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~Es peligroso como soy destrozada...

Haerin se sentía demasiado cómoda, como si estuviera durmiendo en una nube suave que la acogía por completo, que la envolvía y la protegía de todo lo malo en el mundo.

Nunca se sintió así. Nunca durmió tan bien.

Podía sentir una suave respiración en su nuca, pero qué importaba, los brazos de Danielle eran calentitos, perfectos, la envolvían con una facilidad que no hubiera creído posible. Su instinto omega murmuró que nunca quería salir de allí, que ese lugar era algo que no podría encontrar en ninguna otra parte.

No. Si había otro lugar como ese.

La noche en que Niki la atacó, Minji la envolvió con sus brazos cuando se quebró por completo y, extrañamente, se sintió como en ese momento. Como si un simple abrazo fuera lo que necesitara para protegerla de todo, para cuidarla de las cosas malas en el mundo.

¿Por qué Minji y Danielle tenían que abrazarla de esa forma?

No lo sabía. No le importaba. Solo quería que la abrazaran así a ella, aunque sonara egoísta, aunque no estuviera en una posición decente para exigir aquello.

Se giró, abrazando a Danielle de frente, enterrando su rostro en su pecho y suspiró para seguir durmiendo, llenándose con el fuerte olor alfa que exhalaba y la envolvía completamente.

—¿Qué mierda significa esto?

Abrió sus ojos con el terror invadiéndola, sentándose bruscamente sobre la cama, y echó a un lado los brazos de Danielle, como si hubiera estado cometiendo un delito.

No, no, no, ¿por qué?

Dongyul la observaba desde bajo del marco de la puerta con furia mal disimulada.

—Yo...

—Que gran despertar, Hae.

Danielle frotó sus ojos, sentándose también, aún amodorrada. Haerin no dijo algo, liberando feromonas de miedo.

La australiana frunció el ceño, levemente confundida, antes de mirar hacia la puerta. Su expresión cambió un poco, no demasiado, en señal de comprensión: estaba con Haerin en una situación un poco comprometida y ese era el alfa que habitaba en la casa.

—No pasó nada —soltó, dejando salir un bufido.

Dongyul apretó su mandíbula.

—¿Tienes una novia, Haerin? —preguntó ácidamente, con veneno en su voz.

La más baja negó con fuerza, demasiado asustada para decir algo. Para poder sacar su voz, tratar de defenderse.

—Somos amigas —explicó Danielle de pronto, notando el ambiente tenso.

Ese alfa de cabello negro, con algunas canas, la miró. Parecía que quería estrangularla con la mirada.

—Soy Dongyul, el padrastro de Haerin —se presentó, sin acercarse—. Comprenderás porqué... me preocupa esto. Haerin tiene diecisiete años, ya ves, y no quiero que se aprovechen de ella.

La muchacha estaba mirando el suelo, como si hubiera algo terriblemente interesante allí, sin decir nada.

Danielle notó que las cosas iban mal, que había algo raro allí, que una pieza no encajaba. Haerin no lo mencionó la noche anterior.

Y ahora lucía aterrada.

—Lo entiendo —como si estuviera distraída, tomó la mano de Haerin para darle un apretón, sin importarle si el ojiazul le dirigía una mirada furiosa—, pero no busco aprovecharme de Hae. Es una... omega completamente encantadora.

Otro silencio y, luego de unos segundos, Haerin le devolvió el apretón en la mano, aunque lo hizo con rapidez, porque después la alejó. Al levantar el rostro y mirarla a los ojos, se encontró con el vacío en ellos.

—¿Acabas de llegar, Dongyul? —preguntó Haerin con suavidad, agachando otra vez la cabeza.

A Danielle le desagradó totalmente que la omega luciera tan sumisa, tan débil, en presencia de otros alfas. Por algún motivo que no llegaba a comprender por completo, quería verla siempre sonriendo, con los ojos brillando de la emoción.

—Sí —el hombre frente a ella pareció relajarse un poco—. Estuve muy ocupado anoche, lamento no haber podido llegar —olisqueó el aire, enarcando una ceja—. ¿Te entretuviste, Haerin?

El ronroneo malintencionado del mayor envió un escalofrío por toda su espina dorsal, por lo que mordió el interior de su mejilla para ahogar las ganas de echarse a llorar.

—Mi celo se descontroló unos segundos, pero ya estoy bien —respondió como si nada.

