explicación—. ¿Jézébel, estás segura? —niega, como para aclarar sus pensamientos—, ¿Cuándo te la presenté?

—No lo hiciste... Aún era pasante en el Pasteur ⁶ cuando ella reconoció el apellido y se presentó... No hablamos mucho, generalmente tus amigas que se presentan no son de conversar, más bien de preguntar...

—¿Mis amigas? ¿Cuántas más se presentaron? —No sé descifrar su expresión y tono de voz acorde, ¿Susto? ¿Enojo? Tal vez la palabra que más queda es impacto.

—Unas tres: Angie, Lori y Monica... Pero eran agradables —explico, por si aquello le preocupa. En toda mi vida son contadas las personas que presentamos a la otra y no soy nadie para juzgar a sus amistades que, si bien esas cuatro fueron en cierta forma extrañas, puedo decir que a primera impresión eran buenas para Sam. Por lo contrario, no puedo decir lo mismo de sus novios.

—Oh, d’accord, d’accord ⁶ —murmura como letanía, procediendo a agarrar la ropa y seguir hablando para sí.

—¿Te encuentras bien, Sami? Perdóname, créeme que no era mi intención afectarte... Solo quería explicar porqué actué así... —digo, preocupada por ella. ¿Fue la anécdota o la mención de sus amigas lo que la afectó? Puedo suponer que recordarlas le hace añorar el regreso a nuestro tiempo, o tal vez dejaron de ser amigas en malos términos; lo que sea que la haya golpeado, sus nombres terminaron por ser el detonante—. El frío me recordó al hospital y Bonnie Mai a los doctores y lo siento y...

—No te preocupes, Magda, perdóname tu a mi —dice, dejando caer sus manos a los costados cuando se ha puesto la cotilla sin ajustar. Se ve agitada, pero es tan hábil en ocultar bajo una máscara su verdadero sentir que batallo en volver a encontrar los restos de su descompostura—. Realmente aprecio que me hayas contado... Solo, ya sabes, me pareció que todo cobraba sentido y era mi culpa por no suponerlo antes...

—No, es mi culpa, les mentí...

—Lo hiciste y de todos modos no podríamos haber hecho algo... Sacarte eso de la cabeza no funcionaría, digo, solo dos años después ya estabas organizando otro movimiento... —Acaricia mi rostro y sus manos frías resultan extrañamente reconfortantes. Me es imposible no recargarme y aceptar el gesto, necesitada.

—Que abandoné y henos aquí.

—Basta de culpas, Magdalena, por favor —Su voz se torna dura, firme, pero sin querer rayar a lo insensible. Llama mi atención para que la mire a los ojos y es aquí donde me doy cuenta que estoy llorando. Seca mis lágrimas y besa mi frente, por lo que me encuentro sollozando al instante... ¡Oooh! Pero qué sería de mi sin ella: condenada, prisionera, muerta... Todo le debo a ella, quién lucha por no solo mantenerse en pie, sino llevarme con ella—, no es tu culpa. Siempre me pides priorizar mi salud y eres la primera en no hacerlo... Creo que es el momento. Déjame ayudarte y prometo dejar que me ayudes también. ¿Entendido?

—Entendido... —Titubeo, mordiéndome el labio para contener otra marea de sollozos—. Te amo, Sami.

—También te amo, Magda... Ahora, límpiate y vístete, que a Bonnie Mai no le hará gracia que tardemos tanto.



























                         Las bondades del té de cardo que Bonnie Mai me da en una cantimplora de piel para llevar en el camino, hacen efecto cuando estamos por partir al pueblo. La respiración se me acompasa aunque no estaba consciente de agitación alguna y siento reconfortante el cálido líquido en medio de esta gélida mañana en Leoch, mientras esperamos a que Broc traiga los caballos, al haberse ofrecido a escoltarnos hasta allá.

Aunque el hombre partió menos de veinte minutos atrás, si es que mis cálculos con base en el tiempo que tarda en tejer un cuarto de cesta una de las mujeres trabajadoras son certeros, Broc vuelve a la vista tirando de tres caballos, al nosotras haber insistido en subir a uno juntas, dado a la inexperiencia de Samara montando a caballo, la cual queremos disimular. La decisión lo desconcertó por una fracción de segundo, pero después de una mentira bastante convincente sobre cómo Sam se siente insegura montando en tierra agreste, lo convencimos; lo que, a su vez, derivó en su decisión de llevarnos en pares para no saquear todos los caballos de los establos.

