SAMARA | Les amants merveilleux.

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❛LES AMANTS MERVEILLEUX❜

                      —¿Segura que quieres quedarte aquí? —Miro con recelo a la turba formada en la plaza, frente a casa de Geillis, por un aparente juicio de, quien veo, se trata de un niño pequeño que llora a mares, conforme lo exponen en su camino a enfrentarse con la ley. No estoy segura de qué tan bien esté Magda con presenciar a la congregación, si es que acaso le provoque esto una reacción dada la historia que me contó por la mañana –antes de darme el susto de mi vida– y yo, por mi parte, no esté cerca para llevarla a ventilarse a otro lado.

Pese a la renuencia, las palmas de mis manos pican del impulso que me empuja a entrar y avisar a Claire que Bonnie Mai ha tenido que irse, si bien no sé en qué le afecte saber eso... La única certeza que tengo es que se lo prometí a Bonnie. La animadversión me mantiene presa, pero me veo inclinando la balanza a una respuesta positiva al ver a Magda asentir, segura de sí.

—Si no puedo manejarlo, prometo entrar por ti —dice, alzándose sobre las puntas de los dedos de los pies como si quisiera saltar a ser parte de lo que está sucediendo, tal vez incluso con la intención de probar su suerte e interferir, aunque eso en mi poder no va a suceder, si es que puedo adivinar bien sus planes.

Termino por asentir—. No te metas en problemas.

Sé que no lo hará porque un plan bien trazado tarda en ser elaborado por ella, siendo su primer paso mezclarse con la turba como si su ropaje no gritara una extranjera de alto calibre, tal vez algo desaliñada. Pero lo hace bien, se une a un par de señoras con cabellos blanquecino que no tardan en murmurar algo que no entiendo por la lejanía, así que no dudo en tocar la puerta de la casa de Geillis Duncan para ver a Claire.

La puerta tarda en abrirse por una de sus trabajadoras, que cambia la compostura tensa al verme. No sería sorpresa si creyera que se trataba de alguien relacionado con el juicio, dado que el marido de Geillis es el procurador fiscal y debe estar a cargo del juicio. Me sonríe amable, conduciéndome escaleras arriba a donde la bruja pelirroja trabaja; Geillis debe estar elucubrando la respuesta a un secreto jugoso, puesto que la interrupción anunciando mi presencia no parece ser bienvenida, sin embargo, lo oculta bien bajo su rostro sonriente de zorro astuto.

—¡Estaba por sacar el oporto, únase como querida invitada a Claire y a mi! —exclama, con extraña amabilidad. Debe tratarse de la influencia que tiene Bonnie sobre mi, pues no temo ocultar la mueca que surca por mi rostro ante la propuesta; si me preguntara le doux ange aux boucles dorées ¹ lo que sucedió a su partida, no me gustaría decir que fraternicé con su enemigo. Sería una traición a mí misma—. Oh, si no es el olor de mi oporto, ¿Qué la trae por aquí, lady Dubois? ¿Y su hermana... Y la señora Mackenzie? —Su intento de convivir, como si no supiera que Bonnie me debió contar algo sobre ella, da fin, tomando una postura más cortés, analítica. No sabe qué esperar.

—Buen día, señora Duncan —saludo, en primer instancia, parada en el umbral que conduce a su salita caliente y con vapores por los techos, acariciando los adornos y plantas secas que abundan en su oscura habitación—. Me temo que solo vine aquí para avisar a Claire que a Bonnie Mai le surgió la urgencia de partir a Leoch, por lo que tendremos que esperar a alguien que acuda con los caballos.

Claire se ve relajada al escuchar esto, por lo que mi ceño se hunde con aprehensión. No puedo ser la única que disfruta de la compañía y persona de Bonnie, pero debo serlo si no cuento a Magda, que aprecia, en realidad, toda convivencia con féminas.

—Está bien —responde Claire, turnando la mirada entre su anfitriona y yo. También está incómoda, puedo notarlo por sus clavículas tensas que no se deben a su delgadez y a la manera en que yergue su espalda y levanta la cabeza, lista con anticipación para ponerse a la defensiva—. He terminado aquí, así que podríamos esperar afuera la llegada del transporte...

Asiento, queriendo salir lo antes posible de este lugar agobiante y escapar de la mirada acechante de Geillis—. Será mejor que nos vayamos, he dejado a mi hermana afuera a petición suya... Gracias por su hospitalidad, señora Duncan.