—Bien —Dongyul sonrió, burlón—. El desayuno no está listo.

Como si fuera una orden, la chica se puso de pie caminando para salir de su cuarto. O eso pretendía, hasta que Dongyul la tomó del brazo, deteniéndola. Se inclinó para olisquear su cuello.

Danielle quería gruñir en señal de advertencia, pero se tragó el sabor amargo que la escena le dejó.

Dongyul la soltó y Haerin siguió caminando como si nada, desapareciendo por el pasillo.

—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó Dongyul de forma educada.

—Danielle Marsh —respondió, tratando de que su expresión no demostrara la molestia que sentía.

—¿Quieres tomar desayuno con nosotros, Danielle, o prefieres marcharte?

Por el tono de su voz, sabía que el alfa frente a ella quería que se fuera de allí lo más pronto posible.

Así que sólo sonrió, también educadamente, aunque la rabia bullía en su interior.

—Prefiero tomar desayuno, si no es mucha la molestia —contestó, calmada.

La leve mueca en el rostro de Dongyul confirmó sus sospechas.

—Claro que no lo es.

Minutos después, ambos alfas entraron a la pequeña cocina.

El agua acababa de hervir, en tanto Haerin ponía un par de tazas sobre la mesa, sin mirar a nadie a los ojos. La chica movía sus manos nerviosamente, Danielle lo podía notar con facilidad, mientras les servía agua caliente para el café.

El celular de la alfa menor vibró, y Danielle leyó el mensaje de su madre, preguntándole dónde carajo estaba.

Sabía que tenía que irse, que ya pasó mucho tiempo en esa casa de mierda, pero si era sincera consigo misma... No tenía un buen presentimiento. No quería dejar a Haerin sola, no cuando lucía tan ansiosa y aterrada.

Había una sensación demasiado desagradable en su estómago.

—¿Quieres... uhm... pan, Danielle? —balbuceó Haerin, todavía de pie.

Dongyul la miró con una ceja enarcada, hablando inmediatamente con una voz tan suave que erizó la piel de Danielle.

—¿Te olvidas de mí, Haerin?

Pudo ver como los hombros de la muchacha se crispaban.

¿Por qué estaba tan aterrada? Se supone que el hombre frente a ella era el alfa de su madre. ¿Por qué Haerin lucía como un cordero a punto de ser degollado? ¿Acaso temía que Dongyul le levantara la voz por la situación en la que habían estado? ¿O era otra cosa?

Haerin no dijo algo mientras servía el pan tostado, como si estuviera a punto de llorar.

Danielle quiso tomarle la mano y decirle que todo estaría bien. Luego, pensó que no debía estar pensando eso.

Comieron en un tenso silencio, hasta que una puerta abriéndose interrumpió el incómodo desayuno. Unos segundos después, una mujer parecida a Haerin entró con expresión cansada, pero quedándose quieta al ver la visita en el lugar.

Haerin se veía más enferma ahora.

Danielle pudo adivinar con facilidad que era la madre de la niña.

—Oh, hola —saludó todavía sorprendida, antes de girarse hacia Dongyul—. No sabía que invitaste a alguien, mi amor.

El alfa se encogió de hombros con actitud despreocupada.

—Es amiga de Haerin —luego, extendió una sonrisa pequeña por su rostro—. Al parecer, la invitó a pasar Nochebuena con ella.

La chica frente a Danielle apretó su mandíbula, mientras que la australiana arrugaba el entrecejo.

La omega mayor parpadeó un poco confundida, y terminó por sonreír ampliamente.

—¡Sí! —dijo con una expresión de alivio—. Oh, Dios, ya era hora de que este momento llegara —la mujer dejó sus cosas en el suelo, sentándose frente a Dani—. Soy Goeun, la madre de Haerin. ¿Y tú?

Danielle enarcó una ceja, viendo el rostro avergonzado de la pelinegra.

—Danielle Marsh.

—¡Hasta tu nombre es perfecto! —Goeun se veía realmente feliz y brillante por lo que estaba pasando—. Haerin, ¿por qué no me dijiste que ya tenías una alfa?

Oh. Oh.

Ahora entendía la expresión mortificada de la omega, porqué lucía como si estuviera a punto de vomitar.

—Mamá, ella no...