Claire, cuya canasta a llenar de suministros para la Reunión del Clan reposa delante de su pecho cubierto por un reboso café, va a ir junto a Broc en un caballo, si bien dudo que esa sea la razón por la cual se mantiene tan alejada de nosotras, casi cerca de la puerta de Leoch, como impaciente. Bonnie Mai irá con Nessie que, al igual que la canasta llena de despensa que ha de llevar a la señora Fitz y a su familia en apoyo por lo que están pasando, no se puede separar por unos minutos.

Es incómodo montar con las piernas a un costado y temo no tener el control sobre el caballo, necesario si es que se altera en el camino, mas Broc asegura que nos dio un macho manso y con preferencia al trote ameno, por lo que estaremos a salvo. Una vez aseguro mi posición sobre el animal, Broc ayuda a subir a Sam y yo reafirmo el agarre sobre las riendas, lista para partir a su llamado, que no tarda en hacerse escuchar puesto que fuimos las últimas en montar.

Aprendí a montar a caballo tiempo atrás en Cambridge, cuando una de las muchachas estudiantes durante el segundo semestre se ofreció a darnos cursos gratis, con tal de practicar sus habilidades como instructora, dado que sus padres eran dueños de un establo en Peterborough, Northamptonshire. Aunque fueron gratis sus clases, me quedaba tras la clase para ayudarla a cuidar de los caballos y resguardarlos por la noche, si bien jamás fue lo único que hice con ella; ciertamente, el recuerdo de la radiante Violet me trae calidez en esta fría mañana conforme avanzamos entre un bosque de altos abetos.

El camino no es largo, aunque sí silencioso de mi parte y de Claire, que parece molesta si es que interpreto bien su mueca, como si hubiera lamido un limón agrio. Otro caso son Samara, Broc y Bonnie Mai, que largan una animada conversación sobre las telas y tintes que la rubia ha de conseguir para elaborar una capa de último momento para la reunión del clan; luego, Broc recuerda y le pide que arregle su tartán ceremonial, lo que aparentemente Bonnie Mai ya hizo, pero promete terminar un broche bordado para la ocasión. Samara, por su parte, se permite alardear sobre su conocimiento de accesorios del siglo XVIII, preguntando sobre los exquisitos detalles que, espera, Bonnie Mai le permita ver antes de que le haga la entrega a su ex esposo. Incluso Nessie participa, hablando poco pero con soltura sobre el velo que su mamá ha de terminar de teñir de añil para lucirse frente a las otras niñas, grupo en donde mete a Laoghaire pese a ser una joven, puesto que le gusta dejar que las pequeñas trencen su cabello.

Llegando al pueblo, de calles empedradas y con gente yendo y viniendo en parejas, con hijos o con cestas, Broc nos ayuda a todas a desmontar. Tras un breve vistazo general, puedo afirmar que Bonnie Mai no mintió sobre el problema de estiércol de caballo.

—Tengo que regresar al trabajo, pero les mandaré a alguien para recogerlas en un par de horas... —Broc besa a Nessie en la coronilla y parece dispuesto a recoger los lazos del trío de caballos, hasta que la mano de Bonnie Mai se ciñe con fuerza en su brazo para llamar su atención.

—Déjame uno, Nessie ha tenido cólicos en la mañana y si vuelven debo correr a Leoch.

—Lo que usted ordene, bana-mhaighstir mo thoil —El gaélico no dejará de ser un idioma desconocido para mí por arte de magia, pero no es necesario saber el idioma para comprender que lo que ha dicho, es bonito y de significado, lo suficiente para que Bonnie Mai, sonrojada, le suelte un golpecito amistoso con su pequeña mano en el brazo del que antes se aferró para detenerlo.