—No es molestia si quieren esperar en la calidez de la casa, mandaré a por su hermana...

La insistencia de Geillis decae al ver a alguien en el umbral de la entrada atrás de mi y no tardo en escuchar —y para mí mala suerte, también oler—, la razón. Se trata del esposo de Geillis, que viene echándose gases con una mueca de terrible dolor e incomodidad por su afección, que lo lleva a exigir a su esposa, con voz bastante amable y de real devoción, que le prepare de favor un té de menta.

—No puedo dar sentencia con las tripas irritadas —declara Arthur Duncan, tomando asiento.

Intento a toda costa ocultar mi desagrado. Si alguien aquí está acostumbrada a las enfermedades y al cuadro clínico a la que están sujetas, esas deben ser Geillis y Claire; pero yo, no. Los olores me dan náuseas y pronto me encuentro abriendo una de las ventanas y sacando la cabeza, para tratar de ignorar al viejo. El aroma a estiércol del exterior no ayuda, mas permite que el aire golpee mi rostro y mis fosas nasales busquen algo que apasigue el malestar.

En el interior de la habitación, Claire trata de convencer al hombre Duncan de que cortar la mano al niño es una barbarie, pese a que este aparentemente confesó el hurto de dos panes a su patrón. Si bien estoy en contra de viles castigos físicos como esos, sé que no podría lograr mucho en mi posición; lo confirmo escuchando la débil exclamación del fiscal pidiendo que Claire se retire.

Geillis debe tenerle mucha estima a la inglesa para proceder como lo hace. Al voltear, con el estómago asentado, veo que se hinca sobre sus rodillas, con las manos unidas como haciendo una plegaria a su marido, mientras le da al viejo un seductor discurso acerca de la misericordia, invocando a un hipotético hijo para efectos de la plegaria y que así comprenda la importancia de un castigo más leve.

Inteligente, lo admito, propio de una bruja con lengua de plata. El material seductor y halagador equilibrado ciertamente funciona con Arthur Duncan; los años que deben llevar de casados han sido, para ella, de gran aprendizaje.

Por instinto, suspiro de alivio al saber que no le cortarán la mano al pobre niño. No obstante, no siento paz al saber que, a cambio, pasará una hora en la picota con su oreja ahí clavada. Claire debe ser muy ingenua o ignorante, por como distingo en su mirada de sorpresa y horror al interpretar la nueva sentencia, si es que pensó que el pequeño ladrón saldría indemne de las marcas de los suyos; una es el muñón correspondiente a una mano ausente, la otra, la oreja rota de alguien que se la desgarró al separarse de la picota.

No pasa mucho tiempo hasta que decidimos salir a la plazuela. Una vez ahí, veo a Magda parada junto a la tarima, ajena a lo que las pocas personas que restan dicen sobre el niño. Tiene la mirada perdida en él, pero permanece al margen, con los brazos cruzados, dándose confort.

Decido confiar en que se acercará a mi cuando necesite ayuda, por lo que me quedo junto a Claire, recargadas en la pared exterior de la casa de Geillis, en espera de que alguien vaya a recogernos.

—Tampoco estás de acuerdo con esto, ¿Verdad? —inquiere Claire, de repente, con una mueca de descontento y volteando a verme—. He notado cómo reaccionan a estas barbaries.

Mirándola de reojo, asiento—. Pero así son las cosas. Así es la ley —apunto, intentando invocar en ella la prudencia—. No la podemos cambiar nosotras solo por lo que creamos.

—Debí suponerlo —musita, exasperada—, en Francia se hacen cosas peores, como la guillotina.

Jadeo, ofendida. Me doy la vuelta por completo para encararla, lo que suscita la sorpresa en ella. Puedo tolerar su disgusto por las prácticas actuales, pero no su ignorancia y tendencia a creer que Inglaterra está indemne de todo, siendo superior en todo aspecto.

—Te recuerdo que Inglaterra comete las mismas acciones, Claire —digo, con el ceño profundamente fruncido—. Te recuerdo que Escocia sigue parte de sus leyes, lo que incluye los castigos. Ningún rincón en este mundo es inocente y no eres ajena a este mundo. Te permito afirmar que la guillotina es una crueldad, porque lo es, pero yo también puedo afirmar que el método hanged, drawn and quartered ²  perpetrado por los tuyos es igual de monstruoso. Conoce tu lugar, que en ningún momento de la historia Francia e Inglaterra dejarán de ser verdugos injustos y jamás serán los civilizados.

Algo en el rostro de Claire cambia y me veo comparando nuestra posición con dos animales, acorralados, reconociendo al otro cautivo pero desconfiando. Ella entrecierra los ojos, apenas perceptiblemente, mientras se aparta un poco, y es así que tengo la certeza de que he me delatado.

Mas no sin algo a cambio, pues encuentro más razones para justificar su ruidoso paso por las Tierras Altas, que la delatan a los cazadores. Si yo le acabo de dar razones para vernos bajo otro lente, para mí queda claro que ella no pertenece a éste tiempo, tal como nosotras.

En silencio, seguimos esperando. No me vuelve a mirar ni yo a ella, en cambio, tomando la decisión de poner nuestra atención en Magda, que por momentos inicia breves conversaciones con las personas alrededor del niño, que sigue clavado a la picota.

En medio de una distracción mía, al ver pasar a un panadero cargando un pedido que despierta mi hambre, Magda halla compañía: un hombre de caballera pelirroja bien conocida. Debe intercambiar a duras penas un par de oraciones con él, no comparable con el largo intercambio de miradas que procede su plática; tras una sonrisa del hombre, que percibo entre incrédula y jovial, este se aparta, caminando en dirección a la picota; por otro lado, mi hermana se dirige al tumulto que resta observando al niño.

En un abrir y cerrar de ojos, se arma un alboroto. Magda cae, sin pensar siquiera en el factor dramático del teatro para reducir el impacto de su caída, llamando la atención de los espectadores, que se apresuran a ayudarla. Inmediatamente inicio el andar hacia ella, escuchando los gritos que exigen les proporcionen sales para ayudarla a recomponerse; sin embargo, me detengo por un segundo, observando que, en medio de la situación que se desarrolla, Jamie aprovecha para ayudar al niño a liberarse de la picota.

Fille rusée! ³ —exclamo, llegando a la par de Jamie, que alza a Magda sin problema y se deshace de las manos que pretenden ayudarla. Al ver la expresión de Magda, al borde de la inmersión en una crisis por la gente que se congregó a su alrededor, noto cómo brota el sentimiento de agradecimiento hacia Jamie por su fácil manera de sacarla de ahí; sentimiento que comparto.

Magda se aferra al brazo de Jamie, pareciendo que el muchacho actúa de barrera entre ella y el resto. Una vez presiento que se encuentra mejor, me permito ser dueña de un gran orgullo, producto de su maniobrar; si fue consciente de que ejerció un efecto en Jamie para que la ayudara en esa treta de ayudar al niño, no importa. Ciertamente su plan fue efectivo.

Los sigo por detrás, en mi mente reproduciéndose un fragmento de Les amants merveilleux ⁴, pensando con melancolía y resignación en lo que, de estar presente y no perdida, diría mi madre al ver a ellos dos, caminando en dirección a un par de caballos apartados del centro de la plaza. Dos rebeldes o justicieros prendidos del brazo del otro, ignorando al resto y paseando; una novela a los ojos de cualquiera.

Incluso en medio de este embrollo que es el estar en una época ajena a la nuestra, me permito disfrutar de un supuesto. Uno donde Magda puede encontrar la paz y la felicidad al final.

Es cuestión de unos minutos para que Jamie y Magda reparen en mi presencia y la de Claire, que se une a mi, aunque manteniendo su distancia.

—Les traje sus abrigos —avisa Jamie, tendiendo uno a cada una—, perdón por la tardanza, Bonnie Mai tardó en avisarme... El mal de la pequeña Nessie no la ha dejado respirar en paz... Ahora, debemos partir si no queremos quedarnos con las sobras de la cena...

—Un momento, señor MacTavish —interrumpe Claire. No puedo ocultar mi expresión de hastío, en espera de lo que sea que quiera decir—, ya que habla de males... ¿Podría mostrarme la Iglesia Negra? Han dicho que el niño Baxter fue poseído ahí...

Jamie permanece sereno, limitándose a asentir, como si asimilara su petición. Con una sonrisa cortés, pronuncia—: Si a las señoritas no les molesta hacer una parada.

Al ver a Magda asentir, sé que soy la única que quiere ir sin escalas a comer. Sin otra opción, asiento, resignada.











¹ El dulce ángel de rizos dorados.
² Ahorcado, arrastrado y descuartizado, es un tipo de ejecución implantado en Inglaterra desde 1351 a quienes eran hallados culpables de alta traición.
³ ¡Niña mañosa!
Los amantes maravillosos.

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