—¿Haerin es tu primera omega? —Goeun ignoró la débil protesta de su hija—. Bueno, no importa realmente. Estoy segura de que una alfa como tú no podría contentarse solo con una omega, pero tienes la fortuna de que Haerin es completamente virgen, así que puedes disfrutarla sin problema.

La muchacha soltó un grito ahogado, en tanto Danielle endurecía su expresión, sin saber por qué le molestaba realmente lo que había dicho Goeun. No era la primera vez, ni sería la última, en la que una madre vendía a sus hijos omegas de esa forma.

Pero imaginarse a un alfa marcando a Haerin... Causaba que su estómago se revolviera.

—Hae y yo somos amigas —le interrumpió, tratando de lucir amable.

Goeun detuvo su perorata de golpe, borrando su sonrisa.

—¿Cómo?

—Tuve un problema anoche —habló Haerin, mordiendo su labio inferior—, y Danielle me ayudó. La dejé dormir aquí en señal de agradecimiento —hizo una pausa—. No estamos saliendo, mamá. Es una amiga.

La expresión de disgusto en el rostro de la mujer era suficiente como para que Danielle decidiera marcharse pronto de allí. Tragó el pedazo de pan como pudo, haciendo una mueca al sentir los ojos de Haerin sobre ella.

—¿Hay alguna posibilidad —dijo de pronto Goeun lentamente— de que quieras a mi hija como omega?

Dejó la taza de café a medio beber sobre el plato, en tanto los ojos de Haerin se pusieron llenos de lágrimas.

—Mamá...

—No, Haerin —el tono de la mujer era duro—. Tienes diecisiete años, es momento ya de que te comprometas.

Danielle se puso de pie, disgustada por completo, y le revolvió el cabello a la chica.

—Hae es una omega maravillosa —dijo, su tono más suave y casi amoroso—, y todavía es joven como para comprometerse. Pero, respondiendo a su pregunta...

Chocó con los ojos de Haerin y pudo leer el pánico allí. El silencioso pedido de que, por favor, no contestara esa pregunta.

—Sólo el tiempo lo dirá —hizo una pequeña inclinación—. Gracias por el desayuno, Hae. Feliz Navidad, espero que nos veamos pronto.

—Feliz navidad, Danielle —murmuró Haerin, caminando con ella hacia la puerta de salida―, y... y gracias.

El rostro triste de Haerin fue lo último que vio antes de que la puerta se cerrara frente a sus ojos.

***

Su mamá estuvo despotricando por al menos otras dos horas, pero Haerin estaba aliviada.

Aliviada de que su mamá estuviera allí, gritándole, regañándola por haberse comportada como una omega prostituta, invitando a una alfa a dormir, pero sin dejarse marcar. Porque si ella estaba ahí, significaba que Dongyul no iba a tocarla. Al menos, no de momento.

Así que se tragó todas las réplicas que quería decir, todas las protestas que morían por salir de sus labios, y de forma digna soportó los reclamos, las quejas de Goeun, sentada en el envejecido sillón del living, mirando la pared mientras abrazaba sus piernas. Dongyul fingía mirar la televisión, sin decir nada.

Haerin quería ir a ocultarse a su pieza, sin embargo, sabía que su mamá se enojaría más si hacía eso, por lo que sólo se apretujó más contra el respaldo del sillón.

—Ya, cariño —soltó Dongyul, tratando de calmarla—. Es suficiente, ¿no crees?

Goeun cerró su boca inmediatamente y Haerin hizo una leve mueca.

Siempre haciéndole caso, sin tener una maldita voz propia.

—Mira, ya son las dos de la tarde y no has empezado a cocinar —el comentario sonaba despreocupado, pero las dos omegas supieron interpretarlo bien.

—Oh —Goeun soltó una risita nerviosa—. Sí, tienes razón, amor —tomó su bolso sobre la silla—. Voy a ir al supermercado para comenzar a preparar el almuerzo. Luego seguiremos hablando, Haerin.

La mujer le dirigió una mirada amenazante a su hija, que se puso de pie para huir apenas pudiera, sin embargo, no fue lo suficientemente rápida. Retrocedió cuando su mamá salió de la casa, notando la furiosa mirada de su padrastro sobre ella.

Su instinto se activó, pidiéndole que se alejara, que huyera, que pidiera perdón.

Pero su boca estaba seca, su cuerpo entumecido.

—Entonces —dijo Dongyul lentamente, su voz con fría calma—, ¿es tu novia, Haerin?

