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~Sabía que tú eras mi salvación,

Porque tus manos son las únicas que cubren mi dolor...~

El resto de la semana pasó con lentitud, como si el fin de semana que se acercaba no quisiera llegar pronto. Haerin no sabía cómo tomarse esa sensación, a medida que llegaba el viernes, la ansiedad aumentaba más y más en la boca del estómago.

Ni siquiera sabía porqué estaba tan nerviosa. Era sólo una salida con Minji y Danielle. Una especie de cita triple, o lo que fuera que ellas tuvieran, pero cita al fin y al cabo. Haerin comenzó a tener un poco de miedo, temiendo que ellas le pidieran escoger a alguna de las dos en esos días. Ella no se sentía capaz de eso, no todavía, sus sentimientos seguían demasiado confundidos y no podía descifrarlos con facilidad. Cuando se trataba de ellas, todo en su mente parecía hacer cortocircuito.

La situación empeoró el jueves ya que, al salir del colegio, se encontró con su mamá esperándola fuera. La sorpresa fue demasiado grande, como si un bloque de cemento la hubiera golpeado de repente, que se quedó sin aire. Empeoró porque ese día Minji la iba a ir a buscar, y allí estaba, haciéndole un gesto con sus manos. No sabía a dónde mirar, si hacia su madre o hacia Minji.

Finalmente fue hacia ella. La alfa se quedó en su lugar, un poco confundida, y Haerin le hizo una señal vaga de que se lo explicaría por teléfono.

—Mamá —dijo, con la voz temblando—, hola. Yo no... no pensé que estarías aquí.

No había hablado con ella desde que fue el día siguiente al ataque de Dongyul. Se había encontrado con su padre y la molestia le inundó con todo lo que el adulto le dijo acerca de que ella le separó del hombre. No podía evitarlo, con una sensación de rencor y resentimiento por lo que ella provocó. Su madre le negó una vida buena y estable producto de sus celos y miedos.

Sin embargo, al verla ahora, fue como si esas emociones desaparecieran. No quería sonar cruel, pero ella se veía... se veía un poco mal. Parecía haber perdido peso las últimas semanas a pesar de su embarazo, tenía ojeras más marcadas en el rostro y la piel muy pálida. Haerin sintió lástima, y no sabía si eso la hacía una buena o mala persona.

—Haerin —le sonrió, aunque se veía también un poco incómoda—, lamento haber venido de la nada, pero quería aprovechar... —titubeó un momento—. Hoy es mi día libre y quise venir a buscarte, como cuando estabas más pequeña, ¿te acuerdas?

No mucho. En esa época, ellas vivían con papá todavía, y como él trabajaba, se hacía cargo de todo. Ahí mamá tenía mucho tiempo libre y la iba a buscar al colegio. Pero cuando todo se torció, papá se fue y ellas se mudaron, la mujer dejó de hacerlo ya que debía trabajar.

—Sí —mintió a medias—. ¿Ha pasado algo?

—Quería hablar contigo. ¿Qué te parece si vamos por un café? Yo invito.

Haerin volvió a dudar, pensando si era buena idea ir con ella. Por un breve momento, tuvo miedo de que eso fuera un loco y estúpido plan por parte de Dongyul para pillarla desprevenida. Iría con su mamá a algún lugar poco transitado y el alfa la secuestraría para violarla y marcarla.

Aunque la idea desapareció con rapidez al ver el cansancio en su mamá. Le dio más pena pensar en que eso fuera posible y que pudiera esperarlo de ella. La relación con la mujer, supo en ese momento, era frágil y pendía de un hilo, y Haerin no sabía si esa conversación sería el fin o el inicio de algo nuevo.

—Está bien —le dijo, pero antes de ir con ella, añadió—, pero ¿me esperas un momento?

Su mamá asintió, algo confundida, y Haerin sabía que no tuvo que hacerlo, pero de cualquiera forma, ¿importaba ahora? Mamá podía pensar lo que quisiera a esas alturas y ella ya no iba a cumplir sus expectativas, lo tenía más que claro.

Minji la observó, sonriendo con una expresión traviesa.

—Hey, Rin —le dijo, abrazándola y dándole un beso suave en el cuello—, ¿pasa algo?

—Es mamá —le dijo Haerin, separándose para mirarla a la cara. Minji permaneció impávida—. Iré a tomar algo con ella, ¿está bien? Después voy al departamento. Lamento...

—Tranquila... —se inclinó y le dio ahora un beso en la boca—. Si necesitas algo, cualquier cosa, me llamas, ¿bueno? Iré corriendo a cualquier lado en el que estés.