Broc carcajea, tan simpático como siempre, dando media vuelta y entregándole las riendas del caballo que ella usó para llegar al pueblo, un macho color café con manchas blancas. Veo que el pequeño cuerpo de Bonnie Mai se tambalea cuando el caballo se mueve un poco y el peso es demasiado, así que me apresuro a ayudarla con Nessie, que me la entrega sin pensarlo dos veces con una sonrisa agradecida. Pronto, Samara se acerca y la ayuda con la canasta de despensa. Broc, sin inmutarse, agarra firmemente las correas de los otros dos caballos y, con una reverencia juguetona hacia nosotras, se despide antes de emprender la marcha hacia Leoch, silbando y con la cabeza altiva, como cualquier hombre que sabe de su atractivo y no le molesta llamar la atención.

Mi ceño fruncido debe ser un indicador para Nessie de la molestia que me embarga al Broc ser indiferente a la carga que tenía su ex esposa en los brazos, puesto que la niña lleva ambas manos hacia mi rostro, en un intento por desvanecer el gesto. Me obligo a sonreír, logrando escuchar a Bonnie Mai recitar nuestro itinerario. Acomodo a la pequeña en mis brazos y me acerco para no separarme.

—Te llevaremos hasta donde vive la galla buidseach, sassenach —comienza la rubia, con una expresión que no acepta remilgos, si bien Claire parece lista para soltar algo para llevar la contraria; aquí, con las ex esposas de Broc de acompañantes, los comentarios sobre el comportamiento de Claire como inglesa abundan –que afianza el pensamiento de que es una espía–, por lo que solo estoy esperando la confirmación de sus dichos. Como no llega una contra respuesta, me concentro en lo que dijo para referirse a Geillis Duncan, dado que hasta en su voz se escucha agresivo y despectivo; Sam también está curiosa por ello.

—¿Así le dices a ellas también? ¿Qué significa siquiera gallabuisek? —pregunta Claire, desafiante, externando la duda general, mas no en la forma que alguna de nosotras lo haría. Su probable metro setenta sobrepasa con creces el metro y medio de Bonnie Mai, que aunada a su expresión colérica que parece serle fácil de adoptar, resulta intimidante; sin embargo, la rubia ni siquiera luce molesta.

—Significa mujer extraña, nada que te incumba de todos modos —contesta, con una seguridad que casi me hace creer el significado—. Ahora toma tu canasta y sígueme, vendremos por ti al terminar los recados.

La seguimos por las calles hasta la casa del procurador fiscal Arthur Duncan, el esposo de Geillis, donde Claire entra una vez llama a la puerta. Bonnie Mai ni siquiera le lanza una mirada a la pelirroja que se asoma por la puerta, pero yo la veo lo suficiente para inquietarme bajo la mirada de la joven, que no parece mucho mayor a Samara. Es por ello que recibo un grito de Bonnie Mai, apremiandome para caminar y dejar atrás la casa de la mujer que nos recomendó evitar, ¿Por qué? Eso es algo que Samara se aventura a preguntar, siguiéndola calle abajo para llegar donde una mujer que le vende los tintes para tela.

—¿Saben? Yo respeto a mucha gente —comienza, con el ceño y los labios fruncidos, lo cual no le agrada a Nessie, que se queja entre mis brazos, pero sin afán de querer que la baje, consciente de que su mamá lleva al caballo—. ¿Prostitutas, adulteros, sáficas, brujas...? No me importa lo que se metan o no por el culo, yo los respeto...

—¿Qué tienen que ver las brujas, perdona? —Sam se atreve a interrumpir, carraspeando y llevando la canasta delante de su pecho para distribuir el peso. Bonnie Mai la ve de reojo, dando la vuelta por una calle.

—Eso me dice Ivonne y yo le creo, está dulcemente casada, es feliz y sé que no engañaría a su marido con nadie, pero de las demás no puedo asegurarlo, ¿Saben? Si cogen o no con el diablo me es desconocido...—responde, con un deje de divague. Niega para sí, lista para retomar el hilo de conversación—. Al principio no creí que fuera una bruja, eso le dicen a muchas chicas y por diversas razones, además de que su marido la protege como para poder ir contra ella... Tampoco es que me importe que ayude a las muchachas a abortar o a matar a sus maridos, bien por ellas, pero hay límites en todo y mi límite con esa bruja llegó cuando me dijo que mi Nessie sería cambiada por las hadas a los meses de nacida, aún cuando acudí a ella para que me ayudara a concebir...

—¡Oh, eso es terrible, Bonnie!