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo, de pies a cabeza, y quiso huir, ocultarse, alejarse de esa mirada llena de rabia.

—No —contestó débilmente—, no lo es. Es solo una conocida.

—Oh —Dongyul se puso de pie, dando un paso y dejándola congelada en su lugar—. ¿Acaso trajiste a una conocida a casa, aprovechando que estabas sola, para... qué?

Acarició su brazo con fuerza, queriendo concentrarse en ese pequeño dolor, sin querer dejar que el instinto tomara el control por completo. Si permitía eso, rompería a llorar, se pondría de rodillas y Dongyul podría someterla con facilidad.

—Entré en celo anoche —respondió, respirando a bocanadas—, y Danielle me trajo, me ayudó con el supresor. No pasó nada, lo prometo —se apresuró a decir—. No quería quedarme sola, no... no esa noche.

Dongyul se quedó quieto un momento, y cuando Haerin abrió la boca para decir que iba a su cuarto, chocó de pronto contra la pared, con la mano de su padrastro alrededor de su cuello.

Su lado omega chilló.

Abrió la boca, ahora respirando aceleradamente.

—¿No querías estar sola? —dijo Dongyul con calma—. Si no querías, tuviste que decírmelo. Yo te habría hecho compañía y calentado tu cama, puta.

Haerin cerró sus ojos y se obligó a no gritar cuando sintió la lengua de Dongyul acariciando su cuello. Jadeó, aterrada, sintiendo unas lágrimas escapar de sus ojos.

—Por... por fa-favor... Dongyul... —gimió Haerin, sollozando.

Dongyul alejó su boca de su cuello, sin embargo, no la soltó de su firme agarre.

—¿Quién es tu alfa, Haerin? —preguntó el mayor, tranquilo.

La omega lloriqueó, sin mirarlo a los ojos, queriendo morirse, desaparecer, para que así Dongyul no le hiciera más daño. Para que nadie más le hiciera daño.

—Tú —Haerin apretó sus párpados—. Tú... Dongyul...

El alfa no dijo algo por varios minutos, soltándola del agarre en su garganta, y Haerin boqueó en busca de aire, abriendo sus ojos, quedándose quieta en su lugar.

El rostro del alfa se había suavizado.

De pronto, la mano de Dongyul golpeó su rostro, con tanta fuerza que la lanzó al suelo, chocando con la mesita al lado del sofá, botando el florero.

Su ojo palpitaba con dureza mientras se acurrucaba en el suelo, gimiendo de dolor, y saboreó la sangre. Recibió otro golpe, en su estómago, que le cortó la respiración por varios segundos y la dejó boca arriba.

Dongyul se inclinó, calmado.

—Ahora dilo como si lo creyeras, Haerin —ordenó tranquilo.

Las palabras no salieron de su boca, y luego de recibir otro golpe en el costado, el alfa se marchó furiosamente.

Tragó saliva, evitando escupir la sangre acumulada en su boca, y cerró sus ojos un momento. Sintió lástima de sí misma y de su estúpido agradecimiento porque no la hubiera violado, a pesar de que la golpeó con tanta saña que de seguro dejaría una marca por días.

Pero siempre podía disimular esas marcas. Los golpes curaban, pero había cosas que nunca sanarían, y si Dongyul abusaba de ella, estaba segura de que terminaría matándose.

Y la muerte, si era sincera, no sonaba como una mala opción en ese momento.

***

Minji sintió entrar a Danielle, por lo que asomó por la cocina para verla llegar con una mueca de odio en todo su rostro.

Enarcó una ceja, mirándola un tanto confundida.

—¿Pasó algo? —le preguntó.

—Mi madre —gruñó Dani entre dientes, echando a un lado su chaqueta—. Decidió invitar a los Kim hoy a comer. Y no contenta con eso, empezó a presionar a mi padre para que me hablara sobre las ventajas del matrimonio con una chiquilla tan linda como lo es Dayeon.

Minji soltó un resoplido, levantando el hervidor para servirse un café, y de paso aprovechó para prepararle un té a su amiga. La castaña le agradeció con una mirada, apoyándose en el respaldo del sofá.

—Al menos tu padre no te está presionando —trató de consolar Min—. Además... Supongo que tu papá no parecía muy interesado en eso.

―No ―suspiró Danielle, con algo de alivio, y sonrió levemente―. A papá no le importan estas cosas, así que no tomó en cuenta a mi mamá. Él sólo quería hablar de negocios con el padre de Dayeon.

—¿De verdad?

—Dayeon tenía cara de aburrida ―revolvió su té―, ya no parecía tener tantas ganas de un matrimonio.

Su amiga comenzó a reírse sin control, negando con la cabeza.

Danielle le sonrió en respuesta, un poco más relajada al escuchar las carcajadas de su mejor amiga. Minji siempre sabía cómo hacer que el ambiente no fuera tan pesado, ayudándola mucho a sentirse mejor.

―¡Oh, a todo esto! ―habló Minji, yendo hacia el sofá, donde agarró su mochila―. ¡Feliz Navidad!

Alcanzó a agarrar el sobre que su amiga le lanzó, enarcando una ceja.

—Te juro que, si es otro cupón de descuento en productos de limpieza, te mataré —dijo Danielle, arrugando ahora el ceño.

Minji se encogió de hombros, inocente.

Cuidadosamente, la chica más baja abrió el sobre, sacando una fotografía que le hizo sonreír.

Si mal no recordaba, en la fotografía ambas tenían diez años y ese verano fueron a acampar juntas con el papá de Danielle. Subieron a una canoa para navegar en el lago y la fotografía era de ese momento, cuando se reían porque Minji, por querer hacerse la valiente, decidió lanzarse al agua sin calcular lo profundo que estaría. La expresión de horror de la chica lo era todo, al igual que la sonrisa enorme de Danielle.

—La encontré anoche, en casa de mamá —dijo Minji, rascando su nuca.

Danielle sonrió con más ganas, observando la vieja fotografía.

—Mira esas caras inocentes —se burló Marsh con cariño.

Hubo un pequeño silencio entre ellas.

—Quién diría que nos convertimos en esto —dijo Minji, como si nada.

—Habla por ti, Kim, yo estoy bien conmigo misma —Danielle le hizo un gesto grosero que la hizo reír, y la de cabello azabache le hizo un gesto adorable.

—Seguiremos siendo amigas por toda la vida, ¿no es así, Marsh? —preguntó, pasando un brazo por los hombros de la alfa.

—No podrás deshacerte de mí fácilmente, tonta.

—Enana.

Ambas se miraron antes de reírse, relajándose en su pequeño departamento, dejando que el cómodo silencio las inundara por completo.

***

Danielle siempre se enorgulleció de ser una alfa que podía controlar muy bien sus instintos más bajos, hasta el punto de no calentarse tan rápido cuando un omega se lo ofrecía o le coqueteaba descaradamente.

O eso pensaba hasta que, en la madrugada, despertó con una dolorosa erección que le impedía volver a conciliar el sueño.

La imagen de Haerin sonriendo sobre ella, mirándola con deseo, lujuria y amor, meneando sus caderas sobre su miembro, auto-penetrándose entre suaves gemidos, le estaba provocando una reacción que no le gustó demasiado.

La chica, en sus sueños, le murmuraba palabras sucias al oído, mientras le pedía que fuera más profundo, que la marcara por todos lados, que era suya y de nadie más.

El sólo pensamiento de la omega riéndose al follarse, al mirarla a los ojos con esos preciosos luceros que tenía, hacían que se pusiera dura en sólo segundos. Hacía que su lado alfa, posesivo y celoso, saliera a flote por completo. Hacía que tuviera que contenerse para salir a buscar a Haerin y la marcara como suya.

Soltó un gruñido, mirando su entrepierna abultada, y se volvió a recostar.

Marcar a Haerin como suya. ¿Qué tantos problemas le podían traer?

Muchos. Primero con su mamá, que enloquecería si marcaba a una omega de baja posición. En segundo lugar, estaba segura de que a su papá no le haría mucha gracia esa situación. Y tercero...

Estaba esa apuesta de por medio.

Y si Haerin llegaba a enterarse en algún momento...

Los ojos tristes con los que la niña la miró horas atrás estaban todavía en su cabeza, imposibles de sacar.

Dejó salir un nuevo gruñido, masajeando su miembro sobre su pantalón.

Haerin no tenía porqué enterarse. Y la forma en la que la miraba Hae...

Mierda, todo se estaba complicando demasiado.

***

La siguiente semana comenzó como un torbellino.

Todo el mundo continuaba de vacaciones, pero Haerin tenía que seguir yendo a trabajar como si nada, como si hubiera pasado unas buenas fiestas en compañía familiar, sonriente y feliz.

Como si ese ojo morado hubiera sido sólo un accidente.

Por supuesto, mintió en el trabajo. No iba a decirle a nadie la verdad, ni siquiera su mamá sabía lo que ocurrió ese día, así que definitivamente ninguna otra persona se enteraría que su padrastro la golpeó.

Incluso evitó por completo los mensajes de Danielle y Minji. Había llegado a la triste conclusión de que, lo que sea que tuvieran, no podía continuar. Si Dongyul llegaba a enterarse de que las estaba mirando con otros ojos, si llegaba a sospechar cualquier cosa... era mujer muerta. Y no podía permitírselo, por muy triste que fuera todo. Por muy vacía que le hiciera sentir dentro.

No iba a arriesgar su seguridad, su integridad, por algo que no era seguro.

¿Desde qué momento empezó a comportarse como esa chica tan gris, tan apagada, tan muerta en su interior?

No estaba segura.

Tres días después de Navidad, cuando estaba preparando café, sintió a las dos alfas entrando al café.

Se tensó al principio, recordando los ojos de Danielle sosteniéndola el día de su celo. A Minji abrazándola luego del ataque de Niki.

Le murmuró a Bahiyyih que atendiera, mientras ella iba a la cocina.

En tanto, Danielle y Minji vieron desaparecer a la chica tras una puerta y se miraron entre sí con el ceño fruncido, caminando hacia una mesa desocupada. Ambas habían hablado del repentino silencio de Haerin, por lo que estaban un poco preocupadas -aunque no lo dijeron en esas palabras- y necesitaban saber si ocurrió algo.

La camarera rubia se acercó con expresión amistosa.

—Hola, buenas tardes, soy...

—Por favor —pidió Minji con suavidad—, ¿podría atendernos Hae?

La chica las miró sorprendida, antes de cambiar su expresión a una de incomodidad.

—Ella está ahora... ocupada —mintió.

Danielle soltó un resoplido.

—Somos amigas y necesitamos hablar con ella —Danielle ladeó la cabeza, sacando un billete de quince mil wons—. ¿Por favor?

Bahiyyih miró el billete mordiendo sus labios, hasta que se decidió a tomarlo y asentir de forma tímida, marchándose. Minji miró a Danielle de forma acusadora, pero su amiga se limitó a rodar los ojos, sacando su móvil para responder unos cuantos mensajes que le llegaron de su mamá.

Minutos después, Haerin se acercó y Minji fue la primera en levantar la vista con una suave sonrisa. Sonrisa que desapareció al chocar con el rostro de la muchacha.

—Hae, ¿quién mierda te golpeó?

Danielle levantó la vista de su móvil, encontrándose con los ojos bicolores de la menor.

El color morado rodeaba su ojo verde-azulado, hinchado, como si hubiera recibido un golpe con mucha saña y odio.

Recordó vagamente a su padrastro, la mirada furibunda que le dirigió cuando la descubrió en la cama de la chica.

Minji, en tanto, se ponía de pie, tomando la mano de la pelinegra.

—Me pegué con la ventana —dijo Haerin débilmente.

Ninguna de las dos le creyó nada.

Danielle se hizo a un lado, dejándole espacio en la silla, y Minji le hizo sentarse. Haerin parecía renuente al inicio, aunque terminó cediendo al ver que no había tantas personas en el lugar. Su expresión era muy apenada, con una carita triste que les rompía el corazón.

—¿Fue ese horrible chico de la otra vez? —preguntó Minji con el ceño fruncido, su rostro tenso por la ira.

Haerin negó con la cabeza.

—Me pegué con la ventana —repitió mecánicamente.

Ambas alfas se miraron. Y, sin saber cómo, parecieron llegar a un acuerdo solo con la mirada.

—Haerin —la omega miró a Danielle—. Sabes que siempre... podrás contar con las dos, ¿bien? —Minji se inclinó unos centímetros mientras el rubor crecía en las mejillas de la omega—. Si necesitas algún lugar donde quedarte...

—Puedes venir a nuestro departamento —contestó suavemente Minji—. Estamos aquí para protegerte, Hae. No queremos que te hagan daño.

La chica solo bajó la vista, temblando por las palabras de las dos alfas.

Y un extraño sentimiento cálido se asentó en su interior, llenándola por completo.

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