Haerin jamás pensó que podría creer esas palabras de un alfa, pero ahí estaba, sonriéndole a Minji y confiando en ella.

Se despidió antes de volver donde su madre, que la observaba con una expresión atónita y un poco fuera de sí. Parecía morirse por preguntar quién era esa azabache, si era su novia, su pareja, pero tuvo que tragarse esa curiosidad y Haerin lo agradecía. No se sentía capaz de empezar a explicarle qué era lo que tenía con Danielle y Minji.

Caminaron hacia una cafetería cercana, sentándose y pidiendo cada una algo para beber y comer. Su mamá decidió tomar un té con unas galletas, mientras que Haerin se decidió por un vaso con leche de plátano y un trozo de torta.

En un inicio, se instaló entre ellas un silencio un poco tenso. La omega más joven fingió que estaba muy concentrada en su comida, sin saber qué decir exactamente y esperando que su mamá agarrara el valor para hablar.

Lo hizo, pero sólo cuando pasaron unos largos y agónicos minutos en que ninguna habló.

—Quería pedirte perdón —dijo Goeun—, por haber sido una mala madre todos estos años, Haerin. Por ignorar lo que Dongyul quiso hacer contigo y por no haber logrado una relación de confianza en la que tu pudieras contármelo.

Una parte de la chica quiso hablar y decirle que eso no era su culpa, pero se detuvo a tiempo, porque ¿no sería mentir? Decirlo en automático, sólo por cumplir, era una mentira peor que cualquier otra, y ella ya no quería ocultar sus emociones. Las últimas semanas, de alguna forma, empezó a expresarse más y las cosas estaban tomando un color distinto. Ya no mono, sino policromático. Haerin quería quedarse con toda esa amalgama de colores que estaban rodeando su vida.

No dijo nada, incapaz de encontrar palabras para responder a esa disculpa. Haerin debería ser capaz de decir que la perdonaba, que estaba todo superado, sin embargo, otra vez una pregunta: ¿la absolvía de su culpa? ¿Le otorgaba ese ansiado perdón? ¿Podía disculpar todos sus fallos, sus errores?

Quizás en ese momento no. Tal vez más adelante. Haerin no se sentía competente para decirle algo.

—También quería disculparme por... por no haberte hablado de tu padre —continuó ante el silencio—. Por...

—Él me quería —susurró, y eso era lo que más le lastimaba. Lo que más le dolía—. Él me amaba, mamá, pero tú me hiciste creer que no era así. Que él jamás me quiso y yo no le interesaba.

Los ojos de Goeun se llenaron de lágrimas.

—Fui egoísta —sollozó, pero la pelinegra no se conmovió—. Fui tan egoísta, Hae. Estaba tan celosa del cariño que te tenía, de lo preocupado que era por ti... Fui una pésima madre, Haerin.

Tal vez, semanas atrás, ella se había culpabilizado por hacerla llorar, por provocar esas lágrimas en su madre, aunque ahora, sólo negó con la cabeza. Haerin quería priorizarse, quería ponerse en primer lugar y dejar de aceptar toda la mierda que le lanzaban porque podían hacerlo. Ella no se merecía eso. Ella se merecía más.

—Conocí a la otra familia de papá —dijo Haerin, y Goeun la observó—. Conocí a mi hermana, mamá —tomó aire—. Papá ha dicho que me comprará un departamento para mí y que apoyará mis estudios si es lo que yo quiero. Él... él incluso dijo que, si quería irme a vivir con su familia, podía hacerlo.

Goeun cerró sus ojos brevemente, como si esas palabras la lastimaran. Ella no sabía si las dijo con esa intención, si realmente quería provocarle daño a su mamá, y pensó en lo irónico que era. ¿Era justo que la hiriera, así como hizo ella todos esos años? ¿O debería adoptar otra actitud? Qué difícil era ser buena persona, pensó.

—Eso está bien —dijo, con la voz triste—. Al fin y al cabo, yo no voy a pedirte que regreses, Haerin. Yo no...

Tampoco pensaba regresar, aunque me lo rogaras, quiso decir, pero se lo calló.

—Yo no puedo dejar a Dongyul —alzó la vista otra vez—, es mi alfa, tengo su marca y espero a su hijo.

—¿No? —Haerin tembló—. ¿Ni siquiera cuando sabes lo que quiso hacerme? ¿Eso no es suficiente para dejarlo?

Goeun se veía a segundos de romper en llanto. Haerin sabía que escuchar la respuesta iba a significar una decisión por parte de ella, y ya tenía claro lo que iba a hacer en cualquier caso.

—No puedo —la voz de Goeun tiritaba, a punto de quebrarse—, ¿qué haré sin un alfa, Haerin? ¿Qué haré con ese hijo?

Quererlo, pensar en su bienestar, tratarlo mejor de lo que alguna vez me trataste a mí, sin embargo, volvió a guardarse sus palabras. Haerin no quería llegar a ser cruel con lo que podía decir.

—Está bien, es tú decisión —le dijo, seria—, pero mamá, yo no iré a esa casa nunca más. Yo no... Si quieres que nos veamos, será cuando estés sola, no con ese tipo. No quiero saber nada de Dongyul en mi vida.

—Sí, lo sé —Goeun agarró un par de servilletas para sonar su nariz.

Haerin no sabía si había algo más que añadir. Esa conversación se sentía como una extraña despedida, no en un adiós definitivo, pero significaba cortar lazos cercanos con su madre.

Creyó que eso dolería más, que era imposible de hacer, sin embargo, el regreso de su padre provocó que su mundo girara y viera las cosas diferentes. Ya no se sentía sola, sin alguien que le apoyara, y además...

Además, Danielle y Minji estaban allí. Ellas también la cuidarían.

—Debo irme, mamá —le dijo, bebiendo lo último de la leche que le quedaba, y dudó—. No te preocupes, yo pagaré esto. Papá me ha regalado una tarjeta para que la use en mis gastos —volvió a dudar—. Mamá, ¿necesitas apoyo económico? Sé que Dongyul no hace mucho para la casa, así que...

—Me las arreglaré —dijo Goeun, tratando de verse orgullosa—, en cualquier caso, si algo no resulta, te avisaré —la niña asintió—. Haerin, esa muchacha en el colegio, ¿es tu novia? ¿Y qué pasó con Danielle?

Analizó unos largos segundos si sería bueno decirle o no. ¿Cómo reaccionaría al contarle de esas dos? Haerin no sentía la confianza necesaria para volcar sus sentimientos con su mamá.

—Es complicado —fue lo que respondió—, pero no te preocupes. Ellas me tratan bien —al ver que abrió la boca para añadir algo más, se apresuró en continuar—. Lo siento, mamá, se está haciendo tarde. Me debo ir.

Escuchó su débil despedida, aunque no se giró a verla. Pagó el pedido con la tarjeta de crédito regalada, pensando en cómo podían cambiar las cosas. Jamás pensó en tener algo como eso, después de todo, no tenía manera de financiárselo. Y cuando papá se lo dijo, su primer impulso fue negarse, pero él insistió e insistió. Dijo que era lo mínimo para garantizarle que estuviera bien ahora que no viviría con su mamá.

Se suponía que ese fin de semana irían a ver un departamento para ella, pero como era catorce de febrero, le preguntó si podía ser durante los siguientes días. Iban a buscar algo pequeño para que arrendara esos meses y, una vez Hae decidiera si ir a Busan a estudiar o quedarse allí, verían un departamento definitivo. Haerin le preguntó muchas veces si no era excesivo para él, pero su padre sólo le sonrió, dándole un abrazo.

—Quiero que estés bien y darte lo que no pude darte todos estos años, Haerin —le dijo su papá—. Eres mi hija, que no se te olvide, y te quiero.

—Yo también te quiero, papá —contestó Haerin feliz.

***

El viernes Minji volvió a buscarla, alegando que el día anterior no se fueron juntas debido a la salida con su madre. Ambas alfas le habían preguntado si quería hablar de ello y les contó, brevemente, lo que pasó. La escucharon con atención, oyendo sus ideas y dándole la razón, y al final, le dieron un abrazo que la hizo sentir mucho mejor. Era agradable eso, saber que ellas la apoyaban y permanecían a su lado para darle ánimos. Sentía que las amaba más con el paso de cada día, y ahora ya no le asustaba tanto.

—¿Tienes listo tu bolso? —le preguntó Kim mientras esperaban de pie, ambas de la mano, para tomar el metro.

—Me falta guardar unas cosas —Haerin le sonrió, mostrando sus dientes—, pero ¿no vamos a comer?

—Nah, con Danielle decidimos que es mejor comer cuando vayamos para allá —tiró de Haerin al interior del vagón del tren, apoyándose en una de las paredes y abrazándola—. Así salimos más temprano. No queremos llegar muy a oscuras.

Haerin soltó una risa baja al sentir un beso suave en su cuello, con su estómago dando mil vueltas por el momento dulce. Minji era bastante empalagosa, se había dado cuenta, y le gustaba mucho mimarla. Danielle era menos cariñosa, pero no menos amorosa con ella, y Dani se encantaba más por marcarla en su aroma.

No tardaron en llegar al departamento, con Marsh cerrando su propio bolso y dejándolo en el sofá. Casi de inmediato, al verla llegar, la alfa más baja fue donde Haerin a darle un beso.

—¿Uh? —dijo, juguetona—. ¿Por qué hueles tan feo? ¿Es el aroma de Min encima de ti?

—¡Unnie! —se rió Haerin ante el abrazo, sintiendo las pequeñas marcas que le dejaba Danielle—. ¡Basta!

Minji resopló, un poco celosa aunque no enloquecida por la acción, y fue en busca de su propio bolso. Las primeras veces que ellas hacían eso, la menor sentía mucha vergüenza y pánico de que la otra reaccionara mal, de que iniciaran una pelea, pero sorprendentemente, ninguna actuó como un animal. Las chicas seguían comportándose tan bien con ella, sin pelear ni agredirse a pesar de la situación en la que estaban.

Una vez logró que la australiana la soltara, fue a ordenar su bolso con ropa. Sabía que iba a hacer frío ya que estaban en invierno e irían a Pyeongchang, ubicado en las montañas y era una zona de gran atractivo turístico por la nieve. Ellas le aseguraron que ya reservaron una habitación en un hotel, a pesar de que no quisieron decirle el precio, y que harían muchas actividades para pasarla bien.

Al final terminaron saliendo pasadas las tres de la tarde y decidieron ir en el auto de Danielle, que era más económico. Primero conduciría la menor, hasta que encontraran un lugar donde comer, y luego la mayor.

El viaje fue hecho con relativa calma. A medio camino se detuvieron en la carretera, pues encontraron un pequeño restaurante familiar para comer antes de continuar, y en la segunda mitad la omega dormitó, satisfecha por el almuerzo.

Sin embargo, cuando ya iban llegando y por el cambio de camino, a uno con más baches, Haerin despertó. Parpadeó levemente al ver la cantidad de nieve que las rodeaba.

—Ponte el abrigo —le dijo Minji—, te dará frío cuando salgamos.

—Mmm —murmuró Haerin, asomándose para ver toda la nieve con una sonrisa infantil.

—¿Es bonito o no? —preguntó la extranjera.

—¡Mucho! —se acomodó entre ambos asientos, echándose un poco hacia delante y dándole un beso a cada una en la mejilla—. ¡Gracias, gracias!

Las dos alfas se rieron.

Cerca de veinte minutos después llegaron a las afueras de una enorme edificación, rodeada de pinos, y Haerin no podía contener la emoción. Era un enorme lugar llamado Yongpyong Resort que parecía más bien la entrada a un condominio de gente muy adinerada, con enormes edificios a lo largo de la calle y letreros que indicaban el nombre de cada sector. Jamás fue a un sitio como ese, donde el lujo y la comodidad se notaba en las construcciones.

Las tres dejaron el vehículo estacionado fuera del edificio principal, entrando de inmediato a lo que parecía ser la recepción, donde les darían la habitación correspondiente. Mientras Minji y Danielle hacían los trámites correspondientes, Haerin se acercó al mural donde salía información vital del hotel.

Sus ojos se agrandaron a medida que leía todo: ese lugar tenía más de cuatro mil hectáreas, con condominios, hoteles, campos de golf y un centro de esquí, además de las tiendas para comprar recuerdos y comer. Según la información disponible, todo el lugar podía albergar a cerca de veinticinco mil personas, ¡eso era casi una ciudad pequeña!

Santo Dios, ¿cuánto debía costar la noche allí?

—¿Te gusta? —preguntó Minji, sobresaltándola. No parecía sorprendida por el lugar ni incómoda ante tanto lujo. Haerin se preguntó cuántas veces habría ido de vacaciones allí.

—Es... es gigante —fue lo que dijo, sin saber a dónde mirar exactamente.

—En verano es peor, porque habilitan la pista de golf que queda para el otro lado —dijo la castaña, indiferente ante tanta riqueza—. Pero no te preocupes, nosotras iremos directo a la nieve.

No pudo añadir nada más porque ambas chicas le dijeron que volvieran al auto, pues el check-in ya fue hecho y su habitación estaba lista. No le quedó más que seguirlas, subiendo al auto otra vez.

El auto siguió avanzando, entrando ya de lleno al complejo. Haerin se quedó mirando las enormes casas y edificios, subiendo un poco más por el terreno hasta que se detuvo frente a grandes edificaciones de color blanco, en lo que parecía ser el final del camino. Había terrazas en cada piso y, frente a dichas construcciones, una enorme ladera llena de nieve, donde se podía ver a lo lejos telecabinas y telesillas para subir a lo alto de la montaña, además de mucha gente en esquí.

En el costado del edificio más cercano se veía el nombre de la villa: VerdeHill. Por lo que pudo contar, eran siete edificios en ese sector y cada uno tenía más de ocho pisos. Haerin, de manera inevitable, comenzó a sentirse intimidada y un poco bajoneada ante tanta visión de riqueza: ella, ni en sus más locos sueños, habría pensado en siquiera visitar un lugar como ese. Todo allí exhalaba derroche, ostentación y fortuna.

Trató de callarse la inseguridad cuando llegaron a la entrada de uno de los edificios, donde ya les esperaba uno de los botones para darles la bienvenida, ofreciéndose a llevar los bolsos. Haerin estuvo a punto de decir que no era necesario, pero al ver que las alfas le entregaban sus bolsos al botones, no le quedó más que hacer lo mismo. Volvió a seguirlas hacia el ascensor, subiendo junto a ellas.

—¿Pasa algo? —preguntó de pronto Danielle—. Estás muy callada, Hae.

—¿Ah? —bajó la vista, tímida—. Es que estoy muy sorprendida por todo, unnie. Es... es mucho lujo para mí.

—Vete acostumbrando —bromeó Minji, y pasó un brazo por sus hombros, besándola sorpresivamente—. Una omega como tú no merece menos.

No tuvo que sentirlo así, pero Haerin leyó el mensaje bajo esas palabras: y si me eliges como alfa, me aseguraré de eso. Incluso Danielle, a su lado, se tensó.

—Minji tiene razón —contestó la castaña, sonriendo a pesar de la tensión—, esto es poco comparado con lo que te mereces.

Otra vez un mensaje entre líneas: yo te daré todo esto y más, si es que me escoges.

Haerin tragó saliva, con la boca repentinamente seca. Debía sentirse halagada ante lo que le decían, pero sólo sintió miedo de su decisión, de sus propios sentimientos. Ella no estaba lista para elegir todavía. Ella las quería a las dos, a pesar de que no fuera posible.

Para fortuna suya, el ascensor llegó al octavo piso y la llevaron hacia una de las habitaciones, la número 85 y que parecía ser la última. Haerin fue la primera en pasar, abriendo la boca al ver la bonita vista que tenía el balcón, que fue lo primero que notó: daba directo hacia el campo de esquí, con toda esa nieve y árboles. Casi corrió allí, trabándose en abrir la puerta y finalmente salir, con el frío aire golpeándola.

—¡Wah! —gritó—. ¡Está muy helado! —pero no entró, viendo el bonito paisaje ante ella: las montañas nevadas, los árboles cubiertos de nieve, el cielo ligeramente nublado. Esa postal sólo la había visto a través de la televisión.

Volvió a entrar cuando el frío se hizo imposible de soportar. Allí vio el resto del departamento-suite, con dos camas, una de dos plazas y la otra de plaza y media. Además, tenía una pequeña cocina Americana con una mesa y cuatro sillas. Minji ya se había echado en la cama, tomando el control remoto de la televisión frente a esta, mientras que Danielle recibía los bolsos del botones y cerraba la puerta.

—¿Y qué tal? —preguntó Dani, sonriéndole—. ¿Es lo que se merece la bebé más linda del planeta?

Haerin soltó una risotada, cerrando la puerta de vidrio del balcón.

—Puede ser —dijo, coqueta.

—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó la azabache, sentándose—. Hay salas de karaoke, bolos, de juegos, una sauna, la pista de esquí...

—¿Tanto? —Hae abrió los ojos por la sorpresa—. ¡Quiero ir a todo!

—¿Todo? —Danielle reflexionó—. ¿Alcanzaremos a ir a todo?

—Lo dudo —Minji suspiró—. Mañana está esa cena-fiesta en el Dragon Valley Hotel y vamos a llevar a Rinnie. Si hacemos de todo, se cansará.

—¡No me cansaré! —se quejó Haerin.

—No, tienes razón —Dani se rió—. Nosotras nos cansaremos tratando de llevarle el ritmo.

Haerin hizo un puchero infantil. Ellas siempre decían que era sorprendente la cantidad de energía que poseía, como si fuera un gatito hiperactivo.

—Vamos a la sala de juegos y al karaoke hoy —animó Danielle—. Luego comemos y nos venimos a dormir. Mañana salimos a la nieve y de ahí nos arreglamos para la fiesta. El domingo a los bolos, ¿qué te parece?

La menor titubeó un momento, como si no supiera qué decir.

—Uh, pero... ¿eso no saldría demasiado caro? —preguntó, de pronto reparando en eso—. Tal vez...

—No digas eso —Minji le hizo un gesto para que se sentara en la cama y Haerin obedeció—. No saldrá caro, para eso estás aquí. Para que tus alfas te mimen y consientan.

De pronto, el olor de ambas chicas la rodearon, fuerte y duro, y Haerin se dejó arrastrar por la sensación de placer. Minji la atrajo contra su regazo, acomodándola y dándole un suave beso en la frente, mientras que Danielle le agarró una mano.

—Aun así... —volvió a farfullar—, ¿eso de la fiesta? ¿Es elegante? No traje nada...

—Te compraremos algo bonito —Danielle le besó los nudillos, amorosa—. De eso no te preocupes.

Aun si quisiera seguir protestando, Haerin sabía que no iba a lograr nada. Cuando las mayores se metían algo a la cabeza, era difícil quitárselo.

Por lo que sólo suspiró, permitiéndose llevar por ellas.

***

A pesar de todas las actividades que hicieron a lo largo de los dos primeros días, Haerin sentía que no se agotó en ningún momento. Las alfas tenían razón en que la muchacha tenía demasiada energía para todo.

Primero la llevaron a comprarse algo para la siguiente noche, nada demasiado elegante (según las alfas), pero si un poco formal: un vestido de seda de color calipso, unos tacones bajos y una cartera negra pequeña. Luego de eso, se dirigieron a la Tower Plaza, sector en el que se encontraban todos los juegos, los bolos y el karaoke, junto con un pub-restaurante.

En la sala de juegos había de todo: de tipo arcade, con algunos clásicos como el Pac-Man o Marvel vs Capcom, hasta nuevas versiones de Dance Dance Revolution y de shooters. Haerin casi iba corriendo de uno hacia otro, queriendo probarlos todos, y ellas tuvieron que seguirle el ritmo de una forma alarmante. La omega no parecía desacelerar nunca, tan emocionada y estimulada por la cantidad de ruidos y sonidos, y fue peor cuando se dieron cuenta de que ni siquiera les estaba prestando atención. Concluyeron que no llevarían otra vez a la omega a un lugar como ese, ¡parecía más feliz con esas máquinas que con ellas!

Cuando le sugirieron ir al karaoke fue que pareció volver a la realidad.

—Oh —parpadeó, un poco desorientada—. ¿Qué hora es?

—Las ocho, Hae.

—¡Ah! —la omega se vio culpable—. Lo siento, no quise... Es sólo que...

—Oyeeee, tranquila —la australiana le agarró de los hombros al notar sus nervios—. Está bien, te trajimos aquí para que te diviertas, bebé.

—Pero ustedes...

—Somos felices cuando tú eres feliz —le aseguró Minji.

Haerin, al final, les dijo que fueran al karaoke como recompensa. Las tres se metieron en una cabina privada, poniendo clásicos y gritando a todo volumen, incluso poniéndose a bailar. Danielle y Minji se sorprendieron ante la bonita voz que tenía la omega, y para el final, hicieron que cantara casi todas las canciones mientras ellas le animaban, haciéndola reír mucho.

La omega fue feliz. Era muy feliz en ese momento, se dio cuenta, mientras Danielle se carcajeaba en el suelo y Minji bailaba, moviendo el trasero, en lo que Haerin coreaba Mr. Simple. Era ese tipo de felicidad que es efímera, pero llenadora, sabiendo que un momento como ese no iba a repetirse, y Haerin lo guardó en su corazón. Incluso si las cosas no funcionaban, si acababan mal, tendría ese recuerdo feliz sólo para ella.

A las nueve y media decidieron que ya debían ir a comer. Era un poco gracioso de verlas a las tres, despeinadas y con los rostros enrojecidos, con grandes sonrisas en el rostro y la ropa un poco sudorosa, entrando en un restaurante de lujo. Haerin, por esa vez, ignoró algunas miradas que les dirigían y se permitió toda la felicidad del mundo. Danielle y Minji la observaban como si fuera algo precioso y eso era lo importante para ella.

Volvieron a su habitación pasadas las once de la noche, bañándose y yendo a dormir. Ellas sugirieron que Haerin durmiera en la cama de plaza y media, pero agarró el valor para decir que no.

—¿No... no entramos las tres en la cama grande? —preguntó, y temió haber ido demasiado lejos.

Pero las dos alfas se miraron, pareciendo llegar a un acuerdo con eso.

—Claro que sí, amor —dijo Danielle.

—Aunque no respondo si boto a Danielle de la cama —bromeó la mayor.

Haerin cayó en la suave colcha, siendo abrazada poco después por ambas, a un costado de ella. Danielle a la derecha y Minji a la izquierda, qué bonito se sentía eso.

Sin poder evitarlo, besó a Minji primero y luego a Danielle.

—Las quiero —les aseguró, y ellas dos le respondieron que igual la querían.

Al día siguiente, despertaron temprano para aprovechar el día. Decidieron ir al centro de esquí, con la omega sorprendida ante el enorme lugar cubierto de nieve y la cantidad de gente allí.

Decidieron primero ir a uno de los teleféricos para subir a lo alto de la montaña y sacarse fotografías en el paisaje, montañoso y precioso en un día de invierno. Haerin iba de la mano de las dos, viendo como iban más y más alto, y cuando se bajaron, vio el panorama con una gran sonrisa. No tardaron en llenarse de fotografías con la cámara que la omega llevó, tanto de la vista y de ellas tres.

—Tendrás que darnos copias de eso —le dijo Marsh.

—Cuando lleguemos a casa —les prometió Haerin.

Una vez estuvieron listas, volvieron a bajar y decidieron ir por algo para comer. Cerca de las dos de la tarde volvieron al campo de nieve.

—No sé esquiar —dijo Haerin en lo que iban a una tienda para rentar los esquís.

—Te enseñaremos —dijo Minji—. No es tan difícil. Además, aprendes rápido.

Luego de varios porrazos y caídas que valieron las carcajadas de las alfas, Haerin pareció agarrar el ritmo. Fueron a pendientes pequeñas para no arriesgar la seguridad de la menor, a pesar de que igual se caía casi al final, hundiéndose en la nieve. Sin embargo, a la omega parecía no importarle, riéndose también y disfrutando de todo eso, de la alegría que sentía.

Ya cuando se cansaron, decidieron ir a lanzarse en el trineo. En los últimos intentos ya se lanzaban casi al mismo tiempo, golpeándose y rodando por la nieve entre carcajadas descontroladas.

—¿Debemos ir a esa fiesta? —se quejó Haerin cuando volvían al hotel, un poco agotada por todo lo que hicieron.

—Claro que sí —Minji le atrajo, dándole un beso en su helada mejilla—. Será divertido, ya verás.

—Si estás muy cansada, por último nos vamos más temprano —contestó Danielle, besándole en la otra mejilla.

Haerin se dio un largo baño, quitándose parte del cansancio y tomando nuevas energías. Al final ya no puso reparos, pues empezó a tener hambre, y se arregló mientras sus compañeras también tomaban un baño. Se puso uno de los perfumes que Danielle le regaló otra vez, semanas atrás, y un suave labial brillante en los labios. Se encrespó las pestañas con delicadeza, decidida a enmarcar sus ojitos, y con torpe coquetería se colocó un collar de oro que resaltaba su escote, mostrando su piel sin marca.

No sabía por qué, pero quería verse encantadoramente linda para Danielle y Minji.

—¿Crees que me vería mejor con el cabello detrás o delate de las orejas? —preguntó, mirando a Danielle a través del espejo.

—Mmm... —podían oír a Minji canturrear desde el baño—, te verías bonita de cualquier forma, bebé.

—Pero unnie...

Danielle se acercó y la abrazó por la cintura.

—Con el cabello adelante te ves como toda una bebé pequeña —Dani le empezó a besar el cuello—, pero con el cabello detrás te ves como una bebé grande.

—¡Ya, unnie, que pesada eres!

Danielle se rió con fuerza, sacándole pucheros a la omega, y al final decidió acomodarse el cabello detrás de sus orejas.

—¡No te daré ningún beso más! —y Dani dejó de reírse.

—¡Ja, cretina! —gritó Minji desde el baño.

Pasadas las ocho de la noche salieron, conduciendo hacia otro hotel en el que sería la fiesta, un edificio llamado Dragon Valley Hotel, igual de lujoso que todos los otros. Haerin contempló a toda la gente que entraba al lugar, percibiendo cierta intimidación cuando la miraron. A pesar de las ropas, sentía que tenía una marca en su cara que la identificaba de clase media frente a ellos.

Ni Danielle ni Minji le dirigieron alguna importancia. La llevaron hacia una mesa donde ya estaba sentado otro grupo de jóvenes que parecían conocer a las alfas. Ellas no tardaron en presentarla, aunque sin aclarar bien lo que eran ellas, y Haerin lo agradecía en el fondo. No se sentía lista para recibir miradas indiscretas por el tipo de relación que llevaban.

Para fortuna su fortuna, las dos alfas no la descuidaron en ningún momento, haciéndola sentir cómoda y tranquila. La comida era de alta calidad y muy deliciosa, con platos que Haerin jamás probó en su vida. En un momento, perdiendo toda la vergüenza, se ofreció a alimentar a Danielle, que le sonrió con cariño, y tuvo que hacer lo mismo con Minji, que comenzó a quejarse. Después, ellas dos la alimentaron.

En medio de la comida fue al baño. Mientras estaba en el inodoro, encerrada en un cubículo, fue que escuchó:

—¿Viste la omega que acompañaba a Kim y Marsh? En mi vida la había visto —dijo una chica, omega también, y reconoció la voz de una de las acompañantes de la mesa, que desapareció en la comida junto a una alfa.

—Debieron haberla recogido de la calle, quién sabe —contestó otro chico, desconocido—. Ellas siempre son taaaaaan buenas samaritanas —agregó con evidente burla en la voz.

Haerin mordió su labio inferior.

—De seguro apuestan quién se la llevará primero a la cama —se rió la chica—. ¿No hicieron eso con tu primo?

—¡Cállate, que si te oye, me matará!

Más risas que fueron desapareciendo de a poco. Haerin sentía sus manos temblar, saliendo del cubículo y viendo su reflejo. Se observó un poco más pálida de lo normal.

No tenía idea porqué esas palabras le estaban afectando tanto, ¿de qué hablaban? ¿De que las mayores sólo se reían de ella? No, qué mentira más grande. Eso era una tontería, no tenía ningún sentido. Ellas no... ellas...

Como un rayo, recordó las palabras de Jimin: deberías alejarte de esas idiotas. De seguro sólo están jugando contigo, Haerin.

Tembló en su interior. ¿Una apuesta?

Tomó aire, tratando de espantar esos pensamientos horrorosos de su cabeza. No. Claro que no.

Sin embargo, la idea siguió rondando en su mente cuando salió del baño y volvió a la mesa. Las dos le estaban esperando, aunque con postres para probar. Danielle pidió bingsu, Minji un pan tostado de miel y Haerin cheonan-hodu gwaja. Se suponía que iban a compartirlos.

—Oye, bebé —dijo Min una vez la omega se sentó—. ¿Pasa algo? Tardaste mucho, ¿te hizo mal alguna comida?

—¿Ah? No, no —sacudió su cabeza, forzándose a pensar en otra cosa. En cualquier otra cosa menos en lo que escuchó.

—¿Segura? —Danielle le tocó la frente—. Estás un poco pálida, amor.

—Yo... —Haerin no debía tener eso en la cabeza, ¿qué le ocurría? Ellas no apostarían eso, le habían demostrado mil veces que la querían. Ni siquiera la tocaban con alguna doble intención—. Es que estoy un poco cansada, unnie.

—Mmm... —la alfa menor seguía viéndose preocupada—, ¿quieres que vayamos a dormir después?

—Sí —la omega dudó un segundo—. ¿Podemos... podemos dormir como anoche?

—Claro —Minji le sonrió, tan dulce, tan encantadora—, ¿por qué no? La mejor bebé del mundo se lo merece.

Con esas palabras, el temor desapareció. ¿Qué pensaba, cómo hacía caso a esa estupidez? Puede que las alfas hubieran actuado así en el pasado, pero con ella no. Ellas la querían, la estaban cortejando en serio. Ellas eran sus alfas y ella era su omega.

Fue como si se le quitara un peso de encima. Sin poder evitarlo, se inclinó contra Minji, importándole poco si las miraban.

—Quiero quedarme aquí, para siempre, con ustedes —les dijo, sonriendo con timidez.

Danielle le besó la mano.

—¿Minji? ¿Danielle?

La voz incrédula interrumpió lo que fuera a decir Minji. La alfa mayor palideció al escuchar ese tono conocido, girándose bruscamente y con Haerin saltando en su lugar.

—¿Mamá? —farfulló la alfa, poniéndose de pie.

La mujer frente a ella tenía una expresión de desconcierto. Sin embargo, eso no era lo peor. No, lo peor fue cuando vio que su padre estaba detrás, con una mirada que iba de las alfas a la omega y viceversa.

—¿Quién es ella, Minji? —preguntó el hombre con voz grave.

Haerin quiso encogerse en su lugar y desaparecer cuando notó los horribles ojos puestos sobre sí. Esa misma mirada que tuvo la madre de Danielle al observarla por primera vez.

Las ganas de llorar volvieron, pero Haerin se las aguantó con todas sus fuerzas.

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