Pero las palabras de Samara no logran que Bonnie Mai se aparte de eso—. Como ven, Nessie está bien, pero no quiero imaginar si habría hecho algo con mi niña de haberle creído y llevado al bosque —La recorre un estremecimiento y reconozco la mirada que le da a su hija; es la misma que tenía mi madre al vernos—. No me atrevo tampoco a pensar qué más hará cuando se va a los bosques... —Mi curiosidad sobre los niños cambiados es grande, sin embargo, parece que llegamos donde la señora de los tintes, dado que se detiene y le pide a Samara, pese a sus insistencias, que sostenga las riendas del caballo mientras recoge sus cosas.

Los siguiente que sé es que estamos dando media vuelta para ir a la casa de la madre de Tammas Baxter, el sobrino de la señora Fitz, donde Bonnie Mai nos pide permanecer afuera, de nuevo, solo que esta vez para evitar que lo que sea que tenga el joven Tammas, no pase a su pequeña hija. Por supuesto, una posesión demoníaca que requiere de un exorcismo me sigue pareciendo absurdo, pero por una breve fracción de segundo, me pregunto si podría ser posible al sentir la frente de Nessie arder en fiebre... Tan pronto tengo ese pensamiento, pecando de influenciable, me encuentro despabilando y relacionando aquella fiebre con los cólicos que mencionó la rubia que tuvo Nessie por la mañana. Eso no evita que siga preocupada, hasta que varios minutos más tarde Bonnie Mai sale, libre de peso, pues los paquetes con tinte y tela están amarrados al caballo y la despensa ha sido entregada.

—Bonnie Mai... Creo que Nessie está mal —digo, sin saber cómo abordar la situación sin causarle un paro cardíaco a la mujer. No lo logro con esto, en definitiva, ya que se apresura a agarrar a la niña y toquetear su frente como primer instinto.

—Tendremos que volver... Mmmh, tal vez si ustedes van primero, o yo con alguna...

—Podemos quedarnos aquí, Bonnie —dice Samara, razonable, dándole un medio abrazo y conduciéndola al caballo—. Ve a Leoch y cuida de Nessie, nosotras podemos ir con Claire y quedarnos con ella mientras llega alguien con los caballos...

—¡Oh, qué gran opción, Samara! —Por un instante, noto que la rubia tiene la intención de abrazar mucho más de cerca a mi hermana, sin embargo, el agarre sobre su hija la detiene y se limita a asentir, con el agradecimiento cincelado en cada una de sus facciones—. Mandaré pronto a los caballos, no tardarán... ¡Gracias, gracias!

—Ve con cuidado, por favor —Le pide Sam, rogándome por ayuda para subir a la mujer y a la niña al caballo en el cual, tan pronto están montadas, se despide la mayor y apresura el paso para irse—. ¿Recuerdas como llegar a casa de Geillis Duncan, cierto?

—Así es.

Y aunque no recordara, el espectáculo que comienza a formarse en frente es llamativo, y la silueta de la pelirroja frente a su ventana, presenciando la escena, es la señal de que no me equivoqué de camino.






























¹ Las Catacumbas, mejor conocidas como Las Catacumbas de París, es uno de los cementerios más famosos de París, Francia. Son una red de túneles y cuartos subterráneos localizados en lo que, durante la época romana, fueron minas de piedra caliza. Las minas se convirtieron en un cementerio común a finales del siglo XVIII.
² Esos imbéciles se pasaron todo por el culo.
³ El Hospital Lariboisière es un hospital parisino situado en la rue Ambroise-Paré en el X Distrito de París, Francia. Fue construido en el siglo XIX, dispuesto en pabellones de acuerdo al movimiento higienista y fue inaugurado el año 1854.
⁴ El Hospital Sainte–Anne o Centro Hospitalario Sainte–Anne está ubicado en el XIV Distrito de París, especializado en psiquiatría, neurología, neurocirugía y adicciones. Su creación data de 1651 y es considerado el símbolo de los asilos psiquiátricos en Francia.
⁵ El Instituto Pasteur de París es una fundación francesa sin fines de lucro cuya misión es contribuir a la prevención y el tratamiento de las enfermedades, especialmente las infecciosas, a través de la investigación, la enseñanza y acciones de salud pública. Fue fundado en 1887.
Está bien, está bien